¡VOLVÍ! Y con tremendo capítulo: 175 páginas solo para ustedes. Ya sé que me demoro mucho actualizando, y no puedo prometer que la próxima vez me demoraré menos, pero al menos puedo decir que cuando regreso lo hago A LO GRANDE. ¿Qué más decirles si ya saben que estoy agradecida hasta el infinito por todo su apoyo? Gracias, gracias y mil veces gracias.
Tengo algunas cosas por recordarles: la primera es que no olviden dejar reviews. Para mí, los reviews son como gasolina. Invierto mucho tiempo escribiendo esta historia y en verdad necesito de su apoyo para continuarla. Apóyenme :)
La segunda es que no dejen de pasarse (pero cuando terminen de leer el capítulo) por el tumblr del fic: w w w . alejandrafanfic. tumblr . com (sin espacios). Encontrarán dos videos con cosas que ya se han insinuado en este capítulo de dos futuras posibles relaciones a desarrollarse en esta historia.
Y la tercera es que si quieren unirse al grupo del fic en facebook (es maravilloso y siempre compartimos muchas cosas allí) deben buscarlo así: "Por los que amamos Rojo & Negro".
Y nada: LOVE AND ROCKETS.
p.d.: Este capítulo está dedicado a la memoria de David Bowie y Alan Rickman. ALWAYS.
Capítulo XLIII
Los desobedientes
1.-
Yo, Rojo
Rose paseó su dedo índice por los lomos de los libros de la letra "b" de la sección de literatura de la biblioteca. Se encontraban en la segunda estantería más alta, por lo que tuvo que ponerse levemente de puntillas. Aquel acto le recordó a su infancia y a todas las veces que se había estirado de esa manera para alcanzar los libros de su madre. Todo era tan distinto ahora: la infancia había quedado atrás, esa época de ligereza y soltura no volvería.
Rose observó sus dedos corriendo por los lomos de los libros. Eran largos y estilizados, nada parecidos a los pequeños y rechonchos de cuando era pequeña. Sacudió un poco la cabeza y se concentró nuevamente en su búsqueda. Estaba allí para encontrar a J. M. Barrie, no para pensar en su niñez.
Claro que tenía que admitir que era inevitable pensar en eso cuando se estaba buscando al autor de Peter Pan.
Habían pasado tres días desde que tanto ella como Scorpius regresaron de la quinta prueba y leyeron la pista de la sexta: "Todos los niños crecen, excepto uno". Aún recordaba la mirada de Scorpius clavándose en la de ella tras asimilar aquellas palabras. Ninguno de los dos se atrevió a decir nada, pero ambos sabían de lo que se trataba: en la lista de libros prestados, ellos eran de los pocos que habían pedido en algún momento literatura muggle. Rose solo tuvo que mirar en los ojos de Scorpius para saber que él también lo había comprendido: esa era una frase del clásico Peter Pan de J.M. Barrie.
Pero, ¿qué demonios tenía que ver una frase de una obra literaria muggle con la sexta prueba?
—¿En dónde estás, Barrie? —soltó Rose para sí misma, inspeccionando la repisa.
Durante esos tres días ella había visitado la biblioteca en busca del libro de Barrie sin poder encontrarlo. Era probable que Scorpius ya se le hubiese adelantado, pero todas las tardes tenía la esperanza de que lo hubiese devuelto, después de todo, el slytherin sabía que ella lo necesitaba.
Aunque era lógico pensar, claro, que el rubio lo estuviese escondiendo para entorpecer su preparación para la prueba.
Eso tenía sentido.
Rose suspiró, pero no dejó de pasearse por la estantería como quien odia rendirse así como así. "Todos los niños crecen, excepto uno", meditó mientras se mordía el labio inferior. ¿Podría ser, acaso, que Peter Pan no fuese solamente una obra literaria?
La pelirroja dejó caer sus talones al suelo y se llevó las manos a la cintura. Si no podía encontrar la novela de Barrie, tal vez podría encontrar alguna biografía sobre el autor inglés. ¿No era, acaso, cierto que los escritores escribían también desde sus vidas? Tal vez la vida de Barrie podría echarle algunas luces sobre por qué la pista a la sexta prueba era una cita de una obra de ficción.
Rose se alejó de la estantería de literatura muggle y caminó directo hacia la zona de biografías y autobiografías. Sería mucho más difícil encontrar algo allí: no tenía idea de por qué letra empezar. Desconocía el nombre de algún estudioso de la vida de Barrie, pero no podía rendirse.
La imagen de Ásban sonriendo le hizo cerrar los ojos y tensar todos los músculos de su cuerpo. Tenía que ganar, fuera como fuera, la sexta prueba.
Las cosas, sin embargo, se complicaban conforme ella y Scorpius iban acercándose a la recta final. Los exámenes en Hogwarts estaban a la vuelta de la esquina y era la primera vez en su vida que no le preocupaban en lo más mínimo. Le parecía increíble que hubiese habido una época en la que le importaran sus calificaciones, como si aquello tuviese algún tipo de relevancia. El mundo se caía a pedazos, la guerra se avecinaba, implacable, mientras cientos, quizás miles de magos eran agredidos en campos de concentración que Ásban conocía y utilizaba para aumentar el odio mágico hacia los muggles, y mientras tanto todos los estudiantes en la biblioteca mordían sus plumas como si pasar un curso o hacer bien un examen fuera importante. No: lo importante estaba ocurriendo fuera de esos muros. ¿Por qué nadie lo entendía?
¿Por qué nadie en Hogwarts ni en el mundo mágico era consciente de todo el daño y el peligro que se les estaba viniendo encima?
Rose miró el cúmulo de estanterías frente a ella y suspiró. Esa misma mañana les había llegado El profeta con la noticia de que, por decreto ministerial, ningún mago o bruja tenía permiso para abandonar el mundo mágico bajo ninguna circunstancia. En realidad, dicho decreto era la respuesta desesperada al decreto muggle lanzado pocas horas antes al público en general: ningún mago o bruja podía estar exento de ser privado de su libertad en tierras muggles. Esto significaba, por supuesto, no solo un control de fronteras, sino una excusa perfecta para llenar los campos y las prisiones muggles de "fenómenos" que "llevan siglos agrediéndonos en silencio" y "saliéndose con la suya" al aplicar "actos de magia en beneficio de su raza", dijo el primer ministro muggle, según recogía El profeta. "Se está produciendo un éxodo de magos y de brujas de vuelta al mundo mágico", comentó el primer ministro de magia, "Ya no se sienten seguros del otro lado".
Y, a pesar de esto, lo único que parecía preocuparle a Hogwarts eran los exámenes.
Rose paseó brevemente su mirada alrededor y vio las mesas atiborradas por muchachos y muchachas que estudiaban, desesperados, y sintió una especie de rabia que la hizo sentir culpable.
¿Cómo podían no entender que el mundo, toda la paz que habían disfrutado desde niños, pendía de un hilo?
Tal vez tenía que admitir que sentía algo de envidia: ella jamás podría ya ser como ellos. Nunca más podría preocuparse por un examen; no después de todo el horror que sabía que estaba ocurriendo allá afuera.
No hasta que acabara con Ásban de una buena vez.
Rose se puso de cuclillas y empezó a revisar, uno a uno, los lomos de la última estantería. Era increíble todo lo que había ocurrido en aquellos tres últimos días. Entre los preparativos para su traslado, y el de sus primos, a la madriguera para la boda de Teddy y Victoire, las noticias sobre el inestable ambiente político y la pista de la sexta prueba, apenas había tenido tiempo para estar con Scorpius. El mismo slytherin había estado distante, o estudiando o acompañado por Megara y Alexander, lo cual era absolutamente comprensible: era de esperarse que quisiera estar con su mejor amiga tras la ruptura entre ella y Albus. El castillo era grande y no se habían encontrado casi en ningún momento, salvo pequeños momentos en los que siempre estaban acompañados y no les quedaba otra alternativa que seguir con lo suyo. Ni siquiera en la sala común habían coincidido. Rose lo había esperado aquellas tres noches en la habitación del slytherin, pero Scorpius no llegó nunca a dormir.
Rose se mordió el labio inferior. ¿Estaría quedándose a dormir en la sala común de slytherin? ¿Aarón, Gania, Fiodor y Ginger lo sabrían? Después de todo, eran sus guardaespaldas. De Ginger podría esperarse cualquier cosa, pero Aarón y los hermanos Abramovich eran excelentes en su trabajo. Era inverosímil que no hubiesen notado que Scorpius no estaba durmiendo en su nueva sala común.
La gryffindoriana sintió una leve incomodidad al pensar que quizás Aarón, Fiodor y Gania sabían en dónde Scorpius pasaba la noche y ella no.
Suspiró.
Entendía que, quizás, después de lo que había ocurrido en la quinta prueba Scorpius necesitara tiempo para pensar sus cosas, por eso había decidido no buscarlo. Confiaba en él: si el rubio estaba durmiendo en otra parte y durante tres días no se había acercado a ella, tenía que haber una buena razón. Ella misma había tenido muchas cosas en las que ocuparse en ese tiempo. Ayer había conseguido, por ejemplo, hablar con Albus sobre el tema de Megara. Los dos, frente al lago, habían tenido un momento íntimo como hacía mucho no lo tenían.
—No puedo decírselo, Rose —dijo el moreno mientras lanzaba una piedra pequeña al agua y esta rebotaba varios metros creando ondas circulares.
La pelirroja se llevó los rizos rojos detrás de las orejas y se cruzó de brazos.
—Entonces vas a dejarlo así —comentó casi para sí misma—. Ya no la quieres.
Albus paró su juego repentinamente y bufó mientras clavaba sus ojos verdes en los de su prima.
—No, no la quiero —la corrigió con cierta molestia—. Estoy enamorado de ella. Es absolutamente diferente.
Rose frunció el ceño.
—¿Entonces cómo puedes dejarla ir de esta manera? ¿No te das cuenta de que la estás perdiendo? Al, quien va a sufrir más con todo esto eres tú.
Los ojos de Albus se llenaron de un peso que ella reconoció al instante.
—Lo sé —le dijo con una voz grave y herida—. Pero esto… Esto puedo soportarlo. —Se pasó una mano por el cabello negro y desordenado—. Rose, puedo soportar que ella me odie o que piense que he jugado con ella, o que no he tomado nuestra relación en serio. Todo eso es aguantable para mí. Pero si le cuento mi historia con Danielle, si le explico la verdad…
Rose entendió al instante lo que Albus quería decirle y, por unos segundos, sintió como si él y ella fueran la misma persona.
—No podrías tolerar su decepción.
Albus bajó la mirada y ella supo lo mucho que estaba sufriendo.
—Nunca en mi vida había sentido esto: es como si toda mi fuerza dependiera de que ella no me mirara como si fuera una basura. No podría resistir que Megara me viera de esa forma. No ella.
Rose cortó el espacio entre ella y su primo y lo tomó por la barbilla, obligándolo a levantar la cabeza otra vez. Sus ojos se encontraron directamente.
—Albus, tú ya no eres esa persona —le dijo ella con firmeza—. Ese adolescente de antes… Ese ya no eres tú.
El moreno tomó la mano de Rose y la alejó de su cara.
—Siempre somos nuestro pasado —le dijo en un tono rotundo—. Lo queramos o no, no podemos escapar de lo que hemos hecho.
Rose tragó saliva. ¿Cómo podía darle consejos a su primo cuando una de las razones por las que no se sinceraba del todo con Scorpius era por temor a enfrentarse a la decepción del rubio? Supo, en ese instante, que aún seguía siendo la misma adolescente temerosa de principio de año: ya no temía al fuego, ni a Ásban, ni a sus propios poderes, pero moría de miedo de que Scorpius la rechazara; la paralizaba el solo imaginar que él no pudiera comprender y aceptar lo que ella hizo en el campo de concentración.
De cierta manera, al igual que Albus, tenía miedo de que la persona que amaba se decepcionara de ella.
—Intenté decírselo en varias ocasiones. Incluso le pedí que me diera tiempo, pero la verdad es que no creo que pueda hacerlo. No puedo contarle lo que pasó entre Danielle y yo.
Rose se humedeció los labios. Había algo que la diferenciaba de Albus: era cierto que temía la reacción de Scorpius ante la verdad, pero también era cierto que la otra razón por la que se la ocultaba era precisamente para protegerlo de Ásban, quien había demostrado no tener escrúpulos a la hora de intentar deshacerse de aquellos que le estorbaban. Su silencio, por lo tanto, no era completamente egoísta: en su mente estaba el bienestar de Scorpius presente, como una llama que no se apagaba nunca.
—Amar no es para cobardes —le dijo la gryffindoriana, recordando cómo tanto ella como Scorpius habían querido, en algún momento, huir de lo que sentían por el terror que les producía la abrumadora responsabilidad que ello implicaba—. Si no puedes poner a Megara por encima de tus temores, entonces no la amas tanto como crees que lo haces. Cuando amas a alguien no puedes solo darte la vuelta y correr. Créeme, todos quisiéramos hacer eso. Sería mucho más fácil, pero no podemos. Cuando amas a alguien, todas las estrategias son inútiles y correr no sirve de nada porque vuelves exactamente al mismo sitio donde partiste. Ahora estás huyendo de Megara porque tienes miedo y lo entiendo. Sé lo atemorizante que es tener a alguien a quien decepcionar. Pero quiero que sepas que si la amas no vas a poder escapar de lo que sientes. La verdad siempre te encontrará dentro de ti.
No sabía si sus palabras habían ayudado a Albus, pero si lo conocía lo suficiente, entonces estaba segura de que lo que sentía por Megara era sincero y profundo. Albus creía ahora que su miedo a decepcionar a la slytherin era más fuerte que su miedo a perderla, pero eso se debía a que aún no sabía lo que era perder a un ser amado. El moreno jamás había experimentado algo parecido. Y estaba equivocado.
Lo único que había podido hacer por Albus fue intentar que sus primos (especialmente Louis y Fred) dejaran de preguntar insistentemente por las razones detrás de su ruptura con Megara. Después de todo ella era la única que sabía lo que había ocurrido en realidad con Danielle y, por lo tanto, la única que conocía la verdad que hasta el día de hoy le pesaba a Albus como un bloque de cemento sobre el pecho.
Rose emergió de sus pensamientos cuando escuchó la voz de Rob Finnigan al otro lado de la estantería y los pasos de dos personas más.
—Les juro que lo vi: al simio Weasley con Megara Zabini, conversando bajo un árbol. ¿No les parece extraño que se acerque de ese modo a la ex novia de su primo poco después de que este terminara con ella? Siempre pensé que Hugo tenía el cerebro de una nuez, pero debo admitir que jamás se me ocurrió que fuera capaz de traicionar a su propia familia.
La pelirroja entornó los ojos e, impulsada por la rabia que le recorrió del vientre hasta la garganta, se puso de pie y caminó hacia el otro lado de la estantería.
El rostro de Rob Finnigan, al verla, fue un poema. Sus dos amigos sonrieron como divertidos por la situación.
Rose apoyó su hombro contra la estantería y se cruzó de brazos. Sus ojos azules estaban fijos en los de Finnigan y él, disimilando su asombro y recobrando su pedantería usual, esbozó una media sonrisa.
—Rose, qué sorpresa verte entre tantos libros. Tú que gozas tanto del sol y de la diversión…
La pelirroja sonrió levemente.
—Estabas hablando de mi hermano.
El chico se encogió de hombros.
—Debes haber escuchado mal, porque en realidad yo…
—No te lo estoy preguntando, lo estoy afirmando. Estabas hablando de mi hermano —le dijo ella con firmeza, pero sin borrar la delgada sonrisa de su rostro. Dio dos pasos hacia él, cortando la distancia—. La próxima vez que vuelvas a referirte a mi hermano de ese modo, intenta que su hermana mayor, la que es infinitamente más inteligente que tú, la que ha pasado ya cinco pruebas de Merlín en donde ha tenido que hacer cosas que tu pequeño cerebro jamás podría imaginar, no te escuche. ¿Sabes por qué? —Rob, intimidado, negó con la cabeza—. Porque esa hermana mayor podría lastimarte sin que nadie nunca pudiera probar que fue ella quien lo hizo. Pero tú lo sabrías. Créeme: lo sabrías.
Finnigan tragó saliva, pálido, y Rose tuvo que contener las ganas que tuvo de reír en ese momento. Era demasiado fácil asustar a cobardes como Rob. No podía creer que hubiese existido un tiempo en el que ella se dejaba aplastar por los comentarios o actitudes de ese chico. Recordaba muy bien cómo pasaba por encima de ella a pesar de ser la prefecta de Gryffindor. Él siempre se aprovechó de cuando era demasiado ingenua y tonta como para defenderse.
Con gran esfuerzo guardó la compostura y, pocos segundos después, vio al gryffindor hacerle señas a sus amigos para irse. El trío se alejó a un paso frenético y, solo entonces, Rose rió sin importarle en lo más mínimo que estaba dentro de una biblioteca.
Al menos Finnigan había alegrado un poco su día.
Tras un chasquido de lengua, Rose se despegó de la estantería y caminó hacia el otro lado de los libros de biología, de vuelta a la sección de biografías.
Entonces su nariz se topó de frente contra una barbilla que conocía a la perfección. Sus ojos azules subieron por ese rostro blanco y de facciones masculinas hasta llegar a unos ojos grises intensos que la miraban con seguridad y orgullo. Instintivamente retrocedió un paso, pero él se movió con ella, y juntos quedaron al borde de la estantería, justo en ese espacio intermedio entre un lado y el otro.
Rose, incapaz de cortar el contacto visual, entre abrió los labios. ¿Cómo era que Scorpius siempre conseguía ponerla así de nerviosa? El slytherin, sin alejarse ni un ápice, puso una de sus manos contra la estantería.
—De modo que esto es lo que has estado haciendo todo este tiempo —le dijo con suavidad—. Asustando al pobre tonto de Rob Finnigan. No está mal, Weasley. Nada mal.
Rose se humedeció los labios conscientemente y, de inmediato, vio cómo los ojos grises del rubio corrieron hacia sus labios. Las pupilas del slytherin se dilataron.
Bien. No tenía por qué ser ella la única afectada, ¿cierto?
—No es todo lo que he estado haciendo, para tu información.
Scorpius esbozó una ligera sonrisa mientras volvía a clavar sus ojos en los de ella.
—¿Te he dicho que me encanta cuando hablas como una insoportable sabelotodo?
Rose levantó una ceja.
—Creí que era lo que más odiabas de mí.
Scorpius se mordió el labio inferior y esta vez fue Rose quien deslizó su mirada hacia la parte inferior de su rostro.
—No hay nada que odie de ti.
Rose dejó escapar, apropósito, un suspiro que más bien sonó como un pequeño gemido y Scorpius contuvo la respiración.
—Mientes.
El rubio apoyó su mano al otro lado de la estantería, aprisionando a Rose, y quiso cortar la poca distancia que había entre ellos para besarla, pero la pelirroja interpuso su mano entre ambos.
Scorpius esbozó una media sonrisa.
—¿Vas a castigarme tan pronto, Weasley? Por qué no mejor admites que me extrañaste.
Rose negó con la cabeza.
—Ni siquiera me he dado cuenta de que han pasado tres días desde que dormiste por última vez en nuestra sala común. No he notado para nada tu ausencia.
Scorpius sonrió ampliamente esta vez.
—¿Quieres saber en dónde he estado durmiendo?
Rose asintió.
—Y tal vez saber por qué no te has tomado un solo segundo durante tres días para hablarme —le dijo intentando no sonar resentida.
—Ya veo —dijo el slytherin—. No me vas a dejar besarte hasta que te responda todas esas preguntas, ¿cierto?
Rose asintió.
Algo pareció encenderse en Scorpius al obtener esa respuesta.
—Ya lo veremos —le susurró mientras deslizaba su mano hacia el muslo derecho de la pelirroja. Rose contuvo el aliento cuando sintió los dedos del slytherin directamente sobre su piel, agarrando todo lo que podía mientras subían lenta y tortuosamente—. Primero quiero que seas tú quien me diga qué ha hecho estos tres días. Quiero un resumen. Y más te vale que sea bueno, Weasley.
La gryffindoriana, con el pecho latiéndole a mil por segundo, tragó saliva.
—Este no es tu juego —le susurró con el mentón ligeramente elevado, casi conteniendo la respiración mientras la mano del slytherin continuaba subiendo—. No eres tú quien pone las reglas.
Scorpius se humedeció los labios al ver los de Rose entreabrirse cuando él atravesó con su mano el umbral de la altura de su falda.
—Veremos.
Rose intentó alejarse del slytherin en vano: estaba atrapada y no había forma de soltarse de él sin llamar la atención de todos aquellos estudiantes que estaban estudiando en las mesas más próximas.
La voz de Scorpius se volvió grave y profunda cuando sus dedos acariciaron los muslos de la pelirroja y ella, instintivamente, abrió apenas sus piernas sin percatarse de ello.
—Está bien, tú ganas, Weasley. Te diré qué he hecho durante estos tres días —le dijo en el oído. Los dos empezaban a agitarse—. Básicamente, dos cosas: 1) Asegurarme de que mi mejor amiga esté bien pese al imbécil de tu primo. —Alcanzó la ropa interior de Rose y, con gran habilidad, la hizo a un lado—. 2) Tomando los libros de la biblioteca que puedan ayudarte a resolver la pista de Peter Pan antes que yo.
Rose se acercó al mentón del rubio y lo mordió ligera y inesperadamente. Scorpius gimió de dolor y de placer simultáneamente y, aprovechando su desconcierto, la pelirroja logró escapar de sus brazos, arreglarse la falda, y emerger de la estantería hasta una zona visible para los estudiantes, asegurándose así de que Scorpius no pudiera continuar lo que fuera que estaba haciendo.
El rubio se volteó y pegó su espalda contra la estantería, mordiéndose el labio inferior, frustrado y con la mirada encendida. Rose intentó controlar el deseo que la embargaba y lo miró a los ojos con severidad fingida.
—Parece que nos cuesta mucho dejar esta dinámica.
Scorpius, desconcentrado, levantó una ceja.
—¿Cuál?
La pelirroja se apoyó en la mesa más cercana.
—La de tener sexo para evitar hablar de cosas importantes.
Scorpius sonrió.
—No soy yo quien guarda secretos.
Rose sintió las gotas de reproche que se escondían en esa frase, pero decidió ignorarlas.
—Así que has pasado la noche en la biblioteca robando libros para que yo no los encuentre y así tener ventaja en la sexta prueba —dijo la gryffindoriana, cruzándose de brazos—. Eres el mejor novio sobre la tierra.
Scorpius guardó sus manos en los bolsillos de su pantalón.
—Técnicamente no somos novios, pues nadie lo sabe y tenemos una relación a escondidas. Yo diría más bien que somos amantes.
—Amantes monógamos.
—¿Estás segura?
Rose abrió la boca, ofendida, y Scorpius volvió a morderse el labio inferior.
—Cierra la boca, Weasley —le dijo y luego la apuntó con el índice—. Tienes prohibido hacer eso delante de otros chicos, ¿entendido?
Rose sonrió.
—¿Por qué? ¿Rompería tu corazón?
Scorpius entornó los ojos.
—Cuando pierdas la competencia te vendrá bien asistir a las convocatorias para ser redactora en Corazón de bruja. Parece que es tu verdadera profesión.
—Disculpa, pero no fui yo quien sólo porque pensó que me acosté con otra persona decidió internarse en el bosque en medio de una tormenta, enfermarse y decirme una y otra vez "No te vayas. No me dejes solo".
Scorpius cerró los ojos.
—De acuerdo, sí: romperías mi corazón.
Rose caminó hacia él y, otra vez escondiéndose de la mirada de los estudiantes que poblaban la biblioteca, se paró de puntillas, enlanzando sus brazos alrededor del cuello del slytherin, y lo besó.
Scorpius abrió su boca para recibirla. Sus lenguas se encontraron con placer y ella lo escuchó rugir mientras la tomaba por la cintura y la pegaba contra él y una inevitable erección.
Suspiraron mientras separaban sus labios para tomar aire.
—Weasley…
—¿Umm?
—Vámonos de aquí.
Un carraspeo los hizo separarse el uno del otro incluso antes de ver a Aarón a pocos metros, apoyando el hombro en una estantería, mirándolos con su usual sonrisa de corrección política.
—Lamento interrumpirlos.
—Gozenbagh, qué alegría verte —soltó el rubio, hastiado.
—Pero tienen que venir conmigo —continuó el castaño mientras se daba la vuelta—. Han venido a buscarlos.
2.-
Yo, Negro
Scorpius había pasado los últimos tres días con la cabeza invadida por pensamientos asfixiantes y dudas acerca sí mismo. La última prueba lo había dejado bastante trastocado: nunca una victoria le había sabido tan amarga. Si no hubiera sido por Rose, ¿estaría siquiera vivo para contarlo? Sin embargo, su sistema moral, uno que jamás antes había cuestionado, le había impedido dejar que ella lastimara a Kazvec Quincy; tampoco había permitido, por esa misma razón, que continuara lastimando a Hyorin. Rose, a quien conocía más que a nadie, en cambio, tenía otra mirada sobre las cosas: para ella, a veces el fin se imponía sobre los medios. Scorpius siempre había pensado que esa idea maquiaveliana era perversa.
Al menos hasta la quinta prueba.
Necesitaba pensar profundamente en lo ocurrido, pero, a la vez, cuidar de Megara, hacerla sentirse apoyada tras su ruptura con Albus, y también indagar en torno a la pista se la sexta prueba. Para hacer todo aquello necesitaba, al menos unos días, alejarse de Rose. Tomó esa decisión en el mismo instante en el que leyó la pista en el gran comedor y vio, clara y nítidamente en los ojos de la pelirroja, una verdad innegable: ahora Rose sabía bien quién era, qué era lo que quería y hasta dónde era capaz de llegar para conseguirlo. ¿Podía él decir lo mismo?
¿Conocía él, acaso, sus límites? ¿Estaba convencido de conocerse hasta lo más profundo, de haber entrado en las zonas más oscuras de sí mismo y emergido de forma victoriosa?
Había muchas cosas que Rose le ocultaba, cosas que habían ocurrido durante su secuestro, después de la muerte de sus abuelos. Él no conocía los detalles, pero por el evidente cambio que se había producido en la pelirroja entendía, al menos, que la experiencia que ella había vivido la había hecho conocerse, aceptarse y mirar hacia delante con una actitud que él siempre pensó que solo le pertenecía a él.
En cambio, ahora sentía que no estaba convencido de saber qué decisiones tomar en determinadas situaciones: si no hubiera sido por Rose, Quincy quizás lo habría matado y la eterna y sangrienta guerra entre magos y gigantes habría continuado. Rose había acabado con Quincy, y eso era un asesinato, pero gracias a eso él estaba vivo y la gente en la tierra de los gigantes podría volver a empezar con un nuevo gobierno; uno, al menos, que no fuera el despótico y lunático de Quincy. Pensó en Merlín y en todas esas duras decisiones que el mago tuvo que tomar para que, en su época, las cosas fueran mejores. Merlín había sacrificado a Morgana, había intentado asesinarla, había hecho muchas cosas para proteger a Arturo, cosas que en realidad podrían considerarse inmorales. En algunos aspectos, hasta había estado al nivel de Morgana, solo que ella había optado por ser más radical aún.
Entonces, ¿acaso Merlín estaba intentando decirles que no podrían ser miembros de la Orden y proteger al mundo mágico sin mancharse las manos? ¿Era eso lo que significaba proteger a otros?
—Supongo que para ti es muy duro —le dijo Megara con Alexander descansando sobre sus piernas en el césped—. Lo sería así para cualquiera de nosotros. Nacimos en hogares manchados por un pasado que nos avergüenza. Por eso hemos decidido ser tan estrictos con nuestras acciones y tan coherentes con nuestra moral: porque sabíamos que todos nos estaban mirando, esperando que fuéramos los malos. Nos hemos equipado para hacer lo correcto siempre, el problema está, claro, que en situaciones como las que nos cuentas la línea entre lo correcto y lo incorrecto es tan difusa que no es fácil saber hacia dónde poner el pie.
Scorpius no dijo nada, pero Megara lo conocía y había dado justamente en el clavo: ¿cómo desmontar, ahora, toda su educación, todo lo que con esfuerzo había utilizado para construir su carácter? Su moral, su idea del bien, su noción de responsabilidad social… Todo eso había sido puesto en duda en la quinta prueba. Ya no tenía claro qué era lo correcto o lo incorrecto, y eso lo desestabilizaba internamente. ¿Cómo podría ganar la próxima prueba o convertirse en uno más de la Orden si no tenía una idea clara de qué decisiones tomar en situaciones límite?
—Es normal que muchas cosas en ti vayan a cambiar tras las pruebas —dijo Alexander—. Están hechas para eso: para obligarte a ti y a Rose a madurar antes de tiempo y a entender lo que significa ser un miembro de la Orden. Para cuando terminen la última prueba, ninguno de los dos será siquiera la sombra de las personas que eran cuando empezaron este recorrido.
¿Qué era lo correcto y hasta dónde estaba él dispuesto a llegar para conseguir "el bien común"? Las tres últimas noches las pasó en la biblioteca releyendo Peter Pan de Barrie y tomando todos los libros sobre el autor que pudo encontrar, pero también preguntándose si acaso se conocía tan bien como él creía, o aún le quedaba enfrentarse a esa zona oscura, a lo peor dentro de sí mismo, esa negrura que había enjaulado en lo más recóndito de su ser para no verla jamás.
¿Podría acaso, algún día, enfrentarse a ella?
Por otro lado, todo lo que estaba ocurriendo entre el mundo mágico y el muggle parecía estar llegando a su límite. Los magos y brujas radicados en la zona muggle estaban regresando en masa el mundo mágico por culpa de las drásticas y amenazadoras decisiones de los gobiernos muggles. Las pruebas, sin duda alguna, se acelerarían: era un imperativo encontrar rápidamente a la última pieza de la Orden. Rose o Scorpius, uno de los dos tenía que ganar pronto, antes de que se desatara la guerra.
Aquella, por supuesto, era otra de sus preocupaciones: su padre, al igual que los de Rose, pertenecían al Escuadrón Azul, y ante las medidas muggles estaba claro que ellos corrían mucho más riesgo que antes en su misión de desarticular a Exus. Intentó escribirle una carta a su padre, pero no supo qué decirle. La pluma goteó, suspendida en el aire, tinta negra sobre el pergamino. Y eso fue todo.
Estaba convencido de que Rose debía estar preocupada por sus padres también, sobre todo esa mañana, cuando todos recibieron El profeta en sus mesas. Durante aquellos días, gracias a su decisión de mantenerse fuera de su sala común y ocupado en otras cosas, había tenido pocas oportunidades de verla. Cada día, a cada hora, la había extrañado, pero ya no de la misma forma impaciente de antes, sino de una manera más sosegada, más serena. Sabía que necesitaba ese espacio para él mismo, que necesitaba pensar; y sabía que ella lo entendería. Rose y él, después de todo, siempre se habían comprendido con pocas palabras de por medio. Aunque sospechaba que podría estar un poco molesta ya que él ni siquiera le había informado de su decisión y llevaba ya tres noches sin dormir en la sala común. Hacía dos días la había visto a lo lejos charlando con Aarón, con esa misma complicidad que él envidiaba y celaba en silencio, pero no hizo nada, solo continuó con su camino, pues todavía necesitaba tiempo para pensar y, además, estaba aprendiendo que amar era un estado en el que ni siquiera los celos, siempre irracionales, eran lo suficientemente fuertes como para romper la confianza.
Y si había alguien en quien Scorpius confiaba ciegamente, ese alguien era Rose.
Confiaba en ella, incluso cuando no estaba de acuerdo con sus decisiones o su forma de ver el mundo. Confiaba porque conocía, mejor que nadie, su interior: adentro de Rose había un enorme jardín de violetas, y estas tenían espinas, pero solo porque deseaban protegerse de los males externos, protegerse unas a otras y aguantar las amenazas y el invierno. Sobre las violetas crecían las ramas pobladas de hojas de árboles enormes que oxigenaban el paisaje. No había ni una sola gota de maldad en ese terreno: solo vida y belleza, solo una fuerza descomunal que resistía la intemperie.
Entonces, ¿por qué no le había dicho nada todavía sobre el cuaderno rojo? Su intención había sido convencer, a través de un falso espionaje, a Ásban de que Rose no estaba en malos pasos ni realizando ninguna actividad fuera de lo normal; en resumidas cuentas, que Rose no era el peligro que él creía. Sin embargo, se había visto obligado a mentir en esas páginas: había omitido, por ejemplo, el tiempo que Rose compartía con Aarón, pues sabía que Ásban sospecharía de ello, y había omitido también todo lo ocurrido en la quinta prueba. Ese sencillo acto de omisión lo hacía sentirse como si estuviera cubriéndole las espaldas a Rose de algo que no entendía. ¿Por qué no solo le había dicho la verdad desde un principio? ¿Por qué no le había contado a Rose lo que Ásban le había pedido?
Todo había ocurrido demasiado rápido, eso era cierto. Apenas había tenido tiempo para pensar sobre el cuaderno rojo. Aquello era algo que Rose tenía que saber, pues era evidente que Ásban estaba vigilándola y, probablemente, no solo pretendía hacerlo a través de él. ¿Por qué, entonces, no le contaba la verdad?
En el fondo, las palabras de Ásban se repetían en su cabeza: "Serás tú quien tenga que detenerla en un futuro".
¿Podría ser, acaso, que una parte de él en verdad creyera, de una u otra forma, que Rose podría llegar a ser peligrosa? Si eso era así, entonces era cierto que no se conocía tan bien como creía, pues había cosas en su interior que ni él mismo era capaz de descifrar.
Suspiró encaminándose a la biblioteca. En realidad, lo que menos le apetecía de todo era ir a la boda Weasley/Lupin, pero no estaba dispuesto a alejarse de Rose por más tiempo (tres días sin estar juntos en el mismo castillo era una cosa soportable, pero dos días separados a una distancia de más de cien kilómetros era algo que no podía contemplar). Ya estaba, de hecho, empezando a tener síntomas de abstinencia: no tenía ningún asunto por resolver en la biblioteca, solo se dirigía hacia allí porque sabía que podría encontrar a Rose entre las estanterías, buscando libros que él ya había tomado.
Quizás sería mejor que le contara lo del cuaderno rojo antes de ese viaje a la Madriguera.
Entró a la biblioteca. Estaba poblada como nunca antes. Scorpius entornó los ojos y caminó entre el gentío, pensando en lo absurdo que era que creyeran que realmente les iría bien en los exámenes si estudiaban como locos unos pocos días antes. Le parecía increíble que la mayoría de ellos fueran a graduarse. La vida estaba llena de tontos que pasaban exámenes con el mínimo puntaje posible, como si lo más importante, el conocimiento, fuera medible con una calificación.
Entonces vio, tras una estantería, a Rose hablando con Rob Finnigan y otros chicos de Gryffindor. "¿Qué demonios tiene ella que hablar con esos subnormales?", pensó, y avanzó, desde la estantería opuesta, para poder escuchar sin ser visto.
—Estabas hablando de mi hermano —dijo Rose.
—Debes haber escuchado mal, porque en realidad yo…
—No te lo estoy preguntando, lo estoy afirmando. Estabas hablando de mi hermano.
Lo que siguió fue una amenaza en toda regla que hizo que Scorpius sonriera. No tenía idea de qué era lo que Finnigan había hecho para merecer ese escarmiento, pero como sabía que era un cretino, desde ya apoyaba la poco ortodoxa técnica de Rose.
Vio, entre los resquicios de los libros, cómo Finnigan se iba con sus amigos y como una sonrisa llena de satisfacción se dibujaba en el semblante de la gryffindoriana.
"Eres terrible", pensó el slytherin, disfrutando de la diversión de la pelirroja.
Ya no podía aguantar más: necesitaba hablarle, preguntarle cómo estaba, besarla, oler su cuello. No era solo que de parecerle insignificante y aburrida había pasado a encontrarla irresistible e impredescible, sino que —y esto lo había pensado durante esos tres días mientras compartía gran parte de su tiempo con Megara y Alexander— Rose se había convertido en su mejor amiga, aquella con la que podía ser él mismo sin ninguna máscara. Era ella quien mejor lo conocía: no había nadie más en el mundo que supiera tanto de él como Rose.
Tal vez por eso le dolía pensar que, quizás, el mejor amigo de la pelirroja no era él, sino Aarón. Después de todo, era con el castaño con quien ella no utilizaba ninguna máscara. Con él, en cambio, aún habían puertas sin abrirse.
Pero tenía que ser paciente. Tenía que serlo y saber esperarla.
Cuando la vio dispuesta a darle la vuelta a la estantería, Scorpius se colocó justo en el camino y chocaron de frente. Sintió la cálida y suave nariz de Rose topar su mentón y, ante la sorpresa de la gryffindoriana, sonrió. Ella retrocedió un paso, pero él no estaba dispuesto a dejarla escapar: la siguió en ese paso y juntos quedaron al borde de la estantería, ocultos de las miradas de los otros.
Scorpius, aliviado por poder tenerla cerca y excitado a la vez, recorrió con dulzura las pecas de su rostro solo por un segundo, pues prefirió mantener el contacto visual con ella y disfrutar de sentirla tan nerviosa, como si fuera la primera vez.
—De modo que esto es lo que has estado haciendo todo este tiempo —le dijo con suavidad—. Asustando al pobre tonto de Rob Finnigan. No está mal, Weasley. Nada mal.
La pelirroja se humedeció los labios y Scorpius sintió que su mundo entero se ensanchaba, agrandándose dentro de él. Involuntariamente su mirada cayó hacia los labios de Rose y el deseo comenzó a palpitarle por dentro con la fuerza de un tambor.
—No es todo lo que he estado haciendo, para tu información.
Scorpius sonrió. Adoraba esa voz: limpia, sutil, pero firme, y ese tono de prepotencia que lo había encendido desde el minuto uno, desde la primera vez que hablaron, años atrás, cuando no podría imaginarse que acabaría amándola más que a su propia vida.
—¿Te he dicho que me encanta cuando hablas como una insoportable sabelotodo?
Ella levantó una ceja.
—Creí que era lo que más odiabas de mí.
Se mordió el labio inferior con la intención de desconcentrarla, y supo que lo consiguió cuando la vio bajar la mirada hacia su boca. La pobre no tenía idea de todo lo que pasaba en ese mismo instante por su mente: de todo aquello que quería hacerle solo para escucharla gemir y repetir su nombre una y otra vez.
—No hay nada que odie de ti —le confesó en un susurro.
La pelirroja dejó escapar un sonido similiar a los pequeños gemidos que hacía cuando él estaba encima de ella, penetrándola. Los conocía tan bien que, al escucharla, fue como si todos los recuerdos de esas veces en las que la había hecho suya volvieran a su mente de un solo golpe. Tuvo que contener la respiración.
—Mientes —le dijo ella.
Sin poderlo resistir más, el rubio se inclinó hacia ella con la intención de besarla como si no hubiera mañana, pero ella puso una mano entre los dos, impidiéndole satisfacer su deseo.
Scorpius esbozó una media sonrisa. Lo sabía: estaba un poco molesta.
—¿Vas a castigarme tan pronto, Weasley? Por qué no mejor admites que me extrañaste.
Rose negó con la cabeza, pero él sabía que lo había extrañado: podía leerlo en su rostro. Era gracioso cómo intentaba fingir que su ausencia le había importado menos de lo que en realidad le importó. ¿Qué no sabía que él podía ver a través de ella como si se tratara de un cristal?
—Ni siquiera me he dado cuenta de que han pasado tres días desde que dormiste por última vez en nuestra sala común. No he notado para nada tu ausencia.
—¿Quieres saber en dónde he estado durmiendo?
—Y tal vez saber por qué no te has tomado un solo segundo durante tres días para hablarme.
—Ya veo —dijo el slytherin—. No me vas a dejar besarte hasta que te responda todas esas preguntas, ¿cierto?
Rose asintió. A Scorpius, en el fondo, le encantaba cuando ella adquiría ese talante mandón y exigente. Le recordaba a esa Rose contenida de principios de año, con ansias de liderar pero sin las capacidades para hacerlo. Ahora, en cambio, tenía todas las virtudes de una líder, y no podía evitar sentirse tentado por esa actitud de demanda, como si se tratara de un reto.
—Ya lo veremos —le susurró mientras deslizaba su mano hacia el muslo derecho de la pelirroja. Rose contuvo el aliento cuando sintió los dedos del slytherin directamente sobre su piel, agarrando todo lo que podía mientras subían lenta y tortuosamente—. Primero quiero que seas tú quien me diga qué ha hecho estos tres días. Quiero un resumen. Y más te vale que sea bueno, Weasley.
La gryffindoriana, con el pecho latiéndole a mil por segundo, tragó saliva. Scorpius disfrutaba tanto cuando la ponía a prueba y lograba sacarla de su zona de confort. Pelear con ella, competir con ella, hacer el amor con ella… a veces los límites entre esas tres cosas se les iban de las manos.
—Este no es tu juego —le susurró ella con el mentón ligeramente elevado, casi conteniendo la respiración mientras la mano del slytherin continuaba subiendo—. No eres tú quien pone las reglas.
Scorpius atravesó con su mano el umbral de la altura de su falda. Por Merlín que estaba a punto de enloquecer con la tibieza y la suavidad de la piel de los muslos de Rose abriéndose con la llegada de sus dedos.
—Veremos.
Rose pareció resistirse, pero eso solo consiguió azuzar más el deseo del slytherin.
—Está bien, tú ganas, Weasley. Te diré qué he hecho durante estos tres días —le dijo en el oído. Los dos empezaban a agitarse—. Básicamente, dos cosas: 1) Asegurarme de que mi mejor amiga esté bien pese al imbécil de tu primo. —Alcanzó la ropa interior de Rose y, con gran habilidad, la hizo a un lado—. 2) Tomando los libros de la biblioteca que puedan ayudarte a resolver la pista de Peter Pan antes que yo.
Entonces, Rose contraatacó inesperadamente: mordió con delicadeza su mentón, pero con la suficiente presión como para causarle algo intermedio entre el dolor y el placer. Aprovechando su desconcierto, la pelirroja escapó y él tuvo que pegarse a la estantería e intentar recuperarse. Serenar su cuerpo le tomaría unos cuantos minutos.
Rose lo miró con una falsa severidad.
—Parece que nos cuesta mucho dejar esta dinámica.
—¿Cuál?
—La de tener sexo para evitar hablar de cosas importantes.
Scorpius sintió que ese comentario era verdadero: desde que su relación había empezado, desde aquella primera vez en el tren, siempre habían resuelto las cosas primero acostándose y luego hablando sobre ello. El orden siempre había sido inverso al del resto de las parejas normales, pero lo cierto era que en esos momentos de su relación, no era él quien estaba evitando hablar de ciertas cosas, sino ella. Y así se lo quiso hacer saber:
—No soy yo quien guarda secretos.
Rose no pareció captar el mensaje tras sus palabras.
—Así que has pasado la noche en la biblioteca robando libros para que yo no los encuentre y así tener ventaja en la sexta prueba. Eres el mejor novio sobre la tierra.
Scorpius quiso aprovechar la oportunidad para irritarla.
—Técnicamente no somos novios, pues nadie lo sabe y tenemos una relación a escondidas. Yo diría más bien que somos amantes.
El rubio tuvo que contener las ganas que tuvo de reír cuando vio la expresión de la pelirroja ante sus palabras.
—Amantes monógamos —dijo ella, como queriendo aclarar la situación.
—¿Estás segura?
Rose abrió la boca, ofendida, y Scorpius volvió a morderse el labio inferior, imaginando todas las cosas que podía hacer con esa boca.
—Cierra la boca, Weasley. Tienes prohibido hacer eso delante de otros chicos, ¿entendido?
—¿Por qué? ¿Rompería tu corazón?
Scorpius entornó los ojos. Ya lo estaba viendo venir: ahora era ella quien quería voltear la conversación a su favor.
—Cuando pierdas la competencia te vendrá bien asistir a las convocatorias para ser redactora en Corazón de bruja. Parece que es tu verdadera profesión.
—Disculpa, pero no fui yo quien sólo porque pensó que me acosté con otra persona decidió internarse en el bosque en medio de una tormenta, enfermarse y decirme una y otra vez "No te vayas. No me dejes solo".
Scorpius cerró los ojos. Ni siquiera quería recordar ese momento de su vida. Rose jamás podría imaginar hasta qué punto le dolió pensar que entre ella y Aarón había ocurrido algo. Creyó, genuinamente, que moriría.
—De acuerdo, sí: romperías mi corazón —le confesó evitando mirarla. El único en todo Hogwarts que podía realmente ser una competencia para él era Aarón. Por eso lo había despreciado desde el primer momento: porque vio la afinidad que Rose y él tenían y supo que allí había un peligro. Sin embargo, con el tiempo había empezado a ver cosas buenas en él, e incluso ya ni siquiera le caía mal del todo (cosa que, por un lado, detestaba, pues quería odiarlo como al principio).
Estaba pensando en esto cuando, de repente, sin que se diera cuenta en qué momento ella había caminado hacia él, Rose enlazó sus brazos alrededor de su cuello y, poniéndose en puntillas, lo besó.
Su sabor, por Merlín.
¿Podía haber algo en el mundo más exquisito que hundirse entre los labios de Rose Weasley Granger?
Scorpius rugió contra ella y la tomó por la cintura para obligarla a chocar contra su erección. Quería que supiera lo que le hacía: quería que supiera cuánto la deseaba.
Suspiraron mientras separaban sus labios para tomar aire.
—Weasley…
—¿Umm?
—Vámonos de aquí.
Un carraspeo, sin embargo, los hizo separarse el uno del otro. Allí estaba él, la sombra, el otro perfecto, el mejor amigo de su novia: Gozenbagh, sonriendo, como siempre, con esa insoportable corrección política cuando Scorpius sabía bien que no podía gustarle ni un ápice que Rose estuviera entre sus brazos.
—Lamento interrumpirlos.
—Gozenbagh, qué alegría verte —le soltó, hastiado.
—Pero tienen que venir conmigo —continuó mientras se daba la vuelta—. Han venido a buscarlos.
—¿Quiénes? —preguntó Rose, intrigada.
Aarón les dio la espalda y se encaminó hacia la salida de la biblioteca.
—Será mejor que lo vean por ustedes mismos.
Rose y Scorpius intercambiaron miradas de inquietud y, casi al instante, siguieron los pasos del castaño hacia el exterior. Durante el camino, los tres guardaron silencio. Scorpius notó que Rose sabía que Aarón no iba a decirles nada, como si lo conociera tan bien que ni siquiera se quiso tomar la molestia de insistir. El rubio, por su parte, no tenía intención alguna de rogarle nada a nadie, por lo tanto, prefería descubrir por sí mismo lo que estaba por ocurrir.
—¿Qué tal la preparación para la sexta prueba? —les preguntó el castaño, finalmente, cuando les quedaba ya poco para llegar a la oficina de la directora de Hogwarts.
—Mal. Scorpius me boicotea —respondió Rose.
—Disculpa, pero yo no tengo la culpa de que seas lenta.
—Ha tomado todos los libros sobre Barrie y Peter Pan de la biblioteca —continuó la pelirroja—. Y no piensa devolverlos.
—Los necesito, Weasley.
—Podrías al menos prestármelos en algún momento del día en que no los leas, por ejemplo, mientras te duchas, o algo por el estilo.
—¿Quién te ha dicho que no los leo cuando me ducho?
—Sigues siendo el mismo egoísta de la primera prueba cuando te pedí que trabajáramos juntos y me respondiste "no estoy interesado".
Scorpius la miró con autosuficiencia.
—Es que no estoy interesado.
Aarón esbozó una media sonrisa.
—¿Estás segura de que tiene todos los libros sobre Barrie y Peter Pan que hay en el castillo?
Scorpius y Rose miraron al castaño y guardaron silencio. El rubio bufó.
—Gozenbagh, eres como un trozo de hielo en mis pantalones, ¿lo sabías?
—Tal vez si… ¡Ya lo tengo! —dijo Rose mientras miraba al castaño con agradecimiento—. ¿Cómo no lo había pensado antes?
—No he dicho nada —dijo el castaño mirando a Scorpius—. Ella es lista.
Abrieron la puerta de la sala de recepción, estancia previa a la entrada al despacho de Mcgonagall, y tanto Rose como Scorpius no se atrevieron a dar un solo paso más.
A unos metros, ocupando los dos sillones más grandes de la sala, estaban Earlena y Rizieri.
—Buenas tardes, campeones.
3.-
Yo, Rojo, y Rizieri
Rose entró a la oficina de Malone seguida por Rizieri. Escuchó la puerta cerrarse a pocos metros tras su espalda mientras sus ojos recorrieron la estancia, aquella misma en la que había pasado tantas horas junto a Scorpius preparándose para la segunda prueba. Era casi increíble que al recordarlo sintiera cómo los vellos de sus brazos se levantaban: habían pasado meses desde entonces, pero a ella le parecían años. La Rose de ese tiempo era tan diferente a la Rose de ahora que era como si estuviera, en realidad, recordando algo que hubiese vivido alguien más.
Rizieri, ante la inmovilidad de Rose, caminó por la oficina, pasó un dedo por el escritorio, e inspeccionó con interés los libros en las estanterías.
—Esta es una muy buena colección —murmuró el mago casi para sí.
Rose, regresando al presente, asintió.
—Malone es un gran profesor.
—De eso no sé nada —dijo Rizieri, esbozando una media sonrisa—. Pero sí puedo asegurar que, por lo que veo, es un gran lector.
La pelirroja vio a Rizieri tomar una manzana de un frutero y morderla mientras avanzaba hacia una butaca roja junto a la chimenea. Se sentó y, con alivio, subió sus pies para dejarlos descansar sobre la pequeña mesa central. Rose notó que las botas del mago tenían lodo, como si hubiera estado caminando por sitios lejanos a la ciudad.
—Debes estar preguntándote por qué Earlena se ha llevado a Scorpius a otra estancia y yo te he traído aquí.
Rose asintió.
—Me lo pregunto, aunque puedo imaginarme la razón.
Rizieri levantó sus cejas.
—Sorpréndeme: ¿por qué estamos aquí?
La pelirroja se acarició las manos.
—Tal vez hayan venido a regañarnos por nuestra relación.
Rizieri chasqueó la lengua y le guiñó un ojo mientras mordía nuevamente la manzana.
—Es una muy buena apuesta. En parte, tienes razón, pero ¿no crees que entonces no tiene sentido que Earlena y yo los separemos para hablar? Podríamos haberlos regañado juntos.
La pelirroja guardó silencio. Rizieri tenía razón: no parecía lógico que los hubiesen separado solo para regañarlos por algo así.
El mago sonrió y le señaló la butaca de enfrente.
—Siéntate.
Rose, más intrigada que nunca, se sentó y clavó sus ojos azules e inquisitivos en un Rizieri silente que la observaba con una media sonrisa en su rostro.
—Tienes mucha curiosidad, ¿cierto?
Rose bufó.
—¿Es esto una especie de broma?
Rizieri rió cortamente.
—No, pero tengo que admitir que me hace gracia verte tan impaciente. Es algo a lo que me puedo acostumbrar, ya que de ahora en adelante seré tu guía en la competencia: tu tutor.
La pelirroja frunció levemente el ceño.
—¿Mi tutor?
El mago asintió.
—Hemos llegado, por fin, al momento en el que uno de los miembros de la Orden debe ofrecerse a tutorar al campeón. Como en este caso hay dos campeones, la batuta la hemos tomado Earlena y yo.
—Y me has escogido antes que a Scorpius.
—Exactamente.
Rose pegó su espalda al respaldo de la silla.
—Vaya, esto sí que es sorprendente.
Rizieri la miró intrigado.
—¿Por qué lo dices?
Rose sonrió.
—Recuerdo la primera vez que nos conocimos. No parecí agradarte demasiado —le dijo—. Aún recuerdo tus palabras: "Elimina esas inseguridades, o el señor Malfoy te comerá viva en esta competencia".
Rizieri sonrió, recordándolo.
—Recuerdo que me pareciste un conejo asustado en esa cena, la última que compartimos la mesa con Gothias. Me preguntaba cómo podía una chica asustadiza e insegura haberse convertido en una de las campeonas. Pero no lo tomes a mal, eso no significa que no me hayas agradado. Tenías algo en ese entonces, algo que brillaba en la forma en la que mirabas las cosas, algo que hacía que las personas a tu alrededor se preguntaran si, acaso, había en ti algo más de lo que se podía ver a simple vista.
Rose levantó levemente una ceja.
—¿Por qué me escogiste? ¿Por qué a mí y no a Scorpius?
—Ah. Interesante pregunta —dijo el mago, meditabundo—. Supongo que te elegí porque me gusta tu historia.
—¿Qué historia?
Rizieri sonrió.
—Una chica con baja autoestima, temerosa e insegura, que se ve forzada a pasar por un infierno dantesco y que resurge de las cenizas más fuerte, más poderosa, más en dominio de sí y de sus habilidades. —Rose levantó levemente su mentón—. Es una historia de superación de esas que abundan en la literatura. ¿Quién no se sentiría atraído hacia una heroína así?
Rose negó con la cabeza.
—Yo no soy una heroína.
Rizieri volvió a morder la manzana y masticó varias veces sin cortar el contacto visual con la pelirroja.
—Es por eso que te he elegido, Rose: porque sabes que esta no es una competencia para héroes, sino para guardianes. Es una competencia para magos y brujas, no para ídolos, no para modelos a seguir. —Dejó la manzana a medio acabar sobre la mesita y bajó los pies para apoyar sus codos sobre sus rodillas—. Ni Earlena, ni Ásban, ni yo, somos héroes. Los tres hemos tenido que sacrificar muchas cosas, hemos tomado decisiones que han lastimado a otros, hemos perdido mucho de nosotros en el camino, todo por anteponer la protección del mundo mágico.
—Para proteger algo a veces tienes que hacer daño a otros. Otros que quieren lastimar aquello que proteges.
Rizieri la miró con extrema hondura, como si quisiera entrar en su cabeza.
—Supongo que eso nos convierte en antihéroes.
Rose bajó la mirada.
—Los héroes existen —dijo ella mientras volvía a clavar sus ojos en los del mago—. Solo que no por mucho tiempo.
Rizieri adquirió una expresión de seriedad relajada y enigmática.
—Te elegí como mi discípula por varias razones. Ya te dije la primera y la segunda, pero ahora quiero decirte la tercera —Fortaleció el tono de su voz—: Creo en ti. Veo todas las cualidades de una verdadera líder en ti. Scorpius también las posee, por supuesto, pero hay algo que me dice que tú y yo tenemos más en común de lo que pensamos.
Rose le sostuvo la mirada mientras intentaba averiguar el sentido escondido en las palabras de Rizieri. Sabía que era una buena persona, se sentía a gusto cuando estaba a su lado, sin embargo, ya había tenido antes la prueba de que el mago la ponía a prueba sin que ella se diera cuenta, tomándola desprevenida. Era así como había descubierto que ella tenía un alto control sobre sus poderes. Como Rizieri era astuto, sagaz e inteligente, tenía que estar alerta. No podía permitir que él entrara en su mente; no podía permitir que Rizieri supiera demasiado.
El mago esbozó una sonrisa débil.
—Eres un hueso duro de roer —le dijo—. Me costará hacer que confíes en mí, pero estoy dispuesto a conseguirlo. Después de todo, hay mucho que tienes que aprender de mí si quieres ganar esta competencia.
Rose se humedeció los labios.
—Confío en ti. Pero siento que estas no son todas las razones por las cuales me elegiste.
Rizieri volvió a pegar su espalda contra el respaldar de la butaca.
—Tengo otra razón —le confesó—. Leí con detenimiento el informe psicológico que redactaron para ti en la Orden. Noté algunas inconsistencias o, mejor dicho, algunas cosas sobre las que vale la pena poner atención.
Rose, por dentro, se puso en guardia, pero intentó fingir serenidad.
—¿Voy a tener que volver a ver a la psicóloga?
—No —respondió el mago—. Pero tendrás que verme a mí de vez en cuando.
La pelirroja abrió levemente los labios, confundida. Él le sonrió.
—Además de ser miembro de la Orden, soy un psicólogo titulado, Rose —le dijo con suavidad—. Me gustaría trabajar contigo esas inconsistencias, si me lo permites, claro está.
Rose guardó silencio durante unos instantes. La idea de recibir un tratamiento psicológico le desagradaba enormemente, pero no podía demostrarlo; eso solo haría más evidente para Rizieri que ella lo necesitaba. Tenía que ser muy cautelosa con sus reacciones. Tenía que ser inteligente.
Sonrió y asintió.
—Por supuesto.
Rizieri se levantó de la butaca.
—Bien. Ahora hablemos de lo tuyo con Scorpius.
Yo, Negro, y Earlena
—De modo que serás mi tutora —dijo el rubio, sentado frente al escritorio de Mcgonagall, aunque frente a él no estaba la directora del colegio, sino Earlena, con sus ojos púrpura fijos en él—. Me gusta la idea.
La bruja de cabello azul le sonrió.
—Me alegra que te guste. Pienso que somos compatibles: tu elemento es la tierra, el mío es el agua. Sin el agua, la tierra no es fértil: sin la tierra, el agua no tiene hogar.
Scorpius clavó sus ojos grises en la mesa, meditabundo.
—Rizieri será el tutor de Rose, y su elemento es el viento.
Earlena asintió.
—El viento azuza al fuego. El fuego cambia la densidad del viento. Juntos se ayudan mutuamente a crecer.
Scorpius guardó silencio. Estaba contento de que Earlena fuera su tutora: tenía el perfil más admirable de los miembros de la Orden y, sin duda alguna, el agua era el elemento que más transformaciones poseía. Su poder, por lo tanto, era el más atractivo de todos. Había muchas cosas que podría aprender de ella.
La voz de la bruja lo forzó a interrumpir sus pensamientos.
—Pero Rizieri y yo no solo vinimos para informarles esto, sino para tratar con ustedes el tema de su relación: la tuya con Rose.
Scorpius, interesado, fijó sus ojos grises en ella. Earlena adquirió un talante serio.
—¿Es un juego, un pasatiempo, o algo real?
El rubio la miró con recelo.
—¿Tengo que responder?
Earlena asintió.
—Tienes que hacerlo, porque nada de esto es un chiste. Hay muchas cosas en juego, para empezar, la credibilidad de la competencia y, por lo tanto, la de la Orden.
Scorpius entornó los ojos y los desvió brevemente hacia un globo terráqueo que estaba junto a la ventana. Más allá, el retrato de Severus Snape lo miraba con una expresión que el slytherin decodificó con expectante, pero no pudo probar que fuera cierto.
Finalmente regresó a los ojos de Earlena.
—Estoy enamorado de ella.
La bruja contuvo la respiración y entrelazó sus dedos.
—Es real —zanjó Scorpius.
—Ya veo —dijo en un tono casi decepcionado, como si hubiese preferido escuchar otra respuesta—. Rose y tú tienen claro que nadie puede saber de esto, ¿no es así?
El slytherin asintió.
—Nadie, excepto nosotros y unas pocas personas más de nuestra confianza, lo sabe.
Earlena pareció aliviada.
—Bien. Me alegro —comentó—. Si el mundo mágico lo supiera se pondría en entredicho que ambos estuvieran concentrados en cuerpo y mente en la competencia.
—Pero estamos concentrados en cuerpo y mente en la competencia —dijo el rubio—. Lo nuestro no tiene nada que ver con nuestra situación en la Orden.
Earlena lo miró como a un niño.
—¿En verdad crees lo que dices, Scorpius? —le dijo la bruja—. Dime, ¿acaso has pensado en lo que ocurrirá con tu relación con Rose una vez que uno de los dos gane la competencia?
Scorpius, quien parecía no haber entendido el sentido de la pregunta, la miró con confusión.
—Nadie puede saber lo que va a pasar en un futuro.
Earlena soltó una risa corta que al slytherin le sonó más bien triste.
—Querido, por supuesto que puedes saberlo. Yo te diré el futuro de ambos, al menos en este aspecto —le dijo con condescendencia—. Uno de los dos ganará y se convertirá en el miembro que nos hace falta. Jurará solemnemente, como todos nosotros, servir a la Orden por encima de todas las cosas y proteger al mundo mágico a costa de su propia vida. Entonces, quizás ustedes dos podrán seguirse viendo durante unos meses, quizás algunos años, hasta que ese ganador descubra que para servir a la Orden por encima de todas las cosas, para proteger al mundo mágico a costa de su propia vida, tendrá que sacrificarlo todo: incluso su amor.
Scorpius miraba a Earlena en silencio, atento a cada una de sus palabras como si se trataran de la revelación de un oráculo. La bruja se puso de pie y caminó hacia la ventana más próxima.
—Uno de ustedes, el que pierda la competencia, podrá hacer una vida normal —continuó la bruja—. Podrá casarse, tener hijos, tener una familia, y seguramente cosechará un éxito profesional que lo hará ser relativamente feliz. —Suspiró mientras se apoyaba en el marco de la ventana—. El otro, el que gane la competencia, obtendrá la gloria y el honor de convertirse en uno de los magos o brujas más importantes del mundo mágico, pero no podrá casarse, ni tener hijos, ni una familia, ni desarrollarse en una profesión que no sea la de la Orden.
Scorpius, aún en su silla, replicó:
—Gothias se casó con Daria y tuvo a Aarón.
Earlena se volteó para mirarlo a los ojos.
—Cariño, Daria murió asesinada y Aarón creció envuelto en una soledad asfixiante que hasta el día de hoy lo acompaña a donde sea que vaya. Gothias intentó, egoístamente, hacer lo que sabía que no podría hacer: tener una vida más allá de la Orden. —Caminó hacia el rubio lentamente—. Rizieri, Ásban y yo le hemos dedicado nuestra existencia a la Orden. Eso es lo que tendrá que hacer el que gane la competencia. Es por eso que no importa, en verdad, si lo tuyo con Rose es o no es real. Tienen que saber que su amor es lo primero que tendrán que sacrificar cuando todo esto termine. La guerra está sobre nuestros talones y nosotros tendremos que enfrentarla. Rizieri y yo, aunque sabíamos que nos dolería tener que decirles esto, acordamos hablar con ustedes para ponerles los pies sobre la tierra. Tenemos el deber de hacérselos saber.
Scorpius, con la mirada fija en la bruja, mantuvo una serenidad misteriosa para ella.
—Hablas de sacrificio, de entrega total a la Orden, y me dices que ahora mismo Rizieri le está diciendo a mi novia que tarde o temprano tendremos que separarnos, que lo nuestro no tiene futuro. Ustedes dos se están metiendo en algo que no les incumbe, por eso creo que tengo derecho a preguntar: ¿qué tanto le entregaste tú a la Orden? Ayúdame a imaginar qué es lo que me espera si gano la competencia.
Earlena bajó la mirada al suelo y Scorpius no esperó que le respondiera, como si su pregunta hubiera sido tan solo un desafío, pero ella lo hizo:
—Una vez estuve embarazada —confesó la bruja—. Esperaba un hijo de un hombre al que amé. —Se detuvo durante unos segundos y miró al rubio de vuelta. Sus ojos estaban humedecidos, pero su temple era firme—. Lo perdí en una de nuestras expediciones. Una caída, ni siquiera una fuerte, provocó el aborto. Pude haber dicho que no iría, pero estábamos luchando para conseguir la paz en las islas mágicas y mi presencia era vital para conseguirlo. Durante años había sido yo quien sostuvo la gran parte de las negociaciones, así que tuve que decidir: o quedarme en casa y cuidar de mi embarazo y dejar que el mundo se cayera a pedazos, o responder al llamado de mi juramento. Mi deber era estar allí. Ese era mi deber: ayudar a que la guerra terminara, y gracias a eso, gracias a que tomé la decisión de ir, evitamos cientos, miles de muertes. —Tragó saliva—. Mi hijo o hija murió, pero salvamos a miles de personas esa tarde. —Lo miró con firmeza—. Eso es lo que un miembro de la Orden tiene que hacer: poner el bien común por encima de su bien individual. Si Rose y tú quieren convertirse en ese próximo miembro de nuestra organización, tienen que saber lo que les costará; tienen que saberlo y aún así elegirlo. Si no, siempre están a tiempo de abandonar la competencia.
Scorpius la miró en silencio, incapaz de decir nada después de una confesión tan dura. Por dentro, sin embargo, muchas voces suyas se encontraban: ¿qué estaría pensando Rose ahora mismo, mientras recibía esa misma tirada de orejas, esa misma vuelta a la realidad, de parte de Rizieri? Ninguno de los dos se había atrevido, jamás, a hablar sobre el futuro; a conversar seriamente sobre lo que ocurriría una vez que alguno ganara la competencia. Era como si, en el fondo, hubiesen estado evadiendo ese tema, igual que otros tantos.
Pero tarde o temprano tendrían que enfrentar los asuntos que escondían bajo el tapete. Tarde o temprano tendrían que sentarse y hablar.
Scorpius sintió un vacío en la boca de su estómago al darse cuenta de que no tenía idea de a qué conclusiones llegarían, y esa incertidumbre le hizo experimentar algo parecido al miedo.
En ese momento, a pesar de toda la confusión que reinaba en su mente, solo sabía una cosa con certeza: no abandonaría la competencia y no dejaría de luchar por ganar. Las pruebas se habían convertido en parte de su vida y ser un miembro de la Orden era, para él, una meta personal irrenunciable. Quería proteger al mundo mágico, quería limpiar su apellido, convertirse en alguien en quien todos pudieran confiar.
Pero, ¿y si eso significaba dejar su relación con Rose en el camino? ¿Era su amor por ella, también, algo irrenunciable? Ya antes había intentado terminar con lo que sentía y sabía lo imposible que era sacarla de su cabeza, pero no era eso lo que estaba en juego ahora: no se trataba de olvidar a Rose, sino de renunciar a ella. Ahora mismo el slytherin sabía que la pelirroja debía estar haciéndose la misma pregunta: cuando llegara la hora de la verdad, ¿a qué renunciarían? ¿Qué cosas estaban dispuestos a sacrificar por obtener la victoria?
Cualquier otra persona, al saber el grado de sacrificio que implicaba ganar, se habría rendido, pero Scorpius sabía que Rose era igual que él en ese aspecto: ellos no le tenían miedo a los caminos con obstáculos y, además, eran ambiciosos. Habían llegado ya demasiado lejos como para retroceder.
Todo, al final, se reducía a eso: ya no podían retroceder.
Cuando Scorpius y Earlena salieron del despacho de Mcgonagall, Rose y Rizieri ya habían vuelto y los esperaban en la sala de recepción. Los ojos grises del slytherin se encontraron inmediatamente con los azules de la gryffindoriana. Sus expresiones, sin embargo, se mantuvieron frías, imperturbables.
—Bueno, campeones —dijo Rizieri—. Lo único que quisiera reiterarles es que deben tener mucho cuidado. Nadie en el colegio puede saber que ustedes…
—Nadie lo sabe —respondió Scorpius, sorprendiendo a Rose por la velocidad y la contundencia de su afirmación—. No solemos dejarnos ver juntos.
Y era cierto: aunque muchas cosas habían cambiado dentro de su relación con la pelirroja, en apariencia todo seguía siendo como antes. Nadie sabía que ellos tenían algo, había quienes lo sospechaban pero dudaban, inseguros, pues en el fondo les parecía inverosímil que el agua se mezclara con el aceite, que la hija de héroes estuviera con el hijo de villanos, que una personalidad tan fuerte como la de Scorpius pudiera sentirse atraída hacia una personalidad, hasta hace poco, reprimida, como la de Rose.
—Perdonen nuestra insistencia —dijo Earlena—. Pero lo que menos necesita ahora la Orden, después del terrible suceso con Gothias, es esto. El mundo mágico necesita recobrar la confianza en las instituciones que lo protegen para que el pánico no se extienda. No pueden permitir que nadie imagine siquiera que existe algo fuera de la amistad entre ambos. No tienen idea de cómo los medios los acosarían si supieran…
—Scorpius y yo tenemos como prioridad la competencia —dijo la pelirroja, y esta vez fue el slytherin quien fue tomado por sorpresa—. No importa lo que suceda, eso no va a cambiar.
Earlena y Rizieri asintieron a la vez. Aunque la preocupación no se había ido de sus miradas, al menos sus rostros parecían mucho más serenos, como aliviados de haber cumplido con los objetivos que se habían propuesto para aquel encuentro.
Una vez solos, el uno al lado del otro mirando hacia la puerta cerrada, el silencio se volvió pesado. Fue Rose, sin voltearse, la primera en romperlo:
—Creo que tenemos que hablar.
Scorpius asintió.
—Sí, tenemos —dijo en un tono firme—. Pero no ahora. —Rose lo miró con desconcierto, como si no se hubiese esperado una evasión esta vez viniendo de él, cuando era el rubio quien siempre solía poner antes que ella las cartas sobre la mesa—. Déjame pensar en lo que voy a decirte. Quiero pensarlo bien.
Rose, curiosa, levantó ligeramente el mentón.
—Scorpius Malfoy quiere pensar en lo que va a decirme ¿Quién eres tú y qué has hecho con Scorpius "digo lo que se me venga en gana aunque luego me arrepienta" Malfoy?
El slytherin esbozó una media sonrisa.
—Estoy aprendiendo a controlarme —le respondió—. Por ti.
4.-
Siete horas antes, en la mañana.
Dominique abrió los ojos de golpe. La grieta en el techo que había estado desde siempre amparando sus sueños le pareció, de pronto, un agujero negro y terrible. Frunció el ceño y cerró los ojos nuevamente cuando sintió unas extrañas burbujas en la parte baja de su pelvis.
Un calor conocido empezó a tomar posesión de sus extremidades.
"¡Calla, cuerpo lujurioso!", se dijo a sí misma mientras se daba una pequeña cachetada.
—¡Auch! —soltó por el dolor de su propio golpe.
Se sentó en la cama y suspiró. Aquellos últimos tres días habían sido especialmente difíciles. No solo por la próxima boda de su hermana, sino por los terribles cambios en el mundo mágico y el deterioro de las relaciones entre magos y muggles. Aunque muchos en Hogwarts parecían no caer en cuenta de lo que estaba ocurriendo, Dominique sentía que las cosas estaban mucho peor de lo que los diarios les informaban.
La cereza en el pastel de dificultades, por supuesto, había sido esa inaguantable exitación que experimentaba su cuerpo día y noche y sin que ella pudiera hacer nada para controlarla.
Quizás por eso durante aquellos tres días lo único que había hecho, además de tocarse por los rincones del castillo, había sido espiar a Jeremy Carver. Después de todo, había sido él quien, con su extraño aroma —similar al de Aarón—, le había despertado todas esas ansias que ahora la subyugaban. ¿Qué podía tener ese chico de especial? Dominique había compartido la sala común con él en varias ocasiones y nunca le había ocurrido algo así antes. Jamás Jeremy Carver había llamado su atención.
Y lo cierto era que ahora tampoco lo hacía de forma especial.
Durante aquellos días Dominique se había convertido en la sombra del ravenclaw sin que él lo supiera. Lo había seguido por el castillo, visto hablar con sus amigos, jugar naipes, escuchar música estruendosa junto al lago, ir a la biblioteca y leer, masticando chicle, libros de música clásica o alternativa ("le vendría bien escuchar más a Mozart que esos insoportables gritos", había pensado la rubia mientras lo espiaba). Lo seguía porque sentía curiosidad por esa sensación salvaje que había experimentado en el comedor cuando él entró, sin embargo, aquello no se había vuelto a repetir. No importaba cuánto tiempo lo observara escondida tras las estanterías: el deseo no había vuelto a aparecer por su causa.
En cambio, cuando estaba sola, su cuerpo, sin ningún motivo aparente, decidía que quería tener una fiesta.
"Ahora sí quieres, ¿no? Insolente", se decía a sí misma en voz muy baja "Estúpido y bipolar cuerpo". Y luego corría a su habitación para meterse bajo un chorro de agua fría. Pero eso nunca funcionaba del todo.
Nada parecía funcionar.
Por esa razón, una noche mientras intentaba dormir abrazada a Aarón Jr., tomó la decisión definitiva: solo había una cosa que podría calmar esas ansias y, como Aarón muy bien lo había dicho, esa cosa era mejor que hacerla con alguien que tuviera cierta experiencia. Jeremy era de séptimo y no era virgen, todo Ravenclaw lo sabía.
Tal vez él podría ayudarla, después de todo.
Tomar la decisión no había sido nada fácil. Al principio, cuando por primera vez experimentó el deseo de tener sexo con alguien, pensó que no tendría nada de malo hacerlo con cualquiera que le atrajera mínimamente, después de todo, ¿por qué el sexo y el amor tendrían que estar siempre emparejados? ¿No estaban ya en otro tipo de época? ¿No conocía ella, acaso, a muchas compañeras suyas que ya no eran vírgenes y que, sin embargo, no tenían novio? Pero la negativa rotunda de Aarón, su advertencia de que no debía dejarse llevar por sus impulsos, la había hecho dudar y plantearse si estaba haciendo lo correcto.
En un almuerzo aprovechó para mirar a Louis y soltarle:
—¿Qué haces tú cuando tienes muchas ganas de violar a alguien?
Louis escupió el agua que acababa de beber y se puso rojo como un tomate.
—¿Disculpa? ¿Qué demonios dices?
Dominique suspiró.
—Sé que te acuestas con chicas pero nunca has tenido una novia. ¿Crees que es necesario enamorarse para…?
Louis entornó los ojos.
—¿De verdad vamos a tener esta conversación? —le dijo esbozando una sonrisa nerviosa—. No quiero tener esta conversación contigo. Eres mi hermana. Esto es incómodo para mí.
Dominique bufó y adoptó un semblante entristecido mientras jugaba con su comida. Louis, mirándola con condescendencia, se retractó:
—El sexo es una experiencia genial, y supongo que lo será aún más cuando me enamore, pero por ahora solo quiero divertirme y, mientras me cuide y respete a la persona con la que lo hago, no veo el problema. Encuentro muy mojigato y conservador ese discurso que te obliga a esperar a alguien especial. Quiero ser libre. Ya habrá tiempo para enamorarme.
Aquellas últimas palabras de su hermano habían calado hondo en ella: "ya habrá tiempo para enamorarme". ¿Qué era el amor? Su hermana, Victoire, sabía mucho de eso, pero ella no. Dominique se preguntaba si estar enamorada era como flotar o como hundirse en el agua. ¿Podría ser que fuera como las dos cosas a la vez?
"Ya habrá tiempo para enamorarme", volvió a pensar cuando, mientras caminaba por los pasillos de Hogwarts, vio a Aarón y a Rose caminando hacia las escaleras, riendo juntos con soltura, de un modo que ella jamás había visto antes. El castaño no reía así cuando estaba con ella. Era como si sólo reservara esa parte de su personalidad para Rose. Por algún extraño motivo, esto le hizo sentir como si una taza se quebrara en el centro de su pecho.
—Qué extraño —murmuró para sí, pero no le dio mayor importancia.
Recordó la forma enfática en la que Aarón le había dicho que si no controlaba sus impulsos, luego se arrepentiría de no haberlo pensado mejor. Sin embargo, ya lo había pensado lo suficiente. Había quemado su cabeza de tanto pensar en ello y, también, acabado con lo poco que le restaba de su autocontrol.
—Además, ¿quién es él para decirme qué hacer? —dijo mientras los veía alejarse por la escalera con un aura de camaradería impenetrable.
Entonces tuvo una epifanía: no era solo el deseo en su cuerpo lo que la había hecho decidir acostarse con Jeremy, sino una curiosidad que, hasta ese momento, no sabía que tenía. Dominique se acarició los labios y cerró los ojos.
Quería saber lo que se sentía ser deseada.
Todos los chicos que la habían rodeado hasta entonces siempre se terminaban fijando en otras chicas o en alguna de sus primas. Dominique jamás había recibido las inacabables declaraciones de amor que había recibido Lily, ni había tenido una relación tan larga como la de Lucy, o sido perseguida como Roxanne, o cuidada y admirada como Rose.
No tenía la menor idea de lo que era que alguien la mirara solo a ella, aunque fuera por un día o unas cuantas horas.
Quería hacer que Jeremy la mirara. Pero, ¿cómo hacerlo?
Dominique se restregó el rostro con ambas manos y se levantó de la cama de un salto. Avanzó hacia el baño y se quitó la pijama con torpeza para meterse a la ducha. Abrió solo el grifo de agua fría y gritó con todas sus fuerzas cuando una cascada de hielo cayó sobre su espalda.
Recordar los últimos tres días no hacía más que alterarla, sin embargo, no podía dejar de repasar los sucesos en su cabeza.
El primer acercamiento a Jeremy fue patético. La historia de su vida estaba llena de momentos humillantes, pero nunca uno tan ridículo como aquel en la biblioteca, cuando Dominique se sentó frente a él en la mesa, fingiendo leer un libro sobre mandrágoras, e intentó ser lo que otros definían como "seductora".
Todavía le producía escalofríos recordarlo: allí, frente a Jeremy, mordió su pluma en el preciso momento en el que sintió que el chico la miraba, quizás incómodo debido a su repentina presencia, y lo hizo como creyó que la haría ver "sexy".
Contrario a lo que esperaba, los pelos de la pluma la hicieron toser y sacar la lengua para limpiársela con la palma de la mano. Jeremy la miró como si fuera un bicho raro, tomó sus cosas, y sin decirle ni una sola palabra se dirigió a la salida de la biblioteca.
Dominique suspiró y se dejó caer sobre la mesa, derrotada y avergonzada. Entonces sintió una presencia ocupando la silla de Jeremy delante de ella y, esperanzada, levantó la cabeza.
Aarón la miraba con una sonrisa sardónica en el rostro.
—Por favor, dime que no estabas haciendo lo que creo que estabas haciendo —dijo él al otro lado de la mesa.
Dominique se sonrojó intensamente.
—Todo lo que estás pensando ahora es absolutamente falso —dijo la rubia con una voz nerviosa—. Yo no estaba intentando parecer una de esas actrices sensuales que aparecen en las películas o en las revistas, no. Lo que pasa es que tengo una pluma que es comestible, pero la dejé en mi habitación y sin querer traje esta. Y pensé que podría comérmela, claro, porque creí que era la otra, la que puede comerse. Me equivoqué. Soy humana y los humanos cometemos errores graves como no comernos todo el postre en navidad para no engordar o cosas así. Soy humana… por ahora, claro está, dado que puedo convertirme en una licántropa en la próxima luna llena, pero esa es otra historia.
Aarón deslizó su mirada por el cuello de la rubia hasta notar que los tres primeros botones de su camisa estaban abiertos, mostrando un recatado escote, pero un escote al fin y al cabo. Luego volvió a subir su mirada y la rubia notó que él había descubierto que llevaba un poco de maquillaje.
El castaño rió por lo bajo y Dominique lo miró con enfado.
—¿Qué es tan gracioso?
—¿Todavía sigues con esa absurda idea de acostarte con el primero que pase?
—Que sea tu escudera no significa que puedas meterte en mi inexistente vida sexual.
Aarón, sonriendo, se humedeció los labios.
—Si crees que de esta manera vas a seducir a alguien, entonces puedo estar tranquilo. Ningún chico permitirá que te le acerques con esos labios mal pintados.
La rubia se puso de pie y lo miró con desafío y reproche.
—Ja. Ja. Ja. Búrlate todo lo que quieras, pero tarde o temprano voy a conseguirlo. Es solo cuestión de práctica. Admito que no soy buena en estas cosas porque me falta ensayar, es por eso que practicaré sin descanso, como cuando quise hacer brownies de naranja y no me rendí hasta que lo conseguí, a pesar de los gritos de la abuela Molly cuando casi hago explotar su cocina y a pesar de que me quemé las cejas. ¡Y ya deja de sonreír mientras miras mis labios! Ya verás cuando consiga usar correctamente un delineador. No podrás volver a burlarte.
El castaño, divertido con la situación, meneó la cabeza.
—No me lo perdería por nada del mundo.
Dominique, molesta, se dispuso a irse, pero Aarón la tomó por la muñeca forzándola a detenerse. Los dos se miraron en silencio durante un par de segundos. El ruido de la biblioteca pareció extinguirse. La luz del sol, atravesando el cristal de la ventana más cercana, pegó fuertemente sobre la mesa.
—No necesitas maquillarte o abrir tu blusa para ser atractiva. Lo sabes, ¿cierto?
La rubia pestañeó varias veces y giró levemente su cabeza hacia un lado. Sintió que algo importante de lo que Aarón le decía se le estaba escapando.
—¿No es así como las chicas seducen a los chicos?
Aarón sonrió y negó con la cabeza.
—No —respondió—. Es decir, sí. Supongo que hay quienes lo hacen. Pero tú no necesitas nada de eso.
—¿Por qué? —preguntó Dominique con ingenuidad.
Aarón meditó durante unos instantes sin soltar la muñeca de la ravenclaw, como si estuviera buscando el significado detrás de lo que él mismo había dicho.
—Supongo que porque eres inteligente y divertida —le dijo, finalmente, con honestidad—. Hablas demasiado y eres un caos, pero muchos podrían encontrar eso encantador.
Los ojos de Dominique brillaron mientras una sonrisa prístina se pintaba en su rostro.
—¿Me encuentras encantadora?
Aarón negó rápidamente con la cabeza.
—No, yo te encuentro irritante. Pero, afortunadamente, no todos los hombres tienen mi carácter.
La rubia le sacó la lengua y él sonrió ampliamente antes de soltarla.
A Dominique le molestó la confianza que Aarón tenía de que ella no iba a conseguir su objetivo. Por eso, esa misma tarde decidió lavarse la cara, abotonarse la camisa, e intentarlo por segunda vez; no con Jeremy, a quien prefería reservar una vez que hubiese practicado con alguien, sino con un slytherin de quinto que estudiaba solo junto a un árbol en las afueras del castillo. Esta vez utilizó otra táctica inspirada a partir de las palabras de Aarón: "eres inteligente y divertida".
Tal vez su personalidad y un poco de intención seductora sería suficiente.
La ravenclaw se sentó junto al slytherin y este levantó la mirada inmediatamente para verla. Dominique le sonrió y él, con la poca distancia que había entre ellos, no pudo evitar quedar prendado de sus grandes ojos celestes.
—Te vi solo y, aunque nunca hayamos hablado, la verdad es que estoy aburrida y me dije: ¿por qué no hacer algo que no sueles hacer? Nunca hablo con desconocidos. Estoy haciendo algo que no suelo hacer. He triunfado, ¿no crees?
El slytherin la miró con perplejidad y, pocos segundos después, le sonrió.
"Bien. Al menos le has causado gracia", pensó ella.
—¿Y qué se siente haber hecho algo que no sueles hacer? —le preguntó él, intrigado.
—Mmm… pues, a decir verdad, sientes que la adrenalina corre por tus venas. Había mucho riesgo en la decisión que tomé: podrías haberme respondido con agresividad o con desdén. Podría haber salido todo mal. Es una suerte que no haya sido así.
El chico rió.
—Debería hacer lo mismo que tú para dejar de aburrirme.
Dominique aplaudió.
—¿Qué quieres hacer que no suelas hacer?
El slytherin meditó durante unos segundos. Se llamaba Xavier Plath y tenía el mentón ligeramente partido, como el de Aarón.
—No tengo la menor idea.
Dominique se mordió el labio inferior.
—¿Alguna vez has besado a alguien con quien no hayas hablado más que un minuto?
Xavier, ante la clara sugerencia de la ravenclaw, deslizó su mirada hacia sus labios y tragó saliva.
—No.
Dominique sonrió.
—Y… ¿te gustaría?
La rubia se inclinó lentamente hacia el slytherin y él cerró los ojos. Pero justo cuando sus labios iban a encontrarse, Dominique sintió que algo la impulsaba hacia arriba y la levantaba del suelo. Abrió los ojos y vio a Aarón sosteniéndola del brazo, sin embargo, sus ojos negros no la miraban a ella sino al slytherin en el suelo.
—Parece que va a llover —dijo el castaño en un tono extremadamente severo a Xavier—. Creo que deberías regresar a la sala común de Slytherin.
El chico, evidemente intimidado, pero confundido, lo miró en silencio durante unos instantes antes de reaccionar.
—¿Y por qué debería hacer eso?
Aarón esbozó una sonrisa diferente a las que usualmente utilizaba como máscara frente a los demás; esta, además de ser fingida, era una sonrisa fría y amenazadora. Hasta Dominique, quien lo observaba impávida aún sujeta por su mano, sintió un poco de miedo.
—¿No vas a hacerlo? —le preguntó el castaño.
Xavier, ya lo suficientemente aterrado, tragó saliva y se puso de pie para caminar velozmente hacia el castillo. Dominique vio cómo su presa se escapaba y su pecho se desinfló.
—¿Por qué arruinas mi vida? —le preguntó a Aarón.
Él la miró con seriedad.
—Creo que ya has jugado lo suficiente.
Dominique clavó sus ojos celestes en los de él.
—¿No que estabas tranquilo porque, según tú, nadie se acercaría a mí?
—De acuerdo, ya has probado tu punto: felicidades. Pero si piensas que voy a permitirte llegar más lejos, estás equivocada.
—¿Te crees mi niñera o algo así?
—No sé si te has dado cuenta de que me convertí en eso en el exacto segundo en el que fuiste atacada por Angélica —le dijo, enfadado, pero revistiendo su voz de una falsa serenidad.
Dominique se soltó de Aarón bruscamente.
—¡No soy una niña! Estoy cansada de decírtelo.
—Pues es exactamente así como te estás comportando al dejarte arrastrar por una consecuencia física de una herida. No sé cómo pretendes que te vea como otra cosa.
Dominique abrió su boca, ofendida, y luego la volvió a cerrar, conteniendo la respiración.
—Pues la verdad no me interesa cómo me veas. Haré con mi vida y con mi cuerpo lo que me plaza, porque es mío, me pertenece. Soy una feminista. Y no tienes que seguir preocupándote por lo que hago o no, te libero de ese peso, señor refunfuñante.
Aarón la miró con fastidio.
—Es refunfuñón, no refunfuñante. Tengo una responsabilidad contigo, Dominique. No puedo permitir que hagas nada a partir de esa cicatriz en tu abdomen porque, si te arrepintieras, sería mi culpa por haber permitido en primer lugar que Angélica te lastimara.
La rubia bufó y se rascó la cabeza.
—El problema es que piensas que solo estoy haciéndole caso a mi cuerpo, pero no es así: yo quiero esto en mi mente. ¿Qué sabes tú sobre lo que siento o pienso? ¿Qué sabes tú de gramática emotiva como para decir que refunfuñón es más correcto que refunfuñante, cuando la segunda implica un significado claramente más apropiado a esta situación?
Aarón entornó los ojos.
—Sé que antes de que te hiriera Angélica no andabas por ahí queriendo acostarte con cualquiera solo porque sí. Creo que es suficiente como para saber que se trata de una consecuencia de la cicatriz.
—El deseo que siento comiéndome por dentro es consecuencia de la cicatriz —le aclaró ella—. Pero mi decisión de satisfacerlo es una que he tomado con mi cabeza, y eso es algo en lo que no tienes derecho a meterte.
—Dominique…
—Así como yo no me meto en tu relación con Rose y no te digo que deberías mantener una distancia prudente con ella pues es evidente que no te ve más que como un amigo, tú no tienes por qué impedir que yo haga lo que quiera con mi vida íntima.
Dominique guardó silencio después de eso, sorprendida de que le hubiesen emergido del fondo esas palabras en un tono de reproche. Aarón no dijo nada, solo la miró con una expresión enigmática que ella no quiso descifrar. Dominique suspiró y se dispuso a irse, pero justo cuando pasó al lado del castaño, él la tomó por la muñeca, no con fuerza, sino delicadamente.
Ella lo miró todavía molesta y él, en cambio, con una expresión conciliadora.
—Tienes razón: no tengo derecho a decirte qué hacer o no con tu vida íntima —admitió con serenidad—. Solo quiero que sepas que estoy preocupado por ti. No quiero que te arrepientas de hacer algo por culpa de lo que te pasó. —Bajó el volumen de su voz—. No quiero jamás que te arrepientas de hacer algo por mi culpa.
Dominique cerró el agua de la ducha y dio tres pequeños saltos, intentando soportar el frío al que ella misma se había sometido.
"Quiero saber lo que es besar a alguien y que ese alguien quiera besarme de vuelta. Quiero saber lo que es ser mirada como tú miras a Rose, o al menos lo más remotamente parecido a eso, tonto", quiso haberle dicho en ese momento, pero no se atrevió y solo regresó al castillo con una sensación de vacío que muy pocas veces había sentido en su vida.
Desde ese momento Aarón se convirtió en una piedra en su zapato. Sin importar en dónde estuviera o qué planes tuviera de seducir a algún chico, él estaba allí, rondando, vigilándola y sonriéndole encantadoramente mientras otras chicas suspiraban al pasar y ella les dedicaba una mirada reprobatoria. "¿Qué no tienen dignidad?", pensaba la rubia, "¿Por qué no se dan cuenta de que esa sonrisa perfecta no es, ni será jamás, para ustedes?". Dominique había intentado escapar de Aarón, pero el chico era un guardaespaldas, por Merlín. No tenía sentido acercarse a nadie pues él se encargaba de espantar, con bastante éxito, a cualquiera a quien ella seleccionara como próximo blanco.
Fue por eso que regresó, la noche de ayer, derrotada a una solitaria sala común. O casi solitaria, pues Jeremy Carver escuchaba la misma espantosa música de siempre con unos auriculares bastante costosos en uno de los sofás junto a la chimenea.
Entonces, mientras ella lo observaba mover ritmicamente los pies sobre una mesita, apretó los puños y, armándose de valor, caminó hacia él con velocidad y firmeza. Le quitó los auriculares y él la miró con irritación y desconcierto.
—¿Qué…?
Pero Jeremy no pudo terminar, pues la rubia apoyó ambas manos en el sofá y se inclinó para depositar sus labios sobre los de él. Al principio, ninguno de los dos hizo nada más. Dominique no tenía idea de cómo besar, pero la tibieza y la suavidad de los labios de Jeremy le resultaron agradables. Pocos segundos después, él decibió empezar el beso: la rubia se dejó guiar, primero con torpeza, pero poco a poco fue abriendo más los labios y permitiendo que la lengua del castaño penetrara en su boca.
La sensación no fue nada desagradable y su cuerpo ya estaba empezando a hacérselo saber.
Cuando se separaron, el chico le sonrió y ella levantó el mentón.
—¿Quieres ir a mi habitación?
Todavía no entendía cómo había podido pronunciar esas palabras sin avergonzarse, pero sentía una repentina seguridad que, al parecer, había despertado el interés de Jeremy. Mientras caminaban a la habitación, sin embargo, Dominique sintió, a pesar de su excitación física, que algo no andaba bien. No tenía idea de en qué consistía esa sensación, pero conforme iban acercándose a su puerta el sentimiento se iba haciendo mucho más grande.
Entraron y cerraron la puerta.
Jeremy la tomó por la cintura y la pegó a su cuerpo mientras la besaba apasionadamente. Dominique sintió todo su cuerpo responder a ese deseo y gimió dentro de la boca del chico, aunque por alguna extraña razón no podía concentrarse. Cayeron sobre la cama y él se separó de ella solo para quitarse la camisa.
Fue en ese momento cuando ella vio, sobre su escritorio, a Aarón Jr. El enorme oso de peluche le sonreía, con esa misma expresión encantadora de su versión humana, a pocos metros, y supo, sin lugar a dudas, que aunque deseaba lo que estaba a punto de ocurrir, en realidad no lo quería.
Cuando Jeremy quiso volver a ella, Dominique le puso una mano en el pecho, deteniéndolo.
—Disculpa, pero no me siento bien…
Jeremy frunció levemente el entrecejo.
—Creí que…
—Sí, lo sé. Pero no puedo. Lo siento.
Dominique vio, con pesar, cómo un confundido Jeremy volvía a ponerse la camisa del colegio y, de un salto, salía de su cama.
—Sea lo que sea que te pase, espero que desaparezca pronto.
La rubia lo vio salir y cerrar la puerta tras de sí con delicadeza. Bufó y se cubrió el rostro con ambas manos. ¿Por qué, de repente, se sentía tan triste? ¿Qué era ese pozo extenso que se cavaba en su pecho y taladraba hacia adentro?
—Todo es tu culpa —soltó mirando a Aarón Jr.—. Ni siquiera querías ser mi amigo en primer lugar; he sido yo quien te ha perseguido como una tonta porque eres una persona solitaria que necesita amigos y, ahora, solo porque te he abierto mi corazón y lo sabes, hasta quieres controlar lo que hago con mi sexualidad. ¿Por qué tienes que ser tan odioso? —Le tiró una almohada al peluche y este cayó al suelo—. ¿Quién te crees que eres? ¿Acaso piensas que puedes meterte en mi vida solo porque eres inteligente y valiente y leal y tienes una sonrisa hermosa y porque, aunque nadie más que yo lo sepa, eso que embellece tus ojos es en realidad una tristeza grande que tienes tatuada y que me dan ganas de borrar para siempre? —Una lágrima corrió, inesperadamente, por su pómulo derecho—. Desde ese día en el árbol mágico lo único que quiero hacer es cuidarte, pero tú crees que eres el único que tiene derecho al silencio ¿Por qué siempre tienes que estar en mi cabeza ocupándolo todo?
Dominique se acostó en la cama boca abajo y, por primera vez desde que lo llevó a su habitación, durmió sin Aarón Jr.
Así se había despertado: sin él. Y cuando salió de la ducha lo primero que hizo fue mirar al oso de peluche en el suelo.
—Lamento haberte dado un almohadazo —le dijo casi en un susurro—. En realidad, creo que estaba molesta porque tenías razón: estaba dejándome llevar por mis impulsos. No estaba siendo yo misma. Necesito ser yo misma, pero odio que tengas razón y que seas tan guapo. Al menos podrías dejar de ser alguna de las dos cosas.
Caminó hacia el oso y lo levantó para fundirse en un profundo abrazo con él.
—Me gusta que ocupes todo en mi mente. No sé por qué, pero me gusta —dijo mientras sonreía y lo colocaba en el centro de su cama.
Aunque su cuerpo estaba reaccionando de formas inesperadas, la noche pasada le había servido para saber que Aarón tenía razón: ella podía controlar lo que le estaba ocurriendo. Y también podría resistir lo que se le venía encima: licántropa o no, ella no tenía por qué dejar de ser quien era. Dominique Weasley: la misma de siempre. Sabía bien que a su alrededor, y dentro de ella, muchas cosas estaban cambiando, pero debía tomárselo con calma y descubrir, poco a poco, en qué consistían esos cambios.
En el gran comedor se encontró con Rose, Lily y Lucy desayunando juntas en la mesa de Gryffindor. Aún no bajaban los demás y eso, de cierta manera, la alegró. Sonrió y corrió para sentarse justo frente a las tres.
—Dom, envidio tu energía durante las mañanas —dijo Lily partiendo un poco de pan—. Yo siento que me voy a desmayar y a vomitar por no seguir durmiendo y tú, en cambio, corres sin ninguna razón aparente.
La rubia se colocó el cabello ondulado detrás de las orejas.
—Tengo una pregunta para ustedes, aprovechando que aún o bajan los demás —dijo la ravenclaw.
—Escúpelo —dijo Lily, sin darle mayor importancia, mientras Rose y Lucy miraban a su prima, expectantes.
Dominique se humedeció los labios y apoyó los codos en la mesa.
—¿Cómo supieron cuándo estaban listas para tener sexo?
Las mandíbulas inferiores de Rose, Lily y Lucy cayeron varios milímetros, al mismo tiempo, mientras miraban impactadas a su prima.
—Quiero decir —continuó la rubia—. No es como si fuera un secreto que ustedes ya se han acostado con alguien. Lily, has tenido tantos pretendientes que es inverosímil que no hayas tenido ya tu primera experiencia; Rose, todos en esta familia sabemos desde ese día en Hogsmade que Scorpius y tú hicieron cosillas secretas; Lucy, estuviste cuatro años con Ben, dudo que solo se hayan agarrado de la mano.
—¿Se ha vuelto loca? —preguntó Lily a Rose, mirándola como en un pedido de ayuda desesperado.
Rose, pestañeando dos veces, decidió tomar la palabra:
—¿Podemos saber por qué nos haces esa pregunta?
—Sí, eso nos ayudaría a responderte —dijo Lucy asintiendo con la cabeza.
Dominique volvió a humedecerse los labios.
—Ayer tuve mi primer beso y, aunque fue bastante agradable, creí que iba a ser… no sé, diferente. ¿Ocurrirá eso también con mi primera vez? ¿Sentiré como una especie de decepción?
—Espera: ¿el beso fue mediocre? —preguntó Rose.
Dominique negó con la cabeza.
—No he besado a nadie más para compararlo, pero como me gustó, creo que no lo fue. Sin embargo…
—Sin embargo, no sentiste como si el mundo fuera a explotar bajo tus pies —completó Lily.
La ravenclaw asintió.
—Pensé que iba a sentirme más…
—¿Viva? —completó Lucy, esta vez.
—¡Exactamente! Sabía que lo entenderían.
Rose sonrió.
—¿Con quién te besaste? —le preguntó, interesada.
—Con un chico de séptimo de mi casa… Aish, todo esto me hace doler la cabeza.
Lucy miró a Dominique con ternura.
—Cuando estés lista para tener relaciones con alguien, lo sabrás —dijo la pelinaranja—. Es algo que ocurre: de repente, no tienes dudas y sabes lo que estás haciendo. Es así y es inevitable.
—Pero lo sabrás cuando estés con esa persona que te genere esa sensación de seguridad —dijo Rose—. Sentirás que querrás entregarte a esa persona y que esa persona se entregue a ti. Y el miedo no será más fuerte que ese deseo.
—Es por eso que ese chico al que besaste, no es el elegido —le dijo Lily—. Si hubiera sido así te habrías derretido a sus pies con ese primer beso, y no lo hiciste.
Dominique se rascó la cabeza.
—¿Eso significa que sí existen besos mejores?
Lily soltó una risa corta.
—Hay besos que te dejan mareada durante todo el día. Por supuesto que los han mejores: los hay alucinantes.
Dominique meditó las palabras de su prima en silencio, pues pocos segundos después Hugo, Albus, Louis, Fred y Roxanne se unieron a la mesa y empezaron a llenar sus platos y a hablar sobre los exámenes, el clima, el quidditch, y demás cosas que no le interesaban.
Entonces, todos los estudiantes vieron a las lechuzas entrar y dejar caer sobre sus desayunos el diario El profeta.
El ceño de Dominique se frunció cuando leyó las letras de la portada:
"Éxodo de magos del mundo muggle: se refuerzan las fronteras"
5.-
Alexander entró con desgana a la biblioteca y, cuando vio a Amber Berstein sentada un una de las pocas mesas desocupadas, se aflojó la corbata y suspiró. Darle clases a una chica que no entendía lo que se explicaba en clases era lo que menos le apetecía en el mundo. Lucy se equivocaba: él solo disfrutaba de darle clases personales a ella. No tenía ningún talento pedagógico ni ninguna inclinación hacia la docencia.
En el fondo, odiaba la estupidez y su paciencia no era ilimitada.
Con Lucy era diferente: la pelinaranja era regular en muchas materias porque su inteligencia era una totalmente distinta a la que esas asignaturas medían. Ella era una artista y veía el mundo desde otros ángulos, pero no era tonta, sino, probablemente, una de las personas más inteligentes que conocía. Explicarle cosas de otras materias a Lucy era sencillo porque, una vez que él encontraba la forma correcta de enseñarle runas, o pociones, ella lo comprendía a la perfección.
No conocía a Amber Berstein, pero tenía miedo de que fuera como muchos de los estudiantes que ahora poblaban la biblioteca: una completa zonza.
—Enséñame tus apuntes —le pidió él, de mala gana, mientras se sentaba frente a ella.
—No tengo apuntes.
Alexander clavó sus ojos verdes en los oscuros de la slytherin.
—Disculpa, pero creo no haber escuchado bien.
Amber sonrió.
—No, escuchaste bien. No tengo apuntes.
Alexander entornó los ojos y se puso de pie.
—Lo intenté, pero de ningún modo voy a perder mi tiempo con alguien que ni siquiera se toma la molestia de tomar apuntes en clases.
Amber lo miró, sentada, con incomodidad.
—Eres realmente difícil, ¿no es así? —le dijo—. No tomo apuntes porque tengo una memoria auditiva perfecta. Ha sido así desde que nací.
—¿Ah sí? ¿Ahora vas a decirme que tienes en tu cabeza todo lo que el profesor ha dicho en clases este año?
Amber asintió.
—Así es.
Alexander rió con sarcasmo.
—Entonces, ¿se puede saber por qué estamos aquí si eres esa clase de genio?
La morena se encogió de hombros.
—No lo sé. Cada vez que me presento a una lección obtengo los peores resultados.
—Te diré por qué: porque no tomas apuntes.
Amber bufó.
—Ya te dije que no los necesito. Recuerdo todo al pie de la letra, solo basta con que me lo digan una vez.
Alexander volvió a sentarse, esta vez dispuesto a desenmascararla.
—De acuerdo, entonces respóndeme esto: ¿cuántos son los movimientos de varita que debes hacer para realizar un Avis de más de cincuenta pájaros?
Amber se acercó más a la mesa y apoyó ambos codos sobre la madera.
—Doce: tres circulares, seis hacia delante y tres hacia los lados.
Alexander, quien no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente, lanzó otra pregunta:
—¿Cuál es la técnica que necesitas para transformar esta mesa en un elefante?
Amber resopló.
—Necesito dominar mi técnica de transformación externa y conocer las tres reglas de la conversión mágica: 1) Mantener una imagen mental de lo que quiero transformar y una de la cosa o ser vivo en el que quiero que se transforme, 2) Producir un perfecto movimiento circular de mi muñeca a una velocidad mediana con un pequeño golpe hacia delante al final, y 3) pronunciar correctamente la palabra en latin que nombre a aquella forma a la que deseo llegar.
Alexander, sorprendido, continuó:
—¿En qué casos no podemos usar un Depulso?
Amber esbozó una sonrisa cínica.
—Cuando acabamos de usar un Accio. Es el único caso. ¿Podemos ya dejar este estúpido juego de una vez? Me sé toda la teoría. Es aburrido.
Alexander suspiró y la miró como un bicho raro.
—¿Se puede saber por qué, si conoces toda la teoría, tienes tan bajas calificaciones?
Amber retuvo uno de sus rizos negros y empezó a jugar con él y con su dedo índice, enrollándolo y desenrollándolo.
—Porque sé toda la teoría pero a la hora de llevarlo a la práctica… No sé qué pasa, pero nunca nada sale bien.
Alexander la miró en silencio. De repente, la chica había atrapado su interés. ¿Cómo podía alguien con una memoria excepcional fallar en la práctica? Enseñarle, después de todo, no podría ser tan difícil. ¿En realidad existían en el mundo muchas personas que, no siendo para nada estúpidas, fracasaban en el sistema educativo? Siempre había pensado que las notas eran el reflejo de las capacidades de alguien, pero ahora empezaba a dudarlo.
Tal vez Lucy tenía razón: tal vez la experiencia de enseñarle a alguien, o de aprender con alguien que no fuera ella, podría ser fructífera.
El castaño abrió uno de sus libros y Amber lo miró con cierto recelo.
—Empecemos desde cero. Dime, ¿qué es lo que encuentras más difícil?
6.-
—No puedo creer que te gusten los Arctic Monkeys y me hayas caído mal durante tanto tiempo —dijo Lily aflojándose la corbata.
—En tu defensa diré que tampoco hice el más mínimo esfuerzo por caerte bien —respondió Megara mientras abría una paleta de chocolate—. ¿Quieres?
Lily la miró con asco.
—Todavía no me caes tan bien como para que compartamos gérmenes bucales.
Megara se encogió de hombros.
—Como quieras. Aunque apuesto todo lo que tengo a que no sería la primera vez que compartes gérmenes bucales con alguien de slytherin.
Lily frunció el entrecejo.
—¿A qué te refieres?
La morena la miró con suspicacia.
—A Lorcan, es evidente —le dijo mientras miraba al horizonte—. He pasado tanto tiempo con tu familia que hasta sé lo que diría Dominique si lo supiera: "Sus fans los llamarán "Lorly" o "Lilycan". Me gusta ese último: suena a nombre de perro".
Lily rió y Megara se le unió alegremente. Las dos estaban sentadas en un banco a las afueras de Hogwarts, disfrutando de la tarde. Durante los últimos tres días, habían pasado mucho tiempo juntas y, en la mayoría de las ocasiones, Hugo se había integrado para hablar de cosas intrascendentes. A Megara le sorprendía que, justo tras su ruptura con Albus, su relación con ellos se hubiese fortalecido de alguna extraña manera. Alexander y Scorpius le habían preguntado por ello directamente hacía dos días:
—¿Se puede saber por qué ahora pareces ser parte de otro trío y ni siquiera nos has pedido permiso? —le preguntó el castaño.
—Lily Potter y Hugo Weasley —dijo Scorpius, sin despegar la mirada de un libro—. Suerte soportándolos.
Megara les sonrió.
—Si he triunfado soportándolos a ustedes dos durante diecisiete años, esto será pan comido.
Alexander bufó y se introdujo ambas manos en los bolsillos de su pantalón.
—Ya. En serio. ¿De cuándo acá son tus mejores amigos?
—No son mis mejores amigos, tonto —le dijo la morena—. Es complicado.
Scorpius fijó sus ojos grises en ella.
—Soy, junto a Rose, el mejor promedio del colegio: explícamelo, lo entenderé.
Megara se mordió el labio inferior y se despeinó el flequillo.
—Accidentamente ahora comparto un secreto importante con Lily Potter. Ni siquiera me lo pregunten porque no se los diré. —Suspiró—. Y Hugo Weasley… Creo que se siente culpable de que Albus y yo termináramos y quiere repararlo de algún modo siendo gentil.
Alexander rió.
—¿Gentil? ¿Hugo Weasley? Es un chiste, ¿cierto?
Scorpius pareció inquisitivo.
—No comprendo por qué Weasley quiere ser gentil contigo ahora y no con su primo. Pero bueno, no me voy a meter con el funcionamiento de su cabeza.
—Sí —dijo Alexander—. Quién sabe lo que ocurre allí adentro.
Megara, era cierto, también había empezado a preguntarse el por qué de la cercanía de Hugo. Aparecía en todo momento y siempre tenía un tema de conversación. La morena había notado que, además, tras todas esas veces en las que, forzados por Albus, habían compartido la misma mesa, Hugo y ella conocían ya bastantes cosas el uno del otro, cosas que demostraban que el castaño la había escuchado cada vez que ella había dicho algo. Lily, en cambio, parecía siempre haber estado pensando en otras cosas durante los desayunos, almuerzos y cenas, pues en los últimos días que habían charlado de todo un poco, había sido como si se conocieran por primera vez.
La morena se acarició la nuca.
—Tienes algo con Lorcan, ¿no es así?
Lily fijó sus ojos miel como hielo en los de Megara.
—Algo. Sí —le respondió como si no fuera importante—. Pero él quiere terminar con ello.
—¿Y tú?
Lily sonrió con cierta malicia.
—Yo no pienso ponérselo fácil.
De repente, Hugo surgió por detrás con una revista en mano y, plantándose frente a ellas, miró a Megara a los ojos.
—Tu última columna—le dijo—. Es excelente.
La morena sonrió.
—Por supuesto que lo es.
—No, en serio —le dijo el castaño haciéndose un espacio en el banco entre Lily y Megara y sentándose—. He pasado la mitad de mi vida leyendo prensa deportiva y jamás he encontrado una escritura como la tuya. No sé qué te impulsó a empezar a hacerlo este año, pero tienes que plantearte el convertirte en una periodista.
Megara intentó disfrazar la repentina tristeza que le causó recordar cómo había empezado a escribir sobre quidditch: Albus. Era él quien la había impulsado a hacerlo en primer lugar y, gracias a eso, ella se había recuperado del dolor que le causó enterarse de que no podría jugar quidditch nunca más. Le parecía casi increíble el modo en el que el moreno se había introducido en su vida. Ahora estaba marcada por su presencia y no tenía idea de cómo borrar todas esas huellas.
—La mayoría de los que escriben sobre quidditch son unos imbéciles que no saben nada de quiddicth. Nunca lo han jugado. No saben lo que es llevarlo en la sangre —dijo el gryffindoriano—. Para ti es distinto porque, aunque no eras especialmente buena, sabes lo que es estar en la cancha.
Megara le dedicó una mirada asesina.
—¿Que no era especialmente buena, dices? ¿Quieres morir, niño?
Hugo esbozó una media sonrisa.
—Soy el capitán del equipo de Gryffindor y tengo que decirte que esa vez que le ganaste a Albus fue solo un accidente. Tus habilidades eran inferiores. —Levantó la revista sin dejar de mirarla—. Pero esto… Esto es superior.
—Superior fue mi puño contra tu rostro. Podemos repetir ese momento épico cuando quieras.
Hugo sonrió ampliamente y levantó una ceja.
—Golpeas bastante bien para ser una chica.
Megara fingió una sonrisa.
—Tú también.
—Hugo, ¿en dónde está Albus? —preguntó Lily.
Megara, incómoda, miró hacia otra parte, como si de repente sus acompañantes hubiesen desaparecido.
El castaño miró con desinterés a la pelirroja.
—No lo sé. ¿Por qué me lo preguntas?
Lily miró a su primo con cierto reproche escondido.
—No lo sé. Como siempre sabes en dónde estamos nosotras, tal vez, pensé, que sabrías en dónde está Al.
Hugo entornó los ojos.
—Sabes bien que Albus y yo no nos estamos entendiendo bien últimamente.
Lily sesgó la mirada.
—Sí, ya veo que prefieres entenderte con otra persona.
Hugo miró a su prima como si esta le hablara en chino. No entendía nada de lo que ella le decía, pero tampoco le importó dilucidarlo. Estaba acostumbrado a los mensajes velados de la pelirroja y aceptaba ya, con naturalidad, la incomprensión de muchos de ellos.
Lily, por el contrario, lo observó rendirse en su intento por entenderla y esbozó una media sonrisa. A veces le enternecía la ingenuidad de Hugo para con sus propios sentimientos, ideas y acciones. Su primo era puro impulso, pura acción: en muy contadas ocasiones se detenía a pensar por qué hacía lo que hacía. Por eso ella era quien veía primero, casi siempre, las verdaderas razones detrás de las acciones de Hugo, y él, en cambio, era el último en saber qué lo motivaba a actuar.
Lily estaba segura de que conocía a su primo mucho más de lo que él mismo lo hacía. Tal vez por eso no le estaba gustando lo que empezaba a percibir, pero no se atrevía a decírselo aún.
Todavía tenía esperanzas de estar equivocada.
Hugo, mirando al frente, sonrió.
—Dentro de poco esos dos volverán a estar juntos. Se los doy firmado —dijo mientras Megara y Lily buscaban el centro de atención del castaño.
A lo lejos, Lorcan y Libby caminaban charlando animadamente. Megara, de inmediato, buscó la mirada de Lily, pero la pelirroja no dejó de observarlos con una expresión compungida que pareció olvidar disfrazar. A la morena le sorprendió ver, por primera vez, esa expresión en el rostro de Lily; como si ese tipo de sentimientos, los celos, no pudieran jamás habitar en la princesa Potter. Poco a poco, y sin que la pelirroja se lo dijera, empezaba a entender que entre Lorcan y Lily había mucho más que solo algo casual.
Pero, entonces, ¿qué hacía él con Libby Dworkin? Megara observó a Lorcan y lo vio genuinamente contento e interesado en lo que la rubia le estaba diciendo.
¿Qué demonios estaba pasando, en realidad, entre Lily Potter y Lorcan Scamander?
—No van a regresar —dijo Lily repentinamente, mirando a Hugo y quitándole la paleta a Megara—. Te lo doy firmado.
La morena vio a la gryffindoriana llevarse la paleta a la boca y guardó silencio durante unos segundos.
—Ustedes son una familia extraña.
7.-
Roxanne tomó sus libros de pociones y se dirigió escalera abajo a la sala común de Ravenclaw. Una vez más tendría que soportar estoicamente las reuniones con Lysander y esperar a que, pronto, el chico se diera por vencido. Era cierto que gracias a lo brillante que el rubio era en esa materia, Roxanne estaba retomando la altura de sus calificaciones, pero ¿acaso no se daba cuenta de que él era el culpable, en primer lugar, de que ella las hubiera bajado?
Bufó. Lo único que quería era volver a estar tranquila, sola, y sin un Lysander tras sus talones, confundiéndola y tentándola. Ni siquiera quería considerar la posibilidad de volver con él: el dolor que sufrió cuando supo lo de la apuesta fue demasiado grande, demasiado agobiante. Nunca antes había sentido algo así, una decepción calando tan profundamente en sus huesos. Sus notas habían bajado, su ánimo había caído: lo único que había logrado mantener como siempre eran sus ganas de bailar. ¿Por qué querría ella volver a ponerse en las manos de alguien cuando sabía bien que solo podría salir lastimada?
No, era mejor estar sola.
Justo cuando cruzaba la sala común escuchó el nombre de su prima con claridad: Dominique, pronunciado por una voz masculina, y se detuvo tras una columna. Más allá, junto a la chimenea, Jeremy Carver y dos amigos suyos, miembros de su banda de rock cuyo nombre Roxanne nunca podía recordar, conversaban animadamente. Estaba segura de haber escuchado el nombre de su prima, pero ¿qué podía Jeremy Carver decir de Dominique?
Puso toda su atención en las voces de aquellos chicos:
—No puedo creerlo. Parecía tan inocente —dijo uno de los ravenclaws, burlonamente.
—Cuéntanoslo todo, anda —insistió otro.
Jeremy los miró con hastío.
—No hay nada que contar.
—¡Pero si lo vimos todo! Estaban besándose y luego te llevó a su habitación.
El castaño sonrió.
—¿Y? Ella quería un poco de diversión, ya está.
Roxanne frunció el ceño. ¿En qué clase de líos estaba metiéndose Dominique? ¿No estaba, acaso, saliendo con Aarón?
—Y, entonces, ¿vas a seguir viéndola?
Jeremy pareció meditativo.
—No lo sé. Tal vez. Si es solo para un rato, podría ser —les dijo a sus amigos—. A mí no me gustan las chicas tan… simples.
Sus amigos rieron y Roxanne apretó sus libros contra su pecho.
—En realidad la Weasley es bastante atractiva —dijo uno de los ravenclaws—. Pero es cierto que es muy, ¿cómo decirlo? Efusiva.
—Como una niña —completó el otro.
Jeremy chasqueó la lengua.
—No me molesta su talante infantil —les dijo—. Es solo que la encuentro sosa. Dominique Weasley es como un pastel de chocolate que tiene una apariencia prometedora, pero una vez que lo pruebas, te das cuenta de que has probado mejores.
Eso fue todo lo que Roxanne pudo soportar escuchar antes de emerger de su escondite y caminar hacia el trío, quienes la miraron, aún con la sonrisa en la boca, con verdadera sorpresa.
—Hablando de Weasleys… —murmuró Jeremy.
Roxanne clavó sus ojos oscuros en los del castaño.
—Dile a tus amigos que se vayan. Quiero hablarte a solas.
Los dos amigos de Jeremy rieron por lo bajo, entretenidos por la presencia de Roxanne.
—¿Y por qué debería hacer eso? —le pregunó el castaño—. No es muy amable de tu parte aparecer de la nada y dar órdenes como si fueras una reina, Weasley.
La morena soltó sus libros sobre la mesa en la que Jeremy descansaba sus pies y todo sobre esta tembló.
—Si quieres que hable delante de ellos, por mí no hay problema. Solo quería evitar avergonzarte en público.
Jeremy rió, divertido, y miró a sus amigos.
—Déjennos, por favor. Tengo curiosidad por lo que vendrá ahora.
Roxanne vio con desprecio cómo los dos ravenclaws se encaminaban de vuelta a la zona de los dormitorios y, luego, regresó su mirada al castaño.
—Mira, Carver, no tengo demasiado tiempo ni paciencia como para hablar contigo, solo quiero que sepas una cosa: si te vuelvo a escuchar hablando así de mi prima, vas a lamentarlo. Y espero que lo tomes en serio, porque no estoy mintiéndote ni haciéndome la especial. En verdad me encargaré de hacer que te arrepientas.
Jeremy sonrió ampliamente.
—¿En serio? —le preguntó con sarcasmo—. ¿Y cómo harás eso?
Roxanne dio un paso hacia delante y Jeremy fijó su mirada en las rodillas de la morena por unos breves segundos. Luego, sus ojos dieron un salto de regreso al rostro de su interlocutora.
—No tengo por qué darte explicaciones —le dijo—. Solo ríndele honor a tu casa usando tu cerebro y presta atención a mis palabras: no te quiero cerca de Dominique. Más te vale mantener tu distancia.
Roxanne retrocedió y tomó sus libros para encaminarse hacia la salida, pero la voz de Jeremy se lo impidió:
—No soy yo quien la busca. Tal vez todo esto deberías decírselo a ella.
La morena le dedicó una mirada llena de rechazo y Jeremy, en cambio, continuó sonriéndole, como si, en el fondo, le causara una especie de placer retorcido ser amenazado por una chica, o como si simplemente no le importara en lo más mínimo nada de lo que ella le había dicho.
Roxanne no quiso perder más tiempo con él y siguió su camino, pero mientras salía de la sala común y se adentraba por los pasillos de Hogwarts, enfadada, pensó en lo distante que había estado Dominique con ella desde que Rose había sido encontrada. Algo extraño e invisible se había interpuesto entre ellas. Al principio pensó que se trataba de su nueva relación con Aarón, pero ahora ya no estaba segura de ello.
¿Qué era lo que Dominique le estaba ocultando?
8.-
El sol acababa de caer dejando al cielo de un color púrpura que iba oscureciendo a cada segundo. Rose acarició a Gio, la lechuza que Scorpius le había regalado, y después de tomar la carta que esta tenía atada a una de sus patas dejó la lechucería a paso veloz. Los estudiantes debían estar ya encaminándose al gran comedor para cenar, lo que de cierta manera la tranquilizaba porque Scorpius no estaría en la sala común.
Necesitaba no ser vista si quería que su plan funcionara.
Lo cierto era que desde que su relación con el slytherin había empezado los problemas jamás habían desaparecido, solo se habían transformado. Aún así, a pesar de que tenían que esconderse y de que no podían llevar un noviazgo normal, eran una pareja. Rose no había tenido nunca un novio antes. Jamás había estado en una relación seria con nadie y, tal vez por eso, aún estaba descubriendo cómo actuar con Scorpius. El rubio también era un inexperto en ese campo, pero Rose sentía que él, al menos, había tenido antes otras experiencias con chicas, lo que lo hacía ser mucho más detallista, más atento. Gio había sido su primer regalo, luego la cámara que su padre le había obsequiado: de una u otra manera Scorpius siempre había encontrado la forma de demostrarle que él estaba allí para ella. Rose también quería hacérselo saber.
Por eso, hacía tres días le escribió una carta su primo James. Mientras atravesaba los pasillos del castillo, Rose rasgó el sobre y desplegó el papel:
"Adorada, idolatrada, admirada, amada, Rosie Foxy:
Creí que mi corazón reventaría de amor cuando un sobre con tu nombre llegó al centro de mi cama. Entonces te leí y entendí la cruda realidad: Scorpius Malfoy ha cortado la única rosa de mi jardín…
Bah, ya sabes que me gusta exagerar. No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo. Aunque hay cosas que me gustaría que me explicaras, pero eso puede esperar.
Te adjunto el mapa que me pediste. Debes querer mucho a ese idiota para haberme pedido esto. Sí, estoy celoso. No quiero ni imaginar lo que me ocurrirá cuando Lily se enamore de alguien.
Ese bastardo puede darse por muerto.
Te amo, prima favorita.
Tu adorado James."
Rose rió cortamente.
—¿Prima favorita? ¡Pero si se lo dice a todas! —dijo para sí mientras se detenía frente al tapete.
James siempre se había jactado de conocer todos los puntos en Hogsmade que llevarían a alguien a cualquier sitio dentro del mundo mágico en cuestión de segundos. Rose jamás había necesitado esa información antes, pero tres días atrás pensó que a Scorpius podría serle útil para hacer algo que ella sabía que deseaba hacer: visitar a sus abuelos.
Suspiró mientras entraba a la sala común. Después del sermón de Earlena y Rizieri estaba claro que quizás había cometido un error al confesarle todo sobre ella y Scorpius a James, pero si no lo hubiera hecho no habría podido obtener lo que ahora tenía en sus manos. Tal vez muchas cosas eran inciertas en ese momento entre el slytherin y ella, pero su amor no lo era. Rose quería demostrarle, de algún modo, lo que sentía: lo mucho que le agradecía haber arriesgado su vida por intentar rescatarla, el siempre estar ahí y llenar su vida de ternura, algo que la seguía salvando todos los días de caer en la oscuridad de su odio hacia Ásban.
Gracias a Scorpius su vida no giraba completamente en torno al pasado, a ese campo de concentración o a todas las muertes que tuvo que presenciar. Él era su lugar de luz.
Quería demostrarle lo importante que era para ella. Lo mucho que deseaba verlo feliz, aunque no pudiera evitar sentirse torpe al respecto.
Sonrió al ver el mapa de James. Si bien Draco Malfoy no quería que su hijo visitara a sus abuelos, Scorpius deseaba relacionarse con ellos, conocerlos, y Rose lo sabía mejor que nadie. No era que hubiesen hablado mucho del tema, pero ella podía leer las expresiones del rubio cada vez que ese punto de su vida era tocado por alguien. Era algo que le dolía, algo que Scorpius llevaba a cuestas sin contárselo a nadie. Siempre había sido hermético respecto a sus sentimientos, pero con ella no necesitaba explicar nada. Rose lo entendía. Ellos se comprendían mutuamente mejor que nadie.
La pelirroja se dirigió a la habitación del slytherin y abrió la puerta de esta como si se tratara de la suya. La cama estaba perfectamente tendida y el orden era impecable. Quería dejar el mapa en algún sitio donde él pudiera encontrarlo fácilmente, pero que no fuera demasiado evidente.
Meditó mientras recorría con la mirada la habitación.
—El cajón —murmuró clavando sus ojos en el velador.
Se sentó en la cama y, con delicadeza, abrió el primer cajón y colocó el mapa encima de todo.
Entonces vio algo extraño: el fondo, de madera, estaba mal colocado. Rose lo levantó y, en lo que parecía ser un compartimento secreto, vio un cuaderno azul que sacó con una sensación entre culpabilidad y curiosidad. ¿Por qué Scorpius tenía un cuaderno oculto de esa manera en su velador? ¿Podría tratarse de algo sobre Barrie y la sexta prueba?
Se mordió el labio inferior. No estaba bien abrirlo. No era suyo.
Sin embargo, había algo que calentaba su mano y hacía que sus dedos vibraran. Algo así como un presentimiento, algo que la avocaba a abrir las páginas de ese cuaderno.
Y lo hizo: con lentitud se entregó a las primeras letras.
La primera lágrima no tardó más de un minuto en caer.
9.-
Lorcan llegó a la mesa de slytherin y se sorprendió de que Lysander no estuviera esperándolo. Habían acordado cenar juntos y el comedor empezaba a llenarse de estudiantes hambrientos y cansados. Lorcan se sentó y paseó su mirada por la comida que tenía a disposición.
Cómo amaba comer en Hogwarts.
Lo primero que hizo fue servirse un poco de jugo de calabaza, y justo mientras regresaba la jarra a su lugar vio a Lily entrar al gran comedor. Sus ojos celestes se encontraron con los miel de la gryffindoriana.
Ella esbozó una media sonrisa.
—Que no venga —murmuró para sí.
La pelirroja se encaminó hacia la mesa de slytherin y Lorcan entornó los ojos. Lily se sentó justo frente a él e intentó no demostrar que la forma en la que él fijó sus ojos en ella la hizo estremecerse.
—Qué quieres ahora, Lily.
Ella frunció levemente el entrecejo.
—Nunca creí que diría esto, pero extraño que me digas Lilith.
—¿Si lo hago dejarás de perseguirme? Porque puedo empezar en este mismo momento: Lilith.
La gryffindoriana sonrió con sarcasmo y Lorcan hizo exactamente lo mismo.
—Voy a preguntártelo otra vez: ¿qué quieres?
Lily se cruzó de brazos y deslizó su mirada por los botones abiertos y la corbata suelta de Lorcan. Tuvo que esforzarse un poco en retomar el hilo de la conversación.
—¿Estás intentando volver con Libby Dworkin para hacerme a un lado? —le preguntó finalmente—. Qué ternura que pienses que así lo vas a conseguir.
Lorcan apoyó sus codos sobre la mesa y miró a Lily con autosuficiencia.
—No lo hago para hacerte a un lado. Eso ya lo hice —le respondió—. Libby me gusta. Me gusta su personalidad, lo fácil que es entrar en ella.
—Estoy segura de que es así —le dijo venenosamente.
—Me refiero a que es un libro abierto —aclaró el rubio, irritado—, a que no tiene nada que ocultar o qué fingir delante de los demás. No es una persona egoísta.
Lily sesgó su mirada.
—Todos somos egoístas. Si quieres idealizar a Libby Dworkin solo porque has tomado la inútil decisión de mantenerme lejos, hazlo. Pero quiero que sepas que te vas a arrepetir cuando ni ella ni nadie cumpla con tus expectativas.
—No soy exigente. Lo único que pido es un poco de transparencia y de comunicación. No importa lo malo que pueda venir con eso, todo lo oscuro en una persona puede soportarse, pero no el silencio.
Lily se levantó de la mesa y Lorcan sintió un gran alivio. Tenerla cerca siempre era demasiado difícil.
—No es mi culpa que tú no sepas entender el silencio.
Scorpius se cruzó con Lily, quien ya había empezado a caminar a la mesa de Gryffindor, y se sentó junto a Lorcan.
—No preguntes —dijo el de ojos celestes.
—No lo haré. No me interesa —respondió Scorpius—. ¿Has visto a Alexander y a Megara?
Lorcan negó con la cabeza.
—Todavía no llegan. Por cierto, ¿estás listo para conocer la madriguera?
Scorpius lo miró inexpresivamente.
—Creo que jamás estaré listo para eso.
Lorcan rió.
—Te va a gustar. Quizás no al principio, pero terminarás entendiendo que los Weasley Potters no son tan malos como parecen. Es como lo que te pasó con Rose: al principio no la soportabas, y ahora…
—Ahora somos amigos —completó el slytherin.
Lorcan lo miró con excepticismo.
—Es extraño lo que pasa entre ustedes.
Scorpius suspiró.
—Tuvimos algo físico, ya se lo explicamos antes, y ahora somos amigos. Es todo —cerró Scorpius de forma tajante y no pudo evitar sentirse mal al hacerlo. Aunque sabía que eso era lo que tenía que hacer, ocultar lo que ocurría entre los dos, estaba negando a su novia. Estaba negando lo que sentía, esta vez no a sí mismo, sino a los demás. Pero tenía que acostumbrarse pues esa no sería la última vez que tendría que hacerlo.
Lorcan asintió.
—Lo comprendo. En fin, no tienes que preocuparte por nada: Lysander y yo te respaldaremos a ti, a Alex y a Meg en la madriguera. De cualquier forma si tío Ron te ha invitado, nada malo puede pasar. Él es el que más recelo tenía hacia ti, por tu padre.
En ese momento Rose entró al gran comedor como un huracán, veloz, y cuando Scorpius vio el cuaderno azul en su mano derecha no pudo más que contener la respiración. Lorcan detuvo el tenedor que iba a llevarse a la boca con un trozo de carne en el aire.
Los ojos azules de Rose ardían como una hoguera y estaban fijos en Scorpius.
—¿Qué demonios…? —comentó Lorcan cuando vio al rubio levantarse de la mesa y a Rose caminar, furiosa, directo hacia ellos.
La pelirroja tiró el cuaderno sobre la mesa provocando tal escándalo que todos los slytherins dejaron de comer y fijaron su atención en ella. Scorpius vio, con gran incomodidad, cómo las mesas de Gryffindor, Hufflepuf y Ravenclaw también dejaban a un lado sus conversaciones para murmurar entre ellos y mirarlos.
Él clavó sus ojos grises en Rose con severidad.
—Ahora no es el momento.
Pero eso solo avivó aún más la rabia que poseía por entero a la pelirroja. Rose lo miró con incredulidad y furia contenida. ¿Que ahora no era el momento? ¿De qué diablos le estaba hablando!
—¿Cuánto tiempo más pensabas espiarme para Ásban? —le reclamó ella en un tono elevado—. ¿Desde hace cuánto llevas haciéndolo a mis espaldas?
En la mesa de Gryffindor, los Weasley Potters observaban todo con estupor.
—No es como tú piensas —le dijo Scorpius.
—¿Ah sí? ¡Oh, por favor, discúlpame! Debe ser que me he inventado todo lo que he leído en ese cuaderno. ¿Realmente crees que soy tan idiota? —dijo mientras sus ojos se humedecían por la indignación.
Scorpius la miró con severidad, como un entrenador intentado domesticar a una bestia salvaje.
—Estás perdiendo los estribos, Rose. Mejor hablemos en otro lugar.
—Sabes mejor que nadie que no me soporta y que no confío en él. ¿Qué era lo que pretendías con esto? ¿Facilitarle la tarea a Ásban para que me saque del camino y así tú puedas ganar sin problemas la competencia? ¿Tanto miedo tienes de que te gane?
Scorpius, herido en su ego por esas palabras, la miró con enfado.
—¿Miedo? Nunca he necesitado de nadie para sacarte del camino. Puedo y voy a ganarte con mis propios medios. Esto no tiene nada que ver con la competencia. —La miró con dureza—. Cálmate.
Rose soltó una risa corta.
—Es ridículo que en verdad creas que esto no tiene nada que ver con la competencia. Eres uno más de los títeres de Ásban, solo que no te has dado cuenta.
Scorpius negó con la cabeza y levantó la voz.
—No, eres tú quien no puede ver que desde que volviste estás actuando de forma incomprensible. Todo lo que hago y he hecho con ese cuaderno es intentar usarlo para que Ásban deje de dudar de ti.
Rose contuvo sus lágrimas y levantó el mentón.
—¿Estás seguro de que es a él a quien quieres convencer de que soy confiable?
Scorpius guardó silencio. Tal vez, en parte, ella tenía razón. Tal vez en una minúscula parte de sí mismo él escuchaba a Ásban cuando le decía que Rose era peligrosa. No sabía por qué, no tenía idea de por qué esa pequeña parte dentro de sí mismo dudaba de ella, pero así era. Y Rose ahora lo sabía.
Ella tenía todo el derecho del mundo de estar enfadada, pero también era cierto que desde su retorno Rose no había podido ser honesta al cien por ciento con él. Los secretos que existían entre ellos, ¿cómo no podrían gestar dudas? ¿Cómo podía Rose exigirle que confiara totalmente en ella cuando ella no confiaba totalmente en él?
Scorpius miró a su alrededor: el gran comedor los observaba murmurando cosas por lo bajo. Rose, fuera de sí, había olvidado lo que prometieron: tenían que disfrazar su relación frente a los demás por el bien de la Orden y del mundo mágico. Ahora tenían esa responsabilidad sobre sus hombros y no podían evadirla.
El slytherin regresó su mirada a Rose, quien temblaba de la indignación a pocos metros de él.
"Lo siento, Rose", pensó antes de decir lo que iba a decir:
—Eres tú quien hace que los demás duden de tus verdaderas capacidades para ganar esta competencia —le dijo, siendo consciente de que tenía que ser duro para que los que ahora los miraban creyeran que peleaban por un tema de rivalidad y no por uno personal. Aunque, poco a poco se fue dando cuenta de que en realidad estaba diciendo lo que pensaba: estaba siendo sincero—. Si lo que quieres es que hablemos delante de todos, pues bien, seamos honestos por completo y de forma pública: ni tú confías en mí al cien por cien, ni yo en ti. Hemos pasado por muchas cosas juntos este año, pero eso no significa que todo entre los dos esté resuelto.
Rose se sintió profundamente dolida por las palabras del slytherin, pero tuvo que admitirse a sí misma que era cierto. Ella aún le ocultaba la verdad de su experiencia en el campo de concentración a Scorpius porque, además de que quería protegerlo y mantenero al margen del asunto, no confiaba en que él pudiera entenderla.
—¿Cómo confiar al cien por ciento en alguien que lo único que hace es juzgar desde la única moral que considera perfecta: la suya propia? Eres prepotente: crees que nadie sabe hacer nada mejor que tú, pero tu prepotencia se alimenta de la ignorancia que tienes respecto al mundo y a quienes habitan en él. Y es eso lo que te va a hacer perder esta competencia.
Scorpius la miró con seriedad, ofendido.
—¿Cómo confiar al cien por ciento en alguien que no muestra su verdadera cara a los demás y que se oculta bajo secretos? Eres opaca: no permites que nadie vea lo que realmente hay dentro de ti y piensas que eso te hace fuerte cuando en realidad te hace cada vez más débil. Tal vez es cierto que ignoro los matices entre el blanco y el negro, que juzgo con la misma vara todas las acciones y que no tengo amplios conocimientos sobre la complejidad del mundo y de quienes habitan en él, pero al menos no oculto quién soy. Tú, en cambio, vas disfrazada por un camino que solo tú conoces, completamente sola. Es eso lo que te va a hacer perder esta competencia.
Los dos se miraron, desafiantes, durante varios segundos. Los estudiantes en el comedor, expectantes, no emitieron ni un solo ruido. Antes de que pudieran continuar con su disputa, Aarón, Ginger, Gania y Fiodor intervinieron. Aarón y Gania se pusieron a ambos lados de la pelirroja y Ginger y Fiodor junto a Scorpius.
—Acompáñennos, campeones —dijo Gania—. No es el momento ni el lugar para pelear.
Rose y Scorpius sintieron unas manos sobre sus hombros y tuvieron que cortar el contacto visual. Aarón tomó el cuaderno que permanecía abierto sobre la mesa.
—Vámonos, ya —le murmuró a Rose en el oído.
En la mesa de Gryffindor Hugo frunció el entrecejo mientras veía a su hermana salir, junto a Scorpius, escoltada por sus guardaespaldas.
—¿Alguien me puede explicar qué está pasando? —soltó el castaño.
—No —se limitó a responder Fred.
—Creí que eran "amigos" —dijo Hugo—. Pero ya veo que todo sigue como antes. No se soportan.
Lily suspiró.
—Solo espero que Rose esté bien.
En el exterior del castillo y sin que nadie lo hubiese visto, Jeremy Carver se había internado en el bosque a pesar de la noche y la peligrosidad que ello conllevaba. La luna estaba en cuarto creciente y él escuchaba, en un alto volumen, la última canción que había grabado con su pequeña banda. La música era lo único que realmente lograba hacerlo sobrevivir en Hogwarts. Soportar a los otros estudiantes, a los profesores, a todo ese sistema patético de magos y brujas que creían estar por encima de la naturaleza, del verdadero poder de lo que era salvaje e indomable, se le hacía cada vez más pesado. Sin embargo, ya le quedaba poco para graduarse.
Pronto sería libre.
Jeremy se detuvo al llegar a un pequeño claro y se quitó los auriculares. Frente a él, Angélica, Roy, Adam y Jason emergieron del follaje.
Les sonrió a todos, pero especialmente a su hermano.
—¿Qué tal todo, Jeremy? —le preguntó Roy mientras caminaba hacia él y le daba una palmada en el hombro.
Tanto Roy como Jeremy, hermanos y licántropos puros de nacimiento, tenían el cabello de un castaño oscuro y los ojos de un extraño color plomizo. Eran asombrosamente parececidos, a excepción de la cicatriz que surcaba la mandíbula de Roy provocada por una pelea años atrás con sus padres.
Desde hacía muchos años que Roy, desde las sombras, estaba en verdadero control de la educación de su hermano.
—Bien, dentro de lo que cabe. Después de todo, sigo en esta prisión —dijo Jeremy.
Roy le sonrió.
—Dentro de poco estarás fuera. Aguanta.
Angélica caminó hacia él y lo tomó por la barbilla. Jeremy se dejó inspeccionar.
—Tu hermano cada vez está más guapo, Roy —dijo la rubia mientras sonreía—. Sé que mueres por unírtenos, pero sabíamos cuando decidimos dejar que tus padres creyeran que ya no tenías contacto con Roy, que esto sería difícil. Lo que nunca esperamos es que tu permanencia en Hogwarts nos sería tan conveniente.
Adam se apoyó en un árbol. Sus tatuajes y piercings brillaban a la luz de la luna.
—Cuéntanos. ¿Has logrado acercarte a Dominique Weasley? —preguntó el licántropo.
Jeremy asintió.
—Ha sido más fácil de lo que creí. Pude atraerla con mi olor, pero Gozenbagh la vigila todo el tiempo. Es una molestia.
Angélica se relamió los labios.
—Es irrelevante. Solo dime si crees que puedas hacerla confiar en ti.
Jeremy asintió.
—Puedo. Es lo suficientemente ingenua como para que crea que me interesa de verdad.
Angélica sonrió.
—Perfecto. Todo lo que importa ahora es que podamos llevarla de vuelta a los límites del bosque y usarla para el ritual.
Jason dio un paso hacia delante.
—¿Y si su sangre resulta no ser inmune? —preguntó el licántropo—. No podremos saberlo sino hasta la próxima luna llena.
—Esperaremos —dijo Angélica—. Pero mientras tanto Jem puede empezar a engatusarla. Necesitamos que esto se haga al margen de Aarón: si lo descubre, va a ser una piedra molesta en nuestros zapatos.
Adam bufó.
—¿Por qué no solo matamos al bastardo?
Angélica clavó sus ojos marrones con severidad en él.
—Porque a mí no me da la gana. ¿Te parece suficiente?
Adam bajó la mirada, sometido por su lidereza. Jeremy se mordió el labio inferior.
—Hay otro problema —dijo el castaño—. La prima de Dominique, Roxanne: creo que va a ser un estorbo.
Roy miró a su hermano como si lo que dijera fuera absolutamente incomprensible.
—¿Y? Quítala del camino.
—No —interrumpió Angélica, meditativa—. Solo mantenla a raya. Quién sabe, quizás pueda servirnos viva en el futuro.
Arriba, en el cielo, la luna empezó a cubrirse de nubes.
10.-
—¿Cuándo te dio Ásban este cuaderno? —preguntó Aarón, sosteniéndolo en sus manos.
Scorpius, quien se encontraba sentado en uno de los muebles de su sala común, tenía sus ojos fijos en los de Rose, sentada al otro lado de la sala, custodiada por Gania, como si fuera un animal que pudiera atacar en cualquier momento. Ella también lo miraba.
Ginger, a su lado, le dio un pequeño y cariñoso empujón en el hombro.
—Tienes que decírnoslo, es importante —le dijo sonriéndole.
—Da igual lo que diga, es un traidor —dijo Rose.
—¿Ah, sí? ¿Y a quién se supone que he traicionado, Rose? —le dijo Scorpius, molesto—. ¿Acaso leíste todo el cuaderno? ¡Lo único que he hecho es decirle cosas inútiles para que piense que soy su informante!
—¡Y por qué no me lo dijiste? ¿Ah? —dijo Rose poniéndose de pie. Gania intentó sosegarla—. Lo que dijiste en el gran comedor es totalmente cierto: no confías en mí. También crees, como Ásban, que estoy destinada a ser como Morgana. ¿Quién te crees que eres, Merlín? ¿Tu ego es tan grande que acaso piensas que tienes que detenerme para salvar el mundo?
Esta vez fue Scorpius quien se puso de pie. Ginger lo retuvo por la muñeca mientras Fiodor, sentado sobre una mesa, se llevaba ambas manos al rostro.
—Todas las cosas que dije en el gran comedor fueron para intentar que Hogwarts no pensara que estábamos riñiendo como una pareja, pero eso no significa que sean falsas. No creo que seas un peligro, nunca lo he creído así que deja el melodrama; pero es cierto que no entiendo muchas de las cosas que haces ni por qué me ocultas cosas; tus secretos conmigo son una muestra de desconfianza, entonces, ¿por qué te sorprende que yo también tenga dudas?
—El verdadero peligro para este mundo y para todos los mundos es Ásban. Ni siquiera me importa ya si confías del todo en mí o no: solo no confíes en él —dijo Rose, volviendo a sentarse y cerrando los ojos.
Aarón se puso entre la pelirroja y el rubio, forzando a Scorpius a mirarlo y desentenderse, al menos por unos segundos, de Rose.
—Esto es importante, Scorpius: ¿desde hace cuánto tienes este cuaderno?
El slytherin lo miró con cansancio.
—Desde que Rose fue encontrada tras su secuestro.
—¿Te pidió que le informaras sobre los pasos de Rose? —insistió el castaño.
Scorpius miró con irritación a Aarón.
—Debes estar muy contento por esto, ¿no es así, Gozenbagh?
Aarón endureció su mirada.
—No sé de qué hablas, pero te voy a decir una cosa: estás depositando tu confianza en la persona equivocada.
Rose, quien otra vez se había puesto de pie, caminó hacia el castaño.
—Voy a quemar ese cuaderno —dijo clavando sus ojos en él.
—No —dijo Aarón—. Lo necesitamos. —Miró a Scorpius y se lo entregó de vuelta—. Tienes que seguir informándole a Ásban sobre Rose.
La pelirroja y el rubio lo miraron con incredulidad.
—¿Qué? —soltaron al unísono.
Aarón introdujo sus manos en los bolsillos de su pantalón cuando Scorpius volvió a tomar el cuaderno.
—Es mejor que Ásban piense que todo está yendo tal como él quiere. —Fijó sus ojos oscuros en Scorpius—. Tienes que seguir escribiendo lo que hasta ahora has escrito: cosas inútiles. Que Ásban piense que lo mantienes informado.
—No me gusta la idea —dijo Rose.
Scorpius clavó sus ojos grises en ella.
—Ya te dije que no le he dicho nada a Ásban. Por Merlín, lee el cuaderno si te place comprobarlo —le dijo mientras soltaba el cuaderno sobre la mesita.
Rose lo miró con incredulidad.
—¿Se puede saber por qué estás molesto? Soy yo quien ha sido engañada aquí.
Ginger se rascó la nuca.
—Chicos, creo que ya es hora de que nos vayamos.
Scorpius esbozó una media sonrisa fingida.
—No te he engañado, te he ocultado algo. Y lo siento. Admito que estuvo mal —le dijo levantando la voz—. Pero no soy yo el único que oculta cosas. Y estoy molesto por eso: porque me exiges cosas que eres incapaz de dar.
—Sí, creo que ya es hora —dijo Fiodor.
Aarón y Gania fueron los primeros en encaminarse hacia la salida, seguidos por Ginger y Fiodor.
Una vez que salieron, Scorpius se dejó caer sobre el sofá.
—Creo que ha llegado la hora de que hablemos.
Rose contuvo la respiración por unos segundos y vio, muy quieta en su lugar, cómo el rubio le señalaba el sofá justo frente a él para que se sentara. Dudó por unos instantes: ¿era ahora el momento para hablar sobre lo que sucedería entre ellos? Todavía estaba molesta con Scorpius y, aunque sabía que él tenía razón en muchas cosas, no podía evitar que le doliera que dudara de ella. Aunque tuviera lógica que lo hiciera —pues Rose todavía le ocultaba cosas importantes—, le dolía que hubiese un minúsculo espacio en su mente en el que él no estuviera seguro de qué clase de persona era ella. Le dolía que no le hubiese contado lo del cuaderno, pero por sobre todas las cosas le preocupaba y angustiaba que Scorpius creyera en las palabras de Ásban antes que en las suyas.
¿En verdad era ese el momento apropiado para hablar de ellos?
Scorpius, como si pudiera leer su mente, la miró con seriedad y cansancio.
—Es momento de que hablemos, Rose —le dijo fijando sus ojos en los de ella—. Sé que estás molesta; yo también estoy alterado. Pero ya que gracias a esto nos hemos dicho la verdad sin edulcorantes, creo que tenemos que seguir hasta el final.
Rose lo miró con resentimiento.
—¿Por qué no me lo dijiste?
Scorpius le sostuvo la mirada.
—Seguramente por la misma estúpida razón que te hace no decirme otras tantas cosas.
Rose se llevó los rizos detrás de las orejas y se sentó en el sofá frente al slytherin. Se sentía cansada y triste. Todo lo que quería era dormir y olvidar lo que había pasado de una vez por todas. Notó, por el semblante del rubio, que él tenía que sentirse igual que ella. Se veía agotado.
—Supongo que Rizieri te planteó el mismo problema que Earlena a mí: cuando termine esta competencia, y uno de los dos la gane, es muy probable que no podamos seguir estando juntos.
Rose dirigió la mirada hacia la chimenea. Scorpius esbozó una leve sonrisa. Incluso cuando estaba enojada y se sentía incapacitada para hablar, a él le parecía la mujer más hermosa del mundo.
—En realidad —continuó el rubio—. El simple hecho de que estemos juntos ahora, aunque lo ocultemos lo mejor que podamos, es poner en riesgo todo lo que estamos buscando. Ya nos vieron, hace algún tiempo, dos chicas en este colegio a las que amenacé y que creo que todavía no han dicho nada, pero no podemos seguir así. Es una irresponsabilidad.
—Porque estamos poniendo la confianza del mundo mágico hacia la Orden en la cuerda floja —dijo Rose, aún sin mirarlo—. No soy una tonta. Sé lo que estás diciendo.
La voz de Scorpius se volvió más profunda.
—¿Tú renunciarías a la Orden, a la competencia, a todo por lo que hemos luchado, para estar conmigo?
Los ojos de Rose se humedecieron. Antes, podría haberle dicho que sí: antes de lo de sus abuelos, antes del campo de concentración. Les prometió a todos los sobrevivientes que no permitiría que las cosas siguieran así. Les prometió que haría algo para detenerlo.
Voltear el rostro a esa obligación, a esa promesa, para tomar la mano de la felicidad, ¿no la convertiría en la persona más despreciable sobre la tierra?
¿Podría, acaso, perdonárselo?
Rose dejó de mirar a la chimenea y fijó sus ojos en los grises de Scorpius.
—¿Tú lo harías?
Scorpius se echó para atrás, lentamente, pegando su espalda contra el respaldar del sofá, pero sin dejar de mirarla. Todo lo que él era se resumía en la voluntad de convertirse en una mejor persona, una persona que pudiera proteger a otros, limpiar el nombre de su familia, que pudiera encargarse de sus abuelos, hacer que su padre estuviera orgulloso y, sobre todo, servir a la sociedad con todo su esfuerzo, todo su sacrificio, en forma de pago por todos aquellos que murieron a manos de sus familiares en la guerra. Eso era lo que él era.
La pregunta no era, entonces, si estaba dispuesto a renunciar a la Orden y a la competencia por ella, sino, si estaba dispuesto a renunciar a sí mismo por lo que sentía.
Scorpius tragó saliva y la miró con seriedad.
—Estoy cansado de engañar a los demás —le dijo en un tono bajo—. Ya no quiero seguir mintiendo.
Rose contuvo la respiración. Sí, seguir estando juntos y fingir lo contrario era mentir, era engañar al mundo entero. Ella podía leer, en ese mismo momento, todo lo que Scorpius no decía en sus ojos. El slytherin era noble, leal y, sobre todo, responsable. Ellos, lo quisieran o no, ya eran parte de la Orden. En sus manos estaba devolver a las personas la confianza en sus instituciones mágicas en tiempos de guerra. Lo que estaban haciendo, ocultarse, mentir, engañar, era algo que estaba bien para dos adolescentes normales, pero no para ellos.
Rose se humedeció los labios y desvió la mirada otra vez hacia la chimenea para evitar llorar.
—Siento no haberte dicho lo del cuaderno —dijo Scorpius—. Perdóname.
La pelirroja suspiró.
—Siento no ser completamente honesta contigo. Siento no poder contártelo todo.
Scorpius esbozó una sonrisa pálida, triste.
—Tú eres tú. Yo soy yo. Esto estaba destinado a ser difícil y lo sabíamos desde el principio.
Rose miró a Scorpius y él se humedeció los labios.
—Creo que…
—No lo digas —le pidió ella.
Scorpius guardó silencio durante unos segundos mientras la gryffindoriana le sostenía, suplicante, la mirada.
—Tal vez amarnos no sea suficiente —sentenció el rubio, decaído, y Rose cerró los ojos.
El silencio se extendió por la sala común durante varios minutos. Ninguno de los dos dijo nada más hasta que Scorpius se puso de pie y se pasó una mano por el rostro.
—Quiero que pienses bien en lo que te he dicho. Yo tengo claro lo que tenemos que hacer y tenía que decírtelo ahora, pero veo que tú todavía necesitas tiempo —le dijo el rubio—. Ve a descansar. Los dos estamos agotados. Ya hablaremos de esto cuando estés lista.
El slytherin se dio la vuelta y caminó hacia su habitación, pero la voz de Rose lo detuvo por un instante.
—Sobre tu cama vas a encontrar un mapa que te señala la forma más rápida de trasladarte desde Hogsmade hacia el barrio donde viven tus abuelos —dijo ella con suavidad—. Por eso encontré el cuaderno. Quería hacerte un regalo, algo que fuera importante para ti. —Suspiró—. Sé que en muchas ocasiones no he sabido expresar tan bien como tú mis sentimientos o mis ideas sobre las cosas, pero eso no significa que no existan. —Se levantó con esfuerzo del sofá—. Te buscaré cuando encuentre las palabras exactas para decirte lo que pienso y siento sobre esto. Que descanses.
Scorpius vio a Rose dirigirse hacia su habitación y sintió como si un nuevo pozo se cavara en la boca de su estómago.
Era la primera vez en mucho tiempo que, estando los dos en la sala común, dormían en habitaciones separadas.
12.-
—Tenías mucha hambre, ¿no? —le dijo Aarón al perro que había rescatado en la feria, Max, mientras lo acariciaba y lo miraba comer de un plato amarillo con huellas dibujadas como estampados que le había regalado Dominique.
—¿Tú dibujaste esto? —le preguntó él cuando recibió el plato.
La rubia asintió enfáticamente.
—Sí, a Max le encantará.
Aarón sonrió.
—A Max le encantará más lo que te pondremos dentro del plato.
Dominique se encogió de hombros.
—Da igual: ¿por qué tener un plato aburrido cuando puedes tener uno con huellas de colores por todas partes?
Aarón sonrió recordando las palabras de la rubia y volvió a acariciar al perro en la cabeza. Eran las dos de la madrugada y todo el castillo dormía pacíficamente. Max tenía unos horarios extraños y prefería dormir gran parte del día para estar despierto por la noche, que era cuando Aarón podía visitarlo con mayor libertad, mientras hacía sus acostumbradas rondas.
Al castaño le gustaba el silencio y la tranquilidad de la madrugada, tal vez porque así podía pensar bien, sin el ruido y el ajetreo del día. Le preocupaba que Ásban estuviera intentando poner a Scorpius en contra de Rose: estaba claro que el mago quería sembrar dudas entre ellos y ponerlos el uno contra el otro. Aún más le preocupaba imaginar lo que Ásban haría si supiera que Rose y Scorpius eran una pareja. Aquello tenía que evitarse y él intentaría proteger ese secreto a toda costa. Ya suficientemente difícil era que la pelirroja estuviera en peligro como para que Scorpius también entrara en la lista negra de Ásban.
Después de revisar a Max y asegurarse de que estuviera estable en cuanto a salud, se encaminó hacia el castillo para hacer su última ronda antes de irse a la cama, pero una silueta a lo lejos lo hizo detenerse. Al principio no pudo ver más que la sombra de alguien avanzando, a paso lento, hacia el bosque, pero justo un segundo antes de desaparecer entre el follaje, la luz de la luna cayó sobre el cuerpo del individuo.
Aarón respingó y caminó a paso veloz hacia el bosque.
Cuando por fin pudo alcanzar a Dominique, esta, sonámbula, parecía mirar al vacío. Aarón la tomó por los hombros y le habló con suavidad.
—Dominique, despierta —le dijo casi en un susurro—. Despierta.
La rubia pareció no oirlo y, de repente, clavó sus dedos en el pecho del castaño de forma violenta. Aarón se sorprendió por la fuerza de su gesto y, luego, por cómo los ojos de Dominique se volvieron blancos por completo.
—No lo hagas —dijo la rubia con una voz gutural—. No vayas a los límites del bosque.
Aarón frunció levemente el ceño, pero no tuvo mucho tiempo para pensar en esas palabras pues Dominique desfalleció en sus brazos.
Ya contra su pecho, la ravenclaw abrió los ojos con normalidad y pestañeó varias veces al levantar la mirada y ver el rostro del castaño a pocos centímetros del de ella.
—¿Estoy soñando? —preguntó ella con ingenuidad.
—Estabas soñando, sí —le dijo Aarón mientras la ayudaba a incorporarse—. Caminabas sonámbula otra vez.
Dominique se quejó de dolor y levantó uno de sus pies en el aire. En ese momento Aarón se percató de que ella estaba descalza: siempre había sido así cuando la encontraba en uno de sus trances de sonambulismo.
—¿Te lastimaste? Déjame ver —dijo el castaño acuclillándose y tomando el pie de Dominique entre sus manos.
—Auch —soltó la rubia.
Aarón tocó la planta del pie de la ravenclaw y su mano se manchó de sangre.
—Te has cortado —le informó—. Voy a llevarte a la enfermería.
Dominique lo detuvo justo cuando se disponía a cargarla y se sonrojó levemente.
—No creo que sea conveniente que Madame Pomfrey vea cómo mi herida cicatriza a tan increíble velocidad —comentó ella—. Creo que estaré bien si solo… la dejamos así.
Aarón asintió. Había olvidado por completo el pequeño detalle de que una de las secuelas que la rubia había experimentado era la de la rápida cicatrización. Aún así, preocupado, volvió a acuclillarse e inspeccionó el corte en el pie de Dominique.
—Es superficial, pero debe dolerte —le dijo.
Ella le sonrió con la intención de tranquilizarlo.
—Solo un poco. No soy tan nenita, puedo aguantarlo.
Aarón volvió a incoporarse.
—Te llevaré a tu habitación, pero primero desinfectaremos esto.
—De acuerdo, si eso es lo que…
Dominique no pudo terminar, pues Aarón la cargó en sus brazos y, de repente, todas las ideas que tenía en su cabeza se desvanecieron. Lo único que pudo hacer, mientras él la llevaba al interior del castillo, fue ver y pensar en la barbilla partida del castaño, en su manzana de Adán, a pocos milímetros de ella, y en su aroma: lluvia, noche y piedras. Se sonrojó intensamente cuando se dio cuenta de que los brazos del castaño estaban sosteniendo su cuerpo como si se tratara de una pluma (y ella no era una pluma, mucho menos ahora que comía como un batallón de guerra). Tragó saliva y miró su pijama: al menos esta vez su pantalón era llano y sin ningún dibujo. Su blusa de tiras, sin embargo, tenía un conejo en el centro, pero dentro de lo que cabía estaba decente en comparación a otras ocasiones, pensó.
¿Tendría legañas? No había nada menos sexy en el mundo que las legañas. ¿Qué tan despeinada estaba?
Tan absorta había estado pensando en estas cosas que ni se dio cuenta en qué momento habían entrado a una habitación que ciertamente no era la suya. Aarón la depositó con cuidado en una cama grande y se metió a lo que parecía un baño.
Dominique olió, casi embriagada por la potencia del aroma, las sábanas y la almohada de aquella cama.
No había duda alguna: estaba en la habitación de Aarón.
Sentada sobre el colchón, inspeccionó la estancia: había muchos libros en estanterías y fuera de ellas, así como planos y unas armas extrañas que ella jamás había visto antes.
—¿Recuerdas lo que estabas soñando? —le preguntó él aún sin salir del baño.
—No, en lo absoluto —dijo la rubia mientras seguía observándolo todo—. ¿Esas armas son las que usabas cuando eras un cazador de monstruos?
Aarón salió del baño con un frasco y una gasa en su mano y la miró con intriga.
—¿Cómo sabes que fui un cazador de monstruos?
Dominique se rascó la cabeza y sonrió torpemente. De ninguna manera podía decirle que lo había visto en el árbol mágico; de ninguna manera podía decirle que lo sabía casi todo sobre él.
—¡Rose! —soltó velozmente—. Rose me lo contó.
Aarón pareció dudar por unos segundos, pero finalmente aceptó la respuesta de Dominique y se arrodilló en el suelo frente a ella. La rubia se mordió el labio inferior cuando él dio dos pequeños golpes sobre su propia rodilla, indicándole a ella que pusiera su pie allí.
La rubia obedeció y lo dejó hacer. Aarón sostuvo la gasa con su boca mientras abría el frasco y Dominique depositó su mirada en el velador, como si no se cansara de inspeccionar todos los elementos de la habitación.
—¿Soy la primera chica que traes a tu habitación en Hogwarts? —se atrevió a preguntarle.
Aarón sonrió.
—Sí. Es extraño, pero así es.
Dominique frunció el ceño.
—¿Y por qué tendría que ser extraño?
Aarón humedeció la gasa con el líquido del frasco.
—Porque Ginger, por ejemplo, siempre suele meterse en todos mis asuntos y en todas mis cosas. Nunca pensé que serías tú la primera en entrar a mi habitación y no ella.
Dominique sonrió pícaramente.
—Es diferente: Ginger entraría contra tu voluntad. En cambio, yo no he pedido venir aquí: tú me has traído.
Aarón la miró con suspicacia.
—Te he traído porque aquí tengo todo lo que necesito para desinfectar tu herida.
Dominique se llevó un dedo a la barbilla.
—Antes me habrías dejado desangrarme en el pasto antes que traerme a un espacio tan íntimo y personal.
Aarón tomó delicadamente el pie de Dominique y pasó la gasa por su herida. Ella se quejó.
—Desangrarte en el pasto —repitió él, incrédulo—. Eres la exageración personificada. —Sonrió al notar que la herida ya había empezado a cicatrizar sola—. Es solo mi habitación en Hogwarts. No es tan íntimo y tan personal como crees.
Dominique chasqueó la lengua.
—Negar lo que es evidente es una actitud psicológicamente comprensible, pero no justificable. En algún momento tendrás que admitir que somos amigos y que estás empezando a quererme. Y es algo normal, porque soy una persona muy querible. Lo dicen todos mis primos y familiares.
Aarón sonrió.
—No creo que tu familia cuente como una fuente fiable para emitir juicios sobre ti.
Dominique se cruzó de brazos.
—¿Por qué no? Son quienes más me conocen.
El castaño se puso de pie y dejó el frasco y la gasa en el velador.
—¿Te duele todavía?
Ella movió su pie de un lado a otro.
—No mucho.
—Bien —dijo mientras avanzaba hacia ella—. Te llevaré a tu habitación.
Pero justo antes de cargarla, Aarón se detuvo a unos centímetros del rostro de Dominique. Ella contuvo el aliento.
—¿En verdad no recuerdas lo que estabas soñando? —le preguntó—. ¿No sabes si habían… licántropos en tu visión?
Dominique se tensó por la cercanía del castaño.
—¿Visión? Solo era un sueño, ¿o no?
Aarón guardó silencio durante un par de segundos y luego volvió a adquirir una expresión relajada y amable. La levantó en sus brazos y se dispusieron a salir. Antes de cruzar el umbral de la puerta, Dominique se llevó ambas manos a la boca y señaló un libro que estaba sobre el escritorio.
—¡Te gusta Alicia en el país de las maravillas, de Carroll!
Aarón vio el libro y asintió.
—Sí. Fue el primer libro de literatura que leí, y aún ahora lo sigo releyendo. Tiene capas infinitas de profundidad, aunque todos piensen que es un libro para niños.
—De hecho, piensan que es un libro para niñas.
—No lo es.
—Ya lo sé, solo aclaro que muchos piensan que es un libro para niñas o para pedófilos, porque ya sabes que a Carroll le gustaban mucho las niñas.
Aarón pestañeó varias veces.
—El libro no tiene nada que ver con la pedofilia.
—No, por supuesto, es solo que la gente piensa en eso. Es como Lolita de Nabokov. No puedes evitar que las personas que no lo han leído piensen en eso.
—Lolita sí es una novela sobre la pedofilia. Es totalmente diferente a…
—No te imaginaba, la verdad, leyendo una y otra vez un libro que todos relacionan con lo infantil y la pedofilia. ¡Qué alegría que no te afecten esos prejuicios!
Aarón, ya irritado, suspiró y puso a Dominique en el suelo. La rubia pestañeó varias veces.
—Si ya no te duele tanto, estoy seguro de que podrás caminar hasta tu habitación.
—Pero…
—Buenas noches —le dijo mientras le sonreía y le cerraba la puerta.
Dominique, ya afuera, se rascó la cabeza.
—Aish, ni siquiera sé en qué parte del castillo estoy.
Detrás de la puerta escuchó la voz de Aarón decirle:
—Estás en el segundo piso, ala izquierda. Si sigues recto por el pasillo encontrarás las escaleras.
Dominique le sonrió ampliamente a la puerta e hizo un saludo militar.
—Sí, mi capitán refunfuñante. —Miró a suelo y levantó los dedos de los pies—. Aish, el suelo está tan frío…
La puerta se volvió a abrir y Aarón emergió para levantarla, pero esta vez la colocó sobre su hombro. Dominique soltó un pequeño grito y, ya de cabeza, se quejó:
—¿Soy acaso un costal de papas?
—No te quejes y agradece el viaje —le dijo, aún irritado, pero incapaz de dejarla regresar sola con los pies descubiertos.
Dominique rió cortamente, contenta de que el castaño no hubiese podido dejarla caminar sola hasta su habitación.
—Seré el costal de papas más silencioso y agradecido del mundo.
13.-
—No puedo creer que hoy viajaremos a la madriguera —soltó Louis a Fred, mientras jugaban quidditch en el campo a las afueras de Hogwarts.
—Sí, ya quiero probar la comida de la abuela —dijo Fred sonriendo ampliamente.
—No puedo creer que mi hermana se vaya a casar —comentó el rubio mientras atajaba una quaffle—. Por lo menos es con Teddy.
Fred sonrió. Lucy los observaba desde las gradas junto a Lily y Rose, mientras que a unos metros más abajo Hugo y Megara jugaban ajedrez mágico, imperturbables. Esa mañana de sábado había comenzado de forma tranquila y los Weasley Potters estaban a la expectativa de que vinieran a recogerlos en cualquier momento. Todos ya habían hecho sus maletas.
—Me aburro. Voy a jugar —dijo Lily mientras se ponía de pie y entraba al campo junto a Louis y Fred.
Lucy miró con preocupación a Rose, quien tenía la mirada perdida y parecía estar en otro sitio lejano.
—Rosie, ¿estás bien? —le preguntó.
La pelirroja miró a su prima y esbozó una sonrisa debilitada.
—Sí, claro que estoy bien.
Guardó silencio mientras en su cabeza todo continuaba haciendo ruido. ¿Qué era lo que Scorpius había intentado decirle ayer por la noche? Había sido claro y, a la vez, ambiguo. O quizás ella no quería ver lo que era evidente: Scorpius, después de todo, le había dejado en claro dos cosas: a) era una irresponsabilidad seguir poniendo en riesgo a la Orden ocultando lo que tenían cuando cualquiera podría descubrirlo y b) estaba cansado de mentir y engañar a todos. ¿No significaba eso que el slytherin prefería terminar lo que tenían de una buena vez? Rose suspiró: aunque detestara pensarlo, la realidad era que tenía sentido. Si al final de la competencia igual tendrían que separarse, ¿por qué no acabarlo antes de que su vínculo siguiera fortaleciéndose en vano? Tenía lógica, pero una lógica odiosa que Rose no podía seguir. Y le enfadaba que Scorpius sí tuviera su mente en orden y sus ideas claras, como si no fuera en lo absoluto una situación difícil para él.
"No seas injusta, Rose", pensó en silencio, "Por supuesto que para él también es difícil".
Sin embargo no podía dejar de estar enfadada. Una vez más tenía la sensación de que era ella la que sentía demasiado. A todas luces su relación con Scorpius era un estorbo: si no estuviera enamorada del slytherin podría concentrarse en sus objetivos y no ser un blanco fácil. Tal vez Ásban sabía o intuía lo que ocurría entre el slytherin y ella; tal vez por eso lo estaba usando.
Quizás Ásban ya conocía su punto débil.
De cualquier forma tenía que centrarse en lo importante: la competencia. Esa mañana, mientras todos desayunaban, Rose había entrado a escondidas al despacho de Ceylan Doorfles, la profesora de Control Mágico. Durante años la había escuchado decir que coleccionaba todo sobre literatura infantil muggle. La pregunta de Aarón le había servido para darse cuenta de que la biblioteca no era el único lugar en donde podía obtener libros. Scorpius estaba tomando la delantera y, además, haciendo lo que un buen competidor hace: no ponérselo fácil a su contrincante. Rose sabía que él no le daría los libros. Antes, quizás, lo hubiese hecho, pero ahora, a ese punto de la competencia, quien bajaba la guardia estaba, en realidad, aceptando su derrota.
En el despacho de Ceylan encontró una copia en perfecto estado de Peter Pan y un tomo de estudios biográficos de autores cuya procedencia (muggle o mágica) estaba puesta en duda. Rose notó, con sorpresa, que Barrie tenía un capítulo dedicado completamente a él en ese libro. Hasta ese momento, Rose siempre había creído que Barrie fue un escritor muggle.
Lucy quiso iniciar alguna conversación con Rose, pero la vio demasiado ensimismada en sus propios pensamientos y decidió no perturbarla. Después de todo, ella misma tenía muchas cosas en las que pensar. Había tomado la decisión de decirle a Alexander todo lo que sentía por él, pero hallar la manera de hacerlo no estaba siendo nada fácil. Durante los días anteriores había intentado sacar el tema a flote, pero siempre habían sido interrumpidos o alguna cosa había surgido impidiendo que ella llegara a decirle algo.
De todos modos, en caso de que no hubiesen existido esas interrupciones, ¿cómo le habría dicho lo que sentía si ni siquiera allí, pensando, sola, podía decírselo con claridad a sí misma? Sabía lo que sentía: era similar a lo que una vez había sentido por Ben, pero, a la vez, muy diferente. Era algo que la llenaba de una tibieza y de una ternura indescriptible y, simultáneamente, de una pasión que la hacía estremecerse de pies a cabeza. Alexander era la única persona con la que quería compartir sus momentos de felicidad y de tristeza, la única persona a la que nunca se cansaba de ver, ni de escuchar. Si eso no era amor, entonces que en ese mismo instante la partiera un rayo.
Lucy cerró los ojos, pero el rayo nunca llegó.
Suspiró y dijo en voz alta.
—Esto da miedo.
Rose la miró, emergiendo de sus preocupaciones.
—¿Qué cosa?
Lucy apoyó su barbilla en una de sus manos.
—Amar a alguien —confesó—. ¿Puedo pedirte un consejo?
Rose le sonrió con afecto.
—Puedes, aunque no soy una experta en el tema. De hecho, yo diría que soy bastante idiota en estas cosas.
Lucy volvió a suspirar.
—Alexander y yo tenemos algo… complicado. Todo empezó, de cierta manera, como un juego. Nos dejamos llevar y dijimos que no iba a haber presiones. Él siempre ha estado ahí para mí. Se convirtió en mi mejor amigo y también en algo más. Yo tenía miedo, por lo que me pasó con Ben. Quería tiempo. Pero ahora…
—Te has enamorado de Alexander —completó Rose.
Lucy asintió con timidez.
—¿Crees que soy demasiado voluble y que no puedo estar sola?
La pelirroja negó con la cabeza.
—No te has enamorado de cualquiera, sino de Alexander Nott, y muy lentamente. ¿Quién no lo haría?
Lucy sonrió.
—Lo sé. Es perfecto —dijo mientras se cubría el rostro brevemente—. Quiero ser honesta y decirle lo que siento. Quiero ser valiente y superar el miedo que tengo de que me vuelvan a lastimar. Estuve cuatro años con alguien a quien amé y que pensé que nunca me decepcionaría, pero lo hizo. Sé que Alexander también podría llegar a decepcionarme, aunque ahora lo crea imposible.
Rose miró a su prima con ternura.
—Todos podemos llegar a ser decepcionantes, pero no puedes encerrarte en una jaula y no relacionarte con nadie solo porque tienes miedo de que te lastimen. —Rose tomó la mano de Lucy entre la suya—. Cuando éramos pequeñas James siempre molestaba a Lily y la hacía llorar. ¿Recuerdas?
Lucy rió cortamente.
—Sí, pobre Lily. James siempre ha disfrutado de atormentarla.
—Si lo piensas, todas esas veces en las que James le quitaba a Lily los juguetes o la asustaba encerrándola en un closet oscuro cuando ella apenas sabía hablar, eran agresiones. Inocentes, claro, pero lo eran. Lo que quiero decir es que todas las relaciones humanas tienen una base de agresión inocente, lo queramos o no admitir. A nuestros padres, a nuestros hermanos, en algún momento les hemos hecho daño, aunque sea mínimo, con alguna palabra o alguna acción, porque no somos perfectos. Es evidente, si lo piensas así, que vamos por la vida siendo lastimados por las personas que queremos, a veces de forma mínima, a veces de forma grande y profunda.
Lucy pestañeó varias veces.
—Esto no me está ayudando, Rose.
La pelirroja le sonrió.
—No importa si le dices o no a Alexander lo que sientes: mi punto es que igual, aunque no lo hagas, vas a salir lastimada en algún momento. No puedes evitar que eso suceda, solo afrontarlo y aceptar que parte de vivir es llevar cicatrices —Rose soltó con delicadeza la mano de su prima—. En cambio, si eres honesta con Alexander, es verdad que puedes encontrar cosas desagradables en el futuro como que él no te ame tanto como lo deseas, o que dentro de cuatro años o cinco se enamore de alguien más, igual que Ben; pero también puede que nada de eso pase. Puede que esos cinco años sean maravillosos aunque en algún momento se acaben. Puede que seas feliz. ¿Acaso no vale la pena tomar el riesgo?
Lucy meditó durante unos segundos.
—Claro que vale la pena.
Rose asintió.
—La vida va a doler de todas maneras. Tienes que luchar por lo que te hace feliz cuando lo tienes en frente.
La pelinaranja miró a su prima con curiosidad, recordando el incidente de ayer en el gran comedor.
—Me pregunto si tú escuchas tus propios consejos, porque son muy buenos.
Rose resopló.
—Es mucho más fácil decirle a otros qué es lo correcto para sus vidas, porque todo lo miras desde afuera. Saber lo que tienes que hacer en la tuya es más complejo.
—Sabes que puedo escucharte cuando lo necesites, ¿verdad?
La pelirroja le sonrió.
—Lo sé.
Lucy miró más allá, a Megara y a Hugo concentrados en el ajedrez mágico. El castaño acababa de mover a la reina y comerse cinco peones de la slytherin, pero la morena no parecía intimidada. Hugo sonreía como si anticipara una victoria.
—Es curioso cómo Megara se ha convertido en una amiga más de nuestra familia a pesar de su ruptura con Albus —comentó Lucy.
Rose asintió.
—Sí, aunque me preocupa Al. No sé si te has dado cuenta, pero no está comiendo demasiado. A veces ni siquiera aparece por el gran comedor.
Lucy miró al frente y le dio una pequeña palmada en el hombro a Rose.
—Mira, allí viene.
Albus le sonrió a Fred y a Louis, quienes iban perdiendo intentando seguirle el rastro a Lily, pero su sonrisa se desvaneció cuando vio a Megara jugando con Hugo. Sin embargo, siguió caminando y se dirigió a las gradas junto a Rose y a Lucy.
—¿Estás bien, Al? —le preguntó Lucy—. Te ves algo pálido.
El moreno fijó sus ojos verdes, cálidos y amables, en los de su prima.
—Estoy bien, solo que no he podido dormir bien últimamente.
Lucy pareció preocupada.
—¿Estás enfermo?
Rose negó con la cabeza mirando a Albus, quien había vuelto a clavar su mirada en Megara a lo lejos.
—No está enfermo —le dijo a Lucy—. No es nada físico.
Albus, como si no las hubiera escuchado, continuó mirando a Megara y a Hugo.
—Veo que se están haciendo muy buenos amigos —dijo él en un tono seco. Rose y Lucy prefieron no decir nada—. Lily me dijo hace dos días que iba a llevar a Megara a la boda de Teddy y Victoire.
Rose y Lucy intercambiaron miradas.
—¿Te molesta? —preguntó la pelinaranja, finalmente.
—No —dijo el moreno mientras sus ojos verdes se encontraban con los de Megara, quien le dedicó una mirada dura—. Lily y Hugo pueden hacer lo que quieran.
La hufflepuf se mordió el labio inferior.
—No es que la prefieran a ella, Al. Es tu hermana y tu primo.
Albus vio cómo Hugo observaba, con estupor, cómo la reina de Megara destruía a su reina y a su rey.
—Ninguno de nosotros debería hablar por Hugo.
Megara levantó una ceja y miró al castaño con autosuficiencia.
—Jaque mate.
Hugo mantuvo un rostro inexpresivo y sus ojos clavados en el tablero durante algunos segundos. Luego sonrió con incredulidad.
—No, esto no puede ser cierto. —Miró a la morena—. Tienes que haber hecho algún tipo de trampa.
Megara lo miró con lástima.
—¿Quieres llorar? —le preguntó como a un niño—. Debe ser muy duro para ti descubrir que no eres imbatible. A pesar de todo, tengo que admitir que me divertí. Fue un buen juego.
—¡Wow! —soltó Fred desde el aire—. ¡Megara venció a Hugo en ajedrez!
—En fin del mundo está a punto de empezar —dijo Louis.
Hugo miró a la slytherin con desconfianza y sesgó la mirada.
—Ni siquiera es normal que seas tan lista, Zabini.
Megara sonrió.
—Lo sé: soy algo fuera de este mundo.
La morena no dijo nada más pues vio que Hugo perdía su mirada en un punto detrás de ella, como si estuviera teniendo una visión sobrenatural. Después de varios segundos, sonrió ampliamente. Megara, algo confundida, vio cómo en las gradas Rose, Lucy y Albus se ponían de pie con una expresión bastante similar a la de Hugo. Cuando se volteó, Lily, Louis y Fred se encontraban en pleno aterrizaje y, más allá, a unos cuantos metros, un joven alto, veinteañero, de cabello castaño y ojos miel, les sonrió a todos con las manos metidas en los bolsillos de un jean azul desgastado. Sus dientes eran tan blancos que brillaban bajo la luz del sol.
—¿Quién es él? —preguntó Megara casi para ella misma.
El castaño abrió sus brazos en el aire cuando Lily avanzó hacia él rápidamente.
—¡Auch! —soltó cuando recibió un golpe a puño cerrado en su hombro—. Qué fuerte te estás poniendo, hermanita.
—Podrías escribirme de vez en cuando, ¿no? —le reclamó la pelirroja mirándolo con dureza.
—La vida es demasiado divertida como para sentarse a escribir cartas.
Rose, Lucy, Albus, Hugo, Fred y Louis dejaron sus lugares y corrieron hacia el chico. Megara los vio fundirse en un profundo abrazo, casi grupal, y después de unos segundos de caos, el visitante de piel broceada y camisa blanca posó sus ojos en ella. La slytheriana notó, en ese mismo instante, que la forma de sus ojos era exacta a los de Albus.
—¿Eres Megara Zabini, no es así? —le preguntó, interesado, levantando su voz para que ella pudiera escucharlo a pesar de la distancia.
—¿Cómo lo sabe? —soltó Fred.
—Dominique envió una carta que más bien parecía un testamento hablando sobre ella, Alexander y Scorpius. Ya sabes, para preparar a la familia —dijo Louis—. Seguro que hasta los dibujó.
Megara intentó evadir la mirada de Albus y dio tres pasos hacia delante.
—Sí, encantada —dijo con una voz firme que disfrazó la gran incomodidad que sentía por conocer al hermano de Albus de ese modo.
El castaño sonrió ampliamente.
—No, soy yo quien está encantado de conocer a la nueva mejor amiga de mi hermana.
—No es mi mejor amiga —lo corrigió Lily.
—No, claro que no —dijo Louis—. Es tu única amiga.
El castaño se separó de sus hermanos y primos para caminar hacia la morena y extenderle su mano.
—Mucho gusto, mi nombre es James.
Megara le dio la mano y, ya de cerca, se quedó impresionada con el parecido de los tres hermanos. Aunque de colores diferentes, sus cabellos tenían la misma apariencia, y el contorno de sus ojos y rostro era casi un calco el uno del otro. No sabía decir quién era más atractivo: si James o Albus.
Reflexionó durante un momento: la respuesta era Lily. Lily era la más atractiva de los tres.
James soltó con delicadeza la mano de Megara y luego recorrió su mirada por el inmenso campo de quidditch. Cerró los ojos y respiró el aire fresco.
—Siempre es bueno regresar a una de tus casas, es una lástima que ya tengamos que irnos —dijo James mientras se llevaba las manos a la cintura y luego miraba al grupo Weasley Potter—. ¿Qué están esperando? ¡Tenemos una boda por delante!
16.-
Viaje a la madriguera
—Todo en la madriguera es un caos, ya lo verán con sus propios ojos —dijo James mientras hacía flotar el traslador, un reloj antiguo y roto, al centro de la mesa vacía de Gryffindor en el gran comedor—. La abuela está muerta del agotamiento. Tío Rolf y tío Ron se están encargando de levantar las carpas, pero han tenido algunos problemas en hacerlo, sobre todo con la presión de tía Fleur respecto a la decoración (esas carpas han sido pintadas de todos los colores, es una locura).
—¿Tanto así? —preguntó Rose, impresionada. Sus primos iban integrándose poco a poco en el gran comedor. Todos tenían que dejar sus equipajes en un armario en la oficina de Malone que los trasladaría a la madriguera. El hechizo había sido preparado por el profesor mismo, a pedido de Mcgonagall.
James bufó.
—No, no es tanto así: es peor —dijo el castaño sonriendo, como si le pareciera muy divertido todo ese revuelo por la proximidad de la boda—. Una vez que tu padre y tío Rolf pudieron montar las carpas el martirio continuó con el proceso de acomodar las mesas, las sillas, el escenario, las flores. Mamá, tía Luna y tío Percy enloquecieron cuando la florería se equivocó y nos envió plantas carnívoras. Esas cosas destruyeron los manteles así que tuvimos que comprar otros con papá antes de que tía Fleur se desmayara. Para esto, tío Bill no deja de beber. Le está costando mucho aceptar que Vic va a casarse. Incluso si es con Teddy, alias, el chico perfecto de la familia.
Rose rió cortamente imaginando a su tío Bill. Siempre había sido muy amoroso con sus hijos. Era normal que se sintiera nervioso en las vísperas del matrimonio de su primogénita.
James dejó su mochila a un lado y estiró su espalda.
—Además, no sé ni siquiera cómo nos la arreglaremos para entrar en la madriguera. Tía Gabrielle llegó ayer por la noche para instalarse con Lidia, Amy y Carol. Están, por cierto, más guapas que nunca. Los Delacour tienen unos genes impresionantes. —Se pasó una mano por el cabello castaño desordenado—. Tía Audrey está encargándose del vestuario. Prácticamente todo el tema de cocina ha quedado en manos de la abuela y del abuelo, aunque a veces tío Charlie los ayuda, pero no demasiado, porque él ya está encargado de la iluminación.
Rose suspiró.
—Una boda es algo muy complicado de organizar.
—Y que lo digas.
Lily, Megara, Louis, Fred y Hugo ya habían llegado y estaban sentados escuchando con atención la conversación entre Rose y James. Eran las 12.00 de la mañana y la pelirroja apenas podía creer que sus primos (porque Teddy, para ella, era un primo más) se casarían esa misma noche. Las cosas cambiaban en un abrir y cerrar de ojos. Estaba feliz por ellos: aunque su vida era un lío sin remedio, era un alivio saber que podía ser parte, al menos durante unos momentos, de la felicidad de quienes amaba.
—¡James! —gritó Dominique cuando entró al gran comedor seguida por Roxanne, Lysander, Lorcan y Albus.
—Minique, Roxy: vengan a mis brazos —dijo James abriendo sus brazos en el aire otra vez y sonriendo ampliamente—. Ustedes también, gemelos de los tatuajes.
Dominique corrió hacia James y, mientras esto sucedía, Megara giró la cabeza hacia otro lado en el exacto momento en el que Albus empezó a acercarse a la mesa.
—¿Todo bien? —le preguntó Lily por lo bajo, aunque ya Hugo estaba prestando atención.
—Sí, todo perfecto —mintió Megara—. Solo que espero que me consigas un frasco lleno de calmantes para drogarme durante las próximas veinticuatro horas. Gracias.
Lucy y Alexander entraron. El slytherin suspiró mientras avanzaban.
—¿Estás nervioso? —le preguntó la pelinaranja.
—¿Por qué debería de estarlo?
—No lo sé, tal vez porque vas a conocer a toda mi familia incluyendo, por supuesto, a mi hermana y a mis padres.
Alexander tragó saliva.
—No estás tranquilizándome, Lucy Lu.
La hufflepuf sonrió y tomó, inesperadamente, la mano del slytherin entre las suyas. Alexander la miró y ella le devolvió el gesto con ternura.
—Les vas a encantar —dijo ella—. Porque a mí me encantas.
El castaño le dedicó una mirada profunda y le sonrió cálidamente. ¿En verdad Lucy le había dicho eso o estaba imaginándolo?
Ella pestañeó varias veces ante la mirada intimidante del slytherin.
—¿Qué pasa? ¿No puedo decir que me gustas? No es como que fuera un misterio.
Alexander apretó con delicadeza la mano de Lucy entre la suya.
—No, no es un misterio —le dijo mientras se llevaba la mano de la hufflepuf a la boca y depositaba en ella un corto beso.
—Así me gusta, que traten a Lucy como una reina —dijo James acercándose a ellos—. Tú debes ser Alexander Nott. —Le extendió la mano con gentileza—. Soy James Sirius Potter.
Alexander le dio la mano y le sonrió.
—Lucy me ha hablado mucho de ti.
—Espero que haya dicho cosas buenas.
—Dijo que eras muy celoso, pero que no tenía que preocuparme porque en realidad lo eres especialmente con Lily y Molly.
James miró a Lucy con severidad fingida.
—De verdad… De todas las cosas geniales que le puedes decir de tu primo, ¿le dices eso?
Lucy rió cortamente.
—También le conté lo mucho que viajas por el mundo y lo interesado que estás en la zoología mágica.
—¡Ah! Esa es otra noticia —dijo mirando a todos sus primos—. Me aceptaron en la academia de zoología. Empiezo dentro de tres meses.
Lily y Albus sonrieron ampliamente y todos soltaron felicitaciones y pequeños aplausos.
—Gracias, gracias —dijo James inclinándose un par de veces—. Todavía no sé si me dedicaré al estudio de las criaturas de grado de peligrosidad tres o cuatro.
—Qué tal si solo te concentras en las del nivel uno —dijo Lily.
James le sonrió.
—¿Estás preocupada por mí, dulce hermanita?
—No sé de dónde sacas lo de dulce —agregó Louis.
Lily fingió una sonrisa.
—No estoy preocupada por ti, sino por esos pobres animales. Muchas de las criaturas de nivel tres o cuatro está en peligro de extinción. No quiero que termines de desaparecerlas.
Fred sonrió.
—Dulce hermanita —repitió—. Claro: Lily es un trozo de chocolate con manjar. ¡Cómo no lo hemos visto hasta ahora!
Rose dirigió la mirada hacia la entrada del gran comedor cuando entraron Scorpius, Aarón, Gania, Fiodor y Ginger. El slytherin la miró por unos breves segundos y luego cortó el contacto visual para saludar a James.
Megara suspiró y se acercó al oído de Alexander.
—No sabes lo feliz que estoy de que tú y Scorpius vengan.
El castaño se inclinó hacia el oído de su amiga.
—Creí que con tus nuevos mejores amigos, Hugo Weasley y Lily Potter, tendrías suficiente.
Megara le dio un pequeño golpe en el brazo y Alexander le sonrió.
—Hola, James. Soy… —dijo Scorpius extendiéndole la mano, pero James se la estrechó y lo haló hacia sí mismo para darle un abrazo, dejándolo sin habla.
—Scorpius Hyperion Malfoy —dijo el castaño mientras terminaba con el abrazo y le sonreía al rubio—. Estaba deseando conocerte en persona. En casa todos te están esperando y desde ya te digo que eres nuestro invitado de honor. Nunca vamos a poder retribuirte lo que hiciste por Rose, pero al menos podemos hacerte sentir como uno más de nosotros durante tu estancia en la madriguera.
Scorpius, después de la primera impresión y de ver que Megara y Alexander subían sus pulgares en el aire en señal de apoyo, miró a James y le sonrió ligeramente.
—No fue nada.
—¿Nada? —repitió James—. Para nosotros fue el mundo entero. Ya vas a conocernos: somos una familia caótica pero muy unida. Y creo que puedo hablar por todos cuando digo que estamos a tu disposición.
—Hey, no somos sus esclavos —dijo Hugo—. Además, no lo consientas tanto que ayer se peleó públicamente con Rose.
James miró a Scorpius y a Rose con curiosidad.
—¿Eso es cierto? ¿No son amigos?
Scorpius y Rose intercambiaron miradas brevemente.
—Lo somos. Los mejores —dijo el rubio dejando, de repente, sin habla a la pelirroja—. Lo que ocurre es a veces chocamos en algunas ideas esenciales.
La gryffindoriana lo miró con incredulidad y tuvo que contenerse a sí misma para esbozar una sonrisa fingida.
—Sí, a veces, a pesar de ser los mejores amigos, simplemente no estamos de acuerdo en nada.
Hugo se cruzó de brazos.
—Ya que estamos hablando de esto, ¿se puede saber a qué se debió la pelea de ayer frente a todo el colegio?
Rose miró a su hermano como si quisiera matarlo y Scorpius sonrió.
—Encontró un cuaderno en el que yo escribí algunas cosas que a ella no le gustaron.
James, interesado, le preguntó a Scorpius:
—¿Qué cosas?
El slytherin miró a Rose mientras sonreía.
—Cosas que creo que ella tiene que cambiar si quiere que continuemos teniendo una convivencia sana en nuestra sala común.
El castaño levantó una ceja.
—Un momento, ¿ustedes están en una misma sala común? —preguntó James.
—Yo los mudé a una sala a parte por cuestión de seguridad —dijo Aarón extendiéndole la mano a James—. Soy…
—Gozenbagh —dijo el castaño—. Aarón. Por supuesto que sé quién eres. ¿Quién no? —Miró a los otros tres guardaespaldas—. Ustedes deben ser Ginger, Gania y Fiodor. Después de Scorpius, son nuestros invitados más importantes. Les agradecemos todo lo que hacen por proteger a Rose.
Louis miró a Scorpius con intriga.
—¿Qué tal es compartir la sala común con Rosie?
El slytherin respiró hondo.
—En general, bien. Pero es un poco desorganizada con sus cosas.
—Eso es cierto, aunque pocas personas lo saben porque lo disimula muy bien —dijo Hugo.
—¡Oye! —soltó Rose.
—También deja todo lleno de cabellos rojos: el sofá, la mesa de estudios, el suelo. Es como vivir con un gato —continuó Scorpius.
—Pues espera a que conozcas a Ulises —murmuró Fred.
Rose, incrédula ante lo que estaba pasando, apenas podía hacer más que abrir los labios y mirar a todos con una frustración creciente.
Scorpius, divertido, continuó:
—También es molesto que cuando se queda dormida sobre la mesa de estudio y babea… —miró a Rose— porque lo siento, pero lo haces —continuó ya cortando el contacto visual con la pelirroja—, deja una marca de saliva seca sobre la madera que siempre termino limpiando yo.
Todos rieron y Rose miró a Scorpius con frustración.
—¿Se puede saber por qué estás diciendo tantas tonterías? —le preguntó.
Scorpius le dedicó una sonrisa fingida.
—Tranquila, Rosie —la pelirroja hizo una mueca al escucharlo llamarla como sus primos lo hacían—. Es tu familia. No les estoy contando nada que ellos ya no sepan.
La gryffindoriana pestañeó un par de veces y cerró los ojos. O ella era tonta, o algo de todo esto se le estaba escapando. ¿Scorpius la estaba irritando a propósito? ¿Con qué motivo? El rubio se enzarzó en ese momento en una conversación con James y parecía no estar preocupado o decaído en lo absoluto. Quizás eso era lo que a Rose más la desconcertaba, pues la noche anterior habían tenido una conversación dura sobre el futuro de su relación.
Estaba casi segura de que él había terminado con ella.
¿Por qué estaba actuando así, entonces?
—Me alegro de que sean tan amigos tú y mi prima —dijo James guiñándole un ojo a Rose. Ella volvió a cerrar los ojos. Cierto: le había confesado ya a su primo que tenía algo más que una amistad con Scorpius.
Scorpius asintió.
—En realidad, su mejor amigo es Gozenbagh —dijo con un tono en el que solo Rose y Aarón captaron el resentimiento—. Son inseparables. Se tienen una confianza mutua inquebrantable. Rose no confía así en mí ni yo en ella. Por eso nuestra amistad está llena de desencuentros.
James, quien empezaba a sospechar que algo no andaba bien, miró a Rose y luego a Aarón. Entonces, después de un par de segundos, pareció hacerse una idea él solo de lo que ocurría y sonrió ampliamente dándole una palmada al slytherin en el hombro.
—Los mejores amigos son eso: mejores amigos. No hay por qué preocuparse.
Rose entornó los ojos cuando escuchó a James pretender, en clave, dale consejos a Scorpius para que no tuviera celos de Aarón.
Aarón, al otro lado, sonrió y meneó levemente la cabeza. Afortunadamente, el rubio no pareció entender las verdaderas intenciones de James.
Con lentitud y disimulo, la gryffindoriana se deslizó hacia donde estaba Scorpius y se colocó a su lado.
—¿Se puede saber qué haces? —le preguntó en un susurro, aprovechando que James se encontraba ahora halagando el corte de pelo de Ginger.
Scorpius esbozó una media sonrisa.
—Si voy a tener que viajar hasta la madriguera y pasar veinticuatro horas o más con tu familia, al menos voy a hacer que sea divertido.
Lysander dio un aplauso y se frotó las manos.
—Bueno, ¿listos? —dijo mirando el traslador.
James tomó su mochila otra vez y se la colocó en la espalda.
—Esta será la primera vez que Megara, Alexander, Scorpius, Aarón, Fiodor, Gania y Ginger visitarán la madriguera —dijo el castaño mientras levantaba la mano en el aire—. "Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas".
Los siete nombrados miraron con confusión a James. Albus los sacó de su incertidumbre:
—Digamos que es una tradición familiar que esta generación usa cada vez que se va a embarcar en una nueva experiencia.
—No es una nueva experiencia. ¡Es una aventura! —soltó James, divertido—. Después de todo, este grupo será explosivo, lo sé.
Ginger levantó su mano en el aire.
—Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas —dijo, sonriendo.
—Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas —dijeron Gania y Fiodor al unísono.
James volvió a levantar su mano en el aire.
—Hagámoslo juntos o esto será eterno —les dijo—. Conjuguémoslo en plural. A la cuenta de tres: uno, dos… tres.
Todos en el comedor levantaron la mano en forma de juramento.
—Juramos solemnemente que nuestras intenciones no son buenas.
El grupo entero rió, incluso Scorpius y Alexander, quienes intercambiaron miradas mientras se sonreían, divertidos por la situación.
Megara se acercó a Hugo y le dijo por lo bajo:
—Lo dicho: tu familia es extraña.
El castaño esbozó una media sonrisa.
—Siéntate y espera. Esto es solo el comienzo.
17.-
8 horas para la matrimonio Lupin/Weasley
—¿Ya llegó Molly? —preguntó James a Arthur Weasley quien abrió la puerta con una sonrisa de oreja a oreja.
—No, querido, aún no ha llegado —dijo Arthur.
Hugo, Louis y Fred, después de saludar al abuelo, entraron casi corriendo a la madriguera. Rose miró a Scorpius de reojo mientras iban entrando. No parecía nervioso ni incómodo. A veces le sorprendía el temple imperturbable del rubio en situaciones en las que ella se habría sentido francamente nerviosa. Recordaba perfectamente la primera vez que pisó la mansión de los Malfoy: su corazón no paraba de latir a una velocidad anormal, y eso que en ese entonces no había nada entre ellos.
Claro que, pensándolo bien, su relación ahora estaba, cuando menos, en un punto inestable.
Rose suspiró. ¿Había o no terminado Scorpius con ella? ¿Qué significaba exactamente "Tal vez amarnos no sea suficiente"? No importaba cuánto intentara dejar de pensar en la conversación que habían tenido, era imposible no darle vueltas al asunto. ¿Y qué se suponía que ella debía decirle? Porque él estaba, a su entender, esperándola a ella para retomar la charla. ¿Tenía claro qué era lo que debía hacer?
Terminar con Scorpius parecía, a todas luces, lo correcto; el rubio mismo lo había dicho: aun ocultando su relación estaban poniendo en riesgo la confianza del mundo mágico en la Orden. Incluso su verdadera misión, desenmascarar a Ásban y derrotarlo, estaba en riesgo si continuaba fingiendo que podía tener una vida normal.
Entonces, si su cabeza sabía todo aquello, ¿por qué le costaba tanto tomar la decisión? ¿Por qué tenía tantas dudas?
El salón de la madriguera era el reflejo del caos general en el que vivían los Weasley Potter a causa de la proximidad de la boda: sus equipajes estaban apilados en una esquina, casi alcanzando la altura del techo, y al menos una docena de pasteles con decoraciones diferentes descansaban en los muebles, las mesas y hasta sobre las lámparas.
—¡Familia! —gritó Teddy con los brazos abiertos.
—¡Te pusiste un piercing! —soltó Hugo señalando la ceja de su primo, quien la elevó lo suficiente como para presumir de su aro—. Eres el novio más genial de la historia.
Todos saludaron con afecto a Teddy y, finalmente, el chico de las cejas pobladas miró a los nuevos invitados con interés.
Sus ojos se detuvieron en Scorpius.
—Scorpius Hyperion Malfoy —dijo mientras caminaba hacia él y lo saludaba, igual que lo hizo James, con un abrazo—. Estamos felices de que hayas aceptado venir. Lo que hiciste por Rose… No tenemos palabras. Esta es tu casa.
El slytherin miró brevemente a la pelirroja y luego puso su sonrisa más encantadora en dirección a Teddy.
—Felicidades por el matrimonio —le dijo.
La abuela Molly entró seguida por Charlie y Luna.
—Necesito que prueben todos los pasteles y me digan cuál es el que está más delicioso —dijo la pelirroja.
Scorpius miró a la abuela Weasley y no pudo evitar sonreír. Tenía todo el rostro manchado de harina. Reconoció, al instante, a Luna Lovegood, la madre de Lorcan y de Lysander, y le impresionó que pareciera tener diez años menos de los que tenía. Había algo irremediablemente infantil en el aspecto de la rubia. Algo que evocaba frescura.
—Mamá, ¿qué tienes en los brazos? —preguntó Lysander avanzando hacia ella.
Todos notaron que Luna tenía varios rasguños, pero la rubia sonrió.
—Tuvimos algunos problemas con unas plantas carnívoras que sacamos a último minuto —dijo Luna—. Pero no es nada. ¡Ah, miren, es Scorpius Malfoy!
Charlie caminó hacia el slytherin y le dio un abrazo.
Megara rió por lo bajo y se acercó al oído de Alexander.
—Parece que Scorpius será abrazado por toda la familia de Rose.
La abuela Molly tomó el rostro del slytherin entre sus manos.
—¡Pero si parece un ángel! —le dijo—. Lo que quieras, cariño. Pídeme lo que quieras que para mí ya eres un nieto más. —Miró otra vez a Luna y a Charlie—. ¡Prueben los pasteles que no tenemos mucho tiempo!
Luna y Charlie se apresuraron hacia los pasteles en extremos opuestos de la sala.
—Muchas gracias a todos por venir, estamos contentos de que nos acompañen —dijo Teddy al grupo de invitados.
Arthur levantó su dedo índice en el aire.
—Me temo que tendrán que dormir algo apretados, pero hemos habilitado las habitaciones para chicos y chicas.
—¡Papá! —soltó Lily mientras corría a los brazos abiertos de Harry, quien acababa de entrar a la sala junto a Ginny.
Hugo meneó la cabeza.
—Nunca me acostumbraré a Lily cuando se convierte en la hija de papá —comentó.
Louis asintió.
—Sí, da miedo. Mucho miedo.
Albus saludó a su padre y a su madre con afecto y Megara bajó la mirada, incómoda. Era una fortuna que el moreno no les hubiese hablado a sus padres de ella, así solo podía pasar desapercibida como una amiga de Lily, y no como la ex novia de Albus.
Harry le sonrió ampliamente a Scorpius.
—Qué gusto verte otra vez —le dijo—. Lamentamos el caos. Esta boda nos trae como locos.
—Si necesitas algo no dudes en pedirlo —le dijo Ginny, y luego miró a Aarón, Ginger, Fiodor, Gania, Megara y Alexander—. Ustedes también: estamos felices de tenerlos con nosotros.
Aarón aprovechó el momento para dirigirse a Harry:
—El equipo de seguridad y yo quisiéramos su permiso para asegurar los alrededores de la madriguera y de la zona en donde tendrá lugar la boda. Utilizaremos un campo se seguridad que funcionará como una cúpula sobre el sector. Supongo que los invitados llegarán con ayuda de trasladores, como lo solicité, ¿no es así?
Harry le sonrió.
—Claro. Permítanme que los acompañe.
Aarón, Ginger, Fiodor y Gania salieron por la puerta trasera que daba al patio justo en el momento en el que Molly entraba acompañada por un chico alto de cabello negro. James sonrió al verla, pero su sonrisa se desvaneció al ver a su acompañante.
—¡Molly! —soltó Lucy corriendo a los brazos de su hermana.
—¡Qué guapa estás! —dijo Molly abrazándola—. No sabes cómo te he extrañado.
—Yo más —dijo Lucy mientras se separaba de ella y tomaba la mano de Alexander, halándolo hacia delante—. Este es Alex.
Molly, cuyo pelo naranja alcanzaba apenas a rozar sus hombros, miró al slytherin con alegría y le extendió la mano.
—Bienvenido, Alexander. Lucy me ha escrito mucho sobre ti. Me encanta poder por fin poder conocerte.
—Lo mismo digo —dijo el castaño. Molly solo se parecía a Lucy en el color de su cabello, pero sus facciones y el color de sus ojos eran distintos. Además, la mayor de las hijas de Percy tenía muchas más pecas en sus mejillas: eso le daba un aire casi infantil—. Lucy me ha contado que eres medimaga. Es una de las profesiones más difíciles.
Molly sonrió.
—Bueno, aún no obtengo mi licencia, pero lo haré dentro de pocos meses. —Miró a su acompañante y luego a todos sus primos—. Les presento a Tadeo, trabaja conmigo en el hospital.
—¿Es tu novio? —preguntó Fred, pero Louis le dio un codazo en las costillas.
James entornó los ojos, molesto.
—No, no es mi novio —dijo Molly negando con la cabeza enfáticamente y algo avergonzada—. Es solo un amigo.
—Un amigo que invitas a la boda de tu prima tiene que ser un amigo cercano, ¿no? —dijo James extendiéndole la mano a Tadeo—. Mi nombre es James. James Sirius Potter.
Teddy, cruzado de brazos, le comentó a Fred y a Louis:
—Alguien aquí está celoso.
—Se lo merece —dijo Fred—. ¿No estaba saliendo él con una chica que se parecía a Molly?
Teddy sonrió.
—Todas las ex novias de James se han parecido a Molly.
Una voz suave, como el aire, los desconectó a todos y los hizo levantar la mirada hacia las escaleras.
—Por fin llegaron.
Scorpius quedó prendado de una figura esbelta, con una piel porcelánica que recorría unas piernas torneadas hasta subir a un vestido celeste, ligero. Un cabello rubio como el oro, ondulado, brillante, caía igual que una cascada enmarcando un rostro de facciones finas y pómulos salientes. Unos ojos grandes y celestes coronaban con júbilo una juventud que parecía inquebrantable.
Él recordaba esa belleza, claro que sí, pero entonces era diferente: había pasado mucho tiempo desde la última vez que había visto a Victoire Weasley. Cuando Scorpius entró a primer año de colegio, ella estaba en séptimo. Ya entonces era novia de Teddy Lupin. Ahora, mirándola desde abajo igual que todos, absorbido por su luz, estaba convencido de que no había visto nunca, en toda su vida, una persona que pudiera igualar la belleza de Victoire.
Los ojos de Teddy recorrieron el salón observando los labios semiabiertos de todos.
—Pero me enamoré de su inteligencia, que quede claro —comentó en voz alta para romper el silencio.
—¡Vic! —soltó Dominique mientras corría hacia ella y la abrazaba.
Charlie, atiborrado de pastel, se dirigió al grupo:
—Creo que deberían llevar sus equipajes a sus habitaciones, verificar que todo esté en orden, y luego bajar a ayudar en lo que puedan. Estamos desbordados.
Dominique miró a su hermana con el ceño fruncido.
—¿Por qué no nos trajeron antes? Hubiésemos podido ayudar más.
Victoire acarició el mentón de la rubia.
—No queríamos distraerlos demasiado de sus clases. —Luego miró al grupo—. Chicas, vengan conmigo: les mostraré su habitación.
James restregó sus manos en el aire.
—Chicos, y también Tadeo, síganme —dijo guiñándole un ojo a Molly mientras ella le dirigía una mirada reprobatoria.
Megara les dio a Scorpius y a Alexander una palmada en la espalda.
—Suerte —les dijo mientras se encaminaba hacia su equipaje y, como todas las demás, se dirigía hacia las escaleras para seguir a Victoire.
La habitación de las chicas
—¡Esta es la mejor cama del universo! —dijo Dominique saltando sobre una de los colchones de agua en suelo, justo frente a las tres literas que habían sido apretadas unas contra otras.
Megara pestañeó viendo, con incredulidad, lo reducido del espacio. Le parecía casi increíble que, quien fuera que lo había conseguido, hubiese podido hacer que tres literas de tres pisos y dos colchones hubiesen cabido en esa habitación. En total, once camas. Victoire y Teddy viajarían a su luna de miel esa misma madrugada, de modo que no se quedarían a dormir en la madriguera.
Victoire abrió un closet relativamente amplio.
—Aquí puedes guardar tus cosas —le dijo a Megara—. No creo que tengas problema en acomodarlo.
Lily frunció el entrecejo.
—Hay once camas. ¿Las trillizas van a dormir con nosotras? —preguntó con una expresión de horror.
—Parece que sí —dijo Roxanne mordiéndose el labio inferior.
Megara pestañeó varias veces, incapacitada de comprender. Rose le sonrió.
—Así es como llamamos a las hijas de la hermana de tía Fleur, Gabrielle: Lidia, Amy y Carol —le aclaró la pelirroja.
—¡Ah! ¿Son trillizas? —preguntó la slytherin con ingenuidad.
Lily negó con la cabeza.
—Por supuesto que no, solo que son igual de insoportables.
Dominique dibujó en el aire muchos círculos.
—Son las trillizas del mal. Habitan en ese círculo del infierno que se le olvidó escribir a Dante.
Lily asintió.
—En serio, son como la peste bubónica.
Victoire rió y Megara, quien se había quedado algo asustada, esbozó una sonrisa débil, no muy segura de si era o no momento para reír.
—No exageren. No son tan malas —dijo la rubia.
—Preguntémosle a Lucy. Lucy nunca exagera —dijo Lily mirando a la pelinaranja—. ¿Qué opinas de Lidia, Amy y Carol?
Lucy se acarició la trenza.
—Ellas… bueno… —suspiró—. Son un poco… insufribles.
—Exactamente —dijo Lily.
—Tienen la misma cantidad de litros de mal en su sangre —agregó Dominique mirando a Megara—. Te recomiendo responder con monosílabos cuando te hablen.
—Y no respirar cuando estén cerca de ti porque huelen a azufre —dijo Lily.
Rose, sonriendo, meneó la cabeza.
—La están asustando.
Megara lo negó y levantó una ceja.
—Después de Lily, creo que no le tengo miedo a unos cuantos litros de mal en la sangre.
Lily sonrió y echó su cabello hacia atrás de forma coqueta.
—Agradece que, sin querer, te entrené para este momento.
Molly entró empujando un vestuario rodante a la habitación y, una vez que pudo colocarlo, se pasó el brazo por la frente y suspiró.
—He aquí sus vestidos —dijo la pelinaranja—. Espero que les gusten.
Roxanne se sentó junto a Victoire, quien se había acomodado en uno de los colchones del suelo.
—¿Por qué la boda está siendo tan precipitada? —le preguntó.
Dominique, ya revisando los vestidos, se detuvo y abrió los ojos como platos.
—No estarás embarazada, ¿o sí?
Victoire soltó una carcajada y negó con la cabeza y con una mano levantada en el aire.
—No estoy embarazada, pueden estar tranquilas —les dijo a sus primas—. Es solo que hoy cumplimos quince años exactos desde la primera vez que nos dimos un beso y queríamos que la boda fuera en esta fecha. Como le propuse matrimonio a Teddy hace solo dos semanas, pues, tuvimos que correr para convertir este sueño en una realidad.
—Momento —dijo Roxanne—. ¿Tú le pediste matrimonio a Teddy?
Megara notó que Lily hacía oídos sordos y prefería ver su vestido y sus zapatos. Quizás era su manera de, en silencio, soportar una historia que le traía, irremediablemente, malos recuerdos.
Victoire sonrió y se llevó el cabello detrás de la oreja derecha.
Megara suspiró. Nunca, en toda su vida, había visto una oreja tan adorable.
—Sí, fui yo quien le propuso matrimonio —dijo ella mordiéndose tímidamente el labio inferior—. Nuestra relación es poco convencional, lo sé, pero es por eso que me gusta. Siempre nos saltamos todos los órdenes. Con Teddy puedo ser quien soy, es decir, controladora y mandona. A él no le molesta porque no es un machista y no espera de mí que sea otra cosa que lo que soy.
Dominique aplaudió.
—Te quiero tanto, Vic, y también a Teddy. Son la mejor pareja que existe sobre la tierra.
—¿Quién te va a maquillar y a peinar? —preguntó Molly.
—Mamá, por supuesto —dijo Victoire—. Y tía Gabrielle. Me daré un baño. Necesito relajarme.
—Tú no te preocupes por nada, que ya estamos nosotros encargándonos de todo —dijo la pelinaranja, y luego se dirigió a sus primas—. Hay que bajar. Seguro que necesitan de nuestra ayuda.
Lily se dejó caer sobre uno de los colchones.
—Ayudaré a Megara a acomodar sus cosas y bajaremos al instante.
Molly asintió y todas las demás salieron de la habitación.
Megara abrió su equipaje y empezó a guardar todo en un cajón vacío que encontró dentro del closet.
—¿Puedo preguntarte algo? —dijo la morena.
Lily no dijo nada, pero ella entendió que estaba bien continuar:
—¿Qué es exactamente lo que te hace insistir con Lorcan si él quiere regresar con Libby Dworkin? ¿Estás enamorada de él?
Lily esbozó una media sonrisa y entornó los ojos.
—No estoy enamorada —le dijo desperezándose sobre el colchón—. Yo no me enamoro.
Megara se cruzó de brazos.
—Entonces, ¿qué más te da?
Lily la miró con cierta irritación.
—¿Qué más te da a ti? ¿Acaso estás del lado de la Dworkin?
La slytherin la miró con seriedad.
—No, estoy del lado de Lorcan —le dijo—. Si vas a jugar con él y lo que te molesta es que él no te lo permita, solo aléjate. Puedes usar a cualquier chico para eso, no necesitas a Lorcan.
Lily bufó y se sentó. Todo el colchón de agua tembló.
—No puedo hacer esto con otro que no sea Lorcan.
—¿De qué hablas?
La pelirroja volvió a entornar los ojos y bajó su mirada al suelo, fingiendo estar interesada en sus propios zapatos.
—Antes de Lorcan yo jamás había podido establecer una relación física con nadie —dijo como si estuviera hablando de cualquier cosa irrelevante—. No importa cuántas veces lo hubiese intentado, mi cabeza siempre me regresaba al parque de diversiones: mi cuerpo se paralizaba, me faltaba el aliento… era una sensación horrible. —Se puso de pie y miró a Megara a los ojos—. Solo puedo estar con Lorcan, físicamente hablando, y necesito averiguar a qué se debe para poder resolver mi problema y tratar de llevar una vida normal.
Megara, conmovida por la confesión de Lily, guardó silencio por unos segundos. La pelirroja la miró con fastidio.
—No te atrevas a sentir lástima por mí, Zabini.
Megara negó con la cabeza.
—Siento lástima por ti, sí, pero no por las razones que imaginas. No es por lo que te pasó y sigue pasando en tu mente, sino porque ese pasado que no superas no te permite darte cuenta de que en realidad ya sabes por qué puedes acostarte con Lorcan y no con otros.
Lily frunció el entrecejo.
—¿Y qué es lo que sé según tú?
La morena dio dos pasos hacia ella.
—Lo quieres. Te importa. Confías en él. Lo deseas —dio otro paso hacia ella—. Eso se llama amor.
Lily esbozó una sonrisa seca.
—Confío en él y lo deseo —dio otro paso más hacia Megara, casi cortando completamente la distancia entre ellas—. ¿Quién dijo que lo quiero o que me importa?
Megara bufó.
—¿Cómo puedes tener una piel tan perfecta incluso de cerca? ¿Es que acaso no tienes poros? —le dijo mientras caminaba hacia la puerta, cambiando completamente el tema de conversación.
Lily volvió a echar su cabello hacia atrás.
—Tú, en cambio, te ves aún más horrible de cerca —le dijo solo para irritarla.
Megara la miró antes de cruzar el umbral.
—Mi piel tiene poros, de acuerdo. Pero yo tengo un mejor trasero.
La slytherin se dio a sí misma una palmada en una de sus nalgas y desapareció directo hacia las escaleras.
Lily abrió la boca escandalizada.
—No puedo creer que haya hecho eso —soltó, incrédula, y luego murmuró para sí misma—. Aunque tiene razón.
La habitación de los chicos
Alexander, Scorpius y Tadeo tuvieron la misma reacción de sorpresa y estupor ante el reducido espacio y la acumulación de camas que tuvo Megara, minutos antes, un piso por encima de ellos. James les dio dos palmadas en el hombro para animarlos.
—Créanme: sobrevivirán —les dijo mientras les enseñaba el closet en donde podrían acomodar sus cosas—. Todos los Weasley Potters nos las hemos arreglado para entrar aquí siempre, todas las vacaciones, y lo hemos conseguido. Ustedes también podrán hacerlo, tengo fe en que no sean claustrofóbicos.
Un gato maulló fuertemente y saltó fuera del closet para salir corriendo hacia el pasillo.
—Ese es Ulises, el gato de Rose —le explicó Hugo a los slytherins—. Mamá no se separa de él así que estoy convencido de que fue ella quien lo trajo.
James miró a Tadeo por encima del hombro.
—Y, dime, ¿te gusta Molly?
Una nube de pelos hizo que Alexander estornudara. Scorpius, al ver que varios de esos pelos de gato se pegaban en su ropa, se limpió con disgusto la camisa.
—Yo no haría eso, ya que no tiene remedio —dijo Fred—. Una vez que Ulises está cerca de ti no hay forma posible de que tu ropa no esté llena de su pelo. Apuesto hasta que tu traje, Teddy, tendrá pelos.
Teddy sonrió.
—Lo he aceptado ya —miró a Alexander—. Así que eres el novio de Lucy.
El castaño asintió.
—Supongo que lo soy.
Teddy tenía su cabello, ahora, de un color turquesa.
—¿Y hasta cuándo piensas serlo?
El slytherin sonrió.
—Hasta que ella me lo permita.
James, aceptando el silencio de Tadeo, se tiró en uno de los colchones.
—Me agradas, Alexander Nott. Quién diría que terminarías enamorado de mi prima. Recuerdo la primera vez que te vi. Eras un Don Juan incluso en primer año de colegio. —Lo apuntó con su dedo índice—. Te mataré si le haces daño, por cierto.
Alexander sonrió.
—Permitiré que lo hagas si eso ocurre.
Scorpius, para entonces, ya había empezado a desempacar sus cosas y a doblarlas para colocarlas en algún cajón. Louis lo observaba como si se tratara de una rata de laboratorio.
—¿Por qué estás doblando de esa forma tu ropa? —le preguntó el gryffindoriano.
Scorpius, algo sorprendido por la pregunta, miró a Alexander en busca de auxilio. Lorcan sonrió.
—Scorpius y Alexander son algo… metódicos respecto al orden.
Louis y Fred se miraron y estallaron en carcajadas. Albus, quien también había empezado a desempacar su ropa, miró a Scorpius y a Alexander con algo de compasión:
—Yo los entiendo porque también tengo una obsesión con el orden —dijo el moreno—, pero Fred y Louis se ríen porque la madriguera es algo así como la pesadilla de un obsesivo compulsivo. No tiene sentido que dobles con tanto esmero tu ropa, Scorpius. Hagas lo que hagas, va a arrugarse.
—Eso si tienes suerte —dijo Hugo—. Porque puede pasarte lo que a mí este verano: Ulises se orinó sobre mis pantalones.
Scorpius tragó saliva.
—¿Disculpa?
James se mordió los labios.
—Buscaré bolsas de plástico para que puedan guardar su ropa —dijo mientras saltaba fuera del colchón y salía de la habitación.
Scorpius cerró los ojos por un instante y respiró hondo. Tenía que adaptarse, o morir en el intento. Había superado ya cinco pruebas de la competencia y en casi todas su vida había estado en riesgo. No podía permitir que un lugar como la madriguera lo derrotara. ¿Qué era algo de pelo y orín de gato comparado con las cosas que ya había superado?
—Está bien —dijo para sí mismo, como tranquilizándose—. Con unas bolsas de plástico todo estará bien.
Alexander se pasó una mano por la cabeza.
—Pelo y orín de gato. De acuerdo. ¿Hay algo más que debamos saber? —le preguntó el slytherin al grupo.
Hugo, sonriente, miró a Fred y a Louis.
—Esto va a ser más divertido de lo que pensaba.
7 horas para el matrimonio Weasley/Lupin
Cuando Megara alcanzó las escaleras vio a Albus acariciando a un perro grande y rodeado por Dominique, Lucy, Roxanne, Molly, Rose, y tres chicas de cabello rubio que no conocía.
"Deben ser Lidia, Amy y Carol", pensó mientras bajaba las escaleras. Sus ojos se encontraron brevemente con los de Albus, pero el moreno la evitó y tomó la cadena del perro.
—Lo llevaré afuera —dijo, y se dirigió a la puerta que daba al patio.
Lily bajó las escaleras después de Megara.
—Oh, ese era Firuláis —le dijo a la morena, refiriéndose al perro—, mejor conocido como la única virtud de Carol.
Una de las muchachas rubias, la más alta, miró a Lily con una sonrisa fingida.
—A mí también me encanta verte, Lily. ¿Es mi idea o has engordado un poco?
—Pero qué dices, si tú no tienes ideas —le dijo sonriendo.
Lucy se aclaró la garganta.
—Megara, ellas son las hijas de Gabrielle, la hermana de tía Fleur: Carol, Amy y Lidia.
La slytherin las saludó. Todas tenían facciones similares y eran bastante atractivas. "Quizás tienen algo de sangre de veela, como Victoire", pensó al ver que su cabello parecía flotar en el aire.
—Nique, tráeme un poco agua, s'il vous plait —dijo Lidia mientras se dejaba caer sobre uno de los muebles. —I'm so thirsty.
Dominique, con una expresión de pesar, suspiró.
—Sí, claro —dijo suavemente mientras se dirigía a la cocina arrastrando los pies.
—¿Por qué no vas a servirte tú el vaso con agua? —preguntó Lily—. ¿Acaso ella es tu esclava?
Lidia la miró como si le hablara en otro idioma.
—Oh, mon dieu. No exageres, please.
Roxanne se acercó al oído de Rose y le susurró:
—Cómo desearía que hablara siempre en francés, así no sabríamos lo que dice y no tendríamos que escucharla.
La pelirroja rió por lo bajo y Amy clavó sus ojos grises en ella.
—Te hemos visto en El Profeta —le comentó mientras se sentaba junto a Lidia—. Felicidades por haber sido seleccionada para una competencia tan importante. —Chasqueó la lengua—. Hasta hace poco nadie creía que podías ganar, sin embargo, tu popularidad ha subido pese a que Scorpius Malfoy es un bombón y un genio.
Rose intentó sonreír pero solo le salió una mueca extraña.
—Gracias, supongo.
Carol se sentó junto a Lidia fijando su atención en Rose. Megara pensó, al verlas juntas, que las Weasley Potter tenían razón: eran, definitivamente, las trillizas del mal. Y eran tan pesadas como un troll.
—En la primera rueda de prensa tu comparecencia fue espantosa —dijo Carol, examinando a Rose de arriba abajo—. Estás algo despeinada, ¿no crees?
Rose hizo su mejor intento por fingir una sonrisa más creíble.
—Sí, lo estoy.
Carol rió.
—Creo que nunca te he visto con el cabello suelto. Ya entiendo por qué.
Amy contraatacó:
—¿No se te hace sumamente duro recibir todas las críticas que recibes?
La gryffindoriana inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado.
—¿Qué críticas?
—Desde esa primera comparecencia todos hablaban sobre cómo no estabas a la altura para la competencia. No podías ni hablar con seguridad en ti misma, fue penoso. Scorpius Malfoy te hizo pedazos en esa rueda de prensa. En la segunda te fue mucho mejor y ahora hay muchos que te apoyan, pero, pobrecita… Debe ser muy duro para ti luchar tanto para alcanzar el nivel de tus padres y que sea Scorpius quien vaya ganando.
Rose la miró con firmeza.
—No por mucho tiempo.
Carol rió y aplaudió tres veces.
—Wow, mon chéri, de verdad estoy impresionada. ¡Estás muy cambiada! La competencia ha hecho mucho por tu autoestima. —Le guiñó un ojo—. Me alegro. Ahora eres más interesante.
Lidia asintió.
—Bien pour toi.
—Odio Francia —murmuró Lily a Megara—. La odio.
—Ni siquiera son francesas, sino americanas: su primer apellido es Wilson —comentó Roxanne.
La mirada de las tres hermanas se dirigió hacia la escalera cuando el primero de los chicos bajó. Alexander, sonriente, se integró al salón seguido por Hugo, Tadeo, Lysander y Lorcan.
—¡Gemelos! —soltó Lidia mientras les lanzaba un beso volado a cada uno. Lorcan y Lysander fingieron atraparlos en el aire y los llevaron a su pecho.
—De acuerdo, quiero morir —dijo Lily, asqueada por el gesto.
—¿Quién es él? —preguntó Amy con sus ojos brillantes sobre Alexander.
—Alexander Nott, el novio de Lucy —dijo Lily rápidamente—. It's taken. Not pour toi. Mantente trés alejada.
Carol miró a Lucy con incredulidad.
—¿No estabas tú con ese chico soporífero…? ¿Cómo se llamaba?
—Ben —completó la pelinaranja—. Ya no estoy con él, obviamente.
Alexander se sentó junto a la hufflepuf y tomó su mano entre las suyas sin dejar de mirar a las hermanas.
—Encantado —les dijo, sonriéndoles.
—Oh my gosh —soltó Lidia—. También estamos encantadas.
—Bien hecho, Lucy —dijo Amy haciéndole porras, pero a la pelinaranja no pareció gustarle.
Lidia se ventiló a sí misma con su mano derecha.
—¿Where the hell is Nique? J'ai tellement soif.
—Quizás fue muy inteligente y huyó lo más lejos que pudo de esta sala —comentó Lily.
Luna y Charlie, quienes seguían probando pasteles, debatían en una esquina sobre cuál era el mejor y no parecían ponerse de acuerdo.
—¡Estamos listos! —gritó Louis mientras bajaba las escaleras seguido por Fred y por Scorpius.
Carol, Amy y Lidia dejaron caer sus quijadas al suelo cuando lo vieron. Rose entornó los ojos.
—Scorpius, ellas son mis primas, Carol, Amy y Lidia —dijo Louis—. Primas, este es…
—Scorpius Hyperion Malfoy, ¿quién en este mundo no lo sabe? —dijo Carol recorriendo al slytherin de pies a cabeza y luego miró a Rose—. ¿Invitaste a tu contrincante a la boda de tu prima? ¿No es eso extraño?
Roxanne intervino:
—Tío Ron lo invitó.
Amy sonrió.
—¡A un Malfoy! Cuántas sorpresas juntas. —Se puso de pie y le extendió la mano a Scorpius—. Encantada.
—Deberías dejar de pestañear tanto, se te caerá un ojo —comentó Lily.
Rose miró con desagrado la escena. ¿Estaba Carol coqueteando con Scorpius? Su poder de veela parecía haberse disparado hasta el techo. Megara también lo notó: su cabello brillaba y se movía como si estuviera bajo el agua.
Scorpius clavó sus ojos grises en los de la rubia y esbozó una media sonrisa.
—Te conozco.
Carol pareció sorprendida ante esa declaración y se sonrojó intensamente. Amy y Lidia, boquiabiertas, observaban todo desde el mueble.
—Hace dos años tocaste el violín en la casa de Alessandro Krekovorich, por su cumpleaños —continuó el slytherin.
—¿Estuviste allí? Jamás te vi, y créeme, lo recordaría.
—Estuve poco tiempo, cuando tocaste, y luego me fui. En realidad, me hubiera ido antes de no ser que me gustó escucharte.
El rostro de Carol se encendió como un tomate y Amy, desde el mueble, suspiró:
—¿Cómo puede alguien ser tan guapo?
Scorpius continuó:
—Después de escucharte busqué por mi cuenta ese concierto de violin de Tchaikovsky. Por eso recuerdo tu rostro.
Carol sonrió.
—Mi pasión es el violín. Alessandro y yo nos conocemos desde pequeños, somos muy buenos amigos. ¡Qué coincidencia!
—Parece que tienen cosas en común —murmuró Louis a Fred—. Al menos Scorpius ya no se aburrirá tanto.
La abuela Molly entró al salón con un vestido espantoso en sus manos. Su rostro ya no tenía harina y, lo primero que hizo al entrar, fue extender el vestido a la vista de todos.
—Oh my gosh. C'est terrible! —dijo Lidia.
El vestido era de un color verde intenso con unos volantes al final, al estilo de los vestidos flamencos. Todos parecían haberse quedado sin habla frente a él.
—Rosie, cariño —dijo la abuela Molly—. Te has esforzado tanto este año, en esta competencia, y has vivido momentos tan duros… Quise hacerte un regalo y, aquí está: lo hice yo misma para que lo uses en la boda.
La abuela lo extendió hacia Rose con una expresión de ilusión y entusiasmo enternecedora. Amy, Lidia y Carol rieron por lo bajo. Scorpius sonrió ligeramente.
La gryffindoriana tomó el vestido y lo observó intentando encontrarle algo bueno, pero era imposible. Sin embargo, cuando levantó la mirada y vio los ojos brillantes de su abuela, ya ninguna otra cosa más importó.
Sonrió con ternura.
—Está hermoso, abuela. Lo usaré encantada.
Amy, aguantando las ganas de carcajearse, le dijo:
—Te verás fantástica, Rose.
—Oui, seguro serás el centro de atención —dijo Lidia.
Alexander, con la intención de cambiar de tema, se dirigió a la abuela Molly:
—¿Hay algo en lo que podamos ayudar?
—Ustedes, los invitados, no van a mover un solo dedo. Déjenlo todo en las manos de los Weasley Potter. Somos muy eficaces. —Miró a Luna y a Charlie—. ¿Ya han escogido el pastel? ¡Vamos, que no tenemos toda la tarde!
Carol tomó a Scorpius por la muñeca, y Rose lo notó.
—Traje mi violin. ¿Quieres que te haga un mini concierto?
El rubio la miró en silencio durante unos breves segundos.
—Claro.
—Nique is really slow —comentó Lidia poniéndose de pie y dirigiéndose a la cocina.
Charlie Weasley, con las comisuras de los labios manchados de pastel, se dirigió a sus sobrinos.
—Los necesitamos en las carpas. No damos abasto.
Rose miró el vestido entre sus manos y suspiró.
—Iré a dejar esto y me uniré a ustedes enseguida.
Mientras se dirigía a las escaleras vio a Scorpius y a Carol salir al patio de la madriguera e intentó no sentirse incómoda.
Sería una larga tarde.
En la cocina, quince minutos antes
—¿Por qué siempre me convierten en su sirvienta? —murmuró Dominique para sí misma mientras entraba a la cocina arrastrando los pies—. ¿Y por qué siempre permito que eso ocurra? No hay duda alguna: soy mi peor enemiga.
Por la puerta trasera de la cocina entró Aarón y la rubia dio un pequeño salto hacia atrás, llevándose las manos al pecho.
—¡No hagas apariciones ninja! ¡Me asustaste!
El castaño ignoró lo que ella le dijo y cerró la puerta tras de sí.
—Te vi por la ventana. Hay algo que tengo que darte.
—¿Ya estamos seguros? Nadie entrará a lastimar a Rose y a Scorpius, ¿verdad? Mi hermana se va a casar y no quiero que nada salga mal. —Se detuvo de repente, curiosa—. ¿Tienes que darme algo? ¿Qué cosa?
Aarón tenía una bolsa de plástico en sus manos y la puso sobre la mesa.
—Estamos completamente seguros en la madriguera —dijo el castaño mientras la rubia tomaba la bolsa con cautela—. Ni una mosca podría atravesar el campo de seguridad que hemos levantado sin que lo supiéramos. Incluso si alguien quisiera intentar romperlo, le tomaría media hora aproximadamente hacerlo, y para entonces todos podríamos ya haber escapado.
Dominique extrajo de la bolsa dos medias rosa con estampados de cerditos. Frunció el entrecejo.
—Aunque esto sea adorable y totalmente mi estilo, tengo que admitir que no entiendo por qué me darías medias.
Aarón movió una silla, alejándola de la mesa, y con un gesto de su mano invitó a Dominique a sentarse. La rubia, algo reticente, hizo lo que él le pedía.
El castaño se inclinó y tomó uno de los pies de la ravenclaw para sacarle el zapato.
—¡Oye! Esa extremidad es mía —le reclamó.
Aarón la miró a los ojos.
—Fui a Hogsmeade esta mañana unos minutos a comprar los medicamentos de Max y las vi en una estantería. Son medias para sonámbulos. Puedes dormir con ellas en verano o en invierno, da igual, se autorregulan para mantenerte fresca y lo importante es que si te levantas dormida la parte de abajo se endurece, convirtiéndose en algo parecido a la suela de un zapato. —Le quitó las medias a Dominique y le puso una en su pie desnudo—. Así no te lastimarás más.
La rubia movió sus dedos dentro de la media y sonrió. Era muy cómoda y fresca. En cuanto la asentó en el suelo, se endureció y la sensación cambió: sintió como si estuviera usando unas botas.
—¡Las adoro! —soltó la rubia, entusiasmada. Luego lo apuntó con su dedo índice y, haciendo pequeños círculos frente a la cara del castaño, le dijo: —Este es el primer regalo que me haces. Ya me quieres. Admítelo: nuestra amistad crece tan alto como el Everest.
Aarón, sonriendo a medias, tomó el dedo índice de Dominique y lo apartó de su rostro.
—Te regalé ese oso de peluche antes, ¿recuerdas?
—Eso no cuenta. No lo compraste para mí sino que lo obtuviste en una feria —dijo la rubia inclinando su cabeza hacia un lado—. En cambio esto lo compraste pensando en mí. ¿Piensas en mí muy a menudo?
Él pareció meditar por unos segundos.
—Sí, en realidad lo hago.
Dominique contuvo la respiración. Aunque estaba jugando, no había esperado para nada esa respuesta. Conocía a Aarón y el tono con el que lo había dicho había sido sincero y despreocupado, como si no le costara nada admitirlo. Entonces, ¿por qué su corazón había empezado a latir aceleradamente y su interior se había vuelto tibio, como una pequeña hoguera en medio de la nieve?
Aarón, aún arrodillado a sus pies, le sonrió.
—Tu rostro está rojo. No vas a llamarme príncipe otra vez, ¿verdad?
Dominique, emergiendo de su estado, negó con la cabeza.
—De ninguna manera: en esta historia, yo soy la escudera y el príncipe también. Tú eres la princesa a la que hay que rescatar.
Aarón soltó una risa corta y sarcástica. Dominique enfatizó su punto:
—Aunque no lo creas, soy yo quien te está rescatando todo el tiempo.
En ese momento unos pasos los desconcentraron y el castaño se puso de pie para ver a dos muchachas rubias entrar a la cocina.
—Nique, ¿por qué tardas tanto? —preguntó Lidia hasta que vio a Aarón y entonces se detuvo y sonrió torpemente—. Bonsoir, pretty boy.
Dominique se levantó de su silla y vio a Amy, justo al lado de Lidia, morderse el labio inferior mientras miraba a Aarón.
—¿No nos vas a presentar, Nique?
La ravenclaw se rascó la cabeza.
—Aarón, ellas son mis primas, Lidia y Amy. Él es Aarón Gozenbagh, uno de los guardaespaldas de Rose y Scorpius.
Lidia miró a Amy con la boca semiabierta.
—¿Why is this house full of fine men? ¿How are we suppose to choose? Mon dieu.
Aarón esbozó una sonrisa cordial.
—Mucho gusto —les dijo.
Amy le sonrió al castaño.
—Esperamos que no te estés aburriendo demasiado.
Aarón negó con la cabeza.
—Yo nunca me aburro —les dijo mientras se dirigía a la puerta—. Te veo luego, Dominique.
La rubia asintió y le dedicó una pequeña sonrisa incómoda. Una vez que desapareció, Lidia se sentó sobre la mesa.
—Ahora entiendo por qué tardabas tanto. ¿Eres su amiga?
—Sí, yo diría que sí —respondió Dominique con suavidad.
—Genial, así nos ayudarás a hacernos sus amigas esta noche.
Dominique miró a su prima con recelo. Estaban soñando si pensaban que Aarón les prestaría la más mínima atención. Ella llevaba mucho tiempo intentando ser amiga de ese chico y solo ahora parecía empezar a conseguir algo. Realmente estaban dementes si creían que sería tan fácil.
—Nique, ¿puedes llevar nuestras maletas a nuestra habitación? Estamos muy cansadas —dijo Amy desperezándose.
La ravenclaw tensó los músculos de su cuerpo.
—¿Tan cansadas que no pueden hacerlo por ustedes mismas? —les preguntó con delicadeza. Lo cierto era que no soportaba a Amy, ni a Lidia, ni a Carol, pero amaba profundamente a su tía Gabrielle. Por eso le costaba mucho ser honesta con sus primas o decirles lo que en verdad pensaba de ellas.
—Nique, please. No nos sentimos tan cómodas aquí. Este es un lugar que es familiar para ti, pero no para nosotras. Anda, ayúdanos a sentirnos como en casa —dijo Amy sonriéndole.
Dominique suspiró y se sacó la media de cerditos para volver a ponerse su zapato.
—Sí, claro. Subiré sus maletas —les dijo, rindiéndose.
—Mais, first the water, s'il vour plait —pidió Lidia.
Dominique resopló.
Tal vez su estancia en la madriguera no sería como lo había imaginado.
6 horas para el matrimonio Lupin/Weasley
Scorpius escuchaba a Carol tocar el violín con atención. Realmente tenía talento: tocaba correctamente las notas, pero le imprimía su personalidad a cada movimiento. La recordó por eso: era difícil olvidar a una buena intérprete musical.
El patio de la madriguera era pequeño, pero acogedor. Tenía flores y unas mesas con algunas sillas blancas. La jardinería, de todos modos, no estaba bien cuidada. Las flores y de más plantas crecían por doquier, sin control.
Sonrió. Parecía el cabello de Rose.
La madriguera le había impresionado. Jamás había estado en un lugar tan apretado, desorganizado y caótico en toda su vida. La cantidad de personas que corrían de un lado a otro era inverosímil y el ruido parecía habitar en cada esquina. Le resultaba impensable vivir allí por más de un par de días, de hecho, no estaba seguro de que soportaría dormir con tantos otros hombres.
Sin embargo, tenía que admitir que nunca había estado en un lugar tan cálido, tan hogareño. Era como si sus paredes lo abrazaran y, aunque podía resultar asfixiante, también era confortable.
Podía imaginar a una pequeña Rose corriendo por esos pasillos, acostándose en esos muebles y jugando con esas mismas flores que ahora observaba. Ese momento de intimidad, asistir, por segunda vez, a uno de los hogares de la pelirroja, conocer a sus abuelos, a sus tíos, a sus primos… ¿No le hacía todo aquello sentirse aún más cercano a ella?
Suspiró. Y, a pesar de ese sentimiento tibio y entrañable, allí estaban los problemas, los obstáculos que no habían dejado de amenazar con separarlos desde el minuto uno. Siempre supo que enamorarse de Rose Weasley sería un camino lleno de baches, pero no imaginó que la experiencia fuera a ser tan dura.
Sonrió levemente. De todos modos, su cabeza ya tenía decidido lo que iba a ser. Y aunque fuera difícil, no se detendría. Solo faltaba que Rose aclarara sus ideas.
Tenía esperanzas de que ella lo entendiera pronto.
La música terminó y Carol dejó el violín sobre la mesa mientras se sentaba frente a Scorpius. Él le sonrió.
—Tienes talento. Deberías dedicarte a esto.
La rubia se sonrojó intensamente y arrugó la nariz.
—¿En verdad lo crees? No puedo creer todavía que me hayas recordado de esa fiesta. Me hubiese gustado verte.
—Bueno, ahora me ves.
Carol sonrió con timidez fingida y se arregló el vestido de forma sutil.
—Imagino que la competencia debe ser muy dura.
—Lo es. Te cambia por completo —confesó el rubio.
—Aunque conozco a Rose de toda la vida, en realidad quisiera que ganaras tú. Representas fortaleza, liderazgo, inteligencia. Rose es… no sé, algo frágil.
Scorpius clavó sus ojos grises en ella con interés.
—Frágil —repitió.
Carol asintió.
—Quiero decir, es una buena estudiante y seguro que es muy lista, pero, no es muy despierta. Todos los veranos, cuando nos veíamos, era tan silenciosa y despersonalizada, como si no tuviera carácter alguno. Lily es arrogante y coqueta, Roxanne es fuerte y decidida, Dominique parlanchina y juguetona, Lucy dulce como una paleta de almíbar y creativa… Todas tienen algo, pero Rose… Es algo aburrida, ¿no lo crees?
Scorpius miró a Carol en silencio durante unos segundos y luego rió cortamente. Esa reacción sorprendió a la rubia.
—Rose está muy lejos de ser aburrida. Probablemente es la persona más interesante que he conocido y que conoceré jamás.
Carol pestañeó varias veces, confundida. El slytherin la miró con cierta seriedad.
—Lily, Roxanne, Dominique, Lucy… a todas ellas las puedes descifrar, las entiendes, por eso eres capaz de definir sus personalidades —le dijo esbozando una media sonrisa—. Rose es como un enigma. Por supuesto que te aburrirás si no sabes cómo resolverlo.
Carol frunció levemente el ceño, avergonzada.
—No sabía que pensabas así de ella.
Scorpius la miró con condescendencia.
—Nadie sabe todo lo que pienso de Rose.
Lucy y Alexander los interrumpieron entre risas, adentrándose en el patio para colocarse frente a ellos.
—¿Todo bien? —le preguntó el castaño a Scorpius.
—Todo bien —le respondió de forma inexpresiva.
Lucy miró a Scorpius mientras jugaba con su trenza.
—¿Quieres algo de beber o de comer? —dijo la pelinaranja— Queremos que te sientas bien aquí.
El rubio observó a la hufflepuf por primera vez con detalle. Su boca tenía la forma de un corazón y sus ojos eran muy grandes. Carol tenía razón: solo sus facciones y su voz desplegaban un oleaje de dulzura irresistible. Además, era sencilla, transparente y, por lo que su amigo le había contado, creativa hasta el extremo
Podía entender por qué a Alexander le gustaba tanto.
—Estoy bien, gracias —le respondió.
Carol chasqueó su lengua.
—¿En dónde están mis hermanas?
Lucy se humedeció los labios.
—Las vi hace poco salir tras Aarón en dirección a las carpas.
—¿Quién es Aarón? —preguntó Carol, confundida.
—Nuestro guardaespaldas —le aclaró Scorpius.
—¡Iuck! ¿No es mayor?
Alexander rió.
—Tiene 21 años.
Carol pareció sorprendida.
—¿Cómo puede alguien tan joven ser…?
—Todo el equipo de seguridad de los campeones tiene 21 años —dijo Alexander—. Pero eso no importa: lo que importa es que son los mejores.
Scorpius miró con hastío a su amigo.
—No me digas que ahora tú también eres fan de Gozenbagh.
Alexander sonrió.
—¿Quién no es fan de Gozenbagh? Después de que te ha salvado a ti y a Rose el pellejo más de una vez, puedo decir sin miedo que es una de mis personas favoritas en todo el mundo.
Lucy asintió haciendo el símbolo de la paz con su dedo índice y corazón.
—La mía también.
—¡Lucy! —exclamó Audrey. Alexander la miró y supo al instante, por sus rasgos faciales, que se trataba de la madre de la hufflepuf. Era una mujer alta y de cabello negro. Tras de ella, a pocos metros, venía Percy Weasley.
—¡Mamá! —soltó Lucy mientras corría a los brazos de su madre para abrazarla—. Te he extrañado mucho.
—Yo también, pequeña.
—Papá —dijo la pelinaranja separándose de su madre para abrazar a su padre.
—Él debe ser Alexander —comentó Percy mientras abrazaba a su hija, con sus ojos claros fijos en los del slytherin—. Alexander Nott.
El castaño le extendió la mano a Audrey y luego a Percy.
—Encantado de conocerlos, señores Weasley.
—El gusto es todo nuestro —dijo Audrey, sin embargo, Percy calló. Alexander notó que su expresión, a pesar de ser cordial, tenía un gesto oculto de dureza. No estaba seguro de si así era el carácter del padre de Lucy, o si le molestaba su presencia en la casa. Recordó que, una vez, la hufflepuf le contó que su padre era estricto; se lo dijo cuando le confesó que difícilmente Percy le permitiría estudiar artes plásticas, mucho menos cuando Molly estaba siguiendo una profesión tan seria como la de medimagia.
—Y tú debes ser Scorpius Malfoy —dijo Percy extendiéndole la mano al rubio—. Supimos lo que hiciste por nuestra sobrina. Bienvenido.
Alexander notó que, hasta ese momento, Percy era el único Weasley que no había abrazado a Scorpius y que, más bien, había sido parco con su recibimiento. Audrey, por el contrario, imitó al resto de la familia y le estampó al rubio un beso en la mejilla.
—Estás en tu casa.
—¡Auch! —soltó Hugo al recibir un pequeño coscorrón de Rose mientras entraban al patio.
Carol, al ver a la pelirroja, entornó los ojos, pero no dijo nada.
—Bah, aquí no está Megara —dijo Hugo sobándose la cabeza—. ¿La han visto?
Rose lo miró levantando una ceja.
—¿Se puede saber por qué estás tan pegado a Megara últimamente?
Alexander cruzó los brazos sobre su pecho, interesado.
—Es exactamente lo que nos gustaría saber a todos.
Hugo pareció incómodo con la pregunta.
—Es una amiga —finalizó sin ninguna intención de ahondar más en el tema. Luego miró a Scorpius—. Papá me pidió que te dijera que fueras a buscarlo a las carpas. Quiere saludarte y creo que también charlar un poco contigo.
Rose miró a Hugo con extrañeza. Alexander y todos los presentes parecieron sorprendidos.
—¿Charlar? ¿De qué? —preguntó la pelirroja.
Hugo se encogió de hombros.
—¿Por qué demonios debería yo saber eso? Solo sé que papá quiere verlo, pero no puede venir porque está muy ocupado afinando algunos detalles en la carpa donde será la fiesta.
Scorpius se puso de pie y se dirigió hacia la madriguera. Rose corrió hacia él, siguiéndolo, y lo alcanzó justo en el umbral de la puerta.
—No tienes que charlar demasiado con papá si no quieres —le dijo interponiéndose en su camino—. Si se pone parlanchín, dile que yo te pedí ayuda con algo y que debes regresar.
Scorpius la miró con cierta perplejidad.
—¿Quién te dijo que no me gustaría hablar con tu padre? —le dijo, sorprendiéndola, y luego esbozó una sonrisa que a Rose le pareció, francamente, tétrica—. Creo que estamos destinados a ser grandes amigos.
Rose entreabrió los labios y bufó.
—¿Estás loco? Esto no tiene…
Scorpius posó su dedo índice sobre los labios de Rose.
—Shhh —le dijo, y ella suspiró, aliviada, al ver que nadie los estaba viendo—. No quiero escucharte a menos que quieras terminar la conversación que iniciamos ayer por la noche. Yo ya te dije todo lo que tenía que decir. Si no tienes aún claro lo que vas a decirme, al menos déjame vivir esta experiencia Weasley-Potter a mi manera. Tu padre y yo estaremos bien.
Rose tragó saliva y miró al slytherin con confusión. Si bien era cierto Ron estaba enormentemente agradecido con Scorpius, el apellido Malfoy todavía era un tabú en su familia. No podía entender por qué el rubio quería mantener una conversación con alguien que se llevaba tan mal con su padre.
Además, en la actual situación en la que estaban, con su relación pendiendo de un hilo, no comprendía cómo era que Scorpius no encontraba incómodo el estar rodeado de toda su familia en un lugar muy distinto a la mansión Malfoy.
—Creo que tenemos que hablar —dijo ella adquiriendo un talante serio.
Scorpius asintió, despreocupado.
—De acuerdo, pero ahora no. Tu padre me está esperando.
Rose, de mala gana, se hizo a un lado y Scorpius pasó, sin mirarla, directo hacia el interior de la madriguera.
Percy Weasley, a unos metros, se llevó las manos a la cintura mientras observaba el jardín con una expresión reprobatoria.
—Mis padres necesitan un jardinero.
5 horas y media para el matrimonio Lupin/Weasley
—¡Un, dos, tres, amasen! ¡Un, dos, tres, amasen! Vamos, ¡amasen! Estos pastales no se harán solos —dijo la abuela en un tono de general retirado mientras Albus, Lorcan, Lysander y Molly amasaban con sus propias manos sobre la mesa.
Una nube de harina los hizo toser durante unos segundos.
—¡Aún me faltan los bocadillos! —dijo la abuela mientras corría hacia el exterior de la cocina—. Todo lo que había hecho de comer para la boda se echó a perder porque Arthur dejó abierta la refrigeradora. ¡Qué despistado es ese hombre! Tenemos que acabar a tiempo o Viki tendrá la peor boda de esta familia.
Todos fruncieron el ceño, espantados ante la idea de que su prima no tuviera una boda a la altura, y retomaron la labor de amasar con más potencia.
—Al, ¿te sientes bien? —le preguntó Molly, quien estaba a su lado—. Estás pálido.
Albus le sonrió sin ganas.
—Estoy bien.
Molly insistió:
—Estoy a punto de convertirme en una doctora y ya te digo que no te ves del todo bien. ¿Estás durmiendo ocho horas diarias? ¿Te estás alimentando correctamente?
El moreno asintió.
—Recuerda que yo también me convertiré en medimago. No te preocupes: sé cuidarme.
—Eso es, banda de vagos —dijo James entrando a la cocina—. ¡A trabajar! ¿O es que quieren ver a Vic llorar cuando se lleve a la boca un dulce y este le quiebre las muelas?
Lysander le sonrió.
—¿Por qué no nos ayudas?
—Lo siento, pero llevo dos días trabajando para esta boda. Los dulces son todos suyos —dijo el castaño mientras se sentaba en la encimera y clavaba sus ojos en Molly—. ¿Dónde está Tarado, digo, Tadeo?
La pelinaranja le dedicó una mirada asesina a su primo.
—Déjalo en paz, James.
—¿Estás saliendo con él? —le preguntó haciéndose el desinteresado—. Porque es obvio que a Tarzán le gustas.
Molly se sonrojó intensamente.
—Si estoy saliendo con alguien o no, francamente, no es tu problema.
—¡Auch! Eso sí dolió —dijo Lorcan llevándose la mano al pecho y manchándosela de harina. Lysander se rió de él.
James se cruzó de brazos.
—Por supuesto que es mi problema. Eres mi prima. Somos familia. Nunca has tenido un novio y no tienes experiencia. Tengo que cuidarte.
Molly miró a James con severidad.
—Sé cuidarme sola, y para tu información, si no he tenido un novio antes ha sido porque he estado concentrada en mi profesión y no me he dado esa oportunidad. Tal vez ya sea tiempo de dármela.
Lorcan y Lysander miraron a James como esperando lo peor, y no se equivocaron: el castaño saltó de la encimera y miró a Molly con una seriedad inusual en él.
—Entonces sí estás pensando en salir con ese idiota, ¿no es así?
Molly tiró la masa sobre la mesa levantando una nube de harina.
—¿Y si es así, qué? ¿Acaso yo te digo algo cuando sales con chicas idiotas? ¿Me meto yo, acaso, en tu vida personal?
James apoyó ambas manos en la mesa.
—Yo soy tu vida personal.
Molly bufó.
—Eres tan arrogante —le dijo, enfadada, mientras dejaba todo y caminaba hacia la salida de la cocina.
—Estás loca si piensas que voy a dejarte salir con ese imbécil —soltó James, siguiéndola.
Albus, Lorcan y Lysander se mantuvieron en silencio, algo impactados por la escena.
—Wow —dijo Lysander—. ¿Cuánto tiempo creen que tomen en casarse esos dos?
Albus esbozó una media sonrisa.
—Un par de años más. Primero tío Percy y papá tendrán que acostumbrarse a la idea y eso tomará algún tiempo.
—Tienes razón: Audrey y Ginny lo aceptarán con más facilidad porque ya lo han notado —dijo Lysander.
—Audrey y Ginny lo toman como un juego. No estoy tan seguro de que hayan notado que esto va más allá. Vamos, ni siquiera James y Molly se han dado cuenta todavía —agregó Lorcan.
Lysander retomó su trabajo con la masa.
—Hablando de relaciones amorosas truncadas, ¿qué tal tus intentos de volver con Libby? —le preguntó a su hermano.
Lorcan sonrió.
—Bien. Creo que será posible.
Albus fijó sus ojos verdes en el rubio.
—Te gusta mucho Libby, por lo que veo.
El slytherin volvió a sonreír y asintió.
—Me gusta que sea tan transparente. Es como si pudiera ver a través de ella. Dice todo lo que piensa y eso que piensa nunca es negativo. Hasta lo más difícil ella lo encuentra fácil porque cree que es capaz de conseguir cualquier cosa. Confía en sí misma más de lo que jamás he visto a nadie hacerlo.
—Vaya, vaya… No sabía que estabas enamorándote de ella —dijo Lysander.
Lorcan no le respondió y prefirió continuar con la masa sobre la mesa.
Detrás de la puerta de la cocina, Lily y Megara aguardaban en silencio. Habían escuchado, accidentalmente, los últimos minutos de la conversación de los gemelos. La morena vio cómo la gryffindoriana se quedaba quieta, incapaz de ingresar a la estancia, y su mirada se perdía en un vacío inasible.
Quería ayudarla de alguna manera, pero no sabía cómo.
De todos modos, se aclaró la garganta.
—Lily, ¿qué tal si nos vamos a otro sitio?
La pelirroja no le respondió. Era como si no la hubiese escuchado en lo absoluto. Su mirada continuaba perdida por otros espacios invisibles.
—Si en verdad quieres evitar que Lorcan se enamore de Libby Dworkin, tienes que darle más que esa máscara de chica pedante e insidiosa —le dijo y Lily, esta vez, fijó sus ojos en ella, escuchándola—. Tienes que dejarlo conocerte debajo de ese disfraz.
Megara vio cómo los ojos miel de Lily se humedecían, pero la gryffindoriana levantó el mentón y, una vez más, se colocó la máscara de indiferencia que todos conocían.
—No sé de lo que me hablas —le dijo la pelirroja, altiva—. Si Lorcan quiere volver tan desesperadamente con la Dworkin, que lo haga. Puedo encontrar un reemplazo para él cuando quiera. Todos los chicos quieren estar conmigo.
Lily se dispuso a irse, pero Megara la tomó del brazo.
—Esta que acaba de hablar, esta chica odiosa y frívola que acaba de salir de tu boca, no eres tú —le dijo mirándola con seriedad—. Si no se lo haces saber, lo vas a perder.
Lily intentó soltarse de Megara, pero ella le sostuvo la muñeca con firmeza.
—No puedes reemplazar a Lorcan porque él es irreemplazable. Es un tipo grandioso: inteligente, honesto, sensible, leal. Si dejas que Libby Dworkin se lo lleve, juro que te golpearé.
La pelirroja pareció meditar las palabras de Megara durante unos segundos, pero luego se soltó bruscamente de ella y la miró con hastío.
—Qué pesada que eres. Me aburres, ¿lo sabías?
Lily se volteó y caminó en sentido contrario, directo hacia la puerta principal de la madriguera. Megara se despeinó el flequillo y resopló.
—¡Tiene la cabeza más dura que una roca paleolítica!
4 horas para el matrimonio Lupin/Weasley
Rose y Roxanne ayudaban a colocar los arreglos florales sobre las mesas de la carpa en donde se realizaría la fiesta cuando, a lo lejos, pudieron ver a Scorpius conversando alegremente con Ron y Hermione mientras paseaban por los alrededores de la madriguera. La pelirroja resopló, echándose un rizo rojo que tenía sobre el rostro por encima de la cabeza. Ron soltó una carcajada y le dio unas palmadas amistosas a un Scorpius peligrosamente risueño.
—No sabía que Malfoy tenía tan buen humor.
Rose continuó mirando la escena con incredulidad.
—No lo tiene. Nunca se ríe. Nada en el mundo le hace gracia.
Roxanne esbozó una media sonrisa.
—¿Estás nerviosa porque tu padre y tu primera vez se están divirtiendo juntos?
Rose miró a su prima con los ojos bien abiertos.
—¿Nerviosa? ¿Yo? —dijo colocando las flores al revés en el florero de cristal—. No estoy nerviosa. Para nada.
Rose pudo jurar que, a pesar de la distancia, Scorpius la miró brevemente y esbozó una sonrisa triunfante, como si estuviera burlándose de ella.
—Hey, ¿quieren que las ayude? —preguntó Teddy mientras se sentaba en la mesa—. Me siento un inútil porque nadie me deja hacer nada.
Roxanne le sonrió.
—Es tu boda. Deja que nos encarguemos de ella —le respondió de forma tajante.
Teddy chasqueó la lengua y Rose se sentó junto a él.
—¿Estás listo? —le preguntó—. Siempre supimos que acabarían casándose, pero debe ser emocionante para ti, ¿no es así?
Teddy esbozó una media sonrisa.
—No lo sé —le confesó—. En realidad, me siento igual que siempre.
Roxanne lo miró con reprobación.
—Pues más te vale que empieces a sentirte diferente, porque estás a punto de casarte. No es un día como todos.
Teddy se despeinó y le dedicó una mirada suave a la morena.
—¿Por qué sería diferente? Solo es un ritual. Yo estoy comprometido a pasar mi vida con Victoire desde hace mucho antes que esto, solo que quizás ella no lo sabía.
—Vic nos contó que ella te pidió matrimonio. Me gusta que sean tan eclécticos —dijo Rose.
Teddy se estiró como un gato contra la silla.
—Sí, aunque me hubiese gustado haberlo hecho antes que ella. Siempre termina dejándome atrás.
Roxanne se sentó al otro lado del muchacho.
—Ted, ¿cuándo supiste que estabas enamorado de Vic?
Rose notó que los ojos de Teddy se iluminaron mientras fijaba su pupila en un lugar invisible.
—Un día, cuando estábamos en séptimo y llevábamos un mes de estar juntos, Vic enloqueció porque una chica de Slytherin obtuvo una calificación más alta que ella en la clase de Control Mágico. Estuvo muy molesta durante todo el día y, ya saben cómo se pone: no paraba de hablar sobre el tema. Creí que me volvería loco escuchándola. Cuando se obsesiona con algo es imposible sacárselo de la cabeza. —Hizo una pausa y sonrió—. Cuando nos despedimos para ir a dormir, Vic me preguntó si había estado insufrible y yo le dije que sí, que había sido como un golpe en los testículos durante todo el día. Entonces me miró y me dijo que me lo recompensaría, pero que como mañana seguiría molesta, prefería que no nos viéramos hasta que su humor cambiara. —Teddy meneó la cabeza—. La sola idea de que pasáramos un día separados era peor para mí que estar aguantando su berrinche por una calificación durante horas. Entonces lo supe: podría pasar toda mi vida con esta chica obsesiva, soportando sus peores momentos, a cambio de estar a su lado. Porque si estoy a su lado, pensé en ese instante, no importa qué, puedo ser feliz.
Rose y Roxanne suspiraron a la vez. La morena se humedeció los labios.
—Quiero enamorarme de alguien como tú ahora.
Teddy sonrió ampliamente.
—Tómate tu tiempo, Roxy.
—Vic y tú serán muy felices —dijo Rose, contenta.
Teddy miró a lo lejos cómo Lily caminaba, despreocupadamente, hacia el cerezo.
—Solo una cosa haría que mi felicidad fuera completa —dijo casi para sí mismo mientras se levantaba y caminaba en dirección a la pelirroja.
Rose y Roxanne lo vieron alejarse en silencio.
Lily tocó el tronco del árbol y buscó, casi sin quererlo, las marcas que había hecho hacía cinco años atrás, cuando era apenas una niña. La halló allí, gravadas en ese organismo vivo, y se sintió conmovida. No tenía ganas de pensar en nada. Quería hacer a Lorcan y sus palabras a un lado; quería una mente en blanco, fresca, limpia de ideas.
La repentina cercanía de Teddy no solo la hizo volver a un estado de caos mental, sino que también la hizo tensarse de pies a cabeza. Miró a su alrededor, deseando que hubiese otra persona cerca y que no fuera a ella a quien el chico fuera a dirigirse, pero solo encontró el cerezo. Sus ojos miel se anclaron en los negros de Teddy con cierto hastío.
—Lily, ¿podemos hablar? —le preguntó él, guardando sus manos en los bolsillos de su pantalón.
La pelirroja lo miró con desinterés.
—Dime.
Teddy suspiró.
—En realidad no es la primera vez que intento tener esta conversación contigo, pero ha pasado algún tiempo desde la última vez que lo intenté. Tengo esperanzas de que esta vez, por el contexto, pueda escuchar algo diferente —dijo mientras daba un paso hacia ella—. No sé qué es lo que ha hecho que nos distanciemos tanto. Quizás la edad. Has crecido y ahora eres una mujer, no la niña que se sentaba sobre mis rodillas. Pero no entiendo cómo pudimos pasar de ser tan cercanos a tener prácticamente la misma relación que tienes con las hijas de Gabrielle. —Esbozó una ligera sonrisa—. Quisiera que nos diéramos la oportunidad de retomar esa relación que teníamos antes.
Lily se humedeció los labios y miró a Teddy con cansancio.
—Ted, no tomes a mal lo que voy a decirte, pero no creo que haya nada que retomar —dijo la gryffindoriana en un tono suave e indiferente—. Tú mismo lo has dicho: éramos cercanos cuando yo tenía 11 años. Ya no soy una niña. No tenemos ya nada en común.
—Somos familia, y…
—Disculpa, pero no lo somos —lo corrigió Lily—. Tu padre era un amigo del padre de mi padre, no su hermano. No somos nada.
Teddy guardó silencio durante unos segundos, impresionado ante la contundencia de la declaración de Lily. Una sonrisa triste apareció en la comisura de sus labios.
—Es cierto —dijo casi para sí mismo—. Pero ahora que me casaré con Victoire, seremos familia. Y si no quieres darme la oportunidad de acercarme a ti, al menos me gustaría que se la dieras a Vic. A ella le haría muy feliz que…
—Esto me aburre —dijo Lily, interrumpiéndolo—. Felicidades por la boda.
Lorcan, a lo lejos, vio cómo la pelirroja le daba la espalda a un Teddy entristecido y sintió una especie de rabia y de rechazo por la actitud de la gryffindoriana.
Lo que no pudo ver fueron los ojos nublados de Lily, ni su brutal intento por no soltar ni una sola lágrima.
3 horas para el matrimonio Lupin/Weasley
Megara caminaba hacia la madriguera a paso rápido. Estaba ofuscada. Quería ayudar a Lily, pero no tenía idea de cómo hacerlo cuando su interior era lo más parecido a un baúl cerrado. Ella, quizás, era la única que había atisbado en adentro de la pelirroja, de lo que en verdad llevaba tras el cerrojo, por eso sabía que Lily no era lo que aparentaba ser, sin embargo, ¿qué pasaba con el resto? ¿Cómo podían los demás saber de Lily si ella no se los permitía? Bufó y se despeinó el flequillo. Si tan solo la gryffindoriana superara su pasado, si pudiera enterrarlo de una buena vez y abrirse a los que la rodeaban… Si tan solo Lorcan supiera la verdad…
Pero no, imposible: Lily jamás le diría lo que le ocurrió y lo que la ha convertido en quien es hoy, y ella tampoco lo haría porque jamás rompería su promesa de mantenerlo en secreto. El problema era que la pelirroja no se había dado cuenta, o no quería darse cuenta, de que lo que sentía por Lorcan era más que un juego.
"Tal vez cuando se dé cuenta de ello ya sea demasiado tarde", pensó Megara cuando, de repente, se vio forzada a detenerse frente al pórtico, pues Albus había acabado de salir y ahora estaba frente a ella, a unos cuantos metros, con su cabello negro, desordenado, y sus ojos verdes clavados en los suyos.
La slytherin cerró los labios y tensó la mandíbula. El moreno fue el primero en cortar el silencio:
—Supongo que no tiene sentido que nos ignoremos si estamos aquí —dijo el gryffindoriano con calma—. ¿Cómo has estado?
Megara intentó que su expresión facial no reflejara lo que en verdad estaba pensando: ¿le estaba preguntando cómo ha estado? ¿Es que acaso no se lo imaginaba? ¿O era acaso que creía que se dejaría morir por lo sucedido? ¿Qué se suponía que quería escuchar por respuesta?
Y, a pesar de la rabia y el rencor, allí estaba ella mirándolo a los ojos y encontrando en ellos esa misma sinceridad, esa misma transparencia, ese temple seguro y firme que siempre había admirado en él. Todo eso que la habían hecho amarlo.
Megara esbozó una media sonrisa fría.
—Estoy bastante bien. ¿Y tú?
Albus guardó silencio durante unos segundos en los que ella lo notó cansado, como si no hubiese dormido en días.
—Estoy bien.
Megara asintió y fingió una sonrisa.
—Me alegro. —Y casi sin darse cuenta de lo que decía, agregó: —En realidad, nuestra relación duró sólo unos meses. No tenemos por qué hacer un drama de esto.
Albus pareció herido ante las palabras de la morena, pero se limitó a bajar la mirada y a tragar saliva.
—Tienes razón, no tenemos.
Atrás de ellos, una voz femenina gritó el nombre del gryffindoriano. Antes de voltear, Megara lo vio levantar la mirada y ver, detrás de ella, algo que le iluminó el rostro y que lo hizo esquivarla y pasarla de largo para avanzar hacia el campo. Pocos segundos después, ella se giró y vio, a varios metros de distancia, a Albus fundirse en un abrazo profundo con una chica de cabello largo y castaño.
Su corazón se tensó como una piedra.
Sin darse cuenta de en qué momento sucedió, Lily apareció corriendo y la tomó del brazo halándola hacia el interior de la madriguera. Megara solo reaccionó cuando estuvieron adentro y la luz de la tarde enrojecía los cristales impidiéndole ver el exterior.
Lily, visiblemente alterada, le sonrió con incomodidad.
—¿Quieres algo de beber? Sé exactamente dónde tío Charlie guarda las cervezas.
Megara, como si no la hubiese escuchado, miró a la pelirroja a los ojos con seriedad.
—Ella era Danielle, ¿cierto?
Lily palideció y tomó a Megara por los hombros.
—Comencemos a beber ahora.
Cuando Roxanne entró a la sala de la madriguera, una rápida Lily arrastraba a Megara al patio y no pudo ni siquiera saludarlas, mucho menos preguntarles qué tramaban. Dominique, quien corría escaleras abajo, miró a la morena con una expresión risueña, pero llena de agotamiento.
—Las trillizas del mal además tienen una subdivisión nada irrelevante: las gemelas del averno. Solo quería que lo supieras —dijo la rubia dejándose caer en uno de los sofás—. Lidia y Amy no me dejan en paz ni un solo segundo y ya sé que los segundos no sirven para nada, a menos que se unan y formen un minuto, pero en verdad me gustaría descansar un segundo.
Roxanne se sentó junto a ella y se cruzó de brazos.
—No entiendo por qué les haces caso. Mándalas al infierno, que es donde pertenecen.
Dominique suspiró.
—No quiero causar una pelea en medio de los preparativos de la boda de mi hermana —dijo ella jugando con sus dedos—. Además, quiero tanto a tía Gabrielle… ¿Por qué tuvo que tener hijas monstruosas?
Roxanne miró a su prima y se humedeció los labios. Era ahora o nunca: tenía que hablarle de lo sucedido con Jeremy Carver y, a la vez, no lastimar sus sentimientos siento excesivamente específica con lo que le escuchó decir. Algo estaba ocurriendo entre ese chico, Aarón Gozenbagh y su prima, algo que ella no entendía del todo bien, pero necesitaba advertirle a Dominique que el ravenclaw no era alguien de fiar. Al menos eso tenía que hacer antes de que fuera tarde.
—No hemos tenido mucho tiempo para hablar últimamente, pero, Dom, estoy preocupada por ti.
Dominique frunció el entrecejo.
—¿Por qué? Yo estoy muy bien.
—Tal vez sí, pero no vas a decirme que estás como siempre, porque no es así —le dijo la morena—. Ya casi no pasamos tiempo juntas y la mayor parte del tiempo siento como si estuvieras ocultándome algo.
Dominique se mordió el labio inferior.
—Eh… Rox, eso de debe a que paso mucho tiempo con Aarón y…
—Si de verdad estás viéndote con él, entonces ¿qué pasa entre tú y Jeremy Carver?
Dominique abrió los ojos como platos y su rostro se encendió.
—¿Cómo lo sabes? ¿También puedes ver el futuro? ¿O el pasado? ¿O ambos?
Roxanne, confundida, ignoró el comentario de su prima.
—Escucha, está bien si no quieres aclararme nada. No soy tonta y sé que me estás ocultando algo, pero confío en ti y en tus razones para hacerlo. Todo lo que quiero que sepas es que Jeremy Carver es una rata de alcantarilla a la que no debes acercarte. ¿Entendido?
Dominique, impresionada por las palabras de su prima, pestañeó varias veces.
—A mí no me parece que huele tan mal.
Roxanne entornó los ojos y respiró hondo.
—Su interior es el que huele mal.
—¡Ahhhh! —soltó la rubia y luego pareció escéptica—. Pero a mí me pareció una buena persona. Siempre me ha tratado bien y…
Roxanne tomó las manos de Dominique entre las suyas.
—¿Confías en mí?
La rubia, con sus ojos fijos en los de su prima, asintió vehementemente. Roxanne sonrió un poco.
—Entonces hazme caso: mantenlo a raya. No comiences ni siquiera una amistad con Jeremy Carver. Evítalo. Ignóralo. Y, si es necesario, recházalo. ¿Lo harás?
Dominique dudó por unos instantes, pero después esbozó una sonrisa amplia y asintió.
—Lo que pidas para mí es una orden.
Roxanne suspiró.
—Solo espero en verdad que en algún momento me expliques lo que está pasando.
La rubia se humedeció los labios.
—Rox, yo… Es tan complicado. —Se mordió otra vez el labio inferior—. Ahora no puedo explicarte lo que me ocurre, pero quiero que sepas que no se debe a que no confíe en ti. Eres mi mejor amiga, no solo mi prima. Nunca he tenido secretos contigo, pero ahora hay una situación que me obliga a ser más misteriosa de lo que en verdad soy… Yo… —Tragó saliva—. Estoy esperando a que llegue el momento de saber si voy o no voy a cambiar para siempre en un aspecto de mi vida… No puedo decirte nada hasta que lo sepa. ¿Me esperarás?
Roxanne miró a Dominique con genuina preocupación y asintió.
—Solo recuerda que si me necesitas, estoy aquí —dijo la morena acariciando brevemente con su dedo índice la punta de la nariz de su prima—. Para lo que sea. Somos hermanas.
Dominique sonrió mostrando todos su dientes.
—Somos hermanas —repitió.
La puerta de la cocina se abrió y una Molly llena de harina emergió de entre una nube que se expandió por el salón.
—¿En dónde están las demás? —les preguntó mientras se limpiaba las manos en su vestido—. ¡Ya es tiempo de que empecemos a prepararnos!
—¿Prepararnos? —preguntó Dominique.
Molly asintió.
—Vestirnos, peinarnos, maquillarnos… en fin, disfrazarnos. ¡O no vamos a alcanzar!
1 hora para el matrimonio Lupin/Weasley
Rose se miró a espejo con verdadero espanto. Nunca, en toda su vida, se había visto a sí misma con un aspecto tan ridículo y patético a la vez. Sus primas, rodeándola, la miraban con una expresión de conmiseración y piedad. Nadie dijo nada durante los segundos en los que la pelirroja se observó, estupefacta, con el vestido que su abuela le había hecho. El color verde era acuoso y resaltaba injustamente la palidez de su piel, sin contar que el exagerado y mal ubicado estilo flamenco de los acabados le daba al conjunto una apariencia lamentable.
Rose suspiró.
—Parezco un pastel sobre el que alguien vomitó.
—Ehmm, yo no diría que está tan mal —dijo Molly dándole un codazo a Lucy—. ¿Cierto?
—Sí, eh, resalta el rojo de tu pelo —dijo la pelinaranja.
—Tu rostro es muy lindo y el maquillaje es perfecto —dijo Dominique (la única en la habitación que no estaba vestida aún, aunque sí peinada y maquillada).
Lily entornó los ojos. Tenía una lata de cerveza en la mano, igual que Megara.
—Por Merlín santo dejen de mentirle. Rose: te ves horrible.
—Lo sé —dijo la pelirroja.
—Serás, sin duda alguna, la cosa más fea de la fiesta.
—¡Oye! —soltó Megara, dándole un pequeño golpe a la gryffindoriana en la cadera—. No es necesaria tanta honestidad.
Lily la apuntó con su dedo índice.
—Si dices que soy muy honesta eso quiere decir que piensas que digo la verdad. ¡Ja! Ya no soy la única malvada.
Megara miró a Rose con compasión.
—Lo siento.
—No te preocupes. No me están diciendo algo que yo no sepa. Tengo ojos.
—Tu cabello está muy lindo, a pesar de todo —dijo Roxanne intentando encontrarle un punto positivo al asunto.
Lily caminó hacia Rose y las dos se vieron reflejadas en el espejo de cuerpo entero que estaba adherido a la pared.
—¿Por qué no solo te quitas eso y te inventas una excusa con la abuela para no herir sus sentimientos? —le aconsejó—. Tengo miedo de que alguien te confunda con una piñata e intente golpearte con un palo o algo así.
Molly miró a Lily con pavor.
—¿Cuántas latas de cerveza ha bebido ya? —preguntó a Megara.
—Tres, como yo —dijo la slytherin, mucho más en control de sí—. Solo que estoy empezando a notar que no es muy buena bebedora.
—¿Eso no es de tío Charlie? —preguntó Lucy señalando las latas.
—Así es. Esto es lo mejor del tío. —dijo Lily mientras bebía.
Rose suspiró.
—No puedo hacerle eso a la abuela. No se preocupen: si veo a alguien con un palo huiré, pero no puedo quitarme esto, por más espantoso que sea. Le rompería el corazón.
Todas, menos Dominique, parecían listas, aunque la habitación estaba hecha un desastre: había maquillaje, cepillos, ropa, pociones alisantes, posiones rizadoras, perjumes, bisutería, zapatos, en cada centímetro del suelo y en cada esquina. Megara usaba un vestido lila que le llegaba un poco más arriba de las rodillas y sus zapatos eran unos deportivos que desentonaban totalmente con la belleza de su atuendo, sin embargo, marcaban su estilo. Lily usaba un vestido rosa claro que casi igualaba el tono de su piel. Aunque era largo, tenía una alta apertura que dejaba al descubierto su pierna según qué movimientos realizaba. Su cabello rojo y usualmente liso, ahora tenía unos delicados rizos al final que Molly le había hecho. Lucy tenía un peinado similar, pero su vestido era rojo, al igual que sus labios. Roxanne usaba un vestido corto, como el de Megara, pero de color beige, y su cabello estaba recogido en una cola alta. Dominique tenía un maquillaje precioso y su cabello estaba suelto y peinado en perfectas ondulaciones, pero desde hacía unos minutos había notado que no encontraba su vestido en ninguna percha y empezaba a preocuparse.
Rose era la única de las primas cuyo peinado era de cabello recogido, dejando su nuca al descubierto.
—Dom, quizás debas buscar tu vestido en la habitación donde se está preparando Vic. Quizás lo movieron hasta allí por equivocación —dijo Molly.
—Seguro que las trillizas del mal se llevaron el tuyo cuando cogieron sus vestidos para irse a preparar con Vic —dijo Lily—. Por Merlín, qué pesadas que son. ¿Acaso no entendieron que esa habitación era solo para la novia?
Dominique saltó fuera de la cama y salió en busca de su vestido. Pocos segundos después, Molly miró a Rose con enorme pena.
—Creo que llegó el momento de bajar.
Lily le dio a la pelirroja dos palmadas en la espalda.
—Prepárate para ser la mofa de todos nuestros primos. Ya sabes cómo son.
—La pregunta es, ¿preferimos a Lily ebria o sobria? —preguntó Roxanne.
Lucy se abrazó a sí misma.
—Sobria. Ebria es aún más cruel.
Rose tragó saliva y respiró hondo. Si sus primas supieran todo por lo que ella había pasado ese año habrían sabido que un vestido feo ni siquiera entraba en su lista de preocupaciones. Lo único que quería era hacer feliz a su abuela.
Ya había perdido a una. Al menos podía proteger, querer y complacer a la única que le quedaba viva.
Cuando esta idea cruzó por su mente, un flash oscuro la llevó, por unos segundos, al sonido de ese disparo reventándole la cabeza a su abuelo; a la sangre y al segundo disparo que acabó con todo. Cerró los ojos con fuerza y sus primas se asustaron y la rodearon, angustiadas, pero Rose sólo lo notó cuando hubo recobrado el sentido de sí.
"No es el momento. No es el momento", se repitió mentalmente, encontrando la entereza que necesitaba.
—¡Te has puesto pálida! —soltó Molly sosteniendo el rostro de la pelirroja—. ¿Te duele la cabeza? Déjame tomarte el pulso.
Rose negó y fingió una sonrisa perfecta.
—No es nada, de verdad —mintió—. Es solo que es muy duro ver este vestido.
—Rosie tu rostro cambió por completo —dijo Lucy, preocupada—. Parecías otra persona…
La gryffindoriana sostuvo su sonrisa.
—Ya lo ven: soy más vanidosa de lo que creían.
Lily le extendió su lata de cerveza.
—Toma. Lo necesitas más que yo.
Rose la tomó y bebió de un solo golpe todo el contenido. Sus primas la miraron impresionadas.
—No sabía que eras de las mías, Rose —dijo Lily sonriéndole juguetonamente.
Juntas se dirigieron al pasillo y bajaron las escaleras. En el salón, Lidia, Amy y Carol se entretenían, muy bellamente vestidas, charlando con Scorpius, Alexander, Hugo, Louis y Fred, todos con atractivos smokings. Cuando Carol vio a Rose no pudo evitar soltar una carcajada que opacó inmediatamente cubriéndose la boca con ambas manos. Sus hermanas la imitaron mientras que Hugo, Fred y Louis rieron con libertad sosteniéndose el estómago.
—Por Merlín, Rosie, pareces una anciana. ¡Ya sé! Estás idéntica a Rita Skeeter —dijo Hugo burlándose abiertamente de su hermana.
—Es lo más fea que te hemos visto jamás. Pero te amamos, Rosie —dijo Fred, totalmente rojo por la risa.
Rose entornó los ojos y notó que Scorpius sonreía levemente mientras la miraba de arriba abajo.
"Genial", pensó.
—Ríanse, me da igual —dijo la pelirroja—. Pero no se les ocurra decirle a la abuela que su vestido es horrible o los mataré.
El único que no parecía pestarle atención a Rose era Alexander, quien tenía sus ojos verdes clavados en Lucy como si no pudiera hacer otra cosa. Sus labios estaban entreabiertos y la recorrían con deleite. Jamás la había visto en un vestido, mucho menos rojo. Sus labios también estaban pintados de ese color y la fortaleza del tono resaltaba su forma de corazón.
Megara se acercó al castaño y, aclarándose la garganta, le murmuró:
—Si sigues babeando harás una piscina —le advirtió—. Controla tus hormonas antes de que los primos de tu novia noten que quieres desnudarla y hacerle cosas aquí mismo.
—Es exactamente lo que quiero —dijo el castaño esbozando una media sonrisa.
—Lo sé —dijo Megara—. Te conozco tanto que me da miedo.
Carol caminó hacia Rose y tocó uno de los pliegues de su vestido.
—La abuela Molly llevó su talento culinario al mundo de la moda. La pobre.
—No te preocupes, Rose. Después de un rato mirándolo, no es tan feo —dijo Louis riendo.
James entró al salón y Lidia y Amy suspiraron al verlo en traje y con el cabello castaño perfectamente peinado hacia atrás. Él miró a Molly y sonrió, pero su voz se dirigió a todo el grupo:
—Los necesitamos en las carpas. La boda está a punto de empezar.
Boda Lupin/Weasley
En la carpa de la ceremonia todos murmuraban, expectantes, y se colocaban tal y como Audrey les indicaba, formando un hermoso camino plagado de pétalos flotantes por donde caminaría Victoire.
Teddy fue abrazado por Harry y cada uno de sus tíos postizos. A su lado, Bill le sonreía con afecto. Hermione y Ron, después de abrazar a Rose y felicitarla por tener el valor de usar el vestido de la abuela Molly, se colocaron junto a Gabrielle y su esposo, Aland. El ambiente olía a frescor nocturno: las luces parecían luciérnagas revoloteando por arriba de sus cabezas. Rose sintió una extraña calidez, algo que hacía mucho no sentía. Y supo, después de ver los ojos brillantes de Teddy y las sonrisas pintando los rostros de quienes más amaba, que era la brevedad de la felicidad en familia.
Al menos allí, en ese espacio, en ese enorme y móvil hogar, nada había cambiado.
Allí, junto a todas esas personas, tenía un lugar en donde descansar, incluso en ese momento cuando ella ya no era la de antes. Incluso cuando sabía que nunca más podría serlo.
Al fin de cuentas, luchar contra Ásban ¿no era acaso defender esa felicidad que ahora la enternecía? ¿No era protegerlos a todos, evitar que alguien tuviera que pasar por lo que ella pasó? Teddy, Victoire, James, Molly… Lily, Albus, Dominique, Roxanne, Hugo, Fred, Louis, Lorcan y Lysander… ¿No habían sus padres luchado ya en una guerra para que sus hijos no tuvieran que experimentar el horror de la pérdida?
No: sus primos no verían una nueva guerra. No verían los campos de concentracíon, ni los asesinatos, ni la tortura.
Rose no le permitiría.
—Rosie, aunque lleves eso encima, sigues siendo mi hermana favorita —le susurró Hugo al oído.
La pelirroja le sonrió y, brevemente, vio a Scorpius conversando con Megara y Alexander por lo bajo.
—¡Mira, es Agnes! —soltó Lucy señalando a la rubia, quien se separaba de su madre, Lavander, para saludarlos.
—Hola —dijo la rubia agitando suavemente su mano en el aire y con una sonrisa incómoda, como si no supiera muy bien qué estaba haciendo allí.
—¿Mamá y papá invitaron a Lavander Brown? —preguntó Hugo—. Increíble.
Fred se acercó a Agnes y pasó su brazo por encima de los hombros de la rubia, abrazándola lateralmente, pero ella se encogió como repelida por el contacto. El pelirrojo, sin embargo, hizo caso omiso.
—Brown, no sabíamos que vendrías. ¡Debiste decírnoslo!
—Sí, Agnes, esto sí que es una verdadera sorpresa —dijo Louis abrazándola del otro lado y viendo con sorpresa cómo la cabeza de ella le llegaba a la altura del hombro. Miró a los demás y rió—. ¡Es tan pequeña!
La rubia sonrió escuetamente, atrapada entre dos chicos menores a ella pero varios centímetros más altos.
—Yo solo fui a pasar el fin de semana con mamá —justificó—. No me dijo que estaba invitada a ninguna boda. Ella nunca me dice nada.
Lily la miró con compresión.
—Oh, eres infeliz. Perfecto ¡Otra compañera de juerga!
James miró a Agnes con curiosidad.
—¿Nos conocemos en alguna parte?
Molly le dio un codazo.
—Entró junto con Rose y Albus a primer año en Hogwarts cuando nosotros ya estábamos de salida. ¿No la recuerdas? Es la hija de Lavander Brown.
Lily pasó una mano por el flequillo rubio de la gryffindoriana.
—Me gusta tu pelo. Es muy edgy.
Agnes miró a Lily como si no pudiera entender por qué estaba siendo amable con ella.
—Está con varias cervezas encima —le explicó Louis.
—Ah.
—Creo que debería cortármelo así —continuó la pelirroja observando el cabello de la rubia—. ¿Dónde te lo hiciste?
Agnes pestañeó varias veces.
—Hace unos días bebí una poción equivocada en clases y corté mi pelo en un estado de completo descontrol, así como la mayor parte de mi ropa y la de mi compañera de habitación —dijo la rubia con seriedad—. Cuando desperté tuve que emparejarlo como pude. No es edgy, solo está mal cortado.
Lily sonrió.
—Me gusta tu técnica. Haré lo mismo, pero cambiaré lo de la poción por un montón de alcohol.
Lucy suspiró y le murmuró a Rose:
—Me da pena por Agnes. No es muy cercana a ninguno de nosotros y en verdad parece que no quiere estar aquí. Debe sentirse incómoda.
Albus entró con Danielle y Megara pudo verla, esta vez, de cerca: se trataba de una chica alta, esbelta, de cabello castaño claro y ojos azules enmarcados por un par de cejas pobladas que funcionaban muy bien con su rostro. Usaba un vestido blanco ceñido. Sus manos rozaban el brazo de Albus.
El moreno, por su parte, le cedió su espacio al lado de sus primos y se colocó junto a ella. Los dos conversaban por lo bajo y sonreían. Parecían contentos.
—¿Quieres que lo golpee? —preguntó Alexander—. La oferta sigue en pie.
Scorpius tenía sus ojos grises fijos en Albus.
—Cretino.
Megara tragó saliva y esbozó su mejor sonrisa.
—Olvidémoslo, ¿quieren? —les dijo a ambos—. Por cuestiones del azar ahora tengo una especie de amistad con Lily Potter y por eso estoy aquí. Pienso, por lo tanto, concentrarme en lo que vine a hacer que es, prácticamente, evitar que arruine esta boda con sus problemas psicológicos y brindarle apoyo moral. Es de la única Potter de la que quiero saber.
—Hey, —dijo Lorcan uniéndoseles y dirigiéndose a Megara— ¿Cómo estás, chica más guapa de la carpa?
—Estaré mejor en cuanto dejen de preguntarme cómo estoy.
Lysander sonrió.
—Está bien, pero eso sí: eres la más guapa de la carpa —le dijo, y luego agregó—, después de Roxanne.
Aarón, Gania, Fiodor y Ginger se encontraban repartidos a los extremos de la carpa, asegurándose de que todo estuviera bien. Ginger, sin embargo, corrió hacia el castaño haciendo pucheros.
—Deberías regresar a tu puesto —le dijo Aarón, regañándola.
—¡Me aburro! —soltó la morena—. Además, estamos más que seguros. ¿No podemos solo disfrutar de la boda?
El castaño la miró con severidad.
—No. Estamos trabajando.
Ginger resopló.
—¿Cómo puedes ser tan responsable y verte tan guapo en smoking, todo a la vez? —le soltó con fastidio—. Casi me estás haciendo replantearme esto de ser lesbiana.
Aarón esbozó una media sonrisa.
—Eso sería imposible.
Ginger asintió.
—De acuerdo, lo es. Pero, ¡vamos! Llamas la atención de muchas chicas en este mismo momento y de verdad tú solo piensas en ¿trabajar?
El castaño no pareció interesado. Ginger bufó.
—Claro, olvidé que la única que te importa es pelirroja y ya tiene novio. —La morena le limpió con la mano el hombro—. Deberías mirar más allá de ese terreno. Otros amores podrían sorprenderte.
Aarón ni siquiera la miró.
—No es eso lo que estoy buscando.
—No, pero es lo que necesitas —le dijo Ginger—. No puedes seguir viviendo solo con el fin de vengarte por la muerte de tus padres. Eso no te hace bien. Te está destruyendo por dentro.
Aarón fijó su mirada fría, distante, en los ojos de su amiga.
—No le tengo miedo a la destrucción.
Ginger suspiró, derrotada.
—Solo quisiera verte feliz por una vez en la vida. Aunque no lo creas, te lo mereces.
El castaño volvió a cortar el contacto visual con ella e, imperturbable, continuó observando como un águila la estancia y a cada uno de los invitados.
—Para algunas personas la felicidad no es una opción.
En ese momento sus ojos oscuros se enfocaron en una figura peculiar que ingresó corriendo a la sala y llamando la atención de todos. Ginger dejó caer su mandíbula varios centrímetros abajo y señaló al frente con su dedo índice.
—¿Es eso un panda?
Y así había sido: un oso panda o, mejor dicho, una persona disfrazada de oso panda, con una cabeza gigante y bamboleante, había entrado corriendo hacia las filas de los Weasley Potter. Solo cuando la cabeza de panda fue retirada y una cabellera rubia emergió sobre el pelaje, las cosas comenzaron a cobrar sentido.
—¿Dominique? —soltó Roxanne, impactada.
—¿Qué demonios haces con eso encima? —soltó Hugo mientras Fred y Louis reían a carcajadas, igual que Lidia y Amy, al otro lado, mientras la señalaban.
Dominique bufó.
—No pude encontrar mi vestido. No estaba por ninguna parte. Quise buscar algo que ponerme pero todo había desaparecido. ¡Lo juro! Lo único que quedaba era este traje sobre la cama. Yo… Yo no podía perderme la boda de mi hermana. Jamás me lo perdonaría. Me convertiría en la peor hermana del mundo. Yo no quiero ser la peor hermana del mundo.
Hugo esbozó una media sonrisa.
—Esto ni siquiera ha empezado y ya está siendo surrealista.
Roxanne se cruzó de brazos.
—Alguien te ha jugado una broma pesada, Dom.
—Aunque encuentres tu vestido, por favor, quédate así —dijo Louis entre risas.
Dominique miró a Danielle a pocos metros y se tapó la boca con sus patas de panda.
—¿Albus la invitó!
Lucy negó con la cabeza.
—Victoire lo hizo. La pobre no tiene idea de que Megara… Albus ni siquiera lo sabía.
Dominique abrió la boca y señaló a Agnes, quien permanecía junto a su madre a buena distancia de sus compañeros de colegio.
—¿Invitamos a Agnes?
—¿Quién es Agnes? —preguntó Louis.
—Tarado, la abrazaste hace unos minutos junto a Fred —dijo Roxanne.
—¡Ah! La pequeña que está en Gryffindor con nosotros.
Lily entornó los ojos.
—Es mayor a ti y a mí. Te recuerdo que tiene la edad de Al y de Rose.
Louis se encogió de hombros.
—Da igual. Es pequeña.
De repente, un arpa empezó a sonar. Las personas se silenciaron: un piano, suave, lento, elevó sus notas y las luces se atenuaron. Al comienzo del pasaje alfombrado y con pétalos flotantes, apareció Victoire.
Todos contuvieron la respiración.
Teddy, al otro extremo de la estancia, sonrió ampliamente y sus ojos se humedecieron.
Victoire sonrió de lado. Ese era su gesto. Sabía bien que derretía a cualquiera cada vez que lo hacía, especialmente a Teddy.
Louis suspiró.
—Ya es hora —murmuró para sus primos—. Estoy algo celoso.
Dominique le sonrió.
—¿Lo estarás también cuando me case?
Louis levantó una ceja.
—¿Tú? ¿Casarte? No seas ilusa.
Dominique frunció el ceño y se cruzó de brazos.
—No sé a lo que te refieres. Yo soy muy casable.
Louis esbozó una sonrisa sardónica mientras la miraba de arriba abajo.
—Por lo pronto solo eres una especie en extinción que necesita comer bambú. No creo que debas pensar en cosas de humanos.
Victoire caminó sin dejar de mirar a Teddy ni por un instante mientras los pétalos se iban convirtiendo en chispas doradas al roce de su piel. Los invitados aplaudieron y, cuando Teddy tomó la mano de la rubia y la besó, claramente emocionado, todos se conmovieron porque así era el amor: contagioso y vibrante.
—Estamos reunidos aquí para dar paso al matrimonio civil bajo las leyes mágicas del Ministerio y… —comentó la mujer que, cubierta por una toga púrpura, leía de un libro grueso y antiguo que flotaba frente a sus ojos. De vez en cuando se acomodaba unos lentes que insistían en resbalar por su nariz.
Victoire y Teddy, sin embargo, no dejaban de mirarse.
Scorpius y Rose intercambiaron miradas por unos breves segundos, y la pelirroja sintió una especie de tristeza al darse cuenta de que muy posiblemente ellos jamás podrían hacer lo que Teddy y Victoire hacían ahora. No eran libres. No podían entregarse el uno al otro, aunque lo quisieran.
Por primera vez entendió con claridad y contundencia las palabras del slytherin: "Quizás amarnos no sea suficiente".
Quizás no. No lo era.
Además de amar al otro, era necesario sostenerle la mano y la mirada con un compromiso indestructible, para siempre; eso que hacían Teddy y Victoire en silencio, en ese mismo instante. Ese para siempre era lo que ni Rose ni Scorpius podían entregar: su futuro les pertenecía a otros.
"Quizás amarnos no sea suficiente".
—Sí, acepto.
—Claro que acepto, tonto.
Aplausos. Risas. Un beso. Docenas de mariposas multicolores volando. Las lágrimas de la abuela Molly. El grito de júbilo de Charlie. Los cánticos de los invitados. Las serpentinas. Los abrazos. Las miradas de Rose y de Scorpius volvieron a encontrarse entre todo ese ruido, entre toda esa vida. Se vieron: eran claros el uno para el otro.
Pero en medio había pétalos que estallaban, mariposas, gritos, risas, voces de otro mundo, colores…
¿Por qué, entonces, podían verse con tanta claridad?
¿Por qué el ruido se apagaba?
La ceremonia había terminado.
La fiesta apenas acababa de empezar.
La chica que se convirtió en panda
La carpa de la ceremonia fue abandonada velozmente tras la finalización del matrimonio civil. Los invitados, en fila india, ingresaron a la carpa mayor: la destinada a la fiesta que James y Molly se habían encargado de organizar para los recién casados. Dominique no pudo creerlo cuando entró: las mesas tenían arreglos florales iridiscentes y la pista de baile era enorme. Un escenario modesto, pero con luces de colores, anunciaba la próxima presencia de algún grupo musical, probablemente el de James. Todo estaba decorado con telas de colores cambiantes y con luces que flotaban en formas de burbujas sobre sus cabezas. Varios hombres y mujeres en patines llevaban bandejas con toda clase de dulces y también de bebidas.
—Es perfecto —murmuró, asombrada.
Había estado tan concentrada admirando cada detalle del salón que apenas notó en qué momento Amy y Lidia la arrinconaron junto al bar. La rubia pestañeó varias veces y miró a sus primas con desconcierto. Ellas solo se rieron por lo bajo mientras miraban su disfraz.
—Creímos que sería imposible, pero te robaste la atención que Rose estaba acaparando con su horrible vestido —dijo Amy, riendo con verdadera alegría—. Esto ha sido muy divertido.
—¡Sabíamos que lo usarías! —soltó Lidia— But, oh my gosh.
—C'est drôle.
Dominique frunció el entrecejo y se rascó la cabeza.
—Un momento. Creo que están intentando decirme algo y sospecho que eso es que fueron ustedes quienes escondieron mi vestido, y todo lo demás que pudiera usarse, y colocaron este traje de panda para que no me quedara otra alternativa que hacer el ridículo.
Lidia y Amy intercambiaron miradas.
—No estarás molesta, ¿verdad? —preguntó la primera.
Dominique meditó por unos segundos.
—No. Me gustan los osos pandas, pienso que son criaturas nobles —dijo con serenidad—. Pero no creo que deba estar usando esto en la boda de mi hermana, es inapropiado y, aunque yo sea la reina de lo inapropiado, no por voluntad propia, sino porque mis gustos podrían ser considerados (equivocadamente) infantiles, esto es incluso más inapropiado que lo que normalmente es inapropiado. Así que me gustaría que me dijeran en dónde está mi vestido.
Las hermanas sonrieron a la vez y Lidia golpeó con su puño la barra del bar.
—Deme un Fuego de Dragón, please —le dijo al bar tender.
Dominique suspiró.
—No es hora de beber. Ni siquiera hemos comido.
Amy rió cortamente.
—No es para ella, little fool. Es para ti.
Dominique se tocó con el dedo índice la punta de su nariz.
—¿Para mí? Oh, no, verán, yo no bebo. El sabor es muy tentador para mí y una vez que empiezo no puedo controlarme. Además, mi paladar es infantil. Lo que no significa que yo sea infantil, ojo. El paladar y el carácter de una persona van por separado aunque todos piensen que…
Amy le puso el trago apenas a unos centímetros de su rostro y la ravenclaw se echó hacia atrás.
—Si quieres que te digamos en dónde está el vestido, tienes que beberlo sin dejar ni una sola gota. ¿Do you understand?
Dominique miró el vaso con recelo y algo de preocupación. Siempre le quedaba la opción de seguir siendo un oso panda durante toda la fiesta, claro; pero no podía seguir llamando la atención de ese modo en una celebración tan importante. Tampoco tenía ganas de continuar siendo la mofa de sus primos y de los amigos de Teddy y Victoire, quienes ya la habían señalado para reírse durante el cambio de carpa.
Y lo más importante: ¿qué diría Aarón si la viera así? El castaño ya pensaba que era una chica infantil. ¿En verdad tenía que enfatizárselo de ese modo?
Dominique suspiró y tomó el vaso entre sus manos.
—Beberé esta cosa deliciosa y mortal, hasta la última gota, y luego ustedes me dirán en dónde está el vestido, ¿cierto?
Las hermanas asintieron a la vez.
—We promise —dijo Lidia.
Dominique tomó aire.
—Vamos. Tú puedes —se animó a sí misma en voz alta mientras cerraba los ojos.
Entonces, de repente, el vaso ya no estuvo más en sus manos. Dominique abrió los ojos y, a su lado, vio a Aarón en smoking, con su cabello castaño perfectamente peinado, bebiendo el contenido del vaso como si se tratara de agua. Amy y Lidia lo observaban boquiabiertas y, cuando acabó, el castaño dejó el vaso sobre la barra y clavó sus ojos negros en las dos hermanas.
—He cumplido el trato por Dominique. ¿En dónde está el vestido?
Amy y Lidia se tomaron su tiempo en responder. Parecían no asimilar lo que había pasado y, a la vez, estar deslumbradas por el aspecto del chico.
Dominique, a su lado, también lo estaba.
—Pero… era ella quien tenía que beberlo… —comentó con debilidad Amy.
Aarón se mantuvo inexpresivo durante varios segundos y, finalmente, sonrió con una de esas sonrisas que le soltaba al mundo cuando quería engañarlo. Dos perfectos hoyuelos se formaron junto a las comisuras de sus labios para adornar la pantomima de falsa gentileza que Dominique ya conocía a la perfección.
Tanto Amy como Lidia entreabrieron los labios.
—Estoy seguro de que podrán hacer una excepción esta vez —les dijo en un tono amigable—. Victoire querrá hacerse fotos con su hermana y no le gustará que aparezca así, mucho menos borracha. Ha sido bastante divertido. Ahora ella debería poder vestirse como todos los demás, ¿no creen?
Amy y Lidia intercambiaron miradas nuevamente y, ante una incrédula Dominique, le dijeron a Aarón el exacto lugar en donde lo habían escondido: tras a caja de herramientas en la pequeña cabaña que servía a los abuelos Weasley de trastero. Estaba a pocos metros de la madriguera.
Aarón borró su sonrisa en cuanto tuvo la información que quería y el cambio fue tan drástico que Amy y Lidia sintieron como si estuvieran frente a otra persona. Sin más, el castaño tomó a Dominique de una de sus patas y la llevó consigo fuera de la carpa.
Afuera todo era excesivamente oscuro. Las estrellas eran visibles y poblaban el cielo. Dominique se esforzaba por seguirle el ritmo a Aarón, pero le costaba hacerlo pues él avanzaba a gran velocidad y dando zancadas. Temió resbalar y acabar siendo arrastrada por todo el campo. No atinó a decirle nada pues estaba avergonzada de que la hubiese visto en ese estado: disfrazada como una niña. Sin embargo, cuando llegaron a la puerta de la cabaña y Aarón sacó su varita para abrir el cerrojo, quiso romper el silencio.
—Gracias por lo de antes —dijo ella con suavidad—. Ya sabes cómo me pongo cuando bebo y… bueno, el Fuego de Dragón es demasiado fuerte. ¿Seguro que no estás borracho?
Aarón la miró brevemente y ella notó algo inesperado: el castaño estaba molesto. Durante unos segundos intentó descifrar por qué podría estarlo, pero no se le ocurrió razón alguna, así que se humedeció los labios pintados de rosa y se acarició el cabello con torpeza.
—Aunque supongo que debes tener una muy buena resistencia al alcohol, ya que eres un licántropo. No quiero decir que los licántropos necesariamente por serlo sean buenos bebedores. Quizás hasta sean abstemios, no lo sé. Incluso si son malos bebedores, ¿a quién le importa? ¿no?
El cerrojo cedió y Aarón entró sin decir ni una sola palabra. Dominique lo siguió y encendió la luz. Adentro había todo tipo de material de jardinería. El castaño recorrió el espacio con la mirada y, en cuanto identificó una caja de herramientas, caminó hacia allí y la retiró. Al fondo de la estantería, un vestido celeste, de la misma tonalidad de los ojos de Dominique, permanecía arrugado y con algo de polvo.
La ravenclaw lo tomó de inmediato y lo sacudió.
—Muchas gracias por ayudarme. Ahora solo tengo que ir por mis zapatos y quizás pasarle un hechizo alisador a la tela del vestido… —Miró el vestido con ilusión—. ¿Te gusta? Es bonito, ¿verdad?
Aarón evitó mirarla.
—Diviértete —le dijo en un tono impersonal y poco sincero. Dominique estaba aprendiendo a leer sus expresiones y a descubrir cuándo su cordialidad era una máscara.
Justo cuando él se dispuso a salir, ella dio un salto y se interpuso en su camino. Sus ojos se clavaron en los de él y pudo confirmar que sus sospechas eran ciertas: estaba enfadado. Pero, ¿por qué?
Ella inclinó la cabeza a un lado.
—Creo que es importante que sepas que no puedes usar conmigo esa táctica que utilizas con las demás personas para engañarlas, señor refunfuñante. Yo sé cuando estás fingiendo porque soy muy inteligente e intuitiva. Sé cuándo tu sonrisa es de mentira y también cuándo dices cosas sin sentirlas. Tu "diviértete" me dio escalofríos hasta lo más profundo de mi médula ósea. Es evidente que no quieres que este panda se divierta.
Aarón la miró con dureza.
—¿Es importante, acaso, si quiero o no que te diviertas? Qué más da.
Intentó esquivarla, pero Dominique extendió sus patas de panda y evitó que lo hiciera.
—Estás enojado por algo, lo sé, soy intuitiva, pero no puedo entender por qué. —Lo apuntó con su pata derecha—. ¿Es porque tuviste que beber por mí? No te preocupes, si empiezas a ver doble, Gania, Fiodor y Ginger continuarán alerta para que no nos ataque nadie. Estamos seguros.
Aarón sesgó la mirada.
—Por supuesto que estamos seguros. Mi campo de seguridad es perfectamente intraspasable —le dijo con cierta irritación.
—¡Lo ves! No hay por qué preocuparse.
Aarón bufó y se pasó una mano por su cabello. Luego la miró con total incomprensión.
—¿Por qué permites que te traten como una esclava?
Dominique, descolocada por la repentina pregunta del castaño, pestañeó varias veces y dejó caer sus dos patas a los lados de su cuerpo.
—¿Perdona?
Aarón suspiró.
—Tus primas te tratan como si fueras su esclava, te humillan, se burlan de ti solo para entretenerse porque es evidente que no tienen nada en sus cabezas más que porquería, y tú se lo permites. ¿Es que no tienes amor propio?
Dominique guardó silencio durante unos segundos, aturdida.
—Solo me escondieron un vestido. No es para tanto.
Aarón esbozó una media sonrisa fría.
—¿Es eso lo que crees? Si no hubiese intervenido te habrían embriagado con el único fin de que hicieras el ridículo delante de todos porque saben cómo te pones cuando bebes. Te usan para divertirse y, en lugar de enfadarte con ellas o por lo menos detenerlas, dejas que te utilicen una y otra vez.
La rubia bajó la mirada.
—Son mis primas… aunque no tengamos mucho en común y aunque las considere un poco pesadas y, a veces, maléficas, son mi familia. No quería causar una pelea en medio de la boda de mi hermana. Además, ya tengo el vestido. Eso es lo que importa, ¿no?
—No. Lo que importa eres tú.
La rubia contuvo la respiración, visiblemente trastocada por la respuesta que había recibido. Aarón cerró los ojos brevemente y, cuando los abrió, miró a Dominique con una profundidad inusitada que la paralizó por completo. Su voz, esta vez, sonó serena y firme:
—Tus primas, las que de verdad te aprecian, jamás buscarían humillarte sólo para entretenerse. Tienes que ponerte por encima de aquellos que quieren lastimarte. Eso es lo que hace alguien que se cuida a sí mismo. Eres irritantemente paciente y bondadosa: no puedes ser así con todo el mundo porque, lamento informártelo, pero no todos son honestos y cálidos como tú; hay quienes se aprovechan de la generosidad de los demás. Hay personas frívolas como Amy y Lidia, y seres mucho peores, créeme.
—¿Por qué estás tan enfadado? No es como si ellas te estuvieran molestando a ti.
Aarón pareció frustrado.
—Porque te mereces algo mejor que ser tratada como una sirvienta o un bufón —le dijo, agobiado—. Te mereces algo mucho mejor que eso y me molesta que no te des cuenta.
Dominique no pudo decir nada más. Sus ojos celestes se clavaron en los de él con fuerza mientras algo tibio empezaba a crecer en el centro de su pecho. Era extraño, pero esas palabras humedecían sus ojos y su corazón.
Nunca nadie le había dicho que se merecía algo mejor.
Aarón, esta vez, la esquivó sin problemas y salió de la cabaña, pero ella continuó de pie, inmóvil, preguntándose por qué su pecho vibraba como un motor encendido.
Sintió el aroma del castaño alejarse hasta perderse en la noche.
El silencio era perfecto, pero no podía escucharse a sí misma:
¿Qué era ese ruido interior que le palpitaba, rabioso, en cada esquina de su cuerpo y de su mente?
¿Por qué no podía entenderse?
La chica que dijo la verdad
La música había empezado a sonar hacía algunos minutos y ya la pista estaba invadida por los amigos de Teddy y Victoire, así como sus familiares. El ambiente era chispeante y todos parecían compartir la felicidad de la unión Lupin/Weasley. En una mesa, Megara, Alexander, Scorpius, Lucy, Carol, Rose, Lily y Roxanne bebían y comían dulces. Hugo, Fred y Louis bailaban con unas chicas mientras que Lysander, Lorcan, Albus y Danielle permanecían sentados en otra mesa, charlando de forma entusiasta.
Megara intentaba no posar su mirada en esa mesa, aunque le costaba no hacerlo de vez en cuando. A veces, sentía los ojos verdes de Albus clavarse en ella, pero no se atrevió a comprobarlo.
No quería que sus miradas se encontraran. No creía ser capaz de tolerarlo.
Mientras Carol hablaba con Scorpius desplegando todos sus encantos de veela, Lysander se acercó a Roxanne y se inclinó junto a su silla.
—¿Quieres bailar?
La morena lo miró y le sonrió.
—¿Ya estás trabajando para que Megara y Albus regresen? ¿O es que te vas a rendir, por fin?
Lysander bufó y entornó los ojos. Ella se mordió el labio inferior mientras lo miraba: se veía increíblemente atractivo en traje.
—Lo que me pides es injusto. Sabes muy bien que no hay nada que pueda hacer para meterme en la vida romántica de dos personas. Por Merlín: ni siquiera he conseguido aún que nosotros estemos juntos, pero ¿quieres que los una a ellos?
Roxanne lo miró con aires de victoria.
—Si sientes que no puedes hacerlo, no lo hagas. Demos por terminada esta estúpida cosa de la lista y asumamos que lo que tuvimos es algo del pasado.
Lysander pareció herido. Tragó saliva.
—No es algo del pasado para mí.
Roxanne cortó el contacto visual con el rubio.
—Pues para mí sí lo es.
Lysander bajó la mirada y asintió en silencio. Se puso de pie nuevamente y, antes de irse, se inclinó para susurrarle en la oreja a la morena:
—No voy a rendirme porque sé que significo algo para ti todavía. Aunque estés haciendo todo para borrarme, aún estoy dentro de ti.
Roxanne tensó los músculos de cuello al recibir el aliento cálido del ravenclaw contra su piel y, algo molesta, lo vio alejarse de vuelta a la mesa con Albus.
—Yo quiero. Muchas gracias —dijo Lily cuando una mesera le ofreció una copa de vino.
—Lily, no te has terminado aún ese whisky que pediste en la barra… ¿y ya estás pidiendo algo más?—dijo Rose, algo inquieta.
—No te preocupes, Rosie —dijo Lily mientras veía cómo Lorcan salía a bailar con una amiga de Victoire—. Te aseguro que me lo acabaré todo en unos pocos segundos.
Lucy se llevó una mano a los labios, impactada.
—¿Te dijo "Rosie"? —le preguntó a su prima.
Rose asintió.
—Me temo que sí.
Las luces se brillaron sobre la pista y "Golden Years" de David Bowie, empezó a sonar. Megara se llevó ambas manos al centro de su pecho y miró a Alexander y a Scorpius con ilusión.
Los dos chicos se tensaron en sus sillas.
—Es nuestra canción. Tenemos que bailarla —dijo la morena mirándolos peligrosamente.
—Pero… ¿ahora? ¿aquí? —soltó Alexander.
Megara asintió y Scorpius entornó los ojos.
—No sean unos amargados —dijo mientras se levantaba de la silla y tomaba a Alexander de la mano, halándolo hasta que lo puso de pie.
El castaño tomó a Scorpius y lo empujó con él a la pista de baile.
—Quién diría que los slytherins bailarían antes que nosotras —dijo Lily.
En la pista Megara empezó a moverse al ritmo de la música y, cuando esta cobró intensidad, Alexander y Scorpius, sincronizados, se unieron a ella.
En las mesas, todos habían empezado a observarlos.
—Un momento —dijo Carol, sonriendo—. ¿Tienen una coreografía con esta canción?
Don't let me hear you say life's
taking you nowhere,
angel
Come get up my baby
Megara, en el centro, bailaba siguiendo el ritmo y los pasos de Alexander y Scorpius, quienes de repente se habían tomado la pista. Los demás invitados se habían apartado para observarlos bailar en una coreografía de los años setenta que ellos imitaban a la perfección.
Look at that sky, life's begun
Nights are warm and the days are young
Come get up my baby
There's my baby lost that's all
Once I'm begging
you save her little soul
Golden years, gold, whop, whop, whop
Come get up my baby
Hugo, junto a sus primos y unas chicas en un extremo de la pista, observaba a Megara con una sonrisa de oreja a oreja, mientras ella giraba como un trompo y pasaba de la mano de Alexander a la de Scorpius en cuestión de segundos. Albus, en su mesa, también la miraba con una sombra de admiración cruzándole las facciones. Todos en la carpa seguían con verdadera atención y diversión a los tres amigos.
—Los slytherins son el alma de la fiesta —dijo Louis, impresionado—. ¿Por qué no los hemos invitado antes a la madriguera?
—Porque, eh, creo que nos odiábamos mutuamente —dijo Fred.
—Cierto.
Last night they loved you,
opening doors
and pulling some strings, angel
Come get up my baby
In walked luck and you looked in time
Never look back, walk tall,
act fine
Come get up my baby
—¿Por qué Zabini es tan genial? —soltó Lily bebiendo lo último que quedaba de su copa de vino y pasando a su vaso de whisky—. Necesito que sea mi mejor amiga.
Roxanne la miró con desconcierto.
—¿Quién eres tú y dónde está Lily?
Lucy y Rose miraban, sonrientes, cómo Alexander y Scorpius se habían convertido, de repente, en estrellas de baile de los años setenta. ¿Cuál era la historia de esa coreografía? ¿Cuándo la habían ensayado? Las preguntas corrían por sus cabezas como caballos desbocados, pero sin impedirles reír con alegría de principio a fin.
Cuando la música terminó, todos estallaron en aplausos y vítores. Megara, Alexander y Scorpius, agitados, por primera vez desde que empezaron se dieron cuenta de que eran el centro de la atención y los únicos en la pista.
—Estamos locos —murmuró Alexander.
—Solo Megara puede convencernos de hacer el ridículo de esta forma —dijo Scorpius mirando a la morena—. Somos tus títeres.
Megara le sonrió.
—Lo sé.
Las luces, de repente, se dirigieron al escenario. Un grupo ocupaba ya sus instrumentos y James, con una guitarra eléctrica colgada, hizo posesión del micrófono central.
—Esto es para Teddy y Victoire, a quienes les deseo lo mejor de este mundo. Son mis mejores amigos, mi familia, mi todo. Siempre hemos hablado de cómo queremos ser libres y atrevernos a hacer lo que realmente amamos, aunque eso no sea lo que otros esperan de nosotros. Por eso siempre hemos sido los rebeldes de la familia y lo seguiremos siendo para darles un buen ejemplo a los más pequeños —Sonrió y les guiñó un ojo a Hugo, Louis y Fred. Después apuntó a Teddy y a Victoire—. Más les vale que su primer hijo se llame James.
La banda de James empezó a tocar y las personas enloquecieron. La pista volvió a llenarse de personas y, esta vez, Lily se puso de pie tomando su whisky de un solo trago.
—¡Vamos, chicas, a divertirnos! —dijo mientras tomaba a Rose, a Lucy y a Roxanne y las llevaba a la pista.
Las Weasley Potter se unieron a sus primos y a Teddy y a Victoire, quienes bailaban y saltaban en grupo, entusiasmados, felices, con la adrenalina corriéndoles de pies a cabeza. Dominique se unió al grupo, ya con su vestido, y abrazó a su hermana con verdadera pasión. Las luces cambiaban y recorrían velozmente todo el espacio.
—¡Por Merlín! ¡Qué buena voz que tiene James! —gritó Megara a Lily en cuanto se encontraron.
La pelirroja tomó el rostro de la slytheriana entre sus manos y le depositó un rápido beso en los labios.
—¡Eres mi mejor amiga! —le soltó.
Megara le sonrió ampliamente después de unos segundos de aturdimiento.
—¡Tú también, pero tienes que dejar de beber!
—¡ÚNANSE! —gritó Louis tomando la mano de Lily y ella, a su vez, la de Megara.
Pronto se vieron saltando en un círculo grande de Weasley-Potters y, en el centro, estaban Teddy y Victoire, riendo y bailando.
Rose, expulsada involuntariamente del círculo que giraba a gran velocidad y que acababa de integrar a Lucy y a Alexander, chocó de frente con Scorpius y, en lugar de apartarlo, se colgó de su cuello y pegó sus labios a su oreja.
—Ya tengo claro lo que quiero decirte —pronunció con firmeza—. Quiero decírtelo ahora.
Scorpius, junto a la oreja de la pelirroja, respondió:
—De acuerdo. Estoy listo para escucharte.
El ruido y la emoción de todos a su alrededor era abrumadora, pero gracias a eso, a las luces, a la música, nadie parecía haberlos visto. Rose tomó aire y el slytherin, así de cerca como estaban, la sintió temblar.
—Creo que por fin entendí lo que quisiste decirme ayer. Creo que entiendo lo que dices respecto a que amarnos no es suficiente. Lo entiendo todo. Sé que eres alguien que siempre hace lo correcto. Sé que eres valiente y que sabes lo que quieres. También sé qué es lo que tenemos que hacer, lo que debemos hacer si queremos ser responsables con el mundo mágico —le dijo en el oído, apagando, de repente, todo el ruido que los rodeaba con su voz—. Pero yo no soy como tú.
Scorpius quiso separarse de ella para poder mirarla a los ojos, pero Rose se aferró a su cuello y lo mantuvo quieto, en donde estaba.
—Yo no siempre hago lo correcto. A veces, creo en los caminos incorrectos. No soy valiente, simplemente perdí el miedo. Me toma mucho más tiempo que a ti saber las cosas que quiero cuando se trata de nosotros. Yo… sé lo que quisiste decirme ayer; sé lo que debemos hacer si queremos ser responsables con el mundo, pero tengo que ser honesta, tengo que decirte la verdad: yo no tengo tal pretensión. —Suspiró casi imperceptiblemente—. Lo que busco es ser responsable conmigo misma. Creo que serlo me hará, en consecuencia, responsable con los demás. Rizieri y Earlena nos piden que elijamos entre lo nuestro o la Orden, pero pienso que es una elección que no puedo hacer. No voy a renunciar a nada. Esa es la verdad: mi verdad. Si estás esperando que te diga: "Estoy de acuerdo: dejémoslo todo aquí", te equivocas. No soy la clase de persona que elige entre imposibles. No seré yo quien termine con lo que tenemos solo porque nos dicen que es lo mejor, que nunca ha funcionado, que sólo hay una manera de adquirir responsabilidad con la Orden. Así que si es eso lo que estás esperando, puedes esperar sentado por ello. —Su voz se volvió más firme e intensa, aunque su tono era suave—. Si crees que amarnos no es suficiente, que tenemos que alejarnos el uno del otro, entonces toma la decisión por ti mismo y yo la respetaré, pero no pretendas obligarme a decirte que estoy de acuerdo, porque no lo estoy. Nunca lo estaré. —Rose se separó de Scorpius y, a pesar de que la música era muy fuerte, el rubio pudo leerle los labios: —Si quieres terminar conmigo, ten el coraje para hacerlo sin buscar mi consentimiento.
Rose se dio la media vuelta y, antes de que Scorpius pudiera detenerla, desapareció entre el gentío.
En ese momento Teddy y Victoire fueron levantados en el aire. Scorpius los vio obnubilado por las luces y la música y las risas.
Flotando entre las manos de su familia y amigos, la pareja se tomó de las manos.
No querían soltarse.
El padre que puso sus cartas sobre la mesa
—Oh, mira quién ha regresado —dijo Amy juntando las manos mientras veía a Dominique acercarse a ella en la barra—. Te veías más cute con el traje de panda. Las cosas como son.
—Uhh, pareces molesta —dijo Lidia sonriéndole.
Dominique las miró con seriedad. De repente, algo había cambiado tras escuchar las palabras de Aarón. Algo que la movilizaba en ese mismo instante y que la llenaba de fuerza.
—Lo que hicieron conmigo no estuvo bien —dijo la rubia—. No pueden simplemente usarme como el blanco de sus juegos. Yo soy una persona, no un juguete.
Lidia y Amy rieron a la vez.
—Ay, please. No te lo tomes tan personal —dijo Lidia.
Dominique frunció el entrecejo.
—¿Me puedes explicar cómo no es esto algo personal? —soltó y luego resopló—. He sido amable con ustedes desde el primer momento, pero siempre me utilizan y… en parte es mi culpa por permitirlo. Pero quiero que sepan que no lo voy a seguir dejando pasar.
Amy borró la sonrisa de su rostro.
—Deja de exagerar. Solo nos estábamos divirtiendo.
—Yo no me divertí —concluyó Dominique de forma tajante.
Amy y Lidia volvieron a intercambiar miradas.
—Está bien. Tú ganas —dijo Lidia—. Nunca te habías quejado de la forma en la que te tratábamos, así que tienes razón: esto también es tu culpa.
Amy bebió de su vaso.
—Por cierto: dile al guapo del guardaespaldas de Rose que si empieza a marearse, no se asuste demasiado. —Chasqueó la lengua con desinterés—. Habíamos pedido ya previamente tu vaso de Fuego de Dragón con, además, leche de Nundu. Eso embiagaría hasta una jauría entera. —Suspiró—. Pobre.
Dominique las miró con incredulidad y bufó con verdadera frustración mientras las esquivaba y avanzaba por entre las mesas. La banda de James continuaba tocando y Molly bailaba más cerca del escenario que nadie. La rubia buscó con la mirada a Aarón, pero no pudo encontrarlo. Defraudada, se acercó a la mesa en donde estaba Lorcan, Fred y Louis.
—Hola, chicos, sé que es una pregunta extraña, pero ¿han visto a Aarón? —les preguntó de forma comedida.
Ninguno pareció prestarle demasiada atención pues ya estaban ensarzados en una discusión propia:
—¡Por supuesto que ganarán la liga! —soltó Fred—. Los Chudley Cannons lo han hecho muy bien esta temporada.
—¿Dijiste que el amigo de Molly se fue? —preguntó Lorcan.
—Sí, sí. James lo asustó —dijo Louis y luego regresó a Fred—. Su buscador no lo está haciendo nada bien, y sin un buen buscador, tu equipo irá en picada, ya lo verás, ya lo verás.
—Me siento invisible —soltó Dominique.
—El buscador es un jugador excelente cuando se despierta —dijo el pelirrojo.
—¡Pues más vale que se despierte! —exclamó Louis, riendo.
Lorcan miró a Dominique con una media sonrisa y levantó su dedo índice para señalarle la mesa de su izquierda, varios metros más allá, al otro lado de la pista de baile.
—Creo que allí está lo que buscas, rubia.
Dominique intentó apartar mentalmente a las personas que bailaban en la pista de baile, pues solo veía un poco de la mesa, quizás un brazo masculino y una copa, pero nada más. Caminó hacia la pista y empezó a atravesarla esquivando a los invitados: conforme iba acercándose, pudo identificar a Aarón sentado en la mesa, sosteniendo su cabeza con una mano mientras reía acompañado por tres amigas de Victoire que le desabrochaban los primeros botones de su traje con la intención de liberarlo. Dominique se tensó de pies a cabeza.
Justo al borde de la pista, una pareja que bailaba la empujó y ella resbaló y cayó al suelo antes de que pudiera alcanzar la mesa.
Lorcan, quien había observado lo ocurrido, corrió hacia ella para ayudarla a levantarse antes de que la pisaran.
—Muchas gracias por salvar mi vida.
El rubio sonrió, divertido.
—No exageres, Dom.
Lorcan vio, a pocos metros, cómo un chico se le pegaba a Lily, quien bebía de una copa mientras bailaba, despreocupada. El chico se le pegó atrás y sus manos se deslizaron por las caderas de la pelirroja. Lily sólo sonrió y continuó bailando despreocupadamente.
Lorcan apretó su mandíbula.
Estuvo a punto de hacer algo cuando Megara Zabini empujó al chico lejos de su amiga y, como pudo adivinar por sus gesticulaciones, lo amenazó lo suficiente como para que este se retirara. Lily envolvió sus brazos alrededor de Megara y ella, un poco irritada, entornó los ojos y le quitó la copa para bebérsela toda.
—En serio, me salvaste la vida. Pude haber sido aplastada por una estampida de bailarines. Eres un héroe —dijo la rubia.
Lorcan vio a Lily pelear con Megara porque la morena no le permitió tomar una nueva copa de la bandeja de un camarero. Ambas gesticulaban de forma potente y apresurada. La pelirroja esquivó a la morena y se dirigió hacia la salida de la carpa. Megara resopló y la siguió hasta desaparecer.
—Disculpa, no quiero que pienses que soy una malagradecida, porque estaré agradecida contigo por siempre; pero ahora tengo que salvar a Aarón de las garras de esas chicas que no saben que él solo les permite estar cerca porque está ebrio, porque si estuviera en sus cinco sentidos jamás habría permitido que lo tocaran, lo sé; a él no le gusta que invadan su espacio personal. Es un joven refunfuñante.
—¿Eh? —soltó Lorcan, confundido.
—Es una larga historia, pero como veo que quieres conocerla, te la resumiré: él está ebrio por mi causa, por eso tengo que evitar que esas chicas abusivas se aprovechen de él. Nunca se habla públicamente de las violaciones de mujeres a hombres, pero es algo que ocurre en todas las sociedades. No puedo permitir que Aarón sea violado. Bueno, ¡hasta pronto! —le dijo ella despidiéndose con su mano y avanzando hacia la mesa en donde el castaño parecía divertirse con tres chicas muy atractivas.
Lorcan se encogió de hombros, aturdido.
Aarón, en cuanto posó sus ojos en Dominique, sonrió ampliamente.
—¿Conoces a la hermana de Victoire? —preguntó una de las chicas cuando vio a Dominique detenerse frente a la mesa y la expresión del castaño.
Él asintió.
—Es mi escudera —dijo con suavidad.
La rubia vio que sobre la mesa había más copas y, por el talante risueño de Aarón, supo perfectamente que estaba borracho, y no por su voluntad. Las amigas de Victoire la miraron con alegría.
—La pequeña Dom ha crecido —dijo una de ellas, sonriendo—. Te recuerdo usando pijamas con pequeños animales…
Aarón soltó una risa corta.
—Todavía las usa —dijo mirándola—. Tiene pijamas de osos, de jirafas, de elefantes, y de todo lo anterior junto. Su guardaropa es un zoológico. También su ropa interior…
Dominique se sonrojó intensamente.
—¡Yo se lo conté! Ja, ja, ja… Yo le conté de mi ropa interior. No es que él la haya visto, ni nada por el estilo —quiso justificar la rubia.
Aarón sonrió ampliamente.
—Por supuesto que la he visto. Estuve encerrado en tu baño, ¿recuerdas? Esa vez que no querías que Roxanne me viera… Y tenías ropa con animales pequeños colgando por tooooodas partes… Tuve ganas de morir porque pensé que estaría allí por siempre… rodeado de pequeñas vacas y… Todavía recuerdo el olor de tu ropa interior, ¿lo sabías? Mi sentido del olfato es más potente de lo que me gustaría porque soy un li…
—¡JA, JA, JA, JA! —rió Dominique sonoramente mientras soltaba varias palmadas sobre la espalda del castaño—. ¡Qué bromista! ¡Qué gran bromista eres! ¿Lisonjero? ¡Claro que eres lisonjero! Y te gusta halagar los aromas de las personas, sí…
Una de las chicas aplaudió mientras miraba a Aarón.
—Dime, ¿a qué huelo?
Aarón se acercó a ella y hundió su nariz en el cuello de la chica. Ella cerró los ojos y se mordió el labio inferior.
Dominique sintió ganas de vomitar y todo su estómago se tensó como una piedra.
—A nardos y a madera —dijo el castaño—. Me gustan los nardos.
—¿Y yo? —dijo la otra chica.
—¡A mí también huéleme! —exclamó la otra.
—¡NO! —gritó Dominique, frustrada.
Las tres chicas la miraron desconcertadas y Aarón, en cambio, se puso a jugar con una copa vacía.
La rubia tragó saliva.
—Quiero decir que… ¿por qué no mejor hacer otra cosa? —intentó justificar con torpeza—. Estamos en una fiesta… seguro que hay otras cosas más divertidas que olfatearnos.
Una de las chicas chasqueó sus dedos en el aire.
—¡Bailemos!
—¡Sí! —soltaron las otras dos.
Antes de que Dominique pudiera hacer nada al respecto, las tres ya habían arrastrado a Aarón a la pista de baile y lo rodeaban, pegándose a él, riendo mientras él les seguía el juego, disfrutando de su cercanía.
Dominique se sentó en la mesa con frustración: Aarón era un licántropo que normalmente tenía control sobre sus impulsos, pero ahora estaba ebrio. Su sexualidad… ¿podría controlarla si tenía a tras chicas atractivas restregándose contra él? ¿Qué se suponía que debía hacer?
Dominique pateó la pata de la mesa y se quejó de dolor.
¿Por qué sentía tanta rabia? ¿Qué era esa sensación que la estaba carcomiendo por dentro?
Lorcan, por su parte, había regresado a la mesa con Louis y Fred, pero ahora Albus y Danielle se les habían unido. Con sospecha vio a Lily entrar a la carpa, sola, y frunció el entrecejo.
—¿Qué pasa? —le preguntó Louis a Lorcan.
—Megara salió tras Lily hace unos minutos, y Lily acaba de regresar, pero sin Meg —comentó el rubio—. ¿Se habrá perdido? Por la noche, todo allá afuera es muy confuso.
Albus miró la entrada de la carpa con preocupación. Danielle le acarició el brazo.
—Megara.. Es la chica de la que me hablaste, ¿cierto?
El moreno fijó sus ojos verdes en ella y asintió.
Al otro lado de la pista de baile, en una mesa vacía, Alexander se sentó para mirar, sonriente, a una Lucy bailando con Molly y con Roxanne. La pelinaranja reía y coreaba junto a su prima y hermana la canción que sonaba. Nunca la había visto tan contenta, tan espontánea y libre. Quería recordar con claridad las primeras impresiones que tuvo de Lucy cuando recién la conoció, pero no podía volver a ellas: todo lo que recordaba era amarla, y el pasado, cuando no la veía como ahora la estaba viendo, era para él un misterio, como si nunca hubiese existido. Jamás pensó que podría enamorarse de esa manera de alguien, ni que fuera a hacerlo de Lucy Weasley. El amor era muy distinto a como él pensaba que era.
El amor era siempre inesperado, arrollador, imposible de esquivar.
Lucy lo miró desde la pista y le sonrió ampliamente. Él le devolvió esa sonrisa y le envió un beso volado. Ella lo atrapó con sus manos y se las llevó al corazón.
¿Lo habría conseguido ya? ¿Estaba Lucy enamorada de él de la misma forma que él de ella? Su técnica había sido ser paciente, cambiar, incluso, para aceptar que Ben no podía ser un simple desconocido para ella, y esperarla; esperar hasta meterse en sus pensamientos y ocuparlos por completo. Sabía que Lucy lo quería, que lo deseaba, que era importante para ella, pero, ¿lo amaba? ¿Lo amaba, acaso, como alguna vez amó a Ben Wilson?
Lucy era su primer amor, pero el primer amor de Lucy era otro hombre. Eso, indudablemente, lo hacía sentirse inseguro y celoso. Hubiera querido amarla antes, antes de que Ben lo hiciera, pero el pasado no podía cambiar solo por sus deseos. No quería solo ser el amante de Lucy: quería que ella lo amara, no solo como amó a su ex, sino más aún.
Quería borrar ese antes así como ella había difuminado todo su pasado, volviéndolo algo intrascendente hasta el exacto momento en el que la amó.
¿Era demasiado pedir?
Percy Weasley se sentó a su lado y Alexander, sorprendido, le sonrió y se acomodó el traje, buscando dar una buena impresión. El pelirrojo le sonrió de forma escueta, pero amable, mientras encendía un puro.
—¿Quieres uno? —le preguntó.
Alexander negó con la cabeza.
—No, gracias. No fumo.
Percy asintió, satisfecho, mientras aspiraba un poco de su puro.
—Haces bien. Es pésimo para la salud.
Alexander vio cómo el padre de Lucy acomodaba su vaso con un licor azul sobre la mesa y acercaba un cenicero. El humo empezó a formar volutas en el aire, y las luces las mancharon de sus colores.
—Me alegra que Lucy haya superado el tema de Ben Wilson —dijo Percy—. Y me alegra que se esté relacionando con otras personas fuera de la familia. Eso le hace bien.
Alexander miró a Lucy en la pista. Sus ojos verdes se iluminaron y sonrió casi sin percatarse de ello.
Percy lo miró con curiosidad.
—Estás enamorado de mi hija, ¿verdad?
Alexander, sorprendido, miró al pelirrojo y, tras unos segundos de silencio, asintió. Percy sonrió.
—El amor joven es así: intenso. Y parece que no fuera a acabarse nunca, pero a veces se acaba. No todos terminan como Teddy y Victoire.
—Mis intenciones con Lucy son serias. No estoy enamorado de ella para un rato, sino para siempre.
Percy soltó una risa corta.
—Estoy convencido de que es así como te sientes. Pero no sabes lo que ocurrirá dentro de unos años. Nadie puede saber eso. —Percy dejó descansar el puro sobre el cenicero y clavó sus ojos en los de Alexander—. Me senté a tu lado porque quiero ser honesto contigo. Me pareces un buen chico, y creo que es lo mínimo que te mereces.
El castaño, confundido, puso toda su atención en el padre de Lucy. La voz de Percy Weasley era profunda, imposible de ser ignorada ni siquiera con toda la música y las risas y los cánticos.
Percy levantó un milímetro su mentón en el aire.
—No quiero que continúes la relación que tienes con mi hija —le soltó sin ninguna anestesia—. Voy a pedirte que termines con ella.
Alexander sintió como si la música se apagara y todos desaparecieran. De repente, solo existió la voz de Percy Weasley y su aspecto seguro, casi desafiante, a su costado. Sus ojos casi lo perforaban. Eran las pupilas de un cirujano que quería abrirlo para mirarlo por dentro.
Percy sonrió.
—Sé que esto debe sonarte algo brutal, pero quiero que sepas que no tengo nada en contra de ti. Como te dije antes, me pareces un buen muchacho. El problema es tu apellido, y el papel que jugaron tus padres y tus abuelos en una guerra en la que perdí a mi hermano. —Sus ojos se humedecieron, pero la dureza de su expresión no se relajó—. Sé perfectamente que tú no tienes nada que ver con eso. Sé que tus padres pidieron perdón, y que tus abuelos no fueron los que mataron a mi hermano. Pero espero que entiendas que es imposible para mí verte y no pensar en Fred, y en que ya no está, y en que no podré decirle jamás lo mucho que lo quería. —Hizo una pausa corta en la que volvió a tomar su puro—. Yo no puedo ser como Ron, como Ginny o como George. Ellos, genuinamente, están contentos de tu presencia y la de tus amigos aquí. Yo me siento incómodo, y dudo mucho que eso vaya a cambiar en algún momento.
Alexander no dijo nada durante unos segundos que le parecieron eternos; le estaba costando demasiado digerir lo que había acabado de escuchar. Cuando por fin la piedra que se había atorado en su garganta resbaló y cayó redonda sobre la boca de su estómago, el slytherin miró a Percy a los ojos:
—Siento que sus sentimientos sean esos, señor —le dijo con distancia—, pero yo no puedo terminar mi relación con Lucy.
—¿Por qué no? —le preguntó con indiferencia.
Alexander endureció sus facciones.
—Porque no quiero.
Percy volvió a sonreír y bebió un poco de su whisky.
—Imaginaba que tu respuesta sería algo así. Los jóvenes son estúpidamente valientes y creen que pueden desafiarlo todo. —Suspiró mientras ponía un sobre blanco sobre la mesa. El castaño lo miró, confundido—. Eso que ves es una carta en la que solicito que den de baja la beca que le conseguiste a Lucy en esa universidad muggle de artes plásticas. Como ves, en cuanto supe por Molly de tu relación con ella, hice mis propias investigaciones. Supongo que debes saber ya que considero que estudiar arte es un despropósito y una tontería. Lucy lo sabe, conoce perfectamente mi opinión sobre eso.
—Lucy tiene talento. Ella quiere dedicarse a pintar y a dibujar: no veo por qué no podría decidir sobre su propia vida y hacer aquello que realmente le apasiona.
—Es por eso que estoy dispuesto a no enviar esta carta —le dijo el pelirrojo—. Y no solo eso: estoy dispuesto a apoyarla, si ella así lo quiere.
Alexander tensó todos sus músculos.
—Pero a cambio debo dejarla.
Percy asintió.
—Eres listo. Sabía que lo entenderías.
Alexander miró a Lucy en la pista de baile, sonriendo, bailando, abrazando a su hermana. Un agujero empezó a cavarse en el centro de su pecho.
Percy apagó el puro contra el cenicero.
—Quizás pienses que soy el malo de tu historia, pero dentro de unos años, cuando vuelvas a enamorarte de otra persona, entenderás que esto no fue el fin del mundo. Y sé que si en verdad amas, como dices, a mi hija, pondrás su futuro por encima de lo que sientes. Un futuro que puede ser exitoso aunque tú no estés en él.
Alexander miró a Percy con desafío.
—¿Y si a pesar de eso no termino con ella?
El pelirrojo esbozó una media sonrisa.
—Entonces no la quieres tanto como dices, muchacho.
Lucy y Molly corrieron hacia el pelirrojo y lo tomaron por ambos brazos.
—¡Papá, baila con nosotras! —pidió Molly.
Percy les sonrió con ternura y a Alexander le sorprendió lo diferente que era con ellas. Su rostro cambiaba por completo.
—Lo intentaré, lo intentaré —dijo mientras se ponía de pie con ellas y avanzaba hacia la pista.
Alexander, en silencio, los vio alejarse.
En el vaso de Percy quedaba un poco de whisky.
El slytherin lo tiró al suelo.
La chica que no conocía el camino de vuelta
—Creo que ya pasé por aquí antes… —murmuró Megara cuando tocó un árbol de tronco torcido y flores blancas—. Maldición. ¿En verdad estoy andando en círculos?
La morena miró a su alrededor y todo lo que podía ver era la noche. Los árboles eran tan altos que no le permitían ver hacia dónde debía dirigirse para regresar a las carpas o a la madriguera. "Correr tras Lily no fue una buena decisión", pensó. En el momento en el que perdió de vista se dio cuenta de que no tenía idea de en dónde estaba. Sabía que no podía encontrarse demasiado lejos, pues Aarón, Gania, Fiodor y Ginger habían levantado un campo de seguridad intraspasable, pero aun así, si no encontraba el camino de vuelta, estaría dando círculos para siempre.
Se rascó la cabeza y miró al cielo cubierto de estrellas. Ahora era buen momento para recordar esas clases que su padre le había dado para orientarse si se perdía en un bosque.
Mala suerte que nunca le prestó la suficiente atención.
—Lo siento, papá.
Suspiró. Al menos allí, perdida, no tenía que ver a Albus con Danielle. Los árboles eran, sin duda, un mejor paisaje.
Pateó un montículo de hojas secas. ¿Era así como se sentía amar a la persona equivocada? Hubiese preferido no haberse enamorado de Albus en primer lugar. ¿Por qué tenía que tragarse toda esa rabia, todas esas ganas de llorar?
Un ruido extraño, como el craquear de una rama, la hizo voltearse y ponerse alerta. No vio nada más que la oscuridad y el follaje, pero se sintió observada. Por eso retrocedió lentamente y tomó una piedra del suelo entre sus manos.
Tragó saliva.
—¿Quién está allí? —preguntó con una voz ahogada.
Las plantas a su derecha se movieron y unos pasos acercándose la hicieron elevar la piedra a la altura de su cabeza.
Albus emergió de entre lo verde y ella soltó un gemido, entre aliviada y asustada, mientras dejaba caer la piedra al suelo.
—¡Podrías haber dicho algo! Casi te rompo la cabeza —dijo la morena.
—Estaba concentrado en seguir tu voz —le respondió él sacudiéndose el traje de hojas—. Vamos, te llevaré de vuelta.
Albus le extendió su mano, pero Megara solo la observó en silencio.
—¿Viniste a buscarme? —le preguntó ella.
Él fijó sus ojos verdes en ella. Parecían dos luciérnagas en la noche.
—Supe que saliste tras Lily y no regresaste. Sí, vine a buscarte.
Megara, lejos de conmoverse, levantó su mentón en el aire y cruzó sus brazos.
—¿Y se puede saber por qué?
Albus la miró como si no la comprendiera.
—Estabas perdida. Necesitabas que alguien que conociera el lugar te ayudara.
—No me estás entendiendo —le dijo ella dando un paso hacia adelante—. Te estoy preguntando por qué te importaría si me pierdo o no. ¿Qué estás haciendo aquí, Albus? Después de todo… sólo han pasado unos días, ¿no crees que deberías dejarme en paz?
El moreno se pasó una mano por su cabello azabache.
—Que hayamos terminado no significa que tengamos que llevarnos mal o hacer como si no nos conociéramos.
Megara soltó una risa corta y sarcástica.
—¿Ahora quieres que seamos amigos? Potter, eres demasiado —le dijo mientras descruzaba los brazos, alterada—. Hemos terminado hace menos de una semana y quieres que actúe como si nada hubiera pasado. ¡Realmente estás loco! Supongo que es uno de los tantos rasgos de tu madurez esto de ser el mejor amigo de tus ex novias, pero al contrario de ti, yo tengo vísceras y sangre en las venas y no estoy lista para llevarme bien contigo.
Albus bufó.
—¿Qué es lo que quieres, entonces! ¿Que peleemos como animales! ¿Te gustaría eso?
—Me gustaría simplemente que hagamos como si no existiéramos el uno para el otro. Déjame olvidarte, al menos.
Albus pareció brutalmente herido con las palabras de la slytherin y esbozó una sonrisa seca.
—De modo que es eso lo que pretendes: que te ignore.
—¿No es lo que has estado haciendo estos últimos días? ¿Por qué no regresas con Danielle y dejas a un lado el papel de héroe? No necesito que me rescaten. No soy una princesa.
Albus caminó hacia Megara y se detuvo a unos pocos centímetros.
—Te recuerdo que no soy yo quien ha ido a tu casa a relacionarse con toda tu familia. Eres tú quien ahora parece llevarse de mil maravillas con mi hermana y mi primo, justamente ahora, ¿por qué no haces lo mismo que me pides y tomas distancia?
—¡No soy yo quien lo ha buscado! Esto ha surgido así. ¿Acaso piensas que es fácil para mí estar en la boda de tus primos?
—¿Acaso piensas que es fácil para mí verte aquí?
—Francamente, me importa un bledo.
Un ruido entre el follaje los hizo voltear a ambos para ver a Hugo, quien pareció sorprendido de encontrarlos a ambos en ese espacio.
—Momento incómodo. Muy incómodo —dijo el castaño, pasándose una mano por la nuca—. Lorcan me dijo que Megara podía estar perdida y vine a…
—Por supuesto que viniste a buscarla —dijo Albus agresivamente—. Eres su mejor amigo ahora.
Hugo frunció el entrecejo.
—Disculpa, pero siento un tono sarcástico que no me está gustando ni un pelo. ¿Por qué no simplemente dices lo que piensas?
Albus miró a su primo con verdadera irritación y Hugo supo que esta vez no se trataba de una pelea cualquiera.
—¿Quieres saber lo que pienso? De acuerdo, te lo diré —dijo el moreno dando varios pasos hacia el castaño—. Pienso que has estado esperando a que Megara y yo termináramos para poder acercártele porque, aunque sé que ni siquiera tú mismo te has dado cuenta de ello, te gusta.
La slytheriana soltó una risa corta.
—¡Por favor! Lo que me faltaba. Me largo, pero antes díganme hacia dónde tengo que caminar, ¿les parece?
Hugo había tensado cada uno de sus músculos y su rostro había empezado a enrojecerse.
—Estás cruzando la línea, Albus —le advirtió.
El moreno lo miró con dureza y decepción.
—No. Eres tú quien está cruzando la línea y ni siquiera te has dado cuenta.
Unos fuegos artificiales estallaron en el cielo a la derecha, y Megara sonrió triunfalmente, obteniendo, al fin, su respuesta.
—Estoy harta de escuchar estupideces, así que me voy.
Albus clavó sus ojos en ella y dijo lo que no debió haber dicho:
—Sabes muy bien que le gustas. Te conozco: es imposible que no te hayas dado cuenta.
Megara se detuvo y permaneció quieta durante unos brevísimos segundos antes de caminar hacia Albus y soltarle una bofetada tan fuerte que le hizo girar la cabeza hacia un lado.
—Si vas a insinuar que tengo algo con tu primo, piénsalo dos veces antes de abrir tu enorme boca, Albus Rey de la Madurez Potter.
La morena se fue, dando zancadas, y Hugo la observó alejarse con las manos cerradas en puños.
Albus lo miró con algo de tristeza.
—Si no me has pegado todavía, debe ser que tengo razón ¿no es así?
Hugo no dijo nada. Algo en su interior se revolvía, pero no podía moverse de su sitio. ¿Por qué no lo golpeaba? ¿Por qué no sentía rabia ante la insinuación de su primo? Albus, frente al silencio, esbozó una sonrisa de incredulidad y siguió el mismo camino de Megara, desapareciendo entre el follaje.
El castaño escuchó los fuegos artificiales, pero su corazón estaba en penumbras.
La chica que bebió de más
Lily bailaba con todas las luces cayéndole encima como un baño de colores en el centro de la pista. Lo estaba consiguiendo: no pensar, solo divertirse. Estaba atravesando victoriosamente una noche difícil; cruzando el sahara de su mente a través de un oasis de alcohol y música. Ni siquiera quería detenerse a preguntarse si era o no la forma correcta de pasar la noche. ¿Qué importaba lo correcto cuando el mundo se sentía tan falso, tan absurdamente incómodo sobre sus hombros?
Al menos no estaba haciendo un escándalo o llorando en una esquina.
Al menos estaba comportándose como lo que era: una adolescente.
Al menos acaba de empezar "Lights" de Hurts.
Cómo amaba esa canción.
Do you know what it feels like to dance alone?
Do you know what it feels like?
Do you know what it looks like from the outside?
Do you know what it looks like?
A pocos metros, en una mesa junto a Lysander, Fred y Louis, Lorcan la observaba con atención, casi vigilándola, conciente de que Megara no estaría allí esta vez para golpear a un nuevo chico que quisiera aprovecharse del estado de ebriedad de la pelirroja. Lily bailaba sola con una sonrisa en su rostro, despreocupada, con sus zapatos de tacón colgando de sus manos, pisando el suelo completamente descalza. El rubio no pudo evitar sentirse molesto: ¿por qué tenía él que hacer de niñera de alguien tan irresponsable?
Won't you get up?
Shaking the darkness
Won't you get up?
And we could just start this now
Cause when you get up I couldn't deny it
You're the one I want beside tonight
Lorcan bufó y se cruzó de brazos, claramente fastidiado. ¿Por qué Lily siempre hacía lo que quería? ¿Quién se creía que era? Estaban en la boda de Teddy y Victoire, y ni siquiera por eso se comportaba como una persona normal. Aún recordaba la escena que presenció, a lo lejos, aquella tarde: Lily le había dicho algo hiriente a Teddy, lo supo con certeza por la expresión del chico. Ella era así: jamás pensaba en los que la rodeaban cuando decidía abrir la boca. Ni siquiera porque se trataba de una fecha tan especial la pelirroja había sido gentil. ¿Y por qué razón? ¿Por un enamoramiento infantil? ¿Era ese un motivo lo suficientemente fuerte como para rechazar a Teddy y a Victoire durante tantos años?
Era una egoísta y una engreída.
Turn up the lights
I just wanna see you dancing
I just wanna see you
Turn up the lights
I just wanna see you dancing
I just wanna see you dancing
Entonces, ¿por qué estaba cuidándola? ¿Por qué, a pesar de todo, continuaba vigilando su baile y a todo aquel que se le acercara, como un perro guardián?
"Eres patético", se dijo a sí mismo mentalmente.
Do you know what it feels like to be the one?
Out here on the dance floor just watching up
Do you know what it hurts like to be left alone?
Do you know what it hurts like?
—Pobre Agnes Brown —comentó Fred mirando a la rubia sola en una mesa, haciendo aviones con servilletas usadas—. Louis, creo que deberías sacarla a bailar.
El rubio lo miró levantando una ceja.
—¿Y por qué no la sacas a bailar tú? —le soltó el chico—. Yo ya lo intenté y me dijo que no.
—¿Eh?
—Dijo que no le gusta bailar. ¿Puedes creerlo? ¿A qué clase de persona no le gusta bailar? Es muy rara. Me da miedo.
—Déjenla en paz —dijo Lorcan mirándola brevemente lanzar un avión hacia la pista—. No debe gustarle que la invites a bailar por pena.
—¡Pero claro que me da pena! —exclamó Louis—. No tiene amigos aquí. La pena está muy subestimada. La pena es algo bueno.
When the lights are turn too low for me
In the dark I feel you close to me
You're the one that I want to see
You're the one that I want to see
Lorcan se había descuidado solo un segundo y, cuando regresó la mirada a la pista, Lily ya no estaba.
Como impulsado por un resorte, el rubio se puso de pie con brusquedad y buscó, desesperado, a la pelirroja por la estancia. A lo lejos, dirigiéndose hacia una de las salidas, Lily era conducida por un chico alto de cabello oscuro.
Ambos desaparecieron en apenas dos segundos.
"Mierda", pensó Lorcan mientras corría tras ellos lo más rápido que podía, esquivando a los invitados, a los camareros y luego a las mesas.
Afuera la oscuridad era un manto incorruptible. Sus ojos tardaron en acostumbrarse a la negrura, pero cuando por fin lo hizo, vio las siluetas de dos personas dirigiéndose hacia el cerezo, el mismo lugar en donde había encontrado a Lily y a Teddy discutiendo esa tarde.
Lorcan avanzó hacia allí dando zancadas.
Más allá, bajo las ramas del viejo cerezo, Lily se dio cuenta de que ya no estaba dentro de la carpa y que la música apenas resultaba audible. Miró el tronco a su lado y lo acarició como si fuera la primera vez que lo hiciera.
—¿En qué momento salí? —comentó para sí misma, cuando, de repente, sintió una mano posándose sobre su hombro y unos labios buscando los suyos.
Lily gritó y con sus zapatos en mano golpeó por doquier sin saber a quién o a qué estaba agrediendo.
—¡Ah! ¡Estás loca? —soltó una voz grave.
Lily miró a un chico alto y de pelo negro que jamás había visto en su vida sostenerse un lado de la cabeza mientras retrocedía.
—¿Quién eres tú?
El chico sonrió y volvió a intentar acercarse a la pelirroja.
—Vamos, cariño, no te hagas de rogar.
Lily, aterrada, empezó a llorar mientras se pegaba al árbol.
—¿Quién eres? No sé quién eres. Por favor, detente…
—Shh…—dijo él esquivando otro intento de ella por golpearlo—. No llores, solo quiero un beso. ¿No era eso lo que estabas buscando bailando así? ¿Eh, zorrita?
Lily gritó y se cubrió el rostro con ambas manos cuando él se avalanzó sobre ella, pero no pudo sentirlo. Por el contrario, escuchó un golpe seco y unos quejidos. Apenas se descubrió el rostro vio a Lorcan, de pie, junto al moreno que ahora sangraba por la nariz en la tierra.
—Maldito cretino —soltó Lorcan, pateándolo—. ¿Cómo fue que la llamaste, mal nacido? ¡Atrévete a decirlo otra vez!
—¡Por favor! ¡Lo siento! ¡Yo también he bebido de más! ¡No quise decir nada…!
Lorcan volvió a patearlo y el chico soltó un grito de dolor.
—Podría matarte, maldito cerdo —le dijo Lorcan para después escupirle—. Más te vale que te largues de aquí antes de que te rompa la cara.
—¡Me voy! ¡Me iré ahora de la fiesta! ¡Lo prometo! —dijo arrastrándose como un gusano y poniéndose de pie metros más allá.
—Desaparece —dijo Lorcan en un tono tan oscuro que el chico saliera corriendo.
Lorcan lo vio alejarse y desaparecer mientras la sangre continuaba hirviéndole por dentro. ¿Cómo podían existir sujetos así? ¿Era acaso posible? Hubiera querido acabar con él ahí mismo, eliminarlo de la faz de la tierra. Sus puños se mantuvieron cerrados y temblorosos durante varios segundos, como si le reclamaran no haber sido usados más veces. Y solo los soltó cuando escuchó unos sollozos a su espalda.
Lily.
Lorcan se dio la vuelta y la imagen frente a él lo golpeó profundamente. La pelirroja permanecía ovillada al pie del cerezo, llorando y temblando, como una hoja suelta en medio de una tormenta. Por unos segundos, el slytherin no pudo siquiera moverse de su sitio, pero finalmente avanzó hacia Lily y se inclinó frente a ella para tomarla del rostro.
—Ya está. Ya terminó —le dijo, pero la gryffindoriana continuaba temblando y llorando inconsolablemente—. Lily, soy yo: todo está bien.
—Por favor… por favor no me hagas daño —soltó ella con la voz de una niña—. ¿En dónde están ellos? Teddy, Vic, por favor… ayúdenme.
Lorcan clavó sus ojos celestes en los de ella, envolviendo su rostro entre sus manos, pero la mirada de Lily parecía traspasarlo, como si no estuviera allí.
—Soy yo, Lorcan. Estoy aquí. Nada va a pasarte.
—Por favor, no me toques… No te conozco… No me lastimes, por favor —decía Lily llorando sin cansancio. Apenas podía respirar y Lorcan empezaba a angustiarse.
—¡Lilith! —le gritó y ella, por primera vez desde que la había encontrado, trémula y con las lágrimas corriendo por su rostro, pareció mirarlo de verdad—. Luna… —la llamó por segunda vez, con más suavidad, acariciándole las mejillas—. Soy yo. No hay nadie más.
—Lorcan… —murmuró Lily, llorando aún, pero visiblemente aliviada.
El slytherin dejó que sus manos continuaran acariciando el rostro de la pelirroja y, al sentirla fría, inspeccionó sus facciones con verdadera angustia.
—Estás pálida —le dijo él—. Tus labios están morados y no dejas de temblar. Hay que llamar a un médico. Molly, tal vez.
Lorcan se quiso poner de pie, pero Lily lo tomó por las muñecas mientras sus ojos miel se clavaban como dagas en él.
—No hagas nada —le pidió—. Por favor… Ya se me va a pasar.
Lorcan frunció el ceño.
—Lily, estás temblando como si estuvieras a punto de entrar en un estado de hipotermia. Algo te ocurre, es indudable. No puedo no hacer nada.
—Por favor —soltó ella en un tono suplicante—. Por favor.
—Lily…
—No quiero arruinar la boda de mis primos.
El slytherin miró a Lily en silencio, incapaz de hablar después de lo que había escuchado. La pelirroja parecía estar en shock, claramente afectada, pero lo único que le importaba era no arruinar la boda de Teddy y Victoire, aquellas personas a quienes se encargaba de rechazar cada vez que podía.
¿Tenía eso algún sentido?
—No puedo arruinar esta boda —continuó la pelirroja con debilidad—. Por favor.
Lorcan tragó saliva. La luz de la luna iluminaba a medias el rostro lleno de lágrimas de la pelirroja y, de repente, se sintió vencido. Un oleaje parecido a la tristeza se estrelló en el centro de su cuerpo. Lily temblando. Lily llorando. Lily, como jamás la había visto.
Como un pájaro sobre las ruinas de su nido.
Sus ojos se humedecieron, pero no supo por qué. No sabía qué estaba ocurriendo, pero podía sentirlo: podía sentir la sombra de un dolor ajeno, algo que jamás pensó que habitaba en alguien como ella.
Lo que tenía en frente no era solo una chica asustada.
Tenía en frente a alguien que estaba sufriendo.
Y era eso lo que lo conmovió más que nada: porque hasta ese momento Lorcan creyó saber lo que era el sufrimiento; creyó, también, haber visto a personas sufrir. Pero ahora, allí, frente a Lily, un paisaje oscuro se vislumbraba a través de una pequeña ventana, un paisaje que él no podía ver en su totalidad. Era un paisaje seco y temible, algo que lo hacía comprender que jamás había conocido el terreno del dolor.
Fuera lo que fuera que Lily estuviera sintiendo, supo, en ese mismo instante, que era algo que sólo le pertenecía a ella: un espacio en donde él no podía entrar.
—No te encuentras bien —le dijo el rubio volviendo a tomar el rostro de la pelirroja entre sus manos para sentir su temperatura—. Tengo que sacarte de aquí y, si no me dejas pedir ayuda, al menos tendrás que ayudarme a cuidarte. ¿Lo entiendes?
Lily, trémula, asintió con debilidad.
—No puedo moverme —le confesó—. Me siento muy mareada.
Lorcan la tomó entre sus brazos y la levantó sin problema alguno. Ella se abrazó a su cuello.
—Por favor, no permitas que nadie me vea así —le susurró la gryffindoriana con una voz apagada.
El slytherin miró, a lo lejos, la pequeña cabaña que los abuelos Weasley usaban como trastero: tenía la luz de la entrada encendida.
La puerta estaba entreabierta.
Lorcan apretó a Lily contra su cuerpo.
—Nadie va a verte así.
El chico que dijo la verdad
—Lysander, deja de beber, que Bill va a comenzar su discurso —dijo Louis reclamándole.
—Definitivamente no te conviene emborracharte —dijo Dominique, desanimada, sentada frente al rubio—. La gente pierde todas sus neuronas y entonces se convierte en presa fácil para mujeres violadoras.
Lysander clavó sus ojos en Roxanne, quien estaba sentada junto a Dominique y lo miraba con cierta preocupación.
—Beber hace bien cuando quieres olvidar todas esas veces en las que han pisoteado tu autoestima —dijo mientras jugaba con una copa de vino—. Salud por eso.
Roxanne levantó su copa.
—Salud por quienes apuestan con los sentimientos de las personas y luego quieren hacer como si nada hubiera pasado.
Lysander elevó su copa.
—Salud por todos aquellos seres humanos que son incapaces de perdonar porque se consideran perfectos e infalibles.
—Salud por….
—¡Shhh! ¡Tío Bill va a empezar! —dijo Lucy, tomando la mano de Rose.
—Oh, this will me so sweet —dijo Lidia.
En la mesa, Hugo, Louis, Fred, Lysander, Lucy, Alexander, Megara, Rose, Roxanne, Dominique, Scorpius, Carol, Amy y Lidia pudieron toda su atención en Bill Weasley, quien ahora ocupaba del centro de la pista de baile mientras todos se sentaban en sus respectivas mesas. Albus y Danielle permanecieron en una mesa a parte, con Molly, James, tío Charlie, el abuelo Arthur, la abuela Molly, Teddy y Victoire.
Bill se llevó el micrófono muy cerca de los labios y un sonido agudo hizo que todos se cubrieran los oídos.
—Eh… disculpen —dijo distanciándose del aparato—. Bien, creo que ahora sí podré empezar. —Sus ojos se fijaron en la pareja de recién casados que, sonrientes, lo miraban—. Teddy: recuerdo la primera vez que te sostuve entre mis brazos. Eras un niño muy serio, incluso de bebé, pero tus ojos tenían una forma de reír que derretían a cualquiera. Desde que naciste, todos en esta familia te quisimos como un miembro más, no solo porque eras el hijo de amigos entrañables, sino porque nos diste esperanza en una época en donde apenas podíamos ver la luz. Fuiste vida en medio la muerte. Nos recordaste por qué estábamos luchando: por el futuro. —Alexander, en su mesa, bajó la mirada, pero Lucy no lo notó—. Quererte, fue la cosa más fácil que esta familia haya tenido que hacer. Harry, Ron, Percy, George, Charlie y yo nos sentimos tus padres. Te hemos visto crecer y hemos intentado suplir ese amor que Remus hubiese querido que tuvieras. Ginny, Luna, Audrey, Angelina y Hermione, todas, han sido como tus madres… Lo que quiero decir es que eras ya parte de esta familia mucho antes de que te casaras con mi hija. Estamos orgullosos del hombre que eres. Y sé que Nymphadora y Remus también lo están.
Victoire abrazó el brazo de Teddy y el muchacho contuvo las lágrimas lo mejor que pudo. Bill, quien también tenía los ojos húmedos, miró a su hija:
—Victoire, luz de mi vida: cuando te vi por primera vez supe lo que era vivir por alguien y para alguien. Te has convertido en una mujer a la que admiro, con unas virtudes que Merlín sabe de dónde sacaste, quizás de tu madre, porque de mí ciertamente no. Junto a tus hermanos y tu madre, eres lo que más amo en este mundo. Y nunca pensé que tendría la felicidad de, a pesar de mis celos de padre, de verte unida a otra persona a la que amo y por la que daría mi vida. Para mí, este no es cualquier día: es el mejor día; el único día. Recordaré esta noche para siempre. Les deseo todo lo mejor. ¡Viva los novios!
—¡QUE VIVAN! —gritaron todos los invitados levantando sus copas en el aire.
Louis miró a Fred con desconcierto.
—¿Estás llorando?
El pelirrojo negó mientras se restregaba los ojos.
—No sé de qué hablas —le dijo con la voz quebrada.
—Está bien llorar, Freddy. Ha sido muy conmovedor —dijo Dominique, quien también lagrimeaba.
Rose bebió un poco de la copa de Roxanne para relajarse un poco. Desde su conversación con Scorpius, el slytherin no le había quitado los ojos de encima. Empezaba a ser agobiante y algo incómodo, pero no tenía idea de cómo explicárselo cuando Carol no había dejado su lado ni un segundo desde hacía más de dos horas.
Amy y Lidia, al otro lado de Scorpius, lo miraron con una sonrisa juguetona.
—Escuché que ahora mismo van a poner canciones más lentas —dijo Lidia—. Alexander nos dijo que, además de bailar muy bien cualquier tema de Bowie, eres muy bueno bailando otras más románticas.
Megara, al otro lado, levantó una ceja.
—Que sea un gran bailarín no significa que le guste presumir de ello.
—Bien sûr —comentó Amy—. Solo queríamos proponerle un juego: que saque a bailar, en la siguiente canción, a la chica que le parezca la más guapa de la mesa. —Miró al slytherin con verdadero interés—. ¿O no quieres que sepamos quién te parece más atractiva?
Megara chasqueó la lengua.
—La respuesta es simple: me sacaría a bailar a mí —le dijo con la intención de parar el juego.
—No, no, no cuenta tu mejor amiga —dijo Lidia.
Amy pestañeó muchas veces.
—No tienes que hacerlo si prefieres que sea un secreto.
Scorpius miró a las hermanas con desinterés.
—No es un secreto. Puedo hacerlo, si eso es lo que quieren.
Carol se sonrojó intensamente y Lidia y Amy intercambiaron miradas.
—¿Eso significa que hay alguien en esta mesa que te parece especialmente atractiva?
Rose fijó sus ojos en Scorpius y él asintió, sin mirarla.
—Hay alguien en esta mesa que me parece la chica más atractiva de la fiesta.
La pelirroja suspiró y bebió más de la copa robada a Roxanne. No le gustaba ni un pelo que Scorpius jugara con sus primas políticas de ese modo. ¿A quién estaba pensando sacar a bailar? ¿A Carol? Era evidente que no a ella, pues además de que su situación era delicada, tenían prohibido exponerse públicamente de ese modo. Rizieri y Earlena habían sido más que claros sobre ese asunto y Scorpius era responsable. Rose estaba convencida de que, en cuanto regresaran a Hogwarts, el slytherin terminaría con ella tal y como se lo había sugerido ya.
Bebió más de la copa. Tendría que prepararse para lo inevitable.
Tendría que ser fuerte.
La música empezó como escarcha sobre la pista vacía y Lidia y Amy se agarraron de las manos, entusiasmadas. Era suave y melodiosa, un single que Florence and the Machine titulado "Never let me go". Algunos en la estancia, cuando la reconocieron, sonrieron y se llevaron las manos al pecho, emocionados.
Victoire y Teddy restregaron sus narices. Ellos mismos la habían pedido.
Scorpius empujó su silla hacia atrás y se puso de pie. Las luces sobre la pista cayeron tenues, como pequeños fantasmas. Las esperanzas de Carol se disiparon cuando el slytherin, en lugar de detenerse a su lado, le dio la vuelta a la mesa y, para la sorpresa de todos, incluyendo la de Rose, se detuvo junto a la pelirroja y le extendió la mano.
Rose miró, estupefacta, esa mano a pocos centímetros, y luego corrió sus ojos azules hacia los grises del slytherin.
Algo parecido al vértigo se instaló en su corazón.
Looking up from underneath
Fractured moonlight on the sea
Reflections still look the same to me
As before I went under
And it's peaceful in the deep
Cathedral where you cannot breathe
No need to pray, no need to speak
Now I am under all
El silencio en la mesa era sepulcral, pero los murmullos se empezaban a levantar en toda la estancia mientras los invitados veían, sorprendidos, a un Scorpius Malfoy Greengrass con una mano extendida caballerosamente a Rose Weasley Granger.
¿No eran ellos rivales?
Rose, todavía inmóvil, continuaba hundida en los ojos del rubio, quien esbozó una media sonrisa.
—¿Vas a dejarme así, con la mano extendida? No es algo muy educado, Weasley. Teniendo en cuenta que te he llamado la más hermosa de la sala.
And it's breaking over me
A thousand miles down to the sea bed
Found the place to rest my head
Rose tragó saliva y se humedeció los labios. Sin entender muy bien lo que estaba pasando, y sin saber si era lo correcto, levantó su mano y la posó, lentamente, sobre la del slytherin.
Scorpius sonrió y la hizo ponerse de pie para caminar junto a él hacia una pista de baile vacía, pero luminosa.
Los dos se ubicaron en el centro, el uno frente al otro.
Aún se sostenían de las manos.
Never let me go
Never let me go
Never let me go
Never let me go
Rose se tensó cuando recorrió con la mirada las mesas que los rodeaban. Todos los invitados los observaban como si se tratara de un freak show. Entonces recordó su vestido y lo entendió todo: no solo el hecho de que los dos estuvieran allí, a punto de bailar juntos, era sorprendente, sino también el contraste entre la elegancia del slytherin y la fealdad de su vestido.
Perfecto. Lo único que le faltaba para terminar de ser la gran mofa de la fiesta.
—¿Se puede saber qué estamos haciendo? —le preguntó ella, casi en un murmullo.
Scorpius la atrajo hacia su cuerpo y ella soltó un pequeño suspiro. El slytherin deslizó su brazo alrededor de su cintura y, metros más allá, Carol y sus hermanas abrieron la boca, indignadas.
—No soy un experto, pero todo parece indicar que vamos a bailar —le susurró el rubio mientras empezaba a moverse con ella muy lentamente.
And the arms of the ocean are carrying me
And all this devotion was rushing out of me
And the crashes are heaven for a sinner like me
But the arms of the ocean delivered me
Rose tragó saliva y sintió cómo sus latidos se multiplicaban ante la cercanía del rubio. Intentaba seguir sus movimientos, pero tropezaba contínuamente y, de no ser porque él la salvaba, hacía mucho que habría caído al suelo para su propia humillación pública.
—No sé bailar —le confesó.
Scorpius la sostuvo con firmeza.
—Es una suerte para ti que yo sí.
Y entonces, para sorpresa y desamparo de Rose, Scorpius se deslizó con ella por la pista con agilidad y vigor, forzándola a convertirse, prácticamente, en una marioneta.
Though the pressure's hard to take
It's the only way I can escape
It seems a heavy choice to make
And now I am under all
—¿Estás torturándome por alguna razón? —preguntó Rose, mareada.
—Sí: te explicaré mis motivos en unos segundos.
And it's breaking over me
A thousand miles down to the sea bed
Found the place to rest my head
—Lo están haciendo bastante bien teniendo en cuenta que Rose carece de ritmo, la pobre —dijo Roxanne.
Hugo, quien solo los miraba, incrédulo, pestañeó varias veces.
—¿Alguien me puede explicar por qué sacó a bailar a mi hermana?
—Es obvio —dijo Dominique, sonriente—. ¿No lo ves?
Fred y Louis observaban la pista boquiabiertos.
—Más bien no quiere verlo —dijo Lysander, quien había dejado de beber para mirar a Rose y Scorpius.
En la pista de baile, el slytherin levantó a Rose por la cintura y ella soltó un pequeño grito.
Scorpius sonrió.
La bajó muy despacio. Sus miradas estaban atadas por un lazo que, de repente, todos veían.
Never let me go
Never let me go
Never let me go
Never let me go
—Siento que hay algo que me estoy perdiendo de todo esto —dijo Ron junto a una sonriente Hermione.
—Yo, en cambio, creo que ahora lo entiendo todo —dijo la castaña, con suavidad, mientras tomaba la mano de su esposo.
And the arms of the ocean are carrying me
And all this devotion was rushing out of me
—En verdad creo que necesito una explicación —dijo Rose, intentando sobrevivir en los brazos del rubio.
Scorpius la hizo dar varias vueltas y la sostuvo antes de que perdiera el equilibrio.
—Primero déjame castigarte un poco más.
And the crashes are heaven for a sinner like me
But the arms of the ocean delivered me
And it's over
Scorpius y Rose giraron juntos y la pelirroja rió cuando él la hizo patinar sobre el suelo, pero la agarró a tiempo antes de que ambos sucumbieran. Ambos rieron con soltura, de repente, olvidando por completo a todos quienes los miraban.
Hugo se rascó la cabeza.
—Esto está empezando a ser demasiado sospechoso.
—¿No que habían peleado a muerte? —soltó Louis, confundido.
Roxanne entornó los ojos.
—Ya cállense.
And I'm going under
But I'm not giving up
I'm just giving in
Entre risas, Scorpius hizo que Rose cayera de espaldas sobre su brazo, el mismo que la inclinó hacia al suelo, y la levantó muy lentamente, mientras sus narices se rozaban y las sonrisas en sus labios desaparecían.
I'm slipping underneath
So cold and so sweet
—¡Es tan romántico que moriré! —soltó Dominique uniendo sus manos a la altura de su pecho.
Alexander esbozó una media sonrisa y Megara miró a Carol con lástima fingida.
—No te pongas triste, seguro que habrá alguien que quiera bailar contigo, solo que todavía no ha nacido.
Fred y Louis rieron sonoramente y, en cuanto recibieron las miradas duras de las hermanas Delacour, se aclararon la garganta y aparentaron una expresión seria.
And the arms of the ocean so sweet and so cold
And all this devotion I never knew at all
—Lo que te dije ayer por la noche… Lo entendiste todo mal —dijo Scorpius mientras se detenían el uno frente al otro.
Rose lo miró con confusión.
—Pero, tú dijiste que amarnos no era suficiente.
Scorpius asintió.
—Porque eso es lo que quise decir, pero jamás pensé que no comprenderías a qué me refería. —Suspiró—. Te lo dije ya muchas veces: no voy a irme a ninguna parte.
—Pero Erlena y Rizieri…
—Al diablo con lo que ellos digan que tenemos que hacer o dejar de hacer. No podemos seguir caminos que otros han dibujado para nosotros y creer que eso es ser responsables. Ser responsables es tomar las riendas de nuestras vidas. Hacer lo que otros me piden… Ese no es mi estilo. No soy obediente.
—Pero… lo que me dijiste…
Scorpius levantó su mano en el aire, como si estuviera a punto de hacer un juramento.
—Tal vez amarnos no sea suficiente —repitió, fijando sus ojos en los de ella—. Tal vez tengamos, también, que comprometernos el uno con el otro. Asumir ese compromiso, a pesar de todas las dificultades, enfrentarnos a quien sea, como sea, y cuando sea. Eso es lo que significa lo que te dije. Significa: no quiero que nos sigamos ocultando. —La miró con gran intensidad—. No quiero seguir fingiendo que no eres nada para mí.
Scorpius miró su mano en el aire, y Rose lo comprendió todo.
And the crashes are heaven for a sinner released
And the arms of the ocean delivered me
Scorpius esbozó una sonrisa traviesa.
—Desobedezcamos juntos, Weasley. Ser tan Mcgonagal no te llevará a ninguna parte.
Rose le sonrió con ternura.
—Siempre rompiendo las reglas, Malfoy. ¿Cuándo vas a aprender?
Ante los labios abiertos de todo el salón, la pelirroja unió su mano a la del slytherin. Sus dedos se entrecruzaron mientras se pegaban, cuerpo a cuerpo, completamente por primera vez desde que estaban bailando.
—Oh. My. Gosh —soltó Lidia.
Never let me go
Never let me go
Never let me go
Never let me go
Deliver me
Las luces caían sobre ellos sin que nadie se atreviera a interrumpirlos. La pista de baile les pertenecía. Rose y Scorpius bailaban casi abrazados, con los ojos cerrados, moviéndose muy lento y rozando sus narices, sus mejillas, comportándose, a plena vista de cientos de personas, como una pareja.
Hugo permanecía boquiabierto.
—¡Nos engañaron! —soltó, señalándolos—. ¡Nos dijeron que no tenían nada y…!
—Parece que han decidido salir del closet —le murmuró Alexander a Megara.
La morena asintió.
—Esto será problemático —le respondió ella—. Pero, en el fondo, creo que vale la pena.
And it's over
And I'm going under
But I'm not giving up
I'm just giving in
Scorpius acariciaba a Rose y Rose reposaba sobre su pecho. Las luces brillaban. Los invitados comentaban a viva voz lo que veían. Teddy y Victoire sonreían ampliamente mientras los observaban.
Ron Weasley discutía con Hermione Granger.
I'm slipping underneath
So cold and so sweet
La música fue terminando poco a poco y las luces decreciendo. Lentamente, Rose y Scorpius se distanciaron apenas unos centímetros para mirarse. La oscuridad duró unos pocos segundos, luego empezó una nueva canción y los invitados se integraron a la pista.
Scorpius, sosteniendo a Rose de la mano, la miró a los ojos.
—Weasley, ese vestido es horrendo.
La pelirroja sonrió.
—Lo sé, lo sé.
Scorpius miró hacia la mesa de los padres de Rose, quienes se veían inmersos en una discusión encendida que Harry, Ginny, Rolf y Luna parecían intentar apaciguar.
Suspiró.
—Ahora que todos saben que estoy enamorado de ti, supongo que tendré que darles una explicación a tus padres.
Rose apretó la mano del rubio contra la suya.
—Se lo explicaremos juntos.
El chico que descubrió sus sentimientos
—Además de la ex novia de Albus, ¿quién es Danielle? —preguntó Megara a un descuidado y algo ebrio Lysander.
—Vivía en una casa muy cerca de aquí. Cuando eran niños, Albus y ella eran los mejores amigos. Creo que lo siguen siendo —confesó sin tapujos.
—Ya veo —comentó Megara sintiendo un nudo en el centro de su garganta.
Lysander se recostó sobre la mesa vacía.
—Todo lo que sé es que son amigos ahora, nada más. Aunque en algún momento fueron novios, como dices.
Megara miró a Albus sonreír y conversar con Danielle en otra mesa junto a James y Molly, quienes parecían conocerla bien. En ese momento, más que en ningún otro, Megara se sintió como una extraña y una intrusa en ese lugar. Le quitó la copa a Lysander y se terminó, de un solo trago, todo el contenido, pero el rubio no se dio cuenta: parecía haberse quedado dormido.
—Hey —le dijo Hugo, sentándose frente a ella—. ¿Estás bien?
Megara lo miró con aburrimiento.
—Honestamente, he estado mejor.
Hugo meditó durante unos segundos y se rascó la cabeza.
—¿Tú sabías que Rose y Scorpius…?
La morena asintió.
—Lo que me perturba es que ella haya podido engañarlos a ustedes y hacerles creer que no pasaba nada. Eso sí que es extraño.
Hugo resopló y se llevó ambas manos a la cabeza.
—Quizás no lo quería ver. No lo sé —dijo mientras se pegaba al respaldar de la silla—. ¿Tiene todo esto algún sentido? ¿Rose y Malfoy? ¡Que alguien me explique si esto tiene coherencia alguna!
Megara entornó los ojos.
—El amor no tiene coherencia —le explicó como si se tratara de un niño—. Solo lo sientes y ya. Uno no elige a quién amar. Ojalá las cosas fueran tan fáciles.
Un chico rubio de ojos pardos se acercó a la slytheriana y le extendió la mano.
—Hola, soy Mark. ¿Quieres bailar?
Hugo miró al chico como si quisiera matarlo.
—Está acompañada —respondió por ella.
—Por supuesto que quiero bailar —dijo mientras le daba su mano al chico rubio y luego miraba al castaño con dureza—. Hugo, no vuelvas a responder por mí. Detesto cuando los hombres hacen eso.
El gryffindoriano vio, entre sorprendido y molesto, cómo Megara y el chico iban a la pista de baile juntos. ¿Por qué le fastidiaba tanto que ella bailara con alguien? ¿Qué era toda esa rabia que estaba en proceso de ebullición dentro de su cuerpo?
Miró hacia la mesa en donde estaba Albus. El moreno también observaba a Megara con una expresión de incomodidad.
Hugo entornó los ojos y se levantó bruscamente de su mesa directo hacia el exterior de la carpa.
Necesitaba tomar aire.
Afuera la noche se extendía como cubriendo todos los espectros que lo habitaban. Se detuvo frente a un muro incompleto cubierto de hojas y de naturaleza invasiva. Pateó una piedra. Dos. Tres. Soltó un pequeño gruñido que le nacía desde adentro y suspiró, levantando la mirada hacia el cielo.
Pequeñas estelas de luz astral se reflejaron en sus ojos.
Entonces, abruptamente, una voz lo hizo echarse hacia atrás:
—Linda noche, ¿no?
Hugo dio un pequeño salto, asustado, y cuando vio a Agnes Brown sentada de espaldas al muro, jugando con una margarita en sus manos, bufó y se llevó una mano a la frente.
—¿En verdad tenías que asustarme así, Brown?
—Yo no hice nada.
—¡Estás escondida entre la maleza como un animal!
Agnes miró a su alrededor y notó que algunas de las plantas que trepaban el muro resbalaban por sus hombros.
—Supongo que estoy escondida —admitió ella mientras empezaba a deshojar la margarita—. Pero no soy la única.
Hugo la miró como si se tratara de un bicho raro. Su vestido era casi tan feo como el de Rose, solo que no parecía que alguien la hubiese obligado a usarlo. Allí, sentada sobre la tierra y rodeada de maleza, aparentaba ser una parte más de la naturaleza.
—Si viste lo de antes, solo estaba pateando piedras, eso es todo —sintió la necesidad de explicar—. Y luego gruñí porque estoy cansado y bastante harto de esta fiesta.
—Entonces estás huyendo.
Hugo pareció ofendido.
—¿Huyendo? ¿Yo? —resopló mientras se despeinaba con una mano—. Yo nunca huyo, Brown. ¿Cuántas veces te he escuchado hablar en toda mi vida? ¿Dos? ¿Por qué estás hablando tanto ahora?
Agnes se encogió de hombros.
—Hablo lo mismo que cualquier persona normal.
Hugo la miró con incomodidad y desconfianza, pero la rubia pareció más concentrada en la margarita con la que jugaba entre sus manos.
—No estoy huyendo —negó otra vez el castaño—. Simplemente no puedo seguir allí adentro viendo a la ex novia de mi primo bailar con cualquier tonto y a mi hermana salir con Scorpius Malfoy. Es demasiado.
—Ah, sí. Lo de Rose y Malfoy fue una verdadera sorpresa. Te gusta Megara Zabini, ¿verdad?
Hugo miró a Agnes con profunda irritación.
—Creo que te prefiero callada, Brown.
Agnes, quien no pareció entender por qué Hugo se encontraba molesto, pestañeó varias veces.
—Lo siento, no quería meterme —agregó—. Fue solo una conclusión estúpida.
Hugo se cruzó de brazos.
—¿Y se puede saber qué te hizo llegar a esa conclusión?
Agnes meditó.
—Todos en Hogwarts han estado comentando cómo tras la separación entre ella y Albus, tú te le has acercado. A las personas les parece extraño, pues nunca haces eso con ninguna chica. Mi compañera de cuarto y tú se conocen bastante bien porque… bueno, ya sabes, y ha estado quejándose repetidamente porque tienes atenciones especiales con Megara Zabini. —Agnes le quitó la última hoja a su margarita—. Y ahora la has nombrado como si te molestara verla bailar con otro chico. Me pareció que quizás estabas celoso.
Hugo tragó saliva y se dejó caer, sentado, sobre una piedra grande mientras miraba al vacío. Agnes lo miró con curiosidad.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—No. No estoy bien —respondió Hugo—. Creo que tienes razón: me gusta la ex novia de mi primo. —Cerró los ojos—. ¿Qué clase de basura soy?
Recordó así, con los párpados cerrados, todas las veces que compartió mesa con Megara cuando aún era la novia de Albus; en cada una de ellas, él la había escuchado y había estado pendiente de cada cosa que decía. Incluso cuando Megara, por algún motivo, no se sentaba en la mesa de Gryffindor, él se sentía extrañamente incómodo.
Imaginó su sonrisa. La fortaleza que tenía cada vez que expresaba sus opiniones sobre las cosas. Su pedantería y orgullo Slytherin. Nunca antes había conocido a una chica con tanta personalidad, con tanta inteligencia y astucia.
Bufó y Agnes empezó a desenvolver un caramelo.
—¿Quieres?
Hugo la miró con cansancio.
—No.
Agnes se encogió de hombros y se metió el caramelo a la boca.
—Si te sirve de algo: no creo que seas una basura. Uno nunca escoge a quién amar.
Hugo clavó sus ojos marrones en Agnes con desconcierto. Era la segunda vez en apenas unos minutos que escuchaba esa frase.
—Ves muchas películas románticas, ¿cierto?
—No. ¿Por qué?
—Olvídalo —dijo Hugo cortando el contacto visual—. Mi vida es una porquería.
Agnes inclinó la cabeza hacia un lado.
—Si tienes esa actitud por supuesto que nunca harás que ella se fije en ti.
—Mi problema no es ese —dijo el castaño, molesto—. Mi problema es que me gusta la ex novia de mi primo. Ese es el problema.
—No entiendo. Ellos terminaron. Supongo que ya no se quieren de esa manera, ¿no?
Hugo resopló una vez más.
—Es mucho más complicado que eso.
Agnes asintió, comprendiendo.
—Entonces estás mal porque nunca serás su chico.
Hugo miró al vacío.
—Tienes razón: nunca seré su chico.
Agnes frunció el ceño.
—Con esa actitud de autocompasión, te aseguro que no.
El castaño le dedicó una mirada seca.
—Tu falta de empatía es impresionante. Y pensar que siempre me pareciste una chica dulce.
Agnes sonrió.
—Soy dulce, pero mi centro es ácido —le respondió, inspirándose—. Porque la vida es ácida a veces. —Le tiró un puñado de hojas—. Anímate. No es el fin del mundo.
Hugo la miró con hastío mientras se sacudía las hojas de encima.
—¿Se puede saber qué haces aquí?
La rubia suspiró.
—Mamá insistió y me obligó a venir. Me aburría mucho allí adentro, así que vine hasta aquí. Como dije, es una noche muy hermosa.
—Si no te relacionas con nadie, ¿cómo vas a divertirte?
Agnes lo miró como si no pudiera entenderlo.
—Disfruto mucho de mi compañía.
Hugo se llevó ambas manos a su rostro y suspiró.
—Soy el peor primo del mundo.
—¿Por qué lo dices? No has hecho nada.
Hugo se descubrió el rostro.
—Tienes razón: no he hecho nada —meditó, preocupado—. Pero podría acabar haciéndolo.
Agnes lo miró en silencio, incapaz de comprender lo que él intentaba decir, pero al castaño poco le importó. En realidad hablaba casi para sí mismo.
—No puedes sentirte culpable por el futuro. Es absurdo —comentó la rubia—. Aunque sería un buen tema para una canción.
Hugo notó que Agnes tenías sus zapatos junto a ella y que sus pies jugaban libremente con el pasto. Un caracol había empezado a subirse sobre su dedo pequeño y ella lo observaba con extrema atención.
—Hey, ¿te has enamorado alguna vez de alguien?
La rubia ni siquiera lo miró. Estaba demasiado concentrada en el caracol sobre su pie derecho.
—No lo sé, creo que no. Aunque depente de cómo lo definas. Hay muchos tipos de amor, supongo.
Hugo entornó los ojos.
—En realidad no me importan esos detalles. Solo quería saber si puedes ayudarme a saber si lo que siento por Megara es una tontería o algo serio.
Agnes lo miró con curiosidad.
—¿Por qué querrías te que ayudara con eso?
Hugo la miró con obviedad.
—Porque estamos aquí, ahora, conversando, quién sabe por qué, sobre esto y estoy desesperado —le dijo con un tono de exasperación—. Y porque no somos amigos y seguramente después de esto sigamos sin serlo porque no tenemos ningún interés el uno por el otro. No tendremos que volvernos a hablar. Es descomplicado. Me gusta.
Agnes fijó sus ojos azules en él.
—Está bien. En realidad, no sé si hay una cosa parecida al test del amor, pero… La pregunta es: ¿estás dispuesto a distanciarte de ella porque fue la novia de tu primo y así no herir susceptibilidades, o no?
Hugo bufó.
—Es que no sé si Albus todavía la quiere.
Agnes asintió.
—¿Y por qué no se lo preguntas? —le inquirió con simpleza—. Todo, al final, gira en torno a una cuestión: ¿cuánto te cuesta tomar distancia de Megara? Si es fácil, entonces no te gusta tanto. Si es difícil, entonces…
—Entonces habré cavado mi propia tumba.
—Qué melodramático —soltó ella—. La vida, si me lo preguntas, depende de cómo te la tomes. Vale la pena pelear por lo que quieres siempre y cuando no lastimes a nadie en el proceso. Pero para eso hay que ser valiente, como este caracol.
Hugo miró al suelo.
—No quiero distanciarme de ella —murmuró—. Pero tampoco quiero preguntarle a Albus si todavía la quiere porque tengo miedo de conocer su respuesta.
Agnes le guiñó un ojo.
—Te lo dije: hay que ser valiente.
Unos pasos los hicieron mirar hacia el frente. Albus caminaba directo hacia ellos y Hugo notó que el rostro de Agnes cambió: sus mejillas se sonrojaron levemente y, con mucho nerviosismo, tomó sus zapatos y depositó al caracol en la tierra para calzarse.
Parecía otra chica.
—Hola, Agnes —la saludó Albus con una débil sonrisa, y luego miró a Hugo de forma inexpresiva—. Teddy y Vic te están buscando.
Hugo no pudo siquiera responder, pues el moreno dio la vuelta y regresó hacia la carpa sin ninguna intención de esperarlo. Agnes, en esos pocos minutos, ya se había puesto de pie.
—Iré a buscar a mi madre. Con suerte me dirá que ya podemos irnos —dijo la rubia, rompiendo el silencio.
Hugo notó que ella empezaba a volver a la normalidad, es decir, a relajarse.
Esbozó una media sonrisa.
—Te gusta Al, ¿no es así?
Agnes miró al castaño con una expresión aterrada que le confirmó todo al gryffindoriano. Él soltó una risa corta y meneó la cabeza de un lado a otro.
—Tú, en verdad, no tienes esperanza alguna. Lo sabes, ¿cierto?
Agnes pareció entristecida y asintió.
—Lo sé. No estoy buscando nada, de todos modos. Como dije antes, uno no escoge a quién amar o, en este caso, no escoges hacia quién sentirte atraída.
—Sí, sí, lo que digas —dijo Hugo encaminándose de vuelta, pero antes de hacerlo le sonrió—. Me siento mejor conociendo a alguien aún más desesperanzado que yo. Gracias por tu aporte a mi vida, Brown.
Agnes lo miró con incomodidad.
—De nada, supongo.
Hugo escuchó esto, sin interés, mientras emprendía el camino de vuelta hacia la carpa. Con cada paso hacia delante, fue dejando atrás a Agnes y la conversación que había tenido con ella, pero su cabeza, en cambio fue entendiendo algo que hubiese preferido ignorar:
Sus problemas apenas estaban a punto de empezar.
La chica que por primera vez sintió dolor
Dominique se paseó por tercera vez alrededor de la pista buscando, con la mirada, algún rastro de Aarón. Durante toda la fiesta había estado pendiente de él y de en dónde se encontraba, pero hacía ya varios minutos que no podía encontrarlo en lo absoluto. La última vez que lo vio fue durante el baile de Rose y de Scorpius, sentado en una mesa junto a las tres amigas de Victoire que no lo dejaban ni siquiera respirar.
Resopló, furiosa.
Realmente estaban locas si creían que Aarón les prestaría la más mínima atención si no tuviera afectado por el alcohol.
Sin embargo, era cierto que en aquel estado el castaño se había soltado con ellas y no solo les seguía el juego, sino que incluso podría aceptarse que coqueteaba con ellas.
"Ni siquiera es algo que calce con su personalidad", pensó, molesta, mientras continuaba buscándolo con la mirada.
Pero ante todo, y eso no debía olvidarlo, Aarón era un licántropo. Todo ese autocontrol que lo caracterizaba era una barrera para contener lo que sus instintos en realidad le pedían: desorden, caos, acción. Ella lo sabía mejor que nadie pues lo estaba empezando a experimentar en su propio cuerpo. Aarón había conseguido dominar esos instintos básicos con maestría, pero en aquellas condiciones, ¿podría realmente contenerse?
—Hola, Dom, ¿quieres bailar? —le preguntó James, quien estaba bailando con Molly en una actitud bastante alegre.
La rubia negó con la cabeza.
—Disculpen, ¿han visto a Aarón por aquí?
Molly meditó por unos instantes sin dejar de moverse.
—Lo vi hace unos minutos con Bianca McCarthy, la compañera de tenis de Victoire, saliendo de la carpa.
Dominique se llevó ambas manos a la cabeza.
—De acuerdo, ¡gracias! —les soltó mientras corría lo mejor que podía hasta la salida de la estancia.
Cuando emergió, la oscuridad la hizo tambalear por unos momentos. Se sacó los zapatos con la intención de moverse con más agilidad y afiló su sentido del olfato. Podía oler todo lo que la rodeaba: tierra, agua, plantas, animales y sus excrementos… Y entre toda esa marea de olores nocturnos, el de Aarón, distanciándose.
Dominique tensó sus músculos y lo siguió.
"¿Quién es la niñera ahora? ¿Eh?", pensó mientras avanzaba hacia unos árboles a grandes zancadas. "Demónicas hormonas licántropas y odiosas tenistas violadoras".
Dominique se detuvo cuando, tras un par de árboles, vio a Aarón casi inconsciente, sentado con la espalda apoyada contra el tronco de un olivo, y a Bianca susurrándole algo en el oído.
La ravenclaw sintió cómo su sangre se revolucionaba y amenazaba con causar un cataclismo al otro lado de su piel.
—¡Hey! —le gritó a la morena—. ¿Se puede saber qué estás haciendo tan cerca de su oreja?
Bianca, quien parecía también borracha, miró a Dominique y le sonrió.
—¡Pequeña Dom! ¡Hola! —la saludó con torpeza—. Vinimos a ver las estrellas.
"Estrellas son las que te haré ver si no lo sueltas en este mismo instante", pensó Dominique fingiendo una sonrisa.
—Qué historia tan hermosa —le dijo intentando controlar su molestia—. Lamento interrumpir pero creo que Vic te estaba buscando, dijo que quería hablar contigo de algo muy importante… algo sobre pelotas de tenis.
Bianca pareció confundida.
—¿Pelotas de tenis?
Dominique asintió.
—Sí, yo también me sorprendí. ¿Qué habría que hablar sobre las pelotas de tenis? Pero, en fin, es de eso de lo que quiere hablarte.
—¿Y dices que es urgente? —le preguntó Bianca, poniéndose de pie, tambaleándose.
—Sí, sí, muy urgente.
—Qué enigmático —dijo Bianca—. Bueno, iré a verla porque es una amiga muy, muy, muy querida para mí. —Miró a Aarón, quien parecía empezar a recobrar el sentido otra vez—. Aarón Gozenbagh, eres genial y por eso te prometo que volveré pronto. Sin duda le pediré tu contacto a Vic y te invitaré a salir y juntos volveremos a ver las estrellas en alguna otra parte. —Deslizó su dedo sobre la nariz del castaño y Dominique hizo una mueca—. Ya vengo. —Miró a la rubia con una gran sonrisa—. ¿Lo cuidarás por mí?
"Lo cuidaré de ti".
—Por supuesto —respondió Dominique.
Mientras Bianca tambaleaba esquivando árboles y regresando hacia la fiesta, Aarón abrió los ojos y, al fijarlos en Dominique, esbozó una sonrisa.
—Eres tú… —dijo en un tono de voz cansado, pero contento.
Dominique se cruzó de brazos.
—Nunca más vuelvas a decir que eres mi niñera, ¿de acuerdo? —le soltó—. ¿Acaso estabas seduciendo a la amiga de mi hermana?
Aarón cerró los ojos.
—No necesito seducir a nadie. Mi olor atrae a las personas… —Sonrió y decidió imitarla—. Además de mi encanto natural.
—La del encanto natural soy yo: no te robes mis líneas —le dijo ella, enfadada sin entender muy bien por qué—. Es verdad que es mi culpa que estés en este estado, pero podrías al menos haberte apoyado en mí en lugar de ponerte en las manos de desconocidas.
—Puedo hacerme cargo de mí mismo.
Aarón se puso de pie con mucho esfuerzo, apoyándose en el árbol, pero Dominique, al verlo tambalear, corrió hacia él y colocó un brazo del castaño sobre sus hombros.
—Siempre quieres parecer invencible y autosuficiente, te cierras a los demás, te cierras a mí, y no dejas que nadie te vea ni se convierta en un apoyo. Eres realmente molesto, ¿lo sabías? Todo lo que quiero es que me dejes estar a tu lado. ¿Por qué siempre te enfadas conmigo, pero yo no tengo opción a hacerlo?
Aarón se llevó una mano a la cabeza.
—Todo me da vueltas.
—¡Pues ahora soy yo la que está molesta contigo! ¿Sabes por qué? Pues… ¡no tengo idea! Pero lo estoy.
—Puedo caminar solo.
—No, no puedes. Estás hecho un desastre, solo quiero que lo sepas. Y también quiero que sepas que eres un gruñón y que si Bianca y las demás en verdad supieran lo refunfuñante que eres, no babearían tanto por ti, y…
De repente, Aarón resbaló y Dominique, al intentar estabilizarlo, pisó una rama que la hizo patinar y caer con él contra la tierra.
Los dos gritaron porque sus frentes colisionaron, y solo después de ese primer dolor, Dominique se dio cuenta de que Aarón estaba encima de ella y que todo ese calor que sentía venía de su cuerpo; un calor que entraba en el suyo como una potencia inigualable y que la hizo contener la respiración.
Podía sentir los latidos del castaño contra los suyos.
Su nariz rozaba la de ella y, en cuando él abrió los ojos, sus miradas se encontraron a escasos milímetros de distancia deteniendo todo a su alrededor.
Él esbozó una ligera sonrisa y sus dedos acariciaron el rostro de Dominique, forzándola a entreabrir los labios como efecto natural de lo que estaba sintiendo en cada esquina de su cuerpo. Aarón cerró los ojos, dejándose llevar por esa sensación abrasadora que los embargaba a ambos y que en ese momento compartían.
—Hueles a vainilla y a metal… —le dijo hundiendo su nariz en el cuello de la rubia.
Dominique cerró los ojos al sentirlo aspirar contra su piel y soltó un gemido de placer incontrolable, mientras enterraba sus dedos en la tierra.
Aarón, intencionalmente, rozó sus labios contra la piel del cuello de Dominique y ella arqueó su espalda, lanzando chispas de deseo que el cuerpo del castaño leyó y siguió con interés.
Sus miradas volvieron a encontrarse. Lanzaban fuego.
—Tienes los ojos más hermosos que existen —le dijo él casi en un susurro.
Y, entonces, antes de que pudiera preveerlo, sus labios se unieron.
Dominique sintió como si la tierra estuviera rompiéndose debajo de su espalda. Una electricidad la recorrió y la hizo temblar de pies a cabeza. El mundo no existía. Lo único vivo eran sus propias sensaciones: esos labios que la besaban lenta y seductoramente, obligándola a imitar un ritmo tortuoso pero deleitable.
Un ardor se instaló en su vientre y se extendió por toda ella a través de un ligero sudor y una agitación que tomó control de ella cuando el beso se volvió más demandante e intenso. Sus bocas se abrieron sus lenguas se encontraron, haciéndolos suspirar y gemir. Dominique llevó sus manos llenas de tierra a la cabeza de Aarón, hundiéndolas en su cabello, y él dejó correr las suyas por los muslos descubiertos de la ravenclaw, los que, instintivamente, empezaban a abrirse debajo de él.
Un grito los hizo sobresaltarse:
—¡Dom, Aarón! ¿En dónde están, chicos? —exclamó la voz de Bianca, lejos de allí.
Aarón cayó a un lado, boca arriba sobre la tierra, y Dominique se sentó llevándose ambas manos a la boca, agitada, con su corazón latiéndole como una banda de tambores dentro de su pecho.
Había sido un beso. Solo un beso.
Entonces, ¿por qué era tan diferente a su beso con Jeremy?
Dominique suspiró y cerró los ojos.
¿Por qué sentía que iba a desmayarse en ese mismo instante?
Miró a Aarón, casi inconsciente otra vez, ya con la respuesta en su mente. Quiso decir algo, despertarlo, pero lo vio mover los labios como si estuviera hablando y se acercó lo suficiente para escuchar un nombre que no era el suyo:
—Rose… Rose…
Y algo parecido a un cuchillo clavándosele en la carne la hizo llevarse la mano a la boca del estómago. Una sensación abrumadora humedeció sus ojos y, sin poder controlarlo, empezó a llorar.
Jamás había sentido algo remotamente parecido a lo que experimentaba en ese momento. Una mezcla entre dolor y entusiasmo. Un descubrimiento. Una herida.
Sonrió con tristeza.
Así que era eso lo que en verdad sentía.