Por fin, después de un largo período de descanso, os traigo un nuevo fanfic y nunca mejor dicho, nuevo. Esta vez no es el arreglo de otro fanfic que escribí antes sino que es uno nuevo que estoy escribiendo. Hay partes que tendré que ir explicando pero no os voy a agoviar ahora, lo haré paso por paso. Mientras tanto deciros que igual actualizo una vez a la semana o menos pero que los capítulos serán largos y procuraré que también sean intensos. De antemano, gracias por leerlo.

Prólogo:

Se acuclilló en el suelo con cuidado y alargó una de sus manos para tocar el líquido verdoso que se extendía en el suelo. Esa sustancia era asquerosa y muy pegajosa y parecía guiarle hacia alguna parte del bosque. Se llevó los dedos manchados con el líquido a la nariz y olisqueó descubriendo que tal y como imaginaba, se trataba de sangre. Probablemente, algún demonio herido que necesitaría carne humana para reconstituirse.

- ¿Y bien? – preguntó una voz masculina a su espalda.

- Es sangre- se limpió los dedos en su haori- un demonio herido.

- ¿Y por qué va al bosque?- preguntó una voz femenina- necesita carne humana y allí no la encontrará.

- Tiene toda la pinta de ser una trampa- volvió a hablar el otro hombre- quiere a atraer a alguien y puede que sea a nosotros- miró a la mujer- Sango, échale un vistazo por encima al bosque con Kirara- se volvió hacia el hanyou- Inuyasha, tú y yo vigilaremos las afueras por si el demonio se decide a salir a buscar presas.

- ¡No! – exclamó otra mujer.

Miroku frunció el ceño fastidiado y se guardó para sí mismo una retahíla de insultos para la sacerdotisa. Si había algo que pudiera odiar más en ese mundo era a Kikio llevándole la contraria, como de costumbre. Esa mujer se creía la jefa de todo, incluidos ellos y no hacía más que desautorizarle sobre todo como monje una y otra vez. Él era tan poderoso y tan conocedor de hechizos, maldiciones y demonios como ella pero a la mujer le daba igual. Como le dieron a ella la esfera de los cuatro espíritus para cuidarla, ella mandaba.

- Sería mejor que nos adentráramos en el bosque- continuó Kikio- puede que sea una trampa o puede que no pero ese demonio no es rival para nosotros.

- Kikio tiene razón- la apoyó Inuyasha.

¿Por qué será que no le sorprendía que Inuyasha una vez más le diera la razón a la sacerdotisa? El muy imbécil estaba enamorado hasta las trancas porque ella le había ofrecido que se convirtiera en humano con la esfera para estar juntos. ¿Estaba tan ciego que no podía darse cuenta de que Kikio sólo quería liberarse de esa carga?, ¿no era capaz de ver que la mujer le utilizaba?

En una ocasión, había intentado explicarle todo lo que veía que estaba haciendo la sacerdotisa pero Inuyasha había enfurecido con él. Sólo tenía ojos y oídos para esa mujer y aún así no era capaz de darse cuenta de que algo no encajaba con ella. En toda su vida como monje, nunca se había cruzado con una sacerdotisa tan egoísta y sospechosamente extraña.

A su lado observó a Sango dejar los ojos en blanco mientras la escuchaba y pudo percatarse de que la exterminadora compartía sus preocupaciones y su desagrado respecto a la sacerdotisa.

- ¿Entramos de una vez? – preguntó finalmente Sango- ya qué opinas que el plan del monje es tan malo, entremos de una buena vez- suspiró- el demonio no va a esperarnos toda la vida.

La sacerdotisa asintió con la cabeza ante el comentario de Sango y se encaminó hacia el bosque seguida bien de cerca por Inuyasha. La exterminadora, en cambio, preparó su arma y llamó a su leal amigas, Kirara.

- ¡No la soporto!- exclamó- voy a vigilar el bosque desde arriba y si hay algún problema bajaré como el elemento sorpresa- le guiñó un ojo.

- Me parece una idea estupenda- le respondió Miroku- ojala caigamos en una buena trampa por su culpa- rió- igual así se le bajan los humos.

- ¡Imposible! – exclamó la exterminadora- tiene un ego demasiado grande. Cuando conocí a Inuyasha pensé que nadie podía ser más arrogante que él pero ahora veo que me equivoqué.

Miroku rió ante el comentario de su exterminadora favorita y se volvió hacia ella mientras la veía montar a Kirara. Aquella mujer era muy importante para él y el que le apoyara tanto en ese asunto le hacía sentir realmente bien.

- Ten mucho cuidado, Sango- le pidió- no quiero que te pase nada.

Sango se sonrojó ante el comentario del monje y apartó la mirada intentando ocultarle la evidencia. Sabía que no estaba bien enamorarse de un monje pero Miroku parecía muy abierto respecto al tema de tener hijos, lo dejaba bien claro con cada chica guapa que se le cruzaba. Ojala algún día terminaran sus mañas de pervertido y pudiera fijarse en ella sólo como la persona que era.

- Usted también tenga mucho cuidado, monje.

- Llámame Miroku.

Sango volvió a sonrojarse ante la intimidad de lo que acababa de pedirle y estaba a punto de pronunciar su nombre cuando sintió una traviesa mano acariciando con insistencia su trasero. Si bien estaba enamorada de aquel monje, no iba a permitirle que se tomara esa clase de libertades con ella.

- ¡Monje pervertido!

Le dio una fuerte torta en la mejilla y tras despedirse sacándole la lengua alzó el vuelo con Kirara.

- Ahhhhhhh- suspiró Miroku- la vuelvo loca.

Agarró su bastón de oro, herencia de su padre, y se dirigió hacia la entrada del bosque donde Inuyasha y Kikio le esperaban con clara impaciencia.

- ¿A dónde ha ido Sango? – se apresuró a preguntarle Kikio.

- Tenía algo que hacer- le mintió.

- ¿Ahora mismo? – contestó incrédula.

- Sí- contestó desganado- vamos a por ese demonio.

Kikio siguió despotricando acerca de la falta de Sango a sus espaldas pero él la ignoró intentando evitar una discusión estúpida dentro de aquel bosque plagado de diferentes peligros y avanzó apartando las ramas con su bastón. A sus espaldas sabía que el idiota de Inuyasha estaría apartándole las ramas a Kikio como si se tratara de su sirviente y guardaba un terrible silencio. Cada vez que esa mujer estaba cerca parecía perder toda su personalidad. Era impresionante como un hombre dotado de tanto carácter podía encogerse de esa forma.

- ¡Alto!- exclamó Inuyasha.

Miroku detuvo su avance y el hanyu le adelantó acercándose a unos matorrales frente a él. Agitó sus orejas de perro captando algunos sonidos y olisqueó el ambiente con su nariz percatándose del hedor que se acercaba.

- Huele a muerto- dictaminó- el demonio debe de estar muerto.

- Entonces asunto resuelto- contestó Miroku.

- ¡No!- se opuso Kikio una vez más- tenemos que llegar hasta él y quemarlo.

- No es necesario- continuó Miroku- otros demonios se lo comerán. No es la primera vez que dejamos a uno muerto tirado.

- A partir de ahora los quemaremos- insistió.

Miroku sintió que su paciencia comenzaba a flaquear muy seriamente. Si la mujer volvía a llevarle la contraria una sola vez más, estaba seguro de que haría algo que provocara una gran pelea entre él e Inuyasha y eso era lo peor. Su disputa con Kikio salpicaba a su mejor amigo.

Avanzaron a través del bosque unos cuantos metros más hasta que encontraron el cadáver del demonio. Tal y como dijo Inuyasha estaba muerto. Se acercó dispuesto a prenderle fuego pero Kikio le detuvo poniendo su brazo ante él.

- Creo que tiene un fragmento de la esfera.

- ¿Crees? – contestó incrédulo- o lo tiene o no lo tiene pero no puedes basarte en una creencia. Se supone que los ves claramente.

- Y lo veo- se apresuró a contestar- hay que abrirlo- rió tontamente aumentando la sospecha de Miroku- ¡Inuyasha, pártelo por la mitad!

Inuyasha asintió con la cabeza y sacó a Tessaiga de su vaina. Si ese demonio tenía un fragmento de la esfera, se lo quitarían aunque le resultaba extraño que Kikio no lo hubiera sentido hasta tenerlo de frente. Normalmente, ella los sentía a kilómetros.

Inuyasha preparó su espada y de un rápido movimiento partió en dos al demonio tumbado sobre la tierra. A los pocos segundos, una luz surgió de su interior pero extrañamente era una luz blanquecina que parecía tratar de adsorberlo.

Miroku desde su sitio a unos metros del demonio sintió la fuerza que le atraía hacia el demonio, percatándose de que era similar a su propio vórtice. ¿Qué estaba ocurriendo? Clavó su bastón en el suelo e intentó atisbar a ver algo a través de aquella luz.

Intentó mantener sus pies en el suelo con todas sus fuerzas e iba a darle la espalda a aquella luz para alcanzar algún árbol cuando sintió que alguien le empujaba por la espalda. Inevitablemente perdió el equilibrio y empezó a ser adsorbido sin tener la más mínima oportunidad de defenderse. En el último instante antes de que desapareciera, se giró y vio a Kikio allí parada. ¡Kikio le había empujado!

- Kikio… - murmuró sin poder creerlo.

Sintió como todo lo que le rodeaba desaparecía, fue enviado a un lugar muy lejano en el que sólo se encontraba a él y una fuerza invisible comenzó a empujarle a gran velocidad. Cuando quiso darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, sintió una fuerte punzada de dolor en la cabeza y perdió el conocimiento.