Demian le pertenece sólo a Hermann Hesse. Esto es sin fines de lucro.
Esquemas.
por Moshe.
—¡Querido!
Era la inconfundible voz de Demian. Sonaba consternado y me pareció que tenía sentido que lo estuviera. No quería hablar con él. No en aquel estado ni en aquel momento. Lo ignoré tanto como pude, pero ni el humo de los cigarrillos ni el sonido de las risas fueron suficientes para mantenerlo lejos. Me agarró del brazo y me empujó muy cerca.
—Sinclair ¡ha sido suficiente! —podía notar su enojo, pero mi estado de ebriedad me impedía comprender del todo la expresión de su rostro. Me arrastró fuera, a la calle fría y a los fríos azotes del invierno y me llevó por un camino que no conocía. No me moleste en preguntarle a dónde íbamos. Yo era una hoja seca dominada por el viento. Y el viento era Demian.
No recuerdo qué fue lo que dijo, sólo la sensación de que lo escuchaba hablar a través de un muro. El sentido de sus palabras había quedado completamente perdido.
Nos acercamos a una Iglesia y me obligó a entrar. Creía que quería orar cuando lo seguí y nos sentamos en la última fila de bancos. No lo hizo, yo tampoco. Nos quedamos muy juntos. Demian tenía los ojos fijos en la imagen crucificada de Cristo, y estaba muy quieto.
El humo del incienso no tardó en marearme y miré a mí alrededor como adormilado. Las estatuas de las Vírgenes y los íconos parecían vigilarnos con sus caras pálidas y sus manos duras, con las miradas lejanas y sin vida y los cuerpos tensos, como a la expectativa. Las manos de Demian estaban firmemente cruzadas sobre su bastón. Deseé apartarlas, pero me sentía cansado.
—Sinclair…
Su voz me provocó un sobresalto. Lo observé con los parpados pesados. Me miraba, gravemente. En aquel momento pensé en Demian como en un hechicero, como si los rumores de la infancia fueran ciertos. Vi el movimiento de sus labios pero sus palabras sonaron como ecos. Le pedí que se callara en un susurro, y él calló. Creo haberme dormido un par de minutos en su hombro. Me despertó su llamada apremiante, diciéndome que era ya casi el alba y que debía marcharse.
En el cielo asomaba un fuego blanco en el horizonte lejano y la luna había caído. Permanecimos en silencio en la puerta de la Iglesia.
Notaba a Demian inquieto, un estado en que nunca antes lo había visto y me pregunte a qué podría deberse.
—Estas tardando, Sinclair —. Dijo, solemne. Golpeó el suelo con la punta del bastón. Fue un sonido suave, sin embargo. No tenía nada que decirle, aunque sabía a qué se refería. Sentí vergüenza por mi situación deplorable, porque mi vida era un caos. Al cabo, se me acercó y murmuró, con el rostro muy cercano al mío—: Recuerda, Sinclair, quiénes somos —Caín. Lo sé, quise decir—, y reúnete con nosotros en breve.
Me besó. No protesté, me pareció que conocía lo suficiente de Demian como para comprender por qué lo había hecho. E incluso si estaba equivocado, romper el huevo significaba también romper con los esquemas. Demian entendía eso y quizás era su manera de explicarlo. Se alejó perseguido por el creciente amanecer, aunque su andar era lento, calmo como todo en él.
Deseé estar allí.