Mezzaluna
Barcelona
No sabía si aceptarlo o no. Siempre había ido en contra de sus principios, siempre lo había rechazado y despreciado. ¿Pero qué principios podía tener una persona sin vida? Ninguno. Bella tomó lo que le tendía Julian y se lo metió en la boca. Tenía un gusto amargo y metálico, como si fuera hierro. Lo saboreó unos instantes, dejando que se deshiciera mezclándose con su saliva. Lo destrozó con la lengua, una insignificante cosa pequeña y prohibida que podía hacer tantísimo daño a una persona. Aunque ella esperaba que le hiciera bien, como le había prometido su amigo. Se tragó lo que quedaba en su boca y pegó un largo trago de vodka para quitarse ese horrible sabor metálico de la lengua. Pero solo consiguió que el alcohol, al que ya empezaba a estar más que acostumbrada, le quemara en su recorrido hasta el estómago.
Se lanzó hacia atrás, esperando que la droga hiciera efecto, como le había prometido él. Que le hiciera olvidarlo todo, que su mente quedara en blanco. Que no pensara en él porque, cada vez que pensaba que había muerto, recordaba que su vida no tenía ningún sentido y deseaba correr la misma suerte. Y quizás con drogas y alcohol lo conseguía, por accidente.
Dejaron París la misma noche del accidente. Había sido idea suya porque, si el accidente de avión no había sido un accidente, como Julian había sugerido varias veces mientras contemplaban el monitor del televisor, significaba que de verdad algo les podía haber sucedido. O, pero aún, que alguien había intentado que algo les sucediera. Quizás en Italia se habían cansado de esperar, algo les había pasado por la mente, y habían decidido que lo mejor era deshacerse de ellos. Y si liquidaban a Mezzaluna, estaba segura que ella no iba a tardar en desaparecer. Así que habían recogido todo lo que tenían a gran velocidad y se habían dirigido al aeropuerto más cercano. Porque, por aquel entonces, Bella todavía creía que si había sido un accidente —planeado o no— los vampiros, fuertes e inmortales, podían sobrevivir a eso y que, tarde o temprano, recibiría una llamada de Edward diciéndole que todo era una tapadera.
Pero, en un mes que llevaban en Barcelona, el teléfono de Edward había permanecido apagado y el suyo no había recibido ninguna llamada. Y cada vez que saltaba el contestador, un poco de la esperanza que la mantenía con vida iba muriendo.
Algún familiar de Julian tenía una casa en la Diagonal, una de las calles principales de Barcelona. Desde la ventana del comedor se podía ver el ir y venir de coches todo el día, sin parar. Pero Bella se pasaba las mañanas tumbadas en la cama hasta que Julian aparecía para obligarla a comer alguna cosa y luego se pasaba las tardes tumbada en el sofá, sin hacer nada más que mirar al vacío con el teléfono móvil colgando de una mano, esperando una llamada que nunca llegaba.
Desde aquella fatídica madrugada, Bella no tenía la sensación de haber vuelto a pegar ojo. Sabía que dormía porque de otro modo se hubiera muerto o desmayado, y ninguna de esas cosas habían pasado todavía. Pero cada noche, cuando se acostaba y cerraba los ojos, imágenes desagradables llenaban su mente. No sabía cómo era un vampiro quemado por el combustible de un avión que había estallado, pero lo veía. No sabía si el cuerpo de un vampiro podía romperse como un cuerpo humano, pero su mente la engañaba con eso. Veía cuerpos sin vida. Su cuerpo sin vida. Y cuando volvía a abrir los ojos, con la frente amarada de sudor, sabía que no volvería a cerrarlos hasta que el sol entrara por la ventana de la habitación; se quedaba quieta, en posición fetal, cubierta con las sábanas, hasta que Julian aparecía para llevársela a comer algo, para que no muriera de inanición.
Y así pasaban los días, sin que nada cambiara ni nada la motivara a sentir algo que no fuera dolor y pena. Los medios de comunicación seguían hablando del accidente como algo terrible, algo que había sacudido el mundo de la industria musical, y alrededor del mundo millones de fans lloraban la pérdida. Pero Bella estaba segura de que no había nadie que sintiera tanto dolor como ella.
Cuando el teléfono sonó, casi se le paró el corazón. Se lanzó contra el aparato como si le hubieran dado una descarga eléctrica y lo tomó entre sus manos temblorosas. Le costó leer el nombre que ponía en la pantalla pero, cuando lo entendió, todas sus esperanzas se desvanecieron. Era Jacob.
—¿Sí? —le preguntó a su amigo. Era la primera vez que le cogía el teléfono desde el accidente y no creía que fueran a tener una conversación agradable,
—¿Cuándo volverás? —le preguntó él. En su voz no había súplica, sino un tono que la destrozó por completo. Casi sonaba como una burla. Como si creyera que ella era una adolescente con una rabieta que no pensaba regresar. Hizo una mueca y no contestó. Jacob repitió la pregunta y luego la llamó por su nombre.
Pero ella tenía fija la vista en la ventana, que se contorsionaba. ¡La ventana se movía! Había más cosas en la habitación que se movían. Los cuadros de las paredes se balanceaban de un lado a otro, las paredes parecían onduladas, ahora se iban, ahora volvían. Los puntitos de mármol del suelo parecían hormiguitas trabajando. La voz de Jacob sonaba realmente distante. Eso debía ser la droga que hacía efecto.
Dejó el teléfono tirado a su lado, sin preocuparse por la voz de Jake que seguía llamándola. Ahora sonaba lejana, extraña. Ella no quería hablar con Jacob, ella quería a Edward. Se abrió la puerta de la habitación y entró una figura masculina. Escuchó el ruido del teléfono al caer al suelo y ella se recostó contra la cama. No sabía si el aparato seguía encendido, pero le daba igual. El hombre que acababa de entrar la llamaba por su nombre. Sabía que tenía que ser Julian pero, si forzaba la vista y entrecerraba los ojos, era imposible ver su cara. Y con un poco de imaginación, incluso podía pasar por alto los rizos de su cabello oscuro e imaginarse otro peinado. Y otro rostro.
De pronto, le pareció cómo si Edward acabara de entrar por la puerta. Sonrió coqueta y fuera de sí. Claro, podía ser su Edward si ella lo quería. Le hizo un sitio al recién llegado a su lado, sin apartar de él la mirada juguetona.
…
Viajar en tren por Europa siempre había sido el método de transporte más práctico para pasar desapercibido. Todos llevaban pasaportes falsos. Ahora eran Caroline, Michael, Annie, Robert y Joseph. Turistas americanos que estaban haciendo un Interrail por diferentes países europeos. Los revisores solamente les pedían el pasaporte —en las fotografías del cual concordaban sus nuevas pelucas— y se iban. Nadie se extrañaba si tenían las ventanas bajadas, porque muchos de los viajeros aprovechaban para dormir en el tren. Aunque ellos lo hacían para que no descubrieran su naturaleza.
Edward se moría por llegar a Pisa. Allí les estaba esperando Danielle, quien tenía que haberse encargado de todo en su ausencia. Ellos habían "muerto" en el accidente de avión: esa era la única manera de hacer desaparecer Mezzaluna sin que nadie, absolutamente nadie, pudiera plantearse buscarlos más tarde. Claro que debería pasar un tiempo en el que tuvieran que disfrazarse o no dejarse ver, pero en eso ellos eran unos expertos. Además, era la única opción que tenían. ¿Cómo justificarían no envejecer ante las cámaras de los paparazzis? Si estaban muertos, no habría fotos.
Emmett había comentado que, pasadas unas décadas, seguro que alguien los reconocía o les soltaba algo por el estilo de "Oye, tú te pareces a uno de esos del grupo ese que se estrelló. ¿Te lo habían dicho alguna vez?". Edward también lo pensaba.
Quedaban pocos minutos para llegar a la estación de Pisa. Según sus cálculos, Bella debería estar ya allí. El chico que la había estado acompañando hasta ahora tendría que haber recibido las instrucciones una vez apareció el anuncio del accidente en la televisión. Se sentía mal por no haberle dicho antes a Bella lo de la farsa, pero había sido precipitado. En principio, el accidente tendría que haber ocurrido dos semanas más tarde, pero se encontraron con la oportunidad de coger un avión y no la desaprovecharon. Si se podía avanzar, mejor que mejor.
Una voz habló por la megafonía del tren anunciando la llega a la estación de Pisa. Tenían el equipaje preparado y solo les faltaba ponerse las lentillas. El sol hacía un par de horas que se había puesto y, salir en gafas se sol sería sospechoso. Unos ojos rojos todavía más. El único que no se puso las lentillas, fue Edward. Este simplemente cogió su mochila, se la cargó encima y salió al pasillo del enorme tren. Siguió la cola de viajeros, intentando no chocar contra nadie, hasta la salida del vagón.
No le costó reconocer a Danielle en el andén, pero estaba sola. Y su cara de preocupación no presagiaba nada bueno.
—¿Dónde está? —le preguntó a la joven.
Ella le indicó con unos gestos a que esperara hasta que pasara de largo un grupo de turistas finlandeses. Tardaron el mismo tiempo que los demás en salir del tren y juntarse con ellos.
—No hay manera de encontrarla —le explicó a Edward—. Desaparecieron del mapa en algún momento y no hay manera de dar con ellos. La he estado llamando constantemente a su teléfono móvil, pero no responde —comentó, tendiéndole el aparato a Edward.
Este hizo una mueca de disgusto. Bella no desaparecería por arte de magia.
…
Notaba unos brazos recorriendo su espalda. El hombre, ahora Edward, la había abrazado y así había salvado la distancia que los separaba. Su nariz rozaba la de él y una sonrisa de dibujó en el rostro de la chica. Aunque en un primer momento le hubiera parecido que no era Edward, ahora tan de cerca costaba decidir si lo era o no. Y ella había decidido que sí, que era él que había vuelto para estar con ella.
No se opuso cuando él juntó sus labios con los de Bella, ni cuando las fuertes manos del hombre se metieron por debajo de su camiseta, acariciándola. No le pareció sospechoso que tuviera una piel cálida y humana, porque se había mentalizado de que Edward era esa persona. Porque estaba tan desesperada por reencontrarse con él y estaba tan segura de la imposibilidad de que eso sucediera que, ante aquel pequeño atisbo de esperanza, ante aquel recuerdo del pasado que parecía materializarse, lo último que podía hacer era ignorarlo. Dejarse llevar era mil veces más placentero.
Le quitó la camiseta y los pantalones con suma facilidad. Reconocía que a penas podía coordinar las extremidades y él era quien tenía que hacer todo el trabajo. De hecho, no conseguía ni siquiera levantar más un brazo para rodearle la cintura y darle un abrazo. Había algo en su interior que la mantenía paralizada a manos del joven que la besaba. Quizás fuera la droga. Quizás fuera su subconsciente diciéndole que algo no iba bien. Pero ella no estaba para escuchar ni subconscientes ni conciencias.
Jamás podría recordar en qué momento acabó todo y que quedó dormida. O se quedó tumbada, sin poder moverse escuchando lo que sucedía a su alrededor. Porque la conversación que tuvo lugar en la cocina, entre susurros, aunque al día siguiente no pudiera recordarla, se le hizo muy clara en su mente.
—Lo he conseguido —era la voz de Julian, debía hablar por teléfono—. No, ahora duerme —continuó—. Sí, está completamente segura de que están muertos— Alguien la había tapado con una gruesa manta, para que no pasara frío—. Mi deuda queda saldada así —le gruñó al teléfono.
En su mente algo se alarmó. Pero Bella estaba demasiado cansada y demasiado drogada para llegar a plantearse que Julian era, justamente, el falso Edward con el que se había acostado. Para ella, ese sustituto era perfecto. Justo que lo que quería y necesitaba. Entonces el tiempo dejó de tener sentido y se dejó llevar completamente por el sueño. Por la mañana, esa conversación sería olvidada. Todo estaba saliendo según el plan de Julian.
…
No se había quedado tranquilo cuando Danielle le había anunciado que no tenía ni idea de dónde estaba Bella. Eso solamente podía significar malas noticias. Pero, por mucho que ella le hubiera dicho que no era cosa de los Vulturis, había algo que lo hacía dudar, pero no dijo nada más. Se dejó llevar junto a los demás hacia la sede de los Vulturis, examinando minuciosamente las mentes de los que le rodeaban. Aunque no creía tan estúpidos a esos vampiros italianos como por haber hecho algo y haber dejado a alguien que pudiera saberlo cerca de él, tampoco perdía nada intentándolo.
Todo ese tiempo sin Bella se le había hecho eterno. Danielle ralentizó el paso hasta que estuvo a su lado y lo cogió del brazo con fuerza, animándolo. Él le sonrió tristemente. Leía en la mente de la joven que realmente se sentía mal porque no pudiera encontrar a Bella. Delante, el resto del grupo, pensaban más o menos lo mismo. ¿Cómo podía alguien desaparecer de ese modo?
Entonces los pensamientos de Danielle, a su lado, cambiaron. Dejó de pensar en lo triste que se sentía Edward por la humana y empezó a darle vueltas a la fragilidad de ese ser. Podía haber caído por unas escaleras y podía haberse muerto; quizás, escondida donde fuera que hubiera pasado todo ese tiempo, alguien la había encontrado y, por cualquier cosa, había acabado con su vida. Los humanos eran frágiles, una simple enfermedad, una herida en un punto crucial, un leve accidente y todo había terminado. Dejaban ese mundo sin pena ni gloria. Pero Danielle no se detuvo pensando en eso. Empezó a darle vueltas a otra cosa: Edward le había contado cómo Bella sentía miedo y repulsión por ciertas cosas que le habían sucedido por culpa de los vampiros. ¿Por qué seguía con ellos? Si de verdad quería a Edward, ¿Por qué no había dejado transformarse de buen principio? Ahora sería inmortal y fuerte, como ellos.
Quizás, terminó pensando su acompañante, se lo había replanteado y no quería ser una de ellos. A lo mejor había vuelto a América, con su amigo licántropo, o se había fugado con el chico que debía vigilarla, un humano como ella, con quien hacía mejor pareja. Alguien quien no la había hecho sufrir y había estado cuidando de ella, con las mismas debilidades de humano. Alguien con quien podía envejecer y tener una vida llena, normal y corriente.
Edward miraba a Danielle y, entonces, ella se quedó parada con expresión preocupada.
—¿Estás leyendo mi mente? —inquirió de golpe, avergonzada.
Él negó con la cabeza e intentó concentrarse en otra cosa, porque sabía que Danielle consideraría esos pensamientos suyos como algo privado. Pero no pudo parar, aunque desvió la mirada de la chica. Se vio a él y a ella, juntos. Perfectos y eternos. Iguales en todos los aspectos. Supo entonces que Danielle se había enamorado de él y, aunque no le guardaba rencor a Bella, los pensamientos de la vampira hicieron que él se sintiera incómodo.
Avanzó unos pasos por las calles de Volterra. El resto del grupo había desaparecido en alguna de las calles adyacentes, mientras él espiaba los pensamientos de Danielle y ella lo acompañaba a él.
—Edward, ¿Qué has leído en mi mente? —preguntó ella, con un susurro que no hubiera podido ser escuchado por ningún humano.
No le costó ver cómo ella intentaba que él no pudiera leer sus pensamientos, pero se le escapaban como se escapa el viento entre los dedos de quien intenta atraparlo. Él podía ver todo lo que Danielle había estado ocultándole hasta el momento. Sabía que de verdad se había enamorado de él y que lo ayudaría a buscar a Bella si él lo quería. Podía leer su pensamiento, mientras que nunca había podido leer el de Bella. Las dudas de Danielle al respecto con la joven humana aparecían mezcladas con las escenas que habían vivido ella y Edward durante ese tiempo, pequeñas minucias que él había entendido como amistad y que ella había visto como algo más.
Danielle se preguntaba, mentalmente, si algún día él sería suyo. No le quedó la menor duda de que había optado por dejar que lo viera todo. Edward la miraba, en medio de la calle oscura de Volterra, con expresión neutral.
Por un lado, tenía a Bella. Desaparecida, no sabía si por voluntad propia o no, a quien había causado dolor y que, aunque había dicho que lo quería —¿Lo había dicho en algún momento, verdad?—, él jamás había podido verlo del mismo modo que veía ahora los sentimientos de Danielle. Por otro lado, tenía a la joven que lo miraba en esa calle oscura, preocupada por lo que pudiera suceder de ahora en adelante y dispuesta a cambiar todo lo que tenía por una simple noche con él, aunque luego Edward prefiriera volver con Bella.
Antes de que él pudiera opinar nada al respecto, Danielle se acercó a él y se lo llevó contra la pared, hasta que la espalda del chico chocó contra los ladrillos de una casa abandonada y el cuerpo de ella quedó pegado al de él.
—Solo una vez —suplicó entonces.
Edward cerró los ojos. Si no miraba, podía imaginar que era Bella. Podía hacer con Danielle lo que había querido hacer durante todo esos días con Bella. Abrió los ojos y dejó que la vampira que tenía delante continuara con lo que tanto deseaba.
Antes que nada, pedir perdón por una espera tan larga. Estoy realmente avergonzada por haber tardado tantísimo, pero lo hecho está hecho. Intentaré que no vuelva a repetirse otra vez y, como mucho en un mes, quiero tener esto publicado.
Gracias a todos por los reviews y, sobre todo, gracias a los que habéis llegado a leer hasta aquí, porque significa que no me habéis dejado por inútil en esto de las actualizaciones.
El próximo capítulo ya será nuevo ;)
Besos,
Eri.