Mezzaluna
—Parte I—
En algún punto entre Forks y Port Angeles
Isabella Swan, Bella para los amigos, era una chica normal y corriente en muchos sentidos; ya fuera por su aspecto o por su estilo de vida. Además, vivía en el pueblo más aburrido de todo el país; también el más lluvioso. Aparte de eso, no había nada en la vida de Bella que la pudiera diferenciar de cualquier otro adolescente de clase media. O eso pensaba ella antes de esa noche tan peculiar.
Cuando todo el grupo entró en el bar, Bella Swan no los reconoció. Tampoco lo hizo Jessica Stanley, que era la otra camarera, hasta que se acercó a la mesa donde estaban para tomarles el pedido. Bella pudo ver cómo su compañera se alteraba sobremanera y regresaba a la barra, donde estaba Bella, con una expresión de emoción en el rostro.
—¡Son ellos! —le susurró exaltada. Bella enarcó una ceja, dándole a entender que no sabía de quién se trataba—. ¡Mezzaluna!
La joven, que en un primer momento pensó que su amiga se había vuelto loca —¿Qué demonios hacía hablándole en italiano?—, finalmente los reconoció. Aunque ella no escuchaba ese estilo tan 'comercial', por llamarlo de algún modo, era imposible no saber quiénes eran. Salían en todos los diarios, en todas las revistas, emisoras de radio y canales de televisión. Todas las adolescentes llevaban sus canciones en el teléfono móvil y todos los adolescentes se vestían como ellos.
Eran una plaga, pensó Bella, aunque no pudo evitar sentirse un poco emocionada de tenerlos en su bar. Hacía un año entero que trabajaba en Grey's y lo más emocionante que había pasado hasta el momento fue que un camión había pinchado a media milla de distancia. Era el pequeño problema de trabajar a media jornada en un bar en algún punto entre Forks y Port Angeles.
—Dos cervezas, una cola light, uno de tequila solo, otro de whisky con cola y unas patatas fritas —leyó Jessica emocionada por poder acercarse de nuevo a esa mesa—. ¿Crees que me firmarán un autógrafo? —se frotó las manos emocionada—. ¡Oh, Dios mío, tengo que llamar a Lauren! —susurró por lo bajo. Pero el jefe estaba en la cocina, y tenían prohibido llamar—. Maldito viejo Grey —farfulló al ver que se había asomado para ver qué era tanto alboroto.
Mientras, Bella había ido preparándolo todo y se lo iba dejando a Jessica en la bandeja que utilizaba para repartir los pedidos grandes. Pero la emoción le hizo una mala pasada a Jessica, que volcó todo el pedido estrepitosamente contra el suelo. John Grey, el jefe, salió de la cocina con su delantal manchado y un cucharón en la mano, maldiciendo a Jessica y a todos sus familiares.
—¡Ya van dos, Jessica, en lo que va de semana! ¡Y estamos a martes! —gruñó, esperando a que lo recogiera todo para seguir gritándole lejos de los clientes, en la cocina—. Bella, encárgate tú del pedido.
Así que Bella no tuvo otro remedio que prepararlo todo de nuevo y dirigirse hacia la mesa donde se encontraba el famosísimo grupo que, en ese lugar, parecía de lo más corriente. O no, porque se veían igual de pálidos como se veían en cualquier otro sitio que ella les hubiese visto.
Dejó las patatas fritas en medio de la mesa. Una de las cervezas era para un joven grandullón, que ella identificaba como el batería del grupo. Era fuerte y tenía el cabello negro y, según lo que había oído por allí, estaba liado con la bajista, una chica rubia despampanante que se llevó la cola light sin prestarle la menor atención a Bella. Otro chico, de pelo rubio y expresión seria que, sin duda alguna, era el guitarrista principal del grupo, se llevó la segunda cerveza. A su lado, una joven de cabello negro corto y expresión pícara se llevó, ante el asombro de Bella, el tequila solo. No le sonaba para nada esa chica, así que pensó que no formaría parte del grupo musical en si. Quizás solamente era una amiga.
Finalmente, se volteó hacia el único miembro del grupo cuyo nombre conocía. El cantante, Edward Cullen, que volvía loco a miles de adolescentes por todo el país, había pedido el whisky con cola. Si hubiera sido cualquier otro cantante que ella hubiera admirado, se hubiera puesto tan nerviosa como Jessica, pero no sentía ningún tipo de respeto reverencial hacia ese joven, que levantó la mirada cuando ella le entregó su bebida. Aunque debía reconocer que un poco nerviosa sí se encontraba, debía aclarar también que eso era debido al atractivo de ese chico, que sonrió socarrón tras coger su copa.
—Es una lástima que aquí no podamos comer —comentó el cantante, justo después de que Bella se volteara. La joven, que se lo tomó como una indirecta, se giró de nuevo hacia ellos.
—La cocina no cierra hasta las once —les explicó—, puedo traerles la carta si quieren.
Su oferta quedó ahogada por las risas que soltaron los miembros del grupo de música. Bella los miró incómoda, forzando una sonrisa, sin entender nada. Como no le respondieron, se volteó y se fue hacia la barra de nuevo, aunque le pareció oír algo como "Hoy tocará ayunar."
Tras la barra se podía escuchar la discusión que estaban teniendo Jessica y su jefe. Su compañera de trabajo había sido contratada por petición de su padre, el señor Stanley, que quería enseñarle a su consentida hija qué era ganarse el dinero para poder sobrevivir; por eso Jessica no se esforzaba mucho en general y tenía constantes discusiones con el señor Grey. Por el contrario, Bella se había visto obligada a encontrar un trabajo para poder pagarse la universidad, pues su madre había vaciado todas las cuentas bancarias de su padre y se encontraban en una situación económica delicada.
—¡Ya estoy harta! —oyó que Jessica gritaba. Luego escuchó cómo se cerraba la puerta trasera del bar.
Al cabo de nada, el señor Grey apareció por la puerta, claramente cansado. Se sentó en un taburete al lado de Bella. Esa noche no tenían más clientes aparte del famoso grupo que había en la otra esquina del local, pero tanto el cocinero como la camarera parecían completamente ajenos a su popularidad.
—¿Cómo volverás a casa? —le preguntó el señor Grey a Bella.
Fue entonces cuando la joven se percató de que si Jessica se había largado no habría manera de volver a Forks porque las dos chicas hacían turnos para ir a trabajar. A no ser que fuera andando (y no era una idea que le gustase mucho) no tenía ninguna idea mejor, puesto que el señor Grey vivía en una pequeña casita que había en el piso de arriba y no tenía coche. Iba a responder que ya llamaría a un taxi, cuando una voz abortó su intervención.
—Yo la puedo acompañar, si ella no tiene ningún problema.
Edward Cullen había aparecido misteriosamente al lado de la barra, sin que ninguno de los dos se hubiera dado cuenta de ello. De pie, aunque ella estaba sentada en un taburete, parecía todavía más alto de lo que jamás hubiera imaginado y también más imponente. Bella lo miró desconfiada: que fuera una estrella del rock no significaba que fuera una buena persona.
—Oh, venga —se rió el joven, al ver las dudas en el rostro de la chica—. Si quieres le hago un papel a tu jefe conforme te estoy acompañando, por si te pasa algo. También puedes llamar a tus padres —continuó, burlándose de la desconfianza.
Bella lo miró molesta.
—Llamaré a un taxi —concluyó, dando el tema por zanjado.
Fue entonces cuando se fijó en que dos de los miembros del grupo, la chica rubia y el joven gigantesco, habían desaparecido en la nada también. El señor Grey se fijó también y miró desconfiado al joven que tenía de pie delante de él.
—Vengo a pagar la cuenta —explicó, sacando un fajo de billetes y dejándolo encima de la mesa—. Podéis quedaros con el cambio como propina.
El señor Grey y Bella se miraron atónitos. Desde luego, ni sumando diez veces todo lo que habían consumido se llegaba a la cantidad de dinero que había allí.
…
Pasó todo el camino hacia su casa angustiada. Estaban en marzo y caía una fina llovizna por todo el pueblo, las nubes tapaban la luna y no había más luz en la carretera que la de los faros del taxi. Pararon en un semáforo. El taxista hablaba sobre trivialidades y Bella iba respondiéndole cordialmente, pero no podía sacarse de la cabeza los ojos del cantante. Ahora que intentaba acordarse era incapaz de recordar su color. ¿Negros? ¿Marrones? ¿Quizás azules? Había algo en esa mirada que el resultaba inquietante y más ahora, que no podía recordar su color.
Nada más pasar el semáforo, un coche plateado los avanzó a una velocidad vertiginosa, arrancando insultos por parte del conductor. Finalmente, llegaron delante de la casa de Bella. Le pagó al taxista más de lo que le debía y no quiso aceptar el cambio que el conductor insistía en devolverle; el señor Grey le había dado la mitad de la propina de Edward Cullen y ella sentía la necesidad irrefrenable de deshacerse de ese dinero cuanto antes.
Abrió la puerta de entrada y la cerró con cuidado. Como imaginaba, su padre se había quedado dormido mirando un partido de básquet (ya no miraba baseball desde que su madre se había fugado con ese jugador), así que lo despertó más o menos con cuidado antes de subir a dormir.
Se cepilló los dientes, se puso el pijama y se acostó; estaba agotada en exceso aunque ese día había trabajado menos de lo normal. Su horario era desde la seis de la tarde hasta las once de la noche, menos los fines de semana, que trabajaba al completo. Eso había causado que a penas pudiera salir con sus, ya de por si, pocos amigos. Pero sabía que si no conseguía el dinero por su propia cuenta no iba a poder entrar a ninguna universidad y no quería esperar a ver si le concedían una beca o no.
Dio una vuelta en la cama, pensando en la extraña situación de esa noche. El grupo del momento se había plantado en su bar, habían bebido un par de copas y habían desaparecido como le humo de un cigarrillo porque, tras pagarles las bebidas, Edward Cullen y los dos miembros restantes del grupo también se esfumaron.
El sueño la estaba venciendo cuando oyó unas palabras resonar por la habitación. ¿O era dentro de su cabeza?
¿Por qué te resistes a mí?
Hubiera reconocido esa voz donde fuera, aunque nunca antes se había dirigido a ella de ese modo.
Intentó abrir los ojos, alterada, pero estos no respondían. Tampoco podía mover las piernas, los brazos, ni la cabeza. Sus labios parecían sellados el uno contra el otro y su lengua se negaba a obedecer.
Déjame. Sé quien eres. Aléjate de mi, Cullen.
El pensamiento era lo único que seguía funcionando en todo su ser y ahora estaba convencida de que no tenía sueño. Se estaba formando la imagen del joven en su cabeza: La fuerte mandíbula, esa nariz recta, los pómulos salientes y su pálida tez. Pero la imagen que con más fuerza aparecía en su mente era la de una sonrisa astuta. Nada era un sueño, porque notó como le daban la vuelta en su cama y le acariciaban el cabello.
No había conocido a ningún humano que desconfiara de mí, se rió la voz de Edward Cullen en su habitación. No te voy a matar a ti, Isabella Swan.
Bella utilizó toda la fuerza que tenía para intentar apartarlo de su lado, pero seguía sin poder mover absolutamente nada. Notó cómo un dedo helado le recorría la mejilla, acariciándola, hasta llegar a sus labios. De allí bajó por el mentón hasta el cuello y resiguió su clavícula izquierda.
Oyó una risita al lado de su oído y notó cómo cogían su brazo. Lo siguiente fue un dolor agudo en su muñeca. Hubiera gritado de haberlo podido hacer. La risita se repitió, metiéndose en su cabeza como si la estuviera hipnotizando. Empezó a notarse cansada. Su pensamiento dejaba de funcionar correctamente y el dolor de la muñeca empezó a cesar.
—Buenas noches, Bella.
Lo había pronunciado alto y claro, pero ella ya no lo había escuchado porque dormía completamente agotada encima de la cama. Edward Cullen la miró unos instantes, antes de salir sigilosamente por la ventana, con su hambre ya saciada. No iba a matarla, porque le parecía curiosa: ella no se mostraba nada interesada en él, cosa rara en una humana; él no podía leerle el pensamiento, hecho realmente extraño.
Por la mañana siguiente, cuando Bella despertó observó con cautela su muñeca izquierda. Justo por debajo del reloj tenía un fino corte de unos tres centímetros de ancho, pero parecía ya a punto de curarse. No recordó cómo se lo había hecho, pero tampoco recordó el extraño sueño (¿o realidad?) de la noche anterior.
Se dio una ducha, sintiéndose mareada y enferma todo el rato. Finalmente, decidió que debía ser porque la noche anterior no había comido nada y bajó a la cocina en busca de un buen desayuno. Allí se encontró con su padre, que hablaba por teléfono móvil mientras se preparaba un bocadillo. Sabía qué significaba eso: Algo había sucedido en la ciudad, o en el condado, y necesitaban la ayuda del sheriff de Forks. Imaginó que le tocaría pasar el resto del día sola en casa.
Cuando la vio entrar, su padre se despidió rápidamente del teléfono.
—Tenemos que hablar —le dijo, señalándole con la cabeza una de las sillas de la cocina.
La joven se sentó, expectante. ¿Podía haber pasado algo que pudiera afectarle a ella? Se estremeció ante las numerosas opciones que le vinieron en mente. Aunque, cuando su padre empezó a hablar, se quedó helada. Jamás hubiera imaginado eso.
Su padre le explicó que habían llamado desde la comisaría de policía de Forks para explicarle que habían hallado dos cuerpos: Jessica Stanley había aparecido muerta por arma blanca en la cuneta cerca del bar, y John Grey había aparecido con las venas cortadas en la bañera en su apartamento. La teoría era que él la había asesinado a ella y luego se había suicidado, puesto que habían encontrado el arma en su apartamento. Su padre debía inspeccionar la zona del crimen.
—Es una suerte que a ti no te haya pasado nada —comentó, refiriéndose al hecho de que su jefe hubiera asesinado a su compañera de trabajo y no a ella.
Pero Bella tenía un mal presentimiento relacionado con Edward Cullen y su misterioso grupo de música. Entonces empezó a acordarse de todo lo que sucedió esa noche en el bar y de lo que había soñado. Miró su muñeca, preocupada. Ese corte no se lo había hecho ella, desde luego. Lo presionó, y le dolió. Aunque pareciera una herida a punto de sanar, estaba convencida de que era reciente.
Tembló entera cuando una pregunta se formuló en su cabeza: ¿Quién era Edward Cullen? ¿O debía preguntarse, qué era?
…
¡¿OS HA GUSTADO? ¡Dios! ¡Espero que sí! La verdad es que estoy realmente emocionada de presentaros esta historia. Creo que he encontrado una buena trama (espero que os guste, por favor) y me he tenido que aguantar muchos días para no empezar a publicar y no tener tiempo de escribir.
Quería darle un toque distinto a la historia de vampiros, y me vino en mente 'La reina de los condenados'. No sé si la habréis leído, pero la trama os puede dar una pequeña (muy pequeña) idea de sobre qué va a ir todo esto (me inspiró, pero no van a parecerse en nada, salvo en que hay vampiros que cantan canciones y son famosos). Edward va a ser malo malote (creo que ya se ha visto) y Bella va a ser un poco menos estúpida, salvo este OoC (no creo que sea garrafal, además estará justificado TODO) el resto de personajes van a seguir, más o menos, en su línea (vale, sí, los Cullen no son tan buenos pero… pero…).
Bueno, la continuación de este fic depende única y exclusivamente de vosotros. No voy a escribir hasta que vea qué os ha parecido, vuestra reacción y vuestra opinión, y ya sabéis cómo dármela. De todos modos, debo reconocer que tengo el segundo capítulo escrito (no iba a plantarme aquí con los bolsillos vacíos) y que voy a colgar un pequeño adelanto en mi blog próximamente (h t t p : / / e f f f i e s . b l o g s p o t. c o m – también lo podéis encontrar en mi perfil). Así que si no os decidís del todo sobre si os gusta, os interesa, o lo que sea, le podéis echar un vistazo.
Bueno, que mil millones de gracias a los que habéis llegado hasta aquí. Estoy deseando recibir vuestras opiniones sobre esta locura mía. De verdad, verdad, verdad (no me despegaré del ordenador hasta verlos, ¡Lo juro!).
¡Espero vernos pronto por aquí!
Eri.