Comienzos

Habían pasado ya tres años desde que Kagome optó por quedarse en la época feudal junto a Inuyasha. La relación que mantenía con el hanyou pasaba por su mejor momento y, si bien existían pequeños altibajos de vez en cuando como en cualquier relación, permanecían juntos.

Aun así, y a pesar de la felicidad que la embargaba en aquellos momentos, Kagome no podía evitar sentir nostalgia por su familia, aquella que había dejado atrás en su época y a la que tristemente no podría volver a ver. Era doloroso, sí, pero estaba aprendiendo a vivir con eso.

Con aquellos pensamientos rondando por su mente, la pelinegra continuó con el paseo cotidiano que realizaba por los alrededores de la aldea, sin embargo, se detuvo al oír el canto alegre de la pequeña Rin, quien ciertamente ya no era tan pequeña; con 14 años encima, hace tiempo ya que la menor había dejado de ser una niña para convertirse en una hermosa adolescente cuyo potencial como Miko era destacable, motivo por el cual la anciana Kaede había estado entrenándola.

Atraída por el alegre canto de la menor, Kagome optó por acercarse a la pequeña, sin embargo, detuvo su andar al sentir la poderosa presencia de un demonio acercándose; ahora comprendía la alegría de Rin: su señor había llegado a verla. Sin querer interrumpir aquella reunión, la miko se mantuvo en su lugar, observando la escena a una distancia prudente. Vio entonces como la menor se acercaba al poderoso yokai y por un momento creyó que lo abrazaría, sin embargo, Rin se detuvo a escasos pasos de él mientras lo veía con clara devoción, sonriendo como sólo hacía cuando el albino demonio estaba cerca; definitivamente la pequeña Rin quería a Sesshomaru.

—¡Sesshomaru-sama! —Exclamó Rin, en extremo feliz por ver al yokai después de casi un año—. ¡Que alegría verlo! Ha pasado tiempo desde la última vez.

—No seas tonta niña ¿Acaso crees que el amo Sesshomaru tiene tiempo para venir cada vez que quieras? —Refunfuñó el pequeño Yokai, señalándola acusadoramente como de costumbre.

Y es que sí, a pesar de los años nada había cambiado entre los tres.

—Señor Jaken ¿Estaba ahí? —Cuestionó la menor, quien no se había percatado de la presencia del yokai hasta que éste habló.

—¡Chiquilla malcriada! —Exclamó indignado el aludido, agitando su bastón frente a la ya no tan pequeña Rin.

—Jaken.

La voz de Sesshomaru resonó en los oídos del pequeño Yokai como una clara señal de advertencia, o al menos eso pensó Kagome al ver como el mencionado demonio se estremecía y callaba al instante. Fue sin embargo la pregunta que el albino demonio hizo a su protegida lo que captó la atención de la Miko. Sesshomaru no era alguien que hablase sin fundamento, es mas, casi no hablaba, por eso aquello captó su atención.

—¿Ha sucedido algo extraño últimamente? —Cuestionó el Daiyokai, posando al fin la mirada en su protegida.

—¿Algo extraño? —Repitió la menor, tomando una postura pensativa. Hizo entonces un repaso mental de los últimos días, pero no halló nada fuera de lugar—. No hasta donde yo recuerdo… Sesshomaru-sama ¿Ocurre algo malo?

No era usual que Rin cuestionase directamente al Daiyokai, sin embargo, tampoco lo era el que Sesshomaru hiciese preguntas. Si él había realizado ese cuestionamiento a su protegida, debía de existir una razón y Kagome no pudo evitar preocuparse por ello. Pensó entonces que lo mejor era acercarse y preguntar, después de todo, muy probablemente el albino demonio había notado su presencia desde que llegó al lugar. Con esto en mente la miko dio un par de pasos determinada a hablar con su "cuñado" y lo hubiese hecho, eso claro, si Inuyasha no hubiese aparecido en el lugar empuñando a Tessaiga.

Sí, aquella tensa relación de hermanos y la rivalidad casi infantil entre ambos tampoco había sufrido grandes cambios.

—¡Sesshomaru! —Exclamó el Hanyou, deteniéndose frente al mencionado demonio con su inseparable espada en mano—. ¡¿Qué haces aquí, bastardo?! ¡¿Acaso vienes a buscar pelea?!

—No tengo que darte explicaciones, Inuyasha, pero si morir es lo que quieres, con gusto cumpliré tu deseo. —Respondió el aludido mientras desenfundaba también a Bakusaiga.

Un cansado suspiro escapó de boca de la miko al ver el alboroto causado por el hanyou, quien a punto estaba de lanzarse sobre su hermano; definitivamente la facilidad que tenía el albino Yokai para provocar a Inuyasha siempre había admirado a Kagome.

Con escuetas e irónicas frases y sin perder el temple que lo caracterizaba, el Daiyokai lograba sacar de sus casillas al Hanyou, quien caía completamente en la simple trampa. Kagome sabía sin embargo, que aquello no pasaría a mayores; Sesshomaru había cambiado y todo gracias a su pequeña protegida. Vio luego como Inuyasha arremetía contra Sesshomaru y pensó que, aunque el Daiyokai no era mas un asesino despiadado como antaño, tampoco era bueno poner a prueba su paciencia, por lo que hizo lo más apropiado para ese tipo de situaciones: reunió en sus pulmones todo el aire que le fue posible en unos pocos segundos y lo liberó en una sola exclamación.

—¡Abajo!

Como era de esperarse y muy para pesar de Inuyasha, el Hanyou terminó con el cuerpo estampado en el suelo. La miko se acercó entonces al caído mitad bestia y no tardó en regañarlo, mientras este solo gruñía entre dientes por la "agresión" a la que se había visto sometido.

—¿Qué rayos te pasa, Kagome? —Cuestionó el hanyou desde el suelo, viendo con reproche a la sacerdotisa.

—Te lo mereces, Inuyasha. Siempre reaccionas sin medir las consecuencias. —Regañó la pelinegra, cruzándose de brazos. Poco después e ignorando claramente los reclamos del mitad bestia, se dirigió al yokai, quien se había mantenido al margen de la situación—. Discúlpalo Sesshomaru, vienes a ver a Rin-chan ¿Verdad?

—No esperes que ese sujeto te responda, Kagome —Replicó el hanyou, comenzando a incorporarse del suelo.

Y Kagome tuvo que darle la razón. Sesshomaru no era alguien comunicativo precisamente y la forma en que apenas le dirigió la mirada era evidencia de ello; tal vez el yokai había cambiado positivamente en algunos aspectos, pero la actitud distante —y hasta cierto punto, fría— para con los demás no lo había hecho.

—¡No seas irrespetuoso con el amo Sesshomaru, Inuyasha! —Regañó Jaken, claramente ofendido por la forma inapropiada en que el híbrido se refería a su señor.

—¿Jaken? ¿En qué momento llegaste? —Cuestionó Inuyasha, en un claro intento de molestar al pequeño yokai.

Aquello bastó para que el aludido terminara de enfadarse. Primero Rin lo ignoraba ¿Y ahora él? ¡Era inaudito! El gran Jaken merecía más respeto, o al menos eso pensaba él, por lo que no tardó en comenzar a discutir con el hanyou, mientras una conciliadora Rin trataba de clamar los ánimos. A veces los "adultos" eran peores que niños.

Sesshomaru observaba todo en silencio. Poco le importaba la infantil pelea que se desarrollaba frente a él pues, al menos en ese momento, su mente y sentidos estaban concentrados en buscar la fuente de la incómoda sensación que tuvo cuando se internó en el bosque con dirección a la aldea.

Había decidido visitar a Rin después de varios meses de ausencia, sin embargo y mientras más se acercaba a la aldea, aquella extraña sensación se acrecentaba. Algo no iba bien pero nadie parecía notarlo, ni siquiera la mujer de su estúpido medio hermano, quien veía divertida la peculiar pelea entre Inuyasha y Jaken. Si ella, una sacerdotisa, no percibía nada fuera de lugar ¿Por qué él sí? era demasiado extraño y si bien aquello no era asunto suyo, si lo era la seguridad de Rin; si no hacía algo pronto, tenía el presentimiento de que ella podría estar en peligro. Posó entonces la mirada en su autoproclamada "cuñada" y, sin más opción a la mano, optó por algo que comúnmente no hacía: iniciar una conversación.

—Miko. —Llamó el albino yokai, pasando por alto la "discusión" entre su subordinado e Inuyasha—. ¿Nada extraño ha ocurrido los últimos días?

Aquella pregunta recordó a Kagome el motivo inicial por el que se había acercado. Sesshomaru no solía hacer preguntas, mucho menos iniciaba una conversación, es más, con la única persona que le había oído cruzar más de cuatro palabras era con Rin, o con Jaken en su defecto; de ahí lo peculiar del caso. Algo extraño ocurría y ella tenía el presentimiento de que no era nada bueno.

—Nada en particular, es más, los yokai se han mantenido lejos de la aldea. —Respondió la pelinegra con naturalidad, sin embargo, aquella pregunta había confirmado sus sospechas: Sesshomaru sabía, o por lo menos percibía, algo que ella y los otros no. Optó entonces por, a riesgo de no obtener respuesta, cuestionar a su cuñado—. Sesshomaru… ¿Hay algo que debamos saber?

Sin embargo, y tal como se esperaba, no obtuvo respuesta. El yokai se limitó únicamente a darle la espala dispuesto a proseguir con su camino —cualquiera que éste fuera—, y lo hubiese hecho, eso claro, si Rin no hubiera abandonado su labor conciliadora para correr tras él y hacerle una petición que dejó sin palabras incluso a Jaken e Inuyasha, quienes habían dejado de discutir al oírla.

—Sesshomaru-sama ¿Por qué no viene a cenar?

Dado que estaba inmóvil y de espaldas hacia ellos, Kagome no pudo ver la expresión en el rostro de Sesshomaru al oír tal petición de parte de su protegida, sin embargo, el tenso silencio que siguió a sus palabras no podía augurar nada bueno, es decir ¿A quién se le ocurría invitar a Sesshomaru a una aldea poblada por humanos? Seguramente la única que podía hacer algo así y salir con vida era Rin.

—Rin-chan… —Llamó la miko, tratando de aligerar la tensión del ambiente—. Quizá no sea buena idea…

—Iré.

Un breve momento de silencio siguió a aquella respuesta afirmativa. Segundos después, una incrédula exclamación conjunta se oyó de parte de los presentes mientras una alegre Rin sonreía ampliamente ante la única palabra pronunciada por su señor; esa noche sería una cena especial porque él, aún si no ingería comida humana, estaría presente.

Sesshomaru no se molestó en decir nada más; giró sobre sus pasos y enrumbó a la aldea con Rin siguiéndolo de cerca.

La idea de pisar una aldea humana no era algo que le agradece, eso era evidente, sin embargo, había optado por aceptar la "invitación" de su protegida no solo porque era ella quien se lo había pedido, su motivo principal era aquella extraña sensación que no desaparecía. Su instinto le decía que algo estaba por ocurrir y no quería estar lejos si la vida de Rin peligraba.

Kagome parpadeo un par de veces mientras veía al yokai alejarse junto a la pequeña Rin, ¿En verdad Sesshomaru había aceptado cenar con ellos? Eso era extraño, demasiado a decir verdad. Pensó sin embargo que debía dejar las cosas como estaban, al menos de momento; después hablaría con Rin y quizá, solo quizá, ésta podría averiguar del yokai lo que estaba ocurriendo.

—Entonces… iré por algo que me hace falta —Dijo Kagome, tratando de espabilarse después de lo recientemente ocurrido—. Vuelvo en un momento.

Sin embargo, todo intento por moverse quedó descartado al percibir de manera inesperada y casi de la nada, una fuerte acumulación de yoki cerca, muy cerca de su posición actual. Notó entonces que no solo ella había percibido el cambio pues tanto Sesshomaru, Inuyasha e incluso Jaken se mantuvieron alertas, especialmente el primero, quien no dudó en ocultar a Rin tras él.

—Qué demonios… —Susurró Inuyasha, tomando a Kagome del brazo. Acto seguido, no tardó en guarecerla tras él—. Esto es malo, será mejor que vuelvas a la aldea.

Fue sin embargo una explosión demasiado fuerte para haberse formado en tan poco tiempo, lo que realmente alertó a los presentes, quienes no tardaron en dirigirse hacia donde percibían, era la fuente de todo aquello. Inuyasha llevó a Kagome en su espalda ante la insistencia de ésta por ir también, a pesar de lo peligroso que podía llegar a ser. Sesshomaru en cambio, ordenó a su protegida sujetarse de su estola; Jaken se sujetó como pudo de la misma.

En cualquier otra situación Sesshomaru hubiese dejado a Rin con Jaken, sin embargo, tenía la extraña sensación de que no debía hacerlo, podía percibir el peligro latente y no podía arriesgarse a dejarla sola; si algo ocurría prefería tenerla cerca.

A la velocidad que ambos hermanos iban, no tardaron en llegar a su destino. Frente a ellos, los restos de lo que alguna vez fue una cueva de tamaño considerable se alzaban, dejando como evidencia de la resiente explosión en su interior, una gran cantidad de denso humo negro y pedazos de roca. Aquello no presagiaba nada bueno.

Apenas puso un pie en el suelo, Kagome sintió un escalofrío recorrerla de pies a cabeza. Los abundantes restos de yoki hacían el ambiente demasiado pesado, incluso para ella, una sacerdotisa; no quería imaginar lo difícil que estaba siendo para Rin. Pensando en ella, se acercó a la menor del grupo y, viendo como ésta tenía problemas incluso para respirar, no tardó en hacer una pequeña barrera a su alrededor para guarecerlas a amabas; el ambiente estaba demasiado cargado como para que un humano común pusiese resistirlo. Posó luego la mirada en el hanyou, que permanecía al frente junto a Sesshomaru, y no pudo evitar volver a temblar mientras abrazaba a la pequeña Rin; ambos hermanos habían desenvainado sus espadas y aquello solo significaba una cosa: peligro.

—Inuyasha… —Llamó Kagome, con voz temblorosa. Aún sentía los espasmos productos del escalofrío—. ¿Qué pasó en este lugar?

—No lo sé, Kagome. —Respondió el hanyou con el ceño fruncido y por demás alerta, mientras empuñaba a Tessaiga—. Pero sea lo que sea, lo averiguaremos pronto.

Y casi como si aquellas palabras fuesen una señal, el humo comenzó dispersarse. Bajo la atenta mirada de los presentes, el humo se disipó casi en su totalidad, dando paso a algo que no esperaban, es decir, aquello no era imposible. ¡No podía ser cierto!

—No es posible… la perla… —Susurró Kagome, claramente impactada al ver frente a ellos una versión totalmente oscura de la perla de Shikon—. ¡Nosotros la destruimos!

Todos estuvieron de acuerdo con aquella aseveración, sin embargo, ninguno tuvo tiempo de verbalizar aquellos pensamientos, pues el objeto se puso en movimiento. Casi como si la oscura perla tuviese vida propia, comenzó a huir de sus perseguidores, internándose cada vez más en el denso bosque.

Mientras iba en la espalda de Inuyasha, Kagome no pudo evitar tener una extraña sensación, un "déjà vu" si lo decía en términos conocidos por ella; pronto comprendió porque: la perla se dirigía hacia donde alguna vez estuvo la puerta hacia su mundo: el pozo de los cadáveres. Definitivamente eso no podía ser bueno.

Cuando la perla se detuvo sobre el pozo, tanto Hanyou como Yokai —manteniéndose siempre a la defensiva— ordenaron guarecerse a sus acompañantes; al no saber que esperar, debían mantenerlas lejos del peligro. La tensión era palpable y ninguno sabía cómo reaccionar ante el extraño objeto; un paso en falso y las cosas podrían acabar muy mal.

Sesshomaru, en cualquier otra situación y de haber estado solo, no habría dudado en lanzarse al ataque, sin embargo, Rin estaba cerca y no podía tomar riesgos. Pensando en eso estaba cuando Inuyasha se lanzó hacia el objeto empuñando a Tessaiga, tomando así la delantera en el ataque. El yokai agradeció dentro de sí el no haber sido tan imprudente, pues no tardó en ver como su medio hermano salía despedido por los aires al rebotar en la barrera que la perla había formado.

—Tontos Humanos… ¡No me destruirán esta vez!

Si bien la voz grave provino del pequeño objeto, reverberó por los alrededores de manera tal, que Kagome sintió estremecer su cuerpo de pies a cabeza una vez más; notó luego como Rin temblaba abrazada al pequeño Yokai y aquello la hizo reaccionar, no podía quedarse quieta a observar únicamente. Tomó entonces el arco y flecha que siempre llevaba consigo y no tardó en apuntar al objeto, cargando la flecha con todo su poder espiritual. Fue sin embargo aquello lo que dio pie a lo inesperado.

Sin darle tiempo siquiera a disparar, una fuerte ventisca se hizo presente alrededor de la perla, dificultando así la visión de la miko. Kagome notó entonces como aquel viento cobró mayor fuerza y, en lugar de expulsar todo lejos del lugar, comenzó a succionar. Cual agujero negro, el pozo de los cadáveres comenzó a tragarse arbustos y pequeñas rocas, amenazando con arrancar árboles del suelo.

Rin y Jaken lograron sujetarse de un árbol cercano e Inuyasha se aferraba como podía a Tessaiga, que había plantado en el suelo, sin embargo, la joven sacerdotisa no tuvo la misma suerte. Con las manos ocupadas en sostener el arco y la flecha, poco o nada pudo hacer antes de ser arrastrada al interior del pozo.

Kagome pudo oír su nombre en boca del Hanyou, quien en un vano esfuerzo intentó sujetar su mano, vano, porque apenas pudo rozar los dedos de su amada compañera. Sin tener de donde sujetarse, Kagome se resignó a ser tragada por el pozo una vez más, sin embargo, sintió su cuerpo presa de un firme agarre y vio con sorpresa que era Sesshomaru quien la estaba sujetando.

El yokai había actuado por instinto. Casi sin pensarlo, se vio atrapando a su autoproclamada cuñada antes de que esta fuese tragada por el pozo. Maldijo entre dientes la impulsividad de sus acciones mientras intentaba sujetarse de algo firme con su látigo, sin embargo, lo único que pudo tomar fue una débil rama, la misma que no tardó en crujir antes de romperse. Segundos después, lo único que Sesshomaru pudo ver fue oscuridad.

Inuyasha intentaba moverse, en verdad lo hacía, pero el viento era demasiado fuerte. Notó entonces como la intensidad de la ventisca disminuía y la visibilidad era mejor, por lo que se apresuró a correr hacia el pozo; no importaba que lo tragase, esa cosa se había llevado a Kagome y él no estaba dispuesto a dejarla ir.

—¡¿A dónde crees que vas?! —Exclamó a la perla que, como si estuviese burlándose de él, permanecía flotando sobre el pozo—. ¡Devuélveme a Kagome!

—¿Devolverla? Ella no pertenece aquí, Hanyou. Olvídala, esa miko jamás volverá a ti.

Dejando aquellas palabras en el aire y sin darle tiempo a Inuyasha de hacer más, la perla fue absorbida hacia el fondo del pozo. El viento cesó y el Hanyou no dudo en seguir al objeto, lanzándose dentro a riesgo de cualquier cosa, sin embargo, lo único que sintió bajo sus pies fue el frío suelo. Kagome, Sesshomaru y la perla habían desaparecido.

Miroku, Sango, Shippo y la anciana Kaede —ayudada por el primero— no tardaron en aparecer en el lugar, alertados seguramente por el despliegue de poder y la fuerte explosión ocurrida minutos atrás. La anciana no tardó en acercarse a Rin y Yaken, quienes apenas comenzaban a recuperar el aliento después de haber resistido apenas el ser tragados por el pozo. Miroku y Sango optaron por acercarse a Inuyasha, que de un salto salió del interior del pozo.

—¡Inuyasha! —Llamó el monje, claramente preocupado. El desastre que había en el lugar era alarmante, pero más lo era el no ver a la sacerdotisa por ninguna parte—. ¿Que ocurrió aquí? ¿Dónde está la señorita Kagome?

"Fue tragada por el pozo" Aquellas palabras pugnaban por escapar de la garganta del hanyou, sin embargo, no podía hacerlo. Estaba frustrado, preocupado, quería gritar, descargar aquella frustración por no haber podido salvarla, pero sobre todo, quería traerla de vuelta.

—Fue arrastrada al pozo junto con el amo Sesshomaru. —Respondió Jaken. Con lágrimas en los ojos al pensar en el fatal destino de su amo, el pequeño Yokai no sabía que hacer—. ¡Amo Sesshomaru! ¡Vuelva por favor!

—Un momento… el pozo había dejado de funcionar ¿Cómo es podrían ellos…? La perla de Shikon… —Susurró el monje con incredulidad. Después de atar cabos sueltos, llego a esa única conclusión, sin embargo, no podía creerlo; se negaba a hacerlo—. Pero… nosotros la destruimos… ¡Esto no es posible!

—No es la perla de Shikon. —Replicó Inuyasha. Con una seriedad impropia dada su personalidad, el hanyou tensó la mandíbula; la culpabilidad lo carcomía—. No preguntes como, pero lo sé. Esa cosa no era la perla.

—Lo único que podría activar el pozo sería el poder de Shikon, Inuyasha. —Dijo Sango, interviniendo en la conversación—. Si no fue ella ¿Quién o que lo hizo?

—¡No lo sé! —Exclamo de repente el Hanyou; estaba ofuscado y en extremo preocupado. Debía encontrar una solución; no, tenía que hacerlo—. No entiendo qué pasó hoy, chicos, pero de algo estoy seguro… no importa donde se encuentre Kagome, voy a encontrarla.

Desorientada, esa era la palabra que describía el semblante de la sacerdotisa en ese momento. Adolorida y con pequeños cortes en la piel, la miko trataba de entender lo que ocurría; primero estaba con Inuyasha y ahora se encontraba en un espacio pequeño y muy oscuro ¿Que había sucedido? Y lo más importante ¿Dónde demonios estaba?

—Creí que no despertarías, Miko.

La voz grave y extrañamente conocida que resonó en el estrecho lugar sobresaltó a Kagome, quien se llevó un susto de muerte al tener frente a ella la silueta de quien supuso, era su cuñado, pero dada la oscuridad que los rodeaba no podía estar segura.

—¿Sesshomaru? ¿Eres tú? —Cuestionó con recelo, temiendo quizá el equivocarse. En el peor de los casos, estaría en un lugar desconocido y con un completo extraño—. ¿Qué haces aquí?... No, espera… ¿Qué lugar es "aquí"? ¿Cómo llegamos?

—No lo sé.

Definitivamente era él; solo alguien como su cuñado podía permanecer tan calmado y frío en una situación como esa. Un cansado suspiro escapó de boca de la sacerdotisa al pensar en ello pues estaba atrapada en quién sabe dónde y hasta quien sabe cuándo, con el hombre más "comunicativo" que conocía. Aunque si lo pensaba detenidamente, podría haber sido peor; al menos sabía que Sesshomaru no le haría daño.

Bastaron un par de minutos para que la sacerdotisa terminara de orientarse. Recordó lo que había ocurrido y, mientras pensaba en los sucesos que habían desencadenado su situación actual, recorrió el lugar con la mirada. Estaban en un lugar estrecho, bastante descuidado y extrañamente familiar. Sus manos se posaron entonces en la pared tras ella y, palpando la superficie, comenzó a recorrer el estrecho lugar; entonces, como si un rayo de luz la hubiese iluminado, todo se aclaró.

—Este lugar es… —Dijo en un susurro, incrédula por su descubrimiento. ¿Podría ser? ¿En verdad estaba allí?—

Poco tiempo tuvo para pensar en ello pues los apresurados pasos de por lo menos tres personas, llegaron a sus oídos. Sintió entonces a Sesshomaru tomar una postura defensiva junto a ella, más la miko sabía que no era necesario, después de todo, reconocería esas presencias en cualquiera parte.

Segundos después y corroborando sus sospechas, la esbelta figura de una mujer conocida se materializó desde lo alto; Kagome no pudo evitar que las lágrimas se acumulasen en sus ojos al reconocerla.

—Mamá…

Fin del capítulo