¡Hola a tods! ¿Os acordais de mí? Uh, espero que sí! Siento muchisisisísimo el retraso que llevo con Tsukiran, pero entre que en diciembre son las evaluaciones (sí, trabajo, soy profesora), que me fui a Japón estas Navidades, y que luego he estado enferma con gripe, desde luego, no ha sido el momento para escribir ;_; Espero que me perdoneis!

En fin, aquí os traigo el nuevo capi de Tsukiran... Pasan... cosas... interesantes, creo, hehe. Me ha gustado mucho, aunque no estoy segura de haber plasmado la última parte como originalmente había querido, pero no sé, creo que no sirvo para ese tipo de escenas? Ya me contaréis... espero!

Personajes Himaruya. Salvo el hombre y las Oiran. esas son mías. JA!

El burdel es mío.


O4. Escapada.

Se aferró a los barrotes que le cortaban las alas, a aquellos barrotes que lo separaban de donde realmente quería estar. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Dos semanas? El tiempo había pasado demasiado rápido. Anhelaba estar con ellos. Con Elizaveta, con Roderich… pero sobre todo…

Sintió el rubor colorear sus mejillas y se dejó caer al suelo, con una tonta sonrisa dibujada en el rostro. Llamaron a la puerta.

- Hyaku-go, deprisa, tu cliente ha llegado.

Asintió casi sin darse cuenta. Se dirigió al espejo, encendió un par de velas y comenzó a maquillarse. Sí, a maquillarse. A aquel cliente le gustaba demasiado humillar a los chicos del burdel. Pero eso hoy a Yao le traía sin cuidado. Estaba… ¿feliz? Tembló de miedo. La felicidad le parecía algo tan lejano y frágil, algo que Kiku le podría arrebatar en cualquier momento, romperlo frente a sus ojos. No quería ser feliz. No quería volver a sentir cómo le destrozaban una vez más.

Pero era demasiado tarde. Ellos le hacían feliz. Estar con él le hacía estar feliz.

Pero últimamente trabajaba demasiado. No sabía el motivo, pero casi desde el momento en el que comenzó a acompañarlos, sus clientes se multiplicaron. Casi no dormía por las noches, por lo que pasaba parte del tiempo con ellos durmiendo. Y eso le molestaba. Porque no quería perderse ni un minuto al lado de Iván.

Pero Kiku... él sí sabía por qué tenía más clientes. Sonreía más, estaba más amable con ellos… estaba diferente. Salir con aquella mujer había cambiado al chino. Pero tenía que haber algo más en todo aquello. Una persona como Hyaku-go, a quien han secuestrado, privado de libertad, y obligado a vender su cuerpo no cambia tan fácilmente.

Yao se acarició el pelo y lo dejó libre, colocándolo sobre su hombro izquierdo. Se puso un yukata rojizo, unos cuantos adornos, el obi... y salió de la habitación, sonriendo, ausente.

Kiku lo observaba desde el final contrario del pasillo, con los ojos entrecerrados, sospechando. No vio a ninguna de las personas que pasaron por su lado, ni escuchó las voces de las doncellas que le llamaban. Su mente estaba ocupada pensando, intentando averiguar... pensando que la respuesta debía ser tan sencilla, tan evidente, que no era capaz de darse cuenta.

/

Elizaveta dejó escapar una risita mientras descansaba su cabeza en el hombro de Roderich y contemplaba la escena. Estaban sentados en la orilla de un pequeño riachuelo. Alrededor, había unas cuantas familias con sus niños, seguramente familias adineradas. Pero a ella lo que le interesaba era… Iván estaba sentado sobre la hierba, apoyado en un gran árbol, mientras que Hyak- no, mientras que Yao descansaba tumbado, con la cabeza en el regazo del ruso, quien aprovechaba para acariciar su negro y sedoso cabello, ignorando todo lo demás.

- ¿Crees que sobramos? – preguntó la chica casi en un susurro. Roderich sonrió.

- Eso me parece, - respondió. – Pero no creo que sea buena idea dejarlos solos, ¿no crees?

- Sí… - asintió ella. - ¿Sigues sin fiarte de Kiku?

- No lo sé… es extraño que dejara que te llevaras a Yao por las buenas... y de repente tiene muchos más clientes... ¿Qué piensas?

- Que Iván tenía razón, - suspiró. – Pero… ¿qué podemos hacer?

Roderich observó a Iván y Yao durante unos instantes, guardando silencio. No sabía qué hacer. Sólo había una opción.

- Sea lo que sea que pretende, no puede ocultarlo por mucho más tiempo, ¿no crees? Sea lo que sea, necesita a Yao.

- Pero… ah, supongo que tienes razón, como siempre, - sonrió, llevándose una manzana a la boca. – Uh… demasiado aguadas…

- Te lo dije, aquí no hay tierra para cultivar frutas… Y sobre lo otro... lo único que podemos hacer es protegerlos. Mientras podamos, - añadió, posando su mano en la incipiente tripa de la chica.

/

Kiku regresó al burdel. Era raro que saliera de allí a aquellas horas, siempre solía comer solo en su habitación, pero aquel día decidió hacer una excepción. Tenía que hacerla. Debía averiguarlo. El por qué de la pequeña sonrisa que Hyaku-go mostraba últimamente, el por qué de su menor reticencia a hacer su trabajo.

Se encerró en su habitación, saliendo al jardín, sentándose en la orilla del laguito que lo adornaba. Así que era eso. Era aquel chico, el ruso. O tal vez todo: la chica, los dos chicos, no estar encerrado, tener un poco de libertad… Pero algo le decía que lo principal era el ruso. Ya ni se acordaba de su nombre. Sabía que tenía que haberlo recordado.

- Yo! How is it goin'?

Kiku dio un respingo. Pero qué clase de problema... Prefirió no terminar el pensamiento. Respeto, respeto. Se lo habían enseñado desde pequeño. Respetar a los demás. Aunque una pequeña punzadita le atravesó el pecho al recordar que precisamente no estaba respetando a mucha gente en aquel lugar. Tomó aire y se levantó, dándose la vuelta lentamente. Ah, no quería. Realmente no quería tener que soportar otra sesión con aquella persona.

- So, ¿cómo va la cosa? Espero que vaya bien, porque ya sabes que tenemos un trato, - comenzó a relatar, sin preocuparse de si Kiku le escuchaba o no. – Me lo entregarás dentro de dos semanas como la Oiran más famosa de la ciudad, y entonces os entregaré el dinero. Supongo que ya es bastante conocido, ¿verdad?

Kiku guardó silencio. Le perturbaba aquella situación, nunca sabía cuando el americano terminaba de hablar, si realmente las preguntas que hacía estaban dirigidas a él… Se limitó a inclinar la cabeza levemente, con un poco de suerte Alfred entendería lo que quisiera entender y volvería a parlotear, dándole alguna pista al japonés.

- Good, good, me han dicho que últimamente tiene más clientes.

Se detuvo en seco y se giró para quedar frente a Kiku.

- ¿No hablas? ¿Se te ha comido la lengua el gato?

¿Cómo demonios iba a hablar? No había manera de interrumpir aquella diarrea verbal. Y aunque lo consiguiera, Alfred jamás escucharía lo que Kiku tuviese que decir. Pero tal vez…

- Tan sólo tengo una pregunta, Jones-san, - preguntó el nipón con voz tranquila. - ¿Qué pasaría si, por algún motivo, Hyaky-go no logra convertirse en Oiran?

Alfred guardó silencio por un momento, con expresión contrariada. Parecía como si aquella cuestión no entrase en sus planes. Kiku sabía de sobra que, efectivamente, no entraba en sus planes. Se dejó caer en uno de los cojines del suelo, colocando los pies encima del kotatsu, para horror del moreno, que intentó disimularlo.

- No habría dinero, y se cortarían todas las relaciones, - dijo, a lo que Kiku se preguntó qué clase de relaciones, si ni él ni su jefe tenían otra relación que no fuese Hyaku-go, si Japón no tenía interés alguno en tener contacto con el exterior... – Graves repercusiones para la nueva economía de tu pequeño país, Kiku. O al menos eso ha dicho mi jefe.

Suspiró. ¿Qué clase de repercusiones para la economía? ¿Tanto por una sola persona? Lo dudaba. Seguro que era un farol. Suspiró y entró en la habitación, sentándose frente al americano.

/

Se adentraron en uno de los parques de la ciudad al terminar el almuerzo. No les había costado mucho hacerse con los horarios. El sol parecía bañar la ciudad ese día, así que el paseo era algo obligatorio. Roderich y Elizaveta se adelantaron, dejando algo de intimidad a los dos chicos. Al fin y al cabo todo aquello era por Iván.

- Sé que… quizás no debería preguntar, pero…

Yao sonrió levemente. Caminaba junto al rubio, mirándolo de reojo.

- Me secuestraron, aru... - respondió en voz baja. No hacía falta que Iván terminase la pregunta, él ya la sabía. – Mis padres eran… vosotros los llamáis nobles, aru, ¿me equivoco? Gobernaban una aldea bastante próspera aru, trataban bien a los campesinos y trabajadores, tenían relativamente libertad para casi todo, aru… Y al parecer aquello no le gustó a los japoneses que intentaron tomar la aldea, aru...

Iván escuchó en silencio. Aquello le resultaba familiar. Le había pasado a mucha gente a la que había conocido, y bastantes de ellos eran asiáticos, bielorrusos y ucranianos. Mayoritariamente chicas. Aunque los asiáticos a veces se veían obligados a... a lo mismo que Yao. Sobre todo los más afeminados. A veces Iván desearía no haber viajado tanto. No todo lo que había visto era… bonito.

- Me secuestraron y me trajeron aquí, aru... no recuerdo nada del viaje, aru... Supongo que me golpearían en la cabeza o me darían alguna droga, aru... Sólo sé que me desperté entre barrotes, aru…

Iván se mordió el labio inferior y atrajo a Yao hacia sí en un acto reflejo. No solía hacerse mucho por Rusia, pero… había visto a Roderich hacerlo cuando Elizaveta estaba triste. Y siempre funcionaba. O la mayor parte del tiempo. Yao se tensó por un momento, asustado, estuvo a punto de empujar a Iván para apartarlo de su lado. El ruso lo notó.

- S-si no… lo siento-

- ¡No! – replicó Yao todo lo bajo que pudo, aferrándose a las ropas del rubio. – Es que… no estoy acostumbrado, aru... no sé cómo reaccionar ni comportarme, aru... Nunca… nunca...

- ¿Nunca te han abrazado?

Yao negó con la cabeza, apoyando su frente en el pecho del ruso. Iván lo rodeó con sus fuertes brazos, atrayéndolo por completo hacia él. Yao hizo lo mismo, rodeando al rubio con sus delicados brazos, aferrándose a la tela de su espalda. Roderich y Elizaveta observaron la escena desde la distancia. Sonrieron.

El sol dejó de brillar poco a poco. La leve brisa dio paso a un viento un poco más insistente y frío. Yao tembló y alzó la vista.

- ¿No tienes frío, aru?

- No, - negó Iván. – En Rusia hace mucho más. Pero creo que va a llover de nuevo… y ya… es tarde…

Yao volvió a agachar la cabeza, aferrándose de nuevo al ruso, frotando su rostro contra su pecho.

- Lo odio, aru… - susurró. Iván aguardó en silencio. – Odio estar así, aru. Odio no disfrutar de un poco de libertad para luego volver a tener que humillarme más que la noche anterior, aru. Quiero irme, quiero salir de aquí... quiero escapar, aru...

- Huye.

- ¿Eh? – Yao alzó la vista de nuevo, mirándolo perplejo. Roderich y Elizaveta compartían su sorpresa desde la lejanía. – Escápate.

- Pero...

- Inténtalo al menos, ¿da? No tienes nada que perder... ¿Qué van a hacerte que no te hayan hecho ya? No pierdes nada...

Yao se soltó del abrazo y anduvo pensativo un rato. Iván lo seguía sin pronunciar palabra. Quería que se escapara. Quería que se fuese con él, con ellos. No quería que sufriera. Sabía que lo que acababa de decir era totalmente descabellado, pero también sabía que sus palabras ocultaban una verdad: ¿qué le harían si lo pillaban, pegarle? Ya lo habían hecho. ¿Encerrarle? Ya estaba encerrado. ¿Humillarlo? … ¿se podía humillar a alguien aún más?

Yao se detuvo.

- Lo haré, aru. – Se giró y alzó la vista, reuniendo valor, para mirar a Iván a los ojos. – Me escaparé. Lo intentaré al menos, aru.

Iván sonrió y no pudo evitar abrazarlo. A lo lejos, Eli soltó una risita.

- Pero no cometas ninguna locura, ¿da? Tienes que planearlo, - asintió. – Aún tenemos tiempo.

De nuevo, sin pensarlo, juntó sus labios con los de Yao, presionándolos leve y dulcemente. Hasta que se dio cuenta.

- ¡L-lo siento!

Yao tenía los ojos muy abiertos, sorprendido. Se llevó la mano a los labios, sus ojos fijos en Iván, quien se ruborizaba por segundos. Yao se acercó a él lentamente y volvió a unir sus labios con los del rubio.

- ¡Vaya! – exclamó la húngara.

- ¡Shh, Elizaveta! – le riñó Roderich. La muchacha se tapó la boca.

El asiático se separó de Iván, abriendo los ojos lentamente, sonriendo con timidez.

- Es… es la primera vez que beso a alguien… queriendo, aru...

/

La habitación se cerró a su espalda. Sus manos volvieron a aferrar los barrotes que cubrían la ventana de su habitación. Apoyó la frente en uno de ellos, sintiendo el frío penetrar en su piel. Cerró los ojos, dejando escapar un suspiro. Escaparse, ¿eh? No era tan fácil, nada era tan fácil en aquel lugar. Nada era tan fácil en su vida. Abrió los ojos. La noche había cubierto todo lo que sus ojos alcanzaban a ver. Arriba, las estrellas brillaban tímidamente, sintiéndose observadas. Respiró el aroma que le traía la fría brisa nocturna.

Allí, por el oeste, estaban ellos. Allí estaba él.

Soltó los barrotes y se giró, mirando fijamente la puerta. Se quitó los zapatos, atándose bien el yukata de seda negro. Se recogió el cabello en una coleta alta, los flequillos tras las orejas. Volvió a mirar por la ventana: había poca gente. Ninguno de los transeúntes que alcanzaba a ver trabajaba en el burdel. Se acercó a la puerta, pegando el oído derecho en ella, intentando escuchar. Pasos tenues se perdían en la infinidad de los pasillos. Colocó su mano derecha sobre el pomo, intentando hacerlo girar.

La puerta se abrió, ante la sorpresa de Yao, quien miró la puerta sorprendido. Pero no tenía tiempo. Era su oportunidad. Una locura, sí, una gran locura. Pero no tenía nada que perder.

Salió de la habitación sin atreverse a echar a correr. Caminaba a pasos ligeros, sin mirar alrededor, intentando cubrir su rostro con el pelo que se le escapó al hacerse la coleta. Miraba a todas aprtes intentando no ser visto. El corazón le latía de una manera que jamás había hecho. Tenía miedo, pero la adrenalina recorría sus venas: no podía dar marcha atrás. No quería. Tenía que intentarlo. Tenía... esperanza.

La puerta. La puerta principal del burdel, de elegante madera, con preciosos adornos y un color y brillo sin igual. Cerrada. Yao se detuvo en seco frente al muro que lo separaba de la libertad. Hubo un ruido fuera, seguido de pasos en la planta de arriba. Se dirigían a la escalera que daba al portón. El nerviosismo recorrió todo su ser. ¿Dónde se escondería ahora?

Sin saber cómo, halló una habitación vacía en un lateral. Ni si quiera sabía que esas habitaciones estaban allí. Entreabrió la puerta, observando lo que ocurría en el exterior. Uno de los tipos que los vigilaban día y noche entró con una de las Oiran en brazos. Las muchachas que abrieron el portón emitieron un gemido de pánico. Los oyó murmurar algo, pero el significado de aquellas palabras nunca alcanzó su cerebro, pues corrieron hacia el interior del burdel, dejando la puerta abierta tras de sí.

Echó a correr, incluso antes de asegurarse de que las muchachas y el hombre estaban lo suficientemente lejos. Con una Oiran desmayada, no iban a preocuparse en mirar hacia atrás a ver si él se escapaba.

Un pie. Otro. Un paso. Otro paso. Ya estaba fuera. El aire helado le hizo abrir los ojos de golpe. Tenía que reaccionar, tenía que correr, salir de allí, esconderse. Pero no podía ir al hotel. Kiku iría allí antes que a cualquier otro sitio. Iría a buscar a Elziaveta. Entonces… ¿dónde podía ir? Sus pies se movieron casi por iniciativa propia. No importaba el dónde, ahora sólo importaba alejarse de allí. Lejos. Ya había salido. Ahora sólo tenía que seguir andando.

Se soltó el cabello. Así sería más difícil reconocerlo. Al menos, tardarían más en verle la cara.

Algo se interpuso en su camino. Alguien. Chocó con él. Se levantó pidiendo disculpas, pero aquel hombre no lo estaba mirando. Yao se giró, el cabello cubriéndole parcialmente el rostro. Fuego. Había fuego en el burdel. En el ala hacia donde habían entrado las muchachas. Anduvo unos pasos hacia atrás, asustado, y volvió a correr.

Sentía cómo el miedo se apoderaba de su aparentemente frágil cuerpo, el olor a quemado invadía las calles, pero sabía que era olor a madera mojada. Habían apagado el fuego y cada vez tenía menos tiempo para escapar. Todos habrían abandonado el burdel. Si había alguna chica trabajando por aquella zona seguro que habría alguien con ella. Lo pillarían. Lo encontrarían, lo llevarían ante Kiku y lo azotarían. Lo castigarían. Lo encerrarían. Y le prohibirían volver a ver a Iván.

Y como si alguien hubiera escuchado sus pensamientos y los hubiera escrito en su destino, uno de los guardias del burdel apareció frente a él, haciéndolo resbalar cuando intentó dar la vuelta para correr en otra dirección. El hombre lo agarró del cabello. Yao se retorció de dolor y gritó, alzando las manos, arañando las manazas y brazos de aquel hombre.

Pero no había nada que hacer. Nada. El hombre lo arrastró todo el camino hasta llegar al burdel, abriéndose paso entre la multitud. Yao sentía cómo las piedras del camino le herían mientras gritaba en chino, mientras la Oiran lo miraba con las lágrimas saltadas.

Lo tiró contra la pared del despacho de Kiku, quien lo miró con indiferencia. Casi con tristeza, creyó Yao. Pero eso era imposible. Se encogió en un rincón, escondiendo las manos bajo el yukata hecho girones.

El japonés miró al hombre, asintiendo vehementemente.

- Gracias, puedes marcharte.

- ¿Marcharme, Honda-san? – replicó el hombre. Kiku ladeó la cabeza, parpadeando pesadamente. – El jefe no tolera este tipo de comportamiento, señor. ¡Se ha escapado! ¡Y Hyaku-go, nada menos! No debe quedar así.

- ¿No?

- ¡No! Debe ser castigado. Azotado de inmediato.

- Ah.

- Son las reglas, Honda-san.

- Son las reglas que otro ha impuesto. Y usted es un mero empelado bajo mí cargo, con lo cual debe medir sus palabras o será usted quien reciba el castigo y los azotes y quizás el que pierda la lengua. Yo decidiré cuándo se le impondrá el castigo y qué castigo será. Y en lo que a usted respecta no le he invitado a entrar en mis aposentos.

Yao observó la escena desde su rincón, escondido en las sombras. Pudo ver la expresión de ira e incredulidad dibujada en el rostro de aquel enorme sujeto, mientras que en el rostro de Kiku sólo había tranquilidad... porque aquel rostro jamás mostraba expresión alguna.

Hizo una leve y forzada reverencia y salió de la estancia. Kiku suspiró, cerrando el libro que tenía ante sí. Sus ojos oscuros buscaron a Yao entre las sombras. Se levantó lentamente y dio unos cuantos pasos hacia él.

- Voy a curarte. No salgas de aquí.