N/A: Pues éste es el final. Aquí se acaba un regalo que empezó a finales de agosto y ha estado aquí cada semana hasta casi Navidad. Helena, espero que lo hayas disfrutado mucho J A todos los demás que me habéis acompañado, espero lo mismo, y os doy las gracias por estar aquí siempre, a veces, o sin decirlo. A todos, mil gracias. Un besito muy fuerte y ya sabéis… no os olvidéis de profanar de vez en cuando ^^ ¡Hasta el próximo!

Los profanadores del destino

Epílogo

Se ha terminado.

Lo había dicho sin ningún tipo de inflexión o vacilación en la voz, sintiendo una extraña mezcla de tristeza y alivio. Narcissa no había dudado en mostrar alegría ante la noticia, mientras que Lucius había reducido todas sus reacciones a un leve asentimiento y a encerrarse el resto del almuerzo en sí mismo. Mientras daba cuenta del sabroso estofado, Draco había pensado que hubiese renunciado a los dos negocios que acaba de cerrar en Australia por leer la mente de su padre. Pero sólo un segundo más tarde se había dicho que tampoco era cuestión de sacar las cosas de quicio. El acuerdo para abastecer a toda la liga australiana del último modelo de las escobas que exportaba su fábrica era irrenunciable.

Para él no había sido una sorpresa en absoluto. Sabía que tanto Harry como él habían sobrevivido gracias a la pronta intervención del sanador de la familia, pero que en circunstancias normales aquélla era una batalla que ambos habrían perdido. El león había mordido a la serpiente con tal virulencia que era muy probable que le hubiese arrancado la cabeza, y ella no se había quedado atrás, clavándole los colmillos envenenados en el pecho hasta llegar al corazón. Había que ser muy ingenuo o muy optimista para no concluir que las Armas de Destino de Gryffindor y Slytherin habían sido totalmente destruidas.

Neville Longbottom pensaba lo mismo. Se habían encontrado con él en el Caldero Chorreante y le habían contado todo lo sucedido. Los dos. Harry había sido muy claro cuando salieron del hospital,"Ni un secreto más, Draco. Tú y yo vamos a dejarnos de tonterías"

Dejarse de tonterías significó seis noches frente al fuego hablando y hablando de sí mismos hasta que no les quedó dentro casi nada. De una forma tan sincera y generosa que a veces no encontraba forma en palabras. Pero Draco no las necesitaba cuando Harry recordaba en silencio a Sirius, Remus o a Fred Weasley, ni tampoco Harry cuando a él se le cortaba la voz hablando de Bellatrix o de Vincent. Cuando hicieron el amor esa sexta noche todo había sido completa y absolutamente distinto.

A la mañana siguiente habían visto a Neville. Para él también estaba claro, los Profanadores del Destino ya no existían. Y había añadido un compromiso, se encargaría de que las armas de Ravenclaw y Hufflepuff siguiesen donde estaban, a buen recaudo y sin nadie que les diera uso.

De eso hacía ya tres semanas. Draco había aplazado su visita a Bretaña alegando que se estaba recuperando hasta que su padre volvió a extender la invitación y le miró de esa forma que no admitía negativas. Habida cuenta de cómo había acallado a la editorial de El Profeta y sus hilarantes ideas para meterle de nuevo en Azkabán, Draco decidió aceptar. Y todo había ido relativamente bien, incluso su madre había tenido la cortesía de preguntarle por Harry, hasta que había salido a colación el tema de los Profanadores. Draco sabía lo importante que había sido ese bastón para Lucius. Todavía no estaba seguro de si algún día podría perdonarle. El se ha terminado había matado toda expectativa de recuperar la conversación. Al menos una en la que interviniese toda la familia.

- Embajador, su traslador está listo.

Por suerte, ya volvía a casa.


El apartamento le recibió silencioso. No parecía que Harry hubiese vuelto del Ministerio y Draco decidió ir al salón y servirse una copa. Le gustaba aquella convivencia alternativa. No era vivir juntos pero sí lo era, compartiendo dos casas en vez de una. Ni él quería deshacerse de Malfoy Manor ni Harry de aquel piso muggle en el que había pasado las temporadas correspondientes de la custodia con sus hijos. Y tanto la mansión como el piso empezaban a llenarse de uno y del otro, que ya consideraban ambos espacios como suyos.

Draco empujó la puerta del salón y se dio cuenta de que Harry sí había llegado. Y que estaba volviéndolo a hacer. Otra vez. La enésima.

El recuerdo flotaba en medio del salón, gracias a un hechizo que Hermione había descubierto y que permitía visualizar las imágenes sin tener que introducir la cabeza en un pensadero. Su desventaja consistía en que no lograba reproducir el sonido, pero había agilizado mucho la clasificación de viales custodios en el Departamento de Misterios. Justo dibujándose encima de la mesa de café, Lily Potter sostenía a su hijo en brazos mientras bajaba las escaleras, James Potter se acercaba a ella y la acompañaba con dulzura al sofá, donde se sentaban mirando al frente. Draco sabía que miraban a Dumbledore, pero Harry había detenido la imagen justo ahí, volviendo de nuevo al momento en que su madre entraba en escena. Era un bucle inagotable en el que Lily y James siempre parecían acabar mirándole a él, a un Harry que estaba perdido en su imagen, arrodillado en la alfombra y sentado sobre sus talones.

Draco se acercó hacia él, se agachó y le abrazó por la espalda. Harry no se sorprendió ni un poco ante el nuevo contacto. Por el contrario, se apoyó contra su cuerpo, dejando escapar un suspiro que parecía llevar años atrapado en su garganta. Draco dejó un lánguido beso en su cuello, justo donde aún se notaban algunas marcas de colmillos.

- Ya estoy aquí.

- Hola, he sentido vibrar las protecciones.

- ¿No acababa hoy el ultimátum de los Inefables? Creí que ya lo habrías devuelto.

- Técnicamente acaba a las siete.

Decirle que tenía que devolverlo era una obviedad estúpida. Draco no pensaba perder el tiempo en recordárselo y mucho menos en sermones sobre decisiones que sólo deben ser tomadas por uno mismo.

- Es guapísima.

Vale, era otra obviedad, pero era del tipo de obviedad que hacían que Harry sonriese.

- ¿Cómo están los pavos?

- Sanos y espectaculares. Mis padres también, gracias.

Aquél había sido todo un amago de risa. Draco sintió el cuerpo de Harry sacudirse entre sus brazos a la vez que una enorme losa se desprendía de su espalda y caía al mar desde el precipicio. Los señores Potter volvían a sentarse en el sofá mirándoles más allá del tiempo y del espacio.

- ¿Me acompañas a llevarlo al Ministerio?

- Te acompaño.


Aunque la política "dejarse de tonterías" de Harry había incluido hacer su relación pública, los únicos que se tomaban verles juntos con naturalidad eran sus amigos. Y no es que fuesen provocando. El simple hecho de caminar uno al lado del otro por los pasillos del Ministerio parecía ser del interés de cada departamento. No se tocaban, no se cogían las manos, nada evidenciaba que estaban juntos salvo la portada a toda página que El Profeta les dedicaba casi todos los días. Si ésa era la actualidad más fresca e interesante del mundo mágico, Draco no quería imaginar cómo sería el resto.

Había observado a Harry dejar el recuerdo en manos de Cho Chang sin dudar. Ni siquiera tener que hacerlo ante ella le había afectado. Puede que hubiese aplazado la entrega hasta el límite, pero una vez tomada la decisión, Harry Potter era como el expreso de Hogwarts sin frenos y cuesta abajo. Imparable.

Por eso cuando una ráfaga de flashes les cegó en el atrio y Harry se detuvo para no chocar contra las cámaras, Draco sintió un impulso muy poco Slytherin y tomando su mano se abrió camino entre los que se hacían llamar periodistas y él sólo podía tildar de cabrones descerebrados.

Harry, ¿es cierto que los mortífagos siguen en activo?

¿Crees que es justo que Lucius Malfoy siga libre?

¿Has intercedido por él ante el Ministro?

Señor Malfoy, ¿es verdad que el señor Potter y usted viven juntos?

La chimenea apareció al fin detrás de un reportero engullido por una gabardina y una fotógrafa con cierto parecido a Myrtle la Llorona. Fue Draco quien se detuvo en esa ocasión, mientras Harry le miraba sin saber muy bien qué pretendía. Pero pronto lo supo; Draco no era nadie sin un poco de teatralidad y en sus ojos estaba claro el mensaje. Si la prensa quería una buena portada, él les iba a dar una bien grande y verídica. Primero hizo una tentativa dándole tiempo a negarse, pero ante la luz verde le besó con tantas ganas que Harry sólo pudo rogar por que al día siguiente no se viera a toda página el incipiente bulto en sus pantalones.

Que se jodan, oyó a Draco murmurar sobre sus labios. Y Harry, que quería que ese joder fuese conjugado en primera persona del plural, les empujó a la chimenea, indicó el destino y por primera vez besó a alguien mientras la red flú le estaba transportando.


No cayeron al suelo al llegar a casa porque estaban demasiado ocupados en comprobar que todo seguía en su sitio bajo la ropa. Cuatro manos ansiosas lo revolvían todo, cuatro y no tres porque Draco había recuperado por completo la movilidad en su mano izquierda. Avanzando a trompicones tropezaron con el brazo del sofá y con una maqueta de madera que Albus había dejado a medio construir cerca de la chimenea. Al verla, Draco recordó en un efímero momento de raciocinio que al día siguiente sería la Gran Cita. Otra de las estupendas ideas de Harry sobre eso de una relación honesta, una cena con sus cuatro hijos el primer día de las vacaciones navideñas. Por mucho que Draco había vaticinado un gran cataclismo, Harry había empezado a sacar hacía dos días los adornos navideños, manteniendo la absurda idea de que todo saldría de maravilla.

Tampoco es que fuese a discutírselo cuando le tenía de rodillas a sus pies, sacándole la erección de los pantalones.

La cena padres-hijos también había atravesado los pensamientos de Harry pero, fugaz como una snitch, desapareció al primer contacto de sus rodillas con el suelo. Nunca le había gustado eso de mezclar conceptos. Además, había algo especial en hacerle mamadas a Draco que requería sus cinco sentidos centrados en el momento. Llegó al tercer minuto de lamidas, succiones y leves roces de dientes. Draco Malfoy mandó su legendario autocontrol al infierno. Incluso fue incapaz de mantener el hechizo glamour que se hacia en la mejilla cada mañana.; los restos de los rasguños eran minúsculos pero según él un embajador tenía que estar siempre impoluto. Si le preguntaban a Harry, nunca lo había visto tan guapo como después de un orgasmo, despeinado, enrojecido y sucio. Y a ese estado planeaba llevarle.

Antes de provocar que se corriese, Harry se puso de pie y lamió sus cicatrices con una sensualidad rayana en la adoración. Draco mordió sus labios para no ponerse a ronronear como un gato. Por el contrario, se concentró en quitarle las gafas y buscó el último resquicio de autoridad que le quedaba.

- Habitación, Harry. Ahora.

Haberle pedido una frase más elaborada habría sido todo un alarde de optimismo. Pero Harry captó la idea y les apareció al pie de aquella cama que ya se había acostumbrado a los dos. Sabía que era su turno de perder el control.

Hacerle una mamada a Harry era como descender al fondo del lago de Hogwarts sin branquialgas. Resultaba imposible que cediese el mando. Draco era capaz de poner las manos en la nuca y dejarse hacer sobre el colchón, mirando por una rendija de párpados entrecerrados. Harry no. Harry agarraba el pelo, ondulaba sobre la pared o el colchón y embestía con sus caderas presionando en la garganta. Lo disfrutaba tanto que rara vez miraba, concentrándose en sus otros sentidos. Y era vocal, extremadamente vocal. Palabras sucias y calenturientas. Sus gemidos y jadeos tenían la facultad de vibrarle a Draco justo en la entrepierna, y a veces chupársela a Harry era casi como chupársela a sí mismo.

Generalmente, la cosa acababa siempre igual. Harry decidía que no podía más, le hacía subir y le besaba hasta dejarle sin aliento. Luego hacía toda una declaración de intenciones. Voy a follarte o Quiero que me folles con todo lo que tienes.

Y entonces, si no había consenso, venían las negociaciones.

En aquella ocasión Harry afirmó que iba a follarle hasta medianoche. Sólo eran las cinco de la tarde, por lo que su sentencia resultaba de lo más prometedora. El problema era que no tenían tanto tiempo y que, aunque no afectaran al producto, Draco no estaba de acuerdo en el orden de los factores.

Agarró los brazos de Harry y le giró hasta quedar sobre su cuerpo.

- No, hoy tú vas abajo.

- ¿Ah, sí? ¿Y por qué?

- Porque vas a enfrentarte sólo a una fiera y yo a tres juntas.

Con Draco entre sus piernas y su erección haciendo cosas espectaculares sobre la suya, a Harry le costaba centrarse en la conversación, hasta que recordó que tenía tres hijos y Draco sólo uno.

- Estoy seguro de que Scorpius me lo pone más difícil que mis tres hijos a ti, Draco.

- Puede ser, pero tú tienes una hija.

- Menudo argumento… Lily es encantadora.

- Sólo hay una mujer a la que entiendo, Potter, y es mi madre.

- Siempre supe que eras un niño mimado.

Harry comenzaba a invertir de nuevo las posiciones, pero Draco sacó una fuerza de alguna misteriosa parte que le hundió de nuevo en el colchón.

- Abajo, antes de que se me ocurra compensar el tres a uno presentándote a tus suegros.

Y ése sí era un buen argumento.


Diez minutos más tarde, Harry habría rogado ante el clan Malfoy al completo por que Draco se dignara a follarle. Cuando sintió el hechizo lubricante perdió la respiración. Consiguió recuperarla cuando Draco se quedó quieto en su interior y jadeó sobre sus labios. Harry aspiró su jadeo, dio un pequeño mordisco en su barbilla y le susurró adelante.

Draco solía empezar despacio. Incluso en los polvos más repentinos e incontenibles se tomaba su tiempo para las primeras embestidas. Harry las disfrutaba prácticamente inmóvil, acariciándole el pelo y, si la postura y su miopía lo permitían, observando la intensa gama de matices que se dibujaban en su rostro. Era un espectáculo impredecible, y mucho más intenso desde aquellas largas noches desnudándose el alma. Ese día había brasas de chimenea, cafés en la cama y paseos por Stonehenge. Mar, Quidditch y torres de piedra. Orgullo, deseo y eso para lo que Harry no tenía nombre pero provocaba cenas paternales o arriesgar la vida por una cicatriz invisible.

Cuando Draco empezó a moverse, Harry cerró los ojos y retuvo todas las imágenes por un instante. Uno que duró lo que Draco tardó en tocar su próstata y hacer que todo se volviese luminoso tras sus párpados.

Eso era justo lo que quería. Lo había querido desde que había llegado al salón y había visto a Harry sentado como un niño pequeño ante sus padres. Demostrarle que había alguien capaz de que no volviese a sentirse solo nunca más. El problema con Harry era que no podías dar sin recibir. Cuando giró su cabeza hacia la izquierda y pasó la lengua por la marca tenebrosa que había quedado a su alcance, Draco supo lo que le estaba diciendo. No me importa, no me asusta, la deseo porque es tuya. Y se sintió inmediatamente retribuido.

Se besaron entre dientes, sus caderas salieron al encuentro de un ritmo que necesitaba ser más rápido, se arañaron el cuero cabelludo. La mano de Draco en la polla de Harry, los dedos de Harry metidos en su culo. Intenso, animal. Hasta que minutos más tarde, con espaldas curvadas y sudor entre los omóplatos, rugieron y sisearon un final que arrasó con todas sus buenas intenciones.


- Gracias por acompañarme.

Harry llevaba minutos mirándole desde el otro lado de la almohada. No era que Draco no se hubiese dado cuenta, pero prefería disfrutar los últimos ramalazos del orgasmo e ir sintiendo cómo su cuerpo se enfriaba salvo en el lugar donde la pierna de Harry se enredaba con su pierna o la parte de su abdomen donde seguía apoyada esa mano sobre la suya. Sin embargo, entendió que era uno de esos excepcionales momentos en que podía dar él solo.

No lo había dicho muchas veces, podría contarlas con los dedos de una mano, pero tener que usar las dos para contarlas tampoco podía ser tan malo. Y era la frase que necesitaba para aglutinar todo lo que podía contestarle, porque eso lo resumía todo. Así que abrió los ojos, apartó un mechón rebelde de los que le contemplaban y lo dijo en ese tono de las intimidades y las confidencias.

- Te quiero.

Harry sonrió de una forma tan cálida que Draco temió que esa vez también hubiese quid pro quo. Luego le acarició la mejilla de las cicatrices y el borde de sus labios.

- Yo también te quiero, Draco.

Habida cuenta de cómo se le expandió el corazón cuando oyó la respuesta, Draco decidió que el quid pro quo era un mal menor en esos casos.


Les había costado salir de la cama. Harry había hecho toda una defensa de quedarse allí hasta la cena del día siguiente, pero Draco la había echado abajo alegando que sólo les quedaba esa noche sin adolescentes ocupando los rincones. Además, había reservado mesa en un sitio especial que tuvo que acabar desvelando bajo amenaza de ir a cenar allí solo. Era el pequeño restaurante de Hogsmeade al que había llevado a Harry la primera vez que habían quedado juntos, a solas y después de haberse acostado. De manera milagrosa, cuando descubrió la reserva, Harry decidió levantarse de la cama y meterse en la ducha.

Draco volvió a Malfoy Manor para dar las últimas instrucciones a los elfos ante la vuelta de Scorpius y la llegada de Astoria que venía a pasar unos días con su hijo. Aún tenía una hora antes de encontrarse con Harry en Hogsmeade, así que después de dar las órdenes subió a la habitación para tomar también una ducha y revisar su equipaje.

Excepto la ropa, que ya estaría lavándose, Loopy había dispuesto todo lo que Draco se había traído del viaje a Australia sobre el escritorio. Los documentos, los libros, las identificaciones y el paquete que su madre le había dado para Scorpius, lleno de aquellas galletas francesas de fabricación artesanal que le gustaban tanto. Pero había otro paquete más que no había sido devuelto a su tamaño original por la elfina y eso sólo podía significar una cosa: era privado.

Draco lo tomó en sus manos y reconoció enseguida la magia que sellaba el pequeño objeto. Dejó que la varita se escurriese de la manga a su mano y le aplicó un engorgio que esa vez sí dio resultado. El envoltorio cayó lentamente a medida que el contenido recuperaba su tamaño y Draco no dio crédito a sus ojos. La mano le temblaba cuando la nota que lo acompañaba voló dócil hasta sus manos.

"Slytherin ganó esa noche, pero nadie tiene que saberlo. Si aún estás dispuesto, los votos han sido pronunciados. Sólo tienes que jurarlos.

Lucius"

Fue un instante. Un ligero y brevísimo instante de conciencia que sembró la duda antes de que la sangre, la familia y siglos de tradición guiasen su mano hasta el bastón que flotaba en el aire. Draco no se arrodilló esa vez pero tampoco tuvo el valor de negarse. De todos modos, no estaba seguro de querer hacerlo. Aceptar no significaba tener que ejercer, sólo era una muestra de victoria, de poder, de que seguía siendo un digno heredero. De Slytherin y de su padre. Y él siempre había querido eso.

- Lo juro.

Los ojos de la serpiente centellearon en la oscuridad de la joven noche.

FIN