Capitulo 17: Epílogo

— Voy a tener que contestar algunas preguntas en la ciudad. – Dijo Elroy Andrew, horas después en el hospital. – Pero como ya me conocen esos vivarachos de los periódicos y la sociedad solo diré lo importante… que el heredero por fin a nacido y les permitiré que publiquen la unión del Patriarca del Clan.

— Señora Elroy no será mejor que esperemos a ver que dice el Señor William antes de publicarlo, creo que en este momento debemos ser más metódicos en lo que hacemos.

— Elliot ¿crees que si yo hubiera esperado a que William se pronunciara, todo esto habría sucedido? Yo no lo creo, él seguiría encerrado en Escocia y moriría como un ermitaño hasta que se decidiera… y Candice… bueno no se que hubiera sido de ella sino nosotros no hubiéramos actuado.

En eso la anciana tenía razón, que seria de aquella familia sino hubiera metido sus narices hasta el fondo para hacer que cada uno entrara en razón. Ella había logrado encontrar al Duque de Grandchester en un santiamén después de enterarse que Candy estaba embarazada. Elliot había roto su promesa pero era con un fin, el cual estaba dando frutos al final del pasillo de aquel hospital. Junto con la ayuda de Elliot y George sus eternos cómplices, habían conseguido que el Duque ingresara en la villa para hacer caer al patriarca a tierra firme. Sonrió frente a la anciana que tenia al frente y asintió con la cabeza antes de salir para realizar la llamada tan prometida.

— Se hará como usted diga, voy a telefonear al Duque en estos momentos debe estar esperando la confirmación de nuestra parte.

— No hace falta que te diga que lo hagas con total discreción.

— No señora, volveré con novedades.

Vio salir al gallardo joven, una copia exacta de George en su juventud. Alguien tan leal que daría su vida por servir a la familia y a la persona a quien quería. Ella sabía que gustaba de su sobrina, tal como George había hecho por Pauna. Realmente se pregunto si alguna vez conseguirían la felicidad personas tan integras y entregadas en cuerpo y alma a sus principios. Lo deseo con intensidad y elevo una oración por que así fuera.

Se encamino hacia el final del pasillo, era mas de media noche y la labor de parto se tardaba, se acerco a la puerta donde la vio ingresar, estaba tan preocupada que no le importo espiar a través de la pequeña ventana que dejaba ver la otra sala. Lastima que no pudo ver nada más que enfermeras y doctores que caminaban de un lado a otro. Cuando estuvo a punto de retirarse, logro ver a su sobrino salir como un rayo de la puerta.

— Una niña. – Su rostro exudaba felicidad y era tal su regocijo que no lo reprendió cuando la alzo en brazos y la hizo dar vueltas. –Una bella y hermosa niña.

— Felicidades hijo.

— Señor Andrew, su esposa…

Ambos palidecieron al escuchar aquellas palabras dichas por el doctor y sin dejar que el hombre terminara de hablar se encamino a la sala donde Candy todavía se desgarraba del dolor. Pero esta vez no le permitieron quedarse y le enviaron a la sala de espera.

— Un niño. –le dijeron una hora después, aunque a él le parecieron siglos. Estaba agotado y no quería ni pensar como estaría su Candy. –Ahora si puede pasar a ver a su esposa, esta en la sala de recuperación.

Cuando por fin llego a la habitación la enfermera llego con dos preciosos niños, el uno estaba tranquilamente durmiendo y el otro estaba moviéndose como intentando reconocer donde estaba, se le hizo difícil reconocer cual era cual, los dos eran idénticos y maravillosos. Se acerco a la cama siguiendo de cerca a la enfermera, esta tomo uno de los niños y se lo dio a su madre no sin antes mencionar el sexo de este.

— Un niño… –murmuro Candy agarrando el arrugado e intranquilo bulto que le ofrecían. Los pequeños parpados se entreabrieron para fijarse en ella de una forma curiosamente familiar. Y a pesar de que aun era muy pequeño pudo ver los ojos de Albert, azules y profundos en la criatura. Cuando levanto la vista de su hijo se encontró con los cristalinos ojos de Albert que no dejaban de mirar a ese milagro maravilloso que su hijo demostraba. Le tendió a su hijo para que lo sostuviera mientras ella tomaba al otro bebe y lo reconocía como la niña mas agraciada y tranquila del mundo.

Albert sostuvo a su hijo con ternura y delicadeza, se sentó junto a Candy y extendió el brazo para también tocar a su hija al mismo tiempo. Ella estaba agotada y trataba de que el cansancio no la venciera.

— Son preciosos.

— Si… ¿Amor mío, estas muy cansada?

— Si. – Candy cerro los ojos, era una estupidez pero tenia un ligero temor en su ser. Ella quería que él estuviera preocupado por sus hijos mas no por ella. Esa escueta respuesta le hacia temer indiferencia frente a sus pequeñas replicas.

— Ya pensaste en el nombre, yo estaba pensando en Rose para nuestra hija, es un lindo nombre y Anthony para nuestro hijo… – Albert rio con suavidad obligándola a abrir los ojos. –Son perfectos, ambos tienen todo lo que deberían tener; ni mas, ni menos… mira sus uñas son perfectas.

Candy lo miro por un rato antes de contestarle, él hablaba acariciándole el brazo que sostenía a su hija y al mismo tiempo le ayudaba a mantener su peso. Con el otro brazo sostenía a su hijo y ni siquiera pensaba en la incomoda posición en la que se encontraba, suspiro de alivio. Lo veía como perdido en ellos y eso era lo único que ella deseaba. Tal vez debería dejar correr el agua y confiar que todo se había perdido de alguna manera, en algún tiempo desconocido. Y del cual no quería tener conocimiento. Cerro los ojos y sintió que el peso de su brazo se aligeraba, entre abrió los ojos y en la neblina de la poca cordura que tenia, miro a Albert tomar a los dos bebes ayudado de su tía. Sus labios se posaron en su frente y con un dulce… Descansa, se dejo llevar por las profundidades de un sueño reconfortante.

Al siguiente día su habitación parecía una floristería. Sin poder evitarlo regaño a Albert cuando entro, él solamente se rio y se encogió de hombros divertido.

— Te lo mereces… ¿Como esta Anthony y Rose el día de hoy? ¿Puedo verlos? Ahora en la mañana les compre unos juguetes… a Rose le compre una muñeca de un metro de altura y a Anthony un tren con toda y la estación, espera a verlos están preciosos. La tía puso de cabeza a toda la mansión, están arreglando la habitación de nuestros hijos. – Candy no pudo evitar mirarlo con ojos sonrientes.

— Albert, todavía los bebes están muy pequeños para juguetes.

— Oh, pero quiero que crezcan rodeados de cosas bonitas. –Dijo con seriedad.

La enfermera entro sonriendo de oreja a oreja llevando una canasta de plata con un sello muy peculiar en el frente, era un emblema. Estaba lleno de rosas de varios colores pero predominaba el rojo. Candy arrugo el entrecejo:

— Oh Albert, razón tenían de hablar del Tío Abuelo William ¡que extravagante eres! – La enfermera las dejo sobre la mesita de a lado de la cama y salió.

— No son mías.

Ella le miro y se mordió el labio. Él se acerco y tomo la tarjeta que estaba entre las rosas y se la entrego indiferente. Ella miro lentamente la elegante carta sin remitente y sus manos temblaron pero no alcanzo a tomarla. Albert la levanto y en voz alta leyó la corta frase.

A la que esta siempre en mis pensamientos.

— Debió mandarlas en la encomienda de esta mañana. Dijo que vendría a penas se desocupara.

— ¿Como lo sabes?

— Teléfoneo en la madrugada a la mansión. –Ella siguió mirándolo esperando su reacción, pero él estaba muy tranquilo. – Tenia que decirle que estabas bien, estaba preocupado cuando hablamos hace tres semanas.

— Fue muy amable de tu parte. – Dijo mientras jugueteaba con el encaje de su camisón.

— Le debía algo… – Sonrió muy a su pesar Albert. –Además quería hablar con alguien de Rose y Anthony, los describí en su totalidad y dijo que no esperaba a verlos.

— Que bien. –Dijo todavía con su voz un poco dudosa.

— No temas, cuando los vi descubrí que el amor es como un virus. Se divide y se multiplica y cuanto más estires ese amor… mas grande se hace.

— Lo sé, mi amor, lo sé muy bien.

Cuando los llevo a casa, se sorprendió que la tía le confesara que él se había tomado la molestia de amueblar personalmente el cuarto de los niños, estaba con un montón de juguetes costosos y hasta impensables. Había todo tipo de animales de peluche colocados alrededor de la habitación sobre repisas. Al final miro un baúl de madera que aún no estaba abierto.

— ¿Que es eso?

— Un regalo del padrino. Me hizo atravesar el atlántico con todo eso. No lo abrí, creo que tú eres la más adecuada para hacerlo, dijo que eran para mi hijo. Que no te sorprenda que pronto llegue otro baúl igual para mi hija.

La palabra padrino la descoloco por un momento, pero también se fijo que cuando lo dijo, no había burla alguna en sus palabras; es mas escucho determinación y hasta entusiasmo. Coloco a los bebes en sus respectivas cunas y toco las diminutas mariposas multicolores que colgaban de un cordón blanco sobre la cuna de cada uno de los bebes.

— ¿Esto no los hará parpadear?

— No, no. Ayuda a los bebes a fijar la vista.

— Hablas como un padre experto.

— Conseguí un libro. – dijo tímidamente. – Pensé que debía saber como ser un buen padre. Después de todo no es fácil educar a dos hijos al mismo tiempo.

— No. –Dijo ella con solemnidad y mirándole con todo el amor del mundo.

— Debemos hacer las cosas bien.

— Si Albert y juntos lo haremos… – Le dijo dándole un fugaz beso. –Bueno, hora de darles de comer. ¿Me ayudas? primero a Rose.

Él se la llevo y se sentó a su lado en el suelo.

— ¿Puedo ver?

— No es una diversión… pero si quieres.

Rose inclino su rubia cabecita con un movimiento hambriento mientras las diminutas manos presionaban rítmicamente el pecho de Candy. Albert miraba fascinado.

— ¡Maravilloso creador! Es la pequeña mas glotona que jamás he visto… exceptuándote por supuesto.

— Lo disfruta. – dijo riendo Candy a su improvisada broma.

— No puedo culparla. –Dijo Albert y sus ojos se encontraron. Candy sin evitarlo se ruborizo y sonrió con ganas.

Cuando le toco el turno a Anthony Albert dijo:

— Déjame. –Albert con toda la delicadeza del mundo tomo su pecho y la boca del bebe lo asalto hambriento con los ojos cerrados. Albert no quito la mano, pero deslizo sus dedos con suavidad por la blanca piel, sin quitarle los ojos a la absorta cara de su hijo.

— Es instinto de sobrevivencia.

— Eres necesario para ellos ¿lo pensaste Albert?

— Tú eres necesaria para los tres.

— Y tú para mí.

— ¿En verdad lo soy Candy? – Él dejo que sus ojos azules descansaran sobre su rostro, reflejando amor en su mirada.

— Si – Dijo tocándole la mejilla con la mano. – Oh si que lo eres Albert, lo has sido siempre… eres imprescindible e irremplazable… ¿no lo sabias?

Fin


Hemos pasado cerca de un año con este fic adoptadito y abandonado por mas de dos años, pero que sin embargo estuvo en mis manos para poder darle una continuacion y un final.

Trate de mostrar lo que su titulo decia, fue un reto. Pero con alegria les digo que a lo largo de estos meses aprendi muchas cosas y espero haberlas plasmado en cada capitulo. Gracias a todas por sus palabras de apoyo y los tomatazos en ciertos puntos del fic, creanme eran necesarios para darle la importancia que se merecia a este fuerte padecimiento.

Gracias Lilith por abandonarlo y dejarme tomar la posta… mis delirios ademas del sinogan, hicieron que este fic llegara a veinte capitulos… ¡uy que barbara!

Agradezco a cada una, el haber estado pendiente de este fic y de esta su servidora. Y tras estas cortas palabras me despido diciendoles que pronto me tendran con otra locura… la cual ya se mostro en determinado momento pero que por circunstancias de la vida y mi salud se detuvo en el camino… si alguien sabe de lo que le estoy hablando… tendremos un artista mejorado y editado… alla vamos GF2011.

Amigas gracias por mantener vivo este fic y por permitirme ser libre en cada palabra… las quiero un monton y no duden en escribirme si tienen alguna sugerencia o queja.

Besos y abrazos para cada una… las llevo siempre en mi corazon.

Karin

Queridas amigas, que les puedo decir además de gracias…