¡Hola!

Les traigo esta mi pequeña novela de vampiros :3

Es la corrección de mi antigua versión homóloga a esta. Espero que les guste la corrección. Le quise dar un matiz mucho más maduro, profundo, sensual y un poco grotesco.

Les gustará, se los aseguro.

Lean con cariño y cuidado a esta pequeña parte de mi alma perversa.

Declaración: Las PPGZ no me pertenecen (Si fuera así tal vez en lugar de superheroínas serían vampiresas y los chicos serían sus cazadores.), le pertenecen a TvTokyo. Las utilizo sin fines de lucro, mero entretenimiento.

Advertencias: Universo Alterno, Out of Character, Original Characters, incoherencias en algunas cosas, sangre, tragedia, vampiros y un poco de lime no explícito.


Cazador

Capítulo 1: Rosas Rojas

La luna iluminaba el cielo nocturno con su peculiar resplandor plateado, siendo solo acompañada por el brillo tenue de algunas estrellas lejanas. No había muchas nubes así que la luz que desprendía el astro no era interrumpida por ningún motivo. No había mucho movimiento en aquellos rumbos de la ciudad a pesar de ser un fin de semana idóneo para pasear un buen rato: El clima perfecto, cielo despejado, brisa fresca y buen ambiente en los centros nocturnos. No obstante, esa calle estaba vacía.

Las copas de los árboles se mecían suavemente al compás del viento. Eran pocos los coches que pasaban por allí, de la misma forma que eran pocos los transeúntes que caminaban por los pabellones rodeados de edificios y árboles. La calle estaba tan pasiva que se podía escuchar a la perfección el chillar de un grillo solitario, junto con el aleteo de algunas aves que aún no emigraban por el inminente invierno. Todas esas cualidades hacían de ese lugar uno de los más adecuados para buscar lo que él necesitaba.

Él caminaba sumido en sus pensamientos, escuchando el eco de sus pasos, viendo sin atención todo lo que había en su alrededor. Su cabello negro, sostenido en una coleta alta, se mecía al compás del viento, al igual que el mechón que cubría uno de sus ojos a forma de flequillo. Sus orbes verdes miraban sin mirar el horizonte, perdidos en algún punto en la calle, en busca de algo que tal vez no encontraría. Sus ropas no resaltaban mucho en comparación de la noche, pues eran cubiertas por una larga gabardina negra de cuero que resaltaba sus anchos hombros y su figura esbelta. Lo único que resaltaba de él era su piel tan blanca y pálida como el resplandor de la luna.

Parecía indiferente a cualquier cosa que estuviera cerca. Pasó de largo un callejón sin prestar atención a la obscuridad que lo envolvía. No se percató del hombre que se cruzó en su camino, caminando con prisa en la dirección contraria que él. Tampoco pareció darse cuenta de que pronto la brisa se hizo más fuerte, provocando que las copas de los árboles se mecieran con ímpetu y su flequillo se moviera dejando al descubierto todo su rostro. No se inmutó en nada hasta que el sonido de los pasos a sus espaldas fue interrumpido por algo. Giró el cuello sin mucho interés, pero todo cambió cuando esa imagen fue procesada por su cerebro: Dos delgados brazos se alargaron desde la obscuridad hasta que rodearon por completo el cuerpo del hombre que había ignorado hacía unos momentos, haciéndolo con ellos hacia el callejón que también había pasado desapercibido por sus ojos.

− ¡Ayuda! – Fue lo único que el hombre logró decir antes de ser arrastrado –literalmente– hacia el callejón. No pudo ver más que los brazos del agresor, pero ya se imaginaba qué podría ser.

Una sonrisa surcó sus labios y sin pensárselo un momento más se giró sobre sus talones, acelerando el paso hacia el callejón. Se adentró a la obscuridad y comenzó a recorrerla con la mirada para intentar distinguir algo. La única luz que lo ayudaba era la que desprendía la luna, pero a medias, pues los altos edificios alrededor cortaban su paso.

Esperó unos segundos a que sus pupilas se acostumbraran a la obscuridad y cuando comenzaron a aclararse pudo ver como el cuerpo del hombre bañado en sangre caía delante de él, justo a sus pies. En un solo movimiento introdujo su mano a uno de los bolsillos de su gabardina, sacando en un segundo un cuchillo tan plateado como la luna. Lo acomodó delante de su pecho poniéndose en guardia para prevenir cualquier ataque imprevisto y se encaminó lentamente a donde el cuerpo había caído clavando su mirada en las sombras.

Sus ojos captaron un movimiento y pronto notó como de la espesura de la obscuridad se asomaron dos grandes orbes rojos, como dos manchas de sangre; también pudo distinguir un largo mechón de cabello blanco que se paseó por delante de esos ojos escarlata. El joven no pudo evitar esbozar una amplia sonrisa pero está se desvaneció al ver que aquellas ventanas rojas se cerraban nuevamente.

De las tinieblas se escaparon sonidos extraños y un momento después vio como una figura femenina, encapuchada, escalaba uno de los edificios adyacentes con una habilidad sobrehumana. La siguió con la mirada hasta que ella de un salto se colocó en la terraza del edificio y se detuvo solo un segundo para mirar hacia el obscuro callejón con unos esplendorosos ojos color jade, siendo iluminada por el plateado brillo de la imponente luna. Él se movió rápido, acercándose a los adoquines del edificio, pero cuando dirigió sus ojos de nuevo a la terraza, ella había desaparecido.

− Mierda. – Murmuró para sí mismo, con el entrecejo fruncido. Guardó el cuchillo de nuevo en su gabardina y se giró observando el inerte cuerpo que ya hacía en el suelo sucio del callejón. Caminó hasta él y movió su cabeza con el pie sin ningún cuidado; miró con atención el cuello, donde dos pequeñas marcas rojas dejaban escapar hilillos de sangre tibia. Una sonrisa volvió a surcar sus labios, volviendo sus ojos hacia el camino y retirándose del hombre. – Estamos cerca− Pensó, retomando el paso lentamente para salir del callejón.


En el exterior los rayos de luz solar eran potentes, a pesar de estar a mediados de septiembre no parecía que el sol menguara un poco su fuerza. Pero el viento sí había cambiado, se había puesto más frío y fuerte, anunciando que pronto sería invierno. Pero aquellos tres jóvenes no le prestaban demasiada atención a lo que ocurría afuera. Se mantenían encerrados dentro de esa casa, con las ventanas obstruidas por completo, por lo que era un lugar en extremo obscuro.

− Butch ¿Encontraste algo anoche?− Cuestionó uno de ellos, viendo con sus radiantes orbes rojos al susodicho, más no recibió respuesta alguna. El único moreno de los tres estaba perdido en sus pensamientos, viendo absorto el cuchillo de plata que sostenía en la mano derecha. Él ya no vestía con la misma gabardina que hacía unas horas. Ahora solo llevaba una camisa de tirantes negra y un pantalón obscuro.

− ¡Butch! ¡Brick te está hablando! – Habló el tercero, que poseía unos brillantes ojos zafiro, arrojándole al moreno una manzana roja al regazo. Él tomó la manzana con su mano libre y la limpió con su camisa sin darle mucha importancia. Levantó la mirada, clavándola de inmediato en los orbes carmesí del primero.

− Disculpa, ¿Dijiste algo?

− Te pregunté que qué fue lo que encontraste anoche.− Repitió el pelirrojo, clavando sus ojos en los verdes de su hermano.

− Ah… Me encontré con la Princesa del Norte. Parece que cada noche me acerco más a su refugio. La vi mientras estaba "cenando". No tuve el placer de hablar con ella.− Habló lleno de sorna, encontrando cierta diversión en hablar sarcásticamente en un tema tan serio. Bajó su mirada hacia la manzana, mordiéndola casualmente para ocultar su sonrisa al ver el asombro de su hermano mayor.

− ¿La dejaste escapar? ¿Aún cuando la encontraste de frente? – El tono de voz se elevó ligeramente, mientras conjugaba cada palabra. Era imposible. Su hermano realmente era un mequetrefe. − ¡Estás demasiado relajado! ¡No porque la Princesa del Oeste esté muerta significa que vas a bajar la guardia, Butch! No debemos de perder tiempo. Si encuentras una princesa, la matas, eso es lo que se debe de hacer, no jugar a que comparten la merienda.

− Brick… no creo que debas hablarle a Butch de esa forma. No sabes en qué condiciones estaba. En lugar de eso, mejor alégrate porque ya al menos encontró un rastro; no como tú o yo que seguimos solo pistas aisladas. – Intervino el rubio, hablando seriamente con una voz tan baja que era apenas audible. El mayor de los tres endureció el semblante, no refutó nada, el menor tenía razón.

− Bueno, creo que voy a dormir un rato. – Sentenció el moreno levantándose del sofá y llevando de nuevo la manzana a sus fauces para morderla nuevamente. Guardó el cuchillo de plata en uno de los bolsillos de su pantalón y se dirigió despacio hacia su habitación.

− Butch, no duermas demasiado. En la tarde iremos a buscar a Leo. Necesitamos municiones. Y a la siguiente, asegúrate de matar a tu presa. – Habló bajo, en tono de amenaza, pero el dueño de los ojos esmeralda prefirió hacer caso omiso, entrando en una de las recámaras, para cerrar la puerta de golpe.


Al atardecer sus ojos se abrieron solos. Fijó su mirada sin ánimos en el reloj análogo que colgaba en la pared y se dio cuenta que, como siempre, había despertado a las 6:43 de la tarde. Bufó para sus adentros, no importaba cuanto cansancio tuviese, no podía seguir durmiendo luego de esa hora.

Se levantó de la cama, sin molestarse en acomodarla y caminó lentamente al baño individual de su habitación. Cerró la puerta por mera costumbre y fue hasta la regadera, abriendo el grifo de agua fría. Se despojó de la ropa sin mucho ánimo, tirando las prendas en el suelo. Sin disponerlo, levantó su mirada clavándola en su reflejo que también lo observaba con atención desde el espejo que adornaba el recinto. Su pecho marcado por las cicatrices viejas nunca cambiaba. Era el mismo pecho que años atrás, pero ahora más maduro, más fornido y marcado.

Pasó una de sus manos por todo su abdomen, deteniéndose en la cicatriz más grande y la más dolorosa de recordar: Aquella larga y gruesa que había sido provocada por la espada plateada de su propio padre encolerizado. Pero aquello no era lo que le dolía, sino que su madre muriera por culpa de aquel ataque de furia de su progenitor.

Se detuvo un momento y pasó su mano derecha por su frente, retirando involuntariamente el flequillo que lo caracterizaba. No le gustaba recordar. Los recuerdos eran todos dolorosos. Suspiró fuertemente y queriendo dejar de atormentarse, se introdujo al agua helada de la regadera. Dejó que su cabello azabache se mojara y que escurriera por su rostro lentamente, mientras sus músculos se relajaban con el rítmico golpeteo del agua en su espalda. Le gustaba vivir de esta forma, en la obscuridad, con frío y evitando verse en el espejo lo más posible. No deseaba nada más que no fuera esto.

Después de ducharse normalmente secó su cuerpo con una toalla cualquiera. Salió del baño envuelto desde la cintura con la toalla y buscó su ropa. Se puso lo primero que se cruzó en el camino, como siempre: Prendas obscuras. Se cepilló el cabello con un peine sin verse en el espejo; lo recogió en una coleta alta, dejando su flequillo suelto. Se colocó la gabardina de la noche anterior y dentro de uno de sus bolsillos colocó uno de los cuchillos de plata que descansaban en todos los muebles de su habitación. Suspiró con desgano y caminó a la puerta de su cuarto.

Entró a la sala de estar y fue allí cuando sus orbes verdes se encontraron con sus hermanos de frente, ambos parados cerca de la puerta; esperándolo.

− Vámonos. – Ordenó el pelirrojo, abriendo la entrada. Los dos otros dos lo siguieron de cerca, sin mostrar ninguno mucho interés. Caminaron por unos minutos por la calle, ya obscura, pues por ser inicios de invierno anochecía más temprano. Algunas nubes en el cielo mostraban un color amarillento, denotando que acababa de obscurecer.

− Odio el sol. – Murmuró para sí mismo el moreno, mientras caminaba y metía sus manos a los bolsillos de su gabardina. Iba rezagado en la caminata, pero en realidad no tenía ánimos suficientes como para estar cerca de sus hermanos.

− Ya te deberías de haber acostumbrado. – Comentó su hermano rubio, haciéndole notar que había escuchado su comentario. Dirigió su vista verde a la de él y lo encontró sonriendo, con una de esas sonrisas que denotan calor, e incluso tal vez hasta un poco de cariño. – Tienes más de 300 años resistiendo el sol; sólo tienes que ser un poco positivo, esto evita que tengas un bronceado permanente en tu piel y seas tan pálido que pareces de sangre azul.

− No se quejen.− Intervino el mayor de ojos rojos, sin girar para observar a sus hermanos. Se sabía de antemano que tenía muy poca paciencia y eso los cansaba.

− ¿Por qué no, si tú eres el único que no tiene que sufrir lo que nosotros? – Butch volvió a hablar, pero esta vez un poco más alto, viendo fijamente la nuca de su hermano pelirrojo. No buscaba compasión, pero le molestaba su actitud.

− ¿Tu que preferirías? ¿Tener que evadir el sol o tener que utilizar agua mezclada con hierbas para hacer todo y peor aún: no poder mojarte con agua natural porque te purificaría y morirías? Yo, preferiría no ser vulnerable al agua. – Sopesó Brick, sin mover su vista del camino. Él giró en uno de los callejones de la vereda, siendo seguido por los otros dos.

− Prefería no ser mitad vampiro.− Repuso ahora el rubio, con un deje nostálgico en su voz. El mediano sintió empatía por lo que el otro deseaba. Si fuera así, todo habría sido más sencillo en su vida.

− Eso sería lo mejor, pero no es factible. – Argumentó el pelirrojo, cortando de tajo aquella absurda conversación. Los dirigió hacia una puerta de acero que no resaltaba mucho entre la obscuridad del callejón. Tocó un par de veces la puerta, deteniéndose los otros dos detrás de él. No esperaron mucho para cuando la puerta se abrió enseguida. Los jóvenes entraron con lentitud, uno por uno.

Los recibió la obscuridad de nuevo, mientras que solo algunas lámparas débiles alumbraban la sala en la que estaban. Un joven, de radiantes ojos obscuros, tan negros que tenían un brillo púrpura contra la luz, se colocó delante de ellos, sonriendo de lado. Ellos ni se molestaron en saludar, fueron directo a uno de los sillones y se sentaron inmediatamente.

− Sean rápidos, que tengo prisa de irme. ¿Qué se les ofrece? – Preguntó él, viendo a los tres hermanos que había recibido en su casa. Fue el pelirrojo quien contestó rápidamente, pues ellos también tenían prisa por irse de aquel lugar.

− Necesitamos más municiones, Leo.

− No sé porque no me sorprende.

− Es a lo que te dedicas, ¿no? Deberías de tener una idea de que solo venimos para eso. Tampoco no podemos venir a tomar el té y cuchichear como si de mejores amigas nos tratáramos.

− Sí, claro, como somos unas princesitas tan tiernas, deberíamos hacerlo algún día.− Repuso el vendedor, destacando su sarcasmo y llenándose de sorna al hablar. Se encaminó hacia uno de los cuadros que estaban tristemente colgados de la pared y lo empujó, mirando a los jóvenes que permanecían sentados. La pared donde estaba el cuadro cambió lentamente, mientras que de uno de los ladrillos salía una manija, que él abrió sin siquiera verla, dando paso a una bodega mejor iluminada.− ¿Qué esperan? Vengan a tomar lo que necesiten.

Los hermanos se levantaron de los sillones y caminaron hacia la bodega. Una vez dentro se detuvieron en el centro de varias vitrinas, perfectamente ordenadas y con una iluminación perfecta, a diferencia de la antesala donde habían estado hacía unos segundos. Esperaron un momento a que sus ojos se hubiesen adaptado y luego comenzaron a recorrer las vitrinas con la mirada.

Los tres salieron en busca de lo que necesitaban: Armas pequeñas que pudiesen ser escondidas con facilidad de los ojos curiosos, pero letales para los fines que necesitaban. El moreno, ya acostumbrado a todo aquello, se acercó a las vitrinas posteriores, donde estaban las armas punzocortantes de plata, pequeñas, justo como le gustaban.

Tomó algunas dagas y cuchillos de plata, dejándolos sobre una de las mesas. Caminó hacia otro aparador y sacó de él pequeñas botellitas de cristal selladas a la perfección para que el líquido claro que se encontraba dentro de ellas no se derramara a menos de que el cristal se rompiera. Las dejó también en la mesa y se recargó en ella, esperando a sus hermanos para que se apresuraran en su selección. Pero algo en aquellas vitrinas llamó su atención.

Se acercó a la vitrina para ver ese peculiar revolver plateado y sonrió. Le gustó el grabado que tenía el cañón de: »Life is not forever«, junto con un peculiar adorno de flores blancas en el mango. Lo tomó de la vitrina, junto con dos cajas de balas plateadas, caminó a la mesa y lo dejó sobre ella, junto con lo demás.

− ¿Un revolver? – Cuestionó su hermano rubio al notar lo que había en la mesa, cuando se había acercado a dejar lo que él había escogido: Una brillante daga plateada con el mango azul, cubierto con diseños creados con pequeñas piedras preciosas en color blanco. – Algo diferente para tus gustos, ¿no, Butch? – El aludido no respondió. Sabía que era algo diferente de lo que normalmente elegía, pero no le importaba. Soltó un sonido parecido a un bufido y el menor entendió, ampliando su sonrisa y mostrándole la daga. – Yo también he escogido algo distinto hoy. – Terminó, alejándose para terminar con su elección.

Una vez que sus hermanos hubieron terminado de tomar lo que necesitaban, dejaron las cosas sobre la misma mesa que él. El vendedor se acercó viendo lo tomado sin decir palabra alguna y sonrió. Escribió en un papel, a modo de recibo, lo que debían pagar y se lo tendió al pelirrojo. El mayor tomó la nota, introduciéndola en su bolsillo del pantalón sin inmutarse en siquiera verla.

− Te liquidaremos la cuenta en dos semanas. – Sentenció y Leo asintió con la cabeza.

−De acuerdo. Los espero puntuales. – Repuso, caminando de nuevo a la antesala donde habían estado antes. Los hermanos tomaron las cosas de la mesa y las guardaron como pudieron entre sus ropas, para no llamar la atención al salir. Butch guardó todo en su gabardina, distribuyéndolo organizadamente.

Cuando hubieron terminado caminaron a la antesala también, pero esta vez no se sentaron y salieron de aquella casa inmediatamente. Giraron para verse al rostro, y no necesitaron palabras para decirse que era hora de separarse. Cada uno tomó su propio camino, y se quedaron solos.


Mientras caminaba por una de las calles más alejadas de la ciudad hizo un recorrido mental por todas las pistas que tenía. El ataque que había presenciado la noche anterior lo había dejado más cerca de su objetivo que nunca, pero ahora no sabía dónde debía de buscar.

Se acercó a las calles donde había estado la noche anterior y nada. Tal vez la Princesa del Norte no estaría cazando esa noche o había cambiado su estrategia por lo cerca que habían estado de atraparla, pero no sabía cuál era la opción acertada.

Pasaban de las 11:50 de la noche y para ser sinceros estaba cansado de caminar sin rumbo alguno. La calle por la que andaba era un poco más concurrida que la de la noche anterior, había algunos letreros para clubes nocturnos de cuando en cuando y la gente entraba excitada en ellos. Suspiró con desgano y se detuvo delante de uno de esos centros nocturnos. Parecía que era uno de esos lugares donde mujeres baratas bailaban para ganarse la vida y le atrajo esa idea. Hacía semanas que no tocaba una mujer así que al estar tan cerca de su objetivo la noche anterior podría buscar algo de diversión en un lugar como ese.

Sin pensarlo más se introdujo al lugar, caminando entre los hombres lujuriosos que estaban sentados en las mesas. El humo sofocaba un poco las luces de colores que iluminaban el lugar. La música fuerte no permitía escuchar más que sus pensamientos, pero al parecer el show principal todavía no iba a comenzar. Visualizó el bar a la orilla del club y caminó en dirección a él. Necesitaba refrescarse con algo. Tomó una de las butacas y se sentó en ella. Una de las mujeres semidesnudas que andaban por el lugarse acercó a él y le habló alto para que pudiese escucharlo por encima de la música.

− ¿En qué puedo ayudarte, guapo? – Preguntó, viendo con atención los orbes verdes del joven, mientras colocaba una de sus manos encima de los bíceps cubiertos de él.

− Solo quiero una cerveza helada, por favor. – Respondió, hablando en un tono lo suficiente fuerte como para que lo escuchara.

−En seguida te la traigo, amor.

Dejó descansar los brazos sobre la barra. El penetrante olor a tabaco hizo que deseara haber llevado consigo una cajetilla para fumarla completa en esos momentos. Sabía que debería estar buscando a su presa, pero no le apetecía. Lo único que quería era que todo terminara de una vez por todas, para poder vivir tranquilamente.

Escuchó que la música fue de pronto interrumpida y una voz habló por el altoparlante, anunciando el inicio del tan esperado show de la noche. Vio como la nudista dejó la cerveza delante de él. Tomó la botella y le dio un buen trago, para luego dejarla donde estaba y dirigir su mirada hacia el escenario obscuro que estaba en el centro de todo el club. Notó que una luz iluminó el escenario y una suave música comenzó a incrustarse en sus oídos.

Suspiró, tomando su cerveza y girándose completamente en el banco donde estaba, para ver de frente el escenario. Fue entonces cuando la bailarina entró en escena. Un corto y despeinado cabello azabache, un suave tono de piel blanco, caderas anchas, cintura angosta, pecho abultado, todo cubierto con un suave velo en color negro. Todo lo necesario para incitar a un hombre, pero no fue aquello lo que llamó su atención. Fueron esos ojos verdes jade, brillantes, llenos de vida, lo que no le permitió separar su mirada de la atractiva mujer que estaba delante.

La música aceleró un poco, dando un ritmo más incitante. Y ella comenzó a bailar, contoneando sus caderas al ritmo de la música, moviendo su cuerpo de la manera más seductora que no había visto jamás. Lentamente, ella se desprendió del velo que la cubría, quedándose solo con el sostén cubriendo sus pechos y una braga muy pequeña que dejaba ver gran parte de su trasero.

Tragó saliva, y se llevó de nuevo la cerveza a los labios. Le gustaba el cuerpo de aquella mujer, pero no entendía por qué le parecía tan familiar, en especial aquellos ojos verdes.

La música comenzó a menguar y todos los presentes comenzaron a silbar y vitorear a la mujer con sensuales curvas. Él levantó la mirada de nuevo a los ojos de ella justo cuando terminó su interpretación, viendo como sobre el escenario caía un bouquet de rosas rojas y la luz plateada de uno de los reflectores se detuvo sobre su figura. El rojo contrastó tan perfectamente con sus ojos jade iluminados por la luz de plata que entendió lo que ocurría.

Ella era el vampiro que estaba buscando.


Aquí termina la primera entrega de esta historia.

La segunda está inmediatamente después, así que léanla cómodos, pero no olviden comentar este capítulo si les gusto. Todas sus opiniones son importantes.