Capítulo dieciséis
-El pacto que hizo conmigo fue su belleza interior, por la exterior –me confesó calmadamente, sin dejar de apresarme con su mirada salvaje.
-Pero… pero si ella es hermosa de las dos formas. ¿A qué te refieres con el exterior? Su cuerpo siempre ha sido perfecto.
-Sí, siempre lo ha sido, pero a ti no te importaba eso a la hora de insultarla, ¿cierto? –golpe bajo, tuve que desviar la mirada, no tenía el valor de que alguien más fuera testigo de mi imbecilidad-. Se lo hiciste creer, Ranma, que no era hermosa. Entonces llegué yo, quien siempre la amado por lo que es, quien jamás le diría una sola palabra hiriente. Yo sí sé cómo hablarle, ¿ves? Como un amante, y tocarla como su fuera de seda y cristal. Siempre consentirla, adorarla, venerarla, pues es así como se ama a una mujer. Y tú, que te proclamas el mejor, el que no le teme a nada, le temes a ella. Temes amarla.
-¡Ya no!
-Ya es tarde, ¿no crees? Ella se ha ido, ahora está conmigo.
-Por favor… -y mi tono fue tan suplicante, tan desesperado, que me desgarró el alma y me escoció los ojos. Dios, no podía aceptar que se había ido, no podía dar crédito a algo así. Todo mi cuerpo ardía ante la sola idea.
-A cambio de su belleza, ella me juró que sería mía cuando terminara en este mundo –alcé la vista como si me hubieran tomado de la barbilla de un jalón.
-¿Qué?
-La Akane que viste en tus dos minutos de muerte, es su belleza interior.
-¿Atrapada en una jaula? ¿Cómo un animal? ¡¿Cómo te atreves?
-Ya, ya. No creas que me dio gusto hacerlo. Ella quería ir corriendo a tus brazos, ¡no sabes cómo me lloro! Que si Ranma está muerto, que cómo demonios me atreví a ponerte un dedo encima. Y mira bien, Saotome, que tal vez fui yo quien casi te mata, pero fue ella quien te guió hasta mi. Ella quien planeaba destruirte poco a poco.
-¡Me importa un bledo si ella quería matarme! ¡Yo se lo permití! ¡Yo le dije que podía hacerlo! Pero tu… -sacudí la cabeza, tenía las piernas entumidas y las manos heladas-. ¡Dime porqué la tenías atrapada así! ¿No que como un amante? ¿Seda y cristal?
-No me dejó otra opción –aseguró tan tranquilo, a pesar de mis acusaciones, del dedo de hierro al rojo vivo con el que lo señalaba, era como si poseyera toda la paciencia del mundo, o él fuera la paciencia en persona. Solo sé que yo ya hubiera estallado y él permanecía imperturbable-. Le dije que tendría que encerrarla en cuanto llegara el momento de verte. Y ¿sabes qué dijo? Que sí.
-Mientes.
-Oh, no, ya hablamos de eso de mentir, ¿recuerdas? Pues me dijo que sí, que se quedaría muy callada y muy quieta si prometía no hacerte daño. Yo cumplí, pero ella no. Te dijo dónde pensaba quitarse la vida. ¿Por qué?
-¿Por… qué? –nunca lo había pensado, aquello me tomaba por sorpresa.
Él sonrió pero esta vez fue más humano, como si no quisiera asustarme más de la cuenta.
-¿No te lo preguntaste? ¡Vaya que eres idiota! –me mordí la lengua para controlarme y él volvió a sonreír-. Ella se lanzó al mar, Ranma, para venir conmigo en cuerpo y alma –negué con la cabeza repetidas veces, pero fui incapaz de soltar una sola palabra-. ¿Por qué lo haría? ¿Eso piensas? ¿Por qué querría adelantarse para venir conmigo? Cuando vio el daño que te había hecho, pensó en volver a mí para hacer otro trato.
Mi corazón dio otro brinco, uno tan violento que sentí vértigo y un nudo doloroso en el estómago. Entonces sentí unos deseos casi incontrolables de arrodillarme ante ese ser y rogarle por ella. "Ya no pactes con ella –quise decir, suplicar sin importar nada, nada más-. Ya déjala en paz. Por favor, siempre ha sido impulsiva, nunca piensa bien las cosas, ya no le hagas más daño." Pero no lo hice, porque de pronto, la mirada impecable de ese hombre sin defectos, entristeció. Y debo decir que el cambio fue tan brutal, que me rompió el corazón el presenciar su pena.
Pensé: un ser así nunca debería de sufrir, pues el mundo lo resiente. Yo lo resiento.
-Pactamos de nuevo -¡oh, Dios, no! Sentí que la sangre se me hacía como esquirlas de hilo en la sangre, todo el cuerpo me dolió-. Me dijo que habíamos quedado en que sería mía cuando acabara en este mundo, ¿entiendes ahora? Ella no había acabado. Me explicó, con lujo de detalles, el gran amor que te tenía, ¡y no sabes que rabia me dio! Pero, veras, como parte de mi es Rabia, puedo controlarla, y eso hice. Aunque por dentro ardiera, la escuché hasta el final. Me aseguró que hasta no amarte como mujer, como amiga, como novia y amante, no terminaría en este mundo. Ella quiere casarse contigo, Ranma, y morir de vieja a tu lado.
-Yo…
-Ya sé que tu también, idiota. Entonces le dije que la dejaría volver a tu lado, con una nueva condición. Y he aquí el trato: Podrás amar a Ranma, siendo tú, y cuando llegue el día de tu muerte natural, ya vieja, vendrás conmigo y me amarás a mí para toda la eternidad.
Mi mirada se nubló por nuevas lágrimas, ¿es que eso nunca iba a parar? Temblé de pies a cabeza, mis hombros tensos chillaron de dolor, mi gesto era de pura sorpresa, pura maldita agonía. ¿Por qué, Akane tonta, por qué?
-Pacta conmigo –le dije, le rogué, haciendo un esfuerzo sobrehumano por no soltarme en llanto otra vez.
-Tú no me sirves de nada, Saotome. En cambio ella… -y por primera vez dejó de mirarme para bajar la vista a la mesa, ¿o era al cuchillo? Y suspiró.
-¿Por qué estás tan triste? –y juro que creí que lo había pensado, pero mis labios me traicionaron.
Él alzó de nuevo la vista y en sus ojos de abismos y secretos, vi tal resolución, que me dejó de piedra.
-El verdadero amor, Ranma, es algo que más vale que aprendas de ahora en adelante y que jamás, jamás le falles a Akane –sentí una punzada de vida, de emoción pura, en mi corazón, pero no me atrevía a adelantar las cosas-. Voy a dejar que vivas con ella hasta el último día de su vida, y de la tuya. Voy a dejar que crezcan y tengan familia, y además les daré el regalo de que ambos morirán al mismo tiempo, para jamás sentir la pena de la pérdida del ser amado. Y después… -hizo una pausa y yo tuve tiempo de pensar en la eternidad que le esperaba a ella con él, tal vez la amara de verdad, tal vez siempre sería su sol, sus mañanas, su corazón, pero no podía creer que existiera alguien que la amara más que yo, ¡y me negaba a aceptarlo! -. Si tú, Ranma, me prometes ahora en el nombre de tu alma, que la vas a amar por encima de cualquier cosa, yo te prometo que nunca más, ni siquiera en el otro mundo, me acercaré a ella.
Y así de golpe, me quedé sin aliento. Boquiabierto. Tan atónito que dejé de sentir y pensar absolutamente todo, en mis venas sólo había sorpresa y mi corazón parecía haber quedado en suspenso.
-Lo juro, en el nombre de mi alma y de mi espíritu, lo juro por ella que es lo que más amo en la vida –aseguré con cada una de mis palabras saliendo como acero, indestructibles.
Él volvió a sonreírme, satisfecho, y en sus ojos de nuevo brilló todo el enigma y todo lo místico del mundo.
-Tenemos un trato, entonces.
-¿Por qué lo has hecho? –quise saber, demasiado confundido para darme cuenta de sus acciones.
-Porque la amo, Ranma, y la quiero ver siempre, siempre feliz. ¿Ves? Aunque tenga que sacrificarme, lo hago porque a mi lado nunca se sentiría como contigo, y a la larga eso la destruiría.
-¿Y a ti?
-¿A mí? A mí nada me destruye, Ranma –se puso de pie con una gracia innata-. Has tenido la maravillosa suerte, el privilegio, de ser de los pocos hombres en la Tierra… –me rodeó, pero yo no me atreví a seguirlo con la mirada, de pronto se detuvo detrás de mí, y se inclinó hasta que sentí su aliento como brazas sobre mi oído-, en hablar con la Muerte –deben creerme si digo que no hay palabras para describir lo que sentí y pensé en ese momento en que finalmente me confesaba quién era. No sé si fue miedo, o reverencia, o amor, no sé lo que fue, tal vez una mezcla de todo-. Ahora, cierra los ojos.
Y lo hice, claro, porque en ese momento sentí todo su poder aplastante y eterno, y confié ciegamente en él.
Estuve con los ojos cerrados un par de segundos a lo mucho, cuando sentí unas manos suaves, delicadas y tibias, posarse sobre mis párpados, y dejé de respirar, mi estómago pareció dar un brinco hasta mi garganta, y mi corazón detenerse. Luego, su aliento suave, caótico, chocó contra mi cuello un instante antes de que sus labios tibios y encantadores me llenaran de besos. Y creo que volví a llorar, sí, estoy casi seguro de que las lágrimas corrieron por las comisuras de mis ojos cerrados. Era Akane.
-Ya, ya –me dijo con su voz de campanillas de oro y cristal, deliciosa como torrentes de miel-. Ya pasó todo, mi amor, he vuelto. He vuelto para siempre.
Con las manos temblorosas tomé las suyas sobre mis ojos, y las bajé hasta mi pecho donde las estreché tan feliz, aliviado, entero de nuevo, que no pude hacer otra cosa más, que sonreír.
FIN. Gracias.