Summary: Con el Santuario a punto de colapsar, es el momento de llamar a la artillería pesada. ¡Los pesos pesados han llegado! ¿Podrán detener la estela de destrucción causada por los enanos? Y, en Japón, Kanon intenta sobrevivir a su primera cita con Saori y Julián.
Capítulo 9
De cómo las niñeras doradas se consiguieron sus propias niñeras
La teletransportación era, sin lugar a dudas, una habilidad envidiable. Especialmente si la misión era subir hasta la Fuente de Athena a un toro de ciento treinta kilogramos con un tobillo roto. Cualquiera podría pensar que dicho trabajo no representaba un reto para dos Santos Dorados, aquellos que se jactaban de ser los más fuertes de la Orden. Pero, cuando los susodichos estaban tan incapacitados como el toro en cuestión, todo se complicaba un poquito.
Para empezar, la columna de Aioria estaba hecha una desgracia. Si le preguntaban, el león hubiera jurado que tenía alguna hernia de disco, o alguna vértebra fuera de sitio. Por supuesto, el mal estado de su espalda era de esperarse después de haber sido aplastado por el adorable Aldebarán y por un trío de pequeños y futuros Santos que, para colmo de males, habían bailado encima de ellos como si de un juego se tratase.
Milo tampoco estaba mejor que él. Los dedos de su mano izquierda habían terminado fuera de sitio, de un modo tan grotesco que hubieran hecho llorar a Kanon.
Sin embargo, a pesar de sus heridas y carencias, como siempre que un milagro era necesario, lo habían conseguido. Con más esfuerzo del que hubieran pensando, consiguieron dejar a Aldebarán en la Fuente, donde Eudora, la anciana curandera, les había dado una regañiza que nunca iban a olvidar, acerca de las responsabilidades y cuidados de un Santo Dorado, para después enviarles a casa con órdenes precisas de descanso absoluto. Si no se cuidaban, les había dicho, sería mejor que no volvieran a poner un pie en el sagrado sanatorio, o ella se encargaría de romperles los huesos que no estuvieran rotos ya.
—Todo esto es culpa tuya, gato—lloriqueó Milo mientras descendían lentamente hasta Leo.
—¿Cómo es todo mi culpa?
—Se llama karma. Tú querías asesinar al pobre Alde y ahora, ¡míranos! Tú estás todo contrahecho y yo tengo la nariz y la mano despedazadas. ¡Mi nariz! Era uno de los rasgos más bonitos de mi cara. Me daba personalidad. ¡Y mi melena está llena de chocolate! —Se quejó. La caminata les estaba resultando eterna, pero es que ni él, ni Aioria, se sentían capaces de caminar más rápido.
—No quería asesinar a Aldebarán. Solo quería deshacerme del chocolate.
—Matando a Alde. Eres un minino malo. Gato malo.
—Cállate—ladró. Odiaba admitirlo, pero Milo tenía razón.
Miró adelante, hacia donde el trío de angelitos correteaban por las escaleras. A primera vista lucían adorables: con sus disfraces de Carnaval, y su pintura de chocolate, y aquellas resplandecientes sonrisas que habían heredado de sus señores padres y que los hacían irresistibles.
Oh, pero si uno les conocía bien… Esos niños eran la kriptonita de la Orden Dorada, la hecatombe de los héroes, el Apocalipsis personificado… No existía otro modo de describirlos mejor.
—¿Qué vamos a hacer ahora?—cuestionó Milo. A Aioria le pareció una magnífica pregunta.
—No tengo la menor idea.
—Necesitamos descansar. Ahora que no me queda ni un gramo de orgullo, me gustaría al menos conservar la mano y la nariz. Mi linda cara será lo que me mantenga en pie.
—Por los dioses, bicho. Eres el señor drama en persona.
—¡No sabes lo que sufro!
—¡Díselo a mi espalda!
Se miraron mutuamente, con el deseo de comenzar una guerra de los mil días. Aunque dadas las circunstancias y el penoso estado en el que estaban, la batalla duraría dos segundos antes de que ambos colapsaran.
Aquella rabia repentina y asesina del uno hacia el otro los hizo darse cuenta de que algo peligroso sucedía: empezaban a separarse. Terminar peleados y matándose no era un lujo que pudieran darse. Después de todo, si juntos ya eran un fracaso, separados estaban muertos.
—¡Alto! ¡Alto! ¿Sabes qué? No deberíamos pelear. —El castaño se sopló el flequillo. —Estamos juntos en esto, así que hagamos las paces y tratemos de sobrevivir. ¿vale?
—¿No tratarás de asesinarme como a Alde?
—No… Por ahora. Quizás después.
—¡Gato!
—Vamos, vamos. Los pequeños monstruos nos llevan ventaja.
—Van muy adelante…
—Pues más vale que nos apuremos, o tendremos que bajar rodando. —Un simple empujón y el escorpión terminaría recogiendo sus huesos en el siguiente templo. Casi sonaba justo. Era tentador.
—¡Estás pensando en cosas malas!—exclamó Milo—. ¡Puedo ver tu cara malévola!
—¡Argh! Solo apúrate. Anda, que tengo un plan. Y que los dioses nos amparen…
Y más valía que los dioses de verdad escucharan y se compadecieran de ellos por una vez, porque lo que estaba a punto de hacer era algo de lo que seguramente iba a arrepentirse después. Pero los niños lo habían dejado sin más opciones. Problemas extremos requerían de soluciones extremas.
Era el momento de llamar a la artillera pesada, a los refuerzos, a quienes sabían lidiar con catástrofes como aquellas. A las mujeres de sus vidas… A sus domadoras.
—¡Tienes esa horrible cara otra vez!—chilló Milo. Aioria respondió con una mirada asesina.
—Es la única que tengo—respondió golpeándole la nuca.
—¡¿En qué estás pensando?! Comienzas a asustarme.
—Ya te dije, tengo un plan.
—Qué es….
—Necesitamos ayuda. —El peliazul estaba a punto de replicar que eso ya lo sabían cuando el león le hizo un ademán para que guardara silencio. —Es hora de llamarlas.
—¿Llamarlas? ¿A quienes? —Le costó trabajo entender la idea al principio, pero de pronto, todo tomó sentido. —¿A ellas? ¡No! ¡Ahora estás loco! No podemos llamarlas, gato. ¡No podemos!
—No hay otro remedio.
—Pero… pero… Saga nos advirtió. Dijo que no dejáramos a Shaina cerca de los enanos.
—Pues no voy a obligar a Marin a cuidarte. —Aioria giró el rostro con fastidio y apuró el paso tanto como su espalda adolorida se lo permitió. —Si quieres cuidados y mimos, tendrás que llamar a la Cobra. Quizás no sea una tragedia tan grande como parece a primera vista.
Pero lo sería. Leo lo sabía tan bien como Escorpio, solo que ninguno estaba listo para admitirlo en voz alta.
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A punta de empujones, Saori consiguió que Kanon abandonara la limusina. El restaurante estaba en un exclusivo barrio de Tokio. A primera vista, se notaba que era un sitio elegante, y con una clientela muy reducida y adinerada. Al gemelo no le sorprendía en absoluto que Saori hubiera elegido dicho sitio: la pequeña manipuladora jugaba con el ego desmedido de Julián y lo hacía muy bien.
—¿Listo? Creo que llegamos a tiempo. —La pelilila esbozó su mejor sonrisa y se colgó del brazo de su Santo.
—Yo creo que ese escote tuyo está muy abajo.
—Bah, no digas tonterías. ¡Es mi vestido favorito!
—Pues sigue teniendo un escote demasiado provocativo. —Saori intentó defender su decisión, pero Kanon no la dejó. Podía verle hasta los sentimientos por culpa de ese maldito y provocador vestidor. —Nunca, jamás, estoy de acuerdo con Saga y con el arquero idiota, pero tienen razón esta vez: esa no es indumentaria para una niña como tú.
—Tengo veintiuno, Kanon, Veintiuno. ¿Qué hacías tú a tus veintiún años?
Kanon se sopló el flequillo.
¡Eso era precisamente lo que le aterrorizaba! Había tenido veinte, había sido joven y loco, desesperado por aventuras… y por conseguirse a la chica más bonita que pudiera. Los chicos, a esas edad, no solo eran peligrosos, sino que también eran atrevidos y hormonalmente revolucionados. Y Saori era la presa perfecta.
—Julián debe estar esperándonos. Apresúrate, o llegaremos tarde.
—¡¿Por qué tienes tanta prisa?! —Se quejó el peliazul mientras la diosa le llevaba a jalones hasta el interior del restaurante.
—Tú tenías mucha prisa esta mañana, en el centro comercial.
—¡Para que todo eso terminara y pudiéramos marcharnos! No esperaba que concertases una… una… una cita con ese idiota.
—Deja de fingir. —Lo miró de reojo y no pudo evitar sonreír al verlo sobresaltarse. —Sé lo que pretendes desde el principio. De algún modo, tú y Julián están de acuerdo en esto. Lo que no sé, es porqué.
—No sé de qué hablas. —Kanon trató de fingir demencia. Arrugó el ceño y giró el rostro en dirección contraria a su acompañante. ¡Jah! Saori festejó sus habilidades para leer sus sucias intenciones.
—Sé que intentas prostituirme, Kanon.
—¡¿Qué?! —Eso no solo sonaba horrible, sino que también sonaba peligroso. Si llegaba a oídos de cierto lemuriano centenario, o de cierto matrimonio de Santos idiotas, terminaría poco menos que muerto.
—Confiesa. —Ignorando sus quejas, Saori le clavó los dedos en las costillas. —¡Ya he crecido y no puedes engañarme como antes! ¿Qué estás planeando?
—¡No estoy planeando nada!
Justo entonces, el anfitrión llegó para salvar el pellejo de Kanon. Intercambió algunas palabras con Saori, a las que el gemelo ni siquiera prestó atención. Después, los guió hasta su mesa, donde Kanon pudo distinguir, sin temor a equivocarse, la melena azul de Julián, quien esperaba a por ellos.
Maldito mocoso. Ojala el sushi le cayera pesado y sus tripas terminasen con esa ridícula cita a la que Saori había accedido.
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Aioros había abierto y cerrado la boca en más veces de las que Saga podía considerar aceptables, o soportables. Pero en ninguna de esas ocasiones, palabra alguna había escapado de sus labios. El gemelo empezaba a perder la paciencia. Aquel era un horrible vicio del Santo Sagitario que delataba su ansiedad. Saga hubiera deseado que el cerebro del arquero pensara con menos fuerza, o al menos, que se atreviera a decir aquello que llevaba en la punta de la lengua. En cambio, su indecisión resultaba inaguantable.
—Venga ya, Aioros, escúpelo—demandó entre gruñidos—. Ya me cansé de este juego tuyo de abrir la bocota y decir nada. Me estás hartando. ¡Búscate un mejor tic nervioso!
—¡Eh! No me gruñas. No eres el único cuyo pellejo está en juego.
—No, no soy el único. Pero soy quien más peligros enfrenta.
—Si estás hablando de la madre de tus hijos…
—¡Por supuesto que estoy hablando de la madre de mis hijos! ¿Acaso no la conoces?
—La conozco muy bien.
—Entonces, sabes que estoy en peligro. —El castaño torció la boca. Ambos lo sabían.
—De todos modos, creo que antes de las chicas, alguien más va a matarnos—gruñó el arquero una vez más. Él también corría riesgo de morir entre las garras de la Mamá Sagitario, y ¡odiaba los arañazos!
—Si estás hablando del abuelo de nuestros hijos, estoy de acuerdo contigo también.
—Cuando se entere de esto, Shion va a arrancarnos la piel a pedacitos…
—Cuando te estresas, te pones sádico.
—¡Oye! No es mi culpa que tu reputación te preceda. —Se cruzó de brazos y se hundió en el sofá.
—¡¿Qué?!
—Lo que escuchaste. —Giró el rostro hacia al lado opuesto de donde estaba Saga. —Si la madre de tus hijos cree que pudieras estar consiguiéndole una hermanita a tus hijos en Japón, es porque tienes una muy dudosa reputación en lo que a mujeres se refiere.
—Aioros…
—En otras palabras, eres un golfo.
—¡¿Qué…?! ¡Esto es el colmo!—ladró Saga. Ofendido, giró el rostro en dirección contraria al arquero. —Ten amigos para esto...—masculló. No era culpa suya que las mujeres le persiguieran.
Indignados, los dos guardaron silencio por un par de segundos que se alargaron una infinidad, pero siendo los tontos que eran, resultaba imposible que se ignoraran por completo.
—¡Estás siendo pesado!—replicaron a la vez. Se encontraron frente a frente y se dirigieron la misma mirada recriminatoria.
—¡¿Yo soy pesado?! ¡Eres tú quien me ataca! —Se quejó Saga.
—¡Porque no tomas nada en serio!
—¡¿Te parece que no tomo en serio nuestra situación?! ¡¿Qué esperas?! ¡¿Quieres que llore?!
—¡No! —Después de todo, no sabría qué hacer con un Saga llorón. —¡Pero al menos usa tu súper cerebro para pensar en alguna alternativa!
—¡Ey! ¡Estás siendo sarcástico de nuevo! —Saga bufó. Se sopló el flequillo y se cruzó de brazos. —Solo para que sepas: sí, tengo un súper cerebro. Pero aparentemente solo es útil para estrategias de guerra. En lo que se respecta a emociones y vida social, se supone que tú eres el genio, genio.
—¿Quién está siendo sarcástico ahora? Sabes que soy un inadaptado social.
—Tal vez, pero tratar con personas se te da mejor que a mí.
—No cuando mi cabeza está en juego—apuntó. En lo que respetaba a su propia vida, Aioros era un fracaso. —Cómo sea… Creo que deberíamos tratar de solucionar esto, un problema a la vez.
—¿Sugerencias?
—Primero asegurémonos de regresar a casa enteros. Para eso, necesitamos solucionar el asunto con Saori y Kanon. De otro modo, Shion vendrá a arrancarnos las uñas, una a una.
—Sádico… —murmuró Saga. Aioros le lanzó una mirada recriminatoria. —De acuerdo, de acuerdo. ¿Qué hacemos entonces?
—Nos vestimos y vamos por ellos al restaurante.
—¡Ni hablar! No pienso ir a ningún sitio donde haya japonesas desnudas sobre mi mesa. Una foto filtrada y la madre de mis hijos se asegurará que los gemelos sean la única descendencia que yo tenga, con ella o con cualquier otra mujer.
—No estás hablando en serio… —Aioros arrastró las palabras. El peliazul comenzaba a sacarlo de quicio.
—Muy en serio, arquero.
—¡Por el maldito panteón olímpico! ¡Saga! ¡Pensé que ni siquiera querías tener más niños!
—¡Y no quiero! Pero…
—¿Pero? —Saga torció la boca, negándose a responder a aquel cuestionamiento. Aioros entrecerró los ojos. Saga lo estaba enviando solo a la guerra. —De acuerdo. Ya que mi brillante compañero decidió convertirse en un gatito asustadizo, seré yo quien salve nuestro pellejo. ¡Yo!
—Gracias, Aioros. Eres un tipo valiente.
—¡Que valiente ni que nada! —Abanicó el aire con las manos, en un gesto de total frustración y se puso de pie. —Me cobraré ésta, Géminis.
Saga lo miró mientras se marchaba y, cuando se aseguró que el arquero ya no podía verle, le sacó la lengua. Se cruzó de brazos, empanzurrándose en el sofá. Aioros era un tipo molesto. Molesto pero valiente. Valiente pero tonto.
Ya se quejaría cuando Mamá Sagitario le arrancara los ojos y la lengua por atreverse a visitar un sitio de aquellos. Al menos él estaría a salvo… Más o menos. ¡¿A quién engañaba?! Él moriría mucho antes que Aioros.
Alcanzó el bote semivacío de Nutella que estaba sobre la mesilla, decidido a limpiarlo. La Nutella era su única y verdadera amiga.
Un rato después, Aioros regresó con el traje a medio poner y el pelo mejor peinado que de costumbre. A Saga le pareció que su peinado era raro. Cuando Aioros se peinaba, todo era más raro que de costumbre.
—Espero que puedas dormir después de que me has abandonado vilmente—reclamó.
—Haré mi mejor esfuerzo.
—Gracioso… —Aioros buscó el espejo más cercano para tratar de acomodarse la corbata. Odiaba los trajes formales. Siempre había un botón de más, o una listón adicional, y por mucho que se esforzara, los moños jamás les quedaban derechos. —Oh, y solo para que sepas: lo he pensado bien, ¡ya no quiero una nena!
—¡Menos mal!
—Eso, festeja. Solo imagina los dolores de cabeza que tendré cuando mi nena imaginaria, se enrede con tipos como tú, dedicados a la golfería. ¡Podrían romperle el corazón!
—¡¿Qué…?!
Pero Aioros ni siquiera le dio tiempo de replicar. Antes de que Saga pudiera pensar en que responderle, el Santo ya había salido de la mansión, azotando la puerta tras de él.
—Idiota...—masculló Saga, antes de enfocar su completa atención de nuevo en la Nutella. Su última voluntad sería comerse un tarro de Nutella entero.
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Había que darle crédito: Shaina estaba haciendo todo lo posible por controlar su mal genio.
La antigua Shaina, esa amazona temible a la que todos recordaban, habría sido incapaz de pasar más de cinco minutos en compañía de esos críos revoltosos sin arrancarles los ojos de un zarpazo. Pero ahí estaba ella, como una campeona, haciendo acopio de paciencia y luchando contra sus instintos asesinos, a pesar de que los niños no ayudaban en lo más mínimo.
—Voy a repetirlo una última vez—su voz sonó amenazante, como el siseo de una verdadera víbora—: van a cerrar los ojos y dormirse ahora mismo… —Los niños quisieron replicar, pero ella fue más rápida. —Sin una sola queja, ¿entendido? Al primero que quiera pasarse de listo… le arrancaré la lengua. —Sonrió.
Un escalofrío recorrió las espaldas de Milo y de Aioria. Aunque las palabras de la Cobra iban dirigidas a los pequeños, la amenaza se sentía contra ellos.
Tenía sentido. Los pequeños eran intocables, porque las sombras de papá Géminis y papá Sagitario eran grandes y peligrosas. Pero Milo y Aioria no lo eran… Si alguien debía ser sacrificado para salvar la salud mental de Shaina, sería uno de ellos.
—¿Por qué tenemos que ir a la cama tan pronto? —Alex se cruzó de brazos.
—¡Mira! —Hektor apuntó al reloj de la pared, a pesar de que no sabía leerlo. —Estoy seguro de que ahí dice que todavía es temprano.
—¡Y tengo mucha hambre!—lloriqueó Odusseus—. ¡En casa se cena algo más que leche y cereal!
—¡Eso!
—¡Por eso tío Aioros y Odu está gorditos!
—¡Que malos!
—¡Silencio!—demandó Shaina y, para sorpresa de todos, el trío calló—. Aquí hay reglas muy claras y…
—¡Tengo hambre!
—¡No tenemos sueño!
—¡Queremos jugar un ratito más!
—¡Por fis! —Los tres chillaron a la vez.
Marin supo que era momento de intervenir cuando el rostro de Shaina empezó a colorearse de un rojo intenso y sus manos comenzaron a aplastar cabezas imaginarias. La Cobra estaba alcanzando su límite.
—A ver, a ver, niños… —Suspiró. Sutilmente, empujó a Shaina fuera de la escena y, con una mirada, ordenó a Milo porque la alejara de ahí antes de que una tragedia sucediera. —Hagamos algo, ¿vale? Primero, Odu, buscaremos algo más sustancioso que darte para cenar, pero no será mucho… o tendrás pesadillas—masculló. Ya sabía algo de ello, porque Aioria también era un tragón nocturno que después soñaba con ser devorado por un trozo de pizza con anchoas—. Segundo, Alex y Héktor, podemos quedarnos despiertos un ratito más. Pueden mirar una película de Disney si desean, pero—más valía ser muy clara al respecto—… ¡Nada del Rey León! La hemos visto demasiadas veces...—sollozó. Dirigió una mirada asesina a Aioria, quien ya había puesto cara de cachorro maltratado. ¡A él le encantaba el Rey León! ¿Qué había de malo con eso? ¿Era un pecado mirarla un mínimo de dos veces a la semana?
—¡Tía Marin!
—¿Sí, Alex?
—¡Tenemos una mejor idea! —Y entonces, el pequeño intercambió miradas con sus dos cómplices, con los que parecía entenderse sin necesidad de palabras.
—De acuerdo. ¿Qué…?
—¡No, Marin! ¡No los escuches!—suplicó Aioria.
—Aioria, silencio—sentenció—. Ahora mismo, tú tampoco eres precisamente una persona a la que deba escuchar. Anda, ve a ver si Shaina no terminó de arrancarle la nariz a Milo.
—Pero…
—¡Shu! ¡Fuera!
—Grrrrr… —Arrastrando los pies, Aioria hizo como se le ordenó. No era como que tuviera opción. A Marin no se le contradecía.
Cuando lo vio salir de la habitación, Marin suspiró. ¿Cómo demonios habían pensado Saga y Aioros que dejar a los enanos al cuidado de Milo y Aioria era una buena idea? Se suponía que Sagitario y Géminis eran un par de genios. ¡Brillantes prodigios laureados por todo el Santuario! Quizás en combate, porque en lo que respectaba a la vida personal, la amazona de Águila comenzaba a dudar que tuvieran más de dos neuronas funcionando.
De pronto, su atención regresó hacia los niños frente a ella. Se respingó al reparar en los tres pares de miradas que la observaban con insistencia. Escrutinaban su rostro cuidadosamente.
Marin frunció el ceño y arrugó la nariz. Ojala no tuvieran poderes mentales para leerle la mente o estaría en problemas con sus señores padres.
—¿Eh?
—¿Tío Bicho estará bien?—preguntó Héktor.
—Papá dice que tía Shaina es peligrosa.
—Podría hacerle más daño. Tío Milo es muy fragilucho. —Los tres niños asintieron a la vez.
—¡Solo mira! Odu le tocó la nariz y, ¡zas! ¡Qué se le rompió!
—¡Fue un accidente, tía Marin!—chilló el castaño.
—Sí, sí… Estará bien. —La pelirroja se sopló el flequillo. Si Shaina le pateaba el culo, era porque el Escorpión se lo tenía bien merecido. —Bien. Ahora sí. Respecto a lo anterior, ¿qué proponen? —Cualquier cosa era mejor que observar por milésima vez el Rey León. Así que, preparada para negociar, se sentó en el suelo, frente a las tres bolsas de dormir.
—¡Ah! ¡Eso!
—En vez de mirar películas, ¡podemos ayudar a preparar la cena de Odu!—festejó Alex. Marin pestañeó. Tal vez no cualquier cosa era mejor.
—¿Eh? Ni hablar. —Meneó la cabeza. —Los niños no pertenecen a la cocina. —Y los niños con genes de Santos Dorados, menos. Especialmente si esos genes eran los de Saga y Aioros. Levantó una ceja: los genios cada vez lucían como menos genios.
—¡Pero sabemos cocinar!
—Son pequeños. No saben—respondió a Héktor.
—¡Sí!
—No. —De pronto, le pareció que Seiya en realidad había sido un niño muy quieto en comparación con esas tres amenazas.
—¡Tío Kanon nos enseñó!
—¡Eso! ¡Tío Kanon cocina cosas muy ricas!
—¡Alimenta a mamá y a papá!
—¡A mi me enseñó mi mami!—añadió Odu—. ¡Es la mejor cocinera del mundo!—celebró levantando los brazos.
—¡Eso! ¡Es la reina de las galletas! —Los gemelos rompieron en una carcajada de triunfo.
—Ya, ya. Dudo mucho que cualquiera de los dos se haya tomado la molestia de enseñarles. —Marin planchó los ánimos sin consideración y tres pares de muecas aparecieron en los labios de los enanos. —Así que olvídense… —Puso su índice sobre la frente de Alex—…de…—luego sobre la frente de Héktor—… cocinar… —Y por último, sobre la de Odusseus. —¿Entendido?
Se cruzó de brazos, infló el pecho y sonrió, orgullosa ante la falta de réplicas. Lidiar con Seiya le había proveído de una habilidad para domar con niños que los demás no tenían. ¡Jah! ¡Y ni era tan difícil!
Eso sí: ahora más que nunca, se reafirmaba que Aioria podía olvidarse de tener descendencia. Porque una cosa bien distinta era educar niños y, otra muy aparte, era lidiar con el padre de esos niños. A veces no entendía como Mamá Géminis y Mamá Sagitario podían con sus mocosos mayores. ¡A esas mujeres había que darles un premio! O tal vez no…
Suspiró.
Pero, repentinamente, cuando creía que merecía saborear su triunfo, el trío de enanos abrieron la boca y las quejas salieron a borbotones por ellas. Había declarado su victoria con demasiada anticipación.
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—Todo esto es muy perverso…—masculló Kanon.
El gemelo tomó los palillos y con ellos, levantó una trocito de surimi que reposaba sobre las costillas de la mujer recostada frente a ellos. Hizo una mueca y dudó si llevárselo a la boca o no. Al final, declinó.
—Es un arte, Kanon. Cierra la boca. Suenas ignorante—reprendió Julián.
—¡Eh! ¡Qué yo ni siquiera quería venir!
—Pues haber cavado un agujero en la tierra y haberte metido ahí hasta el final de los tiempos—gruñó.
Kanon entrecerró los ojos. No estaba seguro si lo del mocoso era pura palabrería o una amenaza de muerte. Como fuera, debía ser precavido.
El hastío en el rostro de Julián eran muy obvio. La presencia de Kanon no le hacía gracia. Cierto era que el gemelo había sido parte importante de sus planes, pero no le necesitaba en ese preciso instante, sentando justamente entre él y Saori, boicoteando cualquier intento que hiciera por acercarse a ella.
Lo que la joven reencarnación de Poseidón no sabía, era que la más divertida en esa cena era precisamente Saori.
Ya no era una niña asustadiza que veía demonios por todos lados. ¡Al contrario! Era toda una mujer, capaz de cuidarse por sí misma, y experta en el arte de descifrar los intrincados cerebros masculinos. Después de todo, vivía rodeada de hermanos calamitosos y para prueba de ello estaba Kanon.
Era precisamente por eso que había tomado la decisión de atormentar a Kanon hasta que escupiera la verdad que mantenía oculta. Si el gemelo había tenido la desvergüenza de venderla en una cita con Julián, lo mínimo que ella merecía era una explicación bien detallada. Echó una mirada a su Santo y sonrió, mientras lo veía empinarse un trago de sake. Kanon no sabía lo que le esperaba.
—¿Kanon?—llamó su nombre con la voz más inocente que tenía en su repertorio.
—¿Sí?
—¿Te importaría cambiar de asiento conmigo? Me gustaría estar más… cerca de Julián. Después de todo, es mi cita. —Al escucharla, Kanon se atragantó con su bebida. Mientras, la reencarnación de Poseidón esbozó la sonrisa más tonta que Saori le hubiera visto jamás. Con toda seguridad estaba pensando que ya la tenía.
—¡Ni hablar! Ahí estás bien. ¡Bien lejos de él, donde no pueda mirar directamente a ese escote tuyo!
—¡Oh, venga ya, Kanon! Deja de tratarme como a una niña. He tenido novios antes, ¿sabes?
—Ninguno de los dos pequeños ponies cuenta como novio—negó. Y por los dioses, recordó que debía dejar de ver programas infantiles con sus sobrinos. —Ni el caballito alado, ni el unicornio morado son una amenaza. ¡Apuesto que son más vírgenes que Shaka!
—¡Eso no lo sabes!
—¡Claro que lo sé! —Levantó el dedo índice. —En cambio, este idiota de aquí quiere comerte en pedacitos.
—No precisamente en pedacitos, pero de que quiero comerla…
—¡Por los dioses, Julián! —Kanon estaba a punto de infartarse. No era un mojigato, pero si el dios ponía un dedo encima de su diosa, en cualquier manera que no fuera virginal, Shion iba a asesinarlo. —¡Compórtate! Cualquiera diría que estás urgido.
—Oye…
—Déjalo en paz, Kanon—terció Saori. El hecho de que interviniera sorprendió a ambos peliazules.
—¡¿Por qué lo defiendes?!
—Algo sé acerca de estar sobreprotegida… Y también del sentido de urgencia.
—¿Qué…? —La cara de espanto de Kanon fue tan grandiosa, que Saori estuvo a punto de romper en carcajadas frente a él. Pero se contuvo, pues todavía no era tiempo. Necesitaba romperlo un poquito más para que confesara sus planes.
—No sé porque te sorprendes. —Poniendo su mejor expresión de desvergüenza, la joven diosa se encogió de hombros. Kanon y su cara de pánico eran adorables. —He pasado mi adolescencia viviendo en represión. Todos los días se me recuerda el nivel de pureza que se espera de mí. Y, como bien has dicho, lo más cercano a novios que he tenido, han sido Seiya y Jabú, los cuales están lo suficientemente asustados de cualquiera de ustedes, mis señoriales y no-vírgenes Santos de Oro, como para ponerme un dedo encima. En cambio, Julián es… insolente. —Dirigió una mueca provocativa al chico en cuestión, viéndolo caer poco a poco en su hechizo y disfrutando de ellos. —Ya sabes lo que se dice: a las chicas buenas nos gustan los chicos malos.
—¡No!
—¡Sí! —Las contradictorias respuestas salieron a la vez de los labios de Kanon y Julián. Saori estaba ganando la partida a ambos.
—Eso no está pasando… Esto no está pasando… —masculló Kanon. ¿En qué momento había comenzando a sudar? ¡¿Por qué demonios había tanto calor en ese maldito restaurante?!
—Ahora, Kanon, te ordeno que cambies de asiento conmigo—dijo ella, con toda la convicción y seguridad que tenía. Kanon la miraba con los ojos desorbitados y la boca abierta. ¡Esa cita se estaba convirtiendo en su peor pesadilla!
—Pero…
—¡Nada de peros! Es una orden mía. Si te atreves a desobedecerme, Shion sabría de esto inmediatamente y verás el lío en que terminas metido.
—Saori…
—Vamos, mueve el culo. —Se puso de pie y, a base de jalones y empujones, le obligó a hacer lo mismo.
Sin ninguna otra opción, sorprendido y a merced de su diosa, Kanon obedeció. Ya no le preocupaba Shion. Antes de que el viejo pudiera matarle, le daría un infarto ahí mismo y caería muerto, a los pies de la divina y calenturienta pareja.
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Supo la magnitud de sus malas decisiones cuando se vio forzada a esquivar la mirada de fastidio de Aioria. En el fondo, Marin entendía el reproche en esa mirada esmeralda, pues a final de cuentas, al igual que ellos, había cedido ante los pequeños. De pronto, sentía que cualquier cosa que tuviera que decir sonaría hipócrita. Estaba al mismo nivel que el par de Santos idiotas y eso le disgustaba.
Torció la boca y apartó la mirada con indignación ante la insistencia de Aioria y sus miradas acusadoras. No estaba dispuesta a admitir su derrota; su orgullo de Amazona se lo impedía.
—Eres igual de fácil que él—acusó Shaina. El rostro de Marin se llenó de sorpresa.
—¡Ey! Eso ha sido un golpe bajo.
—Y yo no soy fácil. Si hablamos de fáciles, Milo se lleva el premio—replicó Aioria. Apartó el rostro sintiéndose insultado.
—¡Esto no es justo! —Milo intentó quejarse, pero Shaina no le dejó continuar.
—Milo no es fácil, es idiota—dijo.
—¡Shaina!
—El fácil eres tú—continuó ella, sin dar lugar a las quejas del escorpión y dirigiéndose a Aioria. Clavó su dedo índice en el pecho del Santo de Leo, de manera recriminatoria. —Fuiste tú quien se dejó llevar por la brillantísima de idea de cuidar a los mocosos. Fuiste tú el que dio su palabra en nombre de Milo. Fuiste tú quien soportó y está soportando toda esta mierda; y serás tú a quien Saga y el arquero le pateen el culo al volver. ¡Oh! ¡Espera! Eres tan idiota como Milo, solo que además, eres un fácil.
Aioria intentó defenderse pero no encontró las palabras. Levantó el índice mientras su cabeza luchaba por encontrar argumentos válidos contra la Cobra y sus aseveraciones. Sin embargo, no había forma de negar lo obvio.
—De verdad te odio, Cobra—replicó por fin, apartando una vez más la mirada.
—¡Eh! ¿Podemos volver a la parte donde reconocemos que no soy ningún idiota?
—No, no podemos, porque sí que eres idiota, Milo. ¡¿Quién en su sano juicio se ofrece de voluntario para cuidar a esas tres amenazas?!
—¡Son mis sobrinos favoritos!—Milo replicó a su Amazona.
—Shaina, por los dioses, baja la voz—suplicó Aioria, metiéndose entre los dos—. Si te escuchan y tus palabras llegan a los oídos de sus señores padres, ya verás el lío que se arma…
—Ya, ya. Me queda claro que en esta situación, mientras menos se hable es mejor para todos. Al final, los mocosos se salen con la suya, ¿cierto, Marin?
—Solo traté de ser conciliadora… —Se defendió la pelirroja, a lo que Shaina reaccionó girando los ojos. —Además, les das un pequeño gusto y se irán tranquilos a la cama. Sin más quejas ni más lloriqueos. ¿No crees que ya tenemos suficiente con estos dos? —Apuntó hacia los Santos.
—¡Marin! —Se quejó Aioria. —¡¿Nos estás utilizando para desviar la atención lejos de tu culpabilidad?!
—No. Solo señalo lo que es obvio. —La Amazona se cruzó de brazos y girando el rostro, esquivó al Santo y se encaminó hacia la cocina, tras los pasos de las tres pequeñas amenazas. Cuando los alcanzó, se dirigió a ellos. —Haremos algo rápido y sencillo. Nada de jugar con fuego, ni con cuchillos, ni con nada que pueda hacerles daño. ¿Han entendido?
—¡Sí!—chillaron a la vez.
—¿Podría cenar un sandwich?
—¿De queso y ketchup como le gustan a tío Aioros?—preguntó Alex.
—No, de esos siempre como en casa. ¡Algo diferente!
—¡De Nutella y frutas! Mejor si son fresas—propuso el gemelo menor. Pero su hermano le cortó la alas rápidamente.
—¡Que no! El sandwich es para Odu, no para tí, Hektor.
—Pero…
—¡Pero nada! Hoy somos los chefs de Odu y seremos profesionales. Nada de comer los ingredientes, ni de chuparse los dedos mientras cocinas, ¿vale, Hektor?
—Sí… —El gemelo más pequeños refunfuñó ante las exigencias de su hermano.
—¡Pues a ello! —Alex festejó. En conjunto con él, Odu aplaudió con emoción.
Los tres se internaron en la cocina de Leo. Marin fue detrás de ellos, tan atenta como podía a los movimientos de los niños. Que los dioses se apiadasen de ella y de su desesperada idea...
—¿Qué vas a querer, Odu?—preguntó el gemelo mayor. El pequeño arquero lo pensó por un segundo, solo para que la mirada insistente y suplicante de Hektor le encaminase en su decisión.
—El sandwich de Nutella estaría bien. ¡Pero sin fresas! Que son muy ácidas. —La piel se le erizó de pensarlo. —¡Mejor con bananas!
—¡Sí!
Marin torció la boca. De pronto se arrepentía de su decisión. No había considerado la cantidad de azúcar que querrían meterse en el cuerpo. Después sería imposible que durmieran en paz.
A pesar de todo, decidió seguir adelante con el plan. Cualquier cosa con tal de no discutir más. Estaba harta de las discusiones. Podía escuchar a Milo, Aioria y Shaina peleando en el salón, y solo pensaba en matarlos. Se dispuso a concentrarse en los niños.
Los ayudó a sacar algunas cosas del refrigerador y también los encaramó en un par de sillas, para que pudieran alcanzar la mesa sin problemas. Sin quererlo, arrugó la nariz en el momento en que la cucharada rebosante que Héktor uso para untar en el pan, derramó un larga y pegajosa hilera de la mantequilla de avellana sobre la mesa. Quitar el viscoso postre de la madera sería un problema. Menos mal que la limpieza correría a cargo de Aioria. Esa sería su penitencia.
—Tía Marin, ¿te gustan los sandwiches de Nutella?—preguntó Héktor, sin desatender sus labores.
—No demasiado. Es muy dulce para mi gusto, prefiero las comidas saladas.
—Ahm… —El niño se puso pensativo. —Los sandwiches de Nutella y todo lo que tenga Nutella son las comidas favoritas de mi papá.
—Eso he escuchado.
—Además, es bien fácil de cocinar.
—No sé si cocinar sea la palabra…
—¿A ti te gusta cocinar? —Quiso saber Alex. Marin arrugó la nariz.
—No.
—¡Vaya! Yo pensé que te gustaba cocinar. A tío Gato le gusta comer.
—Tío Gato tiene un buen par de manos que son útiles para que cocine su propia comida. —Tres risillas traviesas sonaron tras su aseveración. En silencio, ella compartió con una sonrisa.
—Papá y tío Saga solo saben cocinar sandwiches.
—De nuevo, cocinar no es la palabra…
—Si no fuera por mamá, papá moriría de hambre—dijo Odu.
—¡En casa tenemos a tío Kanon!
—¡Es el mejor cocinero del mundo!
—¡Después de mi mami!—terció el pequeño arquero. Los gemelos reaccionaron de pronto y, tras pensarlo durante medio segundo, asintieron a la vez.
—¡Eso!
Marin suspiró. Esperaba que sus sobrinos fueran más útiles que sus señores padres, porque de otro modo, estarían perdidos.
Echó un vistazo a las labores de los niños y, al determinar que no había peligro, se alejó por un momento con rumbo a la alacena. Rebuscó entre la despensa hasta encontrar la botella de vino que Aioria guardaba al fondo del gabinete. Tomó la botella y una copa, y se sirvió un poco.
—¿Tía Marin? —Héktor volvió a preguntar.
—¿Mm?
—¿Cuándo tendrás bebés gatitos? —Cuando escuchó la pregunta, Marin se atragantó.
—¡Eso! ¡Tío Aioria quiere muchos bebés!—añadió Odusseus. —Se lo dice a papá todo el tiempo.
—¿Aioria hace qué?—gruñó entre tosidos. Ella y el Santo de Leo tendrían una muy larga conversación al respecto cuando todo aquel lío se terminase. La ocupación de su útero no era algo que se discutiera así nada más, con cualquiera.
—Habla con papá acerca de tener bebés—repitió el niño sin entender el sarcasmo en el cuestionamiento.
—Por los dioses…
—A mi me gustaría tener un primo o prima—continuó Odu, sin reparar en la expresión grave de la Amazona. —Antes quería una hermanita, pero mejor no.
—Nosotros sí queremos una hermanita. Papá nos traerá una desde Japón—festejó Alex.
—¡¿Saga hará qué?!
—Nos traerá una hermanita—repitió el niño, hablando más fuerte. Quizás tía Marin estaba quedando sorda.
—Sí… Eso… Eso creí escuchar—balbuceó ella. Se quedó anonadada. Parecía que las viejas mañas de Saga con las mujeres no había cambiado.
—Tal vez tío Aioria también pueda ir a Japón y traer un primo o prima para mí. ¿No lo crees, tía?
—No, eso no va a suceder—masculló la pelirroja. No sabía que haría Mamá Géminis, pero en lo que a ella respectaba, en una situación así, se aseguraría de que Aioria no pudiera tener más descendencia nunca jamás. —¿Han terminado ya?
—¡Ya casi! Un momento, por favor—pidió Héktor. Marin arrugó la nariz cuando vio el grotesco y pegajoso sandwich que habían preparado.
—Por Athena...
—Tía Marin, hemos estado pensando. —Sin descuidar sus obligaciones, Alex habló.
—¿En qué?
—Tía Shaina está muy estresada.
—Un poco…
—Un mucho. La venita en su frente estaba brincando, como le pasa a tío Kanon cuando pierde jugando la Play Station.
—Bueno… Sí, tal vez un mucho—replicó la Amazona.
—¿Podríamos hacerle una malteada para que se sienta mejor? —Marin se quedó de piedra.
—No estoy segura de que sea una buena idea.
—Pero nuestras malteadas son las mejores. A tío Kanon le encantan.
—Ajá. Seguro que sí. —Si Saga le amenazaba con matarlo si no las bebía, seguro que le encantaban. —Pero, tía Shaina está a dieta—mintió.
—¡Eso es muy de suerte!—festejó Héktor—. ¡Nuestra malteada es de dieta! —Alex, junto a él, asintió. Marin lo dudaba mucho.
—Niños…
—¡Lo haremos súper rápido, tía Marin! —La Amazona estaba a punto de replicar cuando escuchó los gritos entre Shaina y los otros dos Santos que provenían del salón. Para sus adentros, maldijo. Si al menos alguno de ellos se hubiera molestado en ayudarla…
Un instinto maligno en su interior le metió una idea malévola en su cabeza. Frunció el ceño, pensando que tal vez podría evitarse del camino del mal y tratar de no ser una mala amiga. Pero… ¿En qué estaba ayudando Shaina?
Los gritos de Shaina arreciaron. De alguna forma, había acallado las quejas de Milo y de Aioria. A veces, incluso Marin se sorprendía de lo potente que podía llegar a ser la voz de la italiana, especialmente durante las discusiones. Siendo justa, desde que ella y la Amazona de Ophicus se habían convertido en amigas, la peliverde le había dado más dolores de cabeza que nadie antes.
Ese día era un claro ejemplo de cómo funcionaba su relación. Desde que habían llegado a Leo por petición de Milo y de Aioria, había sido Marin quien se encargó de todo. Ella había limpiado las caritas de los niños y peinado sus melenas hasta dejarlas libres de chocolate. Los había vigilado mientras tomaban una ducha y preparado los pijamas. Había rebuscado en sus maletas para encontrar a la cabrita, al pingüino y al pirata de peluche con el que los niños dormían. Les había compartido del cereal de chocolate de Aioria y de su pasta dental sabor goma de mascar. Después los llevó a la cama y los arropó. ¿Qué había hecho la Cobra? ¡Nada!
Quizás, por una vez, podría hacer algo por equipo y cooperar en algo, así fuera sacrificando un poquito de su integridad física.
—Está bien—suspiró—. Pueden preparar una malteada para tía Shaina. Pero, después de eso, irán los tres a la cama y no quiero escuchar una queja más. ¿Entendido?
—¡Palabra de bebé dorado!—exclamaron los tres al unísono, felices de su victoria.
—Bien. Mientras trabajan, iré a ver los tíos… A ver si Shaina no los infartó aún—agregó en un murmullo—. Volveré en un segundo con tía Shaina para que le den su bebida.
El trío de chiquillos asintió. El afilado instinto de la Amazona le acusó de haber tomado una mala decisión. ¡Pero lo hecho, hecho estaba!
Retuvo el aliento antes de abandonar la cocina. Miró sobre su hombro, hacia los pequeños y un escalofrío le recorrió la espalda. Después, decidida a enfrentar a la Cobra, salió hacia el salón para darle las noticias de su fabulosa cena.
-x-
Tan pronto sus ojos divisaron a Saori, Aioros arrugó la nariz. Estaba sentada demasiado cerca de Julián y de sus hormonas adolescentes. El chico le tomaba la mano mientras hablaban, recompensando ella sus gestos y su conversación con sonrisas tontas, que al Santo le parecían exageradas. Ella jugueteaba con los mechones de pelo azul y le coqueaba de un modo que Aioros jamás habría imaginado de su dulce diosa. De vez en cuando, por unas pocas fracciones de segundo, los ojos del joven dios se apartaban de la mirada grisácea de Saori y se hundían en su escote.
Bufó.
¡El muy maldito la estaba morboseando! Por cosas como esa, Aioros había renunciado a su deseo de convertirse en padre de una niña.
Al lado de ambos, visiblemente asqueado y ansioso por huir de la incómoda situación, Kanon estaba más concentrado en su vaso de sake que en otra cosa. Aioros no podía creer que el gemelo estuviera permitiendo semejante toqueteo y morboseo entre los dos adolescentes. ¡¿Qué demonios estaba pensando Kanon?!
—¡Perdón por el retraso!—saludó el arquero cuando alcanzó la mesa y tomó un asiento vacío que los meseros habían improvisado para él. Tanto Saori como Kanon fracasaron en ocultar la sorpresa que su arribo les causaba.
—¿Aioros?
—¡Arquero! ¡Has venido!
—Sí, sí. Pero no vine por tí, Kanon. —Se despojó del saco de su traje y lo puso sobre los hombros de Saori, esperando cubrir al menos un poco aquel desvergonzado y provocador escote que tenía secuestrados a los ojos de Julián. —Parece que tienes frío, princesa. Más vale que te cubras o te dará un resfriado.
—Pero… —Ella intentó quitárselo. Sin embargo, el Santo se lo impidió.
—Déjatelo puesto. ¿Qué tal está la cena en este…? —Reparó en la mujer desnuda sobre su mesa. Casi había olvidado aquel truculento tema. —Oh…
—¿Qué haces aquí, Sagitario?—gruñó Julián.
—Eso mismo me pregunto. Creí que Saga y tú habían decidido no venir. —Saori quiso saber.
—Ah, eso… Cambié de parecer.
—¿Debo esperar que mi hermano querido entre por la puerta en cualquier instante?
Aioros se detuvo por un momento y pensó la respuesta. Quizás el abandono obligaría a Saga a presentarse ahí. Quizás recapacitaría y acudiría al auxilio de Saori antes de que Shion se enterase de esa locura y tratara de asesinarles. Quizás… Suspiró.
—No, no creo—respondió al fin—. Tiene problemas familiares. —Saori reaccionó con sorpresa.
—¿Los niños están bien?
—Sí, sí. El problema no son ellos.
—¿Entonces?
—Pues… —Se encogió de hombros. —No sé. Cosas. —Después fijó la vista en la mujer sobre la mesa. —¿Debería…?—musitó. No estaba seguro de cómo servirse de semejante bandeja humana.
—¿Cosas? —Julián retomó el tema. —¿Problemas con su mujer?
—Algo así. Claro que, la madre de mi hijo también querría asesinarme si me viera intentando quitar trocitos de carne servidos sobre una mujer sin ropa… ¿De quién fue la idea?
—Mía. —Saori ensanchó su sonrisa, mientras el rostro de su Santo de Sagitario se descomponía.
—Cierto… Lo había olvidado.
—Pensé que sería divertido. Siempre quise venir, pero Tatsumi jamás me lo permitiría.
—Solo para que conste, yo no estoy de acuerdo con su decisión. —Kanon se defendió. ¡Por una vez tenía algo en común con el calvo mayordomo!
—Claro que no lo estuvo. Solo estuvo de acuerdo en que Julián y yo deberíamos tener una cita.
Kanon, quien acababa de empinarse su enésimo vaso de sake, estuvo a punto de ahogarse. El mismo Julián carraspeó, sintiéndose acorralado.
—Ignoro las intenciones de Kanon con eso… —La joven reencarnación de Poseidón se aclaró la garganta.
—Sí, estoy segura de que no sabes nada...—añadió ella con ironía.
—¿Ustedes dos tienen planes en conjunto? —Aioros miró de uno al otro. Arrugó el ceño, pensando que eran malas noticias. —Porque, si es así, entonces todos deberíamos preocuparnos. La última vez que trabajaron juntos, tengo entendido que casi ahogan a la mitad de la población mundial…
—¡Eh! ¡Eso fue hace mucho tiempo, arquero! —Kanon se defendió, levantando el índice izquierdo. —Además, creí que habíamos dejado atrás ese mal vicio de echarnos en cara los errores del pasado. ¡A ti nadie te culpa por caerte a un barranco y morir!
—Por supuesto. —El castaño rodó los ojos. —Porque cometer un asesinato en masa y morir tratando de salvar a Saori son la misma cosa…
—¡No te hagas el inocente! ¡Seguro que te tropezaste a propósito!
—Cierra la boca, Kanon.
—¡Silencio los dos!—interrumpió la joven diosa, dejando a ambos completamente sorprendidos. —¡Están arruinando mi cita! Si continúan de ese modo, Julián y yo nos marcharemos a un sitio privado, al cual no estarán invitados ninguno de los dos. Ahí podemos hacer cosas románticas y sucias a gusto, sin interrupciones.
—¡¿Qué?!
—¡No!
—Lo haré si siguen molestando—amenazó ella. Julián levantó los brazos hacia el cielo, en un gesto de victoria.
—No esperemos más, Saori. Vayámonos de aquí y dejemos a este par de idiotas lidiando con su competencia de egos. —El peliazul más joven se levantó de la silla y tomó la mano de la heredera japonesa. Sin embargo, justo en el momento en que tiró de ella para levantarla de su silla, la mano del arquero cayó sobre la de ellos y los obligó a detenerse.
—No vas a ir a ningún lado solo con ella.
—Esto no es asunto tuyo, Sagitario.
—Oh, claro que lo es.
—Lo que digas. Blah… blah. —Se burló. —Pero Saori es tu diosa y te ha dado una orden.
—¿Tus hormonas se revolucionaron y te dejaron sordo? ¿O es la presión marina que te está dañando los tímpanos?—preguntó el Santo, con igual ironía—. Porque yo jamás escuché que ella me ordenara dejarla ir. Además, solo para que lo sepas, Saori es más que nuestra diosa. Es nuestra familia. Piensa en ella como… —Consideró por un momento lo que tenía que decir. —Cómo nuestra hermana pequeña. —Dio unas palmaditas cariñosas sobre la cabeza pelilila de la chica. Ella se sopló el flequillo revuelto. —Así que más te vale ser bueno y respetar a Bubu, ¿entendido, señor rey de los mares y de las hormonas calientes? —Lo miró amenazante.
—¿Por qué sigues llamándola Bubu?
—Cierra el pico, Kanon.
—Ya no soy más Bubu…
—Siempre serás Bubu, princesa. Ahora, silencio tú también.
Enfurruñada, Saori arrebató su mano al dios y se empanzurró en su asiento, visiblemente contrariada.
Julián torció la boca y apartó la mirada. Cruzó los brazos sobre el pecho como un niño reprendido. Una cosa era ligarse a Saori con ayuda de Kanon, y otra bien distinta era enfrentarse al resto de la Orden Dorada.
Al verlo, Kanon tragó saliva, a sabiendas de que el dios no dejaría las cosas como estaban. Él conocía a Julián mejor que todos. Alguna forma encontraría de vengar a sus planes fracasados.
De pronto, el chico se incorporó una vez más. Miró al arquero directamente a los ojos, antes de dirigir sus ojos azules hacia el gemelo. La sonrisa que se dibujó en su rostro hizo que la piel de Kanon se erizara. El muy idiota iba a traicionarlo sin ningún tipo de compasión. ¡Estaba muerto!
—¿Sabes, Sagitario? Puedo entender cómo te sientes. En Atlantis también tenemos una persona especial a quien adoramos como a una hermana pequeña. Imagino que sabes de quién hablo.
—Tethys, por supuesto.
—Exacto. Y por eso mismo, me suena terriblemente hipócrita de tu parte que ahora quieran pasar por los hermanos perfectos, cuando uno de ustedes ha tenido la desvergüenza de enredarse con mi hermana pequeña—reclamó Poseidón, golpeando la mesa con el dedo índice. Aioros se sopló el flequillo y junto a él, Kanon tragó saliva de nuevo.
—Ya, ya. Solo para que sepas, la mayoría de nosotros estamos en desacuerdo con esa relación que Kanon lleva con tu sirena. El mismo Shion le da dicho que es demasiado viejo para ella...
—¡Oye!—Se quejó el antiguo marina, solo para tragarse las palabras cuando las dos miradas azules de Julián y Aioros cayeron sobre él.
—Pero, Tethys se enterca en seguirle el coqueteo. Tú haz algo con tu hermana pequeña porque nosotros no podemos hacer nada al respecto—continuó el arquero. Salvo quizás, pensar en opciones de castración química para Kanon, pero si sugería eso, Julián seguramente les exigiría hacerlo.
—¿Coqueteo? ¿Crees que todo esto es un coqueteo? —De pronto, Julián estalló. —¡Coqueteo es lo que yo tengo con Saori! ¡Ni siquiera puedo tocarle la mano sin que uno de ustedes, hipócritas santurrones, se me cruce en el camino! ¡Eso es coqueteo! —Movió las manos en el aire con desesperación. —¡Kanon se está tirando a mi sirena!
—Entiendo tu frustración— dijo Aioros. De verdad que lo entendía. —Si fuera por mí, te dejaría que le pateases el culo.
—¡Arquero! ¡¿De qué maldito lado estás?!
—Del lado que intenta preservar la inocencia de Bubu.
—¡Aioros!
—Pero… —Se apresuró a continuar, ignorando las quejas de la pelilila. —Desafortunadamente, conservar a Kanon es cosa de Shion.
—¿Conservarme? ¡No soy una mascota! —Aioros torció la boca y ladeó la cabeza. Para Shion tal vez lo era; como un gatito mendigo al que había recogido de regreso a casa.
—Como sea, lo que quiero decir es…
—¡El idiota ha embarazado a Tethys!—exclamó Julián antes de que el arquero pudiera continuar y, con sus palabras, reseteó los cerebros del arquero y de Saori, al mismo tiempo que causó un mini paro cardíaco a Kanon.
-x-
La Nutella se había agotado y el sabor de sus dedos sangrantes no era ni la mitad de bueno. Saga ya no tenía uñas que masticarse, así que se había dedicado a arrancarse cualquier pedacito de carne que encontrase en sus dedos. Era un vicio horrible, pero muy propio de su ansiedad. Odiaba sentirse así de nervioso.
No estaba seguro de cómo iba a solucionar los líos con la madre de sus hijos. ¡No era su culpa tener una reputación con las mujeres! ¡Tampoco era su culpa que sus hijos no entendieran nada de lo que él les decía! Maldito Ángelo que le había metido ideas en la cabeza a los gemelos. Maldito Aioros que le estaba contagiando su estupidez para mentir. En otro momento de su vida habría enviado a Ángelo a la Otra Dimensión y se habría librado de aquel lío con la mentira mejor contada en toda la historia. Tristemente, ahora solo era una pobre víctima de un malentendido. Un inocente incomprendido cuya vida sería perfecta para un meme.
—Maldita sea… —masculló mirando el frasco vacío de Nutella.
Se levantó y caminó perezosamente hasta la cocina, donde oteó dentro del refrigerador y la despensa en busca de un nuevo frasco de crema de avellanas. Su búsqueda fue infructífera.
Siguió buscando con la esperanza de encontrar cualquier cosa que acallara sus nervios. Salir de la mansión Kido no era opción. Primero, porque durante su ausencia alguien podría robarse las malditas cortinas que los tenían atascados en Japón. Segundo, porque con su mala suerte chocaría con alguna japonesa a la que podría dejar preñada con solo una mirada.
¡Maldición! Se estaba poniendo paranoico.
Bufó con fastidio mientras continuaba rebuscado. De pronto, se encontró con una botella de whisky. Odiaba el whisky; era la bebida favorita de su maestro. Pero… en tiempos de desesperación, uno no podía ponerse caprichoso.
Se encogió de hombros y volvió a su sofá. Sería una noche divertida con su nuevo amigo Johnnie, al que le gustaba caminar y no hablar, completamente lo contrario que Aioros.
-x-
Conforme se acercaba al salón, los gritos se escuchaban más fuertes. Al menos los de Shaina, porque todo indicaba que Aioria y Milo comenzaban a rendirse ante las reprimendas de la Amazona. Cuando estuvo ahí, Marin se detuvo un segundo a observarles, antes de interrumpirles.
Milo y Aioria eran una desgracia; Shaina era una pesadilla. Si le hubiesen preguntado, Marin habría respondido que la Cobra estaba a nada de arrancarles los ojos y las lenguas a ambos. Tal era su mal genio.
Suspiró con pesadez antes de carraspear en busca de su atención. Pero… Nadie le hizo caso. Se aclaró la garganta de nuevo… Y una vez más, fue ignorada. ¡No podía creérselo! Gruñó.
—¡Atención!—gritó al fin. Solo de ese modo pudo hacerse escuchar.
—¡Marin!—dijo Aioria—. ¿Está todo bien con los niños?
—Más o menos, pero no gracias a ninguno de ustedes. —Se llevó las manos a la cintura y miró a los demás con molestia. —Estoy aquí porque tengo noticias.
—¿Buenas o malas?
—Ambas, Milo.
—Primero dí las buenas—suplicó el escorpión. Marin giró los ojos.
—Las diré como quiera, pero… Sí, primero serán las buenas. Escuchen bien. —Una pausa dramática estaba bien para asegurarse que le prestaban. —He llegado a un acuerdo con los enanos, y han accedido a irse a la cama después de preparar una malteada. Incluso han dado su palabra de bebé dorado y todos sabemos que esa es irrompible.
—Nunca antes nos dieron su palabra de bebé dorado—chilló Milo.
—Eso es porque la palabra de bebé dorado no se da entre dos bebés, Milo.
—¡Oye!
—¿Cuál es la mala noticia?—terció Aioria antes de que las reprimendas les siguieran lloviendo del cielo.
—La mala noticia es que la malteada no es para ellos. Es para uno de nosotros.
—Eso está bien. —Shaina llevó sus manos a la cintura y esbozó una sonrisa presuntuosa. —Se necesitaría de un verdadero idiota para beberse esa cosa. ¡Menos mal que aquí tenemos dos! —Apuntó al par de Santos.
—¡Shaina!—lloriqueó Milo. Esa no era forma de tratarlo a él, su adorable y monísimo novio encantador.
—¿Ya te dije cuanto te odio, Cobra?
—Un par de veces, Leo.
—Pues te lo repito ahora… —Estaban a punto de empezar una nueva discusión cuando escucharon a Marin toser con cierto nerviosismo. Entonces, todas las miradas se centraron en ella.
—De hecho, el nombre de la persona que tendrá que beber la malteada de los niños no está a discusión—dijo la pelirroja.
—¿De qué hablas?
—Ellos la están preparando con una dedicatoria muy especial. —Esperaba… Suplicaba porque no fuera algún tipo de intento de asesinato disfrazado de inocencia. —Ellos creen que estás muy estresada y que necesitas calmarte un poco, Shaina.
Hubo unos pocos segundos de silencio, en los que sus acompañantes procesaban la información que ella acababa de entregar. Aioria entrecerró los ojos. Milo levantó la cejas y Shaina… Shaina de pronto explotó.
—¡¿Qué?! ¡No! ¡No creas ni por un momento que voy a beberme el veneno que esos mocosos preparen! ¡No estoy loca!
—Es un pequeño sacrificio que no matará a nadie, Shaina—insistió la Amazona de Águila, sin perder el temple de su voz. ¡Shaina no iba a ganarle el juego en eso!—. Ellos se preocupan por ti.
—¡No me importa! ¡No lo beberé!
—Los harás llorar.
—¿Llorar?—tartamudeó Milo. Las amenazas de Saga, después del último llanto de los gemelos en Virgo, le volvieron a la cabeza. Si los niños lloraban de nuevo, Milo no tendría cabeza para recordar amenazas, porque el gemelo mayor iba a arrancarsela.
—No, no. Nada de llantos. —Aioria negó con la cabeza y los brazos. Sin pensarlo, tomó a la Cobra de los hombros y sembró sus ojos verdes en los de ella. —Más vale que te bebas cualquier tipo de veneno que esos niños te den.
—No lo haré.
—Claro que lo harás.
—Y sonreirás cuando termines… por favor—añadió Milo.
—¿Por qué haría tal cosa?
—Porque si esos niños lloran, sus señores padres aparecerán por aquí en un pestañeo. Y, si bien Aioros puede ser inofensivo la mayor parte del tiempo, Saga está lejos de serlo.
—Y todos sabemos que le encantaría patearte el culo, mujer.
—Aioria y Milo están lo cierto. ¿Quieres más problemas con Saga?
—No, pero…
—Entonces, beberás la malteada y dirás que está sabrosa.
—¡Claro que no!
—Lo harás—repitieron los tres al unísono.
Fue en ese momento que su discusión se vio entrecortada por la súbita aparición de dos cabecitas peliazules y una castaña. Las manos de Alexándros sostenían con orgullo la bebida preparada especialmente para la tía Shaina, mientras las enormes sonrisas de Héktor y Odusseus confirmaban la victoria. Por una vez en su vida, Shaina se sintió amedrentada.
—¡Trajimos un regalo para tí, tía Shaina! —Odu se adelantó a la comitiva y, tomando la mano de la Amazona, tiró de ello para acercarla a los gemelos.
—Lo hicimos especialmente para ti.
—Porque sabemos que siempre estás estresada.
—Mamá dice que necesitas comer fibra, pero ésta malteada no tiene fibra—negó Odu.
—Eso es porque no sabemos qué es la fibra—dijo Héktor. Alex terminó por él.
—¡Eso!
—Voy a matarlas a ambas...—siseó pensando en las madres de esos horribles duendes. Debió asesinarlas muchos años atrás, antes de que se reprodujeran.
—¡Shaina!
—¿Vas a matarlas…? —Los ojos enormes de los tres niños se abrieron con terror. Pero justo a tiempo, Milo saltó para salvar el día.
—¡A las malteadas! ¡A tía Shaina le encanta matar malteadas bebiéndolas todas! ¿No es así, Shaina?
—Milo…
—¡Eso está muy bien, tía! ¡Por eso te trajimos una malteada para tí sola!
—¡Y está muy emocionada por su regalo!—añadió Aioria. Una sonrisa perversa le apareció en los labios. —Venga, Cobra. Fondo.
—Pero…
—¿La beberás ahora o después de que veas las estrellas?—cuestionó el León. La Otra Dimensión era sitio fascinante para ver estrellas, sino te importaba morir asfixiado o aplastado por ellas, claro estaba.
—Está bien—gruñó. Ya se las pagarían todos, tarde o temprano.
Tomó el vaso con ambas manos, que le temblaban. El líquido dentro de él era espeso, de un color que iba entre el morado y el marrón, con pequeños trozos de algo flotando por encima. El estómago se le revolvió mientras una mueca de asco se apropió de su boca.
Tragó saliva. Aquello era lo más difícil que había hecho en su vida. Después de todo, no todos los días uno se envenenaba a sí mismo.
-x-
—¡Buenos días!—saludó un efusivo escorpión. Una buena noche de descanso le había renovado los ánimos. Se sentía lleno de energía y estaba listo para enfrentar con valor un nuevo día lleno de retos al lado de sus sobrinos. Sin embargo, tal parecía que nadie compartía su mejoría, pues no hubo respuesta a su saludo. —¿Eh? ¿Hola? ¿Dónde están todos?—insistió.
La cocina de Leo estaba vacía, aunque a juzgar por los platos servidos y a medio comer sobre la mesa, había estado ocupada recientemente.
Ahí estaban las tres tacitas de Minions de los niños, el tazón de cereal con cara de león de Aioria y un par de tazas de café humeante, que asumía eran de las chicas. Alguien se había molestado en preparar huevos revueltos para el desayuno y también algunas tortitas con miel y mantequilla. Todo olía delicioso.
Pero sospechosamente, no había nadie alrededor disfrutando de semejantes delicias. ¿Qué habría pasado?
—¡¿Hola?! ¡Si se están escondiendo, no es divertido! ¡Gato, sal ahora o me comeré tu cereal de chocolate!—amenazó. Pero ni siquiera eso bastó para que alguien apareciera. Dispuesto a cumplir con sus palabras, tomó la taza del castaño y se metió una gran cucharada de cereal a la boca. Comprendió por qué a Aioria le gustaba tanto ese cereal para niños: estaba delicioso. —¡Demasiado tarde, Gato! ¡Ya me lo comí! ¡Está muy sabroso! ¡Me gastaré toda la bolsa!—habló con la boca llena.
Ni había terminado de hablar cuando tres cabecitas asomaron por la puerta de la cocina. Milo levantó las cejas al verlos, pero no habló. No podía, su boca estaba llena de comida que apenas podía masticar.
—Oh oh—oyó canturrear a Alexandros—. Te estás comiendo el cereal de tío Gato.
—Se enojará—terció su gemelo. Solo para que Odu terminara con la frase.
—Ya está muy enojado.
—¿Por qué está enojado?—balbuceó Milo, apenas de forma entendible, considerando que la boca le rebosaba de cereal.
—Dice que eres un vago—dijo Héktor. Alex continuó.
—¡Eso! Te has quedado dormido y no miraste que pasaba.
—¿Eh? ¿Qué ha pasado?
—¡Ven a ver! —El arquerito corrió hacia él y, tomándole de la mano, lo guió hasta la escena del crimen.
Atravesaron el comedor y el salón, hasta el baño de visitas. La puerta estaba abierta, con Aioria de pie afuera, pero los brazos cruzados y el ceño tan fruncido que parecía irreal. Desde adentro, Milo alcanzó a escuchar la voz de Marin y los sonidos guturales y asquerosos que parecían provenir de… ¿Shaina?
Apartó el tazón y lo dejó a un lado. Si estaba sucediendo lo que tenía en mente, el hambre se le había esfumado.
—¡Tío Gato! ¡El tío vago ha despertado!—anunció Odusseus.
—¡Lo encontramos en la cocina!
—¡Estaba comiéndose tu cereal!
El peliazul gruñó a causa de las acusaciones, pero el gruñido se le atoró en la garganta cuando Aioria volteó deliberadamente lento para verlo. Tenía esa mirada asesina en los ojos de nuevo, la misma que le había visto justo antes del intento de asesinato en contra de Aldebarán.
Milo sonrió, tratando de lucir inocente. Sin embargo, rápidamente cayó en cuenta que había elegido un pésimo día para atentar contra el cereal de chocolate y malvaviscos del Santo de Leo.
—Más te vale que no hayas tocado mi tazón—ladró.
—Solo un poquito. Tenía hambre y avisé que lo haría. —Su respuesta no trajo ni un ápice de tranquilidad al castaño, y Milo lo notó, aunque decidió no prestarle más atención. —¿Qué está pasando aquí?
—Pasa que la Cobra pasó toda la madrugada vomitando el estómago, ¡y tú ni siquiera te diste cuenta!
—¡¿Shaina está enferma?!
—Sí, y su muy considerado novio durmiendo como tronco mientras ella se muere ahogada en vómito.
—¡Estaba cansado!
—Pues verás que cansado vas a estar cuando se recupere y pueda patearte el culo…
—¡Les mataré a ambos! ¡Esto ha sido culpa de los dos! —Escucharon el grito de la mujer, seguido de aquellos abominables sonidos poco propios de una criatura tan bonita como la Amazona.
Los dos Santos se erizaron, aunque no quedaba claro si se debía a la amenaza o a los movimientos gástricos de la mujer en desgracia. Un escalofrío les recorrió. La lista de personas dispuestos a causarles cualquier tipo de daño se hacía más larga.
Sus hermanos de Orden podían ser fuertes, pero la Cobra era mil veces más peligrosa.
—Tía Shaina está muy molesta—dijo Odu.
—Mamá dice que eso es malo.
—Nuestra mami también dice que lo es.
—Dice que es como una cachorra.
—¿Cachorra? —Milo no entendía nada. Aioria se llevó la mano a la cara, sin creerse lo que oía. —¿Qué demonios significa eso? —Los tres niños se encogieron de hombros.
—Creo que se refieren al nombre que recibe una cachorra canina cuando crece—explicó Aioria. Ante la respuesta, al peliazul le tomó un segundo comprender. Cuando lo hizo subió las cejas y se respingó.
—Oh…
—¡Las mataré también! ¡Mataré a las dos golf…! —Shaina no pudo terminar, pues su estómago le jugó una nueva mala pasada.
—Por los dioses, Shaina… Deja de pelear, o te sentirás peor. —Marin le pidió paciencia, a pesar de saber muy bien que aquello era imposible. —Será mejor que tomen a los niños y se larguen de aquí—dijo, dirigiéndose a los Santos.
—Pero es mi templo…
—¡Aioria!
—Ya, ya. No es necesario que me grites. —Torció la boca. La Marin gritona no era divertida ni mona. —Vamos, enanos. Estoy seguro de que encontraremos alguien que nos de cobijo mientras tía Shaina termina de vaciar su estómago en mi retrete.
—¡Ustedes dos pueden considerarse muer… !—Ahí estaba de nuevo, ese asqueroso sonido gutural que a Milo le bajaba todo tipo de calentura.
—¡Corre, Gato, corre! ¡Esto de verdad que es malo!
Y así, desterrados de Leo y con sus tres pequeñas amenazas de la mano, Milo y Aioria partieron en busca de un sitio donde esconderse de las amenazas de un Cobra indigestada. Pero, ¿habría alguien en las Doce Casas que quisiera darles asilo?
-Continuará…-
NdA: Sé que ha pasado mucho tiempo desde la última actualización de este fic, pero debo decir que hasta ahora, no había tenido el humor ni los ánimos para escribir comedia.
¡Esto es un pequeño gran triunfo para mí!
Si hay alguien por ahí que continúe siguiente esta historia, quiero agradecerle y pedirle perdón por la paciencia. Espero que disfruten de este capítulo. Ojala haya conseguido robarles una que otra sonrisa con las desgracias de nuestros Goldies. Ya saben como son las cosas con ellos…
A quienes me dejaron un review en el capítulo anterior, se los agradezco. Mariana Elias, Stephsak, Harlett, Spring Surprise, Jabet, Kaito Hatake Uchiha, Damis, Altariel de Valinor, Shakary, Silvana, Ina Stardust R, Mig, Guest, k2008sempai y dianix96. ¡Mil gracias a ustedes!
Si te gusta esta historia, déjame un review. Ya sabes cuánto me gustan y cuanto me sirven para nuevas ideas.
¡Muchas gracias por leerme!
Sunrise Spirit