Los personajes no me pertenecen, son propiedad intelectual de Rumiko Takahashi, esto lo hago sin fines de lucro.
Nunca.
Capítulo 1:
No sabía a donde me dirigía, no sabía cuando llegaría, ni que haría al llegar, el paisaje pasaba frente a mis ojos pero no me importaba fijarme en él, el único motivo por el cual miraba la ventana era para que ningún pasajero curioso viera mis lágrimas. Esas lágrimas que no habían dejado de salir, ese silencioso llanto que no lograba reconfortarme, en esos momentos no podía pensar claramente, si lo hubiera hecho sabría que no existían las suficientes lágrimas en el mundo que pudieran hacerme sentir un poco mejor.
No podía entenderlo, tampoco tenía fuerzas para intentar comprender algo, simplemente lo sucedido me había superado por completo, había destrozado mi alma en tantos pequeños fragmentos que jamás volvería a ser la misma. Nada me había dolido tanto como eso, incluso la muerte de mi madre representaba apenas un pequeño raspón frente a esta herida mortal de la que jamás me recuperaría. No se podía sufrir más… eso creía, pero no podía estar más equivocada…
Me sentía sola, de hecho lo estaba, estaba completamente sola, de un minuto al otro lo había perdido todo, mi familia, mis amigos y enemigos, mi prometido, mi hogar, mi ciudad. Segundo a segundo me alejaba de todo ello, conforme el tren avanzaba a través de esas eternas y frías vías yo me perdía más y más.
Mi sucio uniforme, con algunas gotas de sangre en él, era lo único que conservaba de mi vida anterior, es increíble como una chica fuerte y aguerrida pudo ser reducida a un zombi que sólo espera su muerte tan fácilmente.
El tren finalmente llegó a destino, seguramente fueron diez o quince horas de viaje, pero no importaba cuanto tiempo pasara, me sentía exactamente igual que cuando mi mundo entero se desmoronó sobre mí, las lágrimas continuaban cayendo lentamente por mi rostro y seguía sin entender… ¿Por qué?... Esa pregunta se repetía en mi mente, pero me era imposible hallarle una respuesta… hasta el día de hoy sigo sin comprenderlo…
Bajé del tren, no tenía a donde ir, pero tampoco tenía porqué quedarme allí.
-Señorita, creo que olvida su equipaje- me dijo un empleado de la estación cuando pasé a su lado.
Lo ignoré y continué caminando, talvez nadie lo viera, pero llevaba el equipaje más pesado con el que hubiera cargado alguna vez, esa pena enorme que arrastraba tras de mí, porque no importaba que tan fuerte fuera, jamás lograría cargar con ella.
Caminé… sólo eso hice, no conocía el nombre de la ciudad, no me fijé en carteles ni en cualquier otro indicio de donde me encontraba, nada podía hacerme levantar la mirada, nada podía hacer que dejara de caminar, nada podía sacarme de esa profunda depresión.
Pasaron muchos días, nunca supe cuantos, y yo continuaba caminando, mi dolorido y débil cuerpo se negaba a detenerse y mi aturdido cerebro no estaba en condiciones de ordenarle alguna cosa. Durante la noche el intenso frío me calaba los huesos, durante el día el sol quemaba sin compasión las zonas que quedaban al descubierto del ya desgarrado uniforme. Caí muchas veces, miles talvez, mis brazos y piernas al rojo vivo ardían demasiado, pero eso, de alguna desquiciada forma, me tranquilizaba, era bueno saber que podía sentir algo más que esa detestable mezcla de tristeza, soledad, y confusión que tanto me desesperaba.
Finalmente, luego de tanto tiempo sin comer o beber algo, sin dormir ni detenerme por un instante, una angosta callejuela, rodeada por casas de modesta apariencia, me vio sucumbir sobre ella.
-¿Por qué?- pensé antes de abandonarme a esa oscuridad que sabía, era la muerte.
Continuará.