Crónicas de un secuestro
Adiós
"You are my sweetest downfall"
Parecía tan irreal, Ren creía que estaba soñando desde mucho tiempo atrás. Desde el momento en que había cruzado una mirada por primera vez con el Usui. Al principio, le desagradó, después le interesó y al final lo terminó amando. Un amor de esos que duelen, de lo que se clavan en las entrañas y carcomen por dentro.
De esos amores que solo se pueden vivir una vez en la vida, tan agudos e intensos que quedan tatuados de por vida, no solo en la piel sino en cada célula del cuerpo. Un estigma que queda grabado y resuena con la voz y la presencia misma de aquella persona. Nadie piensa amar así, y es que entre amores irreales y falsos sentimientos una sensación tan profunda parece ser solo parte de un sueño que se convierte en pesadilla.
Es como si lo que hubiera pasado nunca hubiera existido y hasta respirar resulta pesado, el aire irrita y la realidad golpea. Esa sensación de quedarse sin aire y tratar de respirar pero, la sola bocanada de aire duele, aprieta las entrañas y quema la garganta. Vivir siendo uno fuera de la realidad. Entre aquel sentimiento llamado amor y esa línea delgada que te separa de la realidad, porque en realidad eso no existe. Cuando estar perdido en una lista de emociones demoniacas que pelean posesos entre ellos para ver cuál de todas las aberrantes sensaciones llega hasta el alma. Donde el sentimiento material deja de importar y solo es un sobreviviente entre las sombras en un juego insano.
Años mentalizando para no responder a los instintos naturales de la reproducción, porque eso es el amor; solo una pelea de la naturaleza por preservar la especie en la que algunos caen, se enredan y se envuelven en esa telaraña pegajosa entre reacciones químicas que provocan el placer y que son segregadas por el celebro en respuesta al instinto primitivo. Pero lo suyo fue irracional desde el comienzo, porque no corresponde al simple acto reproductivo, ni al cariño, ni a la costumbre, ni a la convivencia… Corresponde a un cruce de miradas del cual sabían que ambos se pertenecían. Así de simple y erróneo era, por eso jamás tuvo sentido el amarse. No tenía y no tendrá, pero parecía que aún seguían tan una pequeña esperanza. ¡qué ridículo! ¡qué errado!...que doloroso.
Ren Tao sabía que era hora de despertar, sobre todo después de ver la expresión de su hermana. En ese momento recordó una frase y el único consejo que recibió de su padre. Tenía, tal vez, cuatro años y se había caído por las escaleras de su casa. A esa edad no era el más avispado de los niños, más bien era un simpáticos niño bonito sobreprotegido por su hermana. Era el hermoso heredero de la dinastía Tao del cual su padre estaba orgulloso.
El gran Tao se agachó y lo miró directo a los ojos y con la voz seca, una que resonó por todo el pasillo, le dijo tácito "Un Tao, jamás llora, un Tao se levanta y sigue caminando con la frente muy en alto".
¡Qué ironía! Muy bien, tomaría su consejo. Aún con el dolor lacerante en su trasero, esa sensación ardiente en su cuerpo y esa molesta urticaria mental se levantó, con el dorso de su mano izquierda se limpió aquellas humillantes lágrimas que rodaron por su pálido rostro y con la mano derecha tomó por la muñeca de esa persona, la que aún amaba, con toda esa fuerza que no sabía que aún tenía y salió por aquella salida "extra" jalando a aquella persona que aún estaba absorta en el conflicto existencial de seguir viviendo o al fin dejar todo el martirio de lado.
Ren, por un momento supo que todo debía estar bajo su control, por un momento debía ser aquella persona, la que podía hacer lo que sea sin importarle nada más que él mismo. Esa gélida mirada no solo se apoderó de él más bien llegó a su hermana y a la tercera persona, su madre quien esperaba reacia y altiva en aquella salida medianamente secreta.
En ese momento Ran Tao supo que había cumplido con su misión. Se quedó de pie en ese lugar con la altivez propia de su ser y miró con algo de su despreció innato al delgado cuerpo del de ojos azules, Horokeu Usui.
-No, sé qué diablos te vio mi hijo, pero… destruiste mi familia- El Usui, miró a la señora. Solo recordaba haberla visto una vez en persona y una en foto. Era muy parecida a Ren, mucho más ahora que ambos tenían un largo cabello violeta. Esa mirada de desprecio jamás la olvidaría. Aunque decir "jamás la olvidaría" ahora sonaba como un tabú, el había olvidado a Ren por varios años. Había sellado todos sus recuerdos, y de la noche a la mañana había llegado una lluvia de meteoros atravesado su cabeza. Todo tipo de recuerdos taladrando su mente confundida dejándolo en el estupor de la realidad.
- Estamos a mano- Soltó con un pequeño sarcasmo que se silenció con el apretón en el agarré de su mano.
Ren jaló de él y fue donde su hermana le llevaba, con paso firme y aun con él arma en sus manos, esperando el momento adecuado. No es que hubiera cambiado de idea, pero ver a Ren de pie le había dado la idea de que tal vez podían continuar.
Pero la idea no duró mucho, la historia siempre se repetía como con círculo vicioso que condenaba a esa relación prohibida al mismo punto de la miseria. No había salida, justo cuando pensaban en escapar los pasos firmes de una multitud de uniformados con amas estaban acorralando el área apuntando directamente a Horokeu Usui.
Su sangré se sintió helada y una pequeña sonrisa adornó el rostro pálido del Usui, estaba a punto de levantar las manos cuando sintió la primera bala atravesando su cuerpo.
Ren tomó con fuerza el cuerpo del Usui y lo abrazó, al menos terminaría al lado de él, más aquel dolor que estaba esperando nunca llego, pero si vio el cuerpo de Jun tendido en el piso. Horokeu se quedo estoico con las manos en alto. ¿Qué no se suponía que era él quien debía morir en ese momento?
Para su sorpresa la lluvia de balas se había detenido y la única víctima mortal había sido Jun que aún tenía los ojos abiertos y los brazos extendidos tratando de proteger a su amado hermano.
Cuando Horokeu sintió que encañonaban su sien empujo a un Tao Ren que había quedado aún atónito que aún se negaba a soltarlo. Horokeu notó su mirada, aquella dorada mirada confundida y extraviada del mundo que había conocido muchos años atrás. Soltó un suspiro aún sabiendo las consecuencias lo miró a los ojos y le dedicó una tranquila sonrisa. – Ren, ¿me creerías si te digo que me gustas? –
El de ojos dorados lo miró con sorpresa y por un instante olvido todo lo que había a su alrededor y solo recordó a ese Usui, al ingenuo Horokeu que vivía en el departamento frente al suyo, aquel molestaba todos los días en clase. Aquel que se le había declarado hace mucho tiempo atrás y con el cual jamás había podido corresponderle de la manera adecuada.
-Te creo… idiota, tú también me gustas- Ren le dedicó una sonrisa pequeña, de esa que pocas daba. Solo Usui conocía esa sonrisa, pocas la había visto pero sabía de la resolución. En ese momento supo que sería el final.
-Ren, moriría por ti-
- yo por ti…
Después de escuchar la respuesta que estaba buscando, abrazó con fuerza ese delgado cuerpo que tenía enfrente. Pasó sus manos por su cintura rodeándolo delicadamente y luego buscó sus labios. Encajaban de forma perfecta, armoniosa y como si estuvieran destinados a estar juntos por la eternidad. EL contacto fue corto pero significativo, y sabían a ese punto que solo tenían un arma para defenderse y que Horokeu tenía una herida en quién sabe dónde.
Horokeu miró el arma y tembló por un momento, sabía lo que debía hacer, la salida no existía y no pensaba darle el placer a nadie de tomar la vida de su amado Ren. Sus manos dejaron de temblar cuando los delgados y fríos dedos de Ren se entrelazaron con los suyos y lo ayudo a dirigirse al lugar que buscaba. Puso el arma en su pecho y solo cerró los ojos.
-Solo hazlo- Susurró con una voz seria y tranquila, Horokeu dio un trago de salva que le ardió en todo el cuerpo. Luego de acariciar el delgado rostro apretó lentamente el gatillo de esa pistola.
-Ren~ cuando muera, quiero revivir de nuevo en mi… para poder conocerte de nuevo y estar una vez más a tu lado. –
No pudo escuchar la respuesta, solo vio como los ojos dorados habían perdido el brillo natural y la sangre tibia de su amado chino estaba sobre él.
Justo después sintió cientos de golpes atravesarle el cuerpo, al menos podía terminar tal como deseaba al lado de él. Todo el ruido la conmoción, se había terminado y solo había una gran oscuridad y el dejo de la sensación de los labios de Ren en los suyos. Cualquier otra cosa ya no tenía ningún sentido. ¡Diablos, había olvidado decir adiós!
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Estornudó por quinta vez en el día, odiaba ese clima. Hacía bastante frio y todavía faltaba un mes para primavera. Miró con el ceño fruncido a todas partes hasta que encontró la parada del transporte escolar. ¡Odiaba ese lugar! Jamás iba a comprender a su padre y sus tonterías de manarlo a conocer el mundo. Pero su madre era peor, le había mandado una enorme caja de almuerzo y dotación para todo un mes. No cabía en su apartamento, y eso que no contaba con todas las cosas que Bason, su amable tutor en el extranjero, que había dejado tiradas por todas partes.
A menos su hermana vendría a visitarlo por la tarde junto con su tonto novio. No era que le molestara, pero odiaba ver lo acaramelados que eran y sus muestras de amor delante de él. ¡Por que no entendían que lo más importante para él era simplemente sobresalir!
Dio un suspiro cansado y al fin descubrió que el famoso transporte público estaba ahí. Bien, iba ser su primer día ¿Qué tan malo podía ser?
Además de ser escandaloso, molestos y la verdad, no parecían muy listos no eran tan malos como los imaginaba.
Ren Tao tomó asiento en el tercer lugar justo al lado de la ventana. Colocó su mochila sobre él y sacó unos de sus libros favoritos dispuesto a leer.
Después de hacer dos paradas más notó un colorido grupo de chicos subirse al mismo camión. Su dorada mirada se cruzó solo por un instante con una mirada azul que pareció hacerse quedado perdido.
-Yoh~ mira…. Él es la persona que he esperado toda la vida-
-Eres un tonto Hotito~ tú te enamoras todos los días~
-Yoh~ al fin lo encontré de nuevo~ al amor de mi vida.