Cualquier parecido con personas o sucesos reales es debido a pura coincidencia, aunque la Coincidencia tiene un extraño sentido del humor. Yo puedo decir eso de mi trabajo sin problemas, no como los que crearon a los personajes de Blood+ y su historia.
Por cierto, si estos personajes pudieran comunicarse con nosotros, autores de fanfics, ¿no creéis que querrían matarnos por lo que hacemos con ellos? Imaginadlo y tened pesadillas, y luego tendréis material para una buena historia.
EN EL LIMBO
Joel Goldschmidt tenía propiedades inmobiliarias por todo el mundo, y Nueva York no era la excepción. Varios meses atrás se había decidido a comprar un carísimo ático en una zona del centro de Manhattan, y cuando el Escudo Rojo tuvo que trasladarse a la Gran Manzana persiguiendo a Diva, pudo rentabilizarlo. No lo usó como vivienda, seguía teniendo debilidad por el esmerado servicio de habitaciones de los hoteles de lujo, pero lo convirtió en un nuevo cuartel general de su organización secreta. De hecho, necesitó comprar varias plantas más, pero ni el precio ni los antiguos inquilinos fueron un problema. Joel pensó que perdía la capacidad de desplazarse, pero ganaba en seguridad. El anterior cuartel, en el crucero de lujo, demostró su vulnerabilidad en mar abierto. Estar en medio de Nueva York le proporcionaba la protección de un bosque de edificios, en la ciudad más sensible del mundo a los posibles ataques terroristas. El problema de estar conectado con todo el mundo lo solucionó gastando una pequeña fortuna en las últimas tecnologías en informática y telecomunicaciones. Para cuando preparaban el ataque final contra Diva, el nuevo cuartel estaba completamente operativo.
En al mañana del 23 de octubre de 2007, tras haber cruzado las calles llenas de monstruos de media Manhattan, Joel, David, Lewis, Julia y Okamura llegaron al nuevo cuartel. Los agentes que estaban allí ya sabían lo que había ocurrido en la ópera y estaban trabajando en lanzar rumores que ocultasen los verdaderos hechos. La misión prioritaria de todo el Escudo Rojo era ocultar la existencia de los quirópteros de alto rango; si nadie sabía el verdadero origen del Delta 67, nadie podría volver a utilizarlo para convertir el mundo en un caos sangriento. Sin embargo, resultaba difícil actuar sin saber si el gobierno estadounidense o alguna de sus agencias había comenzado con la misma tarea. Así que el trabajo se había reducido a proponer posibles fuentes para el Delta 67; fuentes fáciles de eliminar de forma que no dejasen atrás restos que pudiesen ser analizados. Era cómo buscar algo que actuase del mismo modo en que lo hacía la sangre de Saya: todo lo que quedaba atrás era polvo gris.
Parecía que el trabajo de desinformación estaba pensado a propósito para Lewis, que enseguida eligió a Okamura como asesor. Pero había otra tarea que, cuanto antes se empezase, mejor resultado daría. Debían destruir la mayor cantidad de información y pruebas posibles, y para ello debían de registrar todas las oficinas de las Cinco Flechas, la Goldsmith Holding y otras empresas asociadas a ellas. Cuanto antes empezasen, más probabilidades tenían de que aquello pareciese una maniobra del propio grupo empresarial para reducir su culpabilidad en los juicios que amenazaban con celebrarse en breve. El mundo buscaría respuestas y culpables. Una vez muerta Diva y muertos sus Caballeros, aquel que estuviese al frente de la empresa iba a pagar por todo el caos que los quirópteros habían creado. El Escudo Rojo tenía que asegurarse de que la ira de la Humanidad entera se volcase sobre los verdaderos culpables. Con esto en mente, Joel envió a David, junto a un comando de élite, a recopilar todos los documentos y materiales incriminatorios que encontrasen en las oficinas de Nueva York y alrededores.
Joel y Julia se sentían como fuera de lugar en aquellos momentos. Ambos se sabían imprescindibles en la organización, pero ahora mismo, había poco que podían hacer. Joel ya había dado sus órdenes, y no necesitaba supervisar a sus hombres como un perro guardián, pues confiaba plenamente en su capacidad de trabajo. Julia era buena con la información, pero ahora no se trataba de información médica o científica. Ella pensaba que lo que hacían sus compañeros era como una guerra fría, espionaje y contraespionaje, pero a través de Internet y otras redes ocultas. Era como convertir la vida real en un videojuego de espías. Se sonrió al pensar que el último actor en encarnar a James Bond le recordaba a David, pero con más carne y músculo en el cuerpo. La verdad es que muchas veces Julia se había sentido culpable por pasar demasiado tiempo pensando en David en lugar de en las investigaciones sobre los quirópteros, pero no podía evitarlo, porque estaba enamorada y para ella ambas cosas eran importantes por igual. Pensando en David de nuevo, algo empezó a tintinear en lo profundo de su mente, un aviso de algo que les podría ser útil, algo que no podía recordar por completo.
Joel también parecía perdido en sus pensamientos mientras dejaba vagar su mirada por el paisaje de rascacielos que le rodeaba. Su despacho se encontraba en lo más alto, siempre le había gustado que fuese así, para tener la sensación de que lo controlaba todo, pero también para alejarse del mundo. Desde bien niño se había acostumbrado a estar aislado, perdido en las enormes salas de grandiosas y vacías mansiones, educado con tutores particulares, sin ver por largas temporadas a su muy ocupado padre. Su madre había muerto antes de que pudiese tener algún recuerdo sobre ella, y cuando su padre también falleció, se quedó solo en el mundo. Su "querido tío" Amshel apareció muy oportunamente para hacerse cargo de él, pero aquello no fue ningún consuelo. Muy al contrario, aquel tipejo aprovechado, cruel, mezquino y lleno de vicios se encargó de convertir su vida en una pesadilla. Desde el principio Joel pudo darse cuenta de que Amshel no jugaba limpio y escondía muchos secretos. Tenía una obsesión malsana por controlar donde se encontraba en cada momento y con quien se relacionaba. Joel se dedicó a imaginar todo tipo de cosas, como que quería matarlo para quedarse con la herencia de sus padres, o que lo acosaba con la intención de abusar de él, pero no supo el verdadero motivo hasta que el Escudo Rojo logró ponerse en contacto con él. Amshel no quería que la organización se rehiciese y le nombrase jefe.
Los años que Joel pasó junto a Amshel podrían haber sido los peores y los últimos de su vida, pero tuvo la suerte de cruzarse con otro de sus parientes, alguien que, dentro de los estrechos límites en los que Amshel aprisionaba a todos los que le rodeaban, hizo todo lo posible por ayudarle sin poner su propia vida en peligro. Joel había llegado a verle como su ángel guardián, aunque fuese una especie de ángel caído. Gracias a él pudo acabar sus estudios en un internado de élite, un lugar severo, pero en el que estaba alejado de Amshel, y donde pudo por fin relacionarse con gente de su misma edad y condición. El hecho mismo de alejarse así de la obsesiva vigilancia de Amshel también hizo posible que por fin Joel supiese de la existencia del Escudo Rojo. La organización tenía con su ángel de la guarda una enorme deuda de gratitud, y sin embargo, no lo sabía. Joel había ocultado por completo los lazos que tenía con él porque pensaba que le harían perder credibilidad ante sus subordinados, y también porque pensaba que no poniendo en evidencia a esa persona ante Amshel, le estaba devolviendo de alguna manera el favor. Pero Joel no sentía que aquella deuda de gratitud y lealtad estuviese saldada. Ahora que era libre y poderoso, ahora que había visto con sus propios ojos la muerte de Amshel, sabía que podía ayudar con plena libertad a su otro tío. Si es que llegaba a tiempo de hacerlo. Joel daba por seguro que lo vería de nuevo en persona entre los palcos del Metropolitan, pero no estaba allí, ni al parecer en ningún otro lugar. Era como si la Tierra, de un cruel bocado, se hubiese tragado a Solomon.
Joel no sabía que pensar. Hacía ya varias semanas que no recibía correos de Solomon con noticias sobre los próximos movimientos de Amshel. Quizá se estaba ocultando a propósito para evitar que lo llevasen a juicio y más tarde a la cárcel: no se podía permitir estar en prisión, no porque no pudiese defenderse del rencor de los otros por ser rico, ni del odio por ser responsable de la plaga de SZN, ni del acoso por ser guapo. No, sencillamente no podía dejar que supiesen que era inmortal. Pero Joel sabía que Solomon era capaz de reconocer su culpabilidad ante el mundo entero, y dejarse juzgar y encerrar, y luego fingir su propia muerte y desaparecer del mundo con sus pecados redimidos. Tal vez ya se había hecho pasar por muerto y estaba preparando su próxima vida. Incluso era posible que hubiese muerto de verdad. Joel sabía que era inevitable que un día, por fin, Solomon reuniese el valor necesario para enfrentarse a Amshel, para escapar de la terrible jaula en la que atrapaba ese monstruo a sus personas preferidas, aquellas a las que más daño acababa haciendo. Pero Joel no apostaba por que Solomon saliese vencedor de una posible batalla con Amshel, y menos con Diva en su periodo activo. De todos modos, vivo o muerto, necesitaba encontrarlo.
En mitad de esas reflexiones, alguien tocó con suavidad en la puerta de su despacho. Era la doctora Silverstein, con un par de cafés recién hechos y unas novelas bajo el brazo. Eso le llamó la atención de forma visible a Joel.
_ Sí, ya sé que lo mío es leer los informes de laboratorio y no los best-sellers, pero los compré hace tiempo porque necesitaba distraerme un poco de... cierta preocupación – le dijo Julia – Además, aunque le parezca extraño, creo que nos podrían ser útiles.
Ella llegó hasta la mesa, dejó los cafés, tomó asiento junto a Joel y le tendió los libros. Estaban escritos por Douglas Preston y Lincoln Child, y se titulaban El ídolo perdido y El Relicario. Parecían novelas sobre arqueología, con un toque de novela detectivesca, pensó Joel. Las habían escrito en 1995 y 1997, pero a pesar de tener una década, estaban bien cuidadas, como todas las pertenencias de Julia.
_ Dime, Julia, ¿cómo crees que podrían ayudarnos estos libros?
_ Verás, hay un agente del FBI y una científica – al oírla decir aquello, Joel se sonrió; se imaginaba por qué Julia había elegido esas novelas – que deben enfrentarse a unas criaturas extrañas. Humanos infectados por un retrovirus que devoran a otros humanos.
La sonrisa de Joel se esfumó. La gastada frase de que la realidad supera a la ficción se había vuelto del revés.
_ ¿Podrías prestarme estos libros, Julia?
_ Por supuesto – ahora era ella la que sonreía - Pero creo que acabaremos antes si te explico lo que nos podría resultar útil. En la novela, el retrovirus se encuentra en una planta. Nosotros podríamos hacer creer a todo el mundo que el SZN proviene en realidad de plantas genéticamente modificadas por las industrias de los Goldsmith. Además, por lo que pude investigar mientras trabajaba con ellos, creo que es lo que de verdad hicieron para propagar la base D entre la población.
Joel miraba a la doctora con una cara de asombro mayúsculo. ¿Cómo no se les había ocurrido antes una solución tan sencilla y lógica? En realidad era la sangre de las quirópteras el origen de toda aquella plaga, pero sin una sola muestra de referencia, todos los gobiernos del mundo creerían que el origen estaba en los laboratorios y las plantas manipuladas. Una vez destruidos, nadie haría más preguntas.
_ ¿Sabes Joel?, Creo que te divertirás leyendo las novelas. Yo encontré muchos parecidos entre algunos personajes y las personas que he ido conociendo gracias a mi trabajo en el Escudo Rojo. Durante un tiempo incluso pensé que los escritores se habían cruzado con David, o lo conocían y se habían inspirado en él para crear al personaje del agente Pendergast. Pero será una simple coincidencia.
_ Pues ha sido una coincidencia muy afortunada. Dime una cosa, Julia, si no estuvieses casi todo el tiempo pensando en David, ¿habrías recordado que leíste estos libros?
Julia se puso roja de golpe. Ella creía que su obsesión con David le había pasado desapercibida a todo el mundo, porque no había hablado de ello con nadie, nunca. Pero parecía que era algo bastante obvio y evidente para todos. Al menos, ahora que David había reconocido por fin que el sentimiento era mutuo y la guerra con los quirópteros había terminado, ella ya podía dedicarse por completo a su relación.
Julia se levantó, se colocó tras Joel y empujó su silla de ruedas fuera del despacho, y por los pasillos del cuartel hasta donde se encontraban Lewis y Okamura. Al mirar al periodista se rió de nuevo, como si le hubiesen contado algo gracioso, y Joel le preguntó si también se parecía a algún personaje de las novelas. "Por supuesto", dijo Julia. Lewis les preguntó sobre qué estaban hablando, y entre Joel y Julia les contaron sobre que iba todo aquello de los libros, las plantas, los retrovirus, y cómo podían utilizarlo en su propio provecho para sepultar por siempre jamás en el silencio el origen del SZN, del Delta 67 y de la base D. Para Lewis, fue cómo si viese el Cielo abierto ante sí. Akihiro Okamura estaba volteando furiosamente las páginas de las novelas, cosa que aún provocó más risas en Julia. Antes de volver a su trabajo, Lewis estuvo comentando con Julia que él también había visto varias películas que de alguna forma le recordaban a sus compañeros en la organización y el trabajo al que se dedicaban. Ambos pensaron que quizá deberían estudiar en un futuro las posibles capacidades adivinatorias de los seres humanos: no creían que pudieran darse tantas coincidencias de forma natural.
Mientras en el cuartel del Escudo Rojo parecía que habían dado vía libre al optimismo, excepto por las preocupaciones ocultas de Joel, en el apartamento el extraño humor de Saya lo había invadido todo. Cuando por fin se despertó y decidió salir de la habitación eran casi las cuatro de la tarde. En realidad no había podido dormir mucho, tenía horribles pesadillas que le hacían revivir una y otra vez la noche anterior, y cuando no estaba soñando, no podía dejar de pensar en todo lo que había pasado, en su vida entera. Este era el primer día del resto de su vida, y no sabía que hacer. Se sentía perdida en medio de todas partes y de ninguna, con el mundo girando a su alrededor más deprisa de lo que podía asimilar. Por suerte para Saya, lo que la esperaba al abrir la puerta era una visión amable y casi idílica del mundo. Lulú estaba en la sala, jugando con los bebés. La niña intentaba hacer cosquillas a las pequeñas criaturas, pero era un poco difícil encontrar algún trozo de piel sin cubrir por los filamentos del capullo. Sin embargo, parecía que Lulú no tenía intención de sacar a los bebés de sus envoltorios. En cuanto se dio cuenta de la presencia de Saya, la pequeña schif se giró a saludarla.
_ ¡Hola Saya! Kai y Mao no están. Han vuelto a ir de compras, porque dicen que les hace falta ropa para los bebés – Lulú alzó a una de las gemelas del suelo y la puso frente a Saya - ¿Quieres tenerlas en brazos?
El buen humor de Lulú era como una brisa fresca que alejaba los nubarrones del mal humor de Saya. Además, ante los ojos de la reina, estaba lo único bueno que había salido de aquella noche de pesadilla: dos criaturas inocentes y puras, llenas de posibilidades, ilusiones y esperanzas de un futuro mejor. Saya se acercó con pasos tambaleantes, se sentó en el suelo junto a Lulú, y tendió los brazos para recibir en ellos a una delas pequeñas bendiciones sonrientes. Apoyó a la niña contra su cuerpo y la rodeó con sus brazos. Estando así podía sentir el pequeño corazón de la niña golpeando contra el suyo, hasta que ambos latieron al mismo ritmo. El simple contacto con el bebé consiguió calmar por completo el malestar de Saya. Lulú entonces le pasó a la otra gemela. Pesaban un poco, pero Saya logró sujetarlas, a cada una con un brazo. Las niñas parecían no cansarse nunca de reír y hacer gorgoritos, y movían sus pequeñas manos, rozándose entre ellas, arañando sin querer las mejillas de Saya, hasta que conseguían llevarse el puño a la boca, o frotarse un ojo. Saya no conseguía separar sus ojos de ellas, del mismo modo que Lulú miraba como hechizada a la reina y a los bebés.
_ ¿Sabes qué, Saya? Pareces su mamá. Los schif no tenemos madre, pero me hubiera gustado tener una. ¡Ya sé, podrías adoptarnos a las tres! Aunque creo que soy un poco grande para parecer tu hija.
Saya no le contestó nada, sólo se la quedó mirando sorprendida, con los ojos muy abiertos, y se puso a llorar. Aquellas tres criaturas sí habían tenido madre, pero ella la había matado sin pararse a pensar, ni por un momento, en cómo era de verdad su hermana, en qué pensaba y sentía Diva. Hasta el último momento había considerado a Diva no como a una persona, sino como algo maligno, poco menos que un insecto dañino. ¿Cómo era posible que hubiese llegado a ser tan cruel, tan estúpida y tan inhumana? ¿Por qué nadie le había hecho ver que Diva sólo había sido la victima de la crueldad, la avaricia y la maldad de Amshel? Ahora que tenía a las dos gemelas en brazos y las veía estar juntas sin problemas, se preguntaba si podrían haber estado así ella y su hermana. Nadie les había dado la posibilidad de intentarlo. Todos habían interferido en su relación para estropearla y envenenarla. Pero ahora ya no había nadie a quien culpar, perseguir, combatir y exterminar. El único camino que se abría ante Saya era el del perdón y el olvido. Ella y Diva no podían volver a empezar desde cero, pero sus pequeñas sobrinas sí. Esperaba que creasen para ellas el mundo que nunca había existido para Diva y para ella; no, no esperaba, sabía que Kai lo iba a hacer.
Las lágrimas de Saya estaban incomodando a las niñas, parecía que querían secarse aquella humedad que les empapaba las cabecitas y las caras, pero no podían, y se echaron a llorar. Saya se levantó con bastante esfuerzo del suelo, se dijo que debía dejar de llorar para que las niñas se calmasen, y comenzó a mecerlas mientras paseaba por la sala. Pero no pudo seguir caminando mucho rato, se sentía pesada y cansada. Lulú se había puesto a ver la televisión, así que Saya se llevó a las niñas al dormitorio, se acomodó al medio de la cama, y se colocó a una a cada lado, rodeándolas con los brazos. Al poco rato, las tres estaban durmiendo.
En unos veinte minutos, Mao y Kai regresaron cargados de bolsas. Ahora sí estaban seguros de tener todo lo necesario para poder cuidar como era debido a las pequeñas gemelas, y eso los hacía estar de un humor inmejorable. Los dos estaban acostumbrados a expresar su buen humor a gritos, pero Lulú, con una mirada severa y acusadora, les hizo callar.
_ Si seguís gritando, vais a despertarlas. Además, tenéis que verlas durmiendo. Parece que estar juntas les gusta mucho, las tres sonríen.
Y era verdad que lo hacían, por lo menos hasta la hora de la siguiente comida de las niñas. Saya estaba soñando que le corrían caracoles por todo el cuerpo, hasta que la despertaron un par de gritos agudísimos. Las gemelas habían estado buscando comida y le habían babeado toda la parte de delante del pijama, pero cuando vieron que no conseguían nada chupando de allí, se pusieron a gritar disgustadas y hambrientas. Cuando los demás entraron en la habitación, aun las tenía agarradas al pecho con los puñitos, y se alegró de que la ropa no se le clarease, se hubiese muerto de vergüenza. Lulú no entendía que estaba pasando, pero a Mao y Kai les hizo mucha gracia.
_ Son tan tragonas como tu, Saya – le soltó Kai entre carcajadas.
Cuando Saya iba a contestar, enojada, se oyó su habitual e inoportuno rugido de tripas, al mismo tiempo que el de las dos niñas, también con caritas enojadas. Al final acabaron los cuatro riendo a pleno pulmón.
Ya estaba anocheciendo, y decidieron sentarse todos a cenar y conversar tranquilamente un rato. Mientras Kai preparaba la cena con la ayuda de Lulú, Saya y Mao se ocuparon de dar el biberón a las niñas, les quitaron por fin los restos de capullo que las cubrían, las lavaron y les pusieron su ropa nueva. Mao estaba sorprendida por el instinto maternal que estaba mostrando Saya, pero no estaba ni la mitad de sorprendida que la propia Saya. Le resultaba extraño, pero no le disgustaba. Sólo sentía un punto de culpabilidad por saber que no era la verdadera madre de las niñas, le parecía injusto, pero ahora ella era la única figura materna que podían conocer. Quizá era más responsabilidad que verdadero instinto maternal. Tras la cena se pusieron a montar una cuna para las niñas, porque el sillón y los brazos de la gente no eran el mejor sitio para que descansasen tranquilas. Aprovecharon el rato de trabajo para conversar, y le contaron a Saya que los adultos estaban fuera y que lo más seguro es que no volviesen hasta el día siguiente, porque se había decretado el toque de queda en toda la ciudad. Ya hacía una semana que al anochecer todo el mundo se encerraba en sus casas, y las calles eran tomadas por los monstruos y por sus cazadores. Aunque ayer por la noche la actuación de Diva hizo que se disparase el número de quirópteros, Saya y Lulú eliminaron todos los que se habían cruzado en su camino, y habían sido muchos, pero no se podían comparar con todos los que la Armada Zombi había dejado fuera de circulación. Era innegable que cumplían con su función de forma impecable.
El hablar de la situación hizo que de nuevo los demonios de la noche anterior persiguiesen a Saya. Eso, y cierta funda de violonchelo que seguía apoyada contra una de las paredes de la sala, donde su dueño la había dejado el día anterior, de donde él nunca jamás la recogería. Saya creía que se sentiría hundida y vacía por completo al pensar en Hagi, pero en realidad estaba rabiosa al recordar a su Caballero, y no entendía muy bien por qué. Cuanto más buscaba el amor y el dolor en su corazón, más y más rabia sentía Saya. Para calmar aquella furia que le nacía de dentro, ella sólo conocía una solución, hacer lo que mejor sabía hacer. Por eso se alegró hasta el infinito cuando vio a la pequeña schif cargar con su hacha al hombro: antes de que a Lulú le diese tiempo de preguntar, Saya se había ofrecido a salir de caza con ella. Kai y Mao las vieron, preocupados, perderse en la noche. Ambas tenían un salvaje brillo en la mirada que haría creer a cualquiera que se lanzaban con inmenso placer a la matanza, pero Kai prefería pensar que las dos buscaban reafirmarse con ese acto. Dentro de poco ya no tendría sentido luchar ni matar, y las dos necesitarían tener nuevos objetivos a la vista o no serían capaces de encontrar un lugar en medio de un mundo que no parecía hecho para ellas, el mundo cotidiano y en general pacífico de la gente corriente.
Una media hora después de amanecer, al volver de su batalla nocturna, Saya y Lulú se encontraron en el portal del bloque de apartamentos con una gran limusina negra. Joel había mandado a Julia con un par de agentes para que recogiesen a todas las quirópteras. Quería que fuesen al cuartel general para que Julia comprobase que estaban en buenas condiciones de salud. Lulú accedió sin problemas, y subió a recoger a las niñas. Enseguida regresó cargada con los bebés y una gran bolsa con pañales, comida y mudas de ropa. Saya también subió, se dirigió hacia donde reposaba el violonchelo, lo sacó de la funda, le pasó la mano con cariño por encima y lo llevó a su habitación. Se cargó la funda vacía al hombro, y sin decir una palabra ante la perplejidad de sus conocidos, subió en el coche. Sólo pidió por favor que pasasen junto al río. Nadie vio problema en complacerla. Al llegar allí, salió de la limusina, se acercó todo lo que pudo a la orilla y usando todas sus fuerzas, lanzó la funda vacía al agua. Esperó hasta verla hundirse por completo y regresó al coche con una sonrisa triste y cansada, pero satisfecha en los labios. Julia se cuestionó por un instante la salud mental de Saya, pero apartó enseguida esa idea de su mente. Debía haber un motivo oculto tras aquel acto.
_ Julia, cuando acabes de examinarme, ¿podré ir de compras? Me gustaría conseguir una funda nueva para mi violonchelo, y también algunas partituras.
_ Claro que sí, Saya. Le pediré a los agentes que te lleven a una buena tienda de música.
_ No te preocupes, no quiero ser una molestia. Además, necesito caminar y tomarme un poco de tiempo para pensar en algunas cosas.
_ Pero en tu estado, podrías ponerte a dormir en cualquier sitio y...
_ No te preocupes. Llevaré un móvil, y dinero suficiente para el metro o el taxi. Sólo dame la dirección. Prometo que estaré bien.
Lulú, las niñas y Saya pasaron la revisión. Era algo que Julia esperaba de las tres más pequeñas, pero que le sorprendió en el caso de Saya. Después de una abundante transfusión la reina parecía en perfectas condiciones. La somnolencia era la única señal de que se acercaba su letargo: se había dormido por el camino, y otra vez mientras le hacía las pruebas y la transfusión, pero por lo demás estaba en inmejorable estado. Así que la doctora la dejó marchar sin problema.
Saya se tomó su tiempo. Caminó hasta que se sintió cansada, luego llamó a un taxi y volvió a dormirse otra vez más (¿cuántas llevaba ya aquel día?) hasta llegar a la dirección que le habían indicado. En la tienda una mujer de alrededor de cincuenta años, la dueña, la atendió con mucha amabilidad y le ayudó con las partituras y la funda. Saya quería una normal, pero de buena calidad, y acabó llevándose una de color magenta, ni azul ni roja. Pensó que ahora estaba por encima de esas distinciones. Con las partituras tardó algo más, porque quería algo que transmitiese alegría de vivir y libertad. Al final también se llevó algunos discos. Metió toda la compra en la funda vacía y volvió caminando al cuartel, y esta vez no sintió que necesitase dormir.
Saya llevaba pensando desde que salió de caza con Lulú en por qué estaba tan irritada con Hagi. Ella reconocía que había sido una ignorante por no darse cuenta de que el afecto que sentía por Hagi podía ser en realidad otra cosa, que había sido muy estúpida al no darse cuenta de que Hagi llevaba la vida entera enamorado de ella, y que pedir a alguien que te ama de corazón que te quite la vida era la mayor crueldad posible.
Pero si todo aquello había salido tan mal era porque Saya no sabía nada del amor, nadie le había explicado nada, ni siquiera Hagi. Y ahí es donde ella encontraba la raíz de todo el problema. Si tanto la amaba, si creía que ella podía sentir lo mismo por él, si tan doloroso y terrible era cumplir con su promesa, ¿por qué nunca jamás dijo nada? Hagi había sido aun más cruel que la propia Saya, había hecho lo mismo con los sentimientos de su reina que con el violonchelo, apoderase de ellos y encerrarlos donde nadie más que él pudiese alcanzarlos. Haciendo eso le había negado a Saya el mayor y más poderoso motivo para seguir viviendo, y lo había hecho hasta el mismísimo final. Saya empezaba a pensar que aunque lo llamase amor, lo que sentía Hagi por ella no podía ser amor de verdad. Si quieres a alguien, no dejas que se hunda en la desesperación pensando que es una criatura horrible que sólo merece la muerte, le debes ofrecer motivos para seguir viviendo. Si de verdad quieres a una persona, no te declaras para luego dejarte matar antes sus propios ojos, abandonándola, lo que haces es luchar para seguir viviendo junto a esa persona. Mucha gente había dejado a Saya vivir en completa ignorancia sobre asuntos básicos de la propia vida, y Hagi era uno más: jamás había conseguido hacer que Saya se sintiese amada, pero tampoco la había dejado buscar el amor en otro lugar. Ella no entendía que motivos podía haber tenido su Caballero para comportarse así, pero se había dado cuenta de que, si en vez de estar a su lado como si fuese poco más que un esclavo, Hagi se hubiese sentido como un compañero a su mismo nivel, ella habría podido darse cuenta de más cosas, podría haber actuado de otra manera. Y quizá no hubiesen ocurrido tantas desgracias.
Ahora, con Hagi muerto, se sentía de algún modo liberada, pero no se atrevía a hablar de ello con nadie; tampoco se atrevía a decirles que se arrepentía amargamente de haber matado a Diva, que hubiera preferido tener una oportunidad de conocerla, y que se sentía obligada a hacer algo por su hermana muerta. Saya no podría estar allí para ver crecer a sus sobrinas y guiarlas por el camino que todos les habían negado a Diva y a ella. Pero había decidido que dejaría de ser una inocente fácil de manipular. La inocencia no era más que un sinónimo de la ignorancia, y la ignorancia una forma de esclavizar a las personas. Saya estaba decidida, por ella y por Diva, a aprender todo lo necesario para no dejarse manipular nunca más por nadie, para no dejarse engañar, para ser libre. Así podría escapar del limbo en el que había estado durante toda su vida. Arrojar aquella especie de cajón de muertos en que Hagi había encerrado el violonchelo era un modo simbólico de comenzar su nueva vida: si el violonchelo representaba sus sentimientos, ahora quería recuperar el control sobre ellos.
Mientras Saya estaba en el umbral entre una vida en la que había sido esclava de la culpa y otra en la que era libre para decidir su propio camino, Nathan observaba como Hagi y Solomon también estaban, pero de una forma más literal, en el Limbo. Después de día y medio de intentar curar sus cuerpos, el Caballero no tenía claro que aquello fuese a servir de algo. Abimael le había dicho que los dos estaban en un coma profundo, y que quizá no saliesen de él nunca. Pero Nathan no se resignaba a perderlos: Solomon y él no tenían a nadie más en el mundo que el uno al otro, y Saya debía estar loca de dolor por haber perdido a su Caballero. Se hubiese sorprendido mucho de saber lo equivocado que estaba, pero de momento nadie iba a sacarlo de su error.
Notas:
Quería dar la impresión de que los personajes estaban en un momento de cambio, en un momento indefinido en el que podrían para cualquier cosa que hiciese cambiar por completo el rumbo de sus vidas, y por eso me he referido al Limbo. Se supone que es el lugar donde esperan las almas que no pueden ir al Cielo, pero tampoco al Infierno, y que allí no sienten ni dolor ni bienestar.
Las novelas que he mencionado arriba son reales, supongo que no hay problema en citarlas porque en ningún momento he ocultado que pertenecen a sus autores. Animo a cualquier fan de Blood+ a que las lea, porque los parecidos con la serie son más que sorprendentes, y porque son buenas historias.
Sé que esta vez he tardado más en actualizar, pero el clima de mi país no favorece mucho trabajar por estas fechas: cuando estas a más de 40 grados, es difícil pensar en algo decente que escribir. También voy a tardar con el siguiente capítulo, pero esta vez por culpa de los exámenes.
Creo que ya he hecho todas las aclaraciones que pensaba que eran necesarias, pero si tenéis cualquier duda, o algo que decirme, por malo que sea, sólo tenéis que dejar un review. Hasta pronto, espero.