Antes que nada, sólo dos personajes son míos, los demás son propiedad de Butch Hartman.

Este fic lleva muchos años cocinandose, y hatsa hoy pudo ver la luz...De verdad espero que les guste.


Introducción

La lluvia ocultaba la luna. En las noches de verano, la luna suele brillar con más esplendor que en otras estaciones, pues la cercanía del sol hace que su luz sea más intensa. Pero aquella noche no. Esa noche la lluvia había invadido como intrusa la noche, robándole la atención a nuestro gran satélite. Y no era una lluvia cualquiera, parecía que el cielo se iba a caer. Las gotas chocaban con violencia contra los cristales de los automóviles estacionados; los negocios populares habían cerrado, incluso aquellos que su horario llegaba más allá de la media noche. Sólo la luz de los faros en las calles parecía ocupar la ciudad, iluminándola como aquellas luces que se ponen alrededor de los árboles navideños. Sí, la lluvia tenía consecuencias extrañas en la personas. Nadie que poseyera sentido común saldría a la calle en una noche así. Nadie.

Pero siempre hay una excepción.

Alejada de las principales avenidas de la ciudad, rayando en los límites del estado, se encontraba un edificio blanco y largo, de dos pisos, muy parecido a una escuela. Era iluminado tan sólo, por un faro que con su luz anaranjada guiaba a la entrada principal del complejo. El lugar parecía muerto, como todo el resto de la cuidad. La marquesina dejaba seco una gran parte de acera frente a las dos puertas corredizas de cristal, que se encontraba vacío…hasta hacía unos instantes. Cualquiera que estuviera viendo la escena hubiera pensado que se estaba volviendo loco, o que la lluvia y la oscuridad le estaba haciendo ver visiones. Pues donde existía solamente el vacío de la calle, ahora se encontraba un sujeto demasiado ancho para estatura que tenía. Bajo lo que parecía un impermeable negro, aquella criatura ancha (pues una forma lógica no se le podía percibir) miró a ambos lados de la calle, para ver si alguien más se encontraba por allí. Tras inspeccionar detenidamente, se agachó un poco, y por debajo del impermeable aparecieron dos pares más de pies, más delgados y delicados que los primeros, que calzaban unas botas blancas y relucientes. Los tenis se quedaron quietos, y ambos, como si fuera algo natural atravesaron la puerta del edificio y entraron a la estancia. La calidez de la enorme habitación le entró hasta los huesos, de aquellos dos intrusos, que eran jóvenes, muy jóvenes. Los dos muchachos, aún cubiertos por el enorme impermeable observaron el lugar y suaves murmullos se dijeron entre sí. La dueña del segundo par de pies era de una joven, con aspecto cansado y con su cabello suelto y largo le cubría en parte la cara. Con los brazos cruzados se acercó a lo que parecía la recepción del edificio, que era alto y semicircular, de una buena calidad de madera. El muchacho que seguía tapado con el impermeable, no dejaba ver su cabeza ni su cuerpo completo, se acercó a la joven y sacó de por debajo de la enorme capa negra, lo que parecía un cajón cubierto de tela. La colocó sobre el recibidor y lo abrió hasta la mitad, acto seguido, esperó a la muchacha, quieto sin moverse. La joven abrió los brazos, como una flor que se abre al amanecer y un pequeño bulto se dejó ver. La muchacha acarició la carita del bebé y lo apretó contra su pecho largo tiempo. Su acompañante la tomó del hombro y unas inaudibles palabras le habló, pero la muchacha se apartó sin dejar de abrazar su tesoro. Largos minutos se quedó así, y el muchacho comenzó a inquietarse y observó el reloj digital que estaba en el recibidor de madera. Ya había pasado mucho tiempo. Le dijo a su compañera que se apresurara y la joven al fin accedió. Le dio un beso al pequeño y cuando estuvo a punto de dejarlo, el muchacho, con un rayo silencioso se puso junto a ella, y con ternura le quitó al bultito de sus manos y lo cargó. Lo abrazó también, con tal fuerza que el pequeño pareció inquietarse. La muchacha de inmediato lo tomó nuevamente y lo arrulló para que no llorara. El muchacho se acercó y le dio un beso en la blanca frente del pequeño, tan prolongado que parecía no quería apartarse de él. La muchacha lo dejó al fin, y lo acomodó en aquella caja –un bambineto- y subió la sombra. Ambos temblaban con tristeza, mientras veían por última vez la cunita. Se abrazaron y los desaparecieron debajo del impermeable y la oscuridad.


Bien esta fue la introducción (creo que no se le dice así, pero no lo recuerdo muy bien, si saben por favor comuníquenmelo).

Por favor, dejen reviews, de todo se recibe.