Prólogo

Dolor. Eso es lo único que podía sentir, dolor, fuego corriendo por mis venas, una batalla librada en mi interior, como el bien contra el mal, el fuego contra mi cuerpo. Y de momento, mi cuerpo estaba en clara desventaja.

No quería, ni podía permitirme recordar el porqué estaba así, por dos simples raciones, la primera es que no necesitaba más dolor, las últimas 48 horas habían sido las peores de mi vida. ¿De que manera, si me lo permitís, se puede ir todo a la mierda? En las últimas 48 horas había perdido todo aquello que me importaba. Y segundo, el dolor me consumía tanto, que ni siquiera podía pensar de manera racional.

3 días antes

-Señorita Carmen, dese prisa. No querrá que usted y sus padres lleguen tarde.- Siempre me había gustado María, era una criada fiel. Me daba ánimos cuando los necesitaba y me ayudaba con todas mis tareas. -Ayúdeme a ponerme el corset, por favor.- Esa era la nueva moda en Londres, al menos eso se decía en las reuniones de la casa de campo.

Una vez estaba ya vestida, cogí mi parasol y salimos de la mansión. Era una de las mejores casas del pueblo, al menos eso se decía. Los estudiados decían que tenía detalles de la Italia del siglo XIV. Ahora, en el siglo XVI, era tendencia. Mi familia, padre y madre decidieron hacer un pequeño viaje por el mediterráneo en un galeón. Yo sabía que no era un viaje, pues el único viaje que se podía hacer, se hacía en carruaje. Era una época difícil, incluso para los ricos como mi familia. Necesitaban viajar a Italia para trabajar, algo que se consideraba de plebeyos. Pero fingí entusiasmo, pues decían que Italia era la ciudad más bella de Europa. Me apenaba dejar España, pues es donde nací y donde crecí, pero nuevas oportunidades se abrirían paso a nuestros pies. El primer día fue fácil, había varías señoritas de mi edad, al menos aparentaban mis 19 años recién cumplidos, había quien me miraba mal por seguir siendo soltera, pero yo no quería casarme. Decidí que sería libre, libre como el viento, para siempre. Pero hoy era insoportable. Los marineros no paraban de gritar, ya había gente que había caído enferma por la viruela. Me encantaba pasear por la proa, mientras el suave viento agitaba mi larga y espesa negra cabellera. Pasaba así mi tarde cuando de repente, un hombre, que atendía por el nombre de Gustavo vino hacia mi corriendo. Yo me asusté, pues no dejaban correr por la cubierta. Me llevó hacia nuestro camarote, y en cuanto entré, me paralicé. No podía hablar, no podía moverme. Apenas podía respirar. Tendidos en medio de la estancia estaban mis padres, o lo que debían serlo. Estaban pálidos, blancos como el marfil. No había sangre ni ninguna magulladura en su cuerpo. Pero estaban sanos. Los marineros pensaban que podía haber sido alguien de la tripulación o de los viajeros, pero yo no prestaba atención. Me pasé toda la noche llorando, pensando en nada y en todo a la vez. ¿Que haría yo ahora? Apenas conocía el mundo, no sabía nada. Pero al parecer, alguien ya sabía la respuesta. Cuando desperté, me llevé el peor susto que jamás uno se puede llevar. Delante de mí había dos personas, igual de pálidas que mis padres. Pero con una escalofriante diferencia, tenían dos rubíes por ojos, había visto ojos azules, verdes, marrones y negros, pero jamás ojos rojos. Un hombre y una mujer, una pareja, mirándome con tal apetito, que pensé que jamás saldría de allí viva. Tonta. En realidad tenía razón, no salí viva, salí siendo un ser que jamás creí que podía existir. Ella trató de tocarme, pero el hombre la detuvo y por primera vez, me estremecí al escuchar sus palabras. - Una chica hermosa no merece morir- Él seguía hablando, pero a tal velocidad y tan bajo, que no pude entenderlo. Y después todo pasó muy rápido. En un momento estaban hablando, de espaldas a mí y al otro estaban encima mío, presionándome contra el suelo y lo último que sentí antes de entrar en la oscuridad absoluta fueron unos afilados colmillos contra mi bronceada piel.

Podía sentir como mi corazón luchaba, pero perdía la batalla, como de repente, todo estalló. Creí sentirme muerta, que el fuego lo había consumido todo, que me reuniría con mis padres en el cielo que tantas religiones adoraban. Pero otra vez, volví a ser tonta, ojalá hubiese muerto, aquellas dos... personas, vamos a llamarles, me condenaron a un infierno en la tierra, como condenar a vivir entre los vivos a un muerto, como dejar que un león se enamore de la oveja, tomaron la decisión que me condenó para siempre a una vida maldita. Para mi sorpresa, podía moverme, podía pensar y respirar. Pero para colmo, estaba viva sin un latido de corazón. Me creí loca. Me levanté con más energía y rapidez que nunca y sentí como si me golpeasen con un millón de ladrillos. Todo era nítido, los colores, las formas... es como si hubiese estado ciega. Pero mi estado de frenesí se disolvió en cuanto vi a los asesinos de mis padres y de mi misma. Les pregunté que me habían hecho y el porque. Lo dijeron todo riéndose de mi, de mi vida maldita, diciendo que merecía ser uno de ellos, porque las muchachas bonitas debían de servir a los necesitados vampiros...Me fui de allí, me metí en otra habitación y por primera vez, tuvieron comprensión, me dejaron sola para asimilarlo. Lloré sin lágrimas, sollozaba sin necesidad de respirar. En cuanto me contaron lo necesario para matar a un vampiro, consumé mi venganza. Los maté y queme sus cuerpos. No podía soportar una interminable existencia sabiendo que los asesinos de mi única familia, los que me condenaron a esta vida seguían por este mundo de luces y sombras. Había pensado que tal vez, matarlos podría devolver una pizca de felicidad a mi ahora triste y repulsiva vida. Pero volví a equivocarme. Jamás podría ser feliz de nuevo, sabiendo que debía vivir matando a otros humanos. Jamás podría ser feliz, jamás tendría a alguien a mi lado, ni familia, ni esposo, ni hijos. Simplemente estaría, sin felicidad, sin amor. Sin vida.