Hola! Sí, sigo viva :D Creo que todos sabéis por qué me he ausentado tanto tiempo, pero si no, está muy claro: mi querido y adorado instituto xDD jejeje pero, tranquilos, estas Navidades me pondré al día con todas las actualizaciones que hay por aquí, y escribiré varios capítulos más para esta historia, y algún shot que me acosa por las noches ;) Hablando de este nuevo capítulo, es también de transición, ya que no pasa nada interesante, así que sirve de puente para los próximos, en los que ocurrirán más cosas relevantes :D No me matéis si este capítulo os resulta un poco aburrido, llevo peleándome con él toda la mañana y varias tardes ya, y esto es lo mejor que he podido lograr, aún así creo que lo mejor de todo es el final ;D

Nos vemos abajo!


El puré emitió un ruidito a caballo entre la succión y un chapoteo cuando Odd volcó el contenido de la cuchara de nuevo sobre el plato. Al final no había podido probar bocado, le escocía la boca del estómago y se sentía débil, pero estaba seguro de que vomitaría de haber comido algo. No le apetecía nada. Sentía la mirada de Magalie de Vasseur clavada en su espalda pero ni siquiera aquello lograba animarlo.

Sabía que estaba preocupándolos a todos con aquel careto de moribundo, también sabía que estaban hablando de él, intuía levemente que Aelita no paraba de mirarlo y que tenía una mano sobre su hombro, que Ulrich estaba demasiado callado, quizá porque no había conseguido acompañar a Yumi a casa o vete tú a adivinar el motivo, con Ulrich era complicado saberlo. Una parte mínima de su cerebro se había encargado de dirigirle a Jeremie sonrisas torcidas y cansadas las dos veces que había intentado bromear para animarlo.

La cuchara volvió a hundirse en el plato, salpicando la mesa de gotitas amarillentas y pegajosas.

Otra parte de su cerebro se encargaba de asentir cuando le preguntaban algo, sin tener ni idea de qué estaban hablando y sin despegar los ojos, de un apagado color ocre, de la bandeja. Oía voces a su alrededor, pero eran solo un murmullo apagado que no lograba descifrar.

Por último, la mayor parte de su cerebro se encargaba de recordarle la jaqueca que llevaba encima. En los últimos minutos la intensidad con la que se repetía la visión había disminuido considerablemente, pero eso no quitaba que fuera dolorosa.

Odd intuía que estaba siendo irrespetuoso, sin prestar atención y con la mirada gacha. Apenas se reconocía a sí mismo, ¿dónde estaba el imperioso e impulsivo Odd Dellarobbia? Deberían cambiarle el apellido por Odd Lunático-adivino-deprimido Dellarobbia. Se obligó a sí mismo a echarse un pequeño pegote de aquella pasta a la que llamaban puré (¿desde cuando Odd Dellarobbia le hacía ascos a la comida?) con un débil movimiento del brazo, y se la tragó sin saborearla. Después levantó lentamente la mirada y la dirigió a un pequeño grupo de figuras borrosas que se apoyaban en la mesa, lentamente sus pupilas se fueron enfocando.

Eran William y Sissi.

William miraba al pequeño grupo con interés. Cuando ellos estaban juntos él mismo se sentía un extraño. No podía dudar de que lo habían aceptado en el grupo, por supuesto, al principio había habido malas caras pero luego lo trataban como a uno más; William sabía que aquello se debía a que por fin se habían librado de su doble vida. Pero ahí estaba de nuevo, aquel extraño vínculo casi palpable que los unía, haciéndolos parecer una única entidad. Era extraño, y en momentos como aquel sentía que estaba metiéndose en medio de una reunión privada en la que no tenía nada que objetar. Aunque los miembros del grupo no parecían demasiado animados: Aelita apoyaba la mejilla sobre una mano y miraba tristemente la manzana medio mordisqueada, Jeremie se deslizaba las gafas por el puente de la nariz en un tic inconsciente y sus ojos azules miraban repletos de preocupación a Odd, Ulrich parecía desanimado.

¿Y Odd? Odd parecía no estar ahí. Tenía los ojos, habitualmente centelleantes, apagados y tristes, y la piel de un extraño color cetrino y pálido, como si estuviera enfermo. Estaba claro que no se encontraba bien, algún tipo de sufrimiento o preocupación se delataba en sus facciones tensas, en la forma en que fruncía los labios como aguantando un gemido de dolor, o en la pequeña arruga que había aparecido en su frente.

Por si acaso prefería no fijarse mucho.

–Hola chicos– les saludó. Tres pares de ojos se fijaron en su cara.

– ¿Estáis bien?– se les adelantó Sissi, que los miraba con cara de preocupación. – ¿Y dónde estabais esta mañana? Bueno, no es que haya pasado nada interesante pero podíais haber avisado de que os ibais o algo, estábamos preocupados– Sissi no había perdido aquella costumbre de hablar en un monólogo difícil de seguir–. Bueno, no pasa nada porque os he copiado los apuntes y… –se interrumpió a media frase mientras le tendía a Ulrich un archivador forrado de fotografías–. ¿Qué le pasa a Odd?

–Hola William. Hola Sissi– saludó Jeremie, al fin–. Y no sabemos qué le pasa a Odd, es como si no estuviera aquí.

–Ah…– William tenía una leve idea de qué había podido pasar para que tuviesen aquel aspecto, pero prefería quedarse callado y no mencionarlo, Lyoko era tabú para él, se había prohibido mencionarlo.

– ¿Y dónde habéis estado toda la mañana, eh?– Preguntó Sissi, curiosa como siempre.

«Oh-Oh, pregunta incorrecta, Sissi», se dijo William.

– Por ahí– contestó Jeremie, secamente; Sissi pareció un poco cortada.

–Bueno– William carraspeó, tratando de aliviar el ambiente tenso que se respiraba de repente–, yo quería presentaos a alguien.

Entonces Odd descubrió a la tercera persona que presenciaba la escena. Estaba escondida entre Sissi y William, y parecía querer que se la tragase la tierra.

–Ella es una vieja amiga mía, Ariane– dijo William, cogiendo a la chica del brazo y empujándola hacia delante; ella se encogió más todavía si eso era posible y algo se removió dentro de Odd–. Se ha mudado desde España, y ahora viene a este colegio. Es un poco tímida, le va a costar hablar con vosotros– susurró William, a modo de confidencia, ganándose un codazo en las costillas cortesía de su prima.

–Hola, Ariane– la saludó Aelita, amablemente–. Yo soy Aelita Stones– se presentó la pelirrosa con una sonrisa.

–Hola– respondió Ariane, con timidez, agitando la mano.

–Yo soy Jeremie Belpois, encantado de conocerte– se presentó el rubio, a su vez, subiéndose las gafas con un dedo y sonriéndole a la chica con confianza–. Espero que te sientas a gusto en el colegio.

Ariane le sonrió a él también. Parecía sentirse mejor, ya no se encogía sobre sí misma, como tratando de desaparecer.

–Yo soy Ulrich Stern– dijo él, escuetamente–. Y él, es Odd, no se encuentra muy bien– continuó el moreno, señalando a su amigo, que se limitó a alzar la vista y forzar una sonrisa tensa.

Ariane lo observó con atención. De los tres chicos, él era, sin duda, el más agraciado. Pese a no tener buen aspecto y estar algo pálido, se apreciaba algo tras esa barrera: parecía brillar con luz propia. Tenía el pelo rubio y engominado, con un extraño mechón de color morado delante. Sus ojos, a pesar de estar apagados y sin brillo, eran de un curioso tono dorado, como oro viejo; Ariane nunca había visto unos ojos como esos. Aunque estaba sentado y algo encogido, Ariane advirtió que era de complexión bastante delgada y atlética, y que no era excesivamente alto para ser un chico, tenía los miembros largos, delgados y flexibles, la camiseta se le pegaba al torso, rebelando un pecho fibroso y bien desarrollado; sus manos, de finos y elegantes dedos, se crispaban en torno al plato de aquel pegajoso puré, en un gesto inconsciente de dolor o incomodidad. Ariane volvió a dirigir su mirada hacia la cara del chico, cuyo nombre había olvidado, estudiándolo, tratando de encontrar pequeños detalles; eso era algo que hacía casi de manera inconsciente, observaba a la gente casi sin darse cuenta, era un pasatiempo un tanto extraño pero no podía evitarlo.

En aquel momento, Odd levantó la mirada de su plato y sus ojos se cruzaron un instante. Ariane apartó rápidamente la mirada, clavando sus ojos en el suelo y sintiendo que la sangre se le subía a la cara.

Odd, por su parte, no pudo quitarle la mirada de encima. Había algo en su cara, que le resultaba extrañamente familiar y perturbador al mismo tiempo. La estudió con atención, tratando de aislar aquel detalle que le sonaba. No había nada extraordinario en ella, al menos a primera vista, era una chica completamente normal. Delgada y de corta estatura, no llamaba la atención por nada en concreto. Tenía el cabello castaño claro y ligeramente ondulado, cortado a la altura de los omóplatos, brillante y de aspecto suave y cuidado. Tenía los ojos grandes y de un suave color marrón chocolate, enmarcados por una hilera de pestañas negras, y coronados por unas cejas oscuras, finas pero bien definidas. Tenía la mandíbula alargada, que conservaba algo de la redondez infantil, los pómulos ligeramente dibujados en un rostro de facciones suaves. Los labios no eran ni finos ni gruesos, normales, de color cereza.

Odd fue incapaz de aislar aquello que le llamaba la atención. Quizá eran aquellos ojos. O la forma en que se mordía en labio nerviosamente. O el gesto que acababa de hacer, colocándose un mechón de cabello tras la oreja. Podía ser la forma en que fruncía en ceño levemente. O aquel tic en el pie del que no parecía ser consciente.

De repente sintió que el dolor de cabeza se intensificaba y que la vista se le nublaba. El rostro de la chica de Lyoko se hizo dolorosamente presente en su mente. Odd sintió que el estómago se le revolvía y solo tuvo tiempo para murmurar una escueta disculpa y salir corriendo fuera del comedor.

Odd logró arrastrarse escaleras arriba hacia su dormitorio y, una vez allí, abrió uno de los cajones del escritorio y saco una pequeña caja blanca, y se tragó una de aquellas pastillas que prometían ser más grandes que su propia boca. Normalmente, no era una de esas personas que necesitaban recurrir a una pastilla, de hecho, las odiaba, pero en aquella ocasión, Odd tenía la esperanza de que eclipsara el dolor de cabeza y el mareo que llevaba encima, o al menos, que le nublasen la mente un par de horas para poder dormir.

Sacó el pijama de debajo de la cama y una toalla del armario y se metió en el cuarto de baño, dispuesto a eliminar de un buen restregón, todos sus males. Odd dejó que el pequeño cuarto de baño, anexo a cada habitación, se inundase de vapor, y llenó la bañera hasta la mitad de agua calentita. Revisó que no se le hubiera olvidado nada importante, como la ropa interior o los mullidos calcetines que usaba para dormir, se quitó la ropa y la dejó descuidadamente sobre la tapa del váter, y se metió lentamente en la bañera, hundiéndose hasta las orejas en el agua caliente.

Odd emitió un ronroneo de placer y aspiró el vapor que inundaba la pequeña estancia, dejando que su mente también se impregnara de niebla y se adormeciera. Odd cerró los ojos, percibiendo como el agua caliente relajaba todos sus músculos y abría los poros de su piel. Metió la cabeza dentro del agua durante un instante, para que el pelo también se le empapara, y se frotó lentamente las finas hebras de cabello rubio, como dándose un masaje. Se echó una buena dosis de champú sobre la arrugada palma de la mano, y se lo esparció con mimo por todo el pelo, cuidando que quedara bien cubierto de espuma.

Aquel era uno de los rituales que realizaba siempre antes de irse a dormir: lavarse el pelo. Lo relajaba aquel suave masaje en su cuero cabelludo, y además le gustaba que el pelo le oliera bien, ya que para él, era uno de los puntos más llamativos de su aspecto. Y Odd Dellarobbia le daba una gran importancia al aspecto.

Sintiéndose etéreo como el mismo vápor, volcó también una pequeña cantidad de gel sobre la esponja y se la frotó lentamente por todo el cuerpo, trazando pequeños círculos sobre los músculos tensos del cuello y masajeando todas las zonas de su cuerpo. Una vez bien enjabonado, volvió a reclinarse sobre el agua y cerró los ojos, disfrutando de las sensaciones del agua caliente acariciando su piel.

Sin embargo, un rato después, el agua y el cuarto de baño empezaron a enfriarse, con lo que aquello ya no resultaba tan placentero y se le empezó a poner la piel de gallina. Así que, con movimientos lentos y relajados, Odd se levantó de la bañera, se quitó el jabón del pelo y del cuerpo con un chorro de agua caliente, se envolvió en la mullida toalla blanca, y salió de la bañera.

*O*O*O*O*O*O*O*O*O*

Un rato después, cuando Ulrich regresó a la habitación, con el estómago lleno y una animada sonrisa, tras haber conseguido que Jeremie le explicara el tema de Física, se encontró a Odd hecho un guiñapo envuelto en las mantas de la cama, con Kiwi encogido a sus pies.

– ¿Te encuentras mejor?– le preguntó a aquel buruño de ropa que era su amigo, intentando comprobar si seguía vivo.

–Gmgh…– gruñó desde algún punto oculto entre las mantas.

Ulrich alzó una ceja, mientras se quitaba la sudadera y los vaqueros, y se quedaba en bóxers y camiseta interior; siempre dormía así, no soportaba acostarse con más ropa, ni siquiera en invierno, prefería echarse veinte mantas por encima si era necesario. Eso sí, no podía dormir sin calcetines, los pies era la única parte de su cuerpo que solía quedarse congelada.

– ¿No has comido nada?– le preguntó Ulrich, metiéndose en la cama.

–Pffffff…– gruñó Odd, como diciendo quizá "déjame en paz, no estoy de humor".

Ulrich lo observó (o, mejor dicho, observó a las mantas) perplejo. Normalmente, Odd le sacaba conversación antes de irse a dormir. Charlaban un rato sobre los profesores o lo que había pasado en clase, incluso a veces habían tenido alguna conversación sobre chicas, que Ulrich siempre trataba de evadir, ya que lo hacían sentirse incómodo e inseguro.

–Entonces me voy a dormir– le dijo Ulrich, encogiéndose en la cama–. Buenas noches.

–Hnnnn…– le respondió Odd.

*O*O*O*O*O*O*O*O*O*

Odd no durmió bien aquella noche, casi ni pegó ojo. Las primeras horas de la noche, las pasó dando vueltas en la noche, entrando y saliendo intermitentemente de un desesperante estado de duermevela, en el que, a ratos, se sumergía en esa clase de sueños inquietos en los que corres y corres huyendo de algo e intentas gritar pero no tienes voz; esa clase de sueños que tienes cuando estás incubando un buen resfriado o cuando tienes fiebre.

A la una de la madrugada, Odd se despertó sobresaltado de un sueño particularmente horrible, y ya no pudo volver a pegar ojo en toda la noche. La cabeza le dolía y los párpados le pesaban como si fueran de plomo, pero el sueño no venía. Probó a encogerse y estirarse en la cama de todas las maneras posibles, y se removió tanto que tiró la manta al suelo y despertó a Kiwi que, con un bufido indignado, corrió a esconderse bajo el escritorio.

Se puso boca arriba y cerró los ojos, tratando de tranquilizarse y poner en blanco su mente. Realizó aquellos ejercicios de relajación de los que tan bien hablaban los psicólogos: inspira… espira… inspira… espira… Aquello solo logró marearlo más. Los ejercicios de relajación eran puras y duras leyendas urbanas, que se aprovechaban de pobres insomnes como él.

Una hora después. Odd decidió que estar en la cama solo lo estaba poniendo más nervioso, así que se levantó y, con mucho cuidado de no despertar a Ulrich, que roncaba tan tranquilo, subió la persiana lentamente, dejando que la luz de las farolas iluminara tenuemente la habitación. Odd apartó los libros que había desparramados sobre el escritorio y se sentó en él, mirando por la ventana. Miró hacia abajo, el pequeño campo de fútbol y la pista de atletismo estaban totalmente desiertos, iluminados por la intensa luz de los focos, que proyectaban sombras fantasmales sobre el césped. El enorme parque de Kadic estaba oscuro, y las copas de los árboles centenarios se movían perezosamente, mecidos por la sube brisa. En el lado opuesto, la cantina también estaba totalmente a oscuras, ninguna luz se filtraba por las ventanas. Más allá, Odd podía ver la verja que rodeaba los territorios de Kadic, con un brillo espectral, producto de las farolas de la acera.

Un rato después, Odd decidió que tenía hambre, y que su estómago podría soportar una manzana y un puñado de galletas de chocolate. Así que, se bajó de un salto del escritorio y sacó el cajón en el que se amontonaban todos sus dibujos y el material que usaba, allí detrás de ese cajón, Ulrich y él tenían una pequeña reserva alimenticia. Era un buen escondite, ya que a Jim jamás se le ocurriría sacar los cajones del escritorio, y además era un hueco bastante grande. A Odd se le había ocurrido hacía tiempo traer una pequeña nevera y esconderla en el armario, pero las anteriores vacaciones se la había llevado de vuelta a casa y después, cuando empezó el curso, se olvidó de traerla, así que, por el momento, subsistían escondiendo galletas y fruta tras los cajones del escritorio.

Satisfecho, Odd sacó una manzana de la bolsa y un paquete de galletas recubiertas de chocolate. Lavó la manzana concienzudamente en el lavabo (nunca se sabía qué bichos podía haber en el escritorio) y se volvió a encaramar sobre el escritorio, donde se comió aquella improvisada cena mirando por la ventana.

A las tres de la mañana, con el estómago lleno y el mareo un poco aliviado, Odd decidió acostarse de nuevo, con un poco de suerte, aún conseguiría dormir cuatro horas. Sin embargo, un rato después, tras haber soñado de nuevo con su amada visión, volvió a incorporarse en la cama, con el corazón desbocado, y admitió que el sueño era una causa perdida. Se volvió a tumbar en la cama y se puso los auriculares del MP3, escogió un disco de canciones tranquilas y relajantes, la clase de música que detestaba pero siempre llevaba en el MP3, y cerró los ojos, concentrándose en la cadencia de la voz de la cantante, y tratando de desenmarañar las complicadas letras en inglés.

Una hora después, Odd decidió que le molestaba la luz que entraba por la persiana, por lo que se levantó a cerrarla de nuevo, y de paso bebió un poco de agua en el baño, porque tenía la boca seca. Aún con la música puesta, consultó su reloj, eran casi las cinco de la madrugada, y él aún no había conseguido dormir una hora seguida. Empezó a ponerse nervioso, a las siete tendría que levantarse sin haber pegado ojo, con lo que probablemente lo pasaría muy mal en clase. Y él sin dormirse. Apagó el MP3 y cerró los ojos fuertemente, con la esperanza de que el sueño se apiadaría de él al menos durante dos horas.

En su mente volvieron a aparecerse los ojos azules, casi transparentes de la chica de Lyoko. Tan fríos, tan inexpresivos… A Odd le provocaban un escalofrío cada vez que los recordaba. Sin embargo, en la visión, sus ojos no parecían una pared de hielo, sino líquidos como una cascada y cristalinos. Odd intentó buscar alguna razón por la que la visión se le había clavado –literalmente– con tanta fuerza en la cabeza. Vale, la chica era guapísima y, en cierto modo, su belleza era fascinante, pero no había ninguna razón por la que debería impactarle tanto verla caer al mar digital. De hecho, pensó Odd con frialdad, debería alegrarse, ya que era muy fuerte y le daba la sensación de que les iba a causar muchos quebraderos de cabeza. Ni siquiera la conocía de nada, no debía preocuparse por ella, y mucho menos permanecer insomne toda una noche por culpa de aquella visión de las narices. Y aún así, verla otra vez caer al vacío con un grito desgarrador, le provocó un sordo y doloroso pinchazo en la sien y en el pecho.

El resto de la noche, Odd estuvo debatiéndose entre el sueño y la vigía, sintiéndose enfermo y sin dejar de pensar en ella. Nunca se había obsesionado tanto con algo, nunca se había sentido tan inquieto y preocupado, y ese instinto de protección nunca se lo había logrado despertar nadie jamás; quizá Aelita un poco, pero nadie más, Sin embargo, esa chica parecía tan frágil como una muñequita de porcelana, y en cierto modo le daba lástima, y sentía que era injusto que X.A.N.A. se aprovechara así de ella. Fue entonces, mientras los primeros rayos del sol asomaban por el horizonte, tintando el cielo de colores anaranjados y filtrándose por los huecos de la persiana, cuando Odd decidió que conocería a esa chica y que la salvaría, costara lo que costara. Eso, si no se caía de sueño en cualquier momento.

De repente, con aquella decisión, pareció haberse quitado un enorme peso de encima, y el dolor de cabeza que le martilleaba las sienes y le impedía dormir pareció diluirse un poco. Odd sintió que todo el cansancio y la tensión del día anterior y la noche en blanco que había pasado se le echaban encima. Los latidos de su corazón se hicieron más pausados, su sonido más lejano. Todos los músculos se le relajaron, y su boca se abrió en un enorme bostezo. Odd abrazó la almohada y se arropó mejor con la manta, y sus pensamientos se fueron deshilachando, volviéndose cada vez más difuminados, como si les hubiera pasado una goma de borrar por encima…

La música de Los Subsonics inundó la habitación.

–Me cago en su…– masculló Odd con la voz ronca y cascada, lanzándole la almohada con fuerza al puñetero despertador. Ahora que había logrado dormirse…

Debió de ser que su puntería, normalmente impecable, estaba alterada, o que sus ojos tenían dificultad para enfocar bien debido a la falta de sueño. La almohada se desvió de su trayectoria original, cuyo destino era golpear el despertador que bailoteaba al lado de la cama de Ulrich, y golpeó al chico, que se despertó sobresaltado con un bufido.

– ¡¿Pero a ti qué te pasa? –le gritó a Odd, de mal humor. Lanzándole la almohada al rubio con fuerza.

Odd apretó los párpados, sintiendo que la voz de Ulrich se le clavaba en los tímpanos.

–Eh, qué mala cara tienes– dijo Ulrich, mirando a su amigo con preocupación. Tenía la piel aún más pálida que la noche anterior (y ya era decir), bajo los ojos tenía unas ojeras de aspecto amoratado, como si se estuviera recuperando de una rotura de nariz o de un resfriado especialmente fuerte, y tenía los ojos hinchados y rojos–. ¿Te encuentras bien?

–Hnnn…– masculló Odd, dejándose caer de espaldas sobre el colchón. Una mala idea, ya que eso solo acentuó más el mareo.

Ulrich puso los ojos en blanco al ver que su amigo volvía a los monosílabos, si es que a "Hnnn…" se le podía llamar monosílabo, claro.

–A lo mejor deberías ir a la enfermería– dijo Ulrich, mientras daba saltitos para entrar el calor y buscaba ropa limpia.

–Tsk.

–Como quieras– dijo Ulrich, sintiendo que hablaba solo, mientras se metía en el cuarto de baño, dispuesto a quitarse el sueño pegajoso con una buena ducha de agua fría.

Cuando salió del baño, vestido con una sudadera marrón y unos vaqueros anchos de talle bajo, y el pelo castaño mojado cayéndole sobre los ojos, se encontró con que Odd volvía a estar hecho un guiñapo tendido boca arriba en la cama, con un brazo sobre los ojos y el otro tras la cabeza.

– ¿No piensas bajar a desayunar?– le preguntó, más por hábito que por otra cosa, mientras se ponía la cazadora y se echaba la mochila al hombro.

–Pfffff…–gruñó Odd.

–Bueno, que te mejores.

–Gracias– susurró el rubio con voz ronca.

Ulrich salió de la habitación y cerró la puerta suavemente. Solo cuando Odd dejó de escuchar el sonido de las suelas de goma de sus zapatillas por el pasillo, se levantó de un salto completamente vestido y se lanzó hacia el escritorio.

Sabía lo que tenía que buscar.


Bueno, ¿qué tal? Se permiten halagos, sugerencias, patadas y todo tipo de hortalizas xD

Como habréis observado, me he permitido la licencia de incorporar a las habitaciones un pequeño cuarto de baño, privilegios de escritora ;D es que si no no me salían las cuentas xD También habréis observado que me he cambiado el nombre, pronto ya no seré AtpAb95, sino Miss Nothing jejeje xD

Este capítulo se lo dedico a Tximeletta, que cumplió años hace ya casi dos meses (perdón por el retraso), y en quién he decido basar el nuevo personaje que ha aparecido en este capítulo. Espero que haya sido fiel a la realidad y que estés satisfecha con Ariane (te suena el nombre? xD)

Gracias como siempre a Mijumaru14, Ariam09, Dragón Oscuro, Natsumi Niikura, Tximeletta y Joselino97 por vuestros fantásticos reviews y por seguirme siempre y animarme a continuar :D sois geniales!

Aprovecho para desearos a todos una Feliz Navidad y un Próspero Año 2011 (qué raro queda, ¿no os parece?).

Un beso!

Miss Nothing.