Era una soleada y fría mañana de invierno en un pequeño pueblo del Pirineo aragonés. Una chica rubia caminaba lentamente por una estrecha acera cubierta de escarcha. Vestía un grueso abrigo azul y una bufanda blanca de punto.
La chica siguió caminando por las frías y solitarias calles del pueblo, llenas de túneles, escaleras y bóvedas de piedra, hasta llegar casi a las afueras del pueblo, donde todo se modernizaba un poco.
Los enormes chalets de verano estaban vacíos y ni un solo perro ladraba en una casa, ni un solo coche aparcado en un bordillo, ni un solo gato correteando por los tejados; daba la sensación de ser la viva imagen de un pueblo tras un desastre nuclear.
La muchacha rubia llegó a una enorme casa con jardín y abrió la puerta exterior con movimientos lentos y calmosos. Dando saltitos entró en el jardín, con los mismos movimientos ágiles y seguros de una bailarina de ballet. Fue entonces cuando se dio cuenta de que algo no marchaba como debería.
Yuka, su perrita, no había acudido a saludarla como siempre hacía. Eso no era motivo de preocupación, por supuesto, su madre bien podía haberla pasado a casa; sin embargo la chica se preocupó. Con los dedos torpes y temblorosos abrió la puerta del chalet.
Con precaución asomó la cabeza al interior de la casa. Todo estaba oscuro pero todo parecía estar en orden. El corazón de la chica latió con fuerza y las manos se le humedecieron.
De un salto penetró en el interior y encendió la luz, iluminando la entrada. Cautelosamente, la muchacha miró a ambos lados y se desprendió del abrigo y la bufanda con un ágil movimiento, dejándolos sobre el brazo del tarimón.
_ ¿Mamá?_ Nadie contestó.
La chica tuvo un mal presentimiento. Todo parecía demasiado calmado y silencioso, como la calma antes de la tormenta. Un escalofrío le descendió por la espina dorsal. Ni siquiera podía escuchar el periquito que tenía su madre en la cocina.
_ ¿Papá?_ Volvió a preguntar ella, asomándose al salón.
La chica reprimió otro escalofrío. Todas las persianas estaban bajadas y la habitación estaba sumida en la oscuridad. Eso sí que era preocupante. Sus padres no le habían dicho que iban a salir a ninguna parte, y por otro lado era muy extraño porque ellos solo bajaban todas las persianas si se iban de viaje varios días.
_ ¿Hola?_ Chilló, medio histérica. Nadie contestó, y el silencio era aún peor que cualquier ruido._ ¿Hay alguien?
La muchacha subió las escaleras como una exhalación, encendiendo todas las luces a su paso. Se encontró, alterada, entrando y saliendo de todas las habitaciones del piso superior. Nada. Cero.
No podía ser. Sabía que en estos casos lo que una persona sensata haría sería llamar corriendo a algún familiar, e incluso a la policía. Pero en esos momentos ella no pensaba como una persona sensata.
_ ¡Mamá! ¡Papá!_ Gritó a las paredes, histérica._ Si es una broma no tiene gracia.
Tampoco hubo contestación.
Por fin entró en tromba a su habitación y rebusco en los cajones, buscando el teléfono móvil. Pero cuando ya se había decidido a marcar el número de su tía, la pantalla se quedó a oscuras, hubo un chispazo de luz y también la habitación se sumió en tinieblas.
Lo último que vio antes de perder el sentido fue un extraño símbolo que apareció en la pantalla del móvil y un humo extraño la rodeó…
Bueno, he aquí algo mío. No sé si está bien, regular, mal. Aplausos, tomatazos, abucheos; ¡todo lo que queráis, estoy abierta a propuestas! Gracias por animarme, Tximeletta, sin ti no habría publicado! Y gracias también a todos los demás por vuestras fantásticas historias! ;D