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Epílogo.


Quiero dar las gracias a Angelita, winchestergirl93, laynad3, sernatural, total fanfics, yaoilover4, Atenea, Antichrista, 3R, ninive.w, VampirezShepherd023, belll29, Loivissa-Broken, Esther por su fidelidad al fic y espero que este final cubra sus expectativas. Saludos a tods. :)


Sam puede imaginar por qué Dean eligió ese lugar para vivir, en lo alto de una loma, una sola huella para vehículos, imposible llegar allí movilizado sin ser detectado antes desde la cabaña, suficientemente aislado para encontrar paz en la soledad, pero no demasiado como para cortar lazos definitivamente con el mundo allá afuera. Y aunque su hermano negará siempre poseer un lado sensible, sin duda que la forma en que la niebla se cuela entre los quiebres de los montes vecinos mientras el sol asoma y forma arcos dorados sobre los árboles por la mañana también tiene que ver con su elección.

Angie le ayuda a acondicionar el taller de Dean para transformarlo en su habitación porque en la de su hermano no cabe otra cama. La niña le muestra su propio lecho y su mesita de noche y su escritorio y con todo entusiasmo le explica que todo lo ha hecho su papá para ella. La ventana del cuarto da hacia un costado de la loma desde donde se puede apreciar una porción del lago allá abajo. No es difícil hacerse la imagen de Dean trabajando en su banquillo con la ventana abierta, contemplando el paisaje en las pausas o vigilando a Angie en el comedor a través de la puerta abierta. Y mientras trasladan muebles y herramientas de un lado a otro, Sam se abofetea mentalmente por nunca haberse dado cuenta que su hermano sabía hacer más que tan sólo arreglar autos y cazar monstruos.

Cada mañana, Angie salta de la cama directo a la cocina, el gato pisándole los talones, mientras Sam se ocupa de asear, vestir y acomodar a su hermano en la silla de ruedas que alguna vez ocupara Bobby. Cuando lo traslada hacia el pequeño comedor, el desayuno ya está listo. Sólo para él y la niña. Dean únicamente permanece allí, en su lugar en la mesa donde Sam lo ha dejado, encerrado en un mundo que los otros dos no pueden alcanzar. Ya se han rendido a las tentativas de hacerlo ingerir algún alimento. De todas maneras, Cas les ha dicho que no lo necesita. El ángel no tiene respuestas para otras preguntas.

"Te lo advertí, Sam", dice cuando surgen y se vuelve con pena a Dean sobre la silla de ruedas, la mirada del cazador perdida en el horizonte, la cabeza inclinada hacia un costado y sus labios moviéndose como si recitaran una secreta letanía. "Se lo advertí a él también". Y cada vez se marcha con expresión triste y derrotada.

Sam ayuda a Angie con su educación. Le basta dar un vistazo al sistema que estaba utilizando Dean para tomarle el ritmo y darle continuidad mejorando algunos puntos. Es más estricto que su hermano a juzgar por la cantidad de mohínes y reclamos que obtiene a cambio. Pero la chica es lista y rápida y termina acatando los horarios que le impone. A veces, si el tiempo los acompaña, le permite hacer sus tareas en la mesita del porche. Entonces instala a Dean al frente de la cabaña, en dirección hacia las cumbres en la lejanía, con Iosephus sobre sus rodillas y se sienta a su lado, en uno de los banquillos que su hermano construyera con sus propias manos. Le charla durante horas, sobre todo y nada, con la esperanza que de un momento a otro Dean le haga callar con un juramento. Pero eso nunca sucede.

Los hombres que pasan a saludar después de la pesca miran recelosos en un principio al nuevo habitante de la cabaña, atisbando con sospecha hacia el interior como si esperaran encontrar una escena del crimen. La presencia de Angie, sin embargo, y la explicación de la enfermedad que mantiene postrado a su padre, (una trombosis es lo que les dicen) logran que sus simpatías se inclinen, piadosamente, hacia el tío Sam y muestren interés sincero por saber cuánto demorará en sanar y hasta qué punto lo logrará. Sam les sonríe con tristeza y les da la única respuesta que puede dar.

"No lo sabemos".

La pareja dueña de la tienda de víveres en el pueblo también envía sus parabienes y después de la primera visita fugaz de Sam a su tienda (porque aunque ha dejado al ángel a cargo de Dean y Angie, no quiere permanecer lejos de ellos mucho tiempo) también los suministros que necesitan, solicitados a través del teléfono. Dean suele tener ese efecto en las personas, se recuerda Sam. Así como su padre las espantaba de su lado, su hermano solía conquistar su lealtad y respeto.

Bobby les visita tan seguido como se lo permite la reconstrucción de su casa y su negocio. El cazador parece haber envejecido de golpe. Sam sabe que preferiría mil veces quedarse con ellos, con Dean, que volver a South Dakota, pero la vida sigue y hay cientos de cazadores que cuentan con su ayuda allá afuera. Las noticias que trae desde el exterior ahora son siempre buenas. Los demonios parecen estar desapareciendo. Los monstruos también. Pero Bobby no se fía. Aún hay enemigos poderosos que podrían tomar la posta dejada por Meg. Crowley, por ejemplo. El cazador contempla a Dean un momento, la cerveza a medio terminar en la mano.

"El mundo sería mucho más seguro contigo en él, hijo". No es un reproche, comprende Sam. Es sólo el anhelo que comparten como familia. No es lo mismo sin Dean. El viejo palmotea con cariño la mano laxa del cazador, los ojos humedecidos por una pena que se niega a abandonarlo, y acaba el resto de la cerveza antes de marcharse.

Sam encuentra los papeles de casualidad el día que ya no puede imaginar otra tarea para distraerse de la realidad más que ocuparse del Impala y dejarlo limpio y reluciente para cuando su hermano decida regresar. Estaban en el fondo del cofre, apilados en montones desordenados unidos por un viejo cordel. Sam recordaba vagamente haberlos visto en manos del cazador aquella vez, en aquel pueblo, tras la entrevista con el Pastor. Nunca supo los detalles de aquella conversación, Dean jamás la volvió a mencionar. Tampoco tuvo ya la oportunidad de preguntarle dónde aprendió braille. Su hermano sigue siendo un cajón lleno de sorpresas.

Busca un tacho de lata en el granero y coloca allí los papeles. Tiene los fósforos en la mano pero no se decide a usarlos. No hay duda de que podría hacer un curso rápido de escritura y lectura para ciegos, eso está claro. Pero de lo que no está seguro es si desea realmente enterarse de lo que dicen aquellas páginas blancas, caóticamente escritas a punzón. El ruido ligero del batir de unas alas a sus espaldas interrumpe sus cavilaciones.

"¿Conoces lo que hay escrito allí?", pregunta sin darle tiempo al ángel a protestar por lo que está haciendo. Cas tarda tanto en responder que Sam piensa que en realidad se ha equivocado y está solo en el lugar.

"No con certeza", responde al fin.

Y esta vez es Sam quien guarda silencio, la lucha sobre lo que debe hacer desarrollándose en su interior. Lo que está a punto de quemar podría darle muchas respuestas sobre el terrible episodio que han vivido meses atrás. Pero, ¿y después? ¿qué pasará después? ¿será capaz de seguir mirando a su hermano de la misma manera si allí hay algún secreto sobre su persona como él sospecha que lo hay? Además, está Castiel. La ansiedad brota del ángel en oleadas desde la posición en que se encuentra a sus espaldas.

"Cas, yo debería…?"

"Deberías, sí".

Voltea a ver al ángel, sorprendido por su respuesta. Él había pensado que estaba allí para detenerlo. Pero Cas lo mira de vuelta con determinación. Es todo lo que necesita. Enciende los fósforos y los deja caer en el tacho.

La mañana en que Sam entra en la habitación de su hermano y encuentra la cama vacía, está a punto de sufrir un infarto. No hay lugar en la cabaña donde Dean pueda haber ido salvo el baño, pero él acaba de desocuparlo y definitivamente su hermano no estaba allí. Sale corriendo como una exhalación hacia el exterior, seguido por una asustada Angie en pijamas que exige saber qué sucede. Allá, cerca del límite del bosque, vestido tan sólo en boxers y polera a pesar del frío reinante, está Dean, de pie, descalzo.

"Trae una manta", le ordena a la niña y ella corre de regreso en busca de lo pedido.

Sam se le acerca con cautela, no quiere espantarlo. Su hermano, sin embargo, apenas parece prestarle atención.

"¿Dean?", intenta y se acerca un poco más. "¿Dean?", lo toma con suavidad del brazo pero el cazador se libera de inmediato, su atención puesta en algún punto por arriba de su cabeza. "Vamos, hombre. Está helando aquí"

"Shhh".

Sam queda clavado en su lugar.

Dean le ha hecho callar.

"¿Dean?"

"¿Los escuchas?"

Sam siente que sus ojos se humedecen. Puede deberse al frío de la mañana, se dice.

"No, Dean", se obliga a contestar. "¿Qué es lo que oyes?"

El cazador cierra los ojos.

"Es increíble"

Y permanece así, con los ojos cerrados mientras Sam le coloca sobre los hombros la manta que ha traído Angie y comienza a llevarlo a suaves empujones de regreso a la cabaña.

De allí en adelante, todo parece comenzar a mejorar.

Sam le ayuda a vestirse y es como vestir a un niño pequeño que se distrae con cualquier cosa. No puede discernir entre frío y calor todavía aunque su cuerpo ha comenzado a reaccionar ante los cambios de temperatura. Por eso, Sam debe estar atento a aplicarle nuevas capas de ropa cuando la tarde comienza a caer. Aún no come a pesar de que ha comenzado a adelgazar. Habla poco, a menudo se tapa los oídos como si el volumen del mundo fuera demasiado para él. Angie lo lleva de la mano por los alrededores de la cabaña, enseñándole cosas, intentando compartir su visión del mundo con él aunque Dean no da la menor muestra de escuchar ninguna de sus explicaciones. La niña le ayuda a sentarse a lo indio en el suelo, manipulándolo como si fuera un muñeco gigante, para enseñarle lo que es un hormiguero. Le acomoda el gorro negro que le ha encajado Sam como condición para dejarlo salir con ella y se sienta al frente, del otro lado del hormiguero, a lo indio también, antes de comenzar su disertación repitiendo las palabras con que el mismo Dean le explicara la vida de las hormigas comparándola a la de un destacamento militar. Se detiene cuando nota que el cazador encuentra más interesantes las ranuras en la suela de su calzado que su narración.

"¿Me estás oyendo?", parece que no. "¿Papá?". Nada. Angie deja escapar un suspiro de frustración. "Extraño a mi papá"

"Yo extrañaba a mi niña", replica él, escarbando aún en sus zapatones.

Angie lo mira con los ojos muy abiertos, el aliento retenido en el pecho.

"¿Papá?"

Dean mira hacia el cielo y parece que la niña lo ha perdido de nuevo, pero no.

"¿Puedes escucharlos?"

Y esta vez, clava sus ojos en los de la niña, claros, lúcidos. Angie tarda un poco en enterarse de que está hablando de las voces de los ángeles, demasiado aturdida aún por su sorpresiva reacción.

"Ya no", responde entonces en un hilo de voz, muy quieta en su lugar, como si pensase que cualquier movimiento en falso podría romper la frágil conexión con su padre.

Dean alza su vista al cielo de nuevo.

"Bien"

La sonrisa de la niña ilumina toda la loma hasta el pueblo y un poco más allá. Esa noche, intenta traer a Cas de vuelta para que sepa de la buena noticia. Pero el ángel no aparece. Angie sólo espera que el motivo de su silencio sea que los asuntos en el Cielo lo mantienen demasiado ocupado para atender.

Para cuando Bobby regresa, Dean ya ha redescubierto el placer de la comida y de una buena ducha, y rechaza a manotazo limpio la ayuda de su hermano para vestirse aunque para completar la tarea necesite tres largos cuartos de hora. Su figura, de pie en la puerta de la cabaña, las manos en los bolsillos de su chaqueta, es la segunda cosa que divisa Bobby al bajar de la camioneta. La primera es Angie corriendo hacia él para saltarle a los brazos mientras chilla lo suficientemente fuerte como para provocarle un trauma auditivo al señor Rumsfield Tercero que viaja en el asiento del copiloto. No se da cuenta hasta que la tiene encima que lo que la chica anuncia a todo pulmón es que papá está de vuelta.

El viejo, casi sin poder creerlo, avanza hacia el cazador y posa una mano sobre su hombro. Lo contempla incapaz de hablar en un primer momento.

"¿Estás allí, muchacho?", dice finalmente y Dean asiente con una sonrisa de esas brillantes que le caracterizan. "¿Estás bien?"

"Supongo que aún me falta ajustar un par de tuercas…", se señala la sien girando su índice en círculos. "… pero bien".

El viejo le palmotea la mejilla con la mano libre.

"Nunca más, hijo", dice con voz quebrada. "Nunca más. O vas a matarme".

Dean sonríe, conmovido.

"De acuerdo"

Eso es suficiente. Bobby carraspea y deshace el contacto.

"Bueno, terminemos con esto antes de que nos crezcan tetas. ¿Dónde está tu hermano?"

Sam se instala en el sofá junto a Bobby esperando escuchar las últimas novedades. Con Dean en franca recuperación, no pasará mucho tiempo para que se decida a acompañarlo en una cacería. El Winchester mayor es otra cosa. Bobby observa cómo el hombre parece vivir en cámara lenta, aún en el contexto de una cosa tan pequeña como preparar un refrigerio. Ni pensarlo. Aparte de eso, está el asunto de Angie. Dean no querrá arrastrarla de Estado en Estado persiguiendo monstruos como lo hizo John con ellos. Un par de infancias fastidiadas es suficiente y no hay por qué repetir la historia. Menos aún cuando las criaturas de la noche han disminuido tan drásticamente su número.

"Entonces, ¿qué piensas? ¿Tendrá algo que ver con lo que sucedió con Meg?"

"No lo sé, Sam. Tal vez nuestro no-ángel rompió alguna clase de equilibrio infernal."

"O lo restableció", especula Sam. "Ya no hay una reina o un rey del infierno", se señala a sí mismo. "andando por la Tierra, lo cual era bastante antinatural. Dean se encargó de eliminar cualquier posibilidad de que algún demonio vuelva a intentarlo".

"Entonces, ¿has estado bien?"

"Limpio, como nuevo"

"¿Angie no ha mostrado ninguna facultad especial?"

"A no ser la de ganarme en el ajedrez constantemente, a mí me parece que no".

"¿Tampoco Dean?"

"Tampoco él. ¡Diablos! ¡Mi hermano apenas acaba de aprender a atarse las agujetas de nuevo!"

Bobby le echa un vistazo a Dean y Angie en la cocina preparando sándwiches mientras parlotean alegremente.

"La Nat Geo está investigando de nuevo, ¿sabes? La montaña, me refiero".

Sam frunce el ceño.

"¿Ahora? ¿Por qué ahora?"

"Al parecer, detectaron la súbita desaparición de la nube en la cumbre hace algunos meses", le echa una mirada significativa.

"Entonces, ¿ya no hay más montaña mágica?"

Bobby toma un trago largo de su botella de cerveza.

"La nube volvió", dice. "Hace una semana".

El tiempo en que Dean comenzó a recuperar la razón. Sam mira a su hermano y su sobrina que acomodan los sándwiches y refrescos en una bandeja.

"Sabes que él no debería haber sido capaz de soportar todo eso, ¿verdad?", continúa Bobby. "Recipiente de Michael o no"

Sam siente que necesita un trago y lo toma de su propia cerveza.

"Lo sé", dice.

"¿Entiendes lo que eso significa?".

Por supuesto que sí, pero no va a ser capaz de admitirlo nunca delante de alguien, ni siquiera de Bobby.

"¿Lo sabe él?", replica en cambio.

"Pienso que sí. Pero Negación es el segundo nombre de tu hermano".

"Entonces,… ahora qué?"

Bobby se encoge de hombros.

"Nada. Vive la vida, muchacho. Paso a paso. El sol está brillando allá afuera".

Angie se dirige saltando hacia la mesa del comedor con platos y servilletas en sus manos. En el camino, le dedica una sonrisa contagiosa a su tío que él corresponde de inmediato.

"De acuerdo. Vivir la vida. Eso es algo que puedo hacer ahora".


The end.