Rosalie's pov
Ésta no es la vida que hubiera escogido para mi.
Árboles, aire, sol, diamantes en mi piel. No es algo que esperaba ver en un futuro. ¿Mi piel brillando?
Hace dos años Carlisle me había "rescatado" para llevarme a una vida mejor. Una segunda oportunidad, ¿pero acaso me preguntó? Solo me quedaba el egoísmo, la vanidad, la soledad de ésta tormenta eterna sin salida, ya que ni siquiera podía morir, ni aunque me lanzara de éste árbol.
Estaba en la punta de uno de los más altos del bosque de Tennesse, teniendo frente a mí la vista más maravillosa, pero no para mis ojos, no para mí. El aire se mezclaba en mis cabellos dorados, haciéndolo danzar y formando pequeños lazos de perfección. Y ni siquiera podía llorar. Tenía cientos... NO. Miles de lágrimas que habían querido escapar de mí, y se habían convertido en lava que me quemaba lentamente.
Había guardado mis pensamientos cuidadosamente. Sólo en éstos momentos de privacidad mental podía darme el lujo de dejar correr ésta depresión, si así se le puede llamar. Para los ojos del resto lo podía tener todo: Belleza, riqueza, juventud eterna.
Cerré los ojos y me permití soñar un momento. Yo era humana de nuevo. Era 1933 y mi boda iba a comenzar en una hora más. Detrás de mi las damas de honor corrían y peleaban por ordenar mi velo traído de Paris. Sonreí ante tal idea. Tendría tres hijos o incluso cuatro. Vería el atardecer cada día en la terraza de mi hogar, disfrutando de una tasa de té, viendo los años pasar, el cuerpo envejecer, el dorado cambiar al blanco. Comer, dormir, soñar, llorar. Y reír. Desde que mi piel era dura como la roca pero suave como mármol, que no hacía nada de eso. Pero sólo extrañaba reír.
Me senté en una de las ramas aún con los ojos cerrados, y rodeé mi cuerpo con mis brazos. Porque después de todo solo me tenía a mi misma. Jugué con mis pies descalzos, mientras el viento hacía lo suyo con mi vestido blanco de seda que llegaba hasta poco más abajo de la rodilla. Y el sol se escondió, haciendo mi escena un poco más humana. Un perfecto atardecer, otro día más que se iba y yo seguiría acá, contemplándolo hasta el fin de los tiempos. Sola.
Salté con suprema agilidad hasta la rama de más abajo, y así hasta llegar a la mitad del árbol. Miré hacia abajo, deseando ser una simple mortal, y me lancé hacia el suelo. El contacto de mis pies con las hojas caídas del otoño fue sutil, casi un roce. Cerré los ojos e imaginé que ya había muerto. ¿Por qué tenía ésta sensación de gritar y que nadie me oye? Nadie ha sido capaz de simplemente abrazarme, y destruir ésta caparazón que he construido. Nadie.
Entonces lo oí. Giré mi cabeza con suma rapidez hacía donde venían los gritos y gruñidos. Corrí casi por un acto reflejo y la escena me impactó. La sangre llegó golpeando mi garganta y podía ver mis ojos ennegrecidos. Lo sentía. Hice ademán de atacar, pero me detuve al instante y comencé a caminar hacia mi destino. Nunca me había permitido probar la sangre humana, y presentía que podría caer ésta vez. Seguí caminando, dejando al hombre morir en las garras de aquel oso. Y solo un grito más bastó para hacerme regresar... Y salvarlo.