Nota: Aquí viene una nueva adaptación de una vieja historia. Sin falta, a mas tardar mañana por la noche, estaré publicando el siguiente capítulo de "Perfección" :) disfruten de este nuevo fic. Los personajes no me pertenecen. ¡Besos!
Bajo el Árbol Guardián
[Prólogo]
La luz de una linterna alumbró el interior de un baúl de madera reforzada. Una joven se acercó y dentro contempló los objetos más importantes de su infancia. En un rincón oscuro, se encontraba una muñeca de trapo añeja, con un botón que le hacía de ojo. Recordó cuánto se entristeció al descubrir que su mascota se había tragado el "ojo" derecho de la muñeca, sus ojos sonrieron con nostalgia al igual que sus labios mientras acercaba más la linterna. En el fondo de la caja, pudo ver su viejo diario, lo tomó con la mano libre y lo inspeccionó cuidadosamente. La cubierta había sido desbaratada por la humedad y los años bajo tierra, sus hojas amarillentas mostraban rastros de haberse mojado, seguramente el baúl tenía algún orificio. Escuchó un suspiro cansino detrás, se giró para ver cómo su amigo se acercaba y buscaba con los ojos sus tesoros.
- No puedo creer que todo esté aquí. – murmuró el chico mirando un botecillo de madera, al lado del cual descansaba una bolsita de tela, que alcanzó con su derecha y vació su contenido en la otra mano. "Mis canicas" pensó al momento de acariciar las esferas de vidrio con sus dedos.
- Yo tampoco… Mira, mi viejo diario está destruido… - se lamentó la joven y abrió el cerrojo del diario con una llave, que se hallaba sujeta al mismo por un cordón. Pasó con cuidado las hojas entre sus dedos, imaginando cómo se vía años atrás. – ¡Mi letra era horrible!
- ¡Wow! Vaya que sí… Aunque no mejoró mucho – el joven trató de leer los corridos trazos de tinta, con el rostro serio.
- ¡Ja! Como si su caligrafía fuera excelente, Sr. Taisho. – su tono hizo reír al joven, quien devolvió las canicas y luego tomó una fotografía. La imagen mostraba a un niño de cuatro años, sentado junto a su padre en el extremo de un bote, pescando. En el fondo, se veía un gran lago con una costa lejana repleta de árboles. Se enterneció con el borroso recuerdo de aquella tarde veraniega, su mirada pareció volver a la vida.
- Su padre estaría muy orgulloso de usted. – dijo ella en el mismo tono, apoyando su mano en el hombro de él.
- Gracias, Kag. – La miró a los ojos y sonrió mientras regresaba la fotografía al baúl.
Se fijó ahora en lo que parecía un alhajero de plata, lo asió y lo abrió, pudiendo así contemplar el revestimiento interno de la tapa, un bello terciopelo azul. Se oyó un rechinar metálico y unas suaves notas comenzaron a sonar. – Es una caja de música… - sentenció sorprendido.
- Aún funciona… - dijo Kagome al oír la melancólica tonada, dejando libre una lágrima que recorrió despacio su mejilla – es… increíble…
Inuyasha secó el rastro húmedo con sus dedos y ella agradeció el gesto con una sonrisa. Miró con melancolía la reliquia y extrajo de su interior una cadenilla de oro blanco de la que colgaba un precioso brillante color rosa, en forma de esfera.
- Era de la nana Kaede – dijo Kagome mostrándole el objeto.
- Es precioso – carraspeó enderezando su postura – Y si me permite decirlo, debería conservarlo milady. Pues su brillo resaltaría aún más en el cuello de una doncella que le iguale en belleza, como vos. – Tomó la mano de la joven y posó sus labios es ella. Pero el caballero, antes de provocar un sonrojo, consiguió una gran carcajada por parte Kagome. – Con doncellas como vos, milady, me temo que quedaré soltero.
- Bien le venga, milord. – dijo ella haciendo una referencia – ¿Sería usted tan gentil de ayudarme? – él asintió riendo y Kagome le pasó el collar, luego le dio la espalda apartando los negros cabellos que cubrían su cuello.
A pesar de que Kagome le alumbrara un poco con la linterna, Inuyasha no podía colocárselo. Tardó un poco pero, cuando finalmente lo logró, soltó la bendita joya y besó su cuello. Kagome dio un leve respingo al sentir su piel erizarse con el solo contacto de esos labios.
- Uuuiii… - se giró hacia él con el ceño fruncido. – ¡Sabes que no me gusta que TÚ me hagas eso!
- ¿Y porqué piensas que lo hago? – liberó una carcajada, pero la mitigo pronto. – Se está haciendo tarde, será mejor apurarnos.
- Bien, voy por la bolsa. – dijo Kagome caminando hacia a un enorme roble, el cual los cubría a ambos con sus ramas de la impávida luz de luna. Sus raíces bañaban el suelo, dejando al descubierto sus milenarias memorias y a un costado de ellas, reposaba una bolsa de viaje. La que Kagome alcanzó con sus delicadas manos y colocó a un lado de los pies de Inuyasha, quien pegó un brinco asustándola a ella también. Cuando se tranquilizó más, se burló de él y como consecuencia, Inuyasha se molestó un poco y puso pucheros que solo hicieron reír a la joven.
- Mejor nos damos prisa. – dijo finalmente él.
Ambos fueron sacando una a una las cosas que se encontraban dentro y las colocaron en el baúl. Entre ellas, una vieja pelota de golf, "Era de papá" murmuró el chico antes de guardarla.
- ¡¿Qué es esto?- protestó Kagome al sacar algunos trozos de yeso.
Inuyasha solo le sonrió y se los quitó de la mano para depositarlos también en el baúl. Kagome negó con la cabeza y comenzó a reír, mientras sacaba lo último que quedaba en el fondo de la bolsa, un estuche aterciopelado rojo. Lo abrió y un juego de joyas se reflejó en sus pupilas castañas, que estaban acuosas por la oleada de memorias que azotaba su mente. Cerró de nuevo el estuche y lo dejó en el cofre.
Finalmente, ambos dejaron caer una sencilla rosa blanca, como símbolo de la sincera amistad que tenían, llenando así el espacio sobrante en la concavidad de madera. Kagome bajó la tapa y aseguró el cofre con dos giros de llave, luego tomó la mano de Inuyasha y en ella depositó la pieza de metal.
- Pero… es tuya Kag…
- Corrección, ERA mía. – reprendió interrumpiéndolo. – Ahora te toca a ti tenerla, en eso quedamos. – lo miró a los ojos – Nunca olvides que tienes contigo la llave que resguarda todo lo que soy.
- Lo que eres está en ti, estas cosas sólo lo representan. – Inuyasha se acercó y la estrechó entre sus brazos – No olvidaré tu promesa, si tú no olvidas lo que acabo de decirte.
- No lo haré, lo juro. – lo abrazó también.
- Te extrañaré muchísimo… Kagome…
- ¿A qué te ref…? ¡No! ¡Inuyasha! ¡¿Lo dices en serio? – él afirmó en un murmullo casi inaudible. – ¡No lo creo…! ¡Hey! ¡¿Qué pasa contigo? ¡Deberías estar feliz! – el hundió la cabeza en su cuello sin decir nada, ella cerró los ojos con fuerza, sintiendo las lágrimas quemar sus párpados. Respiró profundo y volvió a hablarle. – ¿Qué pasa, Inu? – tomó entre las manos su rostro y le obligó a mirarle.
- ¿No estás molesta? – dijo él con temor.
- ¡Por supuesto que no! ¡Cómo podría molestarme, Inuyasha! ¡Es tu sueño! – Kagome besó su mejilla, dándole ánimos.
Él la levanto del suelo con alegría y giró con ella en brazos. Unos segundos después, la bajó y le habló así:
- Eres la mejor, Kag. Gracias por estar conmigo siempre. – le dio un pequeño beso en la frente.
- Tú también lo hiciste. – se separó de él. Tomó la agarradera del baúl y lo arrastró con dificultad hasta dejarlo dentro del hueco que hicieron en la tierra – Vamos, flaco, es hora de irnos. – Inuyasha asintió y tomó la pala que estaba clavada en el suelo. – No ensucies el traje, Inu. Tu "princesa" pensará que eres un niño sucio. – él le hizo una mueca y comenzó a dar las primeras paladas. Cuando por fin el hoyo estuvo cubierto, Kagome esparció sobre la tierra removida unas semillas y las tapó con un poco de pasto. Con el tiempo, nadie notaría lo que allí había ocurrido.
Caminaron hasta el auto sin mirar atrás. Pero antes de arrancar el motor, no pudieron evitar ver por última vez el gran roble alzándose majestuoso entre los demás árboles. Mudo vigilante, encargado de proteger esos tesoros con sus milenarias ramas. Aquel que no verían hasta que los años pasaran y ese instante sólo fuera un grano de arena más en un profundo mar de recuerdos….
Aunque aquello no nadie lo aseguraba… ¿o sí?