En menos de diez minutos, Rosalie atravesó la zona de recepción para entrar en el despacho de él. Emmet alzó la vista a su llegada, pero solo asintió sin dejar de hablar con voz controlada por teléfono. Kate se hallaba junto al escritorio, con los puños cerrados, contraído el rostro habitualmente relajado. -Señorita Cullen-saludó con sequedad, sin apartar la vista deEmmet.

-¿Podría ponerme al corriente, por favor?

-Algún chiflado afirma que ha escondido una bomba en alguna parte del hotel de Las Vegas. Se supone que la ha preparado para estallar dentro de... -miró el reloj-... una hora y quince minutos. Están evacuando y los artificieros han tomado el lugar, pero...

-¿Pero? -instó Rosalie.

-¿Tiene idea de lo grande que es aquel hotel? -indicó Kate con voz trémula-. ¿De lo pequeña y mortífera que puede ser una bomba?

Sin decir nada. Rosalie se dirigió al bar del otro extremo del despacho y sirvió una copa de brandy. Regresó y se la puso a Kate en las manos.

Con un escalofrío, la secretaria se la bebió hasta vaciarla.

-Gracias -apretó los labios y miró a Rosalie -, Lo siento. Mi marido perdió un brazo en Vietnam... Esto... -suspiró-. Esto hace que lo rememore todo. -Vamos, siéntese -dijo con gentileza al llevarla al sofá-. Ahora solo se puede esperar.

-Emmet no va a pagar -musitó Kate.

-No - Rosalie la miró sorprendida-. ¿Cree que debería?

Kate se mesó el pelo.

-No me opongo a esa política, pero... -volvió a mirarla-... tiene tanto que perder.

-Si pagara, perdería más que dinero -dio media vuelta y fue a situarse detrás de Emmet. Lo tocó una vez, fugazmente, solo una mano en el hombro.

Mientras Kate miraba, él alzó los dedos para enlazarlos con los de Rosalie. El gesto le reveló más que mil palabras.

«La ama», pensó, sorprendida. Nunca se le había ocurrido que Emmet McCarthy pudiera ser vulnerable a una mujer. Se preguntó si él mismo lo sabría.

-Ha colocado una bomba en uno de los almacenes del sótano -comentó Emmet al apoyar un momento el auricular sobre el hombro.

-Oh, Dios, ¿hay algún herido?

-No -la miró sin revelar cuáles eran sus pensamientos-. Hay daños, pero menores. Llamó para decirle a la policía que había hecho estallar una para dejar bien claro que no bromeaba. Quiere el dinero a las tres y cuarto, hora de Las Vegas.

-¿En qué piensas, Emmet?

-Pienso que se arriesga mucho para alguien que persigue un cuarto de millón de dólares. Me pregunto si es lo único que quiere. Cuando llamó al hotel, preguntó directamente por mí. Rosalie experimentó una aguda incomodidad. -Mucha gente sabe que eres el propietario del Comanche -comenzó-. O es muy probable que se trate de alguien que trabajó para ti en el pasado o que conociera a alguien que lo hizo.

-Tendremos que esperar y ver qué pasa -había algo en la tranquilidad de sus palabras que Rosalie reconoció. Una amenaza de violencia, una promesa de venganza-. ¿Cuánta gente queda ahí? -preguntó Emmet al teléfono-. No, quiero saber el minuto en el que todo el mundo haya salido.

-Traeré café -dijo Rosalie.

-No -Kate se levantó y movió la cabeza-. Yo lo haré, usted quédese con él.

Rosalie miró el reloj de oro que había sobre el escritorio. Once menos cuarto. Se humedeció los labios, apoyó las manos sobre el respaldo de la silla de Emmet y esperó.

Los ojos de él también se dirigieron hacia el reloj. «Menos de una hora», pensó. Se sintió impotente. Cómo explicar que el hotel para él significaba más que cemento y piedra. Había sido su primera propiedad, su primer hogar después de la muerte de sus padres... Era el símbolo de su independencia, su éxito, su patrimonio. Y solo le quedaba esperar que lo destruyeran delante de sus ojos.

¿Cuál era el motivo? En su interior algo le decía que la amenaza iba dirigida personalmente contra él. Se acarició la nuca y decidió que eso tenía más sentido. Sin embargo, su instinto lo guiaba por otro camino.

-Puede que sea un truco -dijo Rosalie con voz tranquila.

Emmet sintió que la ola de frustraciones desaparecía. Extendió la mano y tomó la de ella.

-No lo creo.

-No sería correcto pagar. Estás haciendo lo que debes, Emmet-le apretó los dedos.

-Es la única cosa que sé cómo debo hacer -dirigió su atención a la voz del teléfono-. Bien. Los huéspedes y el personal están fuera -le comunicó a Rosalie.

Ella se sentó sobre el apoyabrazos del sillón mientras ambos miraban el reloj.

Kate volvió con el café, que permaneció sin tocar mientras esperaban. A medida que pasaban los minutos, sentado en silencio, con el teléfono en una mano. Ella intentó imaginarse la complejidad de la búsqueda en un hotel de Las Vegas del tamaño del Comanche. Se preguntó cuántos cientos de habitaciones, cuántos miles de armarios y rincones habría. Con impotencia, se preguntó si el ruido de la explosión se oiría a través del teléfono. Y cuántas veces más el destino de Emmet habría dependido de los caprichos de la fortuna. «Esta vez», se dijo a sí misma al apoyar la mano sobre el hombro de él, «el destino nos tendrá que vencer a los dos».

Como los estaba contemplando. Rosalie vio la súbita rigidez en los dedos que había sobre el escritorio... -Sí.

Para evitar formular preguntas, se mordió el labio mientras Emmet prestaba atención a la voz del teléfono.

-Entiendo. No, no que yo sepa. Sí, estaré allí en cuanto pueda. Gracias -colgó y se volvió hacia Rosalie -. La encontraron.

-Oh, Gracias a Dios -apoyó la frente en la de él.

-Por lo que me acaban de contar, habría destruido el casino y la mitad de la planta principal. Kate, hazme una reserva en el primer vuelo a Las Vegas.

-Emmet - Rosalie se levantó del reposabrazos y descubrió una extraña debilidad en sus piernas-. ¿Tienen idea de quién ha sido?

-No -por primera vez vio la taza de café sobre la mesa. La alzó y bebió la mitad de un trago-. He de ir, apaciguar las cosas en el hotel y hablar con las autoridades. Volveré en un par de días -se levantó y la tomó por los hombros-. Parece que mi nueva socia va a tener un comienzo movido.

-Estaré bien -se puso de puntillas y le dio un beso suave en los labios-. Y cuidaré de nuestro hotel.

-Sé que lo harás -contestó y la acercó más-. No me gusta dejarte ahora.

-Cuando vuelvas me encontrarás aquí -alzó las manos para enmarcarle la cara-. No te preocupes y vuelve pronto.

-Ve a dormir un rato -sugirió mientras bajaba la boca para darle un beso prolongado.

-Oh no, es mi primer día completo de trabajo -la cara de él estaba sosegada, pero podía sentir la tensión. En vez de formular las interminables preguntas que deseaba hacerle, se obligó a sonreír y se apartó-. Tengo varias cosas que hacer, como recorrer el hotel, inspeccionar la cocina, repasar los archivos en mi despacho y arreglar que trasladen mis cosas a nuestra suite.

La palabra nuestra había producido un fuerte impacto en Emmet, dejándolo un poco aturdido.

-Ocúpate de eso primero -ordenó y le tomó otra vez las manos-. Quiero saber que estás en mi cama, Rosalie...

-Emmet, tu avión despega en cuarenta y cinco minutos -interrumpió Kate al asomar la cabeza por la puerta-. Tendrás que darte prisa si quieres llegar a tiempo.

-De acuerdo, que un coche venga a recogerme.

-Emmet -con risa entrecortada, Rosalie tiró de sus manos-. Me estás rompiendo los dedos -había algo en la mirada que él le lanzó, entre cauta y atormentada, que hizo desaparecer la sonrisa de su rostro-. ¿Qué pasa?

« ¿Es que iba a decirle que la amaba?» pensó él con una emoción próxima al pánico. ¿Iba a pronunciar las palabras antes de que su mente las hubiera asimilado por completo?

-Tendrás que esperar hasta mi vuelta -repuso al final.

-De acuerdo -y como quería borrar la tensión de su rostro, volvió a sonreír. Le rodeó el cuello con los brazos y pegó la boca contra la suya-. Sé desdichado sin mí, por favor.

-Haré todo lo que pueda. Kate tiene mi número si me necesitas.

-Emmet, el coche ha llegado.

-Sí, de acuerdo -le dio a Rosalie un último beso apasionado-. Piensa en mí -ordenó antes de alejarse.

Respirando hondo, ella se sentó en el sillón, aún cálido de la presencia de él.

-¿Dispongo de alguna otra opción? -se preguntó en voz alta.

En la semana siguiente. Rosalie se sumergió en la rutina del Comanche. Era la primera gran inversión que realizaba sin que la hubiera elegido cuidadosamente su padre; estaba decidida a dominarla al detalle. No le importaban las miradas curiosas o los murmullos ocultos detrás de una mano mientras inspeccionaba las salas públicas o examinaba detenidamente los libros, archivos y documentos. Los esperaba. Pasó los días aprendiendo todos los mecanismos del hotel y los atardeceres en el casino o en el despacho en su calidad de directora. Las noches transcurrían en soledad en la suite de Emmet.

En el transcurso de la semana descubrió dos cosas. La primera, que el Comanche era una organización dirigida con habilidad que complacía a gente con dinero para gastar. Daba a sus clientes lo mejor... a un precio. Y la segunda, que la ausencia de Emmet resultó una bendición. Le quedaba poco tiempo para echarlo de menos

En sus horas ajetreadas. Únicamente por la noche, cuando se encontraba sola, se daba cuenta de lo mucho que había llegado a depender de él. Una palabra, un contacto, su presencia. Sola, tenía la oportunidad de demostrarse a sí misma y a su equipo que era competente y seria como para dirigir el hotel. Algo que aprovechó al máximo.

Su educación y experiencia le fueron muy útiles. Estaba acostumbrada a frecuentar hoteles de categoría y sabía lo que buscaba un cliente desde su llegada hasta su marcha. El año pasado en el Celebration le había dado otra perspectiva. Entendía los problemas que acuciaban al personal, el cansado, el aburrimiento. El primer día se ganó a Nero y a Kate. El segundo, logró conquistar al chef, al administrador de noche y a la gobernanta. Cada uno representó una victoria mayor.

Sentada detrás del elaborado escritorio de nogal, revisó el programa de la semana para sus croupiers. Justo ante sí, el panel abierto le daba una amplia vista del casino. Disfrutaba de las sensaciones combinadas de aislamiento y compañía. Como el día apenas había comenzado, tenía intención de dedicar dos horas más al trabajo administrativo. Sabía que si la necesitaban, el timbre que se encontraba sobre el escritorio sonaría e iluminaría la ubicación del posible conflicto. Si se mantenía ocupada hasta que la dominara la fatiga, no sentiría la tentación de levantar el teléfono para llamar a Emmet a Las Vegas.

Era un hombre que necesitaba espacio, que no hacía promesas ni las esperaba. Sabía que si quería tener éxito, no podía olvidar eso. Con paciencia, llegaría un momento en que se sentiría cómoda amándolo. Con una ligera sonrisa movió la cabeza. Nunca estaría cómoda amándolo. Ni quería estarlo.

Se frotó la nuca, frunció el ceño y observó el programa. Podía ser menos complicado si contrataran a otro crupier para un horario flotante. Eso haría las horas más flexibles y...

-Sí, adelante -sin levantar la vista, siguió revisando la lista. Con alguien que llenara los huecos, podría barajar los turnos. De repente, una lluvia de violetas aterrizó sobre el papel frente a ella. -Pensé que esto lograría llamar tu atención. Al alzar la vista, sintió que se le aceleraba el corazón.

-¡Emmet! -se levantó de su silla y corrió hacia sus brazos antes de que alguno de los dos se percatara de lo que hacía.

Mientras la besaba, Emmet pensó que era la primera vez que veía esa alegría espontánea y abierta en su cara. Y era por él. El cansancio de un largo vuelo, la tensión de la semana, todo se evaporó.

-¿Qué hace que sea tan bueno tener a un mujer en los brazos? -preguntó.

Rosalie echó la cabeza hacia atrás. Se sintió inquieta al estudiar la cara deEmmet.

-Pareces cansado -alzó los dedos para acariciar las tensas líneas de alrededor de los labios de él-. Nunca te había visto así antes. ¿Te ha ido mal?

-He tenido semanas más agradables -la acercó más, con el deseo de llenarse de ella, de su ser, de su fragancia. Más tarde le hablaría de la pulcra nota impresa que había recibido. Otra amenaza, sin detalle o razón, solo una promesa de que no había un final.

-Hice lo que pediste -añadió, y recorrió con la mano la suave piel de la espalda que el vestido dejaba expuesta. -Mmm. ¿Qué?

-Lo pasé muy mal sin tí.

No se rio como él esperaba, pero apretó los brazos alrededor de su cuello. Rosalie trató de contener las lágrimas y pegó los labios a su garganta.

-No llamaste. Esperé tu llamada -murmuró. Aterrada por sus propias palabras se apartó, se tragó las lágrimas y movió la cabeza-. No, no quería que sonara de esa manera. Sé que has estado muy ocupado -levantó las manos, luego, impotente, las dejó caer-. Y también yo. Había un millón de cosas... -se volvió para revolver papeles sobre el escritorio-. Los dos somos adultos e independientes. Lo último que necesitamos es empezar a ponernos ataduras el uno al otro.

-Divagas cuando estás nerviosa.

-No te burles de mí -giró y lo miró con ojos ardientes y furiosos.

-Es raro en mí haber echado de menos esa mirada matadora -dijo mientras se acercaba a ella. Tomó su cara entre las manos y la sostuvo con suavidad, sin dejar de mirarla a los ojos. Ella se sintió débil y palpitante-. Rosalie -suspiró él mientras la besaba.

El beso tierno no tardó en volverse hambriento. Al besarlo sintió la necesidad de él tanto o más que la suya; solo se separaron para encontrar ángulos nuevos, placeres profundos. Los anhelos de una semana se intensificaron para producir dos pares de labios ardientes y ávidos, dos pares de manos que recorrían con urgencia. Con respiración agitada, Emmet la apretó contra él. «Ninguna mujer», pensó, «me ha hecho sufrir de esta manera».

-Dios mío, te deseo, Rosalie. Te deseo de tal modo que no puedo pensar en otra cosa sino en tenerte.

Ella apretó la mejilla contra la suya, pero los movimientos detrás del cristal captaron su atención.

-Es una tontería -admitió- pero me siento... expuesta -con risa temblorosa, se apartó, pero la expresión de los ojos él hizo que el corazón volviera a latirle con fuerza-. ¿Por qué no cierras el panel-murmuró- y me haces el amor? -la llamada a la puerta le provocó un gemido.

-Lo había olvidado, te he traído un regalo -la tomó por los hombros y con un largo suspiro la apartó. -Diles que se vayan -sugirió-, y dámelo más tarde

-le tomó las manos-. Mucho más tarde. La llamada se repitió.

-Vamos, Emmet, ya has tenido tus diez minutos.

-¿Edward? -Emmet vio sorpresa y placer en la cara de Rosalie .

-Ve a abrir la puerta y hazlos pasar -le besó la nariz y apartó las manos del cuerpo de ella. Rosalie fue a abrir con brusquedad. -¡Edward! ¡Jasper! -con una carcajada se lanzó hacia ambos-. ¿Qué hacéis aquí? -exigió al tiempo que los besaba-. ¿No corremos el riesgo de que tanto el gobierno federal como el del estado se vengan abajo?

-Hasta los funcionarios públicos necesitan unos días libres de vez en cuando -dijo Edward mientras la apartaba.

«Apenas ha cambiado», pensó ella. Si bien sus dos hermanos habían heredado la altura de su padre, Edward era delgado y fibroso. «Casi flaco», concluyó con objetividad fraternal. Sin embargo, tenía una cara fascinante desde todos los ángulos, una sonrisa que usaba a su favor y ojos tan claros como los suyos. El pelo castaño, con un leve matiz rojizo, ondulaba rebeldemente alrededor de la cara. Al mirarlo se podía ver con facilidad por qué su habilidad con las mujeres se hallaba casi a la misma altura que su fama como abogado.

-Hmm, no ha salido tan mal, ¿verdad Jasper? Con el ceño fruncido, Rosalie se volvió hacia su hermano mayor.

-No -respondió este y le ofreció la lenta y seria sonrisa que encajaba tan bien con su aspecto sombrío. Ella pensó que no parecía un senador de los Estados Unidos-. Aunque sigue un poco flacucha -le tomó la barbilla entre los dedos, y volvió la cara de un lado a otro-. Bonita -declaró en una imitación perfecta del deje de su padre.

-Quizá deberías haberte casado con Jessica Stanley, después de todo -dijo Rosalie con dulzura. Luego pasó un brazo alrededor de cada uno de sus hermanos-. ¡Me siento tan contenta de veros!

Emmet se había sentado en el borde del escritorio de Rosalie y los observaba. Parecía muy pequeña entre los dos hombres altos, pero por primera vez notó la semejanza entre Edward y ella: la forma de la boca, la nariz, los ojos. Jasper era una versión más dura de Esme, si bien los tres llevaban el sello de Daniel. Lo vio tan claro en ese momento que se cuestionó cómo no lo había notado desde el primer instante en que la vio.

Quizá se debía a presenciar su encuentro como familia, a imaginar a Rosalie como hermana. Pensó en Bella y sintió un atisbo de pesar. Se recordó que había hecho todo lo que había podido. No obstante, nunca había sabido lo que era tener esa unión básica y de por vida que significaba pertenecer a una familia.

-¿Cuánto tiempo os vais a quedar? -preguntó Rosalie mientras los arrastraba al interior de la oficina.

-Solo el fin de semana -contestó mientras Edward realizaba un estudio rápido y exhaustivo del despacho.

-Así que has terminado por aceptar un socio -le dijo a Emmet-. Nos quedamos sorprendidos después de que rechazaras tantas veces a nuestro padre. -Fui más persuasiva -dijo Rosalie con sencillez. Edward le lanzó una mirada a Emmet, que no hacía preguntas, ya que conocía las respuestas. Había una leve advertencia en ella, sutil pero bien clara.

-Aún no me habéis dicho cómo es que habéis aparecido por aquí -caminó hasta situarse detrás de Emmet mientras Edward se sentaba y Jasper se dirigía a echar un vistazo a través del cristal.

-Nos enteramos de la amenaza de bomba en Las Vegas -contestó Jasper-, Llamé a Emmet. Sugirió que quizá te gustara nuestra visita. Y... -se volvió esbozando una de sus escasas sonrisas-... Edward y yo pensamos que nuestra llegada retrasaría un poco la aparición de papá.

-La última vez que hablé con él -comentó Edward-, insinuó que tal vez disfrutara de unas semanas en la playa.

-Supongo que estáis al tanto de su última intriga -comentó con una especie de gemido y risa.

-Parece haberle salido bastante bien -expuso Jasper al ver la mano de Emmet alzarse para descansar sobre la nuca de Rosalie.

-Tuve la tentación de romper más que unos pocos cigarros -murmuró ella mientras echaba un vistazo al timbre que sonó en el escritorio de él-. Mesa seis. No -tocó el hombro de Emmet cuando amagó con levantarse-. Yo me ocuparé de ello. ¿Por qué los tres no os vais arriba a relajaros un poco? Subiré en cuanto me asegure de que aquí abajo todo ha vuelto a la calma.

-¿Sería poco ético que me pusiera a jugar aquí ahora que compartes la propiedad del casino? –preguntó Edward.

-No mientras juegues tan mal como de costumbre -respondió Rosalie antes de desaparecer por la puerta.

Edward soltó un juramento y estiró las largas piernas.

-Sólo porque solía dejar que me ganara al póquer.

-Dejarla ganar, y un cuerno -dijo Jasper con suavidad-. Te machacaba. No dijiste gran cosa por teléfono, Emmet-continuó mientras se volvía del espejo-. ¿Puedes explicar lo que pasó en Las Vegas?

Emmet se encogió de hombros y sacó un cigarro del bolsillo.

-Era una bomba casera, muy compacta. Estaba debajo de una de las mesas de lotería. El FBI estudia la lista de antiguos empleados, de clientes habituales que hayan gastado grandes sumas de dinero, de cualquier extorsionista conocido con una forma de operar similar. Pero no espero mucho de eso. Hubo algunas llamadas amenazadoras, pero no pudieron rastrearlas y yo no pude reconocer la voz. No tienen mucho en qué basarse -mientras encendía el cigarro, dirigió la mirada más allá de Jasper, hasta donde Rosalie hablaba con un cliente-. Es imposible rastrear a todos los que perdieron dinero en alguno de mis casinos, aunque ese fuera el motivo de la bomba. -¿Y tú no crees que lo fuera? -preguntó Edward al tiempo que seguía la mirada de Emmet hacia su hermana.

-Solo tengo una corazonada -murmuró y se levantó inquieto-. Hubo una amenaza hace un par de días... nada concreto, lo suficiente para hacerme saber que intentaría algo más.

-¿No especificó un dónde, un cuándo, o un cómo? –intervino Edward.

-No –Emmet le lanzó una sonrisa lóbrega-. Por supuesto que podría cerrar todos mis hoteles y ganarle en paciencia -dio una rápida e intensa calada al cigarro-. Pero que nadie sueñe con que lo haga -con esfuerzo controló una furia impotente. Lo estaban acosando. Lo sabía con tanta seguridad como si hubiera visto la sombra detrás de él-. Quiero que Rosalie se vaya a casa hasta que esto se resuelva -dijo brevemente-. Entre los dos, deberéis ser capaces de convencerla.

La respuesta de Edward fue una sonrisa breve. Jasper le lanzó a Emmet una mirada serena.

-Se iría -comentó Jasper- si tú te fueras con ella.

-Maldita sea Jasper, no pienso ir a buscar un agujero seguro para esconderme mientras alguien se dedica a jugar con mi vida.

-¿Y Rosalie lo haría? -replicó.

-Posee la mitad de uno de mis cinco hoteles -dijo Emmet con sequedad-. Si algo le pasara a este, el seguro cubriría sus pérdidas -sus ojos se vieron atraídos otra vez hacia el cristal-. Lo mío es más que una única inversión en Juego.

-Eres un tonto si piensas que eso es todo lo que tiene Rose-murmuró Jasper.

Emmet se volvió hacia él y dejó salir toda la ira acumulada durante la semana.

-Esto no me gusta. Alguien va detrás de mí, y ella se encuentra demasiado cerca. La quiero lejos y a salvo, donde nada le pueda pasar. Pensé que lo entenderías. ¡Por Dios, es tu hermana!

-¿Y qué es para ti? -preguntó Edward con suavidad. Furioso, Emmet lo encaró con cientos de maldiciones palpitando en sus labios. Encontró unos ojos claros y directos, muy parecidos a los de Rosalie.

-Todo -respondió antes de volver a mirar hacia el cristal-. Maldita sea, lo es todo

-Bien, el asunto ya está arreglado -indicó Rosalie al entrar por la puerta-. Solo tuve... -calló cuando la tensión se alzó como un muro. Despacio, miró de un hombre a otro, luego pasó junto a sus hermanos en dirección a Emmet-. ¿Qué pasa?

-Nada -se obligó a mantenerse calmado, apagó el cigarro y tomó su mano-. ¿Has cenado?

-No, pero...

-Pediremos que nos suban algo, a menos que prefiráis el comedor -adrede, desvió la vista para clavarla en Jasper y Edward.

-De hecho, voy a probar mi suerte en las mesas -Edward se levantó con naturalidad-. Jasper impedirá que pierda el sueldo de un mes. ¿Algún consejo, Rose?

-No te alejes de las máquinas tragaperras -dijo con una sonrisa.

-Qué poca fe tienes -murmuró y tiró de una de sus orejas-. Nos veremos mañana.

-A última hora de la mañana -añadió Jasper al abrir la puerta-. No lograré alejarlo de las mesas antes de las tres.

Rosalie esperó hasta que la puerta se cerró. -Emmet, ¿qué sucede?

-Me encuentro cansado -repuso y la tomó del brazo-. Vayamos arriba.

-No soy tonta -él la condujo con rapidez por su despacho hacia el ascensor-. Al entrar sentí como si algo fuera a explotar. ¿Estás enfadado con Jasper y Edward?

-No, no es nada que te concierna. La respuesta fría y terminante hizo que se pusiera rígida.

-Emmet, no intento meterme en tus asuntos personales, pero como parecía afectar a mis hermanos, me sentí con derecho a recibir una explicación.

El reconoció el dolor y el enfado. Deseó disipar ambos, tomarla en brazos y detener las preguntas de ella de un modo que eliminara su propio malhumor y tensión. Pero al abrirse las puertas del ascensor, se obligó a reflexionar con frialdad. Podría utilizar el enfado y el dolor a su favor.

-No es nada que te concierna -repitió con indiferencia-. ¿Por qué no pides algo del servicio de habitaciones? Quiero tomar una ducha -sin esperar la respuesta, se marchó.

Demasiado aturdida por el tono de él para reaccionar, solo atinó a mirar fijamente su espalda. ¿Qué había cambiado desde el saludo desesperado y tempestuoso que habían compartido? ¿Por qué la trataba como a una extraña? «O peor», comprendió, «como a una amante cómoda a la que puede tomar o hacer a un lado a su antojo». En medio de la habitación, intentó despertar la furia pero solo encontró angustia. Había sabido el riesgo que asumía. Y al parecer había perdido la partida.

«No». Apretó los puños y movió la cabeza. No la podía descartar con tanta facilidad. Decidió que lo mejor era que él se duchara y cenara. Luego le explicaría exactamente lo que ella esperaba. «Con calma», añadió mientras se dirigía al teléfono. «Con mucha calma». Con ferocidad apretó el botón del servicio de habitaciones.

-Habla la señorita Cullen. Me gustaría un filete y una ensalada.

-Por supuesto, señorita Cullen. ¿Cómo le gustaría la carne?

-Quemada -murmuró.

-¿Perdón? Con un esfuerzo logró controlarse.

-Es para el señor McCarthy-explicó-. Estoy segura de que sabe lo que a él le gusta.

-Desde luego, señorita Cullen. Haré que le suban la cena de inmediato.

-Gracias -«todo el mundo se desvive por Emmet McCarthy», pensó con pesar mientras colgaba. Se dirigió al bar y se preparó una copa fuerte.

Cuando Emmet salió del dormitorio. Rosalie estaba sentada en el sofá y el camarero preparaba la cena en la mesa del otro lado de la sala. Emmet solo llevaba puesto un batín.

-¿No vas a comer? -con la cabeza indicó el servicio para una persona.

-No -tomó un sorbo de la copa-. Tú empieza -abrió la cartera, sacó un billete y lo extendió hacia el camarero-. Gracias.

-Gracias, señorita Cullen. Que disfrute de la comida señor McCarthy.

-Pensé que no habías cenado -cuando la puerta se cerró, Emmet ocupó su asiento.

-No tengo hambre -expuso con sencillez.

-Al parecer no hubo grandes problemas durante mi ausencia -Emmet se encogió los hombros y se dedicó a la ensalada.

-Nada que yo no pudiera solucionar. Si bien tengo algunas sugerencias que hacer, creo que el hotel y el casino marchan sobre ruedas.

-Has hecho una buena inversión -cortó la carne.

-Se podría considerar desde ese punto de vista - Rosalie pasó un brazo por el respaldo del sofá. Las lentejuelas de su chaqueta brillaron a la luz tenue.

Al mirarla, Emmet sólo deseó arrancársela, junto con la fina prenda de seda negra que llevaba debajo, para perderse de nuevo en ella, en su piel suave y blanca, en su mata de cabello dorado. Apuñaló una pieza de carne con el tenedor.

-El hotel parece marchar por buen camino este último año -dijo con sencillez-. Me parece que no es necesario que ambos le dediquemos veinticuatro horas al día. -sin poder tragar más, se sirvió un poco de café-. Quizá quieras considerar la idea de volver a casa.

-¿A casa? -repitió con voz apagada mientras detenía la copa a mitad de camino de sus labios.

-En este momento no se te necesita aquí -continuó él-. Se me ocurrió que sería más práctico que regresaras a casa, o adonde quieras ir, para volver a tomar el mando cuando yo deba ausentarme.

-Comprendo -dejó la copa sobre la mesa frente a ella y se levantó-. No tengo ninguna intención de encajar en la categoría de socio pasivo, Emmet-dijo con voz fuerte y clara, aunque desde el otro lado de la habitación él pudo ver sus ojos empañados-. Ni en la categoría de equipaje extra. Sería muy sencillo volver a nuestro acuerdo inicial y olvidar el error de una noche -al sentir que la mano comenzaba a temblarle, recogió la copa y la vació-. Recogeré mis cosas y me trasladaré a mi propia suite.

-Maldita sea, Rosalie, quiero que te vayas a casa.

Hl!

Gracias a todos los que dejan Review

Como a los que me tienen en alerta, favoritos…

Eso me demuestra que no lo hago en vano.

Siento mucho la espera, pero ya empzamos con trabajos

Tengo montañas de deberes y un baile que preparar para mediados de octubre

que cuenta el 100% de la nota de este trimestre de gimnasia

Bueno no me entretengo más

Gracias por leer y hasta la próxima

*Candy Of Raspeberry*