Capítulo II: Del Alma
La despertó un ruido y se encontró todavía al lado de Inuyasha. "No te preocupes, es un animal" le dijo mientras la volvía a recostar sobre su pecho.
-Descansa, estoy a tu lado.
-Lo se…lo se… -y se sumergió nuevamente en las profundidades de la ensoñación.
Se aseguró de que estuviera dormida, la apoyó contra el árbol y colocó a Tessaiga en sus piernas. "Cuídala" le dijo en voz baja y se encaminó hacia donde las serpientes cazadoras de almas lo guiaban.
En el silencio de la noche, sólo se escuchaban los grillos que cantaban y el vuelo de las shinigamis, que danzaban a su alrededor, llevándolo hacia algún lugar desconocido.
Antes de cruzar un arroyo, se reprochó haber dejado sola a Kagome, una vez más. Lo envolvieron las criaturas, como incitándolo a seguir. "Quizás Kikyou…esté viva" pensó y continuó con su paso.
Abrió sus ojos y no estaba. Descubrió a Colmillo de acero sobre sus muslos. "¿A dónde te fuiste?" se preguntó, y el latido de la espada le causó un mal presentimiento. "Está en peligro" se dijo y se paró. A lo lejos divisó a las serpientes. "¡No puede ser!" exclamó y comenzó a correr en su dirección. "Es una trampa, estoy segura. Kikyou no puede estar viva…".
En un gran árbol ella estaba sentada. Frente a él, nuevamente. Se quedó pasmado ante la visión. Lucía débil y cansada. Abrió sus ojos y le sonrió. Era ella. Si, si. Kikyou, su querida y adorada Kikyou. Se acercó despacio, como si ella fuese a diluirse en el aire, quería retenerla en su retina, para siempre.
-Viniste… -le habló cuando él se arrodilló a su lado y le tomo la mano.
-¿Cómo es posible que…?
-¿Qué esté viva? –interrumpió- No lo se, desperté en este lugar, rodeada de las serpientes, que por lo visto, te buscaron.
-Luces delicada, ¿no tienes fuerza para moverte?
-No… -y giró su rostro, avergonzada.
-Mírame…mírame…por favor… -y la tomó del rostro, obligándola a ceder a su pedido- Eres tu, no puedo creerlo… -se acercó un poco más y la abrazo, ella respondió- Nunca más te alejes de mi lado, nunca más.
-Nunca más, Inuyasha… -lo separó un poco- Pero, no puedo estar más en este mundo… -se lamentó.
-Iré contigo al otro mundo, no quiero estar distanciado de ti ni un solo segundo más.
-¿Y Naraku? ¿Y Kagome? ¿Y el resto de tus amigos?
-Si estoy a tu lado, no necesito nada más. ¿No haz logrado comprenderlo? Este tiempo que no estuviste sentí que iba a morir.
-Inuyasha… -lo besó con fervor, con el mismo que él respondió.
Se mantuvieron por varios minutos en esa posición. Sus labios rozándose, los párpados caídos y tomados de la mano.
Un camino de pétalos blancos se abrió frente a ellos. Se pusieron de pie y entrelazaron sus dedos. Se sonrieron y comenzaron a caminar a través del sendero que los llevaría juntos a la eternidad, allí donde podrían estar juntos sin barreras.
Kagome se guió por una gran luz al final del bosquecillo y vio a Inuyasha caminar solo, dirigiéndose a un gran portal que emanaba una importante cantidad de energía maligna. Lo que ella suponía era cierto, todo había sido una cruel trampa para engañarlo, y nadie más que Naraku podía estar detrás de ese vil engaño. Comenzó a correr pero parecía que no avanzaba.
-No gastes tu energía, no llegarás a ningún lado.
-Kanna… -se sorprendió ante la aparición repentina de la niña- ¿Tú estás controlando a Inuyasha?
-Nadie lo está controlando, es su elección irse con Kikyou… Yo sólo cree la imagen de la sacerdotisa, pero no tiene ni su esencia ni su presencia, es sólo su figura, Inuyasha sabe muy bien que ésta es una trampa de Naraku, pero está demasiado triste por la muerte de esa mujer, por lo que prefiere la muerte a aguantar ése dolor. –sentenció.
-Está intentando suicidarse… -murmuró- No voy a permitirlo. Por favor, Kanna, deshace el conjuro, te lo ruego.
-Que egoísta eres -le susurro Naraku al oído.
Kagome giró y se espantó al verlo detrás de ella. Las imágenes de pocas horas atrás se hicieron presentes, y la sensación de las manos de ese ser inescrupuloso sobre su cuerpo desnudo y el sonido de sus jadeos le produjeron náuseas, unas irrefrenables ganas de vomitas seguidas de espanto y miedo.
La comisura del labio derecho del demonio se levantó a modo de satisfacción. Nada le producía más placer que el rostro de la joven repleto de confusión y terror. "Quizás ahora, me respete" pensó. Él buscaba respeto, lo había descubierto no hacía muchas horas. Jamás una persona se había dirigido a él de manera amorosa o amable, de pequeño tuvo que resistir el rechazo de sus padres, luego el de sus pares, hasta que por fin, siendo un ladrón, logró el reconocimiento de quienes lo seguían, hasta ese bendito día que fue traicionado y quemado. Lo dieron por muerto, hasta él pensó que iba a morir, pero la belleza y la dulzura de aquella joven sacerdotisa lo habían salvado y también obsesionado. Él la quería, deseaba fervientemente que Kikyou lo amara, pero era tarde…ella ya se había entregado a los encantos de un mitad bestia, de un ser sin lugar en el mundo. Esa realidad lo enloqueció y lo lanzó al abismo. Tomó la decisión de entregarle su alma a un ejército de monstruos para convertirse en lo que ahora era…Naraku. A pesar de toda la maldad que había en él, todavía la amaba, y su muerte le dolía. No, no era su deceso. Lo que le causaba ese malestar era que ella haya elegido los brazos de Inuyasha para morir. Consiguió la paz en junto a quien él tanto odiaba. Y ahora estaba frente a la posibilidad de hacerla suya nuevamente. Mal que mal, la esencia de Kikyou había renacido en Kagome, eran extremadamente parecidas, pero también tan distintas… La muchacha que tenía frente a él no tenía ni una pizca de quien él recordaba con añoranza, ni de la que él había matado ni de la de barro. Era otra, no era su Kikyou. Logró comprenderlo cuando ella salió corriendo. El tiempo perdido en sus pensamientos lo distrajo, y le dio lugar a la adolescente para escapar. Él comenzó a seguirla.
-Inuyasha –le habló Kikyou cuando la distancia que los separaba del infinito era menor- ¿Estás seguro de querer hacer esto? –se frenó y se pusieron frente a frente, todavía tomados de las manos.
-Claro que si, yo estaré contigo en cualquier lugar…
-Tú sabes que no soy quien parezco ser. ¿Por qué eliges la muerte?
-Porque si tu imagen me acompaña por toda la eternidad, no importa si es real o una mentira…
-Te estás engañando.
-No, porque será con tu imagen con la que estaré por siempre..
-¿Nada te ata a este sitio? ¿No hay nadie a quien quieras ver una vez más?
Antes de decir que no, sus labios se frenaron, ahogando las palabras que recorrieron su garganta y se perdieron en su lengua. La imagen de Kagome sonriéndole y llamándolo por su nombre de esa manera que a él lo conmovía se apareció en su mente. Ni siquiera se había despedido de ella. Había sido tan cobarde que sólo le dejó su Tessaiga y se escurrió en la espesura del bosque, la había dejado durmiendo y herida. Estaba débil y lo necesitaba.
-¿Realmente no hay nadie a quien desees proteger más que a mi? –volvió a preguntar.
"Kagome" se repitió en su conciencia de manera intempestiva. No esperaba que esa respuesta apareciera en su cabeza. De verdad, deseaba protegerla más que a cualquiera. ¿Pero era correcto? Kikyou había sufrido tanto y él nada había podido hacer. ¿Tenía derecho a permanecer al lado de Kagome? Ella lo contenía, lo acompañaba, lo alegraba. ¿Podía estar feliz a pesar del dolor que había padecido su primer amor? Porque nada lo hacía dudar, al lado de la muchacha había encontrado la felicidad. "Si permanecemos juntos, nada puede pasarnos" se dijo, evocando lo que ella tantas veces le había dicho.
-No te sientas obligado a irte conmigo, yo ya encontré la tranquilidad. Nuestro tiempo pasó, Inuyasha. Si amas a otra persona, no significa que me hayas olvidado. En tu corazón, viviré por siempre. Ahora, mereces ser feliz.
Antes de poder replicar, sintió como unos brazos se entrelazaban en su vientre y el dueño de ellos apoyaba su cabeza en su espalda. Reconoció su aroma, sus manos, la paz que ella le transmitía. Se sentía tranquilo. Miró a Kikyou, quien le sonrió y lo soltó. Acarició sus labios y su figura comenzó a desaparecer, al igual que el espejismo montado.
-¿Qué hiciste, Kanna? –le preguntó alguien que permanecía oculto detrás de un árbol.
-Lo que debía hacer. –y desapareció, como de costumbre.
-Naraku pensará que fue esa niñita la que desvaneció el hechizo. Kanna es callada, pero no tonta. –y también se perdió entre la oscuridad.
Lo mantenía apretado, con su mejilla apoyada en la parte baja de su cintura. Los cortes que se habían abierto como consecuencia de evitar que Naraku la alcanzara, le impedían mantenerse de pie, por lo que, al instante de sentir que él se quedaría a su lado, se dejó caer de rodillas. Él, inmediatamente se acuclilló y con el dedo índice levantó su mentón. Sus ojos desbordados de llanto y sus mejillas empapadas y sucias de tierra, sangre y lágrimas, lo conmovieron de sobremanera. Se contemplaron unos instantes. "Estas llorando por mi, una vez más" pensó. Pero ese punzante dolor que le causaba verla sufrir, se borró cuando una sonrisa se dibujó en su rostro, y siguieron las palabras que la joven quería gritar, pero sólo pudo susurrarle con voz débil.
-Te quedaste conmigo –le dijo.
-Claro que si.
La tomó en sus brazos y comenzó a caminar. Kagome, amoldó su pómulo al tórax de Inuyasha hasta quedarse dormida.
Al hacer unos pasos, descubrió la funda de Colmillo de Acero. La levantó. Miró hacia todos lados y descubrió a la espada a pocos metros. Estaba clavada en la tierra, rodeada de pedazos, que según su olfato, eran de Naraku. Apoyó a la muchacha en un árbol y se volvió hacia su arma. La sacó del lugar y la miró. "Gracias por protegerla" le dijo y la guardó. Reparó en sus manos y encontró manchas de sangre. Dirigió su vista hacia Kagome y descubrió que el líquido rojizo ya estaba tiñendo la camisa que llevaba puesta. Y también recordó que él nada llevaba puesto, salvo su pantalón. "La túnica quedó a orillas del río" recordó. Guardó su espada, tomó a la joven y volvió al lugar donde la había curado hacía ya unas horas.
La luna estaba en su punto más alto, lo que fue de gran ayuda para volver a desinfectar sus lesiones. Fue más cuidadoso que la vez anterior, y ésta vez, no sintió vergüenza de ver el cuerpo desnudo de su acompañante. La apreció unos segundos. Era hermosa. Su forma de examinarla estaba lejana a cualquier deseo carnal. Se dio cuenta de que ella siempre se había mostrado así con él. Le había develado su alma de la misma manera en que su figura ahora se exponía.
Una fuerte puntada en el vientre la hizo reaccionar. Abrió sus ojos e Inuyasha se quedó quieto, conciente del padecimiento que la había despertado. Apoyó los codos en el césped y se incorporó a medias. "Es la última" le dijo el muchacho y ella se volvió a recostar. Sus ojos se paseaban de un lado a otro. Sus mejillas estaban pintadas de rojo. Estaba nerviosa por la situación. Ella despojada de ropa y él acariciando –"curando" afirmo en su mente, tratando de convencerse de que no estaba mal la posición en la que se encontraba- sus rasguños. Apretó sus ojos ante el dolor que le produjo un líquido, y antes de que comenzara a ceder, sintió como algo la cubría. Levantó sus párpados y la túnica roja estaba sobre ella.
-Ya terminé. Ahora ponte eso. –agregó Inuyasha mientras guardaba los elementos en la mochila.
El hanyou se sentó a la orilla y su mirada ausente y nostálgica le produjo a la muchacha una sensación de soledad jamás experimentada. Él estaba ahí, la había ayudado y se había quedado, pero no estaba segura si ese era su verdadero deseo.
-No se que cosas se están cruzando por tu cabecita en este momento, pero no me gusta estar sentado aquí solo como un idiota. –le habló.
Se sonrió y sin pensarlo dos veces de acomodó a su lado, aunque un poco alejada. La miró de reojo y notó que su rostro había vuelto a tomar coloración y que sus labios estaban más rosados. "Ya está bien" se repitió para si, una y otra vez, como intentando asimilar la situación. Levantó su cabeza. Miró las estrellas unos instantes y se sintió agradecido de haber conocido a Kagome. Se incorporó, atrapando la atención de la adolescente, que se llenó de tristeza pensando que se iría. Pero estaba equivocada, antes de articular palabra, Inuyasha ya estaba ubicado a la par, pero más próximo.
-No me mires así, te habías sentado lejos. –se ruborizó- No me gusta sentir que no estas cerca.
-A mi tampoco me gusta… -y apoyó su cabeza en su hombro.
-¿Te duele algo?
-Nada… -hizo una pausa- ¿Y a ti?
-El alma… -susurró como si esa confesión fuese sólo para ella.
Inmediatamente lo tomó del rostro y descubrió en sus ojos la humedad previa al llanto. Un simple parpadeo desató el hilo de lágrimas que volcaron sus pómulos y las manos de Kagome, que lo sujetaban con fuerza.
Se alejó un poco y lo recostó sobre sus piernas, mientras acariciaba su sien y su cabello. Sus muslos se empapaban del líquido salado que desbordaba de angustia.
-¿Quieres hablar? –le consultó en voz baja.
Unos segundos de silencio, y las frases entrecortadas salieron expulsadas. Le contó desde el instante en que conoció a Kikyou hasta el segundo que la despidió. Le mostró su dolor, su angustia y su pena. Los diálogos eran detallados con firmeza, como si cada segundo compartido con aquella sacerdotisa se hubiesen grabado a fuego en su memoria.
-Yo lo único que quería era protegerla…salvarla…
-Y lo hiciste… -él la miró por primera vez luego de dos horas de perder su vista en algún punto y así dejar que las palabras fluyeran- Kikyou se sintió feliz de estar en tus brazos… Recuerda su rostro antes de partir… ¿Cómo se veía?
-Repleto de paz –respondió luego de unos segundos.
-Ese era su deseo, conseguir la armonía y verte una vez más… Ella te amó hasta ese último segundo, y lo seguirá haciendo en la eternidad –le dijo, repleta de dolor. Había estado huyendo de esa realidad, pero se hacía inminente ante su persona, sin poder cambiarla, sin siquiera, cambiar una pieza de un rompecabezas que si pronto no terminaba de armar, terminarían con su cordura, con su alma.
-Y yo a ella… -sentenció, poniendo las fichas en la mesa. Era así, y nada podía hacer. Pero sintió que algo no estaba bien, y era que la sinceridad aplicada en su decir, se había clavado como un puñal en el interior de su emisora, que conservaba la pasividad que aplicaba cuando se trataba de hablar de Kikyou. Hubiese preferido una de sus reacciones violentas y no ese gesto indescifrable. Al fin, agregó:-
-Lo se muy bien, pero ese amor no debe permitirte ser infeliz, debes encontrar en él esperanza, la esperanza de verla algún día…una vez más…
-A mi nada me impide ser feliz… -calló- Salvo una cosa.
-¿Qué cosa? –se interesó.
-Saber que algo o alguien puede dañarte... –se incorporó la apoyó contra su pecho- Tontita…eres quien me hace feliz…
-¿Es cierto eso?
-Tan cierto como que algún día destruiré a Naraku.
-Inuyasha… se dirigió al hanyou luego de unos minutos de extremo y dulce silencio.
-Dime…
-Déjame curar las heridas de tu corazón.
-No te separes de mi, con eso es suficiente.
-Te amo demasiado para hacerlo… -levantó su rostro y con expresión seria le pidió:- Y tú no te alejes de mi, nunca más…
-Eres demasiado importante para hacerlo.
Permanecieron abrazados, mientras los primeros pespuntes de claridad, que anunciaban la llegada del amanecer, se hacían notar en el oscurecido cielo. El manto nocturno cedía, dándole paso a un nuevo día, llevándose en lo profundidad de su oscuridad y en la luz de sus estrellas, el testimonio de la desnudez del cuerpo de quien ama sin pedir a cambio, y del nudismo del alma de quien había calmado su turbulento sentir en la alegría de la sinceridad.