Serie: Junjou Romantica

Anuncio: No poseo ningún derecho sobre la serie. No gano ningún dinero con esto, que son los desvaríos de una fangirl XD

Nota: Perdón por la larguíiiiiisima espera. Espero que disfrutéis con esto, al menos.


Hiro-san se estremeció cuando un escalofrío recorrió su espalda. Maldita sea, las mantas debían de haberse movido mientras dormía. Su mano buscó las endemoniadas prendas. O eso intentó. A regañadientes abrió los ojos y su mirada desenfocada paseó por la habitación. Pestañeó un par de veces e intentó girar sobre su lado pero un tirón en su mano izquierda lo detuvo. Extrañado y todavía medio dormido, retorció el cuello, mirando hacia la cabecera de la cama. Su mano estaba atada a ella.

- Al fin te despiertas – dijo una voz a los pies de la cama.

- Hiro-san giró abruptamente la cabeza, totalmente despierto de repente.

- ¡Nowaki! - rugió - ¿Qué narices significa esto?

El médico lo miró en silencio, una expresión juguetona y apreciativa bailando en su rostro.

- ¿Qué crees que significa? - contestó divertido.

- ¡No tiene gracia! - gritó el profesor - ¡Desátame ahora mismo!

Nowaki se acercó a la cabecera. En su mano llevaba una manzana y la lanzaba distraídamente al aire, mientras sus ojos, apreciativos, miraban de arriba a abajo al castaño.

- No – finalmente contestó, dándole un mordisco a la manzana.

Hiro-san no podía creer lo que oía. Dirigió una mirada furiosa al moreno y apretando los dientes escupió:

- Si me desatas ahora, olvidaré el incidente y no te mataré. Al menos no del todo – pensó.

Nowaki ladeó la cabeza, su cara en una expresión de inocente y falsa especulación, como si realmente estuviera sopesando las posibilidades. Una brillante sonrisa iluminó su rostro y contestó:

- ¡No!

- ¡Serás... - gritó incrédulo el profesor, tirando fuertemente de sus manos, intentando liberarlas.

- Sssshh – trató de aplacarlo Nowaki, sentándose en la cama y silenciando con un dedo las protestas de Hirosan – no quiero que te hagas daño – continuó dulcemente.

- ¡Entonces suéltame! - insistió.

- ¡Ah! - suspiró abatido Nowaki – Me temo que no es posible.

- ¿Cómo que no?

Nowaki lo miró fijamente a los ojos, mientras que su mano trazaba el contorno de sus pómulos hasta la barbilla, sujetándola firmemente.

- Todo lo que yo diga, ¿recuerdas? - preguntó, sus ojos nunca abandonando los del profesor.

La vergüenza golpeó con fuerza a Hiro-san y sintió cómo su rostro se encendía.

- ¡Maldito! ¡No me recuerdes esas cosas tan embarazosas! - protestó atropelladamente - ¡Además ...además... - lanzó a Nowaki una mirada avergonzada que parecía querer decir "¡Además ya he cumplido, bastardo!"

- ¡Oh, pero creo que una de las condiciones era que yo quedara satisfecho y bueno... - continuó, sus ojos acariciando ávidos el cuerpo del castaño, que todavía (¡Todavía!) tenía puesto el uniforme y dejando implícita en el aire la respuesta.

- ¡Eso no...! - intentó protestar Hiro-san.

- ¿Acaso vas a romper tu promesa? - preguntó seriamente el moreno.

El orgullo masculino del profesor se revolvió con fuerza ante la provocación y un vehemente "¡No!" cruzó su mente.

- Bastardo...- escupió, consciente de su derrota.

Nowaki sonrió pícaramente. En serio, su Hiro-san era demasiado mono...

- No, no es así como debes llamarme – dijo, mordiendo de nuevo la manzana e inclinándose para besar al profesor, su lengua invadiendo su boca. Hiro-san suspiró y permitió la invasión, sus lenguas jugando con el dulce pedazo. Nowaki se retiró y Hiro-san tragó la manzana con dificultad. El moreno acarició sus labios y murmuró jadeante:

- Llámame sensei...


Misaki cerró la puerta, dejó las llaves en el aparador y gritó para nadie en particular:

- ¡Ya estoy en casa!

Aikawa-san le había dicho esa mañana que Usagi-san iba a estar toda la tarde en la editorial, algo sobre una importantísima reunión y no sé qué más cosas complicadas que no había entendido del todo bien. Bostezó y se estiró perezosamente. Quizás sería bueno aprovechar para limpiar el despacho de Usagi-san...

Una sombra amenazadora se cernió sobre él y tomándolo por detrás lo agarró por la cintura, levantándolo en volandas y llevándolo hacia la sala.

- ¡GYAAAAAAHHH! - gritó aterrorizado Misaki, demasiado asustado como para resistirse seriamente. Aterrizó de morros en el sofá, con el culo en pompa y braceando inútilmente mientras una pequeña parte de su cerebro registró horrorizada cómo era desnudado. Sus manos volaron a sus pantalones intentando inútilmente sujetarlos, mientras se retorció, asestando un codazo con fuerza a su atacante.

- ¡Au! - gritó una voz conocida.

Misaki se paró en seco y gritó con incredulidad:

- ¿¡Usagi-san!

- ¿Quién si no iba a ser? - contestó éste, frotándose suavemente el estómago donde Misaki lo había golpeado. Una idea desagradable pareció cruzar por su mente y sus ojos se entrecerraron, la sospecha clara en ellos: ¿No estarías esperando a otra persona, verdad? ¡Dime quién es! - gritó, sacudiendo a Misaki por los hombros.

Misaki golpeó con fuerza la cabeza del escritor.

- ¡Eso no tiene sentido! - chilló - ¡Y no me des esos sustos! - continuó, golpeándolo repetidamente, para dejar así más claro su punto de vista.

- ¡Au! ¡Au! ¡Me haces daño! - protestó lastimeramente Usagi-san.

- ¡Te lo mereces, bastardo! ¡Pensé que me había llegado mi hora! - chilló descompuesto, con lágrimas en sus ojos.

- Desde luego, Misaki, qué cosas más raras tienes a veces... - dijo condescendiente el escritor.

Misaki lo miró de hito en hito, su expresión dejando claro que no quería escuchar eso viniendo de Usagi-san, precisamente, de Usagi-san.

- Además, ¿qué haces aquí? - preguntó enfadado - ¡No se suponía que tenías una reunión muy importante hoy?

- ¡Nah, no era tan importante! - contestó desdeñoso – Sobre todo cuando al fin se me ha ocurrido una nueva idea para un libro – elaboró mientras seguía desnudándolo.

Las manos de Misaki volaron a su ropa interior, sujetándola como si le fuera en ello la vida.

- ¿Qué haces, pervertido? - gritó avergonzado.

- Necesitas desnudarte para poder ponerte la ropa – contestó Usagi-san, como si fuera la cosa más lógica del mundo.

- ¿Ropa?- contestó desconcertado Misaki - ¿Qué ropa?

Usagi-san entonces señaló hacia un lateral de la sala, donde estaban expuestos en el suelo lo que parecían ser varios uniformes de marinerita y diversos tipos de medias y calcetines.

- ¡Ni de coña! - gritó Misaki, intentado escapar por todos los medios. Los pantalones por la rodillas no ayudaban mucho, por desgracia.

- Venga, venga, no seas así Misaki... - dijo juguetonamente Usagi-san.

- ¡Y una mierda! ¡No pienso vestirme de colegiala!

Imágenes desagradables desfilaban sin parar por la mente de Misaki y no pudo evitar romper en un sudor frío. Consiguió zafarse del abrazo del escritor y medió trastabilló medio reptó por la alfombra, pero no había recorrido mucho trecho cuando Usagi-san lo alcanzó y volvió a abrazarlo por detrás, el cálido aliento en su oreja.

- Ah-ah – susurró roncamente el escritor – No creas que escaparás tan fácilmente... - dijo, mordisqueando suavemente el lóbulo de su oreja.

Misaki no pudo evitar un temblor involuntario y gritó avergonzado:

- ¡No! ¡Para! ¡Estúpido Usagi-san!

Usagi-san sonrió, su voz llena de deseo:

- Llámame Usagi-sensei...


- ¡Hiro-san, por favor, sal y déjame que me explique! - rogó Nowaki.

- ¡Antes muerto! - fue la furibunda contestación que recibió.

Hiro-san estaba apoyado con todo su peso contra la puerta del baño.

- Hiro-san, por favor, no es lo que tú piensas...

- ¡He dicho que te calles maldito!- bramó.

La culpa era suya, era suya, totalmente suya, había dejado que ese bastardo de Nowaki hiciera lo que quisiera con él. ¿Cómo se había sometido a tales humillaciones? ¡Él, el demonio Kamijo! ¿Con qué cara iba a presentarse en clase el lunes siguiente? Olvídate de los alumnos. ¿Cómo iba a poder mirarse siquiera en el espejo después de esto? ¡Por supuesto! ¡No tenía por qué ir a clase! ¡Eso es! ¡Que ese bastardo de Miyagi dejara de hacer el vago y trabajara de una vez! ¡Ja! ¡Es más! ¡Iba a pasarse todo el fin de semana en el baño! ¡No! ¡Toda la semana! ¿No decían que, teniendo agua, el cuerpo humano podía aguantar hasta un mes sin comida? ¡O más! Y siendo él estaba seguro que podría aguantar más, mucho más. ¡Sí, era una idea magnífica! Se rió satisfecho.

Del otro lado de la puerta, Nowaki estaba pensando para sí que quizás la fusta había sido demasiado.


Arrojó el maletín y el abrigo descuidadamente sobre el sofá y se aflojó la corbata. Había tenido un día horrible en la universidad, cada vez que intentaba concentrarse se veía asaltado por imagen tras imagen de Shinobu, a cada cual más atrevida que la anterior.

- Como si eso realmente fuera a pasar ...cada vez me parezco más a un viejo verde – pensó lúgubremente.

Suspirando, se dirigió a la cocina, donde se sorprendió al descubrir a un Shinobu aparentemente llorando.

- ¡Shinobu! ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? - preguntó preocupado, agarrándolo por los hombros.

- Miyagi-san... - sollozó Shinobu, secándose las lágrimas con la manga del jersey.

- ¡Cuéntame qué te pasa! - urgió éste.

- No me pasa nada...sniffff...las cebollas... - contestó.

Miyagi reparó en la mesa, donde vio lo que parecía al menos un kilo de cebollas picadas.

- ¿Se puede saber qué demonios está intentando hacer? - pensó asustado.

Shinobu se restregó los ojos bruscamente con los nudillos, sorbiendo ruidosamente por la nariz.

- No deberías restregártelos con tanta fuerza – le dijo Miyagi -, te vas a hacer daño.

- Ya...ya estoy bien... - contestó Shinobu, levantando la cabeza y mirando entonces al profesor con sus ojos llorosos y ligeramente enrojecidos.

Miyagi se quedó clavado en el sitio. El calor empezó a acumularse en su vientre cuando todas las fantasías de esa tarde parecían estar mirándolo a los ojos. No supo cuánto tiempo estuvo así, con los ojos como platos y boqueando como un pez, incapaz de cualquier pensamiento coherente más allá del "¡Qué mono!"

Shinobu lo miró preocupado.

- ¿Pasa algo?

- ¡Shinobu! - exclamó Miyagi, sus manos acariciando sus mejillas y mirándolo directamente a los ojos.

- ¿Qué? - contestó nervioso - ¡Deja de mirarme, me estás poniendo nervioso! - exclamó, intentando apartar el rostro. El profesor no le dejó, sin embargo.

- Necesito que hagas una cosa por mí, Shinobu – dijo con vehemencia – Nunca te suelo pedir nada y seguramente creas que no tiene ningún sentido, pero necesito que lo hagas de todas formas.

- Miyagi-san, en serio, me estás empezando a preocupar...

- Tranquilo, no es nada grave, pero necesito que me prometas que lo harás.

- ¿Qu..

- ¡Prométemelo!

- ¡Está bien! ¡Está bien! ¡Pero suéltame de una vez!

- ¡No! Tienes que mirarme a los ojos mientras lo haces, ¿entendido?

- ¡Argh! - exclamó frustrado el estudiante - ¡Entendido! ¿Quieres terminar de una vez? - preguntó secamente. No sabía muy bien de qué iba todo aquello y no estaba acostumbrado a que Miyagi-san lo mirase tan fijamente. Estaba incómodo.

- Está bien, allá va...- suspiró Miyagi – Necesito que me llames sensei.

Una expresión de asombro, seguida de extrañeza y luego incredulidad danzó por el rostro de Shinobu, que finalmente optó por enfadarse.

- ¿QUÉ? -gritó.

- Necesito que me llames sensei – repitió Miyagi.

- ¡Eso ya lo había oído, viejo chocho! ¿Pero se puede saber por qué?

- Recuerda que lo prometiste.

- ¿Qu...sí lo prometí, pero no puedes decirlo en serio...¿Te ha sentado mal la comida? - preguntó finalmente, mirándolo como si fuera un enfermo terminal.

- ¡Por supuesto que no! - exclamó el profesor – Pero no me cambies de tema, una promesa es una promesa...

Shinobu entornó los ojos, era en días como éste que se preguntaba cómo podía estar enamorado de un viejo pervertido al que claramente se le estaba yendo la chaveta.

- No me puedo creer que vaya a hacer esto – refunfuñó para sí - ¡Está bien! - exclamó.

- Bien – contestó el profesor, mirándolo fijamente.

Shinobu carraspeó, intentando ganar un poco de tiempo. La mirada insistente de Miyagi lo hacía sentir muy consciente de sí mismo y sintió cómo el rubor teñía sus mejillas. Apartó la vista hacia un lado y murmuró:

- Sensei...

Miyagi le alzó la cara, obligándolo a mirarlo directamente a los ojos.

- Repítelo mirándome a los ojos – demandó.

Shinobu se ruborizó más todavía, volviéndose del color de la grana y sus ojos, mortificados, se clavaron en los del profesor al tiempo que repetía:

- Sensei...

Eso fue lo último que pudo recordar claramente.


BONUS


Tsumori-senpai bajaba alegremente las escaleras de cuatro en cuatro. Hoy era lunes y Nowaki entraba en el turno de tarde. Sonrió ladino. Estaba impaciente por ver la triste y preocupada cara de su kohai, que seguramente se había pasado todo el fin de semana sufriendo el abuso de un soliviantado profesor. Pobrecito. Pero allí estaba él, como buen senpai, para darle una palmadita en el hombro y hacer su vida un poco más miserable. ¡Ah, la vida es bella!

Llegó en grandes zancadas enfrente de la puerta de los vestuarios y se paró un par de segundos para intentar dejar de sonreír como un maníaco. Finalmente se dio por vencido e iba a entrar cuando alguien lo interrumpió.

- ¡Tsumori-senpai! - lo llamó Nowaki.

Tsumori-san se giró y se encontró de bruces con un Nowaki sonriente de oreja a oreja.

- ¡Hola! - contestó sorprendido, desde luego no era esa la cara que estaba esperando - ¿Qué tal el fin de semana? - preguntó.

Nowaki pareció irradiar una luz cegadora al tiempo que respondía con voz soñadora:

- ¡Ha sido fantástico! ¡Ah! Quería darte las gracias por cubrirme el viernes. ¡Nunca podré agradecértelo lo suficiente!

Tsumori-san buscó desesperadamente un signo de frustración o infelicidad. ¿Acaso conocía Nowaki el sarcasmo? Pero la expresión de Nowaki era la del mismísimo Buda después de alcanzar el Nirvana (por lo menos).

- ¡Ah! - carraspeó – No hay de qué. Ya sabes, hoy por ti, mañana por mí.

- ¡Por supuesto! ¡Pídeme lo que quieras! - siguió entusiasta Nowaki, cogiéndolo de las manos – Haré todo lo que esté en mi mano para devolverte el favor.

- Ah...sí, claro... - contestó distraídamente Tsumori-senpai. ¿qué narices estaba pasando aquí? Había algo que se le estaba escapando.

- Bueno, tengo que entrar a cambiarme o se me hará tarde. Nos vemos después – se despidió Nowaki, entrando en el vestuario.

Tsumori-san se quedó allí, un par de segundos más, repasando la conversación. Todavía inmerso en sus pensamientos, echó a andar por el pasillo. Aquí había algo que no cuadraba, se había asegurado de que Hiroki-san mirase en la funda y después de la cena y la charla del desayuno, estaba seguro de que el envarado que profesor...espera,espera,espera...Si lo pensaba con calma, el profesor había parecido extrañamente perturbado durante esa charla. ¿Y si...? Nah, imposible, alguien tan estirado como él era incapaz de hacer ese tipo de cosas. ¿O no? Al principio la idea le había parecido absurda, pero cuanto más la consideraba, más convencido estaba de que tenía razón. Se rió con ganas. Era un genio. Un puto genio.

FIN


¡Al fin! ¡Al fin lo he terminado! Tengo que decir que llegué a estar convencida que jamás sería capaz de acabar esta historia. Pido perdón, por si acaso queda alguien por ahí que haya esperado por este capítulo (lo sientoooooooooo), pero tuve un bloqueo horrible, además que hace unos meses mi pc se murió totalmente y tuve que comprarme otro. El capítulo está escrito tal y como lo imaginé desde un principio, pero no estaba segura si funcionaría (me recuerda a los pequeños capítulos de bonus que suele haber al final de los mangas y así como en manga funciona, no creo que se adapte bien a solo texto escrito). A modo de comentario personal, creo que este capítulo debería llamarse "El ocaso de los ukes" XDDD pero es que ellos se lo van buscando XD

Agradezco de corazón todas las reviews y ánimos, habéis sido maravilloss. Por desgracia, tengo que decir que éste será seguramente mi último escrito para Junjou, la serie ya no me atrae tanto como antes y como he dicho anteriormente (creo) mi nueva pasión es el ZoSan de One Piece. De hecho, estoy planeando en publicar algo en ese fandom.

Gracias de nuevo por leerme hasta aquí. Ha sido un placer.

Saludos.