Título: Palabras rotas

Temas: Shounen ai, drama, lime.

Personajes: Kardia, Dégel, Camus y Milo

Disclaimer: Los personajes no son míos, son de Masami Kurumada y Shiori Teshirogi

Advertencia: Contiene shounen ai (chico x chico), si no te gusta no leas

Dedicado a mi amiga G que sugirió un fic con una carta y a Circe por las charlas sobre ese tema XD

Esta historia tendrá dos capítulos, uno en el pasado sobre Kardia y Dégel y otro en el futuro sobre Camus y Milo :3


El santuario. Siglo XVIII.

Encorvado sobre la mesa junto a la ventana, Dégel de Acuario sostenía una pluma en su mano. La hoja que tenía ante sí estaba en blanco. Llevaba días de esa manera. No era la primera vez que Dégel se sentaba frente a ella, buscando las palabras con las que responder a una cierta carta que le había llegado desde lejos.

Además, no era extraño que soliera encontrar una excusa para retrasar la tarea. Podía ser que recordara que tenía algo más que hacer que requería su atención urgente, que debía ocuparse de investigar algún asunto, o que Kardia lo interrumpiera impidiéndole concentrarse.

A pesar de esto, sabía que tenía que responder y se decía que quería hacerlo, pero siempre había algo que lo detenía de una u otra manera. Y cuando por fin se decidía, las palabras se le atascaban en la boca del tintero, tal como ahora. Esa carta llevaba un buen tiempo esperando pacientemente sobre el escritorio para ser atendida.

―¿Qué haces? ―preguntó Kardia. La sombra del guardián de la octava casa cubrió por completo la hoja en blanco. La voz, que venía desde sus espaldas, devolvió a Dégel al mundo real. No tenía claro cuánto tiempo llevaba concentrándose en la carta, y tampoco había notado la entrada de Kardia, que como de costumbre no se había anunciado ni había pedido permiso.

―Escribo ―respondió con cierta molestia. Movido por un reflejo, atinó a proteger la hoja de la mirada de Kardia, aunque no había nada escrito en ella.

―¿Ah, sí? ―rió Kardia―. ¿Con tinta invisible?

Dégel se dio la vuelta y se encontró con que Kardia sonreía con una expresión socarrona que contrastaba con su propia seriedad. Después de sostenerle la mirada por un buen rato, Dégel regresó su atención hacia la mesa y tuvo que volver a enfrentarse con la hoja vacía. La tinta de la pluma que tenía en la mano estaba seca.

―No tengo por qué darte explicaciones de todo, Kardia ―respondió Dégel en tono cortante. Kardia bostezó sonoramente y se apoyó en el borde de la mesa.

―Qué melodramático. Después se supone que yo soy el exagerado. ¿Es otra de esas cartas que te envía tu amigo desde Siberia?

La pregunta podía parecer casual, pero ambos sabían que no había sido hecha a la ligera. El silencio que siguió a continuación fue suficiente respuesta para Kardia, cuya sonrisa se fue desvaneciendo de a poco. Cruzó los brazos y buscó la carta con el rabillo del ojo, pero Dégel se había ocupado de ponerla ya fuera de su alcance.

―Sí ―susurró Dégel al pasar, mientras buscaba una excusa para parecer ocupado. Eligió volver a poner algunos de los libros que se apilaban sobre el escritorio de vuelta en la biblioteca.

―¿Es la misma de la semana pasada? ―preguntó Kardia. Una vez más, silencio. Kardia no podía dejar de notar que Dégel se veía bastante miserable cada vez que salía a relucir ese tema.

Había algo extraño sobre esas cartas. Su llegada parecía cargar un peso que se iba acumulando sobre los hombros de Dégel y aumentando progresivamente cuanto más demoraba en responderlas. Una vez que lograba contestarlas, parecía que se hubiera liberado de cadenas que lo retenían. Pero cuando otra de ellas aparecía, el proceso empezaba de nuevo.

No siempre había sido así. Había habido un tiempo en que las cartas eran motivo de alegría.

―Cállate ―Dégel estaba ahora frente a él, mirándolo con severidad a través del cristal de sus lentes. Kardia tuvo la sensación de que estaba leyendo sus pensamientos.

―¿Es una orden? ―replicó Kardia, adelantándose desafiante. Dégel se movió hacia él, enterró la mano en su melena y lo tomó por la parte trasera del cuello, acercándolo con firmeza.

―Cállate ―repitió, antes de cubrir sus labios con los suyos. Kardia cerró los ojos y se deleitó en la sensación fresca y húmeda que se abría paso en su boca.

Tenía que admitir que esa era una manera bastante efectiva de hacerle cumplir el pedido. Y no era solamente un beso. Estaba siendo atraído hacia Dégel, que lo arrastraba consigo a algún otro lugar.

Cuando finalmente pudo tomar una bocanada de aire y entreabrió los ojos, pudo ver que estaban ahora en una habitación diferente, una especie de dormitorio pequeño donde también había bastantes libros. Estaban por todas partes. Eran como una plaga, el templo de Acuario estaba poblado de ellos. Dégel cerró la puerta y empujó a Kardia contra ella.

Antes de que Kardia pudiera intentar nuevamente hacer un comentario, Dégel se abalanzó sobre él para volver a silenciarlo con un beso. No quería escucharlo, ni escucharse a sí mismo. No quería pensar en la carta que esperaba ser escrita. Se fue deshaciendo de la armadura de Escorpio, y dejó que Kardia desarmara la suya.

Dégel había entrenado en Bluegrad, una ciudad en Siberia a la que amaba, a la que había jurado proteger, y donde había conocido a su amigo Unity, a quien le había prometido convertirse en caballero. Era Unity quien enviaba las cartas que cada vez le costaba más responder.

Unity era la razón por la que estaba donde estaba, y la promesa que habían hecho era lo que durante mucho tiempo le había dado fuerza para avanzar. Seguía pensando en él como su mejor amigo, y sin embargo, su corazón se encogía cada vez que una carta de él llegaba al santuario. Podía tardar semanas en contestarlas, y ahora comenzaban a amenazar con acumularse. ¿Qué era lo que sentía? ¿Miedo? ¿Culpa? ¿Por qué?

Desprendió la última pieza de la armadura de Kardia y ésta se unió a su tótem correspondiente, que se había ido formando a un costado, con forma de escorpión. A su lado, la armadura de Acuario estaba ya completa. La piel de Kardia ardía, brillando de excitación. La de Dégel se sentía más tibia que de costumbre, aunque se mantuviera fría, pero en esos momentos a Kardia poco parecía importarle ese detalle. Recorría cada rincón de su cuerpo que estuviera a su alcance, degustándolo como un niño goloso ansioso por devorar un dulce.

A pesar de todo, Dégel no pudo dejar de notar que algunos libros estaban en su camino y lo desafortunado que sería que resultaran dañados por su falta de cuidado, así que llevó a Kardia hacia la cama, que estaba despejada. A Kardia le daba lo mismo. Se aferró a Dégel y lo hizo caer sobre él. Justo cuando se sentía asediado por una ola de calor, un escalofrío lo hacía estremecer.

Compartir un momento con Dégel era un ir y venir de todo tipo de sensaciones potentes. Le gustaba probar qué tan lejos podía llegar en su búsqueda de intensidad, y tentar a Dégel para que se atreviera a traspasar los límites que intentaba respetar. Sabía que él temía lastimarlo, pero Kardia no le tenía miedo al dolor.

―¿Qué dicen esas cartas? ―preguntó Kardia.

Dégel se tensó como si hubiera recibido el pinchazo de una aguja, y Kardia ladeó la cabeza, mirando a Dégel de reojo sin perder su sonrisa. Esta vez, cuando Dégel intentó atraparlo, Kardia se escabulló de entre sus brazos, arreglándoselas para quitarle los lentes y reapareciendo de la nada a sus espaldas, plantando un beso húmedo su nuca.

Supo que no había ánimos para juegos cuando sintió que era aplastado boca abajo contra la cama bajo el peso de Dégel, que se las había ingeniado para apresarlo y recuperar sus lentes para ponerlos a salvo. La molestia de Dégel no importaba, provocar una reacción era justamente lo que Kardia había buscado desde un principio.

―No importa ―dijo Dégel, con ensayada y falsa calma.

Ante la primera insinuación de protesta de Kardia, Dégel le cubrió la boca con su mano, ahogando sus quejas. Procedió a apoderarse por completo de él de manera lenta y cuidadosa, tratando de impedir que Kardia, que se retorcía debajo buscando fijar un ritmo más violento, se le fuera de control. Esta vez sería él y solo él quien marcaría el compás.

Cada tanto, entreabría los dedos de la mano que mantenía callado a Kardia para dejarlo tomar aire y aprovechaba a acariciar sus labios, pero en cuanto sentía que estaba a punto de escurrírsele, volvía a asegurarlo con firmeza. Entre el frío y el calor, Kardia se dejó guiar, no sin dejar de dar pelea. Le agradaba estar a merced de Dégel, pero también sacarlo de sus casillas para ver qué tan lejos podía llegar.

Finalmente, llegó el momento en que Dégel se apartó. Kardia se acomodó boca arriba, todavía sintiendo todo el cuerpo latir al son de su corazón.

―¿Cómo es Siberia? ―preguntó Kardia de repente. Dégel suspiró. Aunque sabía que no podía seguir evitando las preguntas, había tenido la esperanza de poder comprar más tiempo.

―Muy fría. Y muy bella ―respondió en voz baja.

Kardia contuvo la risa y las ganas de hacer un paralelismo que era demasiado evidente para ser pasado por alto. Al final, simplemente se sentó en la cama, en una posición desde donde pudo ver que Dégel tenía la vista perdida en algún lugar invisible. No era la primera vez.

―¿Extrañas? ―preguntó Kardia, buscando su mirada―. ¿Cómo se llama tu amigo?

―Nada de eso es relevante para ti. ―Dégel sabía que esa respuesta no conformaría a Kardia, pero tenía que encontrar una manera de poner límites.

―Dime algo ―murmuró Kardia, acercando su boca a la oreja de Dégel, que no tuvo más opción que resignarse a escuchar―. Cuando yo no esté, ¿pretenderás que nunca existí?

La reacción de Dégel fue tal como Kardia la había previsto. Lo que le quedaba de compostura se desbarató en cuestión de segundos, y su rostro tomó un tinte pálido. Kardia acababa de tocar un punto sensible.

―No digas esas cosas ―musitó Dégel, tropezándose con las palabras, mientras ponía una mano sobre la mejilla de Kardia.

―No puedes escaparte por siempre de la realidad y fingir que lo que no quieres enfrentar no está realmente allí.

La incomodidad de Dégel estaba a flor de piel, pero aún así permaneció un rato junto a Kardia, que por fin se había quedado en silencio. Después recordó convenientemente que debía conversar un asunto con el patriarca.

Se levantó de la cama, se colocó la armadura, y antes de irse se volvió una vez más hacia Kardia, que le sonrió con picardía desde donde estaba. No parecía tener intenciones de cubrirse, sino al contrario. Disfrutaba sintiendo que su cuerpo estaba siendo recorrido por la mirada del otro. Antes de darle oportunidad de decir algo más, Dégel se apresuró a salir de la habitación.

Kardia por su parte se tomó su tiempo antes de ponerse en marcha. Al levantarse notó que Dégel había dejado sus lentes olvidados en el suelo, a un costado de la cama. Se habían salvado por poco de ser aplastados. Los recogió, se puso la armadura y emprendió su camino hacia la salida. En la biblioteca reparó en que uno de los sirvientes había dejado una bandeja con bocaditos sobre la mesa, y quiso probar uno antes de retirarse.

Entonces la vio. También sobre la bandeja había otra de esas cartas, una que al parecer acababa de llegar. Sabía bien cómo se veían por fuera y que Dégel ni siquiera había contestado aún la anterior, que quién sabía cuánto tiempo llevaba allí. La tentación era demasiado grande. Se la guardó disimuladamente, dejó los lentes en su lugar, y abandonó el templo.

En Escorpio, se propuso tratar de abrir el sobre con cuidado. Buscaría una manera de volver a sellarlo después. Su plan no funcionó tan bien como pensaba, y por alguna razón el papel terminó rasgándose de manera bastante tosca. Kardia gruñó de frustración, pero ya no había nada que se pudiera hacer.

Lo que encontró adentro solamente incrementó su decepción. Consistía en varias hojas escritas en un idioma que desconocía. No era capaz de identificar las letras que lo conformaban, ni siquiera de descifrar un nombre. Aquello no era más que un conjunto infinito de dibujos sin sentido para él.

Observó el sobre roto e intentó pensar en qué hacer a continuación. Devolverlo en esas condiciones desataría la furia de Dégel, algo que de repente no le parecía tan buena idea. Se quedó mirando la carta durante un buen rato. Recordó el efecto negativo que venían teniendo esas misivas sobre Dégel. ¿Qué tanto de bueno podían tener, entonces?

Respiró hondo. Tenía un mal presentimiento. Quizás sería mejor que no llegara a manos de Dégel. Pensó en destruirla, pero su corazón le dijo que no lo hiciera.

La respuesta se volvió clara. Dobló la carta con cuidado, la introdujo en el sobre abierto, y buscó un lugar seguro en su templo para esconderla antes de decidir definitivamente lo que hacer con ella.

Conclusión de la historia en el próximo capítulo, con Camus y Milo :3