Estimadas lectoras,
Les quiero agradecer la paciencia de esperarme para terminar al final la secuela de Alma de Caballero. Me demoré, pero llegó. Espero que les guste.
Un beso,
Karen
Capítulo final
Eternamente…
Había llegado el momento. Estaba todo dispuesto para que Jasper y Edward llegaran a buscarnos. Aro, por supuesto, aún no volvía y según las visiones de Alice, tardaría un par de días más en venir. El asunto de los vampiros subversivos había empeorado.
—Ellos estarán en media hora —me aseguró Alice al oído.
Caminamos más sigilosas que un par de gacelas y merodeamos por los pasillos de mármol, decorados con cuadros finísimos del todo el gusto Vulturis. Un par de guardias menos entrenados nos miraron con desconfianza, pero la sonrisa de Alice los tranquilizó.
—Sabía que no nos darían problemas —musitó pagada de sí misma. Sonreí vagamente, porque los nervios, como vampiro, eran aún más intensos.
Miré a Alice de medio lado y ella, contra todo pronóstico, torcía una sonrisa traviesa. No sé que gesto hizo que respondió sigilosamente.
—Confía en mí, Bella —me guiñó un ojo y volvió la mirada al frente. De pronto me arrastró hacia la pared detrás de un pilar que sobresalía de la muralla— ¡Shhht! —posó su dedo índice en la comisura de los labios.
—¿Qué sucede? —articulé sólo con la boca, pero sin voz.
—Los guardias oyeron nuestros murmullos y uno de ellos se iba a devolver a nuestro lado —susurró con esa voz melódica tan particular suya. Nos quedamos adosadas al muro con un par de cuadros. Podía sentir algo similar a los estragos que hacen los nervios sobre el estómago de los humanos. Esperé alguna señal de Alice que se mantenía con la visión perdida en algún movimiento futuro— ¡Ahora! —musitó bajito.
Descendimos por los pasillos del castillo medieval, hasta toparnos con una habitación antigua. En algún tiempo debió haber sido una especie de cocinería, pero su actual vida era de bodega. Nos sumergimos por aquella habitación, repleta de antigüedades con tanto polvo que nos irritaba la nariz. Salimos por una puerta trasera a una especie de jardín más abandonado, donde jamás había estado antes. Lo rodeaban corredores antiguos y en medio de los gigantes árboles había una pileta.
—¿Cómo conoces todo esto? —espeté curiosa.
—Es la residencia de los guardias novatos. Vampiros casi recién creados y que son entrenados por Félix y Jane. El entrenamiento es durísimo, mucho más de lo que te puedes imaginar… —aseguró con conocimiento.
—¿Te sometieron a ti también? —pregunté inquieta de que mi amiga lo hubiese pasado aún peor que yo, bajo el dominio Vulturis. Negó con la cabeza.
—De mí les interesa los poderes psíquicos. En cambio para el resto sólo corre fortalecer las habilidades físicas, como Félix —disminuyó el volumen cuando acabo la frase. Parecía atenta a algo. Sin mayor aviso su rostro se iluminó por completo y esbozó una risita de esperanza— ¡Están aquí! —se puso de pie y me cogió la mano para llevarme hacia el otro lado del pequeño bosque.
De pronto entendí sus palabras. Quedé pasmada un segundo y luego, el corazón abstracto me dio un vuelco que probablemente me hubiese provocado un infarto de haber sido humana. Al fondo se podían vislumbrar dos siluetas, cubiertas con unas capas negras y capuchones. Se quedaron quietas en cuanto nos vieron.
—Alice, ¿estás segura de que son ellos? —le advertí inquieta.
—Ya te dije… ¡confía en mí! —sonrió.
En un abrir y cerrar de ojos las figuras desaparecieron de nuestra vista. Ambas quedamos paralizadas.
—¡Sígannos! —susurró una voz muy varonil, pero que desconocí. Se asimilaba a la de Jasper, pero muchísimo más afinada. Corrimos tras ellos en medio de la hiedra, las piedras y las raíces de los árboles, hasta que finalmente fuimos a parar a un cuartucho de lo más sencillo. La puerta se cerró de sopetón y cuando volteé… me encontré con la sonrisa más hermosa que hubiese visto en la vida entera. Era él.
Bajó su capuchón negro con las dos manos y la tersura blanca de su esa piel marmórea me removió el corazón. Podía sentir como despertaba de la muerte, lentamente hasta adquirir velocidad y fuerza. Potencia. Mi interior se entibió de amor y pasión.
Vislumbré con precisión la fineza de sus rasgos varoniles que se acentuaron aún más al sonreírme. Quedé sin aliento y casi perdí la conciencia. Era él, mi Edward.
Sus ojos de color miel se iluminaron hasta que un arco iris en las gamas de los marrones se internó en sus ojos. Caminó hacia mí lentamente, incluso más lento de lo que lo haría un humano normal. Subió su brazo hasta alcanzar el borde de mi mentón, deslizando sus tibias yemas por mi piel. Nos contemplamos él uno al otro sin pausa, hasta que yo, por fin me atreví a besarlo.
Entreabrí sus labios cereza hasta internarme en lo más recóndito de su deliciosa boca con sabor a miel. Pasó su brazo por detrás de mi espalda y enredó sus dedos en mi cabello.
—Mi vida… mi amor ¡Te amo! —exclamó en un suspiro. Ante sus palabras mi pecho se infló de emoción y me abalancé con más fuerza sobre él.
—¡Te he extrañado tanto, Edward! —acaricié el contorno de su varonil mandíbula, redescubriendo y admirándome de lo hermoso que era.
Los besos fueron subiendo de calibre hasta enredarnos por completo. Lamentablemente, nos duró muy poco, porque pronto volvieron Alice, junto a Jasper.
Desimanarme del lado de Edward fue casi una tarea imposible de llevar a cabo, era como si una fuerza extraterrenal me arrastrara hacia él sin tregua alguna. Sin piedad ni descanso mi cuerpo se fundía en el suyo, como si fuésemos parte de la misma materia.
Alice carraspeó a propósito sin dejar de sonreír. Jasper mantenía una gran espléndida risita que le bordeaba los labios rosados claros, mientras abrazaba a Alice y le besaba la sien.
—¡Vamos pronto, chicos! La guardia pronto se percatará de nuestra ausencia —advirtió Alice con la vista perdida en el infinito.
Todos asentimos. Edward me cogió de la mano.
—¡Verás que te sacaré de aquí! —sus dedos entrelazados cobijaron los míos en un suave y sutil apretoncito, sin embargo, esa sola caricia invocaba todo el amor que nos teníamos.
Caminamos en medio del bosque tan o más rápidos que unas gacelas. Corrimos hasta alejarnos lo bastante como para disipar nuestra huella. Debíamos llegar a un pueblo a doscientos kilómetros de Volterra, donde Jasper y Edward habían hecho un contacto con una vampiro antigua dispuesta a ayudarnos.
Una mujer de cabello largo y oscuro nos abrió la puerta. Tenía sombras oscuras bajo los ojos y la piel aún más pálida que nosotros. Era Bianca, una anciana en cuanto se trataba de vampiros y la ex prometida, en la vida humana, de Marcus. A pesar de sus avanzados años, no representaba más de treinta.
Nos sonrió acogedoramente y nos mostró su gran mansión, ambientada con antigüedades de lujo, grandes cortinas de terciopelo y cuadros barrocos. Luego se volteó a nosotros y con una fina mirada nos advirtió.
—Deben ser cuidadosos y estar muy precavidos. Ya los están buscando. La noche es aún más peligrosa. Deben estar atentos, con todos los sentidos alertas hasta el más mínimo de los detalles.
—Es lo que haremos —respondió Alice, devolviéndole una sonrisa.
Bianca era todavía más hermosa que la mayoría de los vampiros que había conocido y además, tenía un ángel especial que auguraba confianza. Nos reunimos en la sala principal para encontrar las vías de salida, pronto ella irrumpió.
—Todas las fronteras de Italia e incluso de Europa estarán custodiadas por ellos. Son tremendamente hábiles, sin contar con que tienen más influencias que un emperador. Quien esté de su lado los pondrá al tanto de su escondite.
Nos miramos, confundidos y con algo temor. Edward me cogió la mano para infundarme valor. Alice estaba perdida en sus premoniciones.
—¿Qué sucede? —pregunté inquieta.
—¡Ellos ya estarán aquí cerca del amanecer! —se hizo hacia atrás bruscamente y dio un suspiro de horror. Jasper entrelazó sus dedos en las manos de ellas, mientras Bianca nos contemplaba con devoción.
—Entonces deben escoger por donde huirán —nos incitó Bianca.
—Por el sur —aseguró Jasper.
—¿No se supone que es donde más blindado tendrán la salida, para que no escapemos por mar? —musitó Alice. Jasper negó con la cabeza.
—Es precisamente por ese motivo que iremos por ahí. Ellos creen que nosotros bajo ningún punto de vista tomaremos aquella ruta.
—Tiene razón Jasper —aseguró Bianca— puede ser que hayan bajado la guardia en aquel sitio.
Nos miramos entre todos y asentimos. Bianca nos acompañó a la puerta, pero Edward se volteó a mirarla.
—Me puedes sacar de una duda, Bianca —frunció el ceño, con la curiosidad ardiéndole en la piel.
—Lo que quieras —aseguró la hermosa mujer, amablemente.
—¿Por qué Aro afirma que Bella es la reencarnación de su primer amor?
—¡Su único amor! —corrigió Bianca con una sonrisa de lástima. Edward asintió, aunque no pareció gustarle ese nuevo dato.
—Porque ella tiene el escudo de protección. Su antecesora y todas las mujeres de su linaje, tienen ese don, desconocido para ellas hasta que son convertidas en vampiros. La única manera de obtenerlo es que sea heredado.
—¡Ella existe! —exclamé alarmada, con la recóndita esperanza que ella fuera capaz de conquistarlo de nuevo.
Bianca negó con la cabeza.
—Lamentablemente me temo que no —la mujer pareció entristecerse.
—¿La conocías? —preguntó Alice, confundida.
—Fuimos amigas desde la infancia y luego, nos convirtieron juntas. Para todos, ella murió en su vida humana y Aro no la alcanzó a salvar, pero la verdad es que sí lo hizo, claro que tuvo que pagar el precio de la inmortalidad.
—¿Cómo murió? —pregunté con delicadeza, podía ver el dolor en sus ojos.
—Una tropa de neófitos nómadas de Oriente, acabaron con ella. Aro jamás se pudo recuperar y desde ese entonces en adelante su corazón se volvió frío como una piedra, hasta que apareciste tú, claro —me miró con ternura y acarició mi mentón con la suya— ¡Eres el vivo retrato de mi querida amiga!
Un silencio tormentoso invadió el salón.
—Debemos irnos —aseveró Jasper, bastante inquieto. Besé a nuestra nueva amiga en la mejilla y ella juró contactarse con nosotros para saber cómo estábamos.
Seguimos camino por los bosques desolados, cazando animales para recobrar fuerzas. Nuestra sed de acrecentaba a medida que pasábamos los kilómetros, a veces parecía ser que la noble sangre de las bestias no era suficiente para mantenernos activos.
Alice y Jasper se adelantaron en el camino, siempre manteniendo la conexión psíquica existente entre ella y Edward. Necesitábamos un poco de intimidad. De pronto un fuerte y exquisito aroma comenzó a frotar en el aire, era el delicioso olor de la sangre humana fresca. Él vio mi necesidad al clavar sus ojos en los míos.
—No es lo correcto, Bella —intentó persuadirme, pero la debilidad que estaba viendo en mi cuerpo, lo incitó a desistir de su ideología. Ahora necesitaríamos más vitalidad que nunca. Yo iba delante y él me seguía, siempre cogiéndome de la mano.
De la nada se levantó un torbellino de hojas y viento, envolviéndonos en él. Era tan agresivo que fuimos incapaces de escapar, en su lugar, Edward me acogió en medio de su pecho tibio y me arrulló entre sus brazos. El viento se detuvo. Observamos a nuestro alrededor y un círculo de séquitos reales nos rodeaban.
—¡Qué bella postal! —oí los aplausos y la voz irónica de Aro. Se adelantó y clavó sus ojos, de espeluznantes color carmesí hasta traspasar los míos. Edward me tomó con fuerza de la mano y me puso tras él, listo para atacar si era necesario.
—¡No la toques! —amenazó Edward y Aro soltó un bufido de sarcasmo. Sin darnos cuenta una fuerza centrífuga nos había separado. Yo estaba escoltada por Jane y Aro estudiaba las facciones de mi novio.
—Así que tú eres el militar rebelde con alma de noble caballero —se frotaba las manos y miraba a Edward con despreció— tan bondadoso que se acostó con la primera mujer que se le cruzó por delante y además no dio la cara cuando debía hacerlo. Mientras, su novia —pegó los ojos en mí, con una mirada cargada de odio y dolor— sufría, casi al borde del suicidio por un hombre que no la amaba realmente. Un chiquillo inseguro y cobarde que se refugió en la distancia para no afrontar el amor de una verdadera mujer.
El rostro de Edward se desfiguraba poco a poco y juraría, que había visto un par de lágrimas caer por sus mejillas. Torció su bello rostro para mirarme.
—Perdóname mi vida, perdóname por todo lo que te he hecho pasar —musitó acongojado, con el rostro y los hombros caídos. Un poco más atrás, una muchacha de rasgos exóticos observaba la escena con una expresión extraña en la cara. Hermosa y sensual, era Albibi.
—¡Ella dio su vida por ti! Tú no la mereces… en cambio yo he esperado siglos por volver a encontrarla —insistió Aro.
—¡No es quién piensas! La mujer a quién amaste, murió —replicó Edward, con menos ímpetu. Aro se dio una vuelta tan rápido que fue casi imperceptible y le giró el rostro a Edward de una tremenda bofetada.
—Tú no eres más que un muchacho idiota ¡No sabes nada! Puedes guardarte tus opiniones que no me interesan —cambió la careta de enfado y pasó a extender una plácida sonrisa. Me observó con curiosidad y caminó hacia mí.
—¿Quieres volver a nuestro hogar? —me ofreció como psicópata. Crucé mi mirada con la Edward, quien me observaba cabizbajo. Desafié a Aro con mi vista.
—¡Nunca! —grité a todo pulmón y él pareció estremecerse. Calculó el paisaje a su alrededor y cogió mi mentón con sus manos finas.
—¡Entonces no serás de nadie! —me soltó bruscamente— aunque de igual manera te daré un poco más de tiempo por si te arrepientes.
Me llevaron a la fuerza devuelta a Volterra. Me llamó al mismo salón donde nos reuníamos siempre. El ambiente era tan tenso que amenazaba con enloquecerme, quería saber de Edward ¿dónde estaba él? Sabía que no podía preguntárselo a Aro, jamás me diría la verdad. Al segundo día decidió besarme y no me opuse, pero tampoco le correspondí.
Aro, disgustado, profundamente herido y desilusionado decidió matarme, lo vi en sus ojos. Nuevamente me sostuvo la mirada y me dio la impresión de que se había vuelto humano por unos segundos, incluso pude sentirle la piel más tibia y el corazón renacer. Nuevamente comenzaba a rejuvenecer, ahora era testigo de ese increíble proceso con mis propios ojos. Me volvió a besar, pero con más desesperación que amargura.
—Te daré lo que quieras si te quedas conmigo para siempre —me susurró al oído. Aproveché el momento de su sinceridad y lo miré fijamente.
—¡Déjame ir! Dame un tiempo… quizá vuelva —arremetí de palabras como una ametralladora, a estas alturas no tenía nada que perder. Me observó confundido y luego negó con la cabeza
—¡Vete, vete! Pero, ¡hazlo ya! Que pronto me arrepentiré —tenía la vista como cristalizada tras un vidrio desenfocado.
Lo miré con desconfianza inicialmente, pero pronto, corrí por los pasillos de mármol en busca de Edward. Me refugié en los recovecos que ya me eran conocidos y mi escudo de bloqueo me ayudó a parecer invisible frente a los ojos de los guardias. Busqué por los salones hasta cruzar el jardín interior principal, el de los olivos y naranjos.
Detrás de una gruesa puerta de madera antigua encontré a Edward, sentado frente a Albibi. Parecía débil y devastado, sin vida. Ella le repetía una y otra vez que yo había muerto, y cada vez que lo hacía Edward gritaba como si lo estuviesen quemando vivo.
Me entrometí entre ellos, no sin dificultad. Edward parecía perdido en su dolor y ella intentaba atacarme con ondas invisibles de imágenes que mi escudo lograba detener con gracia. Se desesperó.
Por fin logré llegar a un lado de Edward y le murmuré al oído.
—Debemos escapar —sonrió, como queriéndose perder en un dulce sueño.
—Ya te oigo mi vida —murmuró con alivio. No me estaba viendo. Rocé mis labios con los suyos, de la manera más delicada posible. Edward abrió los ojos de par en par y me cogió la mano con vehemencia— ¡Te amo!
—¡Y yo a ti! —nos pusimos de pie y corrimos en medio de los pasillos. Albibi ya no estaba, de seguro había ido en busca de ayuda para detenernos. Edward conocía un lugar secreto por donde habían logrado ingresar con Jasper, un sitio que sólo Jane sabía de su existencia y que Edward pudo leer en su mente.
Todo pasó tan rápido que fue casi imposible detenerse a pensar en cada momento. Llegamos a Francia y en cuanto estuvimos allí, cogimos un avión hasta la infinidad del mundo. De ahora en adelante debíamos escapar constantemente, jamás mantenernos en un mismo lugar durante mucho tiempo. Los Vulturis siempre nos buscarían. Pero, era la única manera de encontrar nuestra eternidad juntos, era, la única manera de ser felices. Nuestro amor, tormentoso y contrariado, encontraba su lazo final y de éste nos cogimos para acompañarnos en nuestra larga inmortalidad.