Nobles intenciones
Disclaimer: Naruto no me pertenece, todos los personajes en ésta historia pertenecen a Masashi Kishimoto, y de igual manera, la historia viene de la mente de la increíble autora Katie Macalister, el título original es "nobles intenciones", y viene de la serie llamada "noble", éste es el primer libro, y el único que adaptaré.
Sumary:
Naruto Uzumaki sufrió mucho en manos de su primera esposa, y se niega a caer de nuevo en la misma trampa. Esta vez intenta casarse con una mujer tranquila y manejable que no llame la atención sobre sí misma o pueda causar un escándalo.
La honestidad y la risa espontánea de Hinata Hyuga le atraen inmediatamente. Poco importa que tenga tendencia a sufrir accidentes; él le puede proporcionar la guía necesaria para evitarlos. Pero siendo tan poco convencional hasta la punta de sus pies, su nueva novia se vuelve contra él, creando el caos en su ordenada vida. Siempre un paso detrás de su esposa, Naruto sufre un golpe en la cabeza, un moratón en un ojo, e incluso le rompen la nariz antes de darse cuenta de que Hinata ha sanado su alma y ha demostrado que su unión no es algo sin compromiso alguno, sino una unión de amor verdadero.
Capítulo 1
El primer evento social de Hinata Hyuga en la Temporada comenzó con lo que muchos miembros de la aristocracia definieron como una extraña advertencia de las «cosas venideras».
—Bien, qué demonios. Esto no me va a granjear la simpatía de la duquesa-Murmuró para ella misma.
Hinata observó consternada que las llamas envolvían las cortinas de terciopelo dorado a pesar de sus intentos por sofocarlas con un cojín de seda y borlas. Los chillidos y gritos de horror le permitieron concluir que otras personas presenciaban sus actos, aunque había tenido la esperanza de que pasaran desapercibidos hasta tener controlado el fuego, que para ser sincera con ella misma, ya no estaba muy segura de hacerlo en un tiempo cercano.
Dos lacayos se apresuraron con cubos de agua y pronto extinguieron las llamas, pero era demasiado tarde, el daño ya estaba hecho. El elogiado salón Dorado de la duquesa nunca sería el mismo. Hinata apretó un cojín tiznado contra su pecho y observó abatida las cortinas ennegrecidas que eran enrolladas rápidamente ante pequeños grupos de personas que hablaban atentas, mirando a todos lados menos a ella. Tuvo que reconocer, que ya estaba acostumbrada a ese tipo de actitud para con ella
—Estoy sellando mi destino como paria social, sin duda alguna —murmuró para sus adentros, completamente avergonzada por lo que había sucedido.
—¿Quién...? ¿Y qué demonios ha pasado aquí? Lady Tsunade dijo algo sobre que estabas incendiando la casa, pero ya sabes cómo exage... ¡Dios mío!
Hinata exhaló un suspiro y sonrió lánguidamente cuando su prima, y mejor amiga, vio la pared tiznada.
—Me temo que es cierto, Ino, aunque no me proponía incendiar la casa; fue sólo uno más de mis «desafortunados accidentes».
Ino examinó la pared que hasta hacía poco había estado recubierta con paneles dorados, se mordió el labio, y miró a su prima.
—Bien, creo que has logrado que todos hablen de tu debut. ¡Mírate! Estás llena de hollín, tus guantes están hechos un desastre. Y podrías limpiarte el corpiño-Agregó, examinando detenidamente las nuevas fachas de su querida prima.
Hinata no pudo resistirse y estornudó, mientras Ino intentaba arreglarse un poco su tiznado vestido de muselina verde.
—Yo no quería hacer ningún debut. La única razón por la que estoy aquí es porque tu madre insistió en que sería muy extraño que yo permaneciera en casa mientras tú disfrutabas de la Temporada. Tengo veinticinco años, Ino; ya no soy ninguna jovencita como tú. Y en lo que se refiere a ser la comidilla de toda la nobleza, estoy segura de que así será, dirán que soy una americana torpe que no puede dejar de asistir a los eventos sociales sin hacer estragos.
Ino puso los ojos en blanco, tomó a su prima por la muñeca, la condujo entre los grupos de invitados que conversaban animadamente, y salió con ella del salón.
—Sólo eres mitad americana, y no eres torpe. Sólo eres... entusiasta, y ligeramente proclive a tener «desafortunados accidentes». Pero como dice mamá, todo tiene un final feliz. Repondremos las cortinas, y estoy segura de que la duquesa comprenderá que el fuego sólo fue uno de esos sucesos inevitables. Ven, volvamos adentro. Ha sucedido algo emocionante: ha llegado el Conde Negro.
—¿Quién?-Preguntó confundida, llevaba poco tiempo en esa ciudad, y en ninguna ocasión había escuchado hablar de esa persona.
—El Conde Negro; lord Namikaze. Dicen que quiere echarse novia otra vez-Comentó con jocosidad, abanicándose el rostro.
—¿En serio? ¿A eso ha venido? No podemos perdérnoslo. ¿Y lo va a hacer aquí mismo?
—¡Hinata! —dijo Ino frenando en seco en pleno corredor, obstruyendo el paso en ambas direcciones. Sus ojos azul porcelana adoptaron una expresión de verdadero horror—. ¡No puedes decir eso encompañía de gente educada! Eres muy escandalosa, ¡y no permitiré que lastimes mis delicados y castos oídos!
Hinata le sonrió y la empujó suavemente para que se pusiera en marcha.
—Sinceramente Ino, no veo cómo puedes fingir de una manera tan pasmosa sin pagar las consecuencias.
—Es la práctica, Hina; cada mañana dedico una hora a perfeccionar un aspecto tímido y recatado. Si hicieras lo mismo, te vendría de maravilla, podrías incluso conseguir esposo, lo que seguramente no harás si sigues siendo tan...
—¿Honesta?
—No.
—¿Directa?
—No.
Hinata se mordió los labios, tratando de encontrar la palabra con la que su prima querría describirla
—¿Modesta? ¿Sencilla? ¿Franca?
—No, no-Negó Ino con un movimiento de la mano-Desfachatada: eso es lo que eres. Completamente desfachatada y sin el menor sentido de la etiqueta social. No puedes seguir diciendo lo que piensas; eso no se hace en los círculos refinados-Hinata se encogió de hombros.
—Algunas personas valoran la sinceridad.
—No en la alta sociedad. Deja de perder el tiempo y adopta una expresión adecuada.
Hinata suspiró y trató de adoptar el aire recatado que se esperaría de una mujer de su edad.
—Ahora tienes un aire terco —le dijo Ino frunciendo el ceño, y le sonrió con picardía. Pasó el brazo por el hombro de su prima y la condujo al salón—. No te preocupes, tu cara no tiene la menor importancia. Ven, no queremos perdernos a lord Namikaze. Mamá dice que es todo un libertino y que ya no es bien recibido entre la buena sociedad. Me muero de impaciencia por ver su aspecto depravado.
—¿Qué fue lo que hizo para que hasta los viejos verdes, los vividores y lujuriosos que abundan en la aristocracia lo rechacen?
A Ino le brillaron los ojos de emoción, le encantaba cotillear sobre los chismes de la alta sociedad, especialmente con alguien como su prima quién no estaba al tanto de aquello.
—Lady Tsunade dice que asesinó a su primera esposa tras encontrarla en brazos de su amante. Se rumorea que le pegó un tiro en la cabeza, y que erró el disparo que le lanzó a su enamorado.
—¿En serio? ¡Es fascinante! Debe de ser un hombre terriblemente emotivo y descontrolado para ser incapaz de tolerar una aventura de su esposa. Yo creía que ese tipo de conducta era de rigor entre la élite.
Esquivaron pequeños grupos de invitados elegantemente vestidos, y se detuvieron en las puertas que conducían al salón. Una multitud atestaba el reducido lugar y lo hacía sofocante y falto de aire. Ino se abanicó vigorosamente con las manos y le siguió contando a Hinata todo lo que sabía del conde.
—Sólo viste de negro; y se especula que en señal de culpa, pues no ha dejado de llevar luto aunque hace más de cinco años que mató a su esposa. Cuentan que ella lo maldijo y que también por eso se viste así. Además se dice algo acerca de un hijo...
La voz de Ino se convirtió en un susurro confidencial y a Hinata le costaba oírla debido al parloteo de un grupo de señoras que había cerca.
—... y que es ilegítimo.
—¿Un bastardo? —preguntó Hinata confundida.
—¡Hinata! —exclamó Ino, quien mirando consternada a las señoras, condujo a su prima hacia las puertas del salón—. ¡Cielos! Eres menos civilizada que un piel roja. Debió de ser viviendo entre ellos como te volviste tan informal. ¡Cuida esa lengua!
Hinata murmuró una disculpa fingida y siguió pinchando a su prima.
—¿Quién es ilegítimo? ¿El conde?
—¡Hina! No seas idiota. ¿Cómo va a ser ilegítimo un conde? Trata de prestar atención. Te estaba diciendo que lord Namikaze asesinó a su primera esposa porque se negó a darle un hijo y se refugió en su amante. ¿No te parece emocionante? Se dice que ella le pidió el divorcio para casarse con su enamorado, pero él le dijo que si no era suya tampoco sería de ningún otro hombre, y acto seguido le disparó ante la impávida mirada de aquél. —Ino suspiró— ¡Es tan romántico!-Hinata enarcó una ceja en perplejidad.
—Definitivamente tu idea del romanticismo es muy distinta a la mía —dijo Hinata, mientras miraba a los dandis, italianos estirados, petimetres, ancianos con pantalones de seda, y otros miembros de esa pequeña élite, quienes poseían la fortuna, el rango y la reputación para ser considerados como miembros de la aristocracia.
—¿Y ese hombre está aquí? ¿Quién es? ¿Es jorobado, tiene aspecto macabro, mirada taciturna, camina con bastón? ¿Se come a las mujeres con los ojos?
Ino frunció el ceño.
—No seas ridícula. El conde no es un monstruo, por lo menos no en su aspecto. Es muy apuesto, si te gustan los hombres grandes e imponentes; a mí me encantan así: si son condes, por supuesto, o tal vez vizcondes, pero no menos, ¿entiendes? —Y se anticipó a las preguntas de su prima avanzando hacia las puertas—. Ven; comprobaremos si el rumor es cierto.
—¿Qué rumor?, ¿que el conde asesinó a su esposa o que está buscando otra?
—Lo último. Y muy pronto lo sabré: los hombres no pueden guardar un secreto como ése por mucho tiempo.
—Mmm, no, supongo que no. Si sus intenciones no se revelan claramente en las miradas inquisitivas que les lanzan a todas las mujeres casaderas, lo manifiestan por la forma en que examinan los dientes y movimientos de su futura novia.
Ino se esforzó en contener la risa.
—Mamá dice que no debo escucharte, que eres incorregible y una mala influencia.
Hinata se rió con su prima mientras entraban al salón agarradas del brazo.
—Menos mal que ella no sabe todo lo que he aprendido de ti, querida prima. Y bien, después de que veamos a ese sinvergüenza de primera línea, me dirás quién te llama la atención. Como le dije a tía Hana, estoy decidida a que termines tu Temporada comprometida con alguien que valga la pena, pero no podré contribuir a tu felicidad si no me dices quién quieres que sea tu víctima.
—Ah, eso es sencillo —replicó Ino con una beatífica expresión de inocencia, perturbada tan sólo por una sonrisa completamente malvada—. Es bien sabido que los hombres disolutos son los mejores esposos. Creo que elegiré al peor de todos, uno que esté lleno de vicios, malos hábitos, y una reputación que haga desmayarse a mamá y despotricar a papá; luego me encargaré de reformarlo.
—Parece un trabajo excesivo, sólo para encontrar un esposo adecuado.
—Realmente no —Ino abrió su abanico y fingió una expresión tímida—. Bien, ya sabes lo que dicen.
—No, ¿qué dicen?-Preguntó intrigada.
—Que la necesidad es la madre de la intención.
—Invención, Ino.
—¿Qué?-Hinata rodó los ojos.
—La necesidad es la madre de la invención.
Ino la miró de soslayo y le dio un golpecito en la muñeca con su abanico.
—No seas ridícula, ¿de dónde habría de sacar yo una invención? Intenciones tengo muchas, suficientes, gracias. Ahora ven; veamos a ese conde encantadoramente libertino. Si es tan malo como dice mamá, me vendrá como anillo al dedo.
Hinata se rió y cruzaron el salón iluminado. Tres hombres que estaban cerca se dieron la vuelta al escuchar sus risas y se deleitaron contemplando la bonita escena que entre las dos componían.
—¿Qué tenemos aquí? —El más bajito de todos, elegantemente ataviado conpantalones de satén color salmón y un chaleco bordado de seda marfil, levantó su monóculo y miró a las dos mujeres—. Ah, es la mocosa de Yamanaka. ¿Quién es la otra mujer?
El más alto del grupo arqueó sus cejas.
—No tengo la menor idea, Gaara. Tú, que eres el experto en los círculos sociales, nos dirás quién es.
Sir Gaara no Sabaku jugueteó con su vaso.
—Tú lo sabrías, si vinieras más a menudo a la ciudad, Namikaze. Ni siquiera has asistido a las sesiones del Parlamento en los últimos cinco años. No te hace nada bien encerrarte tanto en el campo, amigo mío. Un hombre de tu nivel debería estar en la ciudad y tomar el lugar que le corresponde en sociedad. Tu título y tu familia te lo exigen.
El Conde Negro le lanzó una mirada indulgente. Gaara siempre había sido un poco romántico, y parloteaba sobre la época de la caballería y los derechos de la nobleza.
—Te pareces a mi madre, Gaara —le dijo, todo lo cortésmente que pudo, y se dio media vuelta para observar a las dos mujeres— Ahora estoy aquí, y ya es suficiente.
Sir Gaara se sonrojó.
—¿Cuánto tiempo piensas quedarte en la ciudad? Y no me mires de ese modo. Es muy importante que te ayude a facilitarte la entrada en sociedad.
—Lo que sea necesario; en cuanto a facilitarme la entrada... ya te lo he dicho, Gaara, me tiene sin cuidado lo que la nobleza piense de mí. Estoy aquí por un solo motivo y cuando haya logrado mi meta, regresaré a Nethercote.
—Gaara, pregúntale a St. Clair quién es esa amazona. Él conoce bien a Yamanaka y seguramente lo sabrá. —El tercer miembro del grupo, que también había estado observando a las dos mujeres dirigirse hacia el lado opuesto del salón, inclinó la cabeza en dirección a la puerta que conducía a la sala de juegos. Sir Gaara se giró para observarlas con atención, pero una voz suave lo detuvo.
—Preséntanos.
Sir Gaara miró con sorpresa a su saturnino amigo.
—¿Hablas en serio,Namikaze? ¿Quieres atarte de nuevo? Creí que después de Sakura...
Las palabras se desvanecieron en su boca mientras lord Namikaze le echaba una mirada que prefirió no interpretar.
—Mmm..., sí. ¿A cuál de las dos?
—¿Cómo que a cuál? —preguntó Namikaze con voz cansina. Sir Gaara se sintió aún más nervioso y empezaron a sudarle las manos. Namikaze era aún más peligroso cuando parecía aburrido.
—¿A quién quieres que te presente?
Namikaze le lanzó una mirada despreocupada a las dos mujeres, quienes se habían unido a un grupo de chicas.
—A la pelinegra-Contestó, mirando atentamente a ésta.
—¿No crees que está un poco entrada en años? ¿Que está para vestir santos? —Sir Gaara se arrepintió de su comentario apenas lo hizo; era mejor no averiguar qué había detrás de los actos de Namikaze. Aunque sus ojos azules podían expresar un aparente desinterés, sir Gaara conocía la rapidez con que podían enfriarse. Las manos dejaron de sudarle y se transformaron en un par de bloques de hielo.
—Gaara —le advirtió el tercer hombre, cumpliendo con su habitual papel de mediador—. Tú haz las presentaciones; Namikaze ha despertado mi curiosidad. Además, la amazona,es una preciosidad, aunque te saque la cabeza.
Sonrojado de nuevo, sir Gaara asintió cortésmente al marqués y se escabulló para adquirir la información.
—Shikamaru, no me digas que tú también andas buscando esposa.
Lord Nara hizo una mueca al pensar en la posibilidad, se acomodó su saco y miró de nuevo a las debutantes de ese año.
—Por supuesto que no, pero nunca se sabe cuándo alguna adorable criatura estará dispuesta a darte carta blanca-Comentó, mirando a las chicas casaderas delante de ellos.
—Estás mirando hacia el lugar equivocado, amigo mío. Déjame rescatarte de las vírgenes. Las viudas y las esposas aburridas están al otro lado del salón.
Nara ignoró el amable comentario y continuó su pesquisa.
—Si no me hubieras dicho que querías casarte de nuevo, no lo habría creído. Supongo que lo haces por Minato.
Namikaze tomó dos vasos de whisky de la bandeja que llevaba un lacayo, y le entregó uno a su amigo.
—Mi hijo es una de las razones; mi bienestar, la otra. Ya va siendo hora.
—Es una verdadera lástima que no te casaras con la madre de Minato.
Los ojos azules de Namikaze se volvieron de plata helada, pero Nara no se dejó intimidar por la hostilidad casi evidente que emanaba del hombre que tenía junto a él; habían vivido muchas cosas juntos como para ocultarse sus sentimientos.
—Si recuerdas bien —dijo suavemente Namikaze mirando a la amazona—, yo estaba casado.
—Ah, sí. Con la encantadora Sakura-Comentó con mofa.
A Namikaze se le puso un nudo en el estómago, una sensación que tenía cada vez que oía su nombre, y apretó los labios en una cruel parodia de sonrisa, intentando ocultar la amargura y el intenso dolor. No dejaba de sorprenderle sentir tanta pena, y durante los últimos cinco años era la única emoción que rompía con ese entumecimiento helado que lo acompañaba todo el tiempo. «La encantadora Sakura». ¡Por kami!, se aseguraría de que su segunda esposa no se pareciera en lo más mínimo a esa bruja cruel y despiadada.
Se sorprendió traduciendo sus pensamientos en palabras.
—Mi futura esposa será una mujer callada, modesta y sumisa; no llamará la atención ni montará escándalos. Se conformará con vivir en el campo, cuidar de mi hijo y darme herederos.
Shikamaru sonrió, evidentemente divertido con las palabras de su amigo.
—En otras palabras, será un dechado de virtudes, todo lo que no fue tu primera esposa- La sonrisa de Namikaze, helada como un fiordo en invierno, reflejaba la frialdad que sentía por dentro.
—Exactamente. —Dirigió espontáneamente su mirada hacia la espigada pelinegra, que sobresalía entre un grupo de dandis que no cesaban de reparar en su compañera rubia.
—¡Nara! Qué alegría verte. —Una voz profunda tronó detrás de los dos hombres. Nara y Namikaze se giraron para saludar al duque de Iwa, pero el saludo se quedó congelado en sus labios cuando el duque dijo con frialdad— No puedo decir lo mismo de tu compañero. Qué mala compañía tienes, Nara..., qué mala compañía.
Nara miró consternado al duque, que ya se alejaba, y le dijo al conde:
—Ése fue un golpe directo.
Namikaze bebió un trago de whisky y asintió, frotándose las manos para calentarlas.
—Sí —dijo mirando de nuevo en dirección a la sala de baile.
—Pero ha sido muy injusto. ¡Es tu primo! Ojalá me dejaras contar lo que sucedió aquella noche...
Namikaze hizo un gesto brusco.
—No tiene importancia, Shikamaru. Yahiko es un idiota. Me tiene sin cuidado lo que piense.
—Pero, Naruto, las cosas están empeorando. Llevas un día en la ciudad y hablan mal de ti en la calle, en los clubes, y ahora aquí. Si no reaccionas pronto, no te aceptarán en la alta sociedad.
Namikaze bufó, complacido por el ardor que le producía el whisky: al menos eso era algo que podía sentir.
—La alta sociedad...Shikamaru, el día que me importe lo que piense la alta sociedad dejará de arder el infierno.
Namikaze frunció el ceño al ver que sir Gaara y otro hombre se acercaban a la mujer que le había llamado la atención. Gaara reparaba demasiado en la pelinegra, mirándola como si fuera la mujer más fascinante de la Tierra.
—Parece que Gaara ha despejado el camino. ¿Vamos? —le dijo lord Nara a su amigo, dirigiéndole una mirada inquisitiva.
—Sí. —Sorprendido por una dosis de emoción tan grande y parecida a los celos, Namikaze se deshizo del manto de aburrimiento que siempre llevaba encima y siguió tranquilamente a su amigo por el suelo de madera, en dirección al bullicioso grupo de mujeres.
Los ojos atentos y ansiosos de Ino, siempre alerta ante algún noble disoluto, vieron a los dos hombres entrar en el salón. Las miradas que el Conde Negro le había dirigido a Hinata le dieron la certeza de que pediría ser presentado, pero no lograba decidir cómo actuar ante tan inesperado suceso. Una rápida evaluación del buen número de pretendientes que tenía alrededor fue suficiente para mitigar sus planes de reformar al Conde Negro, de modo que se dispuso a planear la futura felicidad de su querida prima sin el menor sentimiento de malestar o arrepentimiento. Un golpe de vista le bastó para saber que su prima estaba tan desarreglada como siempre: tenía los guantes tiznados, los mechones salían desordenadamente de la que momentos atrás fuera una impecable diadema, y su vestido parecía haber perdido la batalla contra el fuego. Desafortunadamente, no hubo tiempo para llevarla al tocador de mujeres para que pudiera arreglarse, pero Ino nunca se rendía sin presentar batalla, y menos cuando lo que estaba en juego era el futuro de su prima.
—Sir Gaara, ¿le importaría traer una taza de ponche? Me temo que el calor de la noche le ha producido sed a miss Hyuga, y es muy tímida para pedírsela personalmente.
Ino le sonrió de manera encantadora mientras él miraba con curiosidad a Hinata, que estaba igualmente sorprendida; pero su sonrisa se desvaneció cuando él se alejó para satisfacer su petición. En cuanto estuvo lejos, Ino se acercó a su prima y comenzó a limpiarle el corpiño.
—Pellízcate las mejillas-Le susurró sin detenerse de su tarea, Hinata la miró sin comprender.
—¿ Cómo dices ?-Preguntó contrariada.
Ino miró por encima de su hombro y vio que los dos hombres se aproximaban.
—Olvídalo; están muy cerca. Muérdete los labios-Le ordenó.
Hinata se preguntó si el calor sofocante estaría afectando a la salud mental de su prima.
—¿Qué te pasa, Ino? ¿Es por el calor? Estás completamente colorada. ¿Te sientes mal? ¿Quieres que llame a tu madre ?
—Por supuesto que no. Ya sabes cómo es; arma un escándalo por todo y monopoliza la conversación. —Ino se abanicó vigorosamente y se esforzó en esbozar una sonrisa.
—¿Monopoliza la conversación con quién? —Hinata empezaba a preocuparse. Aunque Ino era muy vivaz y sumamente testaruda, tenía la costumbre de adoptar un aire tímido en público con el objetivo de, como ella misma decía, conseguirse un esposo. Sin embargo, ahora sonreía de tal manera que podría asustar incluso a un leopardo.
—Sonríe —le susurró Ino—. Pon cara amable; te ha estado mirando, creo que está interesado en ti.
Hinata comprendió de inmediato. Obviamente, su prima había sido víctima de un trastorno temporal. Puso su mano en el hombro de Ino y la apretó.
—Está bien, querida. No te preocupes, me aseguraré de que llegues a casa sin que tu madre perciba tu... lamentable estado.
—¿Mi qué?-Preguntó Ino, sorprendida por las palabras de su prima.
Hinata se hizo cargo de la situación y suavemente hizo que Ino se diera la vuelta, decidida a marcharse antes de que notaran el triste estado mental de su prima, pero se detuvo en seco al ver que sir Gaara se acercaba con dos hombres altos. Abrió los ojos apenas vio al hombre oscuro que se detuvo frente a ella, y se quedó sin aliento.
—Lady Ino, miss Hinata Hyuga; permítanme presentarles al conde de Namikaze y al marqués Nara.
Hinata abrió la boca pero no pudo decir nada. Los ojos azules del conde tenían pequeños puntos plateados y estaban enmarcados por las pestañas más oscuras y sensuales que había visto en su vida. Notó que le temblaban las piernas cuando el «señor de la voluptuosidad» le tomó la mano y la acercó a sus labios, y cuando se estremeció con el contacto, agradeció al cielo que sus guantes se hubieran estropeado.
El conde arqueó una de sus adorables cejas.
—Sí, la presentación se hace mucho más personal cuando la dama tiene la mano desnuda.
Hinata se sonrojó al comprender que su «desafortunada costumbre» se evidenciaba de nuevo.
—¡Diablos-Soltó de pronto, invadida por la vergüenza.
El conde arqueó la otra ceja, y el rubor de Hinata se reflejó en su rostro.
—Lo siento, milord; se trata de mi «desafortunada costumbre». Ya ve, me hace hablar antes de pensar. —Intentó esbozar una sonrisa despreocupada, pero sólo sonrió tímidamente.
Al conde le temblaron los labios, y Hinata por poco pierde el equilibrio al observarlos. Intentó apartar la mirada de su boca, pero estaba fascinada con la sensual curva de su labio inferior. Unos labios así deberían prohibirse. Mientras blasfemaba al cielo por dejar suelta a una criatura tan asombrosa ante unas mujeres tan desprevenidas y susceptibles, hacía un esfuerzo descomunal por controlar el desaforado latido de su corazón. No es que fuera una chica tonta e ingenua que no supiera nada de la vida; todo lo contrario: ¡había estado en Boston! Era una mujer con experiencia en asuntos mundanos. Y no se culparía si expiraba en el acto, abrumada por semejante belleza masculina.
El hombre de coleta que acompañaba al «señor Adonis» se inclinó sobre su mano, pero ella no oyó lo que le dijo, aturdida como estaba por el conde. Recorrió con su mirada aquellos rasgos angulosos y varoniles, y se preguntó qué pensaría él del efecto suavizante que su mentón partido le daba a su rostro, que de lo contrario tendría un aspecto severo. Sintió un deseo ardiente de llenarlo de besos e introducir la lengua en su boca... ¡Cielos! ¿Qué hacía?¿Cómo podía tener pensamientos tan pecaminosos? Otra oleada de calor la invadió mientras se apretaba las manos para intentar controlar su imaginación. No debería estar pensando en besar a un conde, especialmente a uno que, si los rumores eran ciertos, posiblemente había asesinado a su esposa.
El conde movía su fascinante boca; le estaba hablando pero ella no se había dado cuenta.
—¿Perdón?
El conde frunció los labios, ella no supo si en señal de irritación o de agrado, pero confió en que fuera por esto último.
—Da la impresión de que estaba en la Luna.
Ella le sonrió, satisfecha de que hubiera entendido.
—Sí, creo que lo estaba. Es otro de mis malos hábitos. ¿Qué decía?
Por un segundo le pareció ver que sus ojos azules se suavizaban, pero no fue así: era un conde libertino y ella no era nadie, tan sólo una chica mitad americana sin un centavo. Hinata creyó conveniente hacerle saber que no formaba parte de la aristocracia.
—Le preguntaba si me concedería el honor de bailar el siguiente vals conmigo.
Hinata supo que no podría apartar su mirada de los ojos del conde ni aunque le fuera en ello la vida. Observó los puntos plateados, salpicados con sus pestañas negras, y el efecto era hipnotizante.
—Me temo que no sé bailar el vals, milord.
El conde pareció ligeramente molesto.
—¿No sabe o no quiere, señorita Hyuga?
—No sé, lord Namikaze —Hinata le puso la mano en el puño de la camisa y se inclinó—. Ya sé que es vergonzoso, pero crecí en Boston, y me criaron mis tíos.
Namikaze se acercó un poco más. Ella se ahogaba en sus ojos, alegre, ansiosa, voluntariamente. Percibió su aroma intenso y embriagador, y lo aspiró con avidez, sintiendo que le penetraba hasta los huesos; tuvo la certeza de que si expiraba allí mismo, moriría feliz.
—¿Acaso no bailan el vals en Boston? —Su voz resonó con un aire de intimidad, y Hinata notó la boca completamente seca.
—Sí —consiguió balbucear.
—¿Entonces? —Namikaze le tomó la mano y la sostuvo entre las suyas, sintió que una corriente de calor le subía por el brazo y se le alojaba en el cerebro—. ¿Por qué no baila conmigo?
—Eh... —Ella estaba extraviada en sus fascinantes ojos azules y plateados. ¿Por qué intentaba distraerla con su conversación? ¿De qué le hablaba? ¿Bailar un vals? ¿ Qué era eso?—. Mi tío no me permitió aprender; era un hombre muy religioso; de hecho pertenecía a la secta de los bouke.
Hinata abrió los ojos y retrocedió ligeramente bajo la influencia de la sonrisa súbita y salvaje de Namikaze.
—En ese caso, concédame el privilegio de enseñarla. ¿En el próximo vals ? —le preguntó, apretándole suavemente la mano.
—No, milord. No debería. —Ella jadeó, aterrorizada por la idea de aprender a bailar en un lugar tan público. Teniendo en cuenta los accidentes que parecían perseguirla de manera inexplicable, no sería extraño que él terminara con una pierna fracturada o algo peor.
—Ah, ya veo. ¿Aún no le han dado permiso para bailar? Hablaré con lady Yamanaka.
Hinata frunció el ceño.
—Milord, no me importa si me dan permiso para bailar. Es que..., mejor dicho, debería advertirle que... —Miró a su prima en señal de ayuda, pero Ino se había dado la vuelta con la obvia intención de darles intimidad. Hinata se inclinó de nuevo hacia delante—. Lo que sucede es que yo no debería estar aquí, en la fila de las vírgenes.
—¿En la fila de las vírgenes? —El conde torció ligeramente la boca y Hinata lo observó fascinada. Haría cualquier cosa excepto asesinar por poder tocar esa boca.
—Sí, así lo llamo yo. No vine aquí a pasar la Temporada; simplemente estoy acompañando a mi prima, lady Ino. No tengo ninguna herencia, ni familiares ilustres aparte de mi tío. Tampoco soy «original» ni «incomparable», así que no tiene que sentirse obligado a bailar conmigo.
El conde volvió a torcer la boca, y Hinata parpadeó, complacida de ver la sorprendente calidez de la sonrisa del «señor radiante», y sintió que sus labios también se arqueaban a modo de respuesta; quizá se había apresurado a descartar el asesinato.
—Señorita Hyuga; le aseguro que no tengo ningún requerimiento que estipule que mis compañeras de baile deban ser herederas, nobles o «incomparables».
—¿Ni «originales»? —preguntó Hinata con aire decididamente travieso. Namikaze observó con interés que sus ojos lilas y plateados tenían pequeños puntos dorados y brillantes que parecían destellar cuando, sonreía.
Le apretó la mano y luego la soltó.
—Querida; sospecho que hace honor a ese adjetivo. Escuche, parece que va a sonar un vals. ¿Bailamos? —le dijo, ofreciéndole una mano.
—Mmm... ¿está seguro? No quisiera lastimarle —dijo, levantando la cabeza para mirarlo a los ojos.
Namikaze percibió la delicada estructura ósea de su cara en forma de corazón. Era muy pálida; y si la blanca tez de su piel no mentía,no pasaba mucho tiempo al aire libre. En vez de parecerle un defecto, supo que quería estrechar su piel sedosa. La calidez de su presencia lo atraía como el fuego a una polilla.
Le tomó la mano, la apoyó en su brazo y la condujo a la pista de baile.
—Le aseguro que he sobrevivido a situaciones mucho peores.
—No conmigo —murmuró ella. Parecía contrariada, pero esa expresión dio paso inmediatamente a otra de puro terror.
—Déjese llevar —le susurró Namikaze al oído—. Y escuche la música; el vals se baila de tres en tres tiempos.
El conde se esforzó en aparentar que su pánico le divertía, pero realmente se sentía atraído por el cálido resplandor que parecía envolverla. La rudeza con que transmitía sus emociones parecía cautivarlo, pues si no expresaba verbalmente sus pensamientos, se reflejaban en su rostro sonrojado. Namikaze encontró refrescante tal candor en una sociedad que se afanaba por ocultar la honestidad y la veracidad.
—¡Cíelos! —jadeó Hinata mientras él la conducía con desenvoltura. Y se mordió el labio inferior, intentando seguirle el paso. A pesar de su rigidez y de sus movimientos torpes, el conde notó que un súbito destello de lujuria le desgarraba como un cuchillo, y concentró su atención en los labios de la chica, espejo de sus emociones, pues esbozaban una expresión de arrepentimiento cuando daba un traspiés, o dibujaban una sonrisa increíblemente radiante cuando seguía el ritmo de la danza.
—No se mire los pies; míreme a mí —le ordenó con suavidad, deseando sumergirse de nuevo en aquella gloriosa sonrisa. Ella echó la cabeza hacia atrás y le lanzó una sonrisa picara que él sintió en lo más profundo de su pecho.
—Lo lamentará, milord. O, mejor dicho, sus tobillos lo harán.
—¿Cuántos años tiene? —le preguntó Namikaze antes de detenerse.
—Veinticinco. ¿Y usted?
—Soy diez años mayor —le respondió Namikaze, complacido por el desparpajo de la chica. Estaba claro que era atrevida, y no había visto en ella señales de que fingiera inocencia para agradarle. Una mirada a sus ojos cándidos le bastó para saber que era realmente «original»: abierta, honesta, y completamente ajena a la corrupción propia de la nobleza. El resplandor de su inocencia y su delicada feminidad lo envolvieron en una súbita y agradable sensación de calidez. Se complació imaginándola sentada junto a la chimenea de su biblioteca, la cabeza inclinada sobre algunas fruslerías femeninas, pasando sus noches en su callada y serena compañía.
Ino los veía bailar con una sonrisa en los labios. En su opinión, Hinata y el Conde Negro hacían buena pareja, y la estatura de su prima estaba en armonía con la de él. Hizo una mueca cuando Hinata lo pisó, sofocó una risita cuando su prima se rió de la respuesta del conde, y observó con sorpresa cuando éste dio un traspiés y se detuvo momentáneamente antes de retomar el ritmo del vals. ¿Qué le habría dicho Hinata para desconcertarlo tanto?
Hinata no podía creer que su boca hubiera dejado escapar las palabras que había estado pensando. Los ojos del conde brillaron como el mar mientras ella contenía el aliento esperando su respuesta, con la esperanza de que comprendiera que no pretendía ser impertinente, sino que era curiosa por naturaleza. Si él no la hubiera distraído mirándola a los labios, se habría concentrado en la conversación. Pero él la hacía perder la razón cuando la miraba así. Él tenía la culpa de que ella balbuceara de ese modo.
—Querida mía, debo declinar la oportunidad de responder a su pregunta.
«Ponte en mi lugar, y hazlo ya», pensó Hinata aliviada, y sucumbió al placer de estar en los brazos del hombre más apuesto del salón. No le importaba lo que dijeran de él; ella se vanagloriaba de ser una excelente jueza de las personas y estaba muy segura de que él era inocente del crimen que la sociedad le atribuía. Ningún hombre podía ocultar un alma capaz de un hecho tan atroz detrás de unos ojos tan hermosos, abiertos y expresivos.
—¿Hay alguna razón en particular por la que quiera saberlo? —A Namikaze le parecía curioso que una joven tan bien criada le hiciera semejante pregunta; debía de haber oído los rumores, y sin embargo, tenía el valor de preguntárselo. Su valentía le molestaba y agradaba al mismo tiempo.
—Normalmente pregunto por alguna razón —respondió Hinata con aire ensoñador, ignorando la expresión del conde, y entregada a la música y la magia del baile. El conde tenía razón: una vez que contabas atentamente, era fácil seguir el vals. Se alegró de haber aprendido tan rápido, pues sólo lo pisó unas ocho o nueve veces, y se preguntó si Ino habría sido testigo de su triunfo.
—¡Discúlpeme! Se me ha olvidado contar. ¿Le he lastimado mucho?
La mueca que se le dibujó al conde en los labios contradijo su intento por restar importancia a aquella disculpa. Hinata maldijo su torpeza cuando la música terminó y el conde la llevó junto a su tía. Namikaze expresó su agradecimiento por habérsele permitido bailar con Hinata, se inclinó ante la mano de la atónita lady Yamanaka, y se retiró con un gesto amable.
Lady Yamanaka se miró las manos como si varios insectos peludos estuvieran caminando por ellas, pero rápidamente recobró la voz y la compostura.
—Querida, ¿crees que eso ha estado bien? Vale, se trata de un conde, pero... Si Fujiwara está segura de que... Ay, ¿por qué no estaba Inoichi aquí cuando te pidió el baile?
Hinata frunció el ceño tratando de entender las disparatadas ideas de su tía.
—¿Lord Namikaze? ¿Por qué habría de objetar el tío Inoichi que yo bailara con él?
Lady Yamanaka miró a su sobrina como si ahora fuera ella quien tuviera insectos encima.
—Querida Hinata, seguro que lo sabes... Tengo la certeza de que Ino te advirtió. Claro, a fin de cuentas la única compañía que has tenido en la vida es la de los indios piel roja... Y la de ese hombre tan apuesto. Trágico: siempre está de negro. ¡No, es cierto! Y dicen que el duque de Iwa... ¡esta misma noche! ¡Su propio primo! ¡Después de todo no es un aristócrata correcto, ni siquiera con una renta de ochenta mil libras al año!
Se necesitaba tener una gran fortaleza mental para seguir los pensamientos de su tía, pero Hinata estaba aprendiendo a hacerlo. Si no se la escuchaba con atención o se perdía el hilo aunque sólo fuera por un instante, era imposible recoger la información necesaria para responderle.
—¿ Quieres decir que no debí bailar con él porque se dice que asesinó a su esposa? Tía, me sorprende que creas algo tan ridículo y completamente falso. Basta pasar un momento en su presencia para saber que es inocente. De todos los hombres calumniados que conozco, el conde es el que más ha sufrido a manos de quienes deberían respaldarlo y ofrecerle su apoyo y ayuda, en vez de destruir por completo su reputación. La sociedad debería avergonzarse de sí misma por calumniarlo de esa manera. Por mi parte, no toleraré mentiras tan bajas ni insinuaciones tan crueles como las que parecen deleitar a la nobleza, y también debo decirte que me sorprende que te hayas dejado persuadir de creer semejantes falsedades, y espero que no apoyes unas invenciones tan viles y condenables. De hecho, espero que hagas algo para ayudar a que ese pobre hombre recupere su impecable reputación, manchada por la muerte inesperada de su muy amada esposa. Por mi parte, sé que haré todo lo que esté a mi alcance para ayudarlo.
Lady Yamanaka se sintió apabullada por el ataque devastador de su sobrina y Hinata se arrepintió de haberle levantado la voz; realmente, parecía como si la mitad de los ocupantes del salón la hubieran oído y contuvieran el aliento esperando a que continuara con su diatriba. Afortunadamente, el Conde Negro no estaba presente para ser testigo de su brusca manera de actuar. Hinata hizo una mueca de disgusto y luego le dirigió una sonrisa a su tía.
—¿No es una agradable velada? —dijo en voz alta, para beneficio de las personas que intentaban escucharla—. Y el clima; hace una temperatura deliciosa para ser junio. Cálida y placentera, ¿verdad que sí, tía?
—Sí, es cálida. Hay lilas y lirios; la gente camina por los jardines y hacen meriendas a la orilla del río... en Oxford, ya sabes. Ah, allí está Su Excelencia. Le ofreceré mis... sí, claro que sí.
Lady Yamanaka emprendió la fuga, e Ino se separó del grupo de admiradores para hablar con su prima. Puso su mano enguantada en el hombro de Hinata, le lanzó una sonrisa a un admirador que pasaba, y haciendo gala de una fuerza que haría sentirse orgulloso a cualquier estibador, la condujo a un lugar apartado y enmarcado por dos grandes palmeras.
—¿En qué demonios estabas pensando, Hinata?
Ella sintió como si se hubiera tragado un vaso de plomo; había sido muy descortés con su tía y su comportamiento era inexcusable. Sabía que su prima la iba a regañar, y bien merecido que se lo tenía.
—Lo siento, Ino. No debí hablarle así a tu madre.
Ino la miró extrañada, y con un gesto de la mano quitó importancia a las disculpas de su prima.
—Déjate de rimbombancias; mi madre me vuelve loca a mí también. ¿Por qué has dejado ir al conde? Pronto servirán la cena y creo que te habría pedido que lo acompañaras. Deberías haberlo mantenido a tu lado contándole anécdotas divertidas y ocurrencias graciosas.
—¿Como cuáles?
Ino saludó con la mano a un par de ancianas que pasaban.
—Ya sabes; historias de tu vida con los pieles rojas, anécdotas de tu peligroso viaje camino a la civilización. Seguro debes de tener una amplia colección de cuentos horripilantes que te permitan hacer algo tan simple como entretener a un hombre durante una hora.
Hinata reprimió su risa.
—Los únicos cuentos horripilantes que conozco son los que me narraron los marineros del barco en el que vine, y dudo que sean del interés de un hombre con tanto mundo como lord Namikaze. Me sorprende que hubieras querido que lo entretuviera; tu madre me dijo que es un aristócrata despreciable.
Ino miró a su prima con aire de incredulidad.
—¿A quién le importa eso? Lo único que interesa es que es un conde. Bueno, ¿qué te dijo? ¿Qué le dijiste? ¿Te pidió permiso para visitarte?
Hinata se sonrojó completamente al recordar de qué manera había metido la pata.
—Me enseñó a bailar el vals y me preguntó que cuántos años tenía.
Ino abrió sus ojos azules, cerró su abanico y golpeó a su prima con él- ¡Qué bien! ¡Eso significa que está interesado en ti!
—No seas ridícula —le dijo Hinata, quien de repente se sintió cansada y quiso estar en casa, donde no la acecharan hombres disolutos con ojos cerúleos, ni la atormentaran pensamientos lascivos ni deseos extraños—. Él es un conde, y yo..., bueno, yo soy yo; nadie en particular. Aunque por un momento hubiera estado interesado en mí, lo cierto es que ya no lo está.
—¿Quién es la ridícula? —le preguntó Ino sonriendo—. Por supuesto que aún debe de estar interesado. ¿Qué podrías haber hecho durante el baile para desinteresar a un hombre con semejante reputación? No podrías lograrlo por más que lo pisaras.
—Me temo que lo hice varias veces —reconoció Hinata, notando un incipiente dolor de cabeza—. Pero es que he ido mucho más allá —dijo frotándose la frente.
Ino hizo un gesto de interrogación y Hinata sonrió lánguidamente.
—Le he preguntado si asesinó a su esposa.
0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0
Jejejeje, cofcofcof, si, sé que tengo mucho trabajo con mis otros fics, pero sentí la necesidad de compartir ésta hermosa historia con ustedes, me ayudó a reír en mis momentos de depresión tras la muerte de mi tío, y quise que los alegrara a ustedes también, espero mucho que les guste, y nos estamos leyendo.
P.D: espero no estar incurriendo en alguna falta al adaptar ésta historia, si es de esa manera, por favor, hagánmelo saber y dejare de subirla, gracias.