Lo he hecho. Podéis lincharme si queréis, pero... ¿cuánto hacía que no me daba por publicar un long-fic? Desde que me pasé al bando de las viñetas y los oneshoots he dejado totalmente abandonado este lado de fanfiction u.u

Pues nada, aquí estoy. Otra creación de mi mente depravada. Espero que no sea algo horrible e infumable y disculpadme si veis algún anacronismo, pero yo soy del siglo XX y de la década de los noventa, eso lo hace todo bastante más difícil.

Sin más dilación, aquí os dejo. Un saludo desde el norte,

Kira.

Disclaimer (sí, hoy lo pongo, va): los personajes que reconozcáis no son míos, y la ambientación temporal es fruto sólo de la evolución humana. Todo lo que sea guarro y pervertido si me pertenece.


1. Preludio a un juego

- ¡Quieres dejar de jugar con eso! – acabó chillando, ya colmada su paciencia.

- Venga Herms, no seas tan estricta. – repuso Ron con una sonrisa traviesa – Estos cacharros hacen cosas muy graciosas.

- Ron, una aspiradora no es nada de otro mundo.

Harry, desde el sofá, soltó una risilla y atrajo más a Ginny con su brazo. La pelirroja también sonreía. Su hermano llevaba veinte minutos encendiendo y apagando el aspirador porque decía que el ruido era muy divertido, y ahora estaba esperando a que Hermione se cansase de aguantarlo para que se marchase y probar su nuevo sueño: probar a ver qué pasaba cuando ponías tu cara cerca de las ranuras que absorbían el aire. Curiosamente, ni su hermana ni su mejor amigo, que sabían lo que se avecinaba si lo hacías, parecían muy por la labor de advertirle.

Como si la castaña supiese qué esperaban los demás de su persona, anunció que se iba a terminar la novela que estaba leyendo y salió de la estancia. Subió las escaleras despacito y con mucha dignidad, intentando ignorar la sensación de que la habían echado ilícitamente, haciendo caso omiso de las risas de sus amigos desde el salón, y sus ojos se pararon sobre las marcas en la pared, donde antes habían estado colgadas las cabezas de los elfos de la familia Black. Un leve estremecimiento la recorrió al recordar cómo se había sentido la primera vez que había entrado en el número 12 de Grimmauld Place y había visto aquel escalofriante museo de atrocidades. Ni siquiera ahora, meses después de haber hecho de aquel sitio algo más habitable, se le hacía acogedora la casa.

Dos años…

Había sido mucho tiempo. Y habían pasado muchas cosas. Sirius ya no estaba, y ése era el cambio más notable. Incluso cuando no le había profesado un gran afecto en vida, Hermione lo echaba de menos. Faltaba la chispa, las bromas sutiles y los intentos de delincuencia habituales. Y a Harry… a Harry le faltaba el apoyo.

Ron, Ginny y ella seguían allí para todo lo que necesitase y él lo sabía, pero no era suficiente. Necesitaba alguien que hiciese las funciones de adulto y, dentro de su irresponsabilidad, Sirius había desempeñado ese papel con orgullo y brillantez: una figura paterna con ademanes de perro vagabundo.

Hermione suspiró ligeramente y se dio cuenta de que acababa de pasarse la puerta de su habitación. Dio media vuelta y asomó la cabeza por la puerta. Dentro, la señora Weasley estaba recolocando las cortinas después de haberlas lavado.

- ¡Oh, Hermione! – dijo, sobresaltada, al verla allí - ¿Venías a estudiar?

- En realidad iba a leer un poco.

- Todavía tengo que quitarle el polvo a las estanterías y fregar el suelo. Será mejor que cojas el libro y bajes al salón con los demás. – la madre de Ron (esa mujer bajita y regordeta, incapaz de estar inactiva más de treinta y dos segundos) se estiró un poco más para acabar de enganchar la última esquina de la y se bajó de las escaleras en que se había encaramado.

- Está bien, iré a otro sitio – sonrió Hermione.

La chica se acercó al escritorio, cogió su libro y salió de nuevo, dejando a la señora Weasley con su pelea contra la suciedad. El las últimas vacaciones había aprendido que no era prudente quedarse cerca cuando la mujer emprendía una de sus cruzadas de bayeta y escoba o estarías en peligro de acabar involucrada en ello.

Así que, una vez en el pasillo, buscó un sitio para encerrarse a leer. El salón no, porque Ron seguía con el aspirador, jugando como un gato con un ovillo de lana, y se iba a desesperar en poco tiempo. La habitación de los chicos era como el escenario de una guerra nuclear, así que también quedaba descartada; el baño podía necesitarlo alguien; en la cocina, Fred y George estaban cocinando algo morado que, estaba segura, era sin duda el último invento para su tienda de bromas (y a ella aún no le había entrado complejo de conejillo de indias…).

Observó las escaleras al final del pasillo. El desván era una opción. Tenía una ventana circular bastante grande, así que podría ver bien las páginas, y allí sí que no iba a molestarla nadie, porque a la mayoría les daba bastante repelús el sitio. El único que podría llegar a subir sería Lupin. O quizás el señor Weasley. Y como ninguno dos estaba en la casa, podría estar tranquila todo el tiempo que quisiese.

Atravesó el desván con cuidado de no tropezar con ningún cachivache y se instaló junto a la ventana. Trató de retomar la lectura donde la había dejado ignorando los ruidos que provenían de la planta baja. Si seguían así, despertarían a la señora Black y entonces se desataría una desgracia. Harry y ella se llevaban a matar desde que Sirius…

Ninguno en la casa era capaz de mencionarlo aún, y ella ni siquiera se atrevía a terminar frases como esa en su propia mente, la voz de su cabeza le sonaba atronadora cuando recalcaba verdades así. Harry no quería hablar de ello y cada vez que se tocaba el tema, aunque fuese de refilón (todos, todos y cada uno de los miembros de la Orden y de sus amigos habían intentado hacerle hablar del tema, lo necesitaba, pero se cerraba en banda y no parecía dispuesto a cambiar), intentaba escabullirse de la conversación, desviar el hilo e irse disimuladamente de la habitación. Daba igual cuánto tiempo hubiera pasado, seguía siendo demasiado duro.

Suspiró imperceptiblemente apartando esos pensamientos de su mente y se concentró en la palabra escrita. Unos segundos después, todo el jolgorio escaleras abajo pasó a resultarle completamente ajeno, incluyendo los reproches de la señora Weasley y las risas de Ginny. Ron se quejaba con tono de dolor, seguramente ya había hecho su fascinante experimento.

Tan sólo se percató de hasta qué punto había pasado el tiempo cuando comprobó que apenas podía vislumbrar las letras del libro porque se había hecho de noche y ya no entraba luz por la ventana. Pegó un ligero respingo al verse sorprendida por la oscuridad y la dificultad de, ahora, tener que encontrar el camino a ciegas para salir de allí. Por un momento sopesó la posibilidad de pegarles un grito a Harry o Ron para que le subiesen una vela, hasta que recordó que ahora ya podía hacer magia fuera del colegio de forma legal y encendió su varita con un Lumos susurrado.

Echó a andar por entre todos los trastos cubiertos con sábanas, alumbrada por el débil resplandor de su hechizo, y no pudo evitar que un escalofrío la recorriese de arriba abajo mientras se acercaba a la puerta. De día, era el lugar perfecto para encontrar un poco de solitaria paz, pero de noche aquella sala le ponía los pelos de punta.

Cuando por fin alcanzó la puerta y la abrió con dedos temblorosos, echó un vistazo en derredor y salió rápidamente, con el corazón bombeándole con fuerza. No le gustaba nada el final que estaba teniendo ese día.

Sobre todo porque allí dentro, a solas con ella, algo había susurrado su nombre.

Hermione.

ºoºoºoºoºoºoº

Dos días más tarde, sin haber hablado con nadie de ello, Hermione se encontraba mucho más tranquila, convencida en su interior de que aquella voz baja y siseante que la había llamado en el ático había sido sólo fruto de su imaginación, consecuencia de estar leyendo una novela de Stephen King, autor que la dejaba siempre con el corazón en un puño. No volvió a oír su nombre más que en los labios de sus amigos, y la entrada y salida constante de Remus, Tonks, Ojoloco y Hestia en la casa la mantuvo ocupada y distraída lo suficiente como para no buscar de nuevo soledad para seguir leyendo. De hecho, había aparcado en libro en su mesita y no había vuelto a tocarlo más, porque tenía los días completamente ocupados con las tareas que la señora Weasley les encomendaba y las reuniones de la Orden (a la que ahora les dejaban acudir de vez en cuando), y cuando se acostaba estaba demasiado cansada como para concentrarse en nada que no fuese conciliar el sueño.

Pero después de varios días, las cosas se calmaron. La Orden dejó de reunirse diariamente y las sesiones para mantenerlos ocupados de la matriarca pelirroja se terminaron. Y ella volvió a tener tiempo libre suficiente como para querer terminar la puñetera novela de una vez.

Ginny, Harry y Ron pasaban las horas muertas en el salón, con Fred y George, echando partidas de snap explosivo, y el resto del tiempo en la biblioteca (en este caso sólo el moreno, su mejor amigo y la castaña) buscando algo que los pudiese ayudar a localizar y destruir el siguiente horrocrux antes de que se les hiciese demasiado tarde. En el mundo exterior, los mortífagos parecían estar en una tregua momentánea, pero todo el mundo sabía que no duraría mucho, lo justo para darle emoción y la gente comenzase a preguntarse atemorizada cuál sería el siguiente paso.

Precisamente por casi vivir en la biblioteca, ninguno de sus amigos alcanzaba a entender cómo podría ella querer seguir leyendo una vez terminadas las labores de investigación, y trataban de incluirla en sus juegos o conversaciones. Pero Hermione sólo quería terminar el libro de una vez y descubrir qué era lo que había en la niebla que mataba a los protagonistas.

Por ello, acabó recurriendo, una vez más, a subir al ático.

Nada más entrar le regresó a la mente el recuerdo de aquel susurro bajo que le había puesto los pelos de punta y la carne se le puso de gallina. Súbitamente, de nuevo en el escenario, ya no le resultaba tan sencillo convencerse a sí misma de que todo había sido fruto de su mente corrompida por novelas de terror. Diciéndose a sí misma que se estaba convirtiendo en una loca paranoica, se instaló junto a la ventana y encogió las rodillas, dispuesta a usarlas de atril. Dejó su varita en su regazo, dispuesta también a tomarla con rapidez en caso de emergencia.

Abrió el libro. Desde el salón le llegaba el sonido amortiguado de música, sin duda proveniente de la vieja radio de Sirius. Esos cinco debían de estar montando su propia pequeña fiesta. Sonrió inconscientemente y comenzó a leer. Apenas le quedaban treinta páginas para conocer el final cuando lo escuchó de nuevo. No música, no risas ni tampoco gritos. Un susurro helado.

Hermione.

Inmediatamente, la chica cogió su varita con fuerza y se irguió, tal y como hacía siempre que Ojoloco le gritaba ¡Alerta permanente!. Sólo que esta vez la había recorrido un escalofrío y se le había erizado el vello de todo el cuerpo.

Hermione.

La voz no habló más alto ni con otro tono, y sin embargo esa vez ella la escuchó con mayor nitidez. No más cerca, sino más fuerte. Con el corazón bombeándole de tal forma que parecía a punto de atravesarla, se puso en pie y encendió su varita para alumbrar los rincones a los que la luz del día no llegaba a sacar de las sombras.

- Definitivamente, te estás volviendo loca – murmuró para sí misma.

Dejando el libro donde antes había estado sentada, se dispuso a comprobar que aquello no fuese una broma de los gemelos o un intento de Kreacher para asustarla y "obligar a la sucia impía a abandonar el hogar del ama… oh, la querida y pobre ama" en palabras textuales de apenas hacía un par de semanas. Varita en mano, echó a andar por los pasillos entre los cúmulos de cosas polvorientas. Por un lado, ahora deseaba volver a oír aquel susurro para poder seguir su sonido y averiguar su procedencia, aunque siguiese sintiendo el pulso acelerado en el cuello. Mientras caminaba alcanzó a ver una caja de cartón.

Sirius, ponía en un lateral.

Titubeó. Sabía que no era asunto suyo, que si alguien en aquella casa tenía derecho a abrir aquella caja era Harry, y decidió decírselo en cuanto bajase de nuevo junto a él y los demás, pero, al final, avergonzada de sí misma, la venció la curiosidad y levantó las tapas. Dentro encontró una petaca de plata con una pitillera a juego, un par de revistas tituladas Brujas traviesas que Hermione prefirió no ojear y dos grandes carpetas. Una era marrón, desgastada y llena hasta reventar, y en su portada, con la caligrafía recta y elegante de quien lleva la nobleza en los genes ponía Hogwarts en tinta azul. Apuntes de siete años de colegio.