Hola a todos,
Tuve que editar la historia porque había olvidado cómo publicar. Hay que hacer una serie de pasos que no son pocos, jejejejee.
Espero que estén bien y bueno, les presento mi nuevo proyecto! :)
Esta historia nos transportará hasta las entrañas de un mundo muy distinto al nuestro y al mágico. Conoceremos una nueva lucha y nuevos peligros que ojalá les entretenga.
Gracias por acompañarme.Desde ya, buen viaje!
1. Cazafortunas
Los magos y brujas caían muchas veces en el craso error de la soberbia. Siempre se creyeron superiores a cualquier criatura y aquello no les hacía muy buena fama. Los centauros detestaban a los humanos, más si los veían con una maldita varita empuñada como espada. Aquello provocaba que perdieran su ecuanimidad volviéndose suspicaces, desconfiados y violentos. La magia nunca fue motivo de admiración para ellos. Por otro lado, los elfos domésticos también guardaban rencor por años, seres denigrados al punto de tener que servirles como esclavos, de sol a sol, sin oportunidad alguna más que ser liberados gracias una roñosa prenda obsequiada. Parecía que sus días terminarían en la servidumbre eternamente.
Todo eso y mucho más estaban sobre la mesa de los temas pendientes en el Cuartel General de Aurores del Ministerio. Luego de cuatro años desde la caída de Voldemort y el encarcelamiento de muchos de sus mortífagos, el deber del ahora ministro Kinsgley Shacklebolt era la de unificar a toda la comunidad mágica, sin que faltara ni el último unicornio. No muchos estaban convencidos de ello como Alastor Moody, el viejo Auror del ojo inquieto, quien estaba seguro de que algo malo estaba al acecho.
-No sigas con eso, Alastor- le decía Nymphadora Tonks, palmoteando su hombro- Sólo es sugestión, ya no hay peligro de ningún tipo.
-La confianza no está en mi vocabulario, deberías saberlo- respondió él, cojeando hacia su escritorio.
Hubo bastante ajetreo en la intención de acabar con las diferencias entre los hijos de muggles y los de sangre pura. Fue un proceso largo, de discusiones, discrepancias y enfados, pero se consiguió por lo menos una tolerancia superior a la que se había visto nunca. Los niños seguían estudiando como siempre, no se tocaba el tema de Voldemort ni de su última batalla en Hogwarts… sólo se buscaba la forma de prolongar la paz ganada con el sudor y la sangre de muchos… había que mirar hacia delante.
Eso era lo que intentaba hacer Harry Potter. El joven mago de hermosos ojos esmeralda, tenía la esperanza de formar una vida plena, sin sobresaltos… en pocas palabras, normal. Después de cuatro años de intenso estudio, Harry, Ron y Hermione, se graduaron de la Academia de Aurores tal cual lo habían soñado alguna vez cuando pequeños. Aún no salían a su primera misión verdadera, por lo que se mantenían al borde de la ansiedad como niños esperando navidad. Los ánimos estaban expectantes a causa de la última reunión con Kinsgley. El mago de calva cabeza y arete en su oreja izquierda, no dejaba de manifestar su preocupación ante los aparecidos "Cazafortunas". Aquellos magos de negras intenciones, habían encontrado un negocio redondo en la captura de seres "inferiores" gracias a la idea de Umbridge y su Comisión para el Registro de los Nacidos de Muggles, años atrás. Eso había generado muchas traiciones a cambio de unos cuantos Galleons. Comercio tentador. Sin embargo, ya no se trataba de perseguir "sangres sucias" como muchos lo hubiesen imaginado, sino que les pagaban dinero por el tráfico de raras especies como las sirenas o los Bicornios que se vendían en el mercado negro. A pesar de que Dolores estaba encerrada bajo siete llaves en prisión, pagando por su conocida crueldad, existían todavía los desalmados que se divertían con esta nueva práctica.
Esa noche de crudo invierno, Harry estaba bebiendo en Las Tres Escobas un cálido y agradable whisky de fuego. Aún vistiendo una gruesa capa sobre los hombros, sentía cómo se le erizaba la piel gracias al frío del ambiente. El trago abrasó su interior y pidió a Madame Rosmerta otra ronda con una sola seña. La bruja le obedeció con cierto recelo al verlo un poco ebrio. Entre sus dedos, el chico jugueteaba con un anillo de brillantes que había comprado para una mujer a la cual no tuvo el valor de acercarse luego de haber terminado con ella. Ginny Weasley. Aquella pelirroja de mirada profunda y belleza cándida, había ocupado su mente por completo idealizando una vida tan perfecta juntos que el miedo lo recorría como sangre en las venas. No supo por qué no tuvo el valor de pedirle matrimonio en el preciso instante en que había derrotado a Voldemort, por qué no corrió a sus brazos para levantarla del suelo, dichoso de que todo hubiese terminado al fin. No, no lo hizo. Por el contrario. Necesitó espacio, un tiempo de sosiego para ordenar sus ideas, aclarar la mente y sólo pensó en volver a Valle Godric con sus dos mejores amigos para visitar a sus padres una vez más.
-Deben sentirse orgullosos de ti, Harry- le susurró Hermione, abrazándolo por la cintura. El ojiverde sonrió y le correspondió la caricia tal cual lo había hecho antes, abrazándola por los hombros.
-Lindo adorno floral, compañero- comentó Ron al ver la guirnalda que la castaña había hecho aparecer en la primera visita al camposanto. Harry hizo un gesto para darle el crédito a su amiga a su lado. Ron alzó las cejas entendiendo en el acto- Sí que tienes talento para esto de la decoración, Hermione… definitivamente.
-Gracias…
Ahora, sentado en la barra de Las Tres Escobas, había vuelto por tercera vez rechazado por la pelirroja ante su proposición de matrimonio en menos de dos meses. Otra vez estaba mirando aquel anillo entre sus dedos y no puesto en el que debería lucir… orgulloso y pomposo. Harry sabía que Ginny estaba dolida por el tiempo de distancia que dejó pasar y por eso lo rechazaba, pero con veintiún años aún se era bastante joven, por lo tanto, la esperaría hasta que el enfado la dejara de consumir. "Sí, debe ser por eso", se convencía el moreno llevándose a los labios un nuevo sorbo de whisky.
-Aquí estás- la voz de Hermione lo sacó de su ensimismamiento- Estuve buscándote por todos lados.
-Sí hubieses buscado por todos lados, me habrías encontrado antes- dijo Harry encogiéndose de hombros. Cuando hacía ese tipo de comentarios ácidos era porque ya el alcohol estaba haciendo un leve efecto. La castaña lo miró seria reparando en el anillo de compromiso frente a él.
-¿De nuevo dijo que no?- preguntó con hastío. El aludido asintió bebiendo el resto de licor de un sólo trago- ¿Piensas proponérselo una cuarta vez?
-Sí… - dijo casi como un reflejo. Hermione rodó los ojos- Pienso hacerlo veinte veces si es necesario, hasta que me acepte.
-¿Por qué te haces esto?- le reprochó su amiga apoyándose en la barra- Mírate… sólo estás maltratándote… ¿Qué quiere Ginny de ti?
-No lo sé… ¿Qué quería Ron de ti antes de que terminaran?- replicó Harry sin pensar. Al instante se arrepintió de haber tocado ese tema. Hermione se dio media vuelta con la intención de dejarlo solo en el bar junto a su pesadumbre pero el ojiverde la detuvo de la muñeca.
-Lo siento, lo siento… no quise ser un cretino- dijo con humildad. Estaba consciente de que estaba descargando su frustración en la persona menos indicada y la chica lo miró ceñuda- Lo siento… no te vayas.
-Está bien, pero déjame aclararte que Ron y yo no "terminamos" porque no había nada qué terminar.- señaló Hermione alejando la copa de su dueño como si fuese el causante de todos sus males- Un beso e insulsas indirectas no comprometen a nadie. De acuerdo, vamos a la mansión… necesitas un café bien cargado.
* * *
"¿De dónde demonios habían salido esos humanos con claras intenciones de perturbar la paz? ¿Acaso se habían sumergido en las aguas del Mar Egeo sólo para joder con sus nefastas varitas y clásica insolencia? ¿Qué derecho tenían? ¿Por qué?"... Todas esas preguntas atacaron la mente de Ciro, el líder de las sirenas y tritones que habitaban en las profundidades de las aguas griegas. Con su largo cabello verde ondeando al ritmo de la marea, apretaba entre sus manos su fiel tridente dorado. Defendía su ciudad acuática junto a varios de los suyos, luchando furiosamente contra esos magos que sólo deseaban capturar a todos lo que pudiesen por dinero. Arrojaban lazos de fuerte color fosforescente, atándolos como si se trataran de un ganado dentro de un corral. Ciro cortaba las amarras con desesperación, liberando a los apresados y gritándoles que se alejaran de allí sin miramientos.
-¡Llévense a los pequeños!- ordenó el líder en su hermoso lenguaje. Las sirenas intentaron obedecerle, pero se vieron rodeadas en poco tiempo de varios magos oscuros.
Algunos de esos malintencionados quedaban embelesados con su belleza. A diferencia de la gente del agua que vivía en Irlanda o Escocia, la de Grecia era espléndida en gracia y hermosura. Las sirenas tenían una piel blanca, lisa como piedra de río, ojos penetrantes cercados por largas pestañas. Las colas de pez que nacían desde sus perfectas caderas, parecían un tobogán de escamas de indefinido color tornasol. Sin duda, los magos se vieron intimidados como al mismo tiempo, maravillados con su idioma y fineza. No obstante, la codicia era mucho más despiadada haciéndolos actuar con brutalidad.
Uno de los indeseables invasores cogió a una de las sirenas por los brazos causando que varios tritones se abalanzaran contra él pero antes de detenerlo, los rayos de los hechizos enemigos los aturdieron sin poder esquivarlos. El Cazafortunas había logrado retener a una de esas escurridizas y costosas especies apresándola con todas sus fuerzas mientras ésta agitaba su bella cola para escapar. Cuando las lágrimas de esa sirena se fundían con el agua salada del mar, la embestida de un tridente dio al mago en su costilla obligándolo a soltarla por fin. Su gemido de dolor fue amortiguado por el agua y encerrado dentro de cientos de burbujas escupidas por su boca. La sangre no tardó en brotar como humo rojo hacia la superficie. Aquel agresor había sido Arsen, un tritón de fuertes brazos, manos grandes y largo cabello dorado. Era el mejor guerrero y mano derecha del rey Ciro.
-Maldito humano- blasfemó retirando su tridente de la carne viva del mago e indicándole a la sirena que huyese con las demás- ¡Hay que buscar refuerzos!
-¡No podemos abandonar nuestra ciudad, es lo único que tenemos!- le respondió Ciro, lidiando con la lluvia de maleficios que le caía encima.
Arsen nadó con rapidez para espolear a los intrusos fuera de los terrenos pero sólo consiguió demorar un poco su cruel cometido. Eran demasiados y muy hábiles. Todos ellos habían consumido Branquialgas, moviéndose diestramente beneficiados por las membranas que unían sus dedos y aletas en los pies. El tritón para su espanto, vio cómo eran capturadas un par de sirenas, entre ellas su hermana Fedora. Trató de acudir en su ayuda pero fue detenido por decenas de cuerdas luminosas que lo aprehendieron por el cuello y las muñecas. Se revolvía como potro salvaje. Sí que pagarían buen dinero por ese estupendo ejemplar que era él: Grande, hermoso, perfecto… Todo un espectáculo para las miradas inescrupulosas de los humanos que lo comprarían. "¡Arsen, auxilio!", gritaba su hermana a lo lejos al mismo tiempo que el aludido gruñía tratando de zafarse. Con impotencia veía cómo las secuestraban, cómo las llevaban poco a poco hacia la superficie hechizándolas para que dejaran de defenderse. Algunos de los magos, las amarraban como si hubiesen logrado la pesca del día sin disimular el brillo de ambición en sus ojos.
-¡Déjenlas ir!- vociferaba el tritón forcejeando incesantemente. No obstante, para oídos de los Cazafortunas, eso sólo fue un sonido inentendible.
La mansión de Grimmauld Place se había convertido en la guarida de Harry. No quiso irse de ese lugar gracias a los recuerdos que contenía cada uno de sus muebles y rincones. Con esfuerzo, él y sus amigos la habían mejorado bastante. Reconstruyeron algunas habitaciones que se caían a pedazos, limpiaron a fondo y Hermione consiguió, luego de meses de estudios y perseverantes intentos, remover el retrato odioso de la madre de Sirius. En uno de los libros de la biblioteca de Hogwarts, gracias a la buena voluntad de McGonagall, la castaña pudo descifrar la manera de sacarla de su eterna pared de concreto. "Donde hay varita hay una manera", citó de forma sonriente aquel día cuando todos la miraban sorprendidos a causa de su proeza…
-Gracias…- dijo Harry mientras le recibía a su amiga una taza de humeante café negro recién hecho. Hermione se sentó frente a él en la mesa de la cocina, observando sus gestos como si en cualquier minuto su rostro se cayera a pedazos- Estoy bien, no te preocupes.
-¿Seguro?- preguntó la muchacha y el moreno asintió.
Una de las cosas que no resultaba difícil entre ellos era platicar de cualquier cosa con tal de no pensar en los problemas. Fue una práctica que afinaron con el tiempo y Hermione pensó que ése era el instante apropiado para llevarlo a cabo. Comenzó a recordar los días de escuela, el día en que el Troll ayudó a que su amistad se iniciara, rieron de esa vez en que Ron escupió babosas y de cómo Crookshanks lo ponía de mal humor. Evocaron la increíble noche en que volvieron en el tiempo para rescatar a Sirius comprendiendo que había sido un momento muy intenso para sus cortos trece años de edad. Harry rió de buena gana gracias a la conversación. Bebió del café amargo para espantar su modorra y ebriedad, entendiendo que era más la compañía de su mejor amiga lo que lo mantenía con los cinco sentidos alertas. Ella sabía perfectamente qué era lo que necesitaba.
La lluvia en el exterior sólo fue notada por el repiqueteo de las gotas en los marcos de las ventanas. Hermione preparó algo de comer y continuaron charlando. Harry no pudo sentirse más a gusto. Habían pasado varios días desde que no sonreía espontáneamente ni olvidaba los malos ratos que lo aquejaban. Pasaba las noches en vela recordando las palabras inciertas de Ginny cada vez que le proponía matrimonio…
-¿Por qué no quieres casarte conmigo?
-No es que no quiera… es que aún no te das cuenta, Harry…
-¿Darme cuenta de qué? Yo te quiero- esa afirmación más que generar seguridad en el semblante de la pelirroja dibujaba tristeza y cierta molestia.
-No… debes tomarte más tiempo para que lo entiendas como yo.
¿Qué quería decir con eso? ¿Entender qué? ¿Es que acaso ya no sentía lo mismo por él? ¿Por qué no podía ser feliz con ella?... El cambio de su alegre ceño a uno más taciturno hizo que Hermione apretara los labios de angustia. Pudo saber con certeza que estaba recordando algo negativo. No quería verlo deprimido, aquello le partía el corazón en miles de trozos. Podía salvarlo en cualquier situación de riesgo, de peligro… pero se sentía extremadamente impotente cuando no podía salvarlo de sus propios pensamientos, salvarlo de sí mismo.
Estuvieron en silencio durante varios minutos. Ambos jóvenes se acompañaban sin desear abandonar esa mesa porque parecía ser un abrigo confortable. La tranquilidad que se respiraba al interior de esa casona era apabullante y se miraron buscando la manera de ser honestos, de no fingir sus miedos ante el otro porque era inútil tratar de hacerlo… simplemente se conocían demasiado. Hermione estiró su mano para que el joven del cabello oscuro se la tomara y así lo hizo. Entendía tanto al ojiverde en su incertidumbre que quiso decirle muchas cosas que pudiesen brindarle consuelo. No comprendía por qué Ginny no lo aceptaba, Harry era un hombre con el cual cualquier mujer quisiera estar, sobre eso podía apostar a ojos cerrados.
-Ya verás que todo saldrá bien- dijo por fin la castaña en su voz delicada, casi íntima. El ojiverde la miró comprendiendo que cuando lo decía ella podía estar seguro de que así sería. Le regaló una amplia sonrisa.
-Si tú lo dices… lo creo- respondió consiguiendo que Hermione bajara la vista algo ruborizada- No entiendo cómo Ron no se atrevió a tener algo contigo… - esa declaración produjo un brinco en medio del estómago de la aludida. Negó nerviosa, soltando la mano de Harry para apartar un mechón de su cabello tras el oído.
-Creo que el alcohol te afectó más de lo que pensábamos.
-No, lo digo en serio… - la chica volvió a mirarlo sin palabras, para luego agradecerle con un débil asentimiento de cabeza.
-Y yo no sé por qué Ginny todavía no acepta casarse contigo… debe ser cosa de Weasleys ¿no?- el muchacho rió encogiendo los hombros. Como un gesto aprendido a la fuerza, sacó de su bolsillo el anillo rechazado varias veces para mirarlo entre sus dedos. Hermione retomó la palabra- Pero tranquilo… ya te dirá que sí. Sólo está asustada.
-¿Crees que le guste la sortija?- preguntó Harry.
-Estoy segura que sí- la confirmación de su amiga trajo una dosis de tranquilidad a sus ansias y en ese momento fue él quien tomó la mano de Hermione.
-¿Puedo? Quiero averiguar cómo se ve puesto en un dedo femenino- la chica no pudo negarse a pesar de saber que traía mala suerte… pero a su parecer: ¿Qué más mala suerte podía tener a esas alturas con respecto al amor?
Harry colocó el anillo de brillantes lentamente en el delgado anular de su mejor amiga, notando que le quedaba un poco suelto pero verdaderamente hermoso. La blanca tez y elegancia de su mano acompañaban de forma armoniosa a la joya. Realmente dio la impresión de que había sido diseñado para ella. El moreno sonrió estrellando su mirada con la de Hermione conociéndola bajo otra perspectiva. Se veía diferente. Madura, sabia e infinitamente más bella. No pudo dejar de observarla como un artista a su obra maestra.
Sin una razón coherente el corazón de la joven bruja comenzó a latir con mayor fuerza. Miró su mano vestida con escarcha y no pudo sino admitir que el anillo era más hermoso de lo que ya lo había visto. Quedó hipnotizada soñando que era suyo, que era su momento, su noche y que Harry era su… un segundo… no, no… eso no estaba bien, ¿Qué diablos estaba imaginando?... La castaña se quitó la sortija como si le quemara el dedo y se lo devolvió.
-De seguro le encantará- dijo secamente, desviando la mirada hacia un recodo lo más lejos de su amigo. Él no supo qué decirle al verla tan incómoda. No obstante, perversamente le gustó incomodarla de esa forma, el rubor que teñía sus mejillas la hacía parecer una niña descubierta en una travesura. Sencillamente no podía quitarle la vista de encima por lo linda que se veía.
-Ya encontrarás al hombre que sea digno de ti, Hermione.
-Sí…- le contestó, descuidada y algo fastidiada- pero mientras tanto, prefiero no pensar en ello.
Esa respuesta flotó como humo denso. Harry la observó con mayor intensidad buscando quizás una corrección a lo recién dicho por ella. La joven, esa vez, no le negó la mirada recibiendo su atención por completo. Parecía que había algo qué decir en ese prolongado minuto pero ninguno sabía qué. Existía la misma expectación que en una canción… cuando se espera la entrada de la letra en el acorde preciso. El moreno recordó el beso entre ella y Ron en medio de la batalla contra Voldemort, llenándose de dudas que no se había planteado antes… ¿Por qué ese arrebato por parte Hermione? ¿Por qué besarlo justo en aquel instante? ¿Fue a causa de esa atracción que supuestamente se tenían? ¿O fue debido a lo que dijo su amigo sobre salvar a los elfos domésticos? ¿Y si lo hubiese dicho él en cambio, lo habría besado en lugar de a Ron?... Harry sacudió levemente su cabeza, al parecer el trago hizo más estragos en su cabeza de lo que había imaginado.
De pronto, la aparición de un Patronus con la forma de un lince iluminó todo a su paso, la forma que caracterizaba a Kinsgley Shacklebolt atravesó la estancia interrumpiendo la plática de los jóvenes. La voz del Ministro resonó en el interior de la mansión como un trueno: "Hay serios problemas, todos los Aurores deben presentarse en el Cuartel General de inmediato"… Harry y Hermione se miraron uno al otro sin disimular su rostro de extrañeza, debía ser algo muy grave para que el mismo Kingsley los llamara a través de su Patronus.
Salieron estrepitosamente de la mansión Apareciéndose cerca del callejón a un costado del Ministerio, sin mucho cuidado de no ser vistos. Al llegar hasta allá, tropezaron con varios compañeros de labores que dibujaban el mismo semblante dubitativo. Hacía mucho tiempo que la comunidad estaba en paz y pensar en algo que la perturbara resultaba casi inverosímil. Sin embargo y tal como Moody les había enseñado, ni Harry ni Hermione quisieron confiarse demasiado. Se turnaron para ingresar por los escalones que conducían hacia el sucio baño público subterráneo, entraron ordenadamente y luego de un instante salieron por una de las chimeneas ubicadas en el Atrio. Había bastante ajetreo para tan altas horas de la noche.
-¿Qué sucedió?- preguntó de repente la voz de Ron, quien se les unió corriendo a un lado del ojiverde.
-No lo sé… Kingsley sólo dijo que debíamos venir enseguida- dijo éste sin detenerse. Hermione, por otro lado, aún estaba algo mareada tras el momento en que su mejor amigo le había calzado el anillo. Aún lo sentía puesto en su dedo y prefirió dejar de pensar estupideces para prestar atención al camino frente a ella o se estrellaría contra un muro.
Nadie sabía el por qué de la asfixiante tensión en el Cuartel General. Muchos magos iban y venían, unos se abrigaban, otros repartían entre ellos algo que parecía hierba lánguida gritándose instrucciones. Fue entonces cuando el Jefe de los Aurores se plantó enfrente de los recién llegados para completar el escuadrón. Su rostro esbozaba gravedad y aquello no pasó desapercibido para nadie. Les informó con palabras atropelladas que un grupo de magos codiciosos se dedicaba a la captura de criaturas mágicas sólo por dinero y deporte. Habían recibido una lechuza urgente desde las autoridades griegas donde pedían ayuda con cierta situación escabrosa que estaba ocurriendo en el Mar Egeo. Los oyentes se miraron entre ellos frunciendo el ceño… ¿"Cazafortunas"? ¿Quiénes eran ellos?... Harry se imaginó lo valiosos que debían ser ciertas especies para que llegaran al extremo del tráfico dentro y fuera de la comunidad mágica. Si el lugar en conflicto era allá, entonces entendió en el acto qué eran esas hierbas que repartían como pan durante una cena.
-Debemos prestar apoyo en Grecia- informó el mago a cargo- Hemos administrado una ración de Branquialgas para todos, por lo tanto, ya deben suponer que el escenario en donde nos internaremos será precisamente bajo el agua. Estos melindrosos se dieron el trabajo de sumergirse para capturar sirenas y tritones y debemos detenerlos.
Hermione, al oírlo, se cubrió la boca con ambas manos sin poder creerlo. Ron perdió los colores del rostro y Harry apretó la mandíbula recordando lo que era estar a metros de profundidad; pero una cosa era en el Lago Negro, con la seguridad de que Dumbledore estaba alerta en caso de cualquier emergencia, otra muy diferente era estar en medio de la vastedad misteriosa y penumbrosa del los rostros de los Aurores se podía distinguir muy bien el nerviosismo y la incertidumbre. Luchar bajo el océano no era un escenario alentador para nadie. Sobretodo sabiendo que las Branquialgas no tenían una duración extensa como se anhelaba en esos momentos. Harry, más experimentado que sus amigos, conocía la sensación de esas hierbas en el cuerpo. A pesar de saber que podría respirar agua a través de futuras branquias tras los oídos, una corazonada lo mantenía intranquilo. Algo malo sucedería y le restaba respiración en cada bocanada de aire… ¿Quiénes eran esos Cazafortunas? ¿Por qué alterar la paz de una comunidad mágica recientemente agitada por tiempos turbulentos? ¿Acaso comenzaba una nueva guerra?
Los magos formaron varios grupos donde cada uno cogió un Traslador con destino a Grecia. El trío de amigos quedó en el mismo clan tocando la bota vieja y roñosa sobre el escritorio del Ministro. Luces y colores los envolvieron en pocos segundos como también la desagradable sacudida del viaje. Luego de un instante que pareció eterno, el despacho de Kingsley había desaparecido ante sus ojos para revelarse la hermosura de las costas extranjeras. La luna llena colgaba sobre el agua dejando caer su brillo fundido por las ondas de la marea. El cabo Sunión se desplegaba perfecto, delineado por el cielo añil y presumiendo su historia en el esqueleto del templo sobre su cúspide. Hermione quedó embelesada. Se preguntó cuánta magia espléndida había residido en aquella civilización antiquísima, cuánta perfección debió existir en sus hechizos para crear tal sobrecogedor escenario, donde hasta el más soberbio se encogía humildemente. A orillas de la quebrada, Alastor Moody miraba la vastedad del océano con su ojo inquieto. El viento ondeaba su capa y volteó hacia el grupo de magos. Miró a todos sus compañeros ya dispuestos a luchar, al tiempo que las luces de los maleficios atravesaban el azul profundo como relámpagos contenidos. La batalla entre los Cazafortunas y tritones se estaba desatando con demasiada intensidad. El sonido de varios chasquidos de Apariciones reemplazó el murmullo de la noche. Cinco magos griegos se unieron al apoyo internacional informando de los recientes detalles. Nymphadora Tonks comprendió su desesperación: el escaso personal mágico de esa región resultaba alarmante.
-¡De acuerdo, atención! ¡A la cuenta de tres comeremos las Branquialgas!- ordenó Ojoloco- ¡Una vez sumergidos, quiero que trabajen en conjunto! ¡Nada de Maleficios Imperdonables! ¡Sólo debemos desarmar y capturar! ¿Está claro?- todos asintieron con determinación. Harry miró a sus mejores amigos casi por instinto. Quiso dividirse en dos y acompañarlos en las profundidades hombro con hombro, pero lógicamente era imposible. Tuvo que convencerse de que todo saldría bien, ambos eran excelentes Aurores a pesar de la poca práctica que tenían a su haber. Debía aprender a confiar.
Cuando el viento se alzó fresco e insolente, Alastor dio la señal y el grupo completo tragó las hierbas encerradas en sus manos. Su sabor amargo les raspó las gargantas hasta terminar su recorrido hacia el estómago. Su efecto inmediato les cerró los pulmones herméticamente para luego sentir las rajaduras de las branquias nacientes a cada lado del cuello. Estas pedían agua de manera famélica y por reflejo, los magos se lanzaron en picada desde donde estaban hasta el mar a metros de distancia. Al zambullirse, la exquisita frescura los liberó de la presión en sus cuerpos respirando agua a todo lo que les daba la caja torácica. Ron y Hermione estaban sorprendidos de sus extremidades. Entre sus dedos una delgada membrana los unía en forma de aletas y palmoteaban libremente para avanzar a largos trancos. Resultaba increíble la agilidad que se adoptaba en ese ambiente acuático.
Aún con la oscuridad reinante, los jóvenes pudieron vislumbrar hechizos coloridos viajando por doquier. Algunos chispazos rebotaban en las rocas aledañas teniendo que nadar hacia diversos puntos para cubrir el mayor espacio posible. Harry pudo ver sin problemas cómo cientos de sirenas eran amedrentadas por un sinfín de Cazafortunas, tan astutos como pescadores. El moreno se impresionó por la verdadera belleza de esa Gente del Agua. Abstraían con sus movimientos e hipnotizaban con los sonidos armónicos provenientes de sus gargantas. Los tritones, musculosos y de largos cabellos sedosos, luchaban con sus tridentes empuñados mostrando una gracia casi celestial. Los magos invasores los aprisionaban con maleficios desde sus varitas o cuerdas luminosas que enlazaban para dominarlos… "¿Hasta qué punto puede llegar la codicia?", se preguntó Harry, sintiendo una angustia abrumadora.
Los Cazafotunas, por otro lado, repararon en la llegada de la orden mágica atacándolos con la esperanza de dar en el blanco. Las sirenas que consiguieron capturar, eran llevadas hacia la superficie para escapar con un botín importante entre sus redes. Aquello lo vio Tonks y Hermione justo a tiempo. Ambas, ágiles como bien se les conocía, impidieron el secuestro cortando las cuerdas que sujetaban a las hermosas criaturas. Sobre la misma, contraatacaron al enemigo logrando dispersarlos en su cerrada línea ofensiva. Sin embargo, un Cazafortuna ató porfiadamente a una de las sirenas más hermosas del clan marítimo. Era Fedora, la hermana del mejor guerrero de los tritones, Arsen. La bella criatura de ojos violetas, gritaba en su lenguaje algo que nadie lograba entender. Hermione apretó sus dientes para nadar hacia ese maldito insistente que tiraba de ella como si fuese un perro. Harry, luchando a una distancia considerable, distinguió a su mejor amiga esquivando los hechizos y decidida a intervenir en la cacería. Un par de Cazafortunas ataban a un tritón enorme que se revolvía contra los amarres buscando liberarse. Trató de gritar hacia la castaña que no fuese sola, pero su voz salió encerrada en burbujas titilantes. En medio de esa confusión, Tonks intentó dar una mano a Hermione pero lo asertivo de un hechizo la impactó de lado dejándola aturdida y flotando a la deriva cual bolsa de plástico.
Fedora daba una gran pelea para evitar ser secuestrada. Agitaba su delicada cola tricolor y movía sus brazos apresados por gruesas cuerdas a la altura de las muñecas. Llamaba a su hermano una y otra vez mientras que el aludido era arrastrado por sus captores con la misma violencia. "¡Arsen!", le gritó también Ciro, quien llegó con la clara intención de ayudarlo; sin embargo, los rayos de los maleficios dieron justo en el centro de su pecho sin darle oportunidad de atacarlos con su tridente real. Hermione, nadando con todas las fuerzas que poseía en sus brazos y piernas, asistió a Ciro al primer momento. Lo apartó del fuego cruzado hacia unas rocas y tocó su pulso por el cuello. Por fortuna, estaba vivo. La castaña apretó la varita en su mano dirigiéndose hacia los invasores que insistían en atentar contra la población marina. Lanzó un "Reducto" que cortó las cuerdas que ataban a Fedora mientras que al mismo tiempo, desarmó a los dos Cazafortunas que la habían sujetado. Estos escaparon hacia la superficie al verse superados y la sirena nadó hacia la ciudad sumergida. Al voltear hacia el tritón, la joven Auror se sorprendió de la belleza que éste desplegaba. Era un ejemplar tan maravilloso que tardó unos segundos en reaccionar. Un hechizo rozó a Hermione por una de sus sienes y ella devolvió el rayo cortando las cuerdas en las muñecas de Arsen. El tritón quedó perplejo con la habilidad de aquella humana. Comprendió que no todos eran unos sanguinarios después de todo. No conocía mucho de esa especie terrestre, siempre fue receloso con respecto a ellos manteniendo distancia. Le sonrió débilmente en modo de agradecimiento hasta que durante una fracción de segundo, un maleficio cruzó las aguas para dar justo en la espalda de la muchacha. Aquel destello atravesó su delgado cuerpo, saliendo por su pecho como humo blanco. Sus movimientos quedaron atrofiados al instante.
Harry y Ron repararon en ese ataque cobarde contra su amiga y nadaron hacia ella. No obstante, ambos fueron apresados por el tobillo siendo entorpecidos en su intención de ayudarla. El moreno braceaba desesperado, viendo cómo Hermione caía lentamente hacia el fondo del océano convirtiéndose en la más horrenda escena en cámara lenta de su vida. Abría la boca sintiendo la impotencia terrible de no ser escuchado en sus alaridos de auxilio. Paseó la vista buscando a Tonks pero advirtió que también estaba aturdida flotando sin destino. Giró como un pez, viendo que uno de los Cazafortunas los mantenía amarrados para evitarles seguir luchando. Aquello le inyectó ácido en la sangre y en vez de lanzarle un hechizo, nadó hacia él para tomarlo por el cuello. Con una fuerza desmedida, lo lanzó hacia una roca de puntas desiguales logrando azotarlo en toda su espalda. Ron lo miraba con los ojos desorbitados. Nunca había visto en Harry ese tipo de comportamiento.
Todas las sirenas que habían sido liberadas, nadaron de regreso a su ciudad bajo las claras gesticulaciones de Alastor Moody. El mago, avisado por su ojo mágico, nadó para socorrer a Tonks sintiendo que algo no andaba bien. Buscó por los alrededores al trío de amigos sin hallarlo y el hielo del presentimiento congeló su columna vertebral. Los Cazafortunas menos experimentados en la lucha, fueron detenidos por los Aurores mientras que los otros huían como hienas asustadas. Ya la batalla en el Mar Egeo había terminado como también poco a poco lo hacían las Branquialgas en el sistema. Luego de un enfrentamiento de casi cincuenta minutos, algunos volvieron a tierra firme con los arrestados inconscientes, y otros aprovechaban los minutos restantes para cerciorarse que todo estuviese bajo control. Sin embargo, entre el reconocimiento, notaron al rey de los tritones herido entre unas rocas. El Jefe de los Aurores griego lo distinguió enseguida luego de años de entablar buenas relaciones entre la comunidad mágica y la de agua. Lo ayudaron a incorporarse devolviéndole la consciencia a punta de varita. Ciro abrió sus hermosos ojos de color nácar para ver a su alrededor a varios humanos que lo miraban preocupados. La pelea había finalizado. Les agradeció la pronta ayuda admirando su ciudad de oro al fin libre de peligro. Nadó de regreso en busca de Arsen, su brazo derecho.
Por otra parte, a metros de distancia, Harry y Ron nadaban hacia el espacio cavernoso en donde Hermione había caído lentamente. Sólo la negrura de una profundidad indefinida se presentó ante ellos sin ver ni rastro de la castaña. Harry perdió los estribos y pateó el agua yendo hacia ese hueco insondable. Su pelirrojo amigo lo detuvo a medio camino empujándolo por los hombros. "Debo ir por ella", decía Harry a través de gestos, Ron lo entendió perfectamente: "No podrás volver, el efecto de Branquialgas se acaba", le respondió del mismo modo y al dilucidarlo, el agua comenzaba a sentirse espesa y las membranas a desaparecer paulatinamente; pero a Harry no le importó, volvió a nadar hacia la profundidad penumbrosa con testarudez sintiendo que las branquias se cerraban en su cuello y sus fosas nasales hacían lo contrario. Ron lo jaló hacia la superficie tratando de que entrara en razón. El ojiverde intentó desasirse de la mano de su camarada y entre el forcejeo, el anillo de compromiso que guardaba en su bolsillo se salió para perderse entre las algas. Parecía una estrella brillando hasta el fondo. Asombrosamente a Harry tampoco le importó aquello. La joya junto con su motivo podía irse al carajo en ese minuto. Modulando un "Ascendio" lo más claro posible, Ron los expulsó a ambos radicalmente fuera del agua hasta las orillas del Cabo Sunión. Al caer a tierra sin delicadeza alguna, vieron que eran los últimos en salir a la superficie tosiendo agua.
-¡Por Merlín! ¡Por fin están aquí!- vociferó Ojoloco- ¡Pensé que habían tenido problemas…!
-¡Hermione sigue allí!- gritó Harry, feliz de poder escucharse otra vez. Expulsó el resto de agua que entró deliberadamente a sus pulmones y se puso de pie de un brinco- ¡Hermione fue herida, debemos volver por ella!- Tonks, saliendo del mareo de su aturdimiento, se mostró completamente espantada. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Una hora ya?... El efecto de las Branquialgas debía estar declinando. Sólo contaban con un par de minutos para encontrarla.
Ya no quedaban reservas de la hierba mágica, cada Auror había agotado su ración pero a Harry aquello no lo detuvo. Sin considerar nada en lo absoluto, corrió hacia la orilla del risco y se lanzó de cabeza hacia el mar nuevamente como un clavadista. Ron, Tonks y Alastor lo siguieron, mientras los otros acataron la orden de Ojoloco de llevar a los detenidos a Azkaban cuanto antes. Como alguna vez lo había hecho Cedric Diggory y Fleur Delacour en el Campeonato de los Tres Magos, los cuatro Aurores encerraron su nariz y boca en una burbuja de aire que les daría el tiempo suficiente para hallar a Hermione. Harry se sumergió y lo que vio hacía unos minutos, atestado de rayos y confusión de batalla, estaba de pronto desierto, cubierto de un silencio marino casi irritante. En las hondonadas de ese océano inmenso, ninguno de ellos lograba ver la silueta de la joven perdida. Buscaron durante los minutos horribles en que las Branquialgas aún proporcionaban algo de vida sin aire… al cumplirse la hora, la búsqueda se tornó exasperada. El moreno nadaba mucho más lento que cuando gozaba de membranas y aletas, empujaba el agua con sus palmas humanas considerándolas tan inútiles que gruñía frustrado. Al saber que llevaban más de cuatro minutos de atraso, liberó un gemido doloroso que no fue escuchado por los demás. Irónicamente, en esa oportunidad le dio gusto no poder ser oído bajo el mar.