Disclaimer: nada de esto me pertenece, solo es una interpretación de FF VII sin ningún ánimo de lucro.
BAJO LAS AGUAS
Los delicados árboles se erguían sobre sus resplandecientes caparazones vacíos. A pesar de que desprendían la misma luz plateada que la luna, hacía siglos que sus raíces se habían secado. Ni una sola hoja pendía de las elegantes ramas, dejando los troncos desnudos, aunque dignos, en su solitario recuerdo de un pasado mejor.
El aroma del suelo, privado del hálito de la vida, sabía a antiguo. Hacía eras que nadie pisaba los caminos empedrados, arañados por el viento, la lluvia y el tiempo. Los recuerdos hacían escuchar su cristalino eco en las abandonadas casas, en cada vano en el que había habido una puerta, en cada elemento que una vez fue elaborado por unas manos hábiles y que acabó convertido en polvo. Aun así, sus recuerdos dejaban escapar sus voces, que no llegaban a formar frases coherentes y se perdían en el olvido antes de que su significado pudiera ser comprendido.
La Ciudad Olvidada tuvo un nombre que el tiempo se llevó consigo, como todo lo que alguna vez significaron los Cetra. Fue una ciudad en consonancia con la naturaleza y sus habitantes construían sus hogares a imagen y semenjanza de esta, esperando hacer una ofrenda a la madre Gaia. En las casas con forma de concha se podía escuchar el canto del mar, tan bajo que había que esperar a estar dormido para sentir la marea ascender y descender, las olas acariciar la piel y la arena escurrirse por encima del cuerpo con el suave aliento de la brisa.
La viajera se detuvo en la encrucijada de caminos. Había regresado al hogar de sus ancestros.
Abrumada Aerith parpadeó para reprimir las lágrimas.
Sí, había conseguido llegar. Por fin sus manos podían dejar que la tierra se filtrara entre sus dedos y sus pulmones reconocían la esencia que flotaba en su memoria desde que dejó atrás a su madre. Sus ojos viajaban de un hogar a otro con admiración y el corazón se le engrandecía al sentir bajo sus manos la piedra de las paredes en las que sus antepasados disfrutaron de la vida.
Pero la alegría se empañó de una honda e hiriente tristeza que le aguijoneaba el pecho sin compasión.
El vestigio de la raza más impresionante que amó a Gaia quedaba reducido a su persona. La confirmación de que todo lo que ella representaba había desaparecido de la faz del Planeta la dañó con más fuerza que lo que habría hecho una espada al morder su piel.
Con ella morirían los Cetra.
Escuchó la voz de Gaia. Percibió las esencias aguardándola, ofreciéndole sus últimas fuerzas. A pesar de la tristeza, una trémula sonrisa asomó a sus labios.
—Gracias.
Sus pasos se dirigieron por sí solos en la dirección correcta y recorrieron el camino que la llevó hasta el lugar al que Gaia le había indicado. Se situó bajo la obertura circular del pequeño templo y sintió que una luz cristalina, acuosa, caía sobre su rostro. Sonrió, más calmada.
—Sí, ya me encuentro mejor —asintió.
Respiró hondo y se arrodilló. Luego, con delicadeza, soltó el enganche que sostenía la materia que su madre le había entregado antes de morir y la sostuvo entre sus manos.
—Ya lo entiendo, mamá.
Cerró los dedos en torno a la suave superficie de la materia, que reposó contra su pecho, y sus párpados bajaron lentamente. Sus labios pronunciaron una fórmula en un idioma que ya nadie sabía hablar y comenzó la misión más importante que los Cetra podrían haberle legado.
—¿La Ciudad Olvidada? Ya sois los segundos que preguntáis por ella —respondió el arqueólogo.
—¿La primera fue una chica con un vestido rosa, con trenza castaña? —preguntó Tifa aceleradamente.
—Sí, una chica muy guapa. —Sonrió el hombre, limpiándose el polvo de la cara y, en el proceso, manchándose todavía más—. Entró en el Bosque Dormido hará cosa de tres días.
Hacía más de una semana que Aerith les dejó atrás y no habían descansado más que lo indispensable por las noches. Aunque sólo Cloud y Tifa lo sabían, fue gracias a Cait que dieron con su localización. Desde su privilegiada posición en Midgar había investigado grabaciones de cientos de barcos que partieron y encontró un buque que había salido directo al continente del norte en el que una de las pasajeras firmó con el nombre de Aerith Gainsborough. Se las apañó para pasarle esa información a Bugenhagen, que se la comunicó al grupo poco después. Partieron de inmediato en un barco que realizó más o menos el mismo recorrido y, mientras tanto, Bugenhagen fue consiguiendo información sobre la Ciudad Olvidada que, por desgracia, no era demasiada.
Se trataba de una de las leyendas favoritas entre los estudiosos de los Cetra, la supuesta capital de esta antigua raza. No es que se tratara de la ciudad central de una especie de imperio, sino que, ya que los Cetra eran una raza itinerante, decidieron levantar un lugar al que poder regresar cuando necesitaran descansar, en el que pudieran reunirse y que sirviera de punto de contacto para quienes buscaban la Tierra Prometida. Se habían encontrado referencias a esta ciudad en cientos de escritos posteriores a la desaparición de los Cetra y ya que ningún investigador logró descubrir su nombre, que los Cetra debían comunicarse unos a otros por medio de la palabra, la bautizaron como la Ciudad Olvidada. Jamás se dio con su localización, a pesar de todos los yacimientos de los Cetra que se encontraron a lo largo de los siglos. Cada investigador tenía una teoría y se tendrían que explorar más de quinientos puntos diferentes si se quisiera comprobar cuál de ellos tenía razón. La mayoría había acabado por esgrimir que la ciudad debió ser destruida o que quizás los humanos construyeron encima sin darse cuenta de que eliminaban un maravilloso monumento y que, como suele pasar a lo largo de la historia, jamás saldría a la luz.
En las últimas décadas cierto estudioso retomó la teoría de que la ciudad se encontraba en el norte, quizás sepultada bajo la nieve, si bien la búsqueda no había dado resultados.
No habían ido muy desencaminados.
—¿Qué es el Bosque Dormido? —preguntó Yuffie.
Se encontraban cerca de una excavación que trabajaba con restos arqueológicos de hacía más de un millón de años. La zona estaba vallada y no pudieron ver más que carpas y gente cubierta de polvo y tierra caminando de un lado a otro, intercambiando anotaciones o diminutas y finas herramientras, entre ellas, pinceles.
—Ese bosque al norte. —El hombre señaló hacia una barrera de árboles que se levantaba no muy lejos de allí, como mucho a un par de kilómetros—. Le advertimos que era impenetrable y que no debía meterse sola o se perdería. Ella se rió y preguntó si había animales fieros. Le respondimos que no y la convencimos para que no fuera. O eso creímos. Se quedó a dormir con nosotros y, al día siguiente, había desaparecido —algo incómodo, se rascó la cabeza—. No tenemos permiso para movernos de aquí y avisamos a las autoridades del pueblo más cercano. Pero en cuanto supieron que ya le habíamos dicho que era peligroso, se negaron a arriesgarse a perder gente. Dijeron que ya estaban hartos de inconscientes trotamundos en busca de leyendas. —Se inclinó hacia ellos, algo burlón—. La verdad es que les da miedo el bosque. Parece que hay gente que regresa después de semanas vagando por dentro diciendo que les rechazaba, que parecía obligarles a salir.
—¿Y la dejasteis ir? —se indignó Cid.
—Eh…
—No hay tiempo para eso. —Tifa le pidió a Cid con un gesto que no interviniera y dijo—: ¿No hay ningún camino que ella haya podido seguir dentro del bosque?
El arqueólogo se encogió de hombros.
—Da igual a dónde vayas, porque te pierdes. Para seguir más adelante hay que dar un rodeo enorme y atravesar las montañas. Allí sí que hay caminos bien construidos para…
—Gracias.
Cloud se dio la vuelta y echó a andar a buen paso hacia el bosque.
—¡Ey! ¡Que nadie irá a buscaros si os perdéis! —gritó el hombre en cuanto se empezaron a marchar.
—No importa —le dijo Yuffie—. ¡Tenemos una mascota con muy buen olfato que nos sabrá llevar de vuelta!
Se alejaron de la excavación y Nanaki, que se había mantenido a parte, se acercó y gruñó:
—No soy vuestra mascota.
—Es que no iba a decirle que tenemos un gato-perro-león que habla…
—¡Pues simplemente no me nombres! ¡Lo prefiero a que me compares con un perro o un gato!
—Pero si debéis de ser pariente, porque aúllas y ronroneas.
—Me alegro de que algunos puedan mantener el buen humor —le dijo Cid a Vincent.
Este echó un vistazo por encima del hombro a Yuffie y Nanaki, que se habían detenido a discutir y Cid no estuvo seguro, pero le pareció que alzaba un poco la comisura de un labio.
A sabiendas de que les darían alcance con facilidad, continuaron la marcha. Cloud casi parecía tener que reprimirse para no echar a correr. Era la primera vez que obtenían una noticia de Aerith desde hacía días y le asustaba que no pudieran dar con ella en medio de ese enorme bosque.
En cuanto traspasaron el lindero, la luz se tamizó y se encontraron en un lugar mucho más verde y fresco de lo que habían esperado. En el continente del norte hacía bastante frío, pero no lo suficiente para que nevara en esa época del año. Los rayos del sol caían con fuerza y más de uno de los arqueólogos que vieron tenía la cara quemada. En cambio allí, bajo el techo de hojas, el olor a naturaleza y el fresco les puso los pelos de punta por el repentino cambio. El suelo estaba cubierto por una delicada hierba verde intensa que a veces se veía salpicada por flores que no habían visto en su vida, con los pétalos goteando lágrimas de rocío.
Cloud ralentizó el paso, examinando los aires con extrañeza que fue sustituida por una creciente emoción.
—Este sitio fue el que mostró. ¡Aerith pasó por este lugar!
A pesar de lo que les había dicho el arqueólogo, el Bosque Dormido no se mostraba agresivo o cerrado. Es más, el espacio que les brindaba era inesperadamente agradable y les permitía avanzar casi por una senda marcada por los árboles, que parecían haber delimitado un camino…
«Quizás se abrieron ante la llegada de Aerith».
Más de una vez se detuvieron, preguntándose si no habrían perdido el rumbo y si el amplio camino no sería más que un engaño. Sin embargo, aunque les costó asegurarse por el techo de hojas, según la posición del sol, la dirección que seguían era la correcta.
Estaba empezando a anochecer cuando los árboles se terminaron y un camino de planchas blancas, con los bordes levantados por el paso del tiempo, recorría una tierra oscura y descendía hacia…
—¿Qué coño es eso? —exclamó Cid.
En medio de ramas que desprendían una suave luz blanca y que se arremolinaban como si pertenecieran a un gigantesco árbol madre, extrañas construcciones calcáreas ascendían girando sobre sí mismas, enormes conchas de mar ampliadas de tamaño. También curiosas rocas gigantescas y planas, elevadas unas sobre otras, igual que nenúfares de piedra, se abrían huecos entre los árboles blancos.
Los rayos rojizos del crepúsculo concedían una tonalidad anaranjada a la Ciudad Olvidada que la llenaba de melancolía y la hacía parecer un reflejo que fuera a desaparecer de un momento a otro.
Permanecieron largos minutos admirando la capital perdida de los Cetra, a la que habían llegado con tanta facilidad después de que cientos de prestigiosos investigadores la hubieran estado buscando, que dudó incluso de que fuera la real.
El camino llevaba a la entrada de la ciudad y se dividía en tres vías principales. Para llegar a las derrumbadas conchas que, vistas más de cerca, tenían agujeros en forma de ventana y puertas, había que salirse de estas.
Sus pasos y respiraciones rasgaban el silencio que caía sobre la ciudad como un manto. No había nada más. Ni cantos de pájaros, ni de grillos, ni siquiera el silbido del viento.
Registraron la ciudad hasta que se puso el sol, sin apenas levantar la voz, y sin encontrar nada. Aunque Cloud ardía de impaciencia por seguir buscando a Aerith, la noche empezaba a caer y todos estaban agotado. Escogieron una casa-concha y se internaron dentro.
—¿Qué sería este sitio? —se preguntó Tifa entre susurros—. ¿Una especie de posada?
—Pues no creo que queden camas después de tanto tiempo —contestó Cid en el mismo tono. Ni siquiera se atrevió a encenderse un pitillo.
—Ey, ¿qué es esto?
Yuffie se había acercado a una especie de cuenco de agua que reposaba sobre un saliente de la pared. En su interior un líquido brillaba con pureza. Con los ojos entrecerrados, aproximó un dedo.
Hubo un destello.
—¡Joder! —exclamó retrocediendo, cegada.
—¿Será igual que lo del Templo? —susurró Cait—. Eso que nos dijisteis que Aerith tocó.
—Conocimiento de los Cetra —completó Cloud—. Vamos a descansar un par de horas —dijo contra su voluntad.
Pero sentía, como todos los demás, que no debían pasear libremente por la ciudad. Que no tenían derecho ni poder para hacerlo.
La casa ascendía en círculos con varias habitaciones anexas que daban a un diminuto patio interior. No había nada, excepto esos cuencos brillantes. Cloud decidió arriesgarse y también trató de sumerger la mano en el agua. Antes de que lograra ni rozar la superficie una corriente de voces inconexas, de hombres y mujeres, ascendió hasta sus oídos. Hablaban casi en murmullos y en un idioma musical del cual no comprendió ni una sola palabra.
«¿Cómo lo harían? ¿Cómo dejaban sus palabras para la posteridad?»
—¡Cloud! —le llamó Nanaki—. Vamos a cenar.
—Voy…
Echó un último vistazo al agua y sintió un peso en el corazón. ¿De qué servía aquel mensaje si, después de Aerith, nadie más podría entenderlo?
Abrió los ojos y se sentó con el corazón galopándole como si quisiera escaparse por su boca. Tardó un par de segundos en ubicarse. Se pasó una mano por la cara, perlada de sudor, y trató normalizar su respiración, pero sentía un desagradable cosquilleo en las extremidades. Sin recoger el saco de dormir, se puso de pie, pasando por encima de los cuerpos de sus compañeros.
Se asomó a la ventana. Todavía era de noche, si bien la plácida luz de los árboles iluminaba la ciudad, convirtiéndola en un hermoso cuadro de luces y sombras. Estaba paseando la mirada sin ningún rumbo en concreto cuando lo sintió.
Él le estaba observando.
Lo descubrió en medio de una de las vías principales, cerca de la encrucijada. Una figura negra en medio de la tenue luz.
—¡Sephiroth! —exclamó.
Nanaki agitó las orejas y alzó la cabeza.
—¿Qué pasa, Cloud?
Pero este no contestó, sino que se lanzó sobre su espada y salió a toda velocidad de la habitación.
Nanaki se sacudió con los sentidos alerta.
—¡Arriba!—exclamó.
—¿Qué coño pasa ahora?
—¡Cállate, Reddie, estoy intentando dormir!
—¡Es Sephiroth! —rugió Nanaki—. ¡Sephiroth está aquí!
En medio de la confusión chocaron unos con otros, buscando sus armas y preguntando a gritos qué estaba pasando. Vincent pasó entre ellos sin apenas rozarles y se dirigió hacia la salida. Cuando los demás consiguieron seguirle, vieron la figura de Cloud corriendo a toda velocidad hacia la encrucijada. En algún momento giró en redondo y siguió el camino que se internaba en el bosque de árboles blancos.
Cloud jamás se había sentido tan lento. Igual que en el sueño, tenía la impresión de que sus piernas se movían con tal lentitud que se tuvo que morder la lengua para no gritar de desesperación. No veía a Sephiroth. No conseguía pensar nada coherente, ante sus ojos sólo se aparecían Aerith y él. Sentía el terror congelarle las venas a pesar del calor de la carrera.
Casi voló entre los árboles hasta que llegó a un lago de aguas cristalinas, tras el cual se elevaba la casa en forma de concha más grande que había visto hasta el momento.
—¡Cloud! —oyó gritar a Tifa.
No se podía detener. Rodeó la estructura hasta que dio con una entrada. El pasillo se enroscaba, de nuevo, hacia lo alto. Todos sus sentidos le gritaban que tuviera cuidado, que podía toparse en cualquier momento con él. Los laterales del pasillo estaban llenos de esos platos y cuencos brillantes que levantaban sombras en las esquinas.
Lo primero que pensó fue que no había salida. Luego se percató de que en el centro de la estancia había una abertura similar a un estanque. Se asomó y vio que unas escaleras de lo que parecía ser cristal bajaban haciendo un gracioso diseño de caracol hacia una especie de cámara subterránea.
Una mano cayó sobre su hombro.
Se la quitó de un manotazo y saltó a un lado al tiempo enarbolaba la espada. Vincent le observó en silencio y Cloud, jadeante, soltó un suspiro.
—Espéranos —le dijo el hombre.
Fue a abrir la boca, pero prefirió callarse al recibir una fulminante mirada por parte de Vincent. Nanaki llegó casi de inmediato seguido por Yuffie, que aferraba su gigantesco shuriken con manos temblorosas. El resto del grupo les alcanzó poco después.
—¿Qué es eso? —se sorprendió Barret, señalando la escalera.
—Tenemos que bajar —anunció Cloud.
—¿Está él… ahí abajo? —musitó Tifa.
—Probablemente.
La joven respiró hondo y asintió con la cabeza al tiempo que apretaba los puños.
—De acuerdo. Vamos.
Cloud comprobó que los escalones, los cuales se mantenían suspendidos en el aire sin ningún tipo de sustento, soportaban su peso y empezó a descender. La luz entraba desde lo alto, distorsionada por una capa de agua. Para su sorpresa, comprendió que se encontraban debajo del lago y, de alguna manera, este no cubría lo que se encontraba a sus pies, una especie de castillo con tres torreones mucho más modernos que nada de lo que habían visto en el resto de la ciudad.
En su centro había un pequeño estanque con una capilla. Por lo demás, la profundidad del lago que los envolvía fuera de la especie de cápsula del castillo era tan grande, tan incomensurable que la negrura lo cubría todo.
Bajaron paso a paso, agradeciendo que también las escaleras desprendieran un tenue resplandor, el suficiente para no tropezar en medio de la penumbra.
Los escalones les llevaron hasta los pies de los torreones, coronados por cubiertas negras y picudas. Las entradas y la forma del pasillo eran ondulantes e imitaban el movimiento del agua. Se acercaron al borde que daba al amplio patio inundado y a la capilla. Ya que esta no tenía techo se veía que dentro había…
—¡Aerith! —exclamó Cloud.
La joven no respondió. Tifa y Yuffie también la llamaron, pero su amiga ni siquiera reaccionó.
Buscaron un acceso y dieron con un puente medio derribado que, en el pasado, debía haber dado directo a la escalinata de la capilla, que ahora se hundía en el agua.
—¡Aer...! —volvió a intentar gritar Tifa.
Cloud cruzó el puente y dio un grácil salto, que lo propulsó hasta la capilla.
Aerith estaba arrodillada de cara a él con las manos unidas frente al pecho, los párpados cerrados y una expresión de concentración. La vara descansaba a su lado, sobre el suelo. Su trenza estaba en proceso de deshacerse y parte del cabello le caía sobre los hombros.
Iluminada bajo la luz acuosa se mostraba tranquila pero seria. Sus pestañas creaban sombras sobre sus mejillas y su piel parecía de alabastro.
Sintió un profundo alivio e hizo un gesto a sus compañeros. Todo estaba bien. Captó un destello entre las manos de la joven. Extrañado, avanzó para ver de qué se trataba.
Entonces un agudo zumbido, tan fuerte que le arrancó una exclamación, le atravesó el cráneo.
En algún sitio punto de su interior sus entrañas se revolvieron de odio ante la contemplación de la Cetra. Sus dedos se tensaron, tiraron hacia la empuñadura de la Buster. Lenta, muy lentamente, su espada acabó en sus manos y se encontró cogiendo impulso para… para…
—¡Cloud!
«Tifa…»
—¡Para, Cloud, NO LO HAGAS!
La voz de Tifa penetró a través del ruido y, por un par de segundos, su mente se despejó. Tiró la espada a un lado y esta se estrelló con fuerza contra el suelo. El eco del golpe sordo resonó en las profundidades del lago.
Los párpados de Aerith temblaron y se abrieron con suavidad. Lo vio y una dulce sonrisa apareció en su rostro.
Una sombra cruzó por encima de ellos. Cloud salió de su ensueño y alzó la cabeza. Lo primero que vio fue el reflejo de la larga espada. Después a Sephiroth, que empuñaba la Masamune con ambas manos.
La espada se abrió paso por la columna de Aerith, atravesándola limpiamente, y se asomó por debajo de las costillas. El impulso de Sephiroth, que cayó a la espalda de Aerith sin levantar el más mínimo ruido, la empujó hacia delante. En el rostro de la muchacha no había dolor, no había rabia, no había miedo.
Sólo sorpresa.
La luz abandonó sus ojos con un centelleo y su cabeza se venció hacia delante. Sus manos liberaron la materia que siempre había llevado prendida del pelo. Esta rebotó por el suelo con un claro sonido de campana de cristal. Botó de nuevo y pasó al lado de Cloud. Con otro golpe cayó por las escaleras y se hundió en el agua, soltando un último destello antes de desaparecer, pues aquello no era un estanque, sino la continuación del lago en el que estaban sumergidos, y se perdió en sus profundidades.
Aerith se deslizó por la espada hasta que esta salió de su cuerpo y se desplomó.
Sephiroth no se molestó en moverse cuando un tembloroso Cloud se arrastró hasta el cuerpo de la Cetra, a la que dio la vuelta y sostuvo por los hombros. Con unos dedos que no dejaban de temblar, le acarició el borde de la cara. Se quitó los guantes para poder sentir el calor de la muchacha. Tapó la herida con una mano y apretó. La sangre siguió escurriéndose entre sus dedos.
Le apartó un mechón de la cara y el atronador silencio de la muerte se abrió paso por la confusa mente de Cloud.
Los ojos de Aerith jamás volverían a devolverle la mirada.
—Me ha sonreído —dijo con voz ahogada, los pulmones no le permitían nada más—. Hace un segundo me estaba sonriendo. ¡No puede estar muerta!
El eco de la palabra muerte resonó en los oídos de sus compañeros. Pero no escuchó su reacción. Sólo podía ver aquellos ojos opacos que ya no…
«Ya no es Aerith».
— Hemos acabado con la última —susurró la voz aterciopelada de Sephiroth en su oído—. Ahora sólo queda llegar al norte, donde nos espera la Tierra Prometida. Allí, en el cráter, Cloud.
Cuando mirara hacia atrás, Cloud creería recordar el sonido de una oleada de disparos y el destello de una materia, quizás la de fuego. Sin embargo, jamás llegó a saber si escuchó las pisadas de Sephiroth alejándose o a sus compañeros perseguirle. Sólo se le quedó la sensación de la sangre empapándole el uniforme y la frialdad que se extendía lenta, pero inexorable, por el cadáver de Aerith.
En algún momento, horas, o quizás minutos después, apartaron a Aerith de sus brazos y la recostaron en el suelo. Tifa apareció a su lado con la cara empapada de lágrimas y tan, tan pálida que parecía que fuera a desmayarse. Le acarició el rostro a su amiga y se mordió el labio inferior hasta hacerse sangre. Luego, con mucha delicadeza, cogió una de sus mano y la apretó contra sí. Primero, suavemente, después soltando desgarradores gemidos. No fue capaz de articular ninguna palabra
Yuffie se sentó delante de Aerith, tratando de secarse las lágrimas que le emborronaban la visión y musitar un par de palabras. Después se lanzó sobre Cloud, cuya mirada permanecía prendida de Aerith. Casi sin darse cuenta, Cloud posó la mano en el pelo de la chica, pero su gesto era ausente. Yuffie no pudo soportarlo más y salió corriendo.
Cid se apoyó en una rodilla y, con una expresión contrita, le cerró los ojos a Aerith. Luego negó para sí antes de levantarse y alejarse cabizbajo. Vincent se permaneció frente ella antes de dejarle el sitio a Cait, quien también guardó un largo silencio. Nanaki emitió un aullido que estremeció el corazón de Cloud para luego inclinar la cabeza y rozar con su nariz una de sus manos. Por último, Barret, apretando tanto los labios que se le habían vuelto blancos, acarició con su manaza la cabeza de la chica. Al alejarse los ojos se le llenaron de lágrimas y se detuvo al lado de Tifa, que lloraba con un grito mudo. La sujetó por los hombros y la hizo ponerse de pie. Tifa se abrazó a él tapándose la boca. Barret le dio unas palmaditas y se la llevó consigo.
Le dejaron solo con ella. No supo cuánto tiempo, pero debió de ser bastante, porque la luz que atravesaba las aguas del lago aumentó progresivamente. Después de tanto contemplarla, acabó por aceptar, en algún remoto lugar de su conciencia, que ya no la vería moverse para cambiar de postura.
No podía dejarla allí. La levantó en brazos y se quedó inmóvil, con la mente en blanco. ¿Qué se suponía que tenía que hacer?
No había nadie a quien preguntar. ¿Tenía que decidir él de nuevo?
Rehizo en dirección contraria el camino que había hecho esa noche. Sentía la cabeza de Aerith reposada en su pecho, como si estuviera dormida. Pero la frialdad que percibía incluso a través del jersey de su uniforme hablaba por sí sola.
Sin darse cuenta llegó a la casa que era la entrada a la cámara subterránea. La luz del amanecer entraba por un par de ventanas y se reflejaba en el conocimiento que los Cetra habían dejado atrás. Era un día más.
Sus amigos se volvieron a mirarle.
Alguien se había llevado la vara de Aerith y la había clavado en la tierra, delante del lago. Tifa estaba sentada al lado, más calmada, pero con un aspecto de agotamiento, con un aspecto que iba más allá del de la derrota. Al verle, las lágrimas volvieron a brotar con fuerza.
Cloud permaneció en el vano de la puerta bajo las miradas de sus compañeros. Por un momento, los odió. Porque ahí estaban, esperando a que él decidiera hacer algo. Otra vez.
Pero estaba demasiado exhausto para enfadarse, así que trató de pensar y se dio cuenta de que nunca había enterrado a nadie. Ni siquiera el cuerpo de su madre. Cerró los ojos con fuerza. Aerith pertenecía al Planeta, como todos ellos, pero pensar en cavarle una tumba le revolvió lo más profundo de su ser. De alguna forma, sabía que no era correcto.
Se forzó a pasear la mirada por los luminosos árboles, cuya imagen se reflectaba en la superficie del lago…
El corazón le dio un pequeño vuelco. Ya sabía lo que tenía que hacer.
Con pasos de plomo avanzó hacia la orilla y se sumergió poco a poco en el agua. Caminó hasta que sintió que la tierra bajo sus pies se cortaba bruscamente. Gracias a que las aguas que le llegaban a la cintura eran tan transparentes como el cristal pudo ver que bajo él se extendía un profundo vacío. No muy lejos de ellos debía encontrarse el castillo. Pero inmediatamente debajo sólo se encontraba el lago.
Aerith descansaría en la Ciudad Olvidada, donde nadie más que ellos sabrían que estaba allí. Nadie volvería a interrumpir sus sueños. Ni Shin-Ra, ni los Turks, ni Sephiroth.
Con delicadeza, Cloud la depositó en el agua. Tuvo que hacer un tremendo esfuerzo para retirar los brazos. Aerith flotó unos instantes. Después el agua comenzó a envolverla con suavidad, cubriendo su cara, su abdomen, sus piernas, su pecho. Sus brazos se entreabrieron, como si le invitara a abrazarla de nuevo. Cloud no apartó la vista mientras el lago la aceptaba en su seno y esperó mucho más después de vislumbrar el último atisbo de su rostro.
Quizás tendría que haber gritado o llorado, pero no habría podido aun de haber querido. No sabía cuándo se le secaron las lágrimas, pero tuvo la seguridad de que fue hacía mucho tiempo. Antes de conocer a Aerith.
«Otra persona a la que no he podido salvar.»
Ahora sólo había vacío.
NdA: ¡Pues hasta aquí ha sido! Muchas gracias a los que habéis leído hasta aquí —soportando los primeros capítulos, que ya corregiré— y a los que habéis comentado. A ElCJLokoshom21 en particular por hacer que me pudiera la vergüenza ajena y terminara de subirlo. Siete años después. No tengo intención de continuar con el resto de la historia porque para eso tendremos el Remake (algún día) pero al menos he cerrado (parrrte) de lo que empecé en su momento. Y me ha sorprendido comprobar que no era tan horrible como siempre había creído.
¡Gracias y un saludo!