Antes que nada, muchas gracias por leer, gracias a los que han dejado sus reviews y también a los que no. Un saludo especial a betzacosta (gracias betza por tu apoyo) y a Serena Princesita Hale (espero que la historia te siga pareciendo interesante).
Ya saben que todo lo que reconozcan es de J. K. Rowling, lo demás es todo mío. Ahora, ¡a leer!
Sintió los cuerpos ásperos, pequeños y cuadrados bajar a través de su garganta. Era la misma rutina desde que el doctor Wood le prescribiera esas medicinas. Se levantaba temprano, iba al baño, se lavaba la cara, se cepillaba los dientes, abría el compartimiento de las medicinas, tomaba el frasco lleno de pastillas y se tomaba dos —como decía en la receta—. Al principio le costaba acordarse de lo que tenía que hacer, pero con el paso del tiempo se convirtió en una más de sus rutinas. Acabado esto, volcaba su atención en el gato, dándole de comer, peinándole, acariciándole y llenándole de mimos. Después de que estaba segura que había hecho todo lo posible por hacer sentir bien al animal, proseguía a preparase un desayuno ligero —si es que podía llamársele desayuno a unas salchichas enlatadas o las sobras de la noche anterior—.
Escuchó un leve golpe en la puerta, de seguro era su vecina Mary, que la visitaba cada vez que iba a salir de compras, por si acaso se le ofrecía algo. Mary era una de esas chicas alegres y despreocupadas, que no le encontraban más desperfecto a la vida que el que un hermoso día soleado fuera arruinado por una borrasca. Vive sola y en el mismo piso que Hermione —aunque sola no es el término exacto, ya que la cantidad de chicos que se pasan por su apartamento hace que sea casi imposible el estado soledad allí—.
—Hola Mary— le saludó luego de atender a la puerta. Tenía delante a una chica de expresión inocente, cabello negro corto, algunas pecas en la cara y de intensos ojos negros. En sí poseía un magnetismo que volvía locos a los hombres, una gran personalidad y un estilo de vida bohemio. Estudiaba artes plásticas, y como la gran mayoría de los seres que habitan el planeta, tampoco tenía idea de la existencia de un mundo mágico. —Voy a comprar unas cosas, ¿necesitas algo? — le dijo con su sonrisa de un millón de dólares, dientes perfectos, blancos y alineados.
Se le quedó mirando unos segundos. "¿Qué sería de mi vida si yo fuera como Mary?," se preguntó. Muy en el fondo Hermione siempre había creído que le faltaba esa chispa de carisma que Ronald tanto buscaba en su relación. —Es que no eres aventurera— le había escuchado decir en varias ocasiones, después de cenar, mientras ella lavaba los platos; o tal vez, cuando regresaban de las reuniones en la Madriguera. Ella no tomaba muy en serio lo que le decía, digiriéndolo como una pequeña broma de su parte. Pero al final, eso fue lo que hizo, se marchó en busca de la aventura —personificado en una rubia despampanante con la que empezó a salir antes de terminar con ella—.
—No, gracias Mary, no necesito nada— le dijo rápidamente, dándose cuenta de que su vecina aún esperaba una respuesta. Forzó una pequeña sonrisa y agitó su mano en forma de despedida mientras la veía alejarse y subirse en el elevador. Pero la cara de esta cambió a una expresión de sorpresa y se golpeó la frente como si acababa de hacer algo sumamente estúpido; se bajó del elevador y se dirigió a Hermione.
—Anoche te llegó correo mientras no estabas. Me pareció muy extraño que estuvieran entregándolo a esas horas, iba pasando por aquí con Robert —que era el acompañante de turno de ese mes— y me topé con el mensajero. Le dije que guardaría tu correspondencia hasta que te viera. Regreso ahora, ya vuelvo.
Vio como la chica regresaba a su departamento, que quedaba justo frente al suyo, en busca del paquete que estaba dirigido hacia ella. Puso su mente a trabajar, definitivamente no podía ser de nadie del mundo de la magia, ya que todos usan lechuzas para la correspondencia. Sus padres ya habían abandonado este mundo, dejándola así con pocas posibilidades de recibir alguna carta de personas conocidas. Por tanto, pensó, que podría ser propaganda, o de algún banco u empresa ofreciendo sus servicios. Mary estuvo de regreso en poco tiempo, con una caja pequeña, de algunos 15 centímetros de largo y 10 centímetros de altura. Se la entregó para luego salir corriendo en dirección al elevador, no sin antes despedirse de Hermione.
La caja no era pesada, detalle que corroboró su hipótesis de que podría tratarse de simple propaganda. Su nombre y dirección aparecían escritos en la superficie, pero no vio señales del remitente. Le dio un par de vueltas antes de fruncir el ceño, extrañada, y entrar a su apartamento. Preparó un poco de café y se sentó en una pequeña mesa de cuatro plazas en la cocina, puso el paquete encima de la mesa y lo abrió cuidadosamente. Dentro no encontró algo que estuviera fuera de lo común, pero sin embargo, le llamó bastante la atención. El paquete contenía un libro de cubierta de cuero marrón, las orillas estaban gastadas y la portada no tenía título. Lo dejó un momento sobre la mesa, justo frente a ella, sin abrirlo.
Hace un tiempo atrás de seguro que no hubiera esperado siquiera dos segundos para averiguar la información contenida en el papel y tinta, pero esta vez, su sexto sentido —agudizado en el tiempo de la guerra— le decía que debía ser precavida. Dudosa y renuente al principio, se puso de pie en busca de su varita. Meses y meses sin usarla, y un estúpido libro y su curiosidad la estaban obligando a utilizarla de nuevo. "Solo esta vez," se dijo a sí misma mientras la sacaba del cofre. Regresó a la cocina y realizó unos cuantos hechizos para verificar que era seguro, no estaba encantado, obviamente no era un traslador —si no Mary no hubiera sido capaz de entregarle el paquete— y después del hechizo desilusionador, no encontró nada extraño.
"Estás siendo paranoica," pensó suspirando mientras volvía a sentarse. Tomó el libro entre sus manos y lo abrió en la primera página. No tenía una editorial o fecha de impresión, a decir verdad, estaba escrito a mano, con una letra elegante— de esas que cuestan años perfeccionar— que desaparecía en algunas partes, desgastada por el tiempo.
"Odio mi vida. Todo estaba bien hasta que sucedió. ¿Por qué tuvo que existir? ¿Por qué tuvo que entrar a mi vida y arruinarlo todo? Ahora no soy la sombra de lo que era, ¿acaso eso sentirán los condenados a muerte en Azkaban cuando les van a dar el beso del Dementor? ¿Esta soledad que me carcome poco a poco, que lacera mi alma lentamente pero con tal constancia como el amanecer y el anochecer?
Le odio, profundamente. Es un maldito, su sonrisa cínica, su mirada penetrante que suele dejarme al desnudo, la impotencia que siento cuando lo hace, la furia que siento cuando se acerca. Lo peor de todo es no poder gritar. ¡Oh! ¡Si al menos pudiera llorar! Soy una desdichada, permanezco en silencio, sin nadie a quien pueda recurrir. ¡Quisiera estar muerta! ¡Muerta! ¡Muerta! ¡Muerta!
Dejó de leer en este punto, sobresaltada, angustiada, con el pulso agitándose en sus venas a una velocidad estrepitosa. Las sienes le latían y se sintió mareada. Cerró el libro de golpe y se llevó una mano a la cabeza. ¿A quién le podría pertenecer aquel diario? —porque eso es lo que debía de ser—. ¿Qué mujer podría llevar esa clase de dolor? "Debieron traérmelo por equivocación", pensó desesperada, pero luego descartó la posibilidad. Su nombre y dirección estaban perfectamente escritos en el destinatario, así que debía de ser para ella; pero, ¿por qué?
Sintió una pequeña opresión en el pecho y le costaba respirar. El mareo empeoró y sus manos empezaron a temblar. Un súbito miedo la embargó por completo, se sentía desprotegida, miró alrededor y solo pensaba en escapar, en salir del apartamento a toda prisa. Caminó tambaleándose hasta la habitación y se dejó caer sobre su cama. "Recuerda Hermione, lo que el doctor Wood te dijo que hicieras durante estos episodios." Trató de normalizar su respiración, de pensar en lo que haría después, como una salida imprevista al centro comercial o sentarse a trabajar en otra de sus canciones.
Poco a poco fue pasando. Hacía más de tres meses que no presentaba un ataque de pánico. Sí, además de la depresión que la aquejaba, también el doctor tuvo que lidiar con sus episodios crónicos de pánico. Pensaba que ya estaba curada de aquello, pero lo que acababa de leer, le era tan terroríficamente conocido. La sensación de impotencia, el sentirse sola aún cuando habían personas alrededor, el dolor y el odio hacía una única persona y las ganas intensas de morir. Todo era tan familiar, que provocó que se desencadenara uno de sus ataques, ya olvidados.
No supo exactamente cuánto tiempo se quedó dormida, pero el incesante ruido proveniente del teléfono la despertó. Se levantó con un terrible dolor de cabeza y sintiéndose mareada aún. Cuando salió para responder, se sorprendió al notar la oscuridad que reinaba en el lugar, ya era de noche, ¡había dormido durante todo el día!
—Buenas noches— dijo arrastrando las palabras, con voz tosca, característica de aquellas personas que acaban de salir de un gran letargo. Escuchó una voz apresuraba, que le decía —al entender de Hermione— muchas cosas al mismo tiempo. — ¿Cómo? — fue lo único que logró articular, esperando que la persona que le hablaba se sosegara un poco y su cerebro adormilado fuera capaz de asimilar lo que sus oídos escuchaban.
— ¿Hermione? — dijo la voz con preocupación, una voz que le era sumamente familiar, ¿dónde la había escuchado antes? — ¿Hermione? — volvió a repetir. — ¿Luna? — le respondió la castaña, ya sintiéndose un poco más despierta, era la voz de su mejor amiga sin duda alguna. — ¿Qué sucede? —
—Eso es lo que quisiera saber Mía, ¿te ha pasado algo? ¿Cómo estás? ¿Quieres que vaya a tu casa? Estamos muy preocupados.
— ¿A qué te refieres Luna? — dijo mientras un escalofrío recorrió su espalda al observar el libro de cuero marrón encima de la mesa de su cocina. Su mejor amiga suspiró pesadamente antes de continuar, —Tienes media hora de retraso en el bar Mía, ¿por qué estás en tu casa todavía? No estás intentando que te despidan, ¿cierto? — su voz se escuchó casi maternal, al igual que una madre que amonesta a sus hijos con amor y dulzura. Hermione miró su reloj de muñeca, sí era cierto, eran las 8:30 PM y ella estaba en pijamas.
—Oh Luna, no es nada de eso. ¿Podrías disculparme con Michael y decirle que llego en una hora?
— ¿Una hora?
—No voy a aparecerme, usaré el transporte muggle. Luego te cuento, ¿está bien? Ahora tengo que tratar de llegar lo más pronto posible.
—Esperaré esa explicación, ahora apresúrate que todos los clientes están preguntando por ti. — dijo tratando de imprimirle emoción a sus palabras.
"No me dejes, sólo tócame
Aquí en la penumbra de esta vacía habitación
Envueltos entre sábanas de suave seda
Sedúceme con tus labios, ve mi corazón."
"Siento tu aliento contra mi cuello desnudo
Y sólo pienso en lo afortunada que soy
Me quedo en silencio para que sepas que te escucho
Y percibas, cariño, todo el amor que te doy."
"Quédate en silencio y permanece a mi lado
Que no habrá un mañana si no estás junto a mí.
Nuestros cuerpos están juntos, suavemente danzando
Mis besos te marcarán con un sendero carmín."
"Quédate en silencio y permanece a mi lado
Esto que siento es algo más que sagrado
Quédate en silencio y permanece a mi lado
Lo daré todo por ti, mi dulce amado. "
"Quédate en silencio y permanece a mi lado
Quédate en silencio y permanece a mi lado."
Así terminó de cantar la canción que jamás le pudo cantar a Ronald, era su regalo de bodas, la había escrito depositando todo su amor en ella, transmitiéndole lo segura que se sentía a su lado. ¡Qué ilusa había sido! Debió de estar más alerta a las señales, a las prácticas de última hora del equipo, las salidas más frecuentes y el sutil aroma a lilas que se impregnaba de vez en cuando en sus camisas y que le atribuía a las flores que le regalaba en cada ocasión.
Esa noche el público le perdonó su retraso, la canción caló profundo en sus corazones, tal vez por la letra, la melodía o las lágrimas de Hermione cuando tocaba. Cuando tocó la última nota, el silencio inundó el lugar, y no fue hasta casi un minuto después que las personas empezaron a aplaudir. Luna la observó durante todo ese tiempo con tristeza, ¿qué le estaría pasando a su amiga que le empeorara su estado depresivo?
Tal vez no debió usar esa canción, pero no pudo evitarlo, ese día se sentía menos ella y más como nada, sumida en sus quimeras. Al cabo de otra hora le tocaba su descanso. Se dirigió directamente hasta donde estaba su mejor amiga, siempre en la barra, observándola. —Siento haber llegado tarde Luna. Pero realmente tengo una buena explicación para eso.
—Esperemos que sea una gran explicación, porque yo también quisiera oírla— escuchó la voz de Draco detrás de ella, con un claro tono molesto. Hermione vaciló antes de girar a verle, no era que le tuviera miedo, pero su mente no había tenido el tiempo suficiente de inventar algo lo suficientemente convincente como para no quedar en ridículo, estaba segura que se burlaría de ella si supiera que tuvo un ataque de pánico por un estúpido libro.
—Es que tuve que llevar a mi gato al veterinario— dijo más rápido de lo que debía, nunca fue buena para mentir. Draco la miró sospechosamente y alternó la vista entre Hermione y Luna.
—Mira Granger, no sé cómo te manejes ahora, pero no tolero actitudes irresponsables en mis empleados. Mis empleados tienen que ser los mejores, siempre por encima de la competencia. Al parecer no eres la brillante estrella que todos pensaron que serías, siempre responsable. De ahora en adelante te prohíbo tajantemente que vuelvas a faltar a tu horario de trabajo. Que te quede bien claro. —le dijo con la voz sosegada, pero cargada con rabia, que dejó un sabor amargo en el ambiente. Hermione se sintió indignada, él no sabía qué le había sucedido, siempre había sido una persona intachable.
—Escúchame bien Malfoy, llegué tarde, es cierto, pero tenía una buena razón para hacerlo, además de que entiendo que estés enojado; pero eso no te da derecho a hablarme de esa forma, no eres mi dueño, aunque trabaje para ti, así que mejor vayamos poniendo unos cuantos puntos sobre las íes, si las cosas van a ser así pues yo... — dijo todo aquello subiendo de tono cada tres o cuatro palabras, algunos comensales se habían exaltado y mirado en su dirección.
—Hermione, ibas a acompañarme al tocador, ¿recuerdas? Vamos ahora— le interrumpió Luna, antes de que dijera algo de lo que pudiera arrepentirse. Hermione parecía renuente a moverse de allí, taladrando con los ojos a Draco, y este le devolvía la mirada con la misma intensidad, pero él sabía controlar mucho más sus emociones, pareciendo sereno para quien no lo conociera realmente.
—Vamos— le insistió Luna entre dientes y a Hermione no le quedó más opción que acceder. Tragándose las ganas de golpear al ex-Slytherin hasta la inconsciencia. Esa misma noche, en su cama, le agradeció a Luna por no dejarla cometer una estupidez que de seguro lamentaría durante toda su vida.