Konichiwa! Esto se trata de un fic cuyos protagonistas esenciales son Goten y Bra, siempre me gusto esa pareja porque pienso que ambos tienen mucho que dar de si mismos, aunque nunca me había atrevido a escribir nada acerca de ella, así que aqí va esto. En principio es un fic largo, no se cuanto durará, cinco, diez, veinte capitulos... depende un poco de mi, de lo que de la historia, y de los deseos que me trasmitáis vosotros con vuestros reviews. De momento aquí va el primer capi, que es eso el prologo. Es un poco diferente de lo que he leido hasta ahora, pero aun así, ojala os guste!
Disclameir: nada es mío, los personajes, la esencia, y la ambientacion pertenecen al gran kami-sama akira toriyama, yo solo le doy forma en esta débil adaptación.
Inocencia
Son Goten
La noche se despejaba lentamente en las primeras horas de la madrugada. Alzando los ojos, contemplé con desasosiego a la joven que dormía en mi cama, sus cabellos castaños esparcidos serenamente por la almohada y ese característico olor a melocotones que emanaba de su piel. No era una desconocida sin nombre, como antaño, era la mujer con la que llevaba compartiendo cuatro años de mi vida. La que podría ser mi esposa en el futuro.
¿Por qué la elegí a ella? Era una pregunta que solía torturarme en noches de oscuro desvelo como aquella. No lo se. Quizá fue que, simplemente, me harté de ir buscando de flor en flor algo que, de todos modos, yo ya sabía que no encontraría. ¿El qué? Desconocido. Tal vez, si lo medito profundamente, se tratase de ese vacío que, más que en mi corazón, anidaba en mi sangre y se ensanchaba más y más con el paso del tiempo, consumiéndome en soledad.
Su inocencia me encandilo, eso seguro; la transparencia de sus ojos... La primera vez que la vi creí que era mentira. Un ser tan cándido en sus acciones, tan sincero en sus palabras, sin rastro de malicia en sus pensamientos... era difícil de creer que existiera una criatura así en esta parte del universo, en cualquier otra, en realidad. Y si lo hubiera habido, la edad y la experiencia se hubieran encargado de echarlo a perder. A ella no.
Cuando finalmente me convencí, lo abandone todo por estar a su lado, por merecerla. Por hacerla feliz. Deje atrás mi vida de soltero empedernido, mi afición por las mujeres, el flirteo, la constante evasión de mis responsabilidades...
Con la ayuda de Trunks conseguí un respetado puesto de gerente en su empresa, y con mi esfuerzo me resultó fácil ascender posiciones. Tenía éxito, dinero y a la mujer más deseable de la tierra. Y necesitaba desesperadamente que ella me trasmitiera esa pureza suya, esa llana forma de ver el mundo, ajena a todos sus conflictos y maldiciones. La tenía a mi lado, al fin, y solo hube de dejarme envolver en ese manto de delicada inocencia para olvidarme de todo y ser feliz.
Ser feliz...
¿Lo era? Tal vez sí, al principio. O al menos me autoconvencí muy bien de ello.
¿Y ahora?
Escuché su respiración; ella continuaba durmiendo placidamente a mi lado, con una tímida sonrisa en los labios, inconsciente de mis demonios internos. En todos nuestros años de relación, jamás he visto desaparecer esa sonrisa, ni de su rostro, ni de sus ojos. Por un instante, me contemplé a mi mismo como antaño, deseando abrazarla, estrechándome contra ella y tomando su cuerpo en mis brazos, haciendo también mía esa paz que siempre la invade. Pero en el fondo, yo sabía que eso no era más que un anhelo frustrado.
¿Fueron meses los que tuvieron que pasar para darme cuenta de esa simple verdad, o quizá fueran años?
No sabría constatarlo. Pude haberla dejado, entonces; pero no lo hice. Tuve la opción de regresar a mi vieja vida, de decepcionar a mi madre y a mi hermano, de echar de mi lado a la única persona que me había amado sinceramente, de volver a la soledad, a los polvos ocasionales, a mis viajes, a trabajos de corta duración cuyo sueldo apenas daba para un alquiler decente y cuatro cervezas... pude retroceder a todo eso, y elegí no hacerlo.
Yo la quería, a fin de cuentas, y si es cierto que esta vida no era suficiente para silenciar ese ardor desgarrante y casi salvaje que me corría las venas, la otra tampoco. Así pues, ¿por qué echarlo todo a perder?
Me había resignado, ciertamente, había aceptado la idea de que ese dolor, ese vacío, jamás desaparecería por completo. Tantos fracasos terminaron por batirme, indigno de un saiyanjin, pero propio del terrícola que yo presumía de ser por aquel entonces.
Incómodo, me revolví entre las mantas y giré mi cabeza hacía el reloj de mesilla que reposaba a mi izquierda, al otro lado de la cama. Marcaba las 4:45. Todavía quedaba más de una hora antes de dar comienzo la jornada. Aun así, sabía que era inútil tratar de dormir. No lo conseguiría en lo que quedaba de noche. Tal vez pudiera aprovechar el tiempo y terminar los informes de competencia laboral que Trunks me había encargado.
Silencioso, me incorporé de la cama y tomé a tientas uno de los muchos trajes del armario empotrado. A pesar de todo, nunca usaba corbata. Durante años me había burlado de Trunks por hacerlo, y el mero echo de imaginarla presionando contra mi cuello me provocaba asfixia. Caminé con cuidado y aproveché el espacio y la privacidad del baño para arreglarme a gusto. Después me alisté con el grueso maletín, bajé hasta el garaje, subí al coche y me dirigí hacía el trabajo.
Bra Vegeta Brief
Mi respiración era agitada y mis ojos, aun sin rastro de lágrimas, lucían rojos y ojerosos. Mi vestimenta, unas botas manchadas de barro, una descuidada vaquera y un insinuante top negro de letras rojas que sacaba a relucir todos mis atributos, tampoco contribuían en nada. Esa, la imagen extremadamente pálida e insegura que reflejaba el espejo, no era yo. No tenía nada que ver conmigo.
A mis diecinueve años me encontraba cursando el primer año de universidad en la Capital del Oeste. Podría haber iniciado antes, por supuesto, pero al igual que mi madre a mi edad, mi mente se encontraba dispersa, y los estudios nunca llamaron mi atención lo suficiente para ir más allá de una rápida lectura al tema antes del examen. Tampoco es que hubiera necesitado más para mantener mi línea de sobresaliente.
La prodigiosa belleza de mi madre, la imponente personalidad de mi padre, y el ingenio e inteligencia combinada de los dos seres más prodigiosos del universo, se habían unido hasta formar lo que yo era: una princesa por ambas partes, tanto terrícola, como saiyajin. Por desgracia, no sólo habían sido dones lo que heredé de mis progenitores.
La predilecta de mis profesores, el trofeo a alcanzar de mis compañeros, y la más envidiada de mis compañeras. Eso es lo que yo era, y me gustaba serlo, pero no por los motivos que se podrían intuir. Simplemente, sentía la ferviente necesidad de que todo lo que dijera o hiciese fuese perfecto. Yo debía ser perfecta. Un error, cualquier error, y ya no era digno de mi.
Fingía interesarme por las clases, me mostraba atenta con los maestros y complaciente con mis amistades. Era la primera en ofrecerme voluntaria para cualquier cosa, y era la primera en ser elegida porque, sin exclusión, todos sabían que únicamente yo, conseguiría un resultado aun mejor de lo esperado. En realidad, todo aquello me era indiferente. Aun hoy, me cuesta discernir cuántos de lo momentos vividos por aquella época tuvieron un significado real para mi, y cuántos no fueron más allá de un simple papel en blanco en mis memorias.
Una larga retahíla de imágenes en compañía de mi madre y una gran cantidad de atesorados momentos junto a mi padre. Supongo que, en el fondo, mi relación con él era lo más valioso que yo poseía.
A los dieciséis años, y aun a pesar de que el sexo masculino nunca había supuesto un gran atracción para mí, me enamoré del chico más codiciado de mi clase. Lo conseguí, por supuesto. Recordándolo ahora con cariño, debo admitir que él era realmente atractivo. De sedosos cabellos rubios, piel morena en su justa medida, y unos increíbles ojos verdes capaces de conquistar a cualquiera, incluso a mi, la exigente princesa saiyanjin. Desde el momento en que lo vi, tan perfecto, supe que debía ser mío. Evidentemente, esto no impidió que le dejara a él la tarea de seducirme.
Un año más tarde, a los diecisiete, perdí la virginidad tal como siempre había soñado. La edad era perfecta, el lugar – amplio, íntimo, aromatizado con decenas de velas y valiosos perfumes - era perfecto, y él, Eric, también lo era. Lo más curioso que recuerdo de esa relación fue que mi padre, a pesar de las miradas envenenadas que le lanzaba cada vez que lo veía, no se interpuso. Siempre había sido veloz espantando pretendientes, y por más que mi madre pusiera el grito en el cielo, en el fondo, no me importaba, pues nunca tuve verdadero interés en ellos.
Con Eric fue diferente. Él supo desde el principio lo que yo a duras penas alcanzaba a intuir, y permitió que lo averiguara sola. Debo estarle realmente agradecida por ello.
Al cumplir los dieciocho ingresemos en universidades diferentes y nuestra relación se rompió. Él no lo deseaba, me amaba, y habría renunciado a todo por seguir a mi lado, pero yo no se lo permití. Lo quería, es verdad, y me dolía separarme de él, pero por más que lo busque, no hallé ningún dolor atronador en mi pecho tras la despedida. Se había convertido, simplemente, y en menos de veinticuatro horas, en un bonito recuerdo.
Y la Universidad me dislocó. Mi promedio seguía siendo el mejor de mi departamento, por supuesto, pero las mismas funciones que antes calificaba como monótonas y necesarias ya no me agradaban, es más, ya no encontraba ningún tipo de satisfacción en ellas. Entonces lo conocí a él, a Greg.
Donde Eric era todo candidez y dulzura, Greg sólo suponía pasión y descarga. Tres años mayor que yo, de aspecto algo salvaje pero magnético, apareció ante mí para revolucionar mis hormonas y terminar con el hermetismo que era mi vida. No recuerdo exactamente como nos conocimos, pero dos meses después de terminar con Eric, él y yo tuvimos nuestra primera noche juntos. Lo se porque pocas horas más tarde recibí una llamada del primero, y fue una de las pocas veces en las que realmente llegué a sentir repulsión de mi misma, miedo de esa carencia de sentimientos, de afectos hacía otras personas.
Aun así no me era posible retractarme.
Aquella vez había sido completamente diferente a todo lo anterior. No hubo delicadeza, ni ternura, ni palabras de amor susurradas lentamente al oído; solo sexo, música, ruido, pasión y rudeza, y aun así, me sentía más viva que nunca.
Poco a poco Greg fue introduciéndome en su mundo. No se trataba de drogas ni ningún tópico semejante, al contrario; él era deportista, amaba los deportes de riesgo, les profesaba mucha más devoción de la que nunca sintió por mi. Eso no importaba, en realidad; sólo lo hacía más fácil. Tampoco tuvimos nunca algo que pudiera considerarse una relación, éramos libres, los dos, pero estábamos juntos.
Si hay algo que le conquisto de mi, además de mi aspecto, fue la determinación con la que yo enfrentaba cualquier reto que él proponía, desde carreras suicidas de motociclismo hasta paracaidismo casero. ¿Por qué iba a sentir miedo de todos modos? Yo era mitad saiyanjin, y a pesar de no poder compararme con guerreros como mi padre, era fuerte y podía volar, ninguna de esas actividades suponía ningún peligro real sobre mi vida. Aun así, la adrenalina que arrasaba mi sangre era incorporable, superior que en el sexo, y me hacía sentir realmente viva durante unos instantes.
Todo se torció aquella noche, la última de mis arriesgado juegos, la que marco el inicio del fin de lo que había sido mi vida y la que me empujo hacia delante.
FLASH BACK
El motor del coche rugía ensordecedor mientras el árbitro se preparaba para dar la salida. Las atractivas pero elegantes ropas que acostumbraba a vestir en la universidad habían sido sustituidas por un conjunto mucho más simple y atrevido. La mirada de Greg se clavó un instante en mí con deseo, antes de volver a concentrarse en la carretera.
- ¿Has pensado ya que premio vas a darme, preciosa, cuando te dedique la victoria? – inquirió con su seductora prepotencia.
Sentada en el asiento de copiloto de aquel descapotable cuyo origen me era desconocido sonreí, y me incorporé medianamente hasta llegar a su oreja. Mordí el lóbulo con fiereza antes de contestar.
- Eso dependerá totalmente de la posición en que llegues, ¿no crees?
Ensancho los labios ante mi provocación y yo, satisfecha, volví a colocarme en mi asiento, sin necesidad de abrocharme el cinturón. Medio segundo después, el árbitro marcó la salida y ocho motores rugieron en una competición por ver quien eral el más rápido.
La velocidad era atronadora, a pesar de que yo misma podía superarla volando. Pero tenía algo mágico, prohibido, que lo hacía sumamente atrayente. Sin temor, me eleve en el asiento y disfrute del impacto viento chocando contra mi rostro y mis brazos extendidos. Cerré los ojos un simple instante, y ese minúsculo espacio de tiempo fue suficiente.
Nunca sentí el impacto, simplemente lo oí, y luego esa gran explosión. Greg había muerto, y yo no había hecho nada por evitarlo. Simplemente, salí de allí lo más rápido posible.
FIN FLASH BACK
Cuarenta y ocho horas más tarde, todavía sin dormir, me encontraba en un ascensor de la Corporación Capsula, suprimiendo dolosamente mi orgullo y mi necesidad de autodependencia, y yendo en busca de mi hermano.
Bien, hasta aquí ha llegado, ¿qué os ha parecido? Recomendaciones, sugerencias... acepto de todo, por favor, que ando un poco (bastante xD) perdida...
Y con un gran gracias a todos por haber leido hasta aquí, nos vemos en el siguiente capitulo... SAYOOO!