Naruto no me pertenece.

Capitulo Tres.
El Desierto.
por lo estoy pensando.

Está vagamente conciente de que está sola en algún fino carruaje. Se siente vacía e inútil mientras recuerda los gritos de sus amigos protestando por ella. Gritos que le pedían que reaccionara, que las cosas no tienen que ser así, de verdad que no, que era una injusticia.

En aquella pelea donde Kiba la zamarreó con tanta fuerza que hasta él mismo se le llenaron los ojos de lágrimas, entendió cuan distanciada siempre ha estado de ellos. Ellos nacieron con la posibilidad de elegir que querer hacer, ella nació atada a las cadenas del Clan. Su vida era otra pieza del intrincado puzzle que era su Clan, su honor y sus tradiciones.

Se le rompió el alma al repetir las mismas mentiras que le dijeron los Ancianos del Clan y estaba segura que fue todo menos una sonrisa lo que mostró su rostro cuando ella les dijo que lo hacía porque así lo quería, que era lo mejor para los Hyuuga y sobre todo Konoha y nada la hacía más feliz. Este era su trabajo, este era su destino.

Pero ahora, sola en aquel carruaje, ya no podía tragarse sus propias mentiras y echó a llorar cuando los últimos árboles desaparecieron de vista.

-.-

Arena, arena, arena. Sólo arena y un cielo naranjo era lo único que podía vislumbrar pese a cuanto fijara su vista en la ventana. La frente, todo su cuerpo en realidad, era un dolor constante e insoportable. Se dormía, o más bien se desmayaba cada tanto, por el dolor y el calor que se hacía cada vez más seco e intenso. Le dolía todo y el hecho de sentirse miserable no la ayudaba en nada. A penas había probado bocado en todo el viaje. Sólo rogaba desaparecer.

-.-

Llegó a mediodía, y un sol violento le quemaba sin piedad la piel blanca y sensible. Al bajar por el carruaje con el largo kimono le rogaba a Dios y a lo más santísimo no desmayarse, de al menos poder caminar hacia su futuro marido de manera decente.

A las afueras de lo que suponía la Oficina del Kazekage, se encontraba una pequeña comitiva de personas y al frente de todos ellos estaban Temari, Gaara y Kankuro.

Se detuvo un momento provocando un silencio incomodo que dio paso rápidamente a un sinfín de leves murmuraciones. El viaje, La Marca, sus amigos, su pueblo, la alegría de la sonrisa de Naruto, sus fallos, los silencios, su vida entera pasaron con rapidez por sus ojos. Sus pulmones se inundaron de pena y todo su cuerpo amenazó con morir, con quebrarse, con ponerse a llorar.

No, no, no, no por favor… Apretó los puños y los ojos, tomó aire y avanzó hacia delante. Ya pasó, se dijo, ya pasó todo, se repitió. Ahora sólo me queda el futuro, aquí.

Avanzó con la cabeza en alto y la espalda recta callando con su paso firme y elegante los susurros de ancianas insidiosas. Ya aprendió, si, ya aprendió, esta vez va a ser diferente.

Alzó una mano suave y elegante hacía su nuevo marido, pero apenas sus dedos habían rozado la mano de él, su cuerpo y su mente cedieron ante la mirada sorprendida de Gaara y de toda la comitiva.

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