Sally me miró muy seria – El doctor dijo que no se te puede mover por nada del mundo, hasta que puedas mover las piernas – dijo – Déjate de niñerías, Robert puede dormir en el cuarto de huéspedes o acá, en el sofá – añadió. La miré perpleja, nunca la había visto así de seria. No le discutí – Ok – fue lo único que respondí – Bueno, me voy a decirle a Su que no podrás dormir con ella – dijo y se fue.

Me quedé sola en aquella habitación, mirando a mi alrededor. Todo lo que había en ella, era el olor de Robert. Su presencia. Recuerdos vinieron a mi mente, claro que no era la misma casa. Pero la habitación, estaba decorada de la misma manera de su habitación en la anterior casa. Lágrimas comenzaron a caer por mi rostro. Esta vez, no las impedí, dejé que cayeran. Mi mirada estaba hacia el vacío. Alguien entró, pero no vi quien era. No podía, esa persona me vería llorando y sentía vergüenza por ello. Me agarró del hombro.

– ¿Por qué lloras? – Preguntó y me quedé helada. Era Robert, rápidamente me sequé las lágrimas

– Por nada – le respondí, sin más detalles. Mirándolo fijamente

– No creo que sea por nada, ¿te duele mucho la mano? Dime, qué pasa – Me pidió, con esa mirada suya. Me perdí en su mirada

– El dolor de la mano es soportable – respondí. Me miró confuso

– Entonces, ¿por qué llorabas? ¿Qué te duele? – Preguntaba, insistentemente. Puse los ojos en blanco

– ¿En serio quieres saber? – Le pregunté, casi retando

– Sí – respondió él. No esperaba esa respuesta, pero no podía echarme para atrás

– Me duele el corazón – respondí. Me miró preocupado, o al menos eso creí. Porque rápidamente cambió de mirada – ¿Ahora sufres del corazón? – Me inquirió. Debo admitir que eso me dolió

– No de la manera en que imaginas – respondí, volteando a mirar de nuevo al vacío

– ¿Entonces de qué te duele? – Preguntó, y la verdad es que no lo entendía. Y si había alguien que lo hiciera, agradecería que me lo explicara. No quería responder a su pregunta, pero tampoco quería quedar como una miedosa que no decía lo que sentía

– De amor – respondí, sin voltear a mirar

– ¿Amas a alguien? – Me preguntó, y mi corazón empezó a latir aún más rápido. No podía ponerme gallina, ahora

– Sí – contesté, y sentí que la sangre huía de mi cara

– ¿A quién? – Inquirió, y deseé que la tierra me tragara. ¿Por qué me hacía esa pregunta?

– No importa quién es, esa persona no corresponde a mis sentimientos – respondí, evadiendo la pregunta. Me volteó la cara, me estremecí al sentir su mano tocando mi rostro

– ¿Cómo lo sabes? – Me preguntó, obligándome a mirarle. Sus hermosos ojos me miraron, yo los miré por unos segundos y agaché la mirada

– Él lo dijo – respondí

– ¿Segura? – Inquirió

– Sí. Aceptó cuando le dije para terminar – respondí, y era obvio a quién me refería. Si era inteligente, ya lo habría descubierto

– Pero, tú lo terminaste – dijo, y me di cuenta que ya sabía a quién me refería

– Sí, pero lo hice para hacerlo recapacitar – le aclaré

– ¿Hacerlo recapacitar? ¿De qué? – Inquirió, ahora sí interesado. Deseé no haber tocado el tema, pero creo que ya era hora

– Él me ocultaba muchas cosas, y últimamente, empezó a alejarse de mí – aclaré

– No quería que se alejara más, por eso quise terminar. Quise que, me dijera que iba a cambiar. Que ya no se alejaría de mí – dije, en un susurro. Sentía que la voz se me iba a quebrar

– Pero tú sabías que te ocultaba cosas – dijo él. Di un suspiro

– Sí, y eso lo acepté. Pero lo que me costaba aceptar es que, se alejara de mí – admití. Parecía cómo si estuviera hablando con un amigo

– Tal vez, se alejó por tu propio bien – dijo y lo miré furiosa. ¿Cómo podía pensar que me haría bien alejándose de mí?

– Ese es un buen floro – dije

– ¿Qué? – Inquirió confundido

– Es un buen floro, para decirle a alguien que simplemente, el amor que sentía por ella empezó a acabarse – dije, volteando hacia el vacío

– No fue así – dijo él – Sé que soy yo, a quién te estás refiriendo – agregó. Parpadeé un par de veces

– ¿Qué no fue así? – Inquirí confundida

– Así es – contestó él – Nunca dejé de amarte, pero… – empezó a decir. ¿Nunca dejó de amarme? Oh, Dios. Vaya que quería aclarar todo

– Pero… – repetí lo último que había dicho, mirándolo fijamente. Él agachó la mirada

– En serio, lo hice por tu propio bien – afirmó. No entendía por qué se mataba diciendo que era por mi propio bien. Si mi bien, siempre fue estar con él

– Estoy cansada de esa frase – admití – Te sigo amando, para tu felicidad o desgracia – le confesé. Agachando la mirada. Él la alzó hasta encontrarse con la suya

– Eso es para mi felicidad, yo también te sigo amando – me confesó, me quedé sin palabras. ¿Me seguía amando? Ahora, estaba más confundida que antes. Empezó a acercarse, mis labios y los suyos estuvieron frente a frente, a punto de chocarse. Pero yo sabía, que detrás de sus palabras había algo escondido

– Pero – dije, obligándolo a decirle lo que tenía guardado – Pero ya es pasado, y por tu bien, es mejor que te alejes de mí – dijo y agaché la mirada, él la soltó dejándome agacharla

– Por mi bien, claro – dije, algo furiosa – Y por mi bien, también es conveniente que me aleje de Alec – le comenté, me sorprendí de decir eso

– ¿A qué te refieres? – Inquirió él. Respiré hondo

– Es que, por mi bien me conviene alejarme de ti. Por mi bien, debo alejarme de Alec… Por mi bien, ¿debo alejarme de todos los hombres? – Le pregunté. Y alcé la mirada

– No me refiero a eso, sólo que Alec es como yo – dijo y lo miré confundida – No vas a entender, sólo hazme caso, por favor – me pidió.

Me llegaba que hablara así. Con la mano buena, lo agarré del cuello y lo jalé. Nuestras miradas se encontraron, nuestros labios estaban a la misma altura

– Atrévete a decirme que por mi bien no debo besarte – le dije. No me respondió y se quedó mirándome

– No sigas. Detente, por favor – me pidió en un susurro. No sabía qué hacer, lo único que sí sabía era que sus labios y su cuerpo me atraían más que nada

– No sigo si me dices que por mi bien no debo besarte – le reté

– Sabes que no puedo decirte eso. Te deseo más que nunca… – dijo. Y en ese preciso momento, me estrechó entre sus brazos y me besó. Oh, Santo Cielos, sentir sus labios otra vez sobre los míos, ¡cuánto había extrañado sus labios dulces! Me besaba, me besaba de verdad. Y yo le correspondía. Lágrimas de felicidad comenzaron a caer por mi rostro. Era feliz

– ¿Por qué lloras? ¿Te duele algo? – Me preguntó preocupado

– No me duele nada, son lágrimas de felicidad – le respondí. Me acarició el rostro

– Ahí mi frágil muñeca – me dijo y me volvió a besar. Le correspondí con la misma pasión. Comenzó a apretarme contra él, y por un momento sentí que se me iba a parar la respiración.

Robert siempre había tenido mucha fuerza. Pero la sabía contener. Y cada vez que hacíamos el amor, era tan delicado. Esos momentos eran tan románticos. Pero en ese momento, lo sentí con más fuerza. Como si se la hubiese guardado en todo este tiempo. Quise corresponderle con la misma fuerza, pero aún no sentía mis piernas. Con ambas manos, quise agarrarlo del cuello y estrecharlo más contra mí. Pero en cuánto lo hice, sentí el dolor en mi brazo accidentado

– Au – gemí. Robert se detuvo

– ¿Qué pasa? ¿Te lastimé? – Me preguntó, muy preocupado

– No me lastimaste. Me lastimé yo – respondí y pude ver la mirada de indignación en su rostro blanco. Le dediqué una sonrisa alentadora

– Quise abrazarte con mi brazo malo y me dolió – le confesé, con una tierna mirada. Él sonrió un poco

– No seas tontita, sabes qué estás mal de ese brazo. No hagas esas cosas, por favor – me dijo. Le sonreí – Ok, pero ahora bésame – le pedí. Y nos volvimos a besar, estábamos conectados. Era como si nuestros cuerpos hubiesen estado aclamando la presencia del otro.

Escuchamos a alguien toser. Nos miramos y sonreímos

– Disculpe que interrumpa su momento romántico, pero necesito hablar con mi amiga – dijo Suzanne

– Es toda una loca – me susurró Robert, le sonreí – ¿Qué pasa, hermanita? – Inquirió él, en tono gracioso. Parecía feliz. Eso me desconcertaba. Él había dicho que, por mi bien, no era seguro que esté junto a él. Pero ahora, que había pasado ese beso. ¿Qué pasaría? Quería preguntarle, pero Suzanne estaba ahí

– Ya te dije. Necesito hablar con mi amiga – respondió Suzanne

– Ok – dijo Robert – Habla – le pidió. Ella le hizo una mueca

– ¿Puedes mover ya tus piernas? – Me preguntó – Al verte como los encontré, creo que ya puedes mover todo el cuerpo – añadió. Sonreí

– Déjame intentar – le pedí. Ella me miró muy seria

– Más vale que ya puedas mover esas piernas – me dijo, casi gritando. Parecía molesta. La miré confundida

– ¿Qué te pasa? – Le preguntó Robert, y agradecí que así lo hiciera. Ella lo fulminó con la mirada

– Encima que te lastima de la peor manera, ¿lo besas así como así? No pensarás volver con él, ¿o sí? – Me inquirió y me quedé en una pieza. Estaba preocupada por mí, tanto que atacaba a su hermano. Ellos eran muy unidos

– Eh… – empecé a dudar en qué responder

– ¿Lo estás dudando? ¡Por Dios Jen! No permitas que unos cuántos dulces besos, te hagan olvidar todo lo que te hizo sufrir – me pidió.

Robert la miró con cólera – Tú no sabes nada – le dijo, casi en un gruñido. Parecía sufrir

– ¡Claro que sé! – Exclamó ella – Tú dijiste que lo mejor para ella, era que se alejara de ti… Ya pues, sé hombrecito y haz lo que le haga mejor – le exigió

– ¿Quieres callarte? – Le inquirió Robert – Tú bien sabes todo lo que sufrí por ella – siguió él – Todo lo que la extrañé, todo lo que la he necesitado todo este tiempo – finalizó.

Suzanne dio una sonrisa sarcástica

– Puede ser, pero ahorita se trata de lo que es mejor para ella, no para ti – le dijo y Robert se quedó callado. Puse los ojos en blanco

– Ya basta – les pedí – La única persona que sabe qué es lo mejor para mí, soy yo – agregué – Y para serte sincera, Suzanne. Tu hermano es lo mejor para mí – le dije a Suzanne, mirándole fijamente a los ojos. Ella no dijo nada – Yo entiendo que te preocupes por mí, pero esta decisión sólo nos compete a Robert y a mí – le dije. Ella me miró algo avergonzada

– Lo siento. Es que, no quiero que vuelvas a sufrir. Y si mi hermano es culpable de ello, entonces, debo alejarte de él – me aseguró

– Ok, yo entiendo. Pero, déjanos tomar nuestras propias decisiones – le pedí. Ella asintió

– ¿Puedes moverte? – Me preguntó. Traté de moverme, pero no sentía las piernas. El mareo ya no me vino, así que, pensé que iba por algo bueno

– El mareo ya no me viene, pero aún no siento las piernas – les informé

– Supongo que va bien – le dijo Suzanne a Robert, éste asintió

– Parece que sí – afirmó y tenía una mirada muy fría en su rostro. Reconocí esa mirada, las palabras de Suzanne habían surtido efecto. Lo quedé mirando

– Como ves, no puedo ir a tu habitación – le dije a Suzanne, sin quitarle la mirada de encima a Robert

– Así parece… Mejor, me voy – dijo y se retiró.

En ese momento, detesté que Suzanne haya venido a la habitación. Sé que se preocupaba por mi bien, pero creo que se había pasado de la raya. ¿Atacar así a su propio hermano? Estaba loca. Robert se quedó en silencio, sentado a los pies de la cama. Yo no sabía cómo empezar una conversación. Creo que tenía que ser directa

– Lo que dijo Suzanne, no tiene nada de sentido – empecé. Me miró, parecía que el dolor lo iba a consumir. O al menos, eso creía

– Suzanne tiene razón – me dijo

– Acércate – le pedí, y así él lo hizo. Agarré su rostro con mi mano buena – ¿Ya no me amas? – Le pregunté, no iba a permitir que esto me volviera a pasar.

La tristeza y la depresión, no podían regresar a mi vida. Él miró fijamente al suelo

– No lo sé – respondió. Dejé caer mi mano. Esto cambiaba las cosas

– Pero, hace rato me besaste como nunca. Pensé… – empecé a decir

– Te equivocaste… Sólo quería probar si lo que siento por ti es más fuerte que lo que siento por Daria – me confesó, y sentí que mi corazón se partía en mil pedazos

– ¿Daria? – Inquirí. Él se alejó un poco de mí

– Es una chica, con la que he estado saliendo… Pero al verte, sentí un poco de confusión y… – estaba diciendo él

– Ya, cállate… Ya me quedó claro – le dije, entre lágrimas

– No llores – me pidió

– Eso es imposible… Ya me quedó claro que sólo fui un experimento…. Que seas feliz con esa Daria – le dije. Y me moví, no me importó no sentir las piernas

– ¿Qué haces? – Me preguntó

– Irme de acá – respondí

– ¿Estás loca? No puedes caminar – me recordó.

Pero no me importaba, no me importaba nada. Las lágrimas no dejaban de caer por mi rostro

– Estaría loca si me quedo acá – le dije, y me paré para irme. No sé cómo, pero saqué fuerzas para caminar. Avancé unos cuantos pasos, agarrándome de la mesita de noche o de las paredes, pero luego caí

– Au, mierda – dije, y me rendí. Empecé a llorar más fuerte, casi desesperada. Robert se acercó a mí, para ayudarme

– Será mejor que te alejes de mí – le dije, mirándolo. A pesar de las lágrimas que caían por mi rostro, lo miré muy dura. Me quedó mirando sorprendido

– ¿Me odias? – Me preguntó

– Sólo aléjate de mí. Yo me paro sola – le dije.

En ese momento, me acordé que tenía mi celular. Empecé a buscar su número

– ¿A quién llamas? – Me preguntó, mientras yo buscaba el número

– A alguien para que me lleve a mi casa. No pienso estar un segundo más acá – respondí

– Pero… – empezó a decir

– Hola muñeca – me respondió Alec – ¿Qué pasa? ¿Por qué llamas a estas horas? – Me preguntó preocupado. Suspiré

– Necesito que vengas a recogerme, por favor – le pedí. No dejé que él notara mi voz temblorosa, por el llanto

– Ok, ¿dónde estás? – Me inquirió

– En la casa de los Bassi – le respondí

– ¿Qué? ¿Y tú qué haces ahí? – Me preguntó confundido

– Alec, por favor, sólo ven. No me hagas tantas preguntas – le respondí

– Ok, voy para allá – me dijo Alec. Colgamos. Me agarré de una pared y me paré.

Pensé que Robert ya se había ido, pero no fue así. Ahora lo tenía en frente mío

– Permiso – le dije, sin mirarlo

– Jen, lo siento mucho. Pero no llames a Alec – me dijo. Le di una sonrisa burlona

– Por favor, cállate… Yo hago de mi vida, lo que quiero – le respondí duramente.

Mi corazón estaba duro como una piedra. No sentía odio hacía él, pero sí un gran resentimiento. Sólo había sido su experimento, me utilizó. Me engañó con sus mentiras, casi creo que me seguía amando. Imposible, ahora él amaba a esa tal Daria

– No me odies, por favor – me pidió. ¡Qué hipócrita!

– No lo haré, no pienso perder mi tiempo – le contesté con la cólera en mi voz – Por mi propio bien, como siempre quisiste, déjame sola. No te quiero ver – le pedí con tranquilidad – Haz roto mi corazón, y para reponerme de esto, no sé qué haré – continué – Tu famoso secreto nunca me hubiese lastimado tanto como lo de ahora. Me usaste – finalicé, secándome algunas lágrimas

– No fue así – se disculpó. Iba a decir algo, pero le interrumpí

– Cállate. Sólo desaparece – le dije, mientras alzaba la mirada para enfrentarme con la suya. Él estaba boquiabierto, sus ojos parecían que quisiera llorar. Pero no me dejé engañar por su falsa mirada

– Haré lo que me pidas – me dijo

– Perfecto – le respondí, y me dirigí a la sala.

Caminé lentamente, y esa fue la última vez que lo vi. Bueno, al menos por el momento.

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