SUPERVIVIENTES

Summary: El mundo ya no funciona como antes. Para un humano significa que cada minuto puede ser el último. Sin embargo, también en mitad del caos pueden surgir los milagros.

Mis "Reyes" para Koko y para mí misma. Hay un lugar llamado fantasía, donde la imaginación lo hace " todo" posible.

1ª PARTE

Mi nombre real no es Eléctrica, pero seguramente si alguien me llamase por el no respondería, y es que hace tanto que no lo uso que a veces temo olvidarlo.

Mi amiga y yo hace años que preferimos llamarnos por nuestros Nicks. Es más adecuado para despistarlos y pasar desapercibidas. Nos conocimos por casualidad a través de la red hace ya bastante tiempo. Charlamos..., descubrimos intereses comunes..., en pocas palabras forjamos una amistad a distancia. ¡Y tan a distancia!. Ella en México y yo en España.

Cuando hace años echamos a suertes a ver a cual de las dos le tocaba "cruzar el charco" para conocernos en persona, jamás pensé que no regresaría a casa. Que pronto ella sería mi única familia, mi único lazo con la humanidad y por lo tanto... con la cordura.

Tampoco pensé que tendría que aprender a marchas forzadas a hablar inglés fluidamente, y lo más importante, a entenderlo. No es que pensásemos relacionarnos, no estábamos tan locas y por supuesto había mejores alternativas de suicidio que aquella. Sin embargo, era más que conveniente entender a los alienígenas que nos rodeaban últimamente. Sobre todo si, como esta noche, planeas saquear su nevera.

- Vamos Ele, esas sanguijuelas tardaran en regresar, pero cuanto antes entremos antes nos iremos de aquí.

- Espera Koko. No sé... hay algo que no me gusta.

Kokoro puso los ojos en blanco y bufó.

- ¡Oye, no empieces!. Es viernes noche y los has visto marcharse como yo... Además, tengo hambre... ¡y no iras a negar que tú también!.

- Vale, vale. –Me rendí. Mi estómago comenzaría a sonar, otra vez, de un momento a otro; pues llevábamos tres días sin probar bocado.– Supongo que tienes razón. Es sólo que tengo un mal presentimiento, eso es todo. Concédeme al menos un segundo.

Lo repasé con la mirada todo una última vez mientras Koko se removía a mi lado impaciente.

La casa, apenas visible a la luz de la luna, permanecía tan a oscuras y en silencio como los alrededores. Era un edificio de una sola planta, con muchas ventanas y sin porche en la parte de atrás. La puerta de ese lado era doble. La de cristal estaba ligeramente entreabierta, para que el humidificador pudiera hacer su función correctamente. La de mosquitera era de esas que abren en las dos direcciones.

Había un pequeño jardín, rodeado por una verja blanca de madera. Un simple adorno, pues no nos llegaría apenas a medio muslo.

No parecía que hubiese perro, lo cual era estupendo.

Por supuesto, de lo que sí estábamos más que seguras era de que no había ningún vecino en muchos kilómetros a la redonda y que la carretera, pese a estar próxima, no era problema. En las muchas horas que llevábamos de vigilancia, pudimos comprobar que era muy poco transitada.

Aparte de eso allí fuera sólo había cuatro gobernadoras gigantes, una de las cuales nos había venido muy bien como puesto de observación y escondite, pequeñas formaciones rocosas y arena y polvo a mansalva.

Para Kokoro, siendo de Mexicali, no había mucha diferencia entre este paisaje desértico con su agobiante clima y su tierra natal en la baja California. Yo lo llevaba peor, aún añoraba el clima mucho más suave del mediterráneo, los campos verdes y los cerros llenos de olivos y encinas de la Sierra Norte Sevillana... En definitiva, extrañaba mi hogar.

Además odiaba y temía a los reptiles, que para mi desgracia abundaban por aquellas tierras.

Habíamos llegado allí, después de dar un montón de tumbos, huyendo de sus ansiosos ex -seres queridos que se morían por encontrarnos y acogernos en el seno familiar.

- Eléctrica, de veras que te quiero nena pero,... ¡a veces me sacas de quicio!. –Dijo echando a correr hacía la casa sin poder contenerse por más tiempo.

Suspiré negando con la cabeza, mientras me desentumía y la seguí. Ella era la fuerte. La decidida y alocada del equipo. Yo... la insegura y eternamente desconfiada. La que siempre se mantenía alerta, aunque no hubiese motivos.

Ambas saltamos la verja a la carrera, como si fuésemos atletas en plena competición de salto de obstáculos, y cruzamos el patio procurando no salirnos del camino de losas para no dejar huellas en la graba. Cuanto más tardasen en notar nuestra visita, mejor.

Por aquella entrada se accedía directamente a la cocina. El cambio de temperatura con respecto al exterior fue tan brusco que incluso sentí frío, aún así agradecí la sensación después de todo un día bajo un despiadado y achicharrante sol, con apenas una mísera sombra para cobijarnos.

Mientras Koko saqueaba el frigorífico, yo me ocupaba de los armarios y la despensa. Al terminar yo vigilaría y ella rellenaría las botellas de agua. Por último, si había tiempo, beberíamos por turnos directamente del fregadero ¡y a correr!. Esa solía ser nuestra pauta habitual.

Patatas fritas, barritas de cereales, paquetes de galletas..., fueron llenando a toda prisa la bolsa de lona que llevaba colgada delante del pecho. Cuando ya no cabía ni un alfiler, me dirigí a la puerta trasera, la que tenía la mosquitera y allí apostada esperé a mi amiga. Ella por fuerza tenía que ir más lenta, usando una sola mano. Debía emplear la otra para que el frigorífico no encendiese la luz, ni pitase protestando por la puerta abierta. Por muy aislada que estuviese la casa, cualquier precaución era poca.

Pese a estar esperando aquel sonido, me sobresalté al oír el agua correr cuando ella empezó a llenar las botellas. Fue un estúpido acto reflejo producto de la tensión. Uno que me llevo a buscarla instintivamente con los ojos.

Me habría reído de mí misma si al volver a mirar hacía fuera no hubiese visto una sombra cruzando el patio.

Se me escapó una palabrota, quizá demasiado alto. No podríamos salir por allí, no sin que nos viese.

- ¿Qué...? –comenzó a decir Koko.

No le dejé terminar. Le grité que corriese a la puerta principal mientas yo lo hacía. No tenía sentido susurrar, el tipo había oído mi maldición y soltado la suya propia. Cuando llegué empecé a pelearme con los cerrojos y cadenas, rezando para que no estuviese también echada la llave. Sentía las manos torpes y sudadas al máximo. A mi espalda, Koko aún no se había reaccionado.

- ¡Por Dios! ¡Muévete Ko!. –le grité desesperada– ¡¿Es qué quieres saludarlo?!

Y entonces la puerta se abrió..., sólo que yo no había tirado aún de ella.

Supe que todo había terminado, que estábamos perdidas... De todos modos me giré gritándole a mi amiga que corriese, que tratase de huir por la otra puerta. Quizá aún pudiese sortear al otro buscador. Para mí ya era demasiado tarde. Mi grito quedó ahogado por dos fuertes manos, que me apretaban el cuello amenazando con dejarme sin nada de aire de un momento a otro.

- Si vuelves a gritar será lo último que hagas, gusano. –Me susurró al oído una voz masculina – ¿¡Cuántos sois y dónde están los otros!? –Exigió acontinuación.

Por supuesto ni se me pasó por la imaginación contestarle, tan sólo rezaba para que Kokoro pudiese escapar. Enseguida mis esperanzas se vinieron al suelo al escuchar al otro tipo.

- Si avisas a los otros te corto el cuello. ¡No estoy de broma, despreciable gusano!.

Irónicamente, el único insulto que se les ocurría a aquellos dos para los humanos, era uno que sin duda les pegaba más a ellos. No éramos nosotras las que teníamos antenas, ni aspecto de extraños ciempiés plateados.

Tuve que morderme la lengua para no espetárselo a mi agresor, cuando volvió a llamármelo tras repetirme su pregunta. En vez de eso le propiné un fuerte codazo en las tripas al mismo tiempo que le clavaba el talón en el empeine. Su agarre se aflojó. Y me dedicó una bonita sarta de piropos.

Mientras tanto, Koko también le había echo frente al suyo, aunque sin éxito. Cuando entré en la cocina el terror me dejó paralizada. A pesar de la escasa luz, pude apreciar que la mantenía sujeta por los hombros, con un enorme cuchillo peligrosamente cerca del cuello.

- Si das un paso más... mato a tu compañera –amenazó al verme aparecer– ¿¡Ian, estas bien!?

- ¡ No le hagas caso y corre! ¡Prefiero morir a que nos conviertan en parásitos!. –Afirmó con total seguridad mi amiga, con la mirada fija en la mía.

- Muy lista tu amiguita –resopló el tan Ian a mis espaldas, antes de arrastrarme hacía su cuerpo cogida del pelo y retorciéndome un brazo.

Dolía mucho, pero no quise darle la satisfacción de oír mi queja, así que me mordí los labios dejando que sólo mi rostro lo evidenciase. Un rostro que él no podía ver.

- ¡Cobarde! – le gritó Koko con la voz apunto de rompérsele– ¿Ahora los parásitos también disfrutáis torturando?.

Para sorpresa de todos, el otro soltó el cuchillo y se puso a despejarle la nuca, repitiendo una y otra vez que no podía ser cierto.

- Ian..., por Dios ¡Mírale la nuca! –Exclamó frenético– ¡Creo que esta es humana!.

La garra de hierro que me martirizaba el brazo, pasó a rebuscar entre mi pelo. Cuando no encontró lo que buscaba, la otra mano aflojó considerablemente su presa.

- Comprueba con la linterna, Jared. –Musitó incrédulo.

Aquello no tenía ningún sentido. Si no esperaban que fuésemos humanas...,¿¡entonces...!? ¿Desde cuando los extraterrestres se atacaban entre ellos?¿Es qué ya se parecían tanto a nosotros, que incluso comenzaban a matar y violar a sus semejantes?.

Kokoro y yo intercambiamos una rápida y significativa mirada. Como si estuviésemos perfectamente sincronizadas, ambas nos dejamos caer hacía abajo en un ágil y fluido movimiento que nos liberó del precario agarre de nuestros captores para, sin pausa alguna, girar deslizándonos por sus costados y echarnos a correr hacía las salidas. Koko en busca de la trasera, yo de la principal.

Siempre teníamos previsto un plan de emergencia, por si teníamos que separarnos, con un punto de reunión establecido. Esta misión no había sido una excepción.

El tal Jared, pensando que yo seguiría a mi amiga, le gritó al otro que siguiera a Koko, que él se encargaba de placarme. ¡Por Dios!. ¿Tan estúpida me creía como para pasar cerca de sus garras?.

Para mi desgracia, su compañero fue más espabilado y enseguida empezó a pisarme los talones. Nada mas cruzar la puerta abierta de par en par a toda velocidad, le escuché gritarme, demasiado cerca para mi gusto:

- ¡Espera!. Si eres humana no tienes nada que temer. De verdad, no te haré daño.

- ¡Ja! Cuéntame otro chiste –le espeté intensificando la carrera..

- ¡Lo siento! Siento haberte lastimado antes. –replicó aún más cerca.

Con el tiempo y la práctica, Koko y yo nos habíamos vuelto muy veloces pero... ¡maldita sea! Este tipo también lo era. Así que me deshice, con todo el dolor de mi corazón, de mi preciada carga. Mejor pasar hambre que no volver a ver salir el sol.

- ¡Sólo quiero hablar contigo!. –Gruñó mientras me golpeaba por la espalda, derribándome y cayéndome encima.

Me alivió parte de su peso, y me volteó con suma facilidad mientras yo trataba inútilmente de zafarme retorciéndome. Enseguida volvió a inmovilizarme sentándose a horcajadas sobre mi pecho, reteniendo mis manos bajo su cuerpo.

Lloré de impotencia al escuchar a su compañero. Anunciaba triunfal, a pleno pulmón, que Koko había corrido mi misma suerte.

- Estate quieta y escúchame –susurró antes de gritar:– ¡Yo también la tengo!.

Parecía estar rebuscando algo en sus bolsillos, supuse que no sería nada bueno para mí. Cuando sonó un clic me preparé para la navaja automática; en vez de eso , un pequeño haz de luz impactó directamente en mi ojo derecho. Fue cegadoramente doloroso. Intenté girar el rostro bruscamente, un acto reflejo de protección, pero una mano firme me obligó a permanecer inmóvil agarrándome por la barbilla mientras la luz se desviaba al otro ojo.

- ¡¡Sí!! –Exclamó en tono entusiasmado haciendo que me estremeciese– mira, soy como tú y puedo demostrarlo.

La luz se volvió a su propio rostro. Parecía muy blanco, aunque con aquella luz todo parecía demasiado irreal. Su cabello era corto y más negro que la media noche sin luna y estrellas. Su nariz recta y perfecta como la de una escultura. Y en sus labios había una amable sonrisa. Pero lo que realmente él quería que viese, fue lo que más llamó mi atención, y no sólo porque no tuviesen el brillo de plata, si no porque eran los ojos más bonitos que había visto en mi vida. Dos lagos profundos de un intenso azul.

- Me llamo Ian O`Shea. ¿Y tú? –dijo levantándose y tendiéndome la mano.

No sé porqué lo hice, pero le respondí sin más. Le dije mi nombre real, aclarándole enseguida que debía llamarme Eléctrica. Sin embargo no tomé su mano, ni me moví lo mas mínimo.

- Encantado de conocerte, Eléctrica –dijo con la mano aún extendida mientras miraba nerviosamente a nuestro alrededor. –Teniendo en cuenta que, aparte de Jared, tu amiga y nosotros dos, no creo que quede nadie más..., deberíamos darnos prisa y largarnos de aquí, ¿no crees?.

No me di cuenta de que al fin había aceptado su ayuda, hasta que estuve en pie; demasiado cerca de su cuerpo y sin posibilidad de alejarme pues no solamente mantenía mi mano atrapada con la suya, si no que con la otra me sujetaba de la cintura.

Debería estar asustada o molesta, habría sido lo lógico, en cambio sentía como cuando llegas a casa después de un duro día de trabajo. Tal vez fuera que aquellos ojos me tenían hipnotizada, como los de la serpiente al pobre ratoncillo de campo, o los faros del coche al cervatillo incauto que cruza la carretera...

Carraspeó y soltándome retrocedió unos pasos sin perderme de vista, hasta que se topó con la bolsa que yo había dejado caer.

- Parece que se dio bien la noche –comentó sopesándola.– ¿Qué tal si entras conmigo para que pueda tomar mi parte? No lo habréis cogido con todo, ¿no?.

Vacilé recordando repentinamente a Koko, y el debió de darse cuenta.

- Seguramente Jared le esté proponiendo lo mismo a tu amiga. –sonrió–. Después os llevaremos en coche a nuestro refugio.

- ¿Vuestro refugio? –susurré.

- Pues claro. No pensaras que os vamos a dejar que sigáis por ahí dando tumbos a merced de los buscadores, ¿no?. Bueno..., no sé lo que opinará Jared..., aunque creo que me hago una idea bastante aproximada. –Volvió a sonreír, poniéndose repentinamente serio– Yo por mi parte lo tengo más que decidido. Ahora que te he encontrado, no pienso dejar que te esfumes. Os seguiré si es necesario.

Perdiéndome una vez más en el intenso azul de sus ojos, supe que sería yo la que le seguiría hasta el fin del mundo. La que no le permitiría desaparecer de mi vida.

Sonreí tímidamente y él me devolvió la sonrisa.

- Sé que no debería hacer esto, pero... –comentó acercándose lentamente– ¡a la porra!.

Y sin más preámbulos me estrechó contra su cuerpo, alzándome en vilo para igualar su altura, y me besó apasionadamente.

N/A: Protagonistas reales: Kororo Black (La huésped Kokoro) y Electrica Cullen Black (La huésped Electrica).

Para los/as que se lo pregunten apenas he intercambiado 3 correos y algunos mesengers con Koko, pero como digo al principio, con la imaginación se hace de todo.(Y además gratis ahah)

Electrica pide su opinión sobre esta locura.