El dibujo
Él, quien jamás se sintió vinculado a una persona o lugar, adoraba el tiempo que pasaba dentro de su escuela más que cualquier otro. Todavía podía recordar nítidamente su primer día en la primaria Konoha.
Era un pequeño que apenas conocía de interacción humana, al cual le costaba hablar y a quien su pasividad le había cargado cantidad de problemas. Había perdido a sus padres a una edad por demás tierna, apenas tenía tres años cuando ellos fallecieron y quien se hizo de su custodia fue Danzou, su abuelo. Aquel vejete amargado siempre lo observó o como un lastre o como un sirviente; no era secreto que lo despreciaba, así como tampoco que parecía en eterno conflicto con el mundo, especialmente con los colores, por lo que se le hizo sencillo convertir su vida en un estricto régimen monocromático. Sus primeros recuerdos fueron tristes y empañados de gris. Y así pudo seguir, si su amable tío Yamato no hubiese dado con él. El castaño de inmediato se lo llevó, asi viviese en un pequeño apartamento, su tiempo fuese escaso y tuviera que comprar un libro para saber cómo lidiar con un chiquillo, no iba a permitir que siguiese bajo la enfermiza vigilia de aquel anciano.
Tres semanas después y ya con seis años cumplidos, el querubín de piel lechosa comenzó a ir a clases.
No era idiota y sabía que el colegio era el lugar donde estimularían su materia gris. Para ser sinceros, ya sabía leer un tanto, la única consecuencia positiva de su convivencia con el mayor. Por lo que en primera instancia estuvo seguro que se aburriría de lo lindo en aquel sitio, cuya única función era brindarles conocimiento y orientación.
— Espero que te vaya muy bien, diviértete, aprende mucho y has muchos amigos —dijo Yamato luego de la ceremonia de bienvenida, al dejarlo en su salón, mientras despeinaba un poco su obscura melena.
— ¿Amigos?
Entonces cayó en cuanto que no estaría sólo, que había otra veintena de pequeñuelos al igual que él y que las clases, no eran pasar horas y horas de silencio memorizando datos, que estaba permitido preguntar, reírse, cantar y jugar.
— Muy bien pequeños ¿Qué les parecer si nos organizamos en parejas? Ahora tomen uno de los libros para colorear y juntos, llénenlo de color —indicó la tierna Kurenai-sensei, como primer actividad introductoria. Nunca imaginó que un maestro pudiese ser tan gentil.
Veía como todos rápidamente se juntaban con quien más les llamaba la atención; intentó acercarse a un rubito, atraído por su brillante y sedosa cabellera y su interminable risa, esperanzado de que aquel niño que parecía dichoso con todo quisiese desempeñar aquella tarea a su lado. Pero justo cuando estaba a punto de tocar su hombro…
— Es mío —dijo un morenito, rodeándolo con sus brazos y quebrando un contacto que jamás sucedió.
— ¡Yo no soy tuyo, Sasu-baka!
— Mira, tengo colores que brillan en la obscuridad.
— Yo quiero, yo quiero ¡Yo quiero dattebayo! —ok, ese par era extraño, aunque el áureo seguía causándole mucha curiosidad.
Sus ojos obscuros volvieron a pasarse por el aula llena de colores, descubriendo para su desgracia que ya todos poseían compañero; nuevamente era excluido, aún en aquel mundo de inocencia su existencia continuaba siendo de un opaco interminable.
— ¿Quieres… colorear conmigo? —aquella vocecita, tímida y aterciopelada, le hizo levantar la cabeza al instante, descubriendo a un pequeño que sencillamente era su opuesto; era un angelito de fulgentes mechones bermellón y ojos de un enigmático verde esmeralda, de piel blanca e impoluta, en la cual contrastaba de maravilla el ligero rosado de sus pómulos y quien para aderezar más su propia estampa, vestía primorosas telas de algodón en tonos pastel. Tan distinto a él, que parecía un garabato hecho únicamente con grafito.
— Yo… —pero aún con tanta suerte, dudaba poder estar al lado de aquel niño de arcoíris—. No traje colores —confesó acongojado.
— Te puedo prestar los míos —¡Vaya día de sorpresas! Tampoco se le venía a la mente cual fue la última -o primera- ocasión en la que su boca de curvo en un gesto de dicha. El pequeño taheño tomó su pálida mano, guiándolo a su mesita para comenzar a trabajar.
— Mi nombre es Sai.
— Yo soy…
— ¡Auch!
Sintió un fuerte dolor en su cráneo y los recuerdos se esfumaron al instante. El Amane al momento llevó una mano a la zona afectada, así como también varios chicos que pasaban a su lado preguntaron por su condición.
— Estoy bien, sólo una leve contusión —declaró con una escabrosa sonrisa y todos se alejaron. Era la última vez que se perdía en sus memorias mientras iba caminando rumbo al colegio ¡Había chocado contra ese poste tres veces en la semana! Y digamos que los hematomas no pasaban precisamente desapercibido en él. Como siguiese accidentándose alguien creería que sufría de violencia doméstica.
Volvió la vista al frente y advirtió que de un llamativo auto purpura, descendía un pelirrojo, cuyas mejillas casi habían adoptado el tono de su cabello. Ese día Temari-san lo había obligado a modelar un adorable trajecito marinero. Al parecer seguiría sufriendo accidentes, porque evitar que su mentecilla se perdiera en cualquier imagen referente al Sabaku, era imposible.
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— ¿Qué es esa mugre? —escuchó y no pudo evitar que su entrecejo se frunciera o sus dientes colisionaran. Pensar que sólo cuatro días le duró el gusto de recibir cientos de mimos y halagos por parte del blondo, para que a menos de una semana su heroica participación en aquel inmundo certamen de conocimiento, fuese olvidada por su tarado zorrito.
— Es un jardín, usuratonkachi —explicó desdeñoso, examinando mejor su obra y percatándose de que afectivamente, su talento en la pintura era nulo.
— Pues sólo veo manchas —dijo Naruto llevándose un manchado dedito a los labios—. Y ni siquiera de colores bonitos.
— ¡Como si tú pudieras hacer algo mejor, dobe!
Gritos y peleas. En definitiva los prefería a incursionar en otro evento, cuyos resultados condicionaran su permanencia en aquella escuela de los mil males. La grisácea mirada del mayor se pasaba tranquila por el aula, verificando que todos sus estudiantes estuviesen dedicados a elaborar un adorable paisaje y que ninguno se sacara un ojo con algún pincel o terminara intoxicado por ingerir pintura; la hora del arte volvía y desde el evento en donde la cabeza del Uzumaki se tiñó de escarlata, atendía casi de forma paranoica cualquier detalle que pudiese finalizar en la sala de emergencias. Esos mocosos de verdad que le estaban restando años de vida.
Y mientras Kakashi luchaba por permanecer centrado en sus estudiantes, tratando de ignorar las pecaminosas páginas de su nueva novela, la que compró apenas unas horas atrás, Gaara se hallaba al otro lado del aula, llenando de tonalidades cálidas su lienzo. Estaba ansioso por plasmar un mundo sereno, en donde el fulgor del sol lo inundara todo y el cielo se mostrase infinito y en paz, un universo extenso, de tesoros escondidos, en donde ninguna hermana mayor con un obvio retraso mental lo obligase a vestir tonalidades rosadas o encaje.
— ¿No es… algo seco? —aunque claro, su visión de mundo estaría expuesto a la crítica.
— Me gustan los desiertos —contestó a su profesor, sin dejar su labor en ningún segundo—. Son tranquilos, cálidos y pueden albergar paraísos.
— Entiendo —¿Por qué los niños a su cargo tenían que ser tan escabrosos? Como desearía atender críos normales que se limitasen a plasmar trilladas montañitas—. Pero eso es sólo un remolino de ocre con diamantina dorada —opinó sin intención alguna por ofender al infante ¡Craso error! Supo que había fallado cuando Gaara le dirigió una miradita triste, cargada de consternación—. Jeje ¡Aunque tu uso del marrón es sorprendente!
Sí, seguía sin tener el tacto adecuado con sus mocosuelos.
— ¡Eres muy talentoso, Sai-kun!
Gracias a Kami no tuvo que seguir fingiendo interés en el trabajo del cobrizo, ya que con aquel grito, cortesía de Ino, todos en el aula de inmediato viraron sus cabezas en dirección al rinconcito, del que siempre se apoderaba el Amane durante la hora de artes plásticas. Dos segundos más tarde la mar de enanos rodeaba al paliducho.
— ¡Wow! Eso es impresionante Sai.
— ¡Sai, tú sí que eres talentoso! No como el teme.
— ¡Quieres callarte de una buena vez, usuratonkachi!
Y así como los alagados aumentaban, igual la expectación del sensei, quien tuvo que admitir que hace tiempo que algo no lo sorprendía tan gratamente. Aquel crío había matizado una esplendorosa casita cubierta de fantasiosos colores que emulaban un precioso jardín, un bosquejo de cuento de hadas. Quizás el trazo no era del todo perfecto y la mayoría de detalles se limitaban a manchas estratégicamente colocadas, pero considerando que era el trabajo de un chiquillo de poco más de década de edad, era llanamente maravilloso.
— Bueno todos regresen a sus lugares e intenten seguir el ejemplo de Sai-kun —indicó el Hatake, controlando aquella aglomeración, mientras seguía apreciando sutilmente la capacidad del de cuencas negras; seguro que eso impresionaría al resto del profesorado.
Sai quien no emitió palabra alguna desde que la observación lo transformó en el bicho de exhibición del aula, se limitaba a mantener su pronunciadamente falsa mueca de alegría. Él ya conocía sus aptitudes y no requería la opinión de nadie de ahí.
— Es lindo —excepto la de aquel que hacía a su cabecita convertirse en un océano de genuinas confusiones. Gaara finalmente había logrado acercarse a la obra de su compañero, descubriendo que en verdad aquel acosador era virtuoso. Como le encantaría plasmar sus ideas con tal maestría.
— ¿De verdad… te gusta? —dijo, con un ligero temblor en el labio inferior, incrédulo de que algo tan simple pudo haber maravillado a su cerecita.
— Sí —reafirmó el de gemas verduscas—. Es muy bueno… me recuerda a algo —confesó, llevándose sus deditos al mentón y analizando más profundamente el cuadro.
— ¿A tu casa?
— Es cierto, es como… —entonces captó a plenitud la sugerencia. El rojillo sintió un escalofrió—. ¿Sabes dónde vivo? —ahora recordaba porque evitaba el contacto con Sai.
— Temari-san tiene un jardincito muy mono —y aquella respuesta volvió a dejarlo helado, especialmente cuando percibió el ilusionado brillo en la perlas noche del Amane. A partir de mañana en su mochila guardaría un discreto bat.
— De verdad dibujas muy bien —volvió a hacer énfasis en las habilidades del moreno, intentando apartar de sí la mala imagen de que alguien lo seguía camino a su hogar. Sí el paliducho ya mostraba tales extravagancias a los diez, no quería ni imaginarse cuando fuese mayor de edad; quizás debería mudarse o ir a todos los templos de la ciudad y rogar por dejar de ser su objeto de interés.
— Si te gusta tanto te lo regalo —entonces escuchó el ofrecimiento, encarando de inmediato al autor y encontrándose con un mueca inusitadamente sincera.
Sabía que ese día una vivaracha inspiración se había instalado en su psiquis, logrando con ello concretar un trabajo que contuviese el mismo brío y colorido que su exótico y adorable taheño, por lo que nada lo haría más feliz que darle aquel dibujo al niño que tanto le fascinada, el que lo había introducido, inconscientemente, a su pasión por la pintura.
— Gracias —aceptó el Sabaku con un encantador tinte desplegándose por sus mejillas y Sai únicamente se limitó a componer una sonrisa genuina.
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— ¿Exponer mi dibujo frente a todo el colegio? —no era su costumbre repetir lo obvio, de hecho captaba bastante bien cualquier idea de inmediato, pero luego de escuchar tal sugerencia por parte de su maestro, sus neuronas se negaban a procesar las palabras.
— Exacto —contestó el Hatake, quien le había pedido que se quedase un momento durante el almuerzo, para discutir ciertos asuntos sobre sus habilidades plásticas—. Los alumnos de Anko-sensei son bastante buenos en artes manuales y generalmente ellos monopolizan el periódico mural y la zona de reconocimientos, claro, en aquella área —no era su costumbre el ansiar de forma obsesa el reconocimiento generalizado como docente, pero de sólo imaginar la cara de pondrían todos en aquella institución del averno, al saber que sus alumnos no sólo eran un puñado de mocosos pendencieros, sino un puñado de mocosos pendencieros con habilidades extraordinarias y la tutela ideal, algo en su interior se inquietaba. Especialmente cuando pensaba en la bella cara de admiración que compondría el adorable Iruka-sensei… o cuando fuera a mofarse de Asuma.
— Me alaga, sensei, pero yo… —le había prometido a Gaa-chan su dibujo ¡Era un regalo para Gaara! Y sólo los dioses sabían a los extremos que estaba dispuesto a llegar por complacer al bermejo.
— Así también podría aspirar a ganar el premio trimestral que otorga Tsunade-sama —así que el niñato se ponía reacio ¿No? Él tenía sus métodos de convencimiento—. ¡Un lindo estuche de arte! —y quizás el Amane era el rey de la hipocresía, pero por la mueca de sorpresa que compuso por una milésima de segundo, supo que aquello verdaderamente lo había tentado.
Estaba en una encrucijada. Por una parte decepcionar a su gema preciosa le partiría el corazón y por la otra… su tío no era exactamente rico; de hecho él no tenía pinturas o colores en su hogar, no podía costearse tales lujos, todos sus ahorros terminaban en el fondo de vacaciones ¡¿Por qué creen que caminaba diez cuadras en lugar de tomar el bus?! Razones por las cuales aprovechaba al máximo el material del que disponía Konoha. Pero saber que ahora podía aspirar a plasmar sus ideas fuera de un aula… era casi irresistible— ¿Puedo… hacer otro trabajo? —cuestionó rápidamente, ya que parecía que su maestro pronto se desesperaría con su mutismo e indecisión—. ¡Prometo que mañana estaría listo antes de que Tsunade-sama pase a juzgar los trabajos! —aclaró adelantándose a lo que mayor pudiese opinar nada.
¿Por qué los chiquillos tenían que complicarlo todo? Tan fácil que sería darle el trabajo de la hora pasada y fin. Kakashi observó el ruego impregnado en el mohín del pequeño de piel lechosa—. Está bien —confirió—. Pero espero una pieza de la misma calidad.
— Le aseguro que dejará a todos con la boca abierta.
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Su mirada gris se paseó por enésima ocasión sobre su elegante reloj de pulsera, descubriendo que otros cinco minutos habían transcurrido. Aire caliente salió de su respingada nariz. Ese mocoso le había asegurado que ya sólo le faltaba un detalle a su nueva obra, algo insignificante que terminaría durante el descanso, justo antes de que la Senju se reuniera en el pasillo principal, en compañía de otros profesores -específicamente Mitarashi y Umino- a decidir cuál era la pieza artística más sobresaliente de aquel periodo. Cosa que ocurrió hace casi veinte minutos y que por desgracia, no podía seguir postergando.
— Kakashi, así que por lo visto tus alumnos adoptaron aquella impuntualidad que te hace legendario ¿No? —se burló la de mechones purpuras, incrédula de que algún trabajo de un grado inferior, pudiese ser más asombroso que las maravillosas maquetas que lograban sus renacuajos, por lo que a su consideración, aquella espera era completamente infructífera.
— Kakashi —y ahora era momento de escuchar la perorata de su honorable directora—. ¿Seguro que Amane terminó su trabajo? —no, para nada, pero era mejor tener fe y cuándo ésta se agotase, podía torcer un pequeño y pálido cuello.
— No se alarme, Tsunade-sama, probablemente Sai-kun está a punto de arribar —Iruka, siempre fungiendo se bálsamo, apaciguando cualquier tensión con su irresistible sonrisa, pese a que él igualmente cargaba con la responsabilidad de enaltecer a sus alumnos, los que se esforzaron en componer un adorable collage de macarrones.
Sonrió nervioso ¡Otros cuatros minutos habían transcurrido! ¡¿Dónde estaba ese mugriento…?!
— ¡Kakashi-sensei! —alguien seguiría con vida—. Lamento mucho el retraso, pero necesitaba algo de color para los detalles finales —dijo el infante que arribara con la respiración errática y un pequeño cuaderno de dibujo bajo su brazo derecho, el cual pese a estar abierto por la mitad, escondía su contenido gracias a una hoja de estraza. Tan pronto como el adulto de platinado cabello localizó aquel objeto se lo arrebató, pasándolo de inmediato a las manos de cierta rubia voluble.
— Tsunade-sama, aquí tiene la participación de mi grupo.
— Muy bien, finalmente es hora de la evaluación —dijo con cierto tinte burlón, ya que era la última pieza por evaluar y sinceramente, dudaba que aquella coqueta representación del monte Fuji hecha por una de las pequeñas de Anko, fuera a ser rebasada.
Puso aquel gastado cuaderno sobre una impoluta mesa, dejándolo al alcance visual de todos los profesores presentes y sin más ceremonias reveló su contenido.
Un mutismo generalizado seguido de un sofocante aumento en la presión sanguínea fue lo experimentado por los adultos.
— Entonces… ¿Les gusta? —preguntó inocentemente Sai, tragándose un bostezo. Vaya que durmió mal por terminar aquella "representación".
— Es Kakashi-sensei… desnudo —tartamudeó Iruka ¡¿Por qué se olvidó de advertirle al Hatake, sobre la manía por la forma humana que se cargaba aquel niñato?!
Una mueca de completa consternación transmutó la normalmente calmada tez del espantapájaros; cada día con esos chiquillos le recordaba el por qué aún se negaba a abandonar el uso de su extravagante cubrebocas, soporte que auxiliaba disimulando algo de la vergüenza que siempre terminaba exteriorizando.
— Es lindo —dijo Anko, cargándose una gesto pícaro que estaba a lo mínimo de parecer obsceno.
— ¡Sai ¿Por qué hiciste un retrato mío?! —¡Sin ropa! ¡Era él plasmado a carboncillo, reposando holgadamente sobre un pastizal, mientras sólo algunas florecillas cubrían de forma estratégica ciertas partes que sus estudiantes aún no debían estudiar! Jajaja, nunca imaginó que sentiría tales ansias homicidas por otro estudiante además del Uchiha.
— Pues me interesa mucho ganar y mi tío me ha dicho que las obras que crean polémica llegan a ser super exitosas —comenzó a explicar calmadamente aquel mocoso descarado—. Entonces pensé ¿Que podría hacer para que todos hablaran de ello? Luego recordé que cuando alguien tiene poca ropa en automático se gana mucha atención —además los retratos a blanco y negro suelen verse mejor que los paisajes—. Y también recordé que la semana pasada, algunas profesoras comentaron sobre su atlético estado —la Mitarashi se limitó a virar los ojos y comenzar a silbar—. Pero le puse flores, porque mi tío dice que las cosas tienen que ser sutiles —de ahí que se tardara; aquel detalle tenía que llevar algo de pintura cortesía de la Hoja.
La tensión volvía a subir y el volumen a bajar.
— El ganador es Amane Sai —dijo tranquila cierta rubia, la que apenas podía contener su maliciosa risa—. Hijo, eres un estupendo artista.
— ¡Tsunade-sama, no lo solape! —¡Claro, como no era ella la que posaba en pelotas!
— ¡Oh, vamos Kakashi! El niño sólo se está expresando —y el fanservice jamás debía ser tomado a la ligera, especialmente cuando estaba dirigido a las mujeres—. Además, pienso que fue bastante generoso ¿O de verdad estás tan marcado? —dijo lo último en secreto, dirigiéndole una mirada bastante perturbado ¡Mierda, ahora se sentía horriblemente expuesto ante su deschavetada jefa!
— Creo que es mejor guardar el trabajo de Sai-kun —¡Oh Umino! Siempre tan mojigato.
— Vamos Iruka, hay que saber apreciar al talento de los niños, además no es como si le incomodara a Hatake-san —jugueteó Anko, a quien ya no le era tan molesta la presencia de aquel presumido hombre; después de todo estaba soltera.
Y mientras los comentarios sobre su persona seguían cayendo como afiladas rocas que destrozaban su confianza, aquella diabólica ilustración seguía a la vista de todos, desquiciándolo, casi a la par que la sonrisa inexpresiva de aquel pequeñito que aspiraba fervientemente por convertirse en cadáver. Como aborrecía ese maldito trabajo.
Sai, quien experimentaba cierto brote de dicha con aquel cómico suceso, vislumbró a unos insignificantes metros de su persona, unos brillantes ojos turquesa. A paso tranquilo, fue abandonando la zona de burla, para ir donde el pequeño rubí.
— ¡Hola! —saludó de inmediato, sonado más enjundioso de lo que normalmente su garganta cooperaba—. ¿Ya terminó el almuerzo?
— Sí —respondió el Sabaku, quien atraído por la bulla, no podía despegar sus curiosas cuentas de aquel montón de adultos histéricos—. ¿Qué ocurre?
— Un insignificante boceto causando un poco de discordia —así de maduros resultaban sus profesores—. Le di un dibujo a Kakashi-sensei para que lo expusiera.
— ¿La casita con flores? —tan pronto lo dijo llevó sus blancas manitas a su dulce boca. Había sonado ansioso y ahora su estúpida piel volvía a arremolinar sangre justo bajo sus llamativos ojitos.
Sí, en definitiva Gaara, el ser más adorable a su ingenua percepción, podía acelerar su pulso como nunca imaginó, causándole una genuina agitación—. No —dijo claro y sin dudas—. Ese es un regalo para ti.
Notas
Bueno, me pidieron ahondar es esta adorable pareja y como vivo para complacerlos XD ¡Aprovechen mientras ande de buenas jojojo!
Muchísimas gracias a todos lo que me continúan apoyando:
Zanzamaru; Hagane Yuuki; Tefyta-Cullen; Soy YO-SARIEL; Violet Stwy; sepphire; chizuruchan1999; Hikari Susumi; Yuki-2310; Sada R; shameblack y 00Katari-Hikari-chan00.
¡Y ya saben, cualquier duda, queja o errorcillo no duden en decírmelo!