• Fandom: Axis Powers Hetalia.
• Titulo: Canción de la perdición.
• Titulo de cápitulo: Espionaje fallido y llamadas fantasmas.
• Claim: Islas Británicas, Estados Unidos, Canadá.
• Resumen: En el viento se escucha una canción y los límites de lo real se vuelven confusos. El aire está repleto del mortal olor de dulces y flores...
• Resumen del cápitulo: Estados Unidos decide aliarse con Canadá y juntos descubrir lo que sucede con Reino Unido, mientras éste recibe una llamada misteriosa.
• Advertencias: Ninguna. Liam = Irlanda del Norte.
• Notas: Sé que tardé mucho en actualizar esta historia (9 meses, poquito más ._.), pero simplemente no lograba concentrarme en terminar el capitulo, y no podía avanzarlo tampoco, hasta que finalmente salió esto, y espero que lo disfruten porque me ha costado, pero no me disgusta. Intentaré continuar rápido con la historia, pero dependerá mucho de la inspiración, eso sí, como ya dije, no planeó dejar la historia botada :)

¡Gracias especialmente a mi manitu, Scath! Yup, manitu, gracias por leer el cap y decir que estaba bien, y también por apoyarme y recordarme la historia, thnx.


Arthur observó el cielo por la ventana del restaurante al que había sido invitado a comer, su ministro había salido a realizar una llamada y él se había quedado a esperar que les llevaran los platos, también estaba aprovechando ese momento para relajarse. Desde que había subido al carro, su jefe se las había ingeniado para acosarlo a preguntas referente a su salud, y no es que Arthur quisiera ser grosero, pero si escuchaba algo más con respecto a "debes dejar de hacer eso" o "lo que haces está mal, y te lo digo porque me preocupo" iba a darle rienda suelta a su vocabulario de ex pirata.

—Que sepa que tengo más años de los que tendrá jamás —masculló—. Ah, pero claro, le ven cara de joven a uno y lo tratan como un chiquillo. Soy el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, no un adolescente de quince años que se esconde para fumar droga o algo así —rió, sin gracia. Al menos no estaba hablando en voz muy alta.

Se preguntó si sería una buena idea llamar a Noruega y comentarle sus extraños sueños, después desechó la idea, estaba exagerando. No es como si fuese una maldición, aunque pensando en Irlanda del Norte, cualquier cosa podía ser posible…

—Todo comenzó el día que me deshice de esa cosa —pensó, llevándose una mano a la barbilla. En su mente se recrearon las escenas de su última semana.

Todo había comenzado cuando escondió el espejo de Liam, pues esa misma noche tuvo el primer sueño, después no había dormido en dos días a base de café, lo cual obviamente había alterado su sistema nervioso. Cuando iba rumbo a la reunión del G8, en el avión, había dormitado sólo unas horas, pero había vuelto a soñar, y era justo en la parte donde se había quedado, como si hubieran puesto pausa. Durante su estancia en Canadá no había soñado nada, y ese día era el número dos.

Tomó una servilleta y con un bolígrafo comenzó a hacer anotaciones, tal vez los sueños tenían una forma de llevarse. Soñaba un día y dos no, pero eso no explicaba porque siempre continuaban en el punto donde se quedaba antes de despertar, y eso lo dejaba nervioso. Si a eso le sumaba lo que le había dicho la mujer del tarot… Bueno, él era algo supersticioso.

—Tal vez Irlanda del Norte sí me odia —suspiró, deprimido. No era una perspectiva agradable.

—¿Eso crees?

Arthur saltó en su silla y miró a su jefe con malos ojos. Iba a decirle que espiar conversaciones ajenas era grosero, cuando se acordó que habían ido a comer juntos.

—No exactamente, sólo pensaba en voz alta —aclaró, a su ministro ya se le hacía demasiado aceptar su existencia y la de las otras naciones, Arthur dudaba que entendiera algo referente a la magia y las maldiciones.

La llegada de la comida impidió que alguno hiciera otro comentario. Por su parte, Cameron encontraba incomprensible la actitud de Inglaterra; éste a su vez, comía de forma ausente. El silencio era un poco incomodo, el ministro no sabía cómo romperlo sin actuar de forma paternalista, lo cual era irónico si contaba con que el hombre de apariencia más joven, en realidad era más grande que él.

—La comida canadiense es buena, ¿no es así? —comentó, dándole un vistazo a la comida.

Arthur le clavó la vista, resentido, el platillo de su ministro era francés adaptado por los canadienses, y eso lo ofendió profundamente. Su ministro le dio una sonrisa avergonzada, Arthur pensó que si no era para discutir política o reñirlo, no tenía más tema de conversación, ¿y le preguntaban por qué prefería a la familia real?

En eso estaba cuando el timbre de su teléfono móvil lo distrajo, elevó una ceja confundido por el nombre gravado. Lo tomó y descolgó la llamada, estaba curioso.

—Ludwig, ¿sucede algo? —preguntó en tono serio, con Alemania casi siempre eran negocios. Tras escuchar la respuesta del alemán suspiró, otro preguntando por su salud. ¿Acaso había concurso y él no estaba enterado?—.Estoy bien, gracias por preguntar. ¿Tú como te encuentras? —agregó por cortesía.

Cameron le envió una mirada que claramente decía "te lo dije", y Arthur la odió, porque era la misma que él utilizaba con Estados Unidos y Australia. Decidió ignorar a su ministro a favor de Alemania.

—Descuida, no me molesta —respondió, y era verdad. No estaba molesto, sólo incomodo. Pero debía suponer que a Alemania le preocupaba que su economía se tambalease o algo—. Sí, por supuesto, dale las gracias a Feliciano de mi parte, y no… Feliciano, no es necesario que lo hagas, estoy bien, en serio… —guardó silencio un momento, escuchando claramente los gritos de ambas Italias, al final tuvo que ceder—. Está bien, si insisten. Gracias —tras despedirse de Alemania e Italia colgó la llamada, estresado.

—Estoy perfectamente bien —dijo, antes de que su ministro pudiera decir nada—. No hay nada más que decir.

Cameron le dio una mirada desaprobatoria, pero lo dejó ser, de momento. Él era el Primer Ministro, debía velar y cuidar por su nación y sus ciudadanos, lo había prometido, aunque nunca pensó que tendría que lidiar con la personificación de su país, ni que fuese tan necio y terco.

Cuando por fin decidió hablar, el móvil de Inglaterra volvió a sonar con insistencia, la Isla rodó los ojos al ver aparecer el nombre de Estados Unidos en la pantalla y tras dos llamadas perdidas decidió contestar, el mocoso podía ser realmente terco cuando quería.

—¿Qué? —gruñó, sin ganas de ser amable—. Estoy ocupado… ¡No me interesa! —rodó los ojos—. Adiós Alfred, adiós. Sí, voy a colgar —le dijo, y eso mismo hizo, apagando su móvil.

El resto de la comida fue en un ambiente incómodo, Inglaterra tenía un humor del demonio y Cameron prefería ahorrarse gritos innecesarios.

Matthew parpadeó un tanto confuso, preocupado, Alfred se mostraba serio como pocas veces, y ni si quiera había un falsa sonrisa pequeña que pudiera tratar de engañarlo, simplemente estaba centrado y mirándolo atentamente, interrogándolo con la mirada.

—¿Tú qué piensas, Matt? —le dijo, mordiéndose el pulgar—. De Arthur, quiero decir.

Matthew asintió, entendiendo la pregunta, después suspiró sin saber que decir. Estaba preocupado por el inusual comportamiento retraído de Arthur, pero no tenía alguna teoría de qué pudiese estar sucediendo.

—¿Crees que los tíos le hayan hecho alguna mala broma? —Alfred puso una cara de molestia e hizo un ademán de levantarse para tomar el móvil, así que el canadiense se apresuró a tranquilizarlo—. Es sólo una broma; no tengo mayores teorías, por no decir que no poseo ninguna en lo absoluto.

Alfred suspiró y se dejó caer con pesadez. Frunció el ceño, haciéndole saber lo poco divertida que había sido aquella broma.

—Podríamos invitarlo a algún lado y después sonsacarle la información con ayuda de un somnífero en su té, o mejor aún, enviar a un espía a que lo siga y detecte lo que pasa y… ¡ya sé! ¡Hay que espiarlo nosotros! —chilló el estadounidense emocionado, con una sonrisa de oreja a oreja; Canadá hizo un pequeño sonido, como una risa ahogada—. ¿Por qué la risa? Estoy hablando en serio, Matthew.

El aludido levantó una ceja, incomodo, ¿quién le dijo que contar con Alfred era una buena idea? Ah sí, Francia, quien seguramente los quería hacer a un lado para investigar a Arthur él solo. Suspiró resignado a su suerte.

—¿Después qué? ¿Lo seguiremos hasta averiguar algo, vestidos de negro y con binoculares? Alfred… —se mordió la lengua, los ojos del estadounidense estaban brillando mientras hacía llamadas telefónicas pidiendo atuendos y equipo, Matthew rodó los ojos y trató de sacar lo mejor de todo, al menos podrían observa a Arthur de cerca.

Algunas horas más tarde ambos estaban listos, así que salieron y se dirigieron a donde Alfred pensaba que podría ir Arthur, cualquier tienda que vendiese té y artículos similares. Recorrieron varios lugares, sin grandes éxitos, cansados y hambrientos se dirigieron a un restaurante de la zona, y grande fue su sorpresa cuando vieron a Arthur sentando en una de las mesas del fondo, mirando con total aburrimiento a su jefe.

Olvidándose del hambre, Alfred sacó los binoculares y se dispuso a mirar a través de ellos, después de unos minutos le pasó los binoculares a su hermano, que miraba al cielo como si fuese algo inusual.

—Matthew, ¿qué están diciendo? Tú eres bueno leyendo los labios, anda, míralos —le exigió, pasándole los binoculares. Matthew suspiró antes de ponerse a observar con disimulo, sonrojándose de vez en cuando—. ¿Qué dicen, qué dicen?

—N-nada… sólo discuten de política —mintió. Discutían, sí, pero sobre la recién adquirida adicción al café de Arthur, y su reticencia a dormir; Alfred gruñó indignado, y al final Matthew le dijo la verdad, luego ambos quedaron en silencio, Canadá seguía la conversación con detalle.

Durante un par de minutos Canadá siguió la conversación, se detuvo abruptamente cuando vio que Reino Unido se paraba, entonces guardo los binoculares y le susurró a su hermano que debían irse, y así lo hicieron. Se escondieron tras unos basureros, observando al británico y al jefe de éste salir y subir a un auto negro, Estados Unidos jaló a su hermano, y una vez en el auto de éste, ordenó con diversión, viéndolo bizarro y divertido.

—¡Matt, sigue ese auto negro!

Canadá hizo una mueca y contuvo la risa, pero hizo exactamente lo que se le había pedido, seguir el auto de cerca. Estacionaron frente al hotel donde se hospedaban todas las naciones con sus respectivos jefes, y Matthew estacionó un poco más lejos, para no levantar sospechas. Entraron al hotel, pero se escondieron tras unas plantas en el hall principal, atrayendo miradas curiosas de las que no se daban cuenta, demasiado enfrascados viendo a Reino Unido intercambiar algunas palabras con Rusia, sobra decir que ambos hermanos se sentían ligeramente aprensivos.

Canadá se esforzó especialmente en entender a Rusia, que era al que podía ver mejor, y fue susurrándole poco a poco a las traducciones a Alfred, aunque ninguno estaba sorprendido con él: "Compañero, ¿estás bien? Has actuado raro, ¿uhm?" seguido del más que conocido, "Si necesitas ayuda, sabes dónde encontrar a Rusia, ¿da?". Canadá no reparó en que, actualmente, Reino Unido no se había estremecido ni temblando ante la conversación, Estados Unidos sí.

Cuando Reino Unido desapareció, rumbo a su habitación, y ellos pretendían investigar en dónde se quedaba, una voz conocida los detuvo en seco. Un pensamiento común pasó por ambos: atrapados.

—¿Por qué me están siguiendo ustedes dos? —dijo Reino Unido, quien ya había notado a esos dos desde horas antes (gracias a su reciente paranoia), pero no había encontrado el momento adecuado para hablar con ellos a solas, y pensó que fingir irse sería la mejor opción para llegarles por detrás—. ¿Y bien? —insistió, poniéndoles la mirada.

Estados Unidos se sobresaltó, y Canadá esperaba poder hacerse invisible, pero ante aquella mirada de "ni lo intentes" supo que sería poco apreciado su esfuerzo. Finalmente ambos estaban nerviosos, y el canadiense evaluó la situación en fracciones de segundo. Podían mentir, y ser regañados como niños pequeños o podían decirle la verdad y ser reñidos como naciones adultas y acosadoras. Ninguna era muy halagadora.

—Pues verás… —empezó Canadá, atrayendo la mirada de Reino Unido hacía sí, como pocas veces, y entonces lo supo: iba a mentir—. Quería… quería preguntarte sobre tío Ian.

Reino Unido levantó una ceja con incredulidad, ¿para qué Canadá le preguntaba a él? Matthew era, por sí mismo, suficientemente capaz de hablar con Escocia, no por nada era su sobrino favorito.

—Mentira —dijo Reino Unido, mirando ahora al otro rubio, esperando una mentira mejor.

—¡No es tu asunto, Art…! —pero no terminó su exclamación, Reino Unido le había dado un golpe en la cabeza.

—Si me espían es de mi incumbencia. Ahora, ustedes dos, van a decirme por qué me están siguiendo y espiando mis conversaciones ajenas, en serio, eso podría creerlo de Estados Unidos, ¿pero tú, Canadá? —le dijo, mirándolo fijamente—. No lo intentes, sé que hablas bien el inglés —agregó, sabiendo la facilidad con la que el canadiense fingía no saber inglés cuando Arthur realmente se enfadaba.

Ambos suspiraron, malditos instintos paternales en el británico.

—No vuelvan a seguirme, ¿de acuerdo? —ordenó, menos duro, aunque firme. Después se alejó a su habitación, su mente trabajando frenéticamente.

Los dos americanos se miraron con similitud, y supieron que el mismo pensamiento les estaba cruzando la cabeza: ¿desde cuándo Arthur se iba sin una respuesta? Eso preocupó un poco más al estadounidense, e hizo que se concentrara en buscar motivos y porqués que sólo estaban en su mente, mientras que Matthew se preguntaba si, tal vez, deberían llamar a Francis y decirles que no estaban logrando nada, y que Arthur parecía… raro, ido.

Reino Unido cerró la puerta de su habitación y se dejó caer en la cama, emocionalmente agotado y físicamente también. Debía dormir sus horas diarias, debía poder alimentarse mejor y, principalmente, dejar de tener esa sensación de no encajar en el lugar dónde estaba. Su mente pensaba constantemente en aquel sueño que no parecía sueño, y entonces un pensamiento peor le asaltó la mente, haciéndolo sudar frío: ¿Quién dice que no estás soñando ahora?

—Tonterías —masculló, yendo al baño y mojándose la cara con agua fría. Se quitó el chaleco, desabrochó su camiseta y observó las pequeñas cicatrices que adornaban su pecho, recordaba porqué se había hecho cada una de ellas, y recordaba, sobretodo, el dolor partiendo su cuerpo y su mente—. No puede ser un sueño simplemente.

¿O sí? ¡No! Estaba cayendo en la paranoia (otra vez), él era el Reino de Inglaterra, país constituyente del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte; él había sobrevivido guerras, conquistas, había tenido colonias por todo el globo, cada recuerdo eran tan real y fresco en su mente que simplemente no podía ser un sueño estúpido.

—El sueño es el otro, esta es mi realidad, y no debo olvidar eso —se dijo, pero cuando volvió a mirarse en el espejó tuvo un flashback, se veía gritando algo a un par de chicos, vestidos de uniforme.

Se golpeó la cabeza contra la pared y dejó escapar un ruidito, como un lloriqueó o un gemido, no dejaba de pensar que se estaba volviendo loco, y que eso debía ser culpa de sus hermanos de una u otra maldita forma, como siempre.

Tras una ducha para relajarse, decidió no salir lo que quedaba de día, y en cambio se quedó acostado mirando televisión hasta que el ruido del teléfono de la habitación lo hizo pararse a contestar, la voz de la recepcionista le dijo que tenía una llamada, y tras eso la conectó a la línea, sin darle tiempo a Arthur de decirle que no deseaba atender a nadie.

—Arthur, perdón.

Reino Unido se sobresaltó un poco, o más bien mucho y por poco dejó caer el teléfono, no quería saber cómo en ese momento estaba recibiendo aquella llamada, pero el simple hecho le sorprendía demasiado.

—¿E-Emma? —cuestionó, recibió como respuesta una pequeña afirmación—. ¿Q-qué sucede? —preguntó, apretando el teléfono con fuerza, sin querer conocer la razón. Era la primera vez que un fantasma le llamaba en lugar de simplemente aparecerse.

—No puedo decírtelo aquí…

Arthur ya se temía aquello—. ¿Es muy serio? —insistió, algo le decía que sí, aunque esperaba lo contrario.

—Sí… —sollozó la niña del otro lado de la línea—. Lo siento, de verdad, lo siento.

Arthur se mordió el labio, no le gustaba que los niños llorasen, por muy fantasma que fuese en el caso de Emma. La reunión duraría tres días más, por lo que apenas estaría regresando a casa para el fin de semana, y tendría que hacer informes y más informes, y no tendría tiempo de irse a Manchester hasta dentro de un par de semanas, de seguro, y eso contando que todo saliera como se estaba planeando sin inconvenientes…

Finalmente, y sabiendo que era importante, pues Emma estaba guardando uno de sus últimos tesoros (y maldito quien se enterase de que le estaba llamando así al espejo que le había regalado Liam); le dijo que estaría ahí para ese fin de semana, que no llorase y no se preocupase, que él iría.

Cuando la habitación quedó en silencio de nuevo, y Arthur siguió analizando la situación no pudo suprimir un pequeño escalofrío. No tenía pruebas, pero su instinto (que nunca fallaba) le decía que había algo mal ahí, y antes de darse cuenta estaba telefoneando a casa, la voz de Gales le atendió, adormilada, y entonces Arthur cayó en cuenta del cambio de hora, no fue hasta que Gales terminó de utilizar sus mejores insultos en galés y uno que otro en inglés, dirigidos al bastardo que le había despertado.

—Gales… necesito un favor, muy, muy importante, Cameron lo necesita para la reunión —mintió, con voz urgente. Gales le insultó unos segundos más antes de finalmente preguntarle (de malos modos) qué diablos necesitaban—. ¿Irlanda del Norte está ahí? Necesitamos conversar sobre… algunos temas de su política —continuó, aferrándose al plan político.

—No. Norte, se largó a casa de Irlanda apenas saliste del país —gruñó Gales, agregándole un insulto al poco rato. Antes de colgar, y casi como una agregación tardía agregó—. No se veía muy bien, parecía nervioso, ¿seguro que es política y no otra estupidez de ustedes dos? No, olvídalo, mejor no me digas nada, entre menos sepa mejor —y colgó, dejando a Arthur con la incertidumbre

Así que Irlanda del Norte había ido a refugiarse a casa de su gemelo, ¿no? Arthur sintió como el dolor de cabeza le golpeaba y sus presentimientos se iban acrecentando dentro de él. Bueno, igual no podía hacer mucho hasta que estuviese en casa, hablase con Emma, y viera que había hecho Irlanda del Norte, que bien podía no ser nada relacionado con el tema de sus sueños, y simplemente había querido ir a visitar a su hermano… pero no terminaba de convencerse.

Aún era temprano, pero se sentía tan cansado que decidió dormirse temprano. Empujó profundamente esos problemas, la conversación casi amigable con Rusia, la conducta de Estados Unidos y Canadá, apagó el móvil para no recibir llamadas y, una vez metido en la cama, esperó y empezó a hilar ese pequeño sueño que se había vuelto recurrente y especial; y consiente o no, comenzó a pensar en sí mismo como Arthur y no como Inglaterra.