Lo prometido es deuda. Después de mucho tiempo, me animé finalmente a corregir esta historia. La idea me daba vueltas desde hace unos cinco meses, pero no hice nada hasta dos meses atrás, que me puse manos a la obra. Espero que todavía estén interesados en ella quienes la leyeron la primera vez y que ahora, mejorada y corregida, gane más lectores. Sé que no existen palabras suficientes para disculparme, pero mejor es tarde que nunca. Así que no los molesto más. Éste es sólo el prólogo, por lo que el primer capítulo lo subiré en más o menos una semana pero no prometo nada. Al principio lo encontrarán confuso, pero después les explicaré para que no se queden perdidos.
Un beso, Veela-chan.
Naruto y todos sus personajes le pertenecen a Masashi Kishimoto
PR-001
"INTELIGENCIA ARTIFICIAL"
La abarrotada cafetería dónde había ido a parar le daba una cierta sensación de calma y un poco de intimidad, a pesar de la gran cantidad de personas atrincheradas allí, protegiéndose del viento helado de finales del otoño. La gente iba y venía, pasando de largo la mesa más alejada del lugar, junto a la ventana. Cambió de posición por cuarta vez, revelando su nerviosismo. Sabía que tarde o temprano alguien lo encontraría y aquella tranquilidad de la que disfrutaba en esos momentos desaparecería por completo.
-Se te enfría el café, Sasuke.
Dio un involuntario bote en la silla, asustado. No la había visto entrar, ni siquiera había notado el dulzón perfume que la caracterizaba, inundando por completo cualquier estancia. Sakura se sentó frente al moreno en el mismo instante que un mesero le tomaba la orden; diez minutos después un vaso de jugo de naranja y una pequeña caja de bombones, cortesía de la casa, descansaban sobre la mesa.
-Está delicioso –comentó la muchacha tras beber un sorbo—. ¿Quieres probar?
Sasuke frunció el ceño, sumido en un apático mutismo del que parecía no iba a salir nunca, mientras, Sakura se divertía observando ese rostro de facciones finas contraído en una auténtica mueca de fastidio. Estaba casi segura de que en ese momento el moreno se encontraba urdiendo una excusa lo bastante convincente como para lograr salir de allí por patas, pero no caería en el mismo juego dos veces, que ya muchos problemas había tenido persiguiéndolo por todo el campus de la universidad.
-Llevo dos horas caminando de aquí para allá buscándote –se quejó Sakura—. E Ino me ha pedido que si te encontraba, te recordara amablemente que eres un idiota, frígido, y renegado social.
-Siempre tan cándida –espetó en voz baja—. ¿Cómo supiste que estaba aquí?
-Estás sentado junto a la ventana, Sasuke. Te vi desde el otro lado de la calle; además, tu rostro es inconfundible.
-Hn.
El moreno clavó los ojos en la chica sentada frente a él, recordando el día que la vio por primera vez: en el patio de la escuela primaria, el primer día de clases, había sido la única niña que no lo acosaba en la zona de los columpios, aunque pudo ver en sus ojos que ella, así como las demás, estaba encantada con él.
-Bueno, el motivo de mi visita va más allá de un simple encuentro social, así que presta atención –el jugo había desaparecido hacia rato, así que ahora jugueteaba con los chocolates—. A partir de este momento estás atado a mí por el resto del día, puesto que me han encomendado la fastidiosa labor de vigilar cada uno de tus pasos.
-¿Se puede saber por qué?
-Tu hermano no quiere que te le escapes esta noche, por lo que me ofrecí a hacer de chaperona hasta que se encontraran –sonrió, contenta, ante la furibunda mirada con la que su mejor amigo intentaba fulminarla—. ¡Vamos, hombre, que no es tan malo! Itachi tiene todo el derecho del mundo a pasar este día contigo.
-Eso lo dices por que no eres tú quien tiene que soportar sus bromas pesadas ni arreglar el desastre que arma cuando se queda en mi casa. Comprende, Sakura, que mi aniki es demasiado infantil para la edad que tiene.
Sakura rodó los ojos con impaciencia, controlando la fuerte necesidad de atizarle en la cabeza al moreno con el plato vacío junto a su mano derecha. A veces no la comprendía del todo, pero la relación entre los hermanos Uchiha era sana, desesperante, y hasta cierto punto normal, ya que la mayor parte del tiempo la pasaban discutiendo. Mucho más si Sasuke se encontraba en uno de esos días de mal humor crónico que ni un buen rato en la biblioteca podía curarle.
-Pues Japón entero piensa lo contrario, si no fuera así, no lo habrían escogido como Primer Ministro de la nación a los veintinueve años –replicó la chica—. Yo sé que te fastidia el relajo, pero por dejarte achuchar un poco no vas a morir. Piensa en esto: es la única noche en el año que lo ves fuera de una oficina sin una secretaria de por medio.
-Está bien… –cedió al fin—. Pero como monte una de las suyas, tú pagarás las consecuencias.
-No tengo ningún problema, aunque sé que aceptarás una pequeña condición –amplió la sonrisa de gato, esa que ponía cuando iba a hacer o decir algo que no le gustaría para nada—. Me dejarás estar presente esta noche.
-No –rotundo y conciso—. Definitivamente no.
-¡¿Por qué?!
-Por que ustedes dos juntos son un peligro. Mi sala no soportará un juego como el de la última vez.
-Tranquilo, prometo portarme bien –se puso de pie, estirando los brazos—. Ahora quiero que me acompañes, después podemos seguir discutiendo sobre si puedo ir o no a la reunión.
Sin decir una sola palabra, aunque visiblemente molesto, Sasuke sacó dinero de su bolsillo y lo dejó en la mesa al tiempo que se ponía de pie. Sakura se acomodó el abrigo de un llamativo tono carmín antes de colgarse del brazo del moreno y arrastrarlo al gélido e inclemente viento otoñal que se intercalaba con cálidas brisas propias de la estación. El moreno miraba en todas direcciones con los ojos ligeramente entornados.
-Dejaste el auto en el estacionamiento de la facultad cuando te largaste esta mañana, por lo que te vienes conmigo.
El convertible rojo de la pelirosa estaba estacionado a una cuadra de la cafetería. Con el control a distancia activó los seguros y corrió el techo de lona hacia atrás, a pesar de que el cielo se había puesto de un inquietante tono gris oscuro, amenazando con soltar su pesada carga en cualquier momento. Sasuke se sentó en el asiento del copiloto reparando en una bolsa escondida bajo el asiento. En la tarjera que colgaba de una de las asas se podía leer su nombre claramente escrito en tinta rosa. Sakura puso el motor en marcha, lanzándose de lleno al tráfico del centro.
-Mi regalo –dijo la chica después de un rato—. Sé que me repetiste hasta la saciedad que no querías nada, pero no pude evitarlo.
Definitivamente ese día iba a ser un verdadero martirio, y aún así hizo lo que se le pedía sin rechistar. Un bonito abrigo de pana negra le sonrió desde su funda, reluciendo el exquisito buen gusto de la pelirosa. Era perfecto, no podía negarlo, y tomando en cuenta que su otro abrigo había desaparecido misteriosamente de su armario tras una visita poco deseada en su casa hacia unos cuantos meses, el regalito le venía de perlas.
-Sabía que te gustaría –torció a la derecha en una concurrida avenida—. Es el abrigo que vimos la semana pasada en esa tienda cerca de mi casa, ese que ibas a comprar hasta que viste el precio.
-Era demasiado caro.
-Tú no conoces la ley costo-beneficio –sonrió—. Con la tarjeta de crédito te hubiera salido más barato.
Sakura torció a la izquierda en una calle pequeña, aceleró sobre los 90 km/h, y enfiló el corto trecho que los llevaría a la autopista colgante. Unos cuantos automóviles tras ella aceleraron también. Sasuke tardó unos segundos en darse cuenta de lo que sucedía y se puso pálido.
-¿Iremos por la vía rápida? –su voz salió temblorosa casi al final de la frase, más no por eso dejó de sonar frío y distante. Le tenía pánico a las alturas aunque no se dedicaba a exteriorizarlo—. ¿No hay otro camino?
-Tenemos cinco minutos para llegar al otro lado de la ciudad; si lo hacemos a la antigua tardaremos casi una hora.
En el último tramo de camino el asfalto desapareció, siendo reemplazado por una enorme rampa de metal que se conectaba con tres hileras de rieles dobles. La vía rápida, mejor conocida como la autopista colgante, dado que nunca tocaba el suelo, estaba casi vacía cuando el auto de Sakura encajó las ruedas en los rieles, el auto deteniéndose por completo. Contó mentalmente hasta diez, luego presionó un botón: los neumáticos, asombrosamente, se replegaron hasta quedar ocultos por la carrocería del convertible, una especie de pequeños puentes magnéticos tomando su lugar. El auto se elevó unos centímetros sobre las vías.
-Sujétate.
Corrió el techo del convertible para protegerse de la fricción del viento y aceleró a fondo. Unos segundos después corrían a más de 180 km/h elevados a casi mil quinientos metros del suelo.
Nos vemos!