ADVERTENCIA: Escenas relativamente explícitas. But ya already know it, so just cover your eyes ~

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VI. Contradiction

There's no way I could ever love someone else, but
I want someone to love me.

Even if yesterday continues to stay as it is forever
You and I will never get anywhere.

All alone with you ― EGOIST

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Quizás en alguna parte existía un lugar donde los sentimientos podían ser expresados de manera apropiada. Donde las palabras precisas tomaban forma, poco a poco, hasta armar un todo donde ya no había más preguntas. Sólo respuestas.

Pero el problema del mundo, pensó Inuyasha con un poco de ironía, era que justamente había demasiadas palabras y eran esas las que nunca alcanzaban el destino apropiado; o el significado real, ya que estamos.

Un poco frustrado, miró hacia sus pies. Ese día había elegido llevar unos mocasines negros en conjunto con un traje de color gris. No por alguna razón en especial, pero siempre le habían dicho que lucía bien en gris porque combinaba con su extraño color de pelo y ojos, por lo que eso debió ser una acción refleja, era un momento importante, después de todo: iba a buscar a Kagome a la escuela.

El detalle, no obstante, era que ella no había aparecido por ningún lado, después de lo que le pareció haber esperado una eternidad.

Probablemente se había ido a casa, razonó él, sin querer ir hacia el camino pesimista. Con eso no había problema, por supuesto: ella era libre de ir y venir cómo quisiera. El problema era el por qué. Normalmente le habría llamado o enviado un mail, pero eso no había pasado: sólo había desaparecido antes de que pudiera encontrarla.

Lo cual lo cabreó profundamente.

Ellos no eran niños, ya no; por lo tanto, creía que artimañas y evasiones como estas eran ridículas e inmaduras.

Ante el pensamiento sonrió, sardónico.

¿Quién hubiera pensado que él diría esas palabras hace 6 meses atrás? Apostaba que nadie. Para el mundo él siempre había sido el hermano menor de Sesshômaru. El hermano rebelde, el que cometía estupideces y era temperamental, al punto del hastío.

Pero hacía 6 meses, Sesshômaru había desaparecido sin aviso alguno e Inuyasha se vio, en un abrir y cerrar de ojos, a cargo de un sinfín de trámites de gente grande y de Kagome (o al menos, ese fue el primer sentimiento cuando supo que ella también había sido "dejada", por decirlo de algún modo).

Aprendió todo en cuanto al manejo de sus propiedades y básicamente cómo manejar economía de la familia, la cual por tradición y años, no dejaba de ser menor.

Y de Kagome.

Ellos nunca se habían llevado particularmente bien. La había detestado prácticamente desde el primer minuto en que la conoció: la hija de la caza-fortunas que se casaría con su hermano mayor.

Sin embargo, el tiempo le probó que había estado equivocado desde un principio. Rin no era nada como la arpía que él se había figurado, y Kagome… no estaba particularmente aficionada a ella, pero de un tiempo a otra parte pasó a "soportarla" con todo lo que la palabra en sí implicaba: conversar de algunas cosas medianamente serias, reír de vez en cuando, molestarse el uno a otro por la más mínima estupidez, entre otras cosas. Pero estaba bien, había pensado él. Seguir el flujo de manera pasiva, acercándose poco a poco o algo entre esas líneas. Él no había estado interesado en nada más, para ser honesto y contando que Japón y Francia no estaban particularmente cerca el uno del otro, las veces en las que tenían un contacto real eran bastante reducidas. De hecho, si su honestidad se hubiera expandido un poquito más, habría reconocido que, en verdad, lo que le pasara a ella le tenía sin cuidado. En absoluto.

A Inuyasha le importaban otro tipo de cosas en ese tiempo: las mujeres y básicamente destruirse a sí mismo con alguna droga aquí y aquí mezclado la mayoría de veces con cantidades ridículas de alcohol que determinaban un estado estratosférico de resaca al día siguiente o en el peor de los casos lo dejarían en una camilla de urgencias con suero y terminando de vomitar todo lo que ya no quedaba en su estómago.

Todos decían que no iba a llegar a ningún lado con ese comportamiento y él pensaba que por supuesto, nadie llegaría a ningún lugar así, pero todo le valía madres porque nunca sintió el deseo de ir a algún lado en particular. Para eso estaba Sesshômaru: el hermano exitoso, inteligente y, por sobre todo, cuerdo; quien actuaba como el deber encomendaba. Por lo tanto se podría decir que él era quien realizaba todas las labores aburridas dentro de su reducida familia, dejando la libertad total para InuYasha, quien nunca estuvo celoso de su hermano, pues más que sentirse dejado a un lado, apreció de todos los ángulos posibles esa libertad implícita que a él se le había dado.

Por eso, cuando Sesshômaru había desaparecido…

"Se fue" murmuró Kagome al abrir la puerta, con un tono extrañamente calmo esa mañana, cuando InuYasha por fin pudo arribar a Japón después de haber perdido el primer vuelo.

Inuyasha había soltado los pocos bolsos que había traído consigo y corrió hacia Kagome. Fue la primera vez en su vida que había abrazado a alguien sin calculaciones frívolas previas. Ella se había sorprendido en primera instancia, y tras cierta dubitación, le rodeó con sus pequeños brazos, enterrando su rostro en su pecho mientras murmuraba algo ininteligible y sus hombros comenzaban a realizar pequeños movimientos de arriba abajo como signo inequívoco de que se estaba rompiendo.

O ella ya estaba más que rota al tiempo que él había llegado y quizás era demasiado tarde para todo.

Entonces, sin mucho pensarlo, se había enfrascado en dos tareas que requerían toda su atención: los asuntos financieros de la familia y Kagome. Fue casi tal cual como aquella vez: dejó que todo fluyera, que siguiera el cauce del río que llamaban sociedad, mientras él se esforzaba como nunca lo había hecho antes por encontrar una estabilidad y hacer medianamente feliz a Kagome. Se mudaron a París en el intertanto y mientras él hacía todo lo posible por aprender y no morir en el intento, poco a poco la distancia entre él y Kagome fue acortándose hasta casi quedar a milímetros el uno del otro. InuYasha sabía todo sobre ella; sabía cuándo estaba triste, cuándo estaba genuinamente contenta o simplemente sorprendida (sobre todo por el cambio que InuYasha había experimentado sólo en un par de meses, lo cual nunca se molestó en callar).

―¿Quién eres y qué has hecho con el InuYasha que conozco? ―murmuró Kagome esa noche, casi atorándose con el pan que estaba comiendo al verlo entrar a la cocina.

InuYasha sólo dejó escapar un gruñido. Se sentía increíblemente incómodo con ese esmoquin y pensaba en que no tendría ningún problema en si le llamaban para avisarle que el anfitrión se había muerto súbitamente. Probablemente se sentiría mejor yendo a un funeral que a una gala donde lo único que importaba era que el anfitrión le viera desde lejos para tener la certeza de que efectivamente alguien de su familia había estado allí. Mentalmente maldijo a Sesshômaru al mismo tiempo que sentía una admiración casi ridícula al pensar en todo lo que él había tenido que soportar por años.

―Asumo que me veo honorable, ¿verdad? ―dijo InuYasha hastiado, mientras intentaba calmar la ansiedad con un vaso de agua. Kagome rió tras su espalda.

―Nadie dudará que lo eres, claramente ―bromeó Kagome. InuYasha volteó hacia ella.

―¿Y tú por qué estás despierta? ―preguntó InuYasha, aún ansioso.

―Hey, hey; anciano ―rio ella, alzando ambas palmas de sus manos a la altura de su pecho― que recién son las diez de la noche.

En realidad no quería hacerle esa pregunta, por supuesto. Era sólo que el tenerla cerca últimamente estaba teniendo un efecto del todo menos absurdo: repentinamente le faltaban las palabras, sentía cómo su corazón se aceleraba y era como si todo lo que pudiera observar fuera Kagome, y ahora particularmente, el inicio de sus pechos bajo el casi mortal escote de la pijamas.

Bufó y trató de terminar el eterno vaso de agua.

―¿InuYasha? ―Alcanzó a escuchar antes que sintiera cómo el cuerpo femenino se pegaba contra el suyo en un abrazo.

Estuvieron en esa posición por unos segundos hasta que ella, inesperadamente, hizo la cabeza hacia atrás, para mirarlo.

―Todo va a estar bien. Lo juro ―. Sonrió.

He InuYasha inevitablemente la había besado. Esa había la primera vez. Luego vinieron otras más, casi incontables. La deseaba, la quería junto con él. Siempre. Y si era sólo por las circunstancias que los habían juntado, donde el uno y el otro se lamían ambas heridas, no importaba; por primera vez sentía que tenía un lugar donde pertenecer y a una persona a la cual volver. Le dejaría al tiempo la tarea de ponerle nombre a lo que él estaba comenzando a sentir, que en un par de meses él simplemente lo llamaría amor (porque no podía ser otra cosa, razonó él).

Cuatro meses después Sesshômaru había regresado (ocupando un lugar que había estado vacío por tanto tiempo).

Había visto Kykyô después de muchísimo tiempo (como una pequeña herida sin curar que de pronto fue consciente que tenía).

Y Kagome se había escabullido (dejando súbitamente un lugar vacío en alguna parte).

Vagamente se preguntó si esos seis meses no habían sido nada más que un espejismo. Era como si todo comenzara a caer otra vez.

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Esto a veces se parece al infierno donde sin duda ya estoy muerta y sin cielo. Pero entonces el golpe bastante real de la realidad me sacude, me toma por los pies y me obliga mirar por algún acantilado cualquiera donde todo choca, todo se rompe y es verdad y no puedo negarlo: estoy viva y es una mierda.

Kykyô dejó de escribir. Siempre le había parecido patético poner en palabras lo que se sentía. Era demasiado cursi para una mujer como ella.

Suspiró.

Pero ese pequeño encuentro la había dejado demasiado vulnerable frente a emociones comunes como la pena. Una pena con la que nunca había estado acostumbrada a tratar.

―Ya para ―se dijo y se frotó los ojos. Por la ventana se adivinaba un sol tras los edificios de diferentes tamaños―. Un atardecer en París ―susurró ella.

Dolía; claramente dolía. Todo recuerdo tácitamente indicaba que algo (que probablemente nunca volvería a ser y estar) faltaba.

Por ejemplo, cuando conoció a InuYasha en un atardecer en París. Ella, sobre el Pont de l'Archevêché, estaba observando sin ganas cómo el cielo anaranjado parecía reflejarse majestuoso sobre las aguas del ordinario Sena, a la vez que un tenue viento aparecía para juguetear con su cabello. Él había pasado a su lado, distraído y se le había caído la billetera, que pareció retumbar sobre todo el puente lleno de candados, pero él pareció no notarlo. Entonces ella había actuado casi por impulso y corriendo hacia él con la billetera en mano, lo alcanzó.

Luego todo había sido como una coalición de sucesos que pasan demasiado rápido. Ella vagamente fue consciente del cómo, sólo sabía que no le había costado quererlo. En absoluto. Él era unos tantos años mayor pero siempre parecía estar risueño, reía a menudo y hacía berrinches de un niño de cuatro años.

Se había entregado ―tan cursi como la palabra sonaba― por completo y tan rápido apenas tuvo la oportunidad. Una parte de ella siempre supo que InuYasha no era el tipo que se quedaba en un lugar para siempre ni mucho menos de los que creaban sentimientos profundos con la primera mujer que encontraban, sino todo lo contrario. Pero ella luchó como nunca había luchado durante sus 15 años y trató por todos los medios de intentar trascender para él.

Pero eso, por supuesto, nunca ocurrió. Él le había dicho innumerables veces que tener niños era un tema completamente tabú para él. Kykyô no lo creyó hasta que le contó que estaba embarazada. Él se había puesto serio como nunca, le dio dinero para el aborto que al final no había sido necesario porque mientras salía de su casa corriendo furiosa, dolida, tropezó y cayó y rodó, se golpeó, una vez, dos, tres, hasta que despertó en el hospital donde nadie la esperaba.

Pero ella lo esperó, estúpidamente, semanas, meses.

Él no. La última vez que lo vio estaba tomado de la mano con la mujer de cuerpo escultural del día.

¿Entonces qué había quedado de ella? Se preguntó, aturdida y de golpe contra el asfalto más bien abstracto. Cuando las opciones se acababan, lo único que quedaba era retirarse y continuar, olvidando la causa y el efecto causado, razonó su lado pragmático.

El problema era que era mucho más fácil decirlo que hacerlo.

Porque aún lo odiaba.

Y lo amaba.

Por lo que inevitablemente la odiaba. Para una parte de ella, el hecho simple de la existencia de Kagome, resultaba de pronto, insoportable. Era como una mezcla enfermiza, que no terminaba de aclarase, pero a esas alturas ya no le importaba nada.

Siguió mirando el atardecer, los colores cambiaban y parecían cada vez más vivos, como en un mundo utópicamente feliz.

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Si existiera una posibilidad remota de alcanzarte, por muy vaga que esta fuera, la tomaría sin pensarlo y correría de forma frenética hacia ti.

No importaría la distancia ni la imposibilidad de tiempo y espacio. De algún modo, siempre, siempre volvería a ti.

Sin segundas intenciones, sería un acto casi instintivo. Llegar a ti. Alcanzarte. Estar donde tú estás aunque sea de manera opuesta y las bajas incontables.

Hey, hey; estoy aquí. ¿Ves? Aquí, justo donde nada nos puede separar. Y estás tú, a centímetros de mí, tu espalda apuntando hacia mi rostro y yo estirando mi brazo hacia ti, casi, apunto de estar por fin…

Pero la imposibilidad nos gana. Es mucho más grande. Aunque podamos encontrarnos en el mismo espacio y tiempo, es como si la distancia automáticamente apareciera y ya no estamos más; o estamos, pero separados por una barrera que limita un enorme espacio donde sólo tú y yo no podemos estar.

Desde una perspectiva aberrante, te alejas y yo me quedo.

Te vas, te espero.

Como si fuera un círculo que falla en encontrar el final.

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Logró agarrar su muñeca poco antes que llegara a la entrada de su pieza. En un solo movimiento la empujó con él hacia adentro y cerró la puerta, bloqueándola con su cuerpo. Su mirada era seria, y aunque Kagome hubiera intentado por todos los medios, nunca habría podido descifrar qué exactamente quería decir su mirada. Lo cual tuvo el efecto ―más que conocido― de irritarla profundamente.

Se soltó violentamente de su agarre y cruzó los brazos bajo sus pechos, mirándolo con lo que esperaba, fuera una mirada desafiante.

―Tenemos que hablar ―murmuró él con su voz grave después de tomar una larga inspiración.

Kagome sintió cómo su cuerpo se tensaba.

―No sé qué es lo que tengamos que conversar ―dijo en un tono cortante―. Hasta el momento sólo recuerdo que tú tienes la tendencia a asumir que los demás te quieren escuchar.

―Hablo en serio.

―Yo también ―replicó de inmediato, dejando escapar una nota de hastío.

La sola presencia de él parecía ocupar todo el oxígeno y espacio de la pieza. Lo único que quería en ese momento era que él desapareciera por acto de magia o salir corriendo. Pero a juzgar por la situación, ninguna de las dos cosas era posible a no ser que se tirara por la ventana de ese quinto piso, pensó ella casi al mismo tiempo en que descartaba la idea.

―¿Cuál es tu relación con InuYasha? ―Preguntó él, con una expresión apática.

Kagome por un momento pensó que había escuchado mal. Lo miró con una sincera incredulidad.

―¿Disculpa?

―No lo voy a repetir.

¿Por qué se extrañaba que algo así hubiera salido de su boca? Él era un hombre que, para empezar, no tenía ningún sentido. Ni de existencia o sentido común, se recordó.

―Me parece increíble que llegues y me preguntes algo que no tiene nada que ver contigo.

―Por supuesto que tiene que ver ―respondió sin inmutarse―, es mi hermano.

Ella simplemente quedó mirándolo, incapaz de formular una frase coherente. En realidad esto no era lo que había esperado (en caso que alguna vez se hubiera imaginado tener una conversación más o menos importante con él). Tenía que admitir que una parte ilusa de ella había creído que quizás él se disculparía por haberse ido sin previo aviso. O al menos, disculparse con InuYasha, quien había cargado con la peor parte al ocupar el puesto de su hermano si preparación alguna.

Pero Sesshômaru no había pronunciado ni una palabra de arrepentimiento o algo cercano a eso, lo cual la enfurecía y hacía sentir increíblemente triste a la vez.

Te extrañé enorme, terriblemente. Su pecho se apretó ante la inoportuna sensación de pena. Realmente odiaba tener que lidiar a diario con emociones que escapaban de su control.

Primero, había sido la enfermedad de mamá. Después, Sesshômaru. Luego la muerte de mamá. Entonces, Sesshômaru. Luego su ausencia. Después InuYasha. Y ahora, otra vez, Sesshômaru.

Ella claramente no era de piedra y eso parecía que él no lo entendía. No entendía lo recurrente que era él en sus estados emocionales. Que era él quien se inmiscuía sin pedir permiso, como si tuviera el derecho, como si…

Te extrañé. Desde siempre.

Se mordió el labio antes de hablar.

―¿Por qué eres así? ―preguntó, sintiendo cómo sus ojos comenzaban a empañarse―. ¿Por qué haces esto? ¿Por qué volviste? ―tomó una bocanada de aire, casi se le hacía imposible respirar―. Entonces vienes aquí, rompes todo, ¡siempre rompes todo! Primero fue mamá, luego conmigo y― se detuvo ante el recuerdo de la última noche que pasó junto a él, el día antes que partiera―. Siempre rompes todo ―terminó repitió en un susurro, mientras apretaba sus brazos contra su cuerpo y miraba hacia sus pies.

Y también había pasado algo esa noche, cuando ella había ido a verlo a su cuarto. La ira, la culpa, todo lo que él parecía sentir hacia ella, era opuesto a lo que ella estaba sintiendo en ese momento: la más pura y patética pena. La ridícula alegría que sintió inmediatamente al verle otra vez. Pero él no la había extrañado, ¿verdad? Ni siquiera un poco. Ella había pensado todos los días en él, esperándolo.

Pero él jamás la esperaría. A juzgar por su actuar aquella noche, cuando regresó después de largos seis meses, lo único que él había querido era esperar algo llamado muerte o parecido a eso, porque seguramente se le hacía insoportable una vida con la hija de la mujer que había amado y que ya nunca volvería; con la hija a quien después había besado y tocado sin ninguna vergüenza justo el día en que ella había sido enterrada.

Te lo mereces, pensó con una satisfacción insana. Que por lo menos sintiera algo de lo que ella sufría cada día. De la frustración de no poder cambiar el pasado. De las emociones que parecían tener un poder propio que ella fallaba siempre en controlar.

―No me has respondido ―. La voz de Sesshômaru pareció resonar dentro de su cabeza, aunque sabía que la distancia entre ellos era más de cuatro pasos.

¿En serio eso estaba pasando?

―Dios ―masculló ella―. Dios. Eres horrible. Ojalá te pudras.

―¿Qué hicieron tú e InuYasha mientras yo no estuve? ―preguntó. Esta vez una voz de alarma hizo que Kagome lo mirara nuevamente.

No sabía qué quería de ella. Nunca lo sabría, ¿verdad?

―Tuvimos sexo, si es lo único que te importa saber. Puto enfermo ―dijo Kagome, desafiante.

―¿Cuántas veces?

―No lo recuerdo.

―¿Te acostabas con él antes de que tu madre muriera?

―Vete simplemente a la mierda.

―Responde.

―¡Vete de aquí! ―gritó enfurecida. Él, con su mirada aún inmutable, volvió a insistir.

―Responde.

―¿Qué diferencia habría de todos modos? No eres absolutamente nadie para preocuparte por eso, ¿verdad? ―Aún sin salir de su incredulidad, continuó hablando―. ¿Por qué quieres saberlo? ¿Tanto deseas acostarte conmigo que necesitas saber cada detalle de mi vida personal antes de dar el gran paso? ¿Fue por eso que te detuviste esa noche? ¿Fue por eso que te fuiste? ―preguntó, casi gritando―. ¡No entiendo qué quieres de mí!

El inevitable llanto que siguió después, no hizo nada más que enfurecerla. Odiaba que él tuviera ese poder. Odiaba que se otorgara una autoridad que no le correspondía. Y por sobre todo, odiaba haberlo extrañado de la manera que lo hizo. Él no se merecía nada, ni siquiera esas lágrimas patéticas que corría furiosas por sus mejillas.

―Lo quiero todo ―le escuchó decir. Ella lo miró consternada y eso pareció ¿molestarlo? De algún modo―. Lo quiero todo de ti ―repitió esta vez, sorteando la distancia entre ellos.

―No entiendo absolutamente na―. Él la interrumpió posando su mano en su nuca. Ejerciendo presión, hizo que lo mirara directamente a sus ojos, que parecían brillar de manera absurda con la luz del atardecer.

―Dame todo lo que le has dado a él ―ordenó, inclinándose hacia ella para besarla.

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La verdad era que él no había querido preguntarle acerca de InuYasha.

Siendo honesto, él no quería confirmar sus sospechas ni mucho menos sentir la más pura e incontrolable rabia que sentía ahora. No tenía idea de por qué había empezado a hablar de él en primer lugar, pero lo único que sabía ahora era que además de estar profundamente molesto, la deseaba.

Ahora.

Sabía que nada tenía sentido. Que sus actos se contradecían entre sí. Que Rin, que la extrañaba y que también deseaba casi dolorosamente a Kagome en estos momentos; que sentía unas ansias enormes de borrar el toque de su hermano y enseñarle de una vez por todas que, que…

Ahondó el beso, hasta el punto de casi quitarle el oxígeno. Le obligó a recibir su lengua, mordió su labio inferior, la pegó contra sí. Ella era pequeña. Él era un gigante en comparación; perfectamente podría doblegarla, lanzarla en la cama y desvestirla. Sería tan fácil.

Ella daba golpes contra su pecho, fingiendo resistencia. Porque eso era lo que tenía que hacer para que su conciencia no molestara tanto como la de él, ¿verdad?; ella no aceptaría que lo deseaba porque las normas sociales eran así. Pero en ese momento las normas sociales le valían una mierda.

Bien.

Así estaba bien, pensó, cegado por algo que parte de su conciencia pudo descifrar como satisfacción. Llevó sus brazos detrás su espalda y con una mano la sujetó de las muñecas para que no lo golpeara. Volvió a acercarla hacia su cuerpo y la besó con un ansia que rozaba la desesperación. Ella lo mordió. A él no lo importó. Aun degustando el sabor metálico dentro de su boca, comenzó a darle pequeños besos desde la comisura de sus labios hinchados, dejando un sendero que recorrió a lo largo de su mentón, bajando por el cuello, en donde palpó un pulso frenético, para morderla justo ahí.

Ella gimió y se revolvió contra él, pero Seshsômaru no soltó su agarre y siguió mordiéndola hasta que sintió nuevamente el sabor metálico, esta vez el de Kagome.

―Estamos a mano ―le murmuró al oído antes de empujarla hacia la cama y caer sobre ella. Rápidamente se acomodó entre sus piernas.

―Cerdo ―masculló Kagome mirándolo a los ojos, cuando la mano de Sesshômaru comenzó a acariciar la parte interna de sus muslos.

No obstante, él no escuchó o simplemente no le importó, porque lo siguiente que hizo fue volver a besarla como si se fuera a acabar el mundo. Tal vez era el brandy, razonó él cuando todos sus sentidos se vieron atacados por la presencia de Kagome. Su sabor, su aroma, la suavidad de sus muslos, todo parecía estar multiplicado por mil o más.

¿Estaba realmente tratando de detenerlo? Preguntó su mente obnubilada, absorbida por el más básico deseo de estar dentro de ella. Sin dejar de besarla, continuó tocando su muslo desnudo hasta que encontró su sexo oculto bajo las bragas. Con el dedo medio comenzó, deliberadamente lento, a tocarla por sobre la ropa interior de arriba hacia abajo, a veces ejerciendo más presión sobre el monte de venus, hasta que ella se arqueaba contra él y él alejaba su caricia hacia el punto donde comenzaba a estar húmedo.

―Me quieres ahí ―susurró él contra sus labios. Su dedo acariciaba la entrada entre sus muslos mientras la observaba. Ya no se resistía. Sólo lo observaba con ojos vidriosos; con una mirada que se le antojó indescifrable ―. Me quieres ―repitió con voz ronca cuando empezó a presionar aún sobre la tela, hacia el interior. Ella cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás dejando escapar un abrupto gemido desde su garganta.

Él no esperó otro tipo de afirmación.

Se desabrochó rápidamente la bragueta y sacó su sexo rígido. Lo llevó hasta la entrepierna de Kagome y comenzó a frotarlo sobre su ropa interior. Como si fuera una respuesta natural, o conocida desde hace mucho, sus piernas se abrieron más y él tuvo que ahogar su propio gemido cuando sintió que sus genitales parecían estar tocándose a cada milímetro de piel. Era como si toda ella le estuviera dando la bienvenida después de una cantidad insoportable de tiempo y olvido.

Casi no fue consciente, pero como pudo, hizo a un lado el pedazo de tela que cubría su sexo empapado y sin pensarlo dos veces, buscó su entrada y enterró su miembro por completo, en un solo embiste.

―¡Dios! ―gritó Kagome, cuando lo sintió completamente dentro de ella.

―Está caliente, aquí ―le dijo Sesshômaru, penetrándola nuevamente. Y fue lo último que fue capaz de pronunciar porque lo siguiente que supo era que sus caderas se movían por sí mismas.

Agarrando su trasero, la levantó unos centímetros de la cama y comenzó a moverla hacia su sexo; la atraía hacia él y de inmediato la penetraba con violencia hasta quedar por completo dentro de ella y repetir el mismo proceso rítmicamente. Sentía cómo sus músculos internos parecían agarrarlo para que se quedara allí, como si ella quisiera retenerlo dentro de ella por siempre, pero entonces él salía hasta que sólo la punta de su glande tocaba la entrada y luego volvía a embestirla rápida, profundamente.

El tiempo que estuvo haciendo eso pareció insignificante. Los suaves gemidos que ella dejaba escapar, los suyos propios; los brazos de Kagome rodeándolo por el cuello para acercarlo hacia ella mientras él continuaba penetrándola… ¿cuánto tiempo? Calcularlo parecía absurdo, por no decir imposible. Pero sí sabía que el sol ya no alumbraba por la ventana cuando comprendió que el clímax vendría y que tenía que eyacular fuera de ella.

O eso era lo que dentro de una enorme neblina, su conciencia tenía claro.

Pero.

La silueta de Kagome bajo él, el movimiento continuo de su cuerpo hacia arriba, abajo; él, embistiendo contra ella como si no importara nada más, sintiendo su calor absorberlo, su cuerpo sudando y una sensación antigua, una imagen de Kagome, en otro tiempo, en otro lugar, con sus senos moviéndose al vaivén de sus arremetidas, su vestido hecho añicos y él entre sus piernas, corriéndose dentro de ella en un espasmo que le fue imposible controlar.

Quizás ella lo dijo en realidad o solo fue su imaginación el escucharla decir que se corriera afuera, pero cuando su cuerpo se tensó para la liberación, ella lo rodeó con sus piernas en plena contradicción, acercándolo aún más a ella si fuera posible y él no se cuestionó nada más que dejar su semen escapar dentro de su matriz.

Y sin embargo.

Apenas terminado aquel momento sublime, sintió que había cometido uno de los peores errores de su vida.

Otra vez.

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―¿Qué me hiciste? ― soltó ella sin pensarlo, como si la frase estuviera predeterminada a aparecer en ese momento y lugar. Sintió cómo él sacaba su miembro dentro de ella y por alguna razón se sintió extrañamente vacía.

Como ya era de noche, lo único que discernió en un principio fue la silueta de él buscando una lamparita de mesa para encenderla. Una vez encendida la luz, le observó buscar pañuelitos higiénicos para luego limpiar su pene y volver a abrocharse los pantalones. La acción en sí le pareció tan mecánica como indiferente. Sobre todo para con ella, quien aún se sentía incapaz de mover un solo musculo.

Le vio dar media vuelta y dirigirse hacia ella, recostada a lo largo sobre la cama, y fuera de responder a su pregunta, simplemente le ordenó que abriera las piernas. En realidad se habría muerto de vergüenza si él se lo hubiera dicho en otro momento, pero a esa altura y dadas las circunstancias, donde se encontraba tan cansada, tan confundida, obedeció sin pensarlo demasiado ni tampoco le importó más allá.

De pronto parecía el techo de su pieza se encontraba demasiado lejos de su alcance, pensó absorta; era demasiado alto, casi eterno y completamente intangible, a diferencia del toque inesperadamente suave de Sesshômaru, quien estaba cerca. Demasiado cerca.

Con una suavidad inesperada, él sacó sus bragas y con otro poco de papel comenzó a limpiarla. Ella era claramente consciente de sus dedos escarbando dentro de su vagina para sacar los restos de semen, del rose insoportable del papel contra su piel demasiado sensible y de que a estas alturas él ya sabía que había lidiado sin miramientos ni retórica romántica con su primera vez.

Kagome cerró los ojos, esperando que él terminara la tarea que él se autoimpuso sin esperar nada más. Estaba exhausta y harta. Sobre todo de esperar. Cualquier cosa. Llevó la palma de sus manos hacia sus ojos y los cubrió, no por alguna razón en particular; de hecho, no tenía idea de nada excepto de que ahora no tenía ni la más mínima idea de lo que tenía que hacer.

―Voy a preparar algo para la cena ―le escuchó decir de repente después de cubrir su sexo desnudo con la tela de la falda escolar. Ella lentamente descubrió sus ojos y lo observó como si lo que le estuviera diciendo fuera algo incomprensible.

Él se lo repitió y entonces ella asintió y volvió a desviar la vista hacia el techo. A lo lejos, se escuchó el chasquido de la puerta al abrir y cerrarse tras un silencioso Sesshômaru.

¿Eso era todo, verdad? Se preguntó desde muy lejos. Todo, a infinitos kilómetros de distancias.

Y de todas formas, ¿había en verdad algo que añadir? Sintió cómo sus ojos se llenaban de lágrimas y una sensación de desazón la embargó pero aun así, se vio incapaz de llorar.

InuYasha estaba a punto de llegar y ella tendría que darle unas cuantas explicaciones.

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Al momento en que InuYasha entró a la cocina, supo que algo había salido terriblemente mal. El único problema, razonaría más tarde, era que no tenía idea de lo que podría haber sido.

Sesshômaru de espaldas a él, parecía estar inmerso en su tarea de, aparentemente, preparar la cena. Eran raras las veces que había visto a su hermano cocinar, y en todas las ocasiones había implicado una tragedia: la muerte de su madre, la muerte de su padre y cuando Rin había estado enferma. Quizás por eso en lo primero que pensó al divisarlo, fue que algo estaba mal.

―Hey ―murmuró él. Observó cómo la espalda de su hermano se tensaba al escucharlo. Por una escasa fracción de segundo, pareció que el movimiento fluido de cortar la carne sobre la tabla vacilaba, pero casi al mismo tiempo prosiguió con su tarea sin mirarlo.

―Llegas tarde ―respondió a cambio.

InuYasha creyó que había un doble significado en esa frase, pero de nuevo no atinaba a acertar por qué. Quizás se estaba volviendo paranoico.

―¿Kagome está en casa?

Otra pequeña vacilación. ¿De verdad había visto eso? Se preguntó.

―Sí ―fue la escueta respuesta de Sesshômaru.

InuYasha se quedó mirándolo por minutos que le parecieron eternos. La meticulosidad con la que cortaba la carne, el movimiento fluido de su muñeca para empuñar el cuchillo, todo en él parecía desprender una habilidad y elegancia innata. Hasta cierto punto, le pareció doloroso notar cuán diferentes eran el uno del otro. Y siempre sería así, comprendió mientras formaba una fina línea con sus labios que pretendían formar una sonrisa.

―Hermano ―dijo InuYasha de pronto. Y quizás, sólo quizás, su tono evidenció cierta ansiedad o desesperación que hizo que Sesshômaru abandonara de inmediato su tarea y volteara a mirarlo (por fin) con una expresión demasiado seria.

―¿Ocurrió algo? ―preguntó con su típico tono impasible.

InuYasha sonrió a medias.

―Te quiero, hermano ―dijo de manera solemne, y al instante sintió cómo sus mejillas se enrojecían―. Mierda. Eso fue vergonzoso ―murmuró mientras con un nervioso movimiento de su mano sobre su cabeza, desordenaba el cabello, y desviaba la mirada al suelo―. Pero es lo que siento ―dijo, esta vez mirándolo―. Y espero que nunca vuelvas a desaparecer ―terminó, otra vez solemnemente.

Por un momento vio algo parecido a sorpresa en la expresión de su hermano, que, como era de esperar, desapareció tan pronto cómo apareció.

―No iré a ninguna parte ―dijo Sesshômaru con una seriedad que a InuYasha se le antojó forzada. Como si en realidad con su respuesta, estuviera diciendo todo lo contrario.

Suspiró y soltó una carcajada.

―Siempre es así contigo, Sesshômaru. Nunca sé qué pasa realmente dentro de tu cabeza ―le dijo mientras recordaba esa mañana que lo había encontrado en el baño y con una herida sangrando.

―Nunca he sido un gran misterio ―respondió su hermano, al tiempo que giraba para continuar con su labor.

Mentiroso, tuvo ganas de gritarle, pero se contuvo. A pesar de detestar la prepotencia, superioridad y tozudez que mostraba por sobre todo el mundo, InuYasha siempre había idolatrado a Sesshômaru. A pesar de que se portara como un hijo de puta: él era toda la familia que tenía. No podía, ni quería perderlo una vez más.

Retrocediendo unos pasos, salió de la cocina y avanzó hasta encontrarse frente al pasillo que conectaba a las piezas del ala derecha del departamento, donde estaba la habitación de Kagome.

Esa otra persona que no quería perder.

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Cuando escuchó que alguien tocaba a su puerta, supo que no era Sesshômaru.

―Adelante ―dijo lo suficientemente alto como para que se escuchara. De inmediato la puerta se abrió, e InuYasha entró.

Ella lo notó visiblemente cansado, como si hubiese recorrido largos kilómetros hasta llegar a ese lugar.

―¿Cómo estás? ―Le preguntó Kagome apenas le vio.

Él hizo un gesto de sorpresa.

―Pensé que esa era mi pregunta ―dijo InuYasha arqueando las cejas.

Ella suspiró y negó con la cabeza. Si el dolor entre sus piernas se lo hubiera permitido, habría corrido hacia él para abrazarlo y decirle que todo estaba bien; que no había nada de lo que preocuparse. Pero por supuesto, se había quedado sentada al borde de la cama, incapaz de moverse por el dolor, porque no tenía ningún derecho a correr hacia él y porque le estaría mintiendo aún más.

―Estoy bien pero cansadísima. Quizás era el día, no quise llamarte sino llegar lo más rápido posible. Dormí toda la tarde. Y ya vez ―le hizo el gesto levantando ambos brazos― me acabo de bañar y poner el pijama ―. Sonrió, o al menos esperó que lo pareciera.

―Kagome.

―¿InuYasha?

―Sé que es culpa de mi hermano.

Ante la mención de Sesshôamaru, ella abrió muchísimo los ojos. Él soltó una carcajada y se acercó a ella.

―Es decir ―continuó y se arrodillo a sus pies―. Sé que es difícil convivir con él y mucho menos entenderlo. Pero dale tiempo. Él amaba a Rin, lo puedo afirmar porque de no haber sido así, él―. Se interrumpió cuando notó un parche en su cuello―. ¿Qué pasó aquí? ―preguntó con clara preocupación. Acarició suavemente la tela del parche.

―Nada. Es decir ―se apresuró―, probablemente una alergia. Me rasqué y dejé una mancha horrible ―murmuró rápidamente ella mientras tomaba su mano y la mantenía agarrada sobre sus rodillas―. InuYasha ―se apuró decir. Este la miró un poco aturdido―. Perdóname ―le dijo, tratando de mantener de desprender toda la poca sinceridad que le quedaba.

Él sonrió como apesadumbrado y negó con la cabeza.

―No has hecho nada malo, Kagome. Pero cuando llegué a buscarte me sentí ridículamente solo ―terminó él en un susurro, desviando la vista hacia el techo. Kagome sintió unas ganas incontenibles de llorar pero InuYasha habló antes de que todo se desmoronara―. Escucha ―dijo él, acunando su rostro con sus manos para que le mirara a los ojos―. Prefiero que sepas esto por mí en vez que por mi hermano. Sesshômaru no es una mala persona pero todavía y de manera irracional piensa que es tu culpa que Rin haya muerto.

El cambio rápido del tema descolocó un poco a Kagome, quien le devolvió una mirada llena de confusión y asombro.

―No entiendo ―fue lo único que alcanzó modular. InuYasha tomó una bocanada de aire antes de hablar.

―El año pasado estuviste enferma, ¿lo recuerdas? Fue un virus que te tuvo en cama casi dos semanas. Lo recuerdo porque había ido por el fin de semana a visitarlos.

Kagome asintió, aunque eso no significaba nada realmente; ella apenas tenía recuerdos de esos días menos aun de Inuayasha. Sólo sabía que al final habían tenido que llevarla de urgencias y la internaron por varios días. Y cuando ella había despertado por fin…

InuYasha cortó el hilo de sus pensamientos.

―El primer día en que te internaron Rin debía ir al doctor porque unos exámenes de rutina habían salido alterados. Ella prefirió no ir y me pidió que llamara para cancelar la cita con el doctor. Cuando Sessômaru se enteró se puso furioso, pero Rin apenas se inmutó y pasó toda la noche sentada al lado de tu camilla. Él no insistió más y acompañó a Rin también. No sé qué habrá pasado después, pero cuando finalmente consultó habían pasado un par de meses y el cáncer estaba metatizado por todo su cuerpo. Sesshômaru en su estúpida mente piensa que si hubiera ido al doctor ese día, nada de esto hubiera pasado, pero eso no es verdad. Kagome ―apretó el agarre de sus manos contra su rostro―. No es tu culpa y nunca lo será. Dos meses no hubieran hecho la diferencia, lo dijo el mismo doctor, pero Sesshômaru…

Dejó la frase inconclusa y Kagome entendió por qué. Sesshômaru sólo necesitaba un culpable porque era incapaz de aceptar nada. ¿Y quién mejor para verter su rabia e impotencia que ella misma? Nunca se habían llevado del todo bien. Ella siempre había sido de alguna forma, la tercera persona en su relación. Casi como una molestia. Y ahora.

Ahora también. Sintió cómo unas silenciosas lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas al tiempo que envolvía sus brazos alrededor del cuello de InuYasha y lo abrazaba con fuerza.

―Parece que siempre al final, quedamos sólo tú y yo aquí atrás, ¿verdad?―preguntó InuYasha. Su voz sonó ahogada contra la piel de su cuello. Ella sólo asintió y dejó que las lágrimas continuaran cayendo una tras otra.

Sesshômaru era injusto. Un idiota egoísta incapaz de ver dos metros más allá de su nariz y de sus propios sentimientos. Y ella también era una idiota, por dejarle hacer lo que quisiera con ella. Por no negarse con mayor voluntad. Porque durante esos seis meses lo había extrañado horriblemente.

Y sin embargo ese tipo de cosas no importaban para él, ¿verdad? Sólo su rabia, odio e intentos absurdos de venganza. Tomaría lo que más pudiera hasta que ya no quedara nada más que romper. Pero la contienda era injusta en todos los sentidos: ella nunca se había dado por enterada de la guerra invisible que estaba peleando. La comprensión de que, si bien nunca pasó por su cabeza que había un sentimiento medianamente profundo dentro de él hacia ella (acaso costumbre, el simple hecho de soportarse), nunca creyó que existiera en él un comportamiento así de incomprensible, casi infantil, pero indudablemente doloroso.

Quizás si hubiera sido en otro tiempo y lugar, donde ellos eran ellos pero conectados de una manera más clara y honesta, ella hubiera creído que todo lo ocurrido durante esa tarde no era nada más que actos motivados por celos hacia su hermano; porque, si tenía que ser honesto consigo mismo, él, a pesar de todo, la quería en sentido más allá de lo físico y ella podría haberlo soportado de alguna manera. Pero este claramente no era el caso.

Sintió que algo se rompía un poco más dentro de ella.

Siempre has sido tan injusto, pensó, cuando el recuerdo de ella hospitalizada y abriendo los ojos por fin se transformó en imágenes claras dentro de su mente.

"Yo" había dicho él. La miraba serio y notó que estaba sentado al lado de ella. "Hasta que despertaste" murmuró, apretando el agarre de su mano ―que ella recién había notado― con la suya. Ella lo miró durante mucho rato. Sentía los ojos pesados, la boca seca, le costaba respirar y no entendía por qué Sesshômaru estaba a su lado y tomaba su mano. Sólo comprendió que toda ansiedad que pudo sentir se esfumó con su toque gentil y sólo quiso volver a cerrar los ojos.

"Hey" susurró apenas. Él apretó nuevamente su mano. "Quédate conmigo. Siempre." Dijo. No se cuestionó el por qué ―y después lo atribuiría a su estado post febril― pero en ese momento pensó que si él no se quedaba, ella no podría soportarlo.

Él la miró serio y asintió en un leve movimiento con la cabeza.

"Siempre" dijo simplemente. Ella sonrió apenas y había vuelto a dormir.

Pero cuando despertó otra vez, él seguía allí.

Tan injusto. Siempre has sido así.

Continuó abrazando a InuYasha con fuerza. Quizás así podría aceptar que todos esos pequeños gestos de Sesshômaru hacia ella significaban un poco más que nada; quizás así su mente creería que todo ese día no había existido en verdad, que ella no quería a Sesshômaru de una forma dramáticamente opuesta a la que como él la quería y que al final de todo, lo único verdadero en esa habitación sería el recuerdo de ella aferrada a InuYasha como si de eso pendiera su vida.

Probablemente nunca debió haberse soltado de él en primer lugar.

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Se sintió estúpido. Miró hacia la bandeja que sostenía con sus manos. Algún pensamiento lleno de culpa debió haber cruzado por su mente cuando pensó en llevarle la cena a Kagome. Sabía que aún estaría con dolor y que probablemente no aparecería dentro de su perímetro por algún tiempo, pero pensó que era lo que simplemente tenía que hacer.

La imagen de ella abrazando a InuYasha lo descolocó un poco. La puerta estaba abierta cuando él había llegado y el primer impulso que tuvo al ver la escena fue el de golpear a su hermano. Obviamente no lo hizo. Tal vez porque ya había desperdiciado demasiado autocontrol durante ese día o porque se dio cuenta que le gustara o no, esa escena era lo que realmente debiera suceder.

Giró sobre sus pies y fue a dejar el plato de comida de vuelta a la cocina. Y mientras se preparaba para dormir ―en caso de que pudiera, claro estaba― reafirmó la decisión tomada aquella mañana en donde accidentalmente se cortó con la navaja: irse de manera definitiva. ¿Dónde? No importaba realmente (a otro espacio físico o al mismo infierno posterior a una muerte plausible, daba igual), pero algo en su interior estaba más que seguro ahora, de que si no partía de allí, todo se iba a escapar de su control y lo único que causaría sería dañar más a Kagome, a su hermano y a la memoria borrosa de Rin.

Con las luces apagadas, esperó a que el sueño llegara en algún punto de la noche. Sus ojos, no obstante, continuaban pegados al techo, claramente visible por la luz de la luna que se colaba a través de la ventana. Le parecía fútil intentar luchar contra los recuerdos de esa tarde, así que no se molestó. Dejó que el cuerpo de Kagome se permeara con el suyo, que sus gemidos volvieran a resonar dentro de su cabeza y el calor lo envolviera por completo.

Sabía que tenía que irse de ese lugar porque de lo contrario, sería incapaz de detenerse. Que le haría eso y más a Kagome. Porque a pesar de que sabía lo horrendamente equivocado de toda la situación (por Dios, estaba ya en el tercer decenio de su vida), la quería para él y eso cada vez era más claro. Era casi como un sentimiento primitivo que por años había estado reprimido y que ahora afloraba sin control. Como si…

―Oye, Sesshômaru ―le dijo Kagome, todavía desnuda y acurrucada a su lado―. ¿Qué si en verdad nunca hemos estado destinados a estar juntos?

Sessômaru pestañeó varias veces. La imagen de inmediato desapareció. A su lado claramente no había nada y Kagome, estaba seguro como el infierno, seguía en su pieza, acurrucada en otros brazos.

Ahora además de comportarse como un adolescente, se estaba volviendo loco.

Prefirió cerrar los ojos y concentrarse en dormir, pero la pregunta de esa inexistente Kagome siguió dando vuelta dentro de su mente hasta que por fin pudo dormir.

Esa noche soñó que InuYasha lo asesinaba.

Continuará


Notas de la autora:

Me demoré la vida en terminar este capítulo. La verdad es que hace algo más de un año tenía escrita la continuación que le daba un cierre a casi todo, pero ahora que la releo me pareció honestamente mal escrita y apresurada, así que fue hacer todo el proceso de nuevo :(. En general tengo poco tiempo para todo, así que trato de aprovechar los pequeños ratos de esparcimiento (?). No quiero alargar demasiado más la historia, así pretendo darle cierre este año como máximo hasta la mitad del otro lado (siendo bien realista con mi tiempo u.u). Btw, el viaje estuvo awesome, awesome. Estuve en París y en realidad es tan romanticón como lo imaginé, quizás más :'). Anyway, la cosa es que espero que de aquí en adelante la historia comience a avanzar un poquito más rápido y más dudas se despejen (como las del primer capítulo/prólogo, por ejemplo).

MUUUCHAAASSS GRACIASSSS a tod s por sus mensajes. Me dan muchísimo ánimo para continuar con esto :). Como ya les comenté antes, me encanta leerlas y saber qué pensaron o sus teorías e hipótesis. Me demoraría en responder una por una porque el tiempo feo no es mi amigo :( (de hecho debería estar estudiando reumato ahora mismo u.u, pero... había que actualizar antes que esté todavía más ocupada), aunque trataré de hacerlo durante los siguientes, o al menos con algunos.

Lo otro, como probablemente no me demore menos de un mes en actualizar (sorry u.u), sugiero que pongan la historia dentro de sus alertas para que sepan cuando actualizo esta cosa. Demás está decir que gracias totales a los nuevos favs y followers de la historia. Vengan todos aquí para que los abrace apretadamente *MASSIVE HUG.* Yay.

Ok. Espero que hayan disfrutado el capítulo y que la espera haya valido (aunque sea un poquito) la pena :'D. Como comentario sobre el capítulo, creo que este fue otro capítulo transición. Pero me gustó el ritmo pausado (según yo?) que tuvo. Quería de algún modo demostrar la interaccion de los hermanos, mostrar algo de Kykyou (probablemente juegue un papel fundamental, aunque corto y preciso) y marcar aún más las diferencias de esta historia con la del pasado :).

Y eso.

Debo volar de aquí ~

:*

Aimless-logic