Aclaración: Los personajes no me pertenecen, son de Rumiko Takahashi.


Mañana de graduación

«Perla de Shikon, desaparece… ¡para siempre!»

Abrí los ojos.

Una pequeña luz se filtraba por las cortinas de mi ventana, alumbrando de forma perezosa la habitación. Mire el despertador que mostraba una hora muy temprano para levantarse.

Volví a acurrucarme bajo las sabanas blancas y cerré los ojos.

.

.

.

Era imposible. Ya no tenía sueño… lo que seria un problema a lo largo del día, estaría cansada y sin ganas de nada.

Mire nuevamente el despertador. Solo tres minutos habían pasado. ¿Tendría que levantarme ya? ¿Y que haría con todo el tiempo restante? La escuela estaría cerrada y tendría que esperar afuera.

Hoy era mi día (en palabras de mi madre, no mías) y ¿dónde estaban las mariposas en el estomago? Había esperado este día desde que pisé por primera vez el jardín de infantas. Había peleado por este día mientras luchaba contra los demonios junto a mis amigos e InuYasha…

InuYasha.

El era la razón de mi no-emoción. No me era necesario mirar el calendario (sin contar que siempre que lo veía me sentía terriblemente mal) para saber cuanto tiempo había pasado. Tres años. Tres largos años sin verlo.

Nada de gritos, de gruñidos, quejas, bufidos, golpes… y nada de sientate.

Al año de no verlo, pensé (solo pensé, que conste) que podría olvidarlo. Al segundo año, me di cuenta que seria imposible, y por eso fue el año en que más llore por él. Y este… el último, había sido el año de la resignación. Sin lágrimas y sin esperanzas.

Sabía que lo amaría por siempre, y no quería competir contra eso.

Estaba segura que podría vivir con su solo recuerdo y con verlo en mis sueños. Como lo había hecho hasta ahora.

Me puse de pie lentamente, sin forzar a mi cuerpo medio dormido, y camine hasta la venta para abrir la cortina. Quité el seguro y deslice el vidrio a un lado. La mañana me recibió con una suave caricia que traía algo más consigo. Algo que no pude ver, pero que mando una pequeña descarga eléctrica a mi estomago y a mi corazón.

Mi vista se dirigió al árbol sagrado. Mi única unión viva con la otra época.

Los rayos de sol pasaban débiles entre las ramas y las hojas del frondoso árbol. Pero aún así, con tan pequeña luz acariciando cada fibra de su oscuro tronco y vivas hojas…

Brillaba.

No era un brillo normal. Era más. Era hermoso. Era mágico.

Un sentimiento que estuve segura había enterrado en el fondo de mi alma me golpeó el corazón con fuerza y gemí, sintiendo como las lagrimas se agolpaban en mis ojos.

¿Hoy…?

—Hija —escuche la voz de mi madre del otro lado de la puerta. Quise hablarle, pero tenía un nudo en la garganta—. Levántate. Es tu gran día. Tu graduación.

Sí. Ahora era capas de sentir aquellas mariposas revolotear en mi estomago.

Y no era precisamente por la graduación.

Fin