Capítulo 22

Té para dos


Hola: no voy a disculparme de nuevo por la tardanza, es demasiado reiterativo. Solamente espero que quienes estéis al otro lado de esta historia estéis bien y que salgamos de esto lo mejor parados posible. Mucho ánimo, y ojalá que este capítulo os haga pasar un buen rato.


La inefable plenitud que sentía cada vez que estaba con Phoenix amenazaba con desbordarse desde su pecho, pasando por cada célula de su cuerpo, hasta el exterior, materializándose en una sonrisa de felicidad tan infrecuente en él que Gumshoe y sus compañeros de la Oficina del Fiscal le miraban con recelo cada vez que se le escapaba en mitad de una conversación.

Si antes el dolor, el miedo y la incertidumbre le ponían trabas a la hora de concentrarse en su trabajo, ahora era todo lo contrario lo que le hacía perderse en sus pensamientos de vez en cuando y recordar imágenes, frases y momentos que todavía le parecía mentira que fueran reales. Se sentía extraño, como si todo lo que le estaba ocurriendo le sucediera a otra persona, como si se observara desde fuera. Después de tantos años, le costaba acostumbrarse a ser feliz, a no sentirse al borde de la depresión a cada momento.

A veces se quedaba mirando a Phoenix y no era capaz de ocultar su maravilla por poder contemplar tan cerca aquellos ojos azules tan radiantes, hasta que el abogado se reía y le preguntaba en qué pensaba. Cada vez que se besaban era tan increíble como la primera, una mezcla exquisita de ternura, calidez y un punto picante que no podría igualar ni el mejor té que pudiera probar en mil existencias. Estaba alcanzando tales niveles de cursilería que solo le faltaba empezar a ver arcoiris, corazones y unicornios por todas partes.

—Señor, ¿se encuentra bien? —Gumshoe se rascaba la cabeza mientras le observaba con preocupación.

Parpadeó para alejar sus ensoñaciones y se obligó a recordar el caso del que estaban hablando.

—¿Puedes repetir lo último que has dicho? —pidió.

—Esto... Claro. —Por su expresión, se notaba que estaba recordando la cantidad de veces que el fiscal le había dicho que no repetía lo que decía, que estuviera más atento, aunque por supuesto no se atrevió a mencionarlo.

Edgeworth se mordió la lengua para no disculparse, porque sería admitir debilidad y no estaba dispuesto a ello, aunque se tratara de Gumshoe. Precisamente, recordó una conversación reciente con Phoenix en la que le había sugerido que debería ser más amable con el inspector.

—¿Ya estás intentando cambiarme, Wright?

—¿Qué? ¡No, no, claro que no! —Phoenix se rascó la nuca, avergonzado.

Sonrió levemente.

—Era broma. Tienes razón, soy un poco seco con Gumshoe, pero tienes que tener en cuenta que en un puesto como el mío debes imponer, o estás perdido.

—No, si imponer impones, desde luego —rio el abogado—. Aunque yo creo que se puede lograr el respeto y ser majo a la vez.

El fiscal suspiró.

—Piensas eso porque te sale natural, pero para mí sería un esfuerzo ímprobo.

—Qué exagerado, seguro que no te costaría tanto. Me resultaría más difícil a mí tener tu vocabulario.

Rio y se acercó un paso más sin darse cuenta. Su cuerpo reaccionaba a Phoenix de la única forma posible, buscando la cercanía ahora que podía.

—¿Y cómo es que no me habías comentado este tema hasta ahora? ¿Te imponía demasiado?

—Bueno, tengo la impresión de que ahora podemos hablar con más confianza —confesó.

—Nunca te ha dado miedo ser sincero. De hecho, creo que el exceso de sinceridad es uno de los rasgos de tu personalidad.

El abogado puso cara de sorpresa.

—No estoy del todo de acuerdo, puede ser que en ocasiones no tenga filtros, pero otras muchas veces me muerdo la lengua para no decir lo que estoy pensando.

No habían continuado con la conversación, porque habían terminado por acercarse tanto que había sido inevitable fundirse en un beso que les dejó a ambos sin respiración, y que fue seguido por otros muchos a cada cual mejor.

Maldición, Gumshoe había terminado de hablar hacía un rato y le miraba esperando una respuesta. Por suerte, con la repetición había logrado enterarse de los detalles de la escena del crimen.

—Perfecto, lo mejor será que vayamos a visitar de nuevo al vecino. Con lo que me has contado, está claro que hay una contradicción en su testimonio.

—¡Sí, señor!

—Tengo que terminar unos informes, nos acercaremos dentro de una hora y media.

Gumshoe se retiró y se apresuró a completar su tarea. Terminó unos minutos antes de la hora que había acordado con el inspector, así que sus pensamientos derivaron de nuevo hacia Phoenix, de forma inexorable. Seguía pensando que el abogado era demasiado sincero, y tenía como prueba el otro día, cuando escribieron la carta para Iris. Se puso rojo solo de pensar en cómo habían escrito algo tan íntimo. Ponerlo sobre el papel había confirmado en cierta forma que había sido real y no un sueño.

Aunque Larry les había dicho que Iris había asegurado que "no hacía falta que hicieran lo que mencionaban en la carta", ellos habían estado de acuerdo en seguir con su idea. Como habían escrito en la carta, no se trataría de una abstinencia total, ya que además de los besos las caricias también estarían permitidas. Sinceramente, después de probar sus labios y su piel, ninguno de los dos se había atrevido a prometer otra cosa a Iris, por mucho que se consideraran a sí mismos personas adultas, responsables y con fuerza de voluntad. Habían sido muchos años de espera, y pedirles que siguieran con aquella renuncia sería demasiado. Lo que no harían sería llegar a una "unión completa", como él lo llamaba ganándose las risas de Phoenix. Y habían especificado que las caricias serían solamente con las manos. Si durante toda la conversación estuvo al borde del colapso, escuchar a Phoenix hablar de ESE tema fue casi mortal. Al final tuvieron que abandonar la charla porque a Phoenix le entró la risa nerviosa y no era capaz de seguir hablando. Luego le comentó que la situación le había recordado a una película que Larry le había obligado a ver, en la cual la pareja protagonista definía los términos de su relación nada menos que con un contrato. La verdad, era bastante apropiado para dos abogados terminar pensando en todo en términos contractuales.

Miró el reloj de nuevo. Ya era casi la hora, así que salió de su despacho y bajó las escaleras para reunirse con Gumshoe y dirigirse a la casa del testigo. Se concentró en contar los escalones para distraerse. Aquella situación iba a ser una prueba muy dura, sin duda, aunque no quería ni pensar en cómo sería en el caso de Iris. Al menos, ya habían terminado los trámites del traslado a su prisión anterior, y en cuanto se hicieran efectivos las visitas podrían ser más fluidas. Ambos tenían muchas ganas de ver a Iris, y por su condición de abogados podían pedir un encuentro entre los tres. Aunque no sería íntimo, al menos podrían hablar y estar juntos después de todo lo que había ocurrido.


De forma tácita, los días en que no podían verse porque tenían mucho trabajo (principalmente en su caso), se llamaban por la noche para contarse qué tal había ido su jornada. Aquel día, sin embargo, en lugar de llamar, Phoenix se acercó hasta su casa. Cuando abrió la puerta, tuvo que recordarse de nuevo que ya no hacía falta que siguiera fingiendo, que podía devolverle la sonrisa abiertamente en lugar de mantener su gesto desabrido habitual. Podía demostrarle cuánto se alegraba de verle, porque sabía que el sentimiento era bienvenido y mutuo. Los primeros días habían sido muy embarazosos: a pesar de que lo ocurrido entre ambos no dejaba lugar a dudas acerca de lo que deseaban, ninguno de los dos estaba seguro de cómo debía actuar con el otro. Si debían darse un beso al verse, qué le gustaba a su compañero y qué no... Era un proceso de descubrimiento al mismo tiempo excitante e intimidante.

Ahora ya no dudaban en abalanzarse el uno sobre el otro nada más cerrar la puerta, sabían que ambos estaban encantados de aprovechar cualquier ocasión para acercarse.

Casi sin dar tiempo a que el picaporte hiciera el clic, Phoenix le rodeó la cintura y le besó, sin prisa, como si no existiera nada más en la vida y todo el tiempo del mundo estuviera a su disposición. Le devolvió el beso con entusiasmo, saboreando cada exquisito escalofrío que le provocaban los labios del abogado, cada estela ardiente por donde pasaban sus manos, cada cosquilleo de impaciencia cuando le tocaba a su vez. De nuevo se sintió dividido entre las ganas de congelar el momento y el deseo de acelerar el tiempo, saltándose etapas para tenerles a los dos en su habitación, ya, sin ropa, ya, Phoenix, mío, ya. El susodicho se separó, manteniendo sus frentes en contacto, y rio suavemente.

—Guau, me atrevería a decir que me has echado de menos.

Sonrió, sin concederle que tenía razón porque era demasiado evidente, y volvió a besarle con impaciencia. Phoenix emitió un ruido de satisfacción y se estrechó aún más contra él.

Teniendo en cuenta lo acostumbrado a la soledad que había estado hasta entonces, debería sentirse asustado por aquella voracidad, aquella sensación de que nada era suficiente, ni suficientemente cerca, ni suficientemente frecuente, de querer más y más, fundirse con el otro. Estaba empezando a entender en qué consistía esa "sed" que era la base de los mitos vampíricos. Si desear a Phoenix en su imaginación había sido desesperante, el anhelo que sentía entonces era infinitamente superior, al estar basado en algo que ya había experimentado en la realidad.

Había algo que llevaba tiempo deseando, pero a lo que Phoenix no parecía dispuesto. Tenía un plan en mente, aunque no estaba seguro de que fuera a funcionar. Reuniendo su fuerza de voluntad, se separó brevemente y propuso, intentando que su tono pareciera casual:

—¿Te parece si vemos una película juntos?

Phoenix le miró con las cejas alzadas y sonrió.

—Claro. ¿Del Samurái de Acero?

Asintió. No tenía sentido avergonzarse de sus gustos, pues Phoenix ya los conocía y en lugar de ridículos le parecían divertidos. Aquella vez sería muy diferente a su primera "cita" en el cine. En aquella ocasión, su inseguridad, los nervios de Phoenix y sus eternos problemas de comunicación les habían jugado una mala pasada, mientras que ahora se sentía mucho más cómodo (o al menos todo lo que podía estarlo alguien con su carácter retraído) y ambos sabían en qué términos se encontraba su relación.

Una vez puesta la película, se sentaron. Juntos, sí, pero no era lo que tenía en mente: quería que el contacto fuera el máximo posible. Se aclaró la garganta, dispuesto a ir a por todas.

—¿No estaríamos más cómodos tumbados? —sugirió.

Phoenix le miró como si fuera a decir algo, pero debió ver en su expresión que sus intenciones eran "nobles", pues terminó por asentir con una leve sonrisa. Ambos se estiraron en el sofá, que era tan amplio y confortable como solo podían lograr un gusto exquisito en decoración y una cuenta corriente desahogada. Tras un instante de vacilación, Phoenix se apretó contra él, y su respuesta fue instintiva. Le pasó un brazo por la cintura para aferrarle aún más cerca, arrancándole algo que de tratarse de un gato habría calificado como un ronroneo. Podía ver de refilón la sonrisa del abogado, y sentía todo su cuerpo relajándose contra el suyo. Algunos mechones de su pelo puntiagudo le rozaban la cara y podía oler su colonia habitual.

Aunque su vida diaria estaba regida por el estoicismo y prestaba la atención imprescindible a las necesidades mundanas de su cuerpo, eso no significaba que fuera ajeno a la voluptuosidad. Así, aunque los momentos de indulgencia que se concedía fueran limitados, no escatimaba a la hora de que cumplieran unos elevados estándares de calidad: seleccionaba con esmero su adorado té; escogía para la ducha los geles y champús con las texturas y aromas más exquisitos; salía a comer a restaurantes de alta cocina, y sus trajes poseían cortes y tejidos que acariciaban su cuerpo. Abrazar a Phoenix de aquella forma era tan reconfortante como todos esos pequeños placeres juntos y multiplicados hasta el infinito.

Sus cuerpos se adaptaban de forma tan perfecta que le parecía intolerable que no pudieran seguir así el resto de sus vidas.

Le invadió un pensamiento abrumador, aun sabiendo que era engañoso: que todos los acontecimientos de su vida estaban justificados si desembocaban en aquel instante, que al fin todas las piezas encajaban para crear aquella escena sublime. Uno de esos raros momentos en los que parece que todo tiene sentido. Por supuesto, no estaba prestando la menor atención a la película, hasta que Phoenix comentó algo y tuvo que centrarse en la pantalla.

Por otro lado, a pesar de la perfección del momento, al mismo tiempo era una sofisticada tortura, un suplicio de Tántalo que cambiaba la comida y la bebida por cierto abogado cuyo cuerpo era sin duda más delicioso que cualquier néctar o ambrosía. Cada vez que Phoenix se movía ligeramente, tenía que luchar con todas sus fuerzas para que cierta parte de su anatomía no le traicionara. De vez en cuando, se permitía besarle brevemente en el cuello o en la mejilla, conteniéndose para no pasar de ahí.

Sobre la mitad de la película, sus esfuerzos dieron resultado. Phoenix tenía los ojos cerrados y juraría que se había dormido. Contuvo el aliento, sin atreverse a moverse para no perturbar su sueño. Sin embargo, su compañero enseguida se despertó sobresaltado.

—¿Cuánto tiempo me he dormido? —preguntó.

—Nada, en realidad. Solo has dado una cabezada.

Phoenix no parecía muy convencido por su respuesta, y se había despejado por completo. Su plan se había ido al traste, así que optó por preguntarlo de nuevo, solo para confirmar que no eran imaginaciones suyas:

—¿Por qué no te quedas a dormir? Sé que es una buena idea evitar la tentación, pero ¿no crees que podemos intentarlo al menos un día?

—No puedo, tengo cosas que hacer.

De nuevo, aquella respuesta evasiva. Como siempre, no insistió: lo que menos quería era parecerle un controlador, sabía que Phoenix no tenía por qué darle explicaciones de todo lo que hacía. A pesar de ello, no podía evitar sentirse terriblemente frustrado ante aquella falta de información.

No pudo seguir rumiando sus preocupaciones, sin embargo, porque el moreno se giró y reajustó su postura hasta quedar situado frente a él, todavía entre sus brazos.

—Perdona, no quería dormirme, pero hoy ha sido un día duro —dijo con una sonrisa avergonzada.

Era admirable el poder que tenía aquel hombre para dejarle sin aliento tan solo con su cercanía y un simple cambio en su expresión facial. Esa sonrisa era... adorable, no podía calificarla de otra manera, por mucho que le molestara tener que caer de nuevo en la ñoñería. Eso sí, también era impresionante su ineptitud para darse cuenta de que no le molestaba que se durmiera en sus brazos, sino todo lo contrario.

—No te preocupes —replicó con resignación ante la poca perspicacia de su compañero. Valoró por un instante contarle lo que sentía, pero enseguida empezó a hiperventilar ante la perspectiva de tener que explicar sus emociones.

Su resignación pronto quedó relegada al olvido cuando el otro se acercó para besarle. Cerró los ojos y se dejó llevar. Nunca podría cansarse de aquellos labios, aquel cuerpo que respondía tan bien al suyo...

—¿Sabes? Ha sido complicado ver la película con cierta distracción a mi espalda —murmuró Phoenix al cabo del rato, mientras dirigía sus caricias peligrosamente cerca de la parte de su anatomía en cuestión.

—¿Ah, sí? —se le escapó una sonrisa. Por supuesto, el lado juguetón de Wright aparecía incluso en situaciones como aquella, y le hacía muy difícil mantener su proverbial seriedad—. Y ¿exactamente cómo te impedía concentrarte? —Si quería jugar, él también podía hacerlo.

—Bueno, ya sabes... Tenerte tan cerca hace que no pueda evitar imaginarme cosas. Ya sé que no podemos, pero me preguntaba cómo sería sentirla dentro... —Ahora la expresión del abogado era completamente distinta: la sonrisa "adorable" había dado paso a otra que solo podía definir como "lasciva", y a unas pupilas dilatadas que reflejaban la excitación en su estado más puro.

Su propia sonrisa se desvaneció. Tragó saliva, incapaz de dar con una réplica ingeniosa. De acuerdo, aquel juego le quedaba grande. ¿Cómo era posible que Phoenix le dijera aquellas frases después de haber acordado contenerse hasta estar los tres juntos? Por Dios, actuar así debía estar tipificado como delito de tortura por la convención de Ginebra...

—Phoenix...

Algo en su tono hizo que el otro se quedara paralizado. Se puso serio y se mordió el labio.

—Uf, perdona, no sé qué me pasa, sé lo que hemos acordado. Es que cuando empezamos a besarnos, pierdo el control. Me vuelves loco, Miles —aseguró.

—El sentimiento es mutuo —contestó para aliviar la tensión del momento.

Phoenix sonrió de nuevo e hizo amago de separarse de él. Se lo impidió con suavidad.

—No he dicho que sea necesario parar.

—Pero...

—El contrato especifica que hay ciertas actividades que sí podemos realizar. No hace falta renunciar a todo.

El abogado asintió, recuperando su expresión maliciosa. Enseguida retomaron el caso donde lo habían dejado y pronto se encontró pensando que quizá no había sido tan malo que Phoenix no se hubiera quedado dormido.


Maya dio otro sorbo a su batido gigante de fresa y luego usó la pajita para degustar poco a poco la montaña de nata que lo coronaba. Miles no quería ni pensar en cuánto azúcar podía contener una monstruosidad semejante, pero la médium no parecía preocupada por las posibles repercusiones negativas en su salud.

—Cuéntame, sin miedo —le animó entre bocado y bocado.

Tomó aire con resignación. Por un momento pensó si no debería estar hablando con otra persona. Franziska había sido una hermana poco convencional en muchos aspectos. A pesar de ello, no podía decir que no tuvieran confianza, ni que no hablaran. Sí lo hacían, pero había ciertos temas que no entraban en sus conversaciones, y los problemas amorosos estaban entre ellos. Simplemente, ambos daban por hecho que al otro no le interesaban. Estar centrados en sus respectivas carreras hacía que ni se plantearan ponerse a charlar sobre si les gustaba fulanita o menganito. En cualquier caso, no sabía si todos los hermanos compartían sus experiencias en estas cuestiones, y no tenía claro si le habría gustado que fuera así. En ocasiones sí que habría agradecido poder compartir sus sentimientos con ella, pero no estaba seguro de cómo habría sido hablar con Franziska de aquellos asuntos, con su carácter estricto.

Con la señorita Fey... No tenía esos problemas. Cuando Phoenix le confesó que se había sincerado con ella y que estaba al tanto de su incipiente relación a tres bandas, al principio le había parecido muy incómodo, pero pronto cambió de opinión. Hablar con Maya había resultado ser mucho más fácil de lo que había creído, y un método de terapia de lo más útil cuando se sentía abrumado por todo lo que sentía.

—Phoenix no quiere quedarse a dormir en mi casa bajo ningún concepto —soltó—. Y me refiero a dormir estrictamente en el sentido de cerrar los ojos hasta ralentizar las funciones corporales, con el fin de permitir el descanso físico y mental del organismo, no a ninguna otra actividad que se pueda realizar en una cama.

Maya detuvo las evoluciones de la pajita, lo cual provocó que un goterón de nata cayera en la mesa de la cafetería.

—¿En serio? ¿No quiere quedarse a dormir?

—La verdad es que nunca pensé que fuera a tener problemas con la intimidad. Me parecía más probable que me costara a mí. Pero está claro que, de alguna forma, quedarse a dormir le parece dar un paso más en el compromiso y le da miedo.

Maya reflexionó unos instantes con expresión seria, que enseguida dio paso a su típica sonrisa maliciosa.

—Edgeworth, creo que te estás preocupando por nada: se me ocurre una posible razón para lo que está pasando. Por otro lado, pienso que ni siquiera Nick puede ser tan tonto como para no quedarse a dormir con su novio por eso... En fin, si algo he aprendido de vosotros, es que las pruebas lo son todo. Te voy a enseñar una.

La joven sacó su móvil y deslizó el dedo por la pantalla hasta que dio con lo que buscaba. Se lo tendió, señalando un botón con el icono de "reproducir":

—Haz clic —indicó. Con los mismos nervios que si se tratara de un alegato final ante el juez, obedeció.


Si os apetece comentar, ya sabéis que me encantaría saber si os parece que están bien caracterizados o estoy metiendo la pata pero bien... Gracias!