Ella estaba recostada sobre el parqué con la espalda contra el muro y las piernas estiradas, su rostro pálido, la mirada perdida y su melena desgreñada. Su delicada mano reposaba con desdén sobre el suelo a la par que sostenía una navaja que era lo único que parecía brillar en aquella habitación. Llevaba puesto un sweater de color azul que contrastaba totalmente con el rojo del cual estaban teñidas sus manos, las paredes y el piso. Su pecho, ligeramente sudoroso, palpitaba a un ritmo que parecía extinguirse de a poco.
Sobre el suelo cristales rotos, esparcidos por todas partes, fotografías familiares y dos cuerpos sin vida.
Los paramédicos junto a mi padre, no tardaron demasiado en llevar a la muchacha que aún respiraba, a urgencias, mientras yo volvía a casa para darme un baño y así, intentar borrar aquella imagen de mi mente. Parecía nunca acostumbrarme a ver ese tipo de cosas, por eso no me era de agrado hacer de chofer de mi padre.
Tenía que relajarme ya que dentro de poco tenía que pasar por Emmet a su entrenamiento de baloncesto, para luego juntarnos con unas chicas de la porra.
Sacudí mi cabeza reiteradas veces bajo el chorro de agua para borrar la angustia de aquel cuadro en mi mente y volví a enfocarme en mi ligue del día. Rosalie, la capitana del equipo de porristas, después de casi dos semanas de llamados y apodos tontos, por fin me daba luces de pasar a siguiente fase.
Revolcón y adiós.
No me era muy difícil obtener lo que quería, siempre lo hacía, con dinero, facha y un buen auto, lo conseguías todo.
Salí de la ducha con una toalla atada a mi cintura y el agua goteando de mi cabello hasta mi espalda.
- ¡Edward!- exclamó mi hermana Alice abriendo la puerta de mi habitación de par en par sin tocar – Papá al teléfono, atiende rápido.
- ¿Podría siquiera ponerme mis boxers?- pregunté inútilmente al viento.
Bajé las escaleras y cogí el auricular.
- ¿Qué pasa?
- Olvidé mi identificación en tu auto y necesito que me la traigas – dijo al otro lado del teléfono – Te espero en el hospital.
- No puedo…- como era de esperar, había colgado.
- ¡Es que no me dejaran terminar alguna puta frase! – exclamé dándome un golpe en la frente con mi mano de manera teatral.
-¡Edward Cullen!– me riñó mi madre con el ceño fruncido – ¿Que maneras son esas?
- Lo siento mamá – me encogí de hombros, caminé en su dirección para besar su mejilla y luego corrí de vuelta a mi dormitorio para vestirme.
Cogí mi celular y marqué el número de Emmet de camino al hospital para avisarle que le tocaba adelantarse ya que como era de costumbre, mi padre me tenía como burro de mandados.
- ¿Qué pasa hermano? Te estoy esperando – gritó al otro lado provocando que el audífono vibrara en mi oído.
- ¡Mierda Emmet! – me quejé quitando rápidamente el audífono de mi oreja y colocando mi móvil en altavoz.- Ni que fuera tu novio para que me grites así.
- Hay mi vida lo siento – se burló imitando la nasal voz de Jessica – Es que como no me la quieres meter últimamente, estoy algo tensa.
Sentí las carcajadas de los chicos detrás y no pude evitar reír.
- Vale putaza que ya te tocará – contesté siguiéndole el juego – Ahora fuera de bromas, tendrás que adelantarte y yo los alcanzo luego.
- ¿Qué paso?
- Tengo que llevarle unas cosas a mi padre, no te preocupes que llegaré apenas me desocupe – le expliqué.
- Vale, no te tardes demasiado o no podré contener a ese par de hambrientas de sexo.
- No seas idiota ¿crees que te dejaré dos semanas de esfuerzo?
- Yo solo te pongo en aviso – rió – Soy demasiado irresistible.
- Si sobre todo para las feas – repliqué.
- Edward borracho no vale – se defendió.
- Como sea, nos vemos allá.
Marqué la tecla roja para cortar la llamada y de paso, apagar mi teléfono. No tenía intenciones de atender llamadas idiotas de muchachas con poca dignidad y recriminaciones de haberlas usado. Después de todo, ellas disfrutaban bastante, así que estábamos a mano.
Entré al hospital saludado como siempre por las enfermeras previamente atendidas y las que estaban en lista de espera.
- ¡Hola Edward!- exclamó una que llevaba un lindo delantal de color rosado, dándome un agarrón en el trasero.
Fruncí el ceño y seguí, tenía un culo hecho a mano, pero eso no compensaba su falta de dignidad.
- ¡Al fin! – suspiró mi padre desde mi espalda.
- Vine lo más rápido que pude, así que más vale que me lo agradezcas – dije entregándole su identificación.- Ahora me tengo que ir, Emmet me está esperando.
- Tonterías, con su mano le basta como compañía – bufó pasando su brazo sobre mi hombro - Ven acompáñame.
Literalmente me arrastró hasta una de las piezas del hospital.
- Será mejor que te pongas esto – ordenó pasándome una de sus batas blancas con su apellido bordado de azul. No podía comprender la fijación que tenía mi padre con mostrarme su trabajo.
Afuera, en el pasillo, se encontraba un comisario de policía, haciéndole guardia y nos tocó enseñar nuestras identificaciones para entrar.
Lo seguí por la habitación en donde se encontraba una muchacha con vendajes en uno de sus brazos y en el otro una intravenosa.
Mi padre se colocó en el lado izquierdo de la camilla que ocupaba la chica y tomó su brazo para quitar las gasas que cubrían su herida. Hizo un gesto con su dedo para que me aproximara a mirar y yo con tal de apresurar mi salida de ahí, obedecí y me acerqué.
- ¿Te fijas en el trabajo de joyería que hice? – presumió pasando su dedo sobre las puntadas que cerraron su muñeca. – Por suerte el corte no alcanzó los tendones – prosiguió - Dentro de un mes probablemente ya no haya ni cicatriz.
- Me parece perfecto – bufé sin darle importancia - Ahora si se ahorca en una semana esperemos que puedas quitar la hinchazón de sus ojos.
Como siempre mis palabras salían de mi boca sin pensarlo, alcé la mirada a la chica que me veía fijo sin hacer gesto alguno.
- Lo…siento – musité avergonzado.
Ni pestañeó. Sus ojos seguían clavados en mí, pero no miraban nada.
- No te preocupes – habló una de las enfermeras que se encontraba con nosotros – Está en shock, así que no se da cuenta de nada.
La chica la vio de reojo y luego volvió a posicionar sus ojos en mí.
- Creo que no estoy muy seguro de eso – le susurré a mi padre.
Él cubrió nuevamente su herida y se acercó a ella apoyando sus manos en la baranda de la camilla.
- ¿Cómo estas? – le preguntó con ese tono cariñoso típico de él - ¿Te sientes bien?
Lo miró fugazmente y luego cerró los ojos sin abrir la boca.
La enfermera que estaba frente a mí, hizo círculos en el aire al lado de su cien y moduló lentamente un loca. Mi padre frente a su falta de respeto se enfureció y la echó cortésmente de la habitación, si había algo que le molestaba eran las conductas idiotas como esas.
- Hijo, quédate con ella un minuto, cualquier cosa, solo presionas el botón de alarma - dijo mientras le indicaba a su enfermera que lo esperara – Tengo que recordarle cierta clase de ética a esta señorita.
- Pero…
No alcancé a protestar, cuando cerró la puerta en mis narices.
Resoplé y metí mi mano en el bolsillo de mi pantalón para sacar mi celular. Lo encendí y apreté la tecla verde dos veces para llamar a Emmet.
- ¡Te lo digo hermano, si no te apuras pierdes! – vociferó entre el sonido de la música de fondo.
- Estoy atascado en el hospital, a mi padre le dio por enseñarme sus nuevas técnicas reconstructivas y ahora me dejó con una de sus pacientes.
- ¿Está buena por lo menos? – preguntó al otro lado.
- Qué se yo, está dormida.
- Yo qué tú y aprovecho de verle las tetas – dijo riendo.- Digo por el consuelo.
- Serás idiota Emmet.
Bajé el celular y lo apagué. No quería oír estupideces de nadie y ya comenzaba a aburrirme.
Tomé la ficha con sus datos para hacer algo y comencé a leerla.
Su nombre era Isabella Marie Swan y tenía diecisiete años. ¿Qué impulsaba a una chica tan joven como ella a cortarse las venas?
No quise seguir leyendo y dejé su ficha sobre la mesita. Me senté a ver por la ventana, cuando sentí que me observaba. Me giré y ahí estaban, un par de ojazos de color marrón como el chocolate, vacíos, mirando en mi dirección.
- Tienes una vista fenomenal desde aquí – comenté nervioso.
Al parecer era el día de hablar solo, ya que se quedó viéndome sin decir nada.
- Estoy pensando en llevarla conmigo – se oía la voz de mi padre del otro lado de la puerta.
Liberé mis ojos de los de ella y los llevé en dirección a la voz de mi padre. Vi como el pomo de la puerta giraba lentamente y tras ella aparecía él, junto a otro doctor.
- ¿Pero por qué harías una cosa así? – preguntaba el otro doctor a mi padre.
- No sé, pero siento pena por ella – le contestaba él.
Creí sospechar hacía donde iba su conversación, así nos habíamos vuelto sus hijos Alice y yo, sintió algo por nosotros luego de un accidente en el que nuestros padres murieron y luego se hizo cargo de nuestras vidas junto a Esme, su esposa y mi madre, quien no podía tener hijos. La gran diferencia era que Alice tenía solo meses y yo poco más de un año, no éramos un par de adolescentes locos al borde del suicidio.
- Papá, tengo que irme – le urgí enarcando una ceja he intentando sonar lo más educado posible.
- Está bien hijo, dame un segundo – pidió elevando su dedo.
Puse los ojos en blanco.
- De segundo, en segundo ya llevo el día – me quejé.