Prólogo

Velas mágicas y deseos no pedidos


Todos se empeñaban en hacer de ese un día feliz. Había una tarta, velas encantadas de la tienda de Fred y George, globos mágicos que volaban por toda la cocina y bromas que tenían como único objetivo el subirle el ánimo. Harry estaba lejos de sentirse feliz, pero por todos ellos hizo un esfuerzo para, al menos, parecer alegre.

—¡Feliz cumpleaños, Harry! —exclamó Tonks, tropezándose al entrar a la cocina con una de las escobas de la señora Weasley y provocando que los platos que se había ofrecido a cargar terminasen hechos pedazos en el suelo—. Vaya… lo siento, Molly.

La señora Weasley suspiró con exasperación y sacudió la varita en dirección al desastre montado por la metamorfomaga.

—Preferiría que te quedases aquí con los muchachos, querida —la reprendió—, no me eres de mucha ayuda si rompes más vasija de la que tenemos.

—Lo siento.

Le sonrió a Harry una vez más y se sentó en una silla libre entre Fred y Ron. Harry la observó unos instantes. Al parecer, él no era el único con los ánimos por los suelos. Pese a intentar parecer jovial, como siempre, a Tonks no le llegaba la alegría a los ojos. Le faltaba esa chispa de color que la caracterizaba.

—¿No está George? —le preguntó la susodicha al gemelo presente.

—Está en la tienda —y girándose hacia Harry—. Me ha pedido que te felicite de su parte. No podíamos faltar los dos…

—Lo entiendo —se apresuró a contestar él. Sabía que todos se estaban esforzando demasiado en que ese cumpleaños fuese especial. Querían hacerle más llevadera la muerte de Sirius, e incluso alguno de los Weasley, como era el caso de Fred, había faltado a sus obligaciones para compartir con él ese día. No podía más que sentirse agradecido con todos ellos.

La señora Weasley acudió al llamado de la puerta y regresó a la cocina al cabo de unos segundos acompañada por Lupin.

—¡Remus! —saludó Harry, sorprendido de que el licántropo hubiese asistido también. Hacía dos noches había sido Luna Llena y lo lógico hubiera sido que estuviese reponiéndose en su casa.

—Buenas tardes. Harry, ¿cómo estás? —se acercó a él y posó una de sus manos en los hombros del muchacho.

Harry esquivó su pregunta. No quería pensar demasiado en cómo se sentía realmente.

—¿Cómo estás tú? No debiste venir hoy.

—¿Y perderme tu cumpleaños? Molly me hubiera matado —guiñó un ojo y se dirigió después hacia el resto de comensales en la mesa— Ron, Fred. Hermione… —agachó la cabeza levemente a modo de saludo— Nymphadora.

A Harry no le pasó desapercibida la mirada ansiosa que ella le lanzó, ni el hecho de que no hubiese protestado ante su nombre completo. Se limitó a sostenerle la mirada, retándole a algo que ninguno de los allí presentes identificó. Remus carraspeó, rompió el contacto visual y buscó sitió en el extremo opuesto al de ella. Hermione se hizo a un lado y le despejó la silla contigua a la suya.

—¡Ginny, deja de protestar! —la señora Weasley, arrastrando tras de sí a la menor de los pelirrojos, volvió a hacer acto de presencia en la atiborrada cocina— ¡Necesitaba ayuda!

—Claro, y de todos los Weasley que estaban en la mesa justo la mía necesitaste.

—Solo has tenido que acomodar unas cosas en la sala —intervino Ron—, no es para tanto.

—¡Pues haberlo hecho tú! —se sentó junto a Harry, en el único lugar que quedaba libre, y cruzó los brazos por delante del pecho— Siempre me toca a mí ayudar a mamá en las tareas domésticas.

—Eres una chica, ¿no?

Ginny fulminó a su hermano con la mirada y, aún sabiendo que tenía prohibido el uso de magia fuera del colegio, buscó su varita entre los pliegues de su ropa. Ron acució el golpe, y antes de que ella pusiese en práctica algún maleficio, se encogió sobre su silla y musitó una débil disculpa.

—¡Basta los dos! Vais a darle el cumpleaños a Harry —les regañó su madre— Por cierto, querido, Bill y Arthur te mandan sus felicitaciones. Están trabajando.

—¿Por qué no sacas el pastel, mamá? Tengo hambre…

—Qué raro… —bufó Hermione, lanzándole a su amigo pelirrojo una mirada reprobadora.

—¿Qué? —Ron se encogió de hombros— Es tontería esperar más si ya estamos todos los que hemos podido venir…

—Estoy de acuerdo con Ronnie, mamá —se entrometió Fred— ¡Quiero tarta!

La señora Weasley agitó su varita y convocó el pastel, no sin antes murmurar algo acerca de pelirrojos impertinentes y glotones.

Desde lo alto de la nevera, sobrevolando las cabezas de todos ellos, apareció una enorme tarta. Cuando llegó a la mesa y se situó delante de él, Harry comprobó que se trataba de una gran escoba esculpida en bizcocho y chocolate. Tardó todavía unos segundos más en descubrir que no era una escoba cualquiera: era su propia Saeta de Fuego.

—¡Es genial, Señora Weasley! —exclamó, realmente emocionado ante el detalle— No debería haberse tomado tantas molestias.

Ella sacudió la mano —¡Bah! No son molestias, cariño. Además, Ginny me ha ayudado bastante. Fue ella quien se encargó del diseño, ya sabes que yo de escobas no entiendo demasiado.

—Es increíble, ¡gracias, Ginny! —se giró hacia la pelirroja y le dedicó una de sus sonrisas más sinceras. Lejos de ruborizarse, cosa que hubiese ocurrido seguro unos cuantos años atrás, la muchacha alzó los hombros y le devolvió el gesto.

La señora Weasley se disculpó con los invitados y, con la excusa de ir a poner un poco de orden al Ghoul del ático, el cual estaba metiendo un estruendo impresionante, se precipitó a toda prisa hacia las escaleras de La Madrigera.

—¿Por qué a nosotros no nos preparas tartas tan esmeradas, Ginny? —preguntó Fred, curvando los labios en una mueca burlona.

—¡Eso! —le siguió el juego Ron— ¿Es necesario tener una cicatriz y gafas redondas para que nos concedas ese honor?

—¡Ronald! —gritó Hermione

—¡Bastaría con que no fueseis tan idiotas! —replicó al mismo tiempo Ginny, de nuevo con la varita aferrada con fuerza— ¿Acaso no teníais hambre? ¡Estamos perdiendo el tiempo!

Fred abrió la boca de nuevo, pero, ante la mirada asesina de su hermana, la volvió a cerrar sin llegar a bromear más. Exhaló un bufido resignado y se levantó para pinchar las velas en la superficie del pastel. Agitó su varita y al instante un centenar de luces de colores chisporrotearon de vela en vela.

—¡Qué bonito! —se asombró Tonks, tomando parte de la conversación casi por vez primera.

—Cortesía de Sortilegios Weasley —sonrió con suficiencia Fred.

Hermione abrió los ojos con asombro, pareciendo tan entusiasmada como una niña pequeña.

—¡Parecen bengalas!

—¿Benga-qué? —preguntó Ron.

—Ben-ga-las. Es algo muggle.

Ron volvió a preguntar algo, pero Fred habló al mismo tiempo y su duda se perdió en el camino.

—Apuesto a que tus Belangas no hacen esto —se pavoneó el gemelo, volviendo a agitar la varita en torno al pastel. Todos se quedaron sin habla cuando de las velas se comenzó a escuchar la canción del cumpleaños feliz.

La primera en salir de su asombro fue Ginny.

—¡No sabía que vendieseis algo así!

—¡Es genial! —admiró Hermione.

—Sí —Remus le dio la razón a la joven bruja—, estoy seguro de que el profesor Flitwick estaría orgulloso de vosotros, muchachos.

Fred se encogió de hombros con falsa modestia —Es un encantamiento bastante ordinario, en realidad, pero les encanta a los niños. Se venden bien.

—Vamos, Harry —le ánimo Tonks—, es hora de soplar.

—Sí, tío… tenemos ganas de hincarle el diente a esa maravilla —corroboró Ron, ganándose de nuevo una mirada asesina por parte de su hermana.

—Y que no se te olvide pedir un deseo, Harry —le recordó Hermione, tan atenta como siempre a los pequeños detalles.

Se inclinó sobre la tarta y llenó sus mejillas de aire. Un deseo… no recordaba que se le hubiese cumplido algún deseo por soplar las velas de las tartas de sus cumpleaños. Dejó la mente en blanco, cerró los ojos y soltó todo el aire contenido.

Las velas mágicas se apagaron al instante, y con ellas la iluminación de toda la casa. Todo sucedió muy rápido entonces.

Harry sintió a Ginny rodeándole el brazo.

Hermione se aferró a Remus, quien estaba más cerca de ella.

Tonks, en un intento por no perder el equilibrio, posó una mano sobre el hombro de Fred y la otra sobre el de Ron.

De pronto se vieron envueltos en un remolino de luces y colores del que no fueron capaces de escapar, y para cuando la señora Weasley quiso llegar a la cocina, ninguno de los siete se encontraba ya alrededor de la mesa. La habitación se había quedado vacía.


Sigo con los viajes en el tiempo... no sé porqué me ha dado ahora por ellos. Es completamente diferente al otro fic que tengo empezado, por eso, a pesar de que ambos son sobre viajes temporales, me he decidido a publicarlo. De todas formas lo iba a escribir, porque le tengo ganas, así que... no pierdo nada por dejaros leerlo y por saber vuestra opinión :)

Tengo algo más escrito, pero estoy pensando en cómo dividir los primeros capítulos. Cuando me aclare un poco colgaré la siguiente parte (supongo que mañana a más tardar)

Encantada de leer vuestros reviews! :D