Azul para Siempre

Por Fabiola

Azul Grandchester

Los nombres de los personajes en esta historia son propiedad de Kyoko Mizuki y Yumiko Igarashi; pero la historia como tal es original de mi autoría, y está registrada a mi nombre, protegida bajo los derechos de autor. Debido a esto, no esta permitida su difusión o publicación, ya sea total o parcial, en grupos yahoo, sitios de internet, o cualquier otro medio de difusión público o privado, con o sin fines de lucro. Si deseas guardarla para tu lectura personal eso esta perfectamente correcto y sería un honor para mí, pero todo otro tipo de difusión esta prohibido por ley, a menos que exista una autorización; si deseas hacer algo de esto, envíame un correo y lo conversamos. Gracias! Fabiola

Capítulo I

Candy y Terry habían sido novios desde hacía dos años. Fue una relación que inició producto de un primer contacto casual fruto de una coincidencia; y, que sin que ninguno lo imaginara en aquel momento, los había sorprendido llenándolos de emociones hasta entonces desconocidas para ambos.

Él fue el primero en caer presa del sentimiento y se enamoró de Candy casi inmediatamente, luego de encontrarse intensamente atraído hacia la joven desde el instante en que sus ojos azules se reflejaran en los verdes de ella por primera vez. Hoy se reconocía profundamente enamorado y, decidido a avanzar en la relación que tenían, le pidió que fuera su esposa.

Para su sorpresa, lo que él imaginó como la perfecta noche en la que la mujer que amaba aceptaba unir su vida a la de él, cumpliendo así uno de sus más anhelados deseos, se estaba convirtiendo en una velada llena de amargura, decepción y sueños rotos. Y esto era más de lo que el temperamental joven estaba diseñado para soportar.

- Mírame, Candy – dijo Terry comenzando a perder la paciencia.

- No hace falta, conozco perfectamente cada rasgo de tu rostro – le dijo fríamente.

- Por favor – contestó el joven de forma suplicante, algo raro en Terrence, pensaba ella –, mírame a los ojos y responde. Repite esa respuesta pero viéndome a la cara.

Candy volteó a verlo, no podía negar que era un hombre muy atractivo, la atraía de una forma rotunda, real, apasionada, lo que sentía por él no se parecía a nada que hubiera sentido jamás por nadie. Pero éste no era el momento de pensar en eso. Ocultó todo esto muy en el fondo de su alma, tal como estaba acostumbrada a ocultar toda emoción desde muy pequeña, la vida así se lo había enseñado; y al encuentro de los ojos del joven, sus profundos ojos verdes no demostraron nada además de vacío.

El joven empresario se sintió traspasado por una mirada fría y distante. Pero lo que más lo hirió no fue su mirada, fue su voz. Aquella voz que tantas veces le había dicho cosas lindas, hoy le decía lo que más dolor le causaba.

- Esta bien, Terry, te lo repetiré si así lo quieres – su voz pausada y sus ojos verdes fijos en los azul oscuro de su novio – No. Mi respuesta es no. No quiero casarme contigo. Ni hoy, ni mañana. Simplemente no.

- Y… vivir juntos… eso tampoco? – acaso era él quien había dejado salir esa pregunta casi como un ruego? Se odió a si mismo por caer a este nivel, pero mas la odió a ella.

- No le veo el sentido Terry, lo que tenemos esta bien así, para qué arruinarlo?

- Sucede que yo quiero más.

- Qué mas quieres?

- Te quiero a ti.

- Y acaso no me tienes cada noche? A mi ver es como si ya viviéramos juntos. – dijo ella en una forma que denotaba hastío para luego volverse y empezar a dar pequeños pasos recorriendo el balcón donde se encontraban.

El sonido de la música se escuchaba lejano, y los murmullos de la gente riendo y divirtiéndose en la fiesta que ellos dejaran hace un momento le hicieron sentir envidia y hasta algo de rabia contra Terry y sus impulsos, que para ella no eran más que locura.

- Ahora podríamos seguir ahí - pensaba ella, mientras caminaba lentamente con la mirada perdida hacia los jardines – seguiríamos bailando, riendo con nuestros amigos para después irnos a casa juntos, pero él tenia que ser tan testarudo como para sacar un tema así. Sacar un tema así en una noche como esta. Solo a él se le ocurre.

Esa noche Candy y su amiga Pauna estaban un paso más cerca de cumplir uno de sus más anhelados sueños. Las dos jóvenes habían organizado esta fiesta en el elegante club donde estaban para reunir a amigos y posibles patrocinadores para el programa de radio que producirían y conducirían juntas, el cual saldría al aire en pocas semanas.

Candy y Terry se habían apartado de los demás invitados, por petición de él, para ir a platicar en privado a uno de los balcones que el club tenía en su salón principal y que daba hacia los jardines, desde donde observaban la fiesta y el lago a lo lejos.

Desde aquel balcón junto a Terry, la joven se perdió observando ese lago artificial y se distrajo admirando cómo las luces jugaban en los suaves movimientos del agua, como luciérnagas en la noche. Le pareció simplemente hermoso. Toda la velada había sido simplemente perfecta. Hasta ahora. Entonces pensó volviendo a su acompañante, si todo estaba tan lindo, por qué tocar este tema ahora?

- Terry – pensaba -, por qué no te conformas con lo que tenemos? Es muy bueno, así tal cual.

- Candy, me escuchas? – cuando ella volteó y él sintió que de nuevo lo atendía continuó - te digo que a mi ver no es así. Si viviéramos juntos no huirías de mi casa en cuanto amanece. Nunca lo había visto así pero esta noche me doy cuenta que nuestra relación es para ti como algo que puede usarse y dejarse a un lado cuando te cansa.

Ella parpadeó un par de veces sin creer lo que escuchaba, que equivocado estaba. Ella daría su vida por él sin dudarlo un instante; pero no quería entregarse de la forma en que él le pedía. Algo en lo profundo y más fuerte que ella la hacia sentir que debía decir que no.

Aunque si se sinceraba consigo misma podía sentir una vocecilla dentro que le pedía darle una oportunidad a ese hombre maravilloso que tal vez era sincero y no podría amarla más de lo que ya lo hacía.

La joven se debatía entre dos emociones igualmente poderosas, por un lado aunque nunca lo había dicho, lo amaba; pero por otro tenía un sentimiento aun desconocido que la paralizaba. No sabía por qué. No sabía qué. Pero ahí estaba.

Mientras lo veía en ese estado de claro sufrimiento simplemente no podía entender por qué sus piernas la tenían clavada al suelo cuando lo que quería hacer era correr hasta el barandal donde él estaba recargado y abrazarlo, o por qué sus labios solo decían "No", cuando su corazón hubiera querido decir sí, mil veces sí.

Candy había sufrido demasiadas cosas en su vida. Cosas que no terminaba de aceptar, y mucho menos olvidar y que la habían convertido en una mujer a la que le era muy difícil confiar en lo que él decía hoy ofrecerle: amor para toda la vida. Eso era algo en lo que ella simplemente, por muchos motivos ocultos en su alma, no creía.

- Candy, si viviéramos juntos, - continuó ajeno al debate que ella mantenía internamente - compartiríamos mucho más que la cama y algunos ratos libres. Compartiríamos la vida y eso es lo que yo quiero: Compartir contigo mi vida. Por eso te pedí que fueras mi esposa, pero ya que veo que te niegas pongo esta opción en la mesa: Vivamos juntos.

Maldición! – se reprochaba Terry en su pensamiento - ahí esta la voz suplicante de nuevo. Cómo era posible llegar a estos extremos?

Él era un hombre al que cualquiera identificaría como uno que puede conseguir a la mujer que desee. Sin embargo, para el joven empresario la mayoría de sus conocidas le parecían insípidas, predecibles, y quizás demasiado complacientes.

Por lo mismo nunca había tenido nada serio y jamás antes de ahora le había pedido a alguien que se casara con él. Antes de ella había tenido un par de relaciones pero nunca fue así. Nunca se sintió atraído así. Con esta ansia. Con esta furia, con tal desesperación. Con esta mezcla de sentimientos que ya lo estaban volviendo loco. No podía negar que la deseaba hasta puntos francamente desenfrenados, pero a la vez sentía por ella tanta ternura, tanta devoción. Una desolación lo invadía cada vez que ella lo miraba y él se sentía de pronto como un niño, inexperto, incoherente, vulnerable ante esta mujer mezcla de delicadeza y férrea voluntad.

Desde que la conoció entendió que el sentimiento por ella no era otro que amor y eso era algo que él jamás había sentido.

Era el hijo mayor de Richard Grandchester, un empresario londinense de gran fortuna y prestigio en toda Europa, cuya familia estaba relacionada a la monarquía inglesa y francesa.

Aunque solo algunos estaban enterados de la sangre azul que corría por sus venas, pues había roto relaciones con su padre desde su temprana juventud, para todos era obvia la dedicada educación de la que había sido objeto, pues esta se dejaba ver en sus movimientos elegantes, en su gusto por todo tipo de expresión artística y en la clase que denotaba en su trato.

Su carácter firme y a veces arrogante provocaba en algunos envidia y celos; aunque la mayoría lo apreciaba y admiraba, pues debajo de esa coraza de seriedad y casi obsesivo perfeccionismo y esa apariencia arrolladora veían a un hombre entregado a su trabajo, amable y cuidadoso en su trato a los demás; y a veces, aunque sólo los más allegados, reconocían en él a un joven alegre, sensitivo, atento y de gran nobleza de corazón.

Su madre, Eleanor Baker quien se separó de Richard cuando Terrence era un niño, era actriz de teatro de larga trayectoria con gran éxito en el país. El mismo Terry, cuando era más joven, actuó con gran éxito en muchas obras, aunque al principio ocultara su origen para no usar la fama de Eleanor en su propio beneficio. Luego de unos años actuando se retiró de los escenarios para empezar a trabajar detrás de ellos.

Fundó de inmediato una compañía de producción teatral y a sus treinta y un años figuraba en ella, por deseo propio, como Director General Creativo. Aunque la empresa tenía menos de diez años de haber sido creada estaba posicionada como una de las mejores del país; el empeño y dedicación que el hombre le dedicaba, aunado al talento innato que poseía, había rendido frutos rápidamente.

A pesar de su juventud poseía un espíritu experimentado, era un alma vieja, como él mismo se llamaba, con un carácter firme y determinante que muchos respetaban y, algunos hasta temían. Dirigía su compañía con espíritu incansable, con ánimo irrefrenable, dedicándole todo su tiempo, todo su esfuerzo. Estaba al pendiente de cuanto les ocurría a sus empleados, que a fuerza de verse tanto y compartir la misma pasión ya consideraba como su familia, logrando que ellos mismos lo apreciaran mas allá de las relaciones laborales.

En el medio su palabra era altamente respetada, si compraba los derechos de una obra y se decidía a montarla nadie dudaba ni por un instante el éxito que tendría. Si algo le gustaba, se vendía. Punto.

La compañía montaba todo tipo de obras, pero su gusto por el teatro clásico se reflejaba en una de Shakespeare que presentaba cada año durante un mes, la cual era por mucho su favorita: Romeo y Julieta. Durante esos días el teatro se llenaba en cada función; para el público era ya característico, casi un ritual asistir a esa corta temporada de uno de los más grandes clásicos de la historia de la literatura.

Él observaba cada función de esas cuatro semanas desde atrás del escenario, repitiendo cada línea, cada parlamento, sabía la obra con todos sus personajes de memoria. Cualquiera que lo veía ahí pensaría que estaba perdidamente enamorado de un amor imposible.

Cualquiera que no lo conociera, porque para los que lo habían tratado era obvio que tenía un carácter esquivo hacia las mujeres; las cuales lo buscaban incansablemente no solo por su éxito profesional y evidente fortuna sino por poseer una presencia que a cualquier mujer le quitaba el aliento.

Con un innegable atractivo, poseedor de unos profundos ojos azules, con una complexión muy varonil, el cabello castaño ligeramente ondulado y largo rozándole los hombros, un perfil perfecto y facciones que a muchas mujeres les parecían casi delineadas con pincel, Terrence Grandchester era uno de los más cotizados solteros de Nueva York.

A pesar de esto, él que estaba ya demasiado acostumbrado a la admiración femenina desde su adolescencia, y le tenía sin cuidado sentirse apuesto o no, había desarrollado una férrea indiferencia que prodigaba a toda mujer que conocía. Aunque en el fondo tenía el deseo de un día casarse y formar una familia, nadie había logrado interesarlo de esa forma.

Así fue hasta el día que conoció en Chicago durante un viaje de trabajo a una mujer que desde que la vio lo prendó de sus ojos verdes y su carácter indomable. Lo intrigó desde el primer momento. A pesar de ser todo lo amable y simpática que alguien puede ser, ella no le había prestado la menor atención, no lo había mirado como otras lo miraban, no había sucumbido ante su cercanía y ni siquiera había aceptado la primera invitación que él le hiciera.

Pero le había sonreído, y esa sonrisa franca, abierta, chispeante y ese carácter que denotaba regia seguridad en una jovencita de apariencia suave y delicada, lo dejó desde el primer momento sencillamente fascinado. Ahora, luego de dos años de noviazgo, le había pedido que se casara con él.

Si por él hubiese sido se lo hubiera propuesto al día siguiente de conocerla, y muchas veces durante esos dos años estuvo a punto de hacerlo; aunque siempre se frenó en el último instante, no queriendo arriesgarse a perderla, pues algo le decía que ella no estaba lista aún.

Así había estado esperando el momento hasta que se decidió un par de días antes de hoy, no porque ella le hubiera dado señales de estar preparada, sino porque él ya no podía estar lejos de la joven ni un día mas y las ansias por tenerla le ganaron la partida.

Se sentía como un jovencito enamorado, como un adolescente ilusionado con el primer amor. El quería compartir con ella su vida, sus sueños, cuidarla, protegerla, hacerla reír cada día, y estar con ella en esos otros momentos, los difíciles e incluso en los que ni ella misma se comprendía. Verla cada día por el resto de su vida. Nunca había sentido este sentimiento tan poderoso que ahora lo hacía llegar a grados que ya se le antojaban lastimeros. Y sí, definitivamente estaba empezando a odiarse a sí mismo.

- Necesito tiempo para pensar. – dijo ella luego de un momento.

- Estas cosas no se piensan, se sienten. Debes decidir ahora.

- Mi respuesta es la misma entonces. – contestó Candy con voz pausada.

Calló de repente y él no respondió nada.

Se miraron largamente mientras sus mentes cabalgaban en sus propias cavilaciones, ajenas las de uno a las del otro.

El largo silencio sólo fue interrumpido por un suspiro que él dejo escapar involuntariamente.

- Espero comprendas que yo no puedo aceptar entonces seguir así. – dijo él con determinación.

- Así que esto es todo? – algo se atoró en la garganta de ella, hizo de su pregunta solo un susurro.

- Sí, esto es todo, Candy. Aquí damos lo nuestro por terminado. – soltó otro largo suspiro y una mueca que había sido ideada como una sonrisa, pero que para nada resulto así.

- Es obvio que no me ama, tal vez nunca me amó – pensaba el joven mientras la observaba, sintiendo como las esperanzas de un futuro juntos que había hecho dentro de él eran cortadas de un solo tajo.

Sintió un vacío abrumador al recordar en solo un segundo los sueños que se había creado con ella, y que ahora al escapársele entre las manos se escabullían dejándolo solo, más solo que nunca. Ella le estaba hiriendo de una forma indescriptible, y su carácter siempre temperamental le estaba jugando la mala pasada de hacerlo sentir usado, burlado, engañado.

Lo peor de todo era que a pesar de sentir su orgullo herido, admitía que aunque terminara su relación con ella, sería incapaz de acabar con ese amor que lo inundaba, que lo sofocaba y lo tenía vuelto, en algo que él llamaría un tonto enamorado casi desde que la conoció, sorprendiéndolo como una veloz y certera saeta desde que esa mujer lo había mirado por primera vez. Esa mujer que siempre se le figuró imposible de sujetar, como hojas al viento.

Candy lo veía en silencio, él le había dicho así sin mas que todo había acabado entre ellos.

- Está bien, lo entiendo. – ella se volteó y le dio la espalda, había comprendido que la opresión en su garganta no era mas que dolor por estar perdiendo a Terry, y que este mismo dolor se apresuraba ansioso a salir convertido en lágrimas. No podía llorar ante él. Aclaró su garganta y con el propósito de despedirse volvió su cara hacia donde él estaba. Con un "Espero podamos ser amigos" en los labios se quedó paralizada.

Terrence ya se había ido.

Continuará…

NOTA: Todos y cada uno de mis fics están registrados a mi nombre bajo los Derechos de Autor. Los nombres de algunos de los personajes pertenecen a Kyoko Mizuki y Yumiko Igarashi; sin embargo, las historias son originales mías y han sido registradas ante la Ley a mi nombre. Si deseas guardarlas en tu pc para tu Disfrute Personal, eso está correcto y para mí sería un honor; pero es el único uso permitido por la ley. Otras acciones tales como, mas no limitadas a: distribución, difusión, publicación y/o explotación -económica o no-, y sus derivados, ya sea de manera pública y/o privada, incluidos los medios virtuales, están por ley terminantemente prohibidas.

Aunado a este copyright están registrados también bajo las Licencias Creative Commons, con cobertura internacional.

Vivir de Amor is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.

Azul para Siempre is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.

Sueña Conmigo is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.