Hola, aca vengo con una nueva actualizacion. Esta historia estab basada en uno de los poemas que mas me gustaban cuando era chica. Las letras en cursiva son el poema y las normales son la historia que invente.
Esta historia contiene contendio sexual explicito asi que leanlo bajo su propio riesgo.
Ojala les guste.
Disclaimer: Ni el poema ni los personajes me pertenecen, solo lo que imagine que ocurria entre ellos. Aunque el amor a primera vista es bueno, tanta mirada cansa no?
Pareja: Ash y May (Advance)
El Seminarista de los Ojos Negros.
Desde la ventana de un casucho viejo
abierta en verano, cerrada en invierno
por vidrios verdosos y plomos espesos,
una salmantina de castaño cabello
y ojos que parecen pedazos de cielo,
mientas la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.
Era una noche tranquila, ningún sonido se escuchaba por el tranquilo pueblo en donde sus habitantes estaban refugiados en sus acogedores camas, perdidos en un mundo de sueños y pesadillas. El verano estaba llegando a su fin por lo que el frío se colaba lentamente por las ventanas y rendijas de las puertas, mientras que las horas del día se iban acortando sutilmente. Las hojas aun no se coloreaban de amarillo pero aun así todos intentaban disfrutar de lo que quedaba de la estación del descanso.
Por fuera de las casas y otras construcciones, el viento circulaba con tranquilidad a la par que algunos gatos callejeros hacían su ronda nocturna para conseguir comida y pasarla bien. Las sombras formaban distintos collages en las paredes de piedra y adobe y los sonidos se agrupaban para tocar la tan acostumbrada sinfonía nocturna. Los vidrios de distintas tonalidades que van desde el verde hasta el gris opaco se empañaban en sus marcos de plomo viejo.
De uno de esos caserones viejos, la puerta se abría dejando ver a una sombra saliendo de allí. Miro cautelosa a la calle despejada, cerciorándose que era la única alma de en las calles a esa hora. Con un paso rápido y seguro se interno en la oscuridad de la noche, llevándose las manos al pecho rezándole a Dios para que la ayudara a cometer un pecado esa noche. Sabia que lo hacia estaba mal pero a veces el amor no entiende de razón, de bien o mal, incluso de etica.
Bajo la luz de una farola descuidada, la sombra tomo forma en la forma de una samaltina de castaños cabellos, cuyos ojos como pedazos de cielo miraban a la oscuridad para tomar nota del camino a seguir. Su cuerpo estaba enfundado en un simple vestido de algodón celeste y sus pies estaban calzando unas botas que repicaban en la roca en un ritmo que rompía el silencio reinante.
Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,
marchan en dos filas pausados y austeros,
sin más nota alegre sobre el traje negro
que la beca roja que ciñe su cuello,
y que por la espalda casi roza el suelo.
La castaña avanzo hasta llegar a la Iglesia del lugar. Volviendo a mirar a su alrededor para saberse sola, comenzó a escalar la reja que cubría el lugar santo. Con maestría salto al otro lado, evidenciando que no era la primera vez que lo hacia. Retomando su marcha, la castaña avanzo hacia la zona del seminario con su corazón saltando de emoción y ansiedad. Sus ojos buscaban algo con desesperación a lo lejos. Rápidamente su búsqueda se vio recompensada viendo una forma que se acercaba a ella con igual celeridad.
La nueva forma era un chico de cabellos negros, marcas en sus mejillas en forma de zetas. Su cuerpo cubierto por la sotana negra que dibuja su cuerpo, gallardo y esbelto. La beca roja que ciñe su cuello indica que es uno de los seminaristas que estudian en el edificio que esta detrás de ellos. Al llegar donde estaba la castaña, sus ojos negros (lo mas notable de todo su físico) miran con una intensidad mal disimulada a la chica que estaba enfrente de el. La misma pasión abrumadora se notaban en esos ojos azules. Las sombras apenas escondían el amor que se notaban en esos pares de ojos.
Un seminarista, entre todos ellos,
marcha siempre erguido, con aire resuelto.
La negra sotana dibuja su cuerpo
gallardo y airoso, flexible y esbelto.
Él, solo a hurtadillas y con el recelo
de que sus miradas observen los clérigos,
desde que en la calle vislumbra a lo lejos
a la salmantina de rubio cabello
la mira muy fijo, con mirar intenso.
Y siempre que pasa le deja el recuerdo
de aquella mirada de sus ojos negros.
Monótono y tardo va pasando el tiempo
y muere el estío y el otoño luego,
y vienen las tardes plomizas de invierno.
-Ash- dijo la castaña acercándose al seminarista que aun la miraba embelesado. Se abrazo a el, enterrando su cara en el pecho que tenia enfrente de ella. Ash llevo sus manos al cabello, acariciándola con una devoción que en teoría debía reservar a Dios
.Desde la ventana del casucho viejo
siempre sola y triste; rezando y cosiendo
una salmantina de rubio cabello
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo
La joven comenzó a besar delicadamente el cuerpo que tanto había extrañado, desatando sin saberlo toda la lujuria que albergaba el cuerpo de su amado.
Pero no ve a todos: ve solo a uno de ellos,
su seminarista de los ojos negros;
cada vez que pasa gallardo y esbelto,
observa la niña que pide aquel cuerpo
marciales arreos.
-May- susurro a su vez Ash, dando a conocer el nombre de la joven antes de dar rienda suelta al fuego que recorría dentro de el.
Acorralándola contra el muro de piedra fría, beso sus labios rojos prohibidos, degustando su dulce sabor, entregándose a ese pecaminoso placer como no lo haría nunca a los votos que algún día tendría que hacer. Tomándola con fuerza entre sus brazos pero con cuidado de no hacerle daño (la sentía tan frágil y delicada) sintió el calor de su suave y pequeño cuerpo y comprendió que nunca habría felicidad para él en el futuro que tenía por delante.
Ella se apegaba a su fuerte cuerpo, sintiendo su esencia masculina, llenándola y despertando en su cuerpo, sentimientos a los que no les podía poner nombre pero que incendiaban su cuerpo de una manera que nadie lo había hecho antes. Una mano temerosa se aventuro bajo su túnica, queriendo descubrir cómo se sentía el contacto de piel contra piel. El roce de la pesada tela ya no era suficiente para ella. Al sentir esa tierna mano, recorrerlo con decidida torpeza, se sobresalto y se aparto de ella sorpresivamente, dejando a la doncella temerosa de haberlo ofendido.
Pero es que su piel se sentía tan bien.
-¿Ocurre algo?-pregunto, intentando acercarse nuevamente a él pero el rechazo su cercanía, lastimándola más que mil cuchillos-Lamento haberte hecho algo que te molestara.
-¡No eres tú, soy yo!-dijo con vos colérica y cargada de dolor-¡Esto no está bien, nosotros no debemos! ¡Yo seré cura algún día, tú debes casarte con alguien que escoja tu familia!
Cuando en ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de fuego,
parece decirla: — ¡Te quiero!, ¡te quiero!,
¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo!
¡Si yo no soy tuyo, me muero, me muero!
-¿Crees que no pensé eso yo también?- le replico con ternura- Pero nunca habrá nadie como tú, no desde que tus ojos me robaron el corazón, prefiero tenerte ahora y perderte en el futuro que nunca haberte tenido
.A la niña entonces se le oprime el pecho,
la labor suspende y olvida los rezos,
y ya vive sólo en su pensamiento
el seminarista de los ojos negros
-No quiero arruinar tu vida- le susurro calladamente-Eres tan joven, tienes toda tu vida por delante.
-¿Ese el problema? ¿Mi edad?- le dijo candorosamente, abrazándose a su espalda- ¿Qué soy una niña todavía? ¿Mi cuerpo no te provoca deseo y lujuria como el de una mujer mayor?
-¿Qué no me provoca deseo?- pregunto en un tono bajo pero claramente irónico- ¿Crees que no me vuelves loco?
Rápidamente se dio la vuelta y volvió a acorralarla como hace unos momentos. Uno de sus dedos viajo hasta su pecho, comenzando a desatar los hilos de su vestido, dejando al descubierto la camisa blanca que usaba por debajo. La chica, que no estaba asustada por sus acciones sino más bien curiosa, se dejo hacer mientras miraba embelesada los ojos negros de su amor. Sus ojos estaban encendidos y mirando con ímpetu el núbil cuerpo que estaba quedando a la vista mientras su mano la iban desvistiendo de a poco.
El tiempo no existía, las horas no pasaban ni las estaciones cambiaban. Cuando se miraban uno al otro. Azul contra negro, zafiro contra ónix, el momento se detenía, una eternidad podía durar un segundo y lo imposible estaba al alcance de la mano. Lo que no se podían decir de día, lo decían con sus ojos en el momento en que se cruzaban y lo expresaban cuando la noche caía.
Cuando sus hilos estuvieron completamente desatados, formando un amplio escote, el procedió a sacarse la túnica exponiendo a los ojos de la chica un cuerpo tonificado y unos pantalones que cubrían sus partes bajas. La chica, sonrojada por el espectáculo de piel, llevo de nueva cuenta su mano a ese pecho para recorrerlo y ver si la piel era tan suave y dura como parecía a simple vista.
-¿Realmente crees que no te deseo?- le pregunto sensualmente su oído, antes de comenzar a besarlo tiernamente, pasando después a besarle el cuello. La castaña comenzó a gemir quedadamente por las caricias que aumentaban sutilmente de tono. Distraída como estaba, se sorprendió cuando el agarro su mano que seguía acariciando su pecho y la llevo hasta su entrepierna- ¿Sientes lo que me produces? ¿Te imaginas hasta que punto me vuelves loco?
La chica se sintió algo avergonzada por donde estaba colocada su mano pero por algún motivo desconocido para ella no la quito. A través de la tela pudo sentir en su mano como algo duro y grande se deslizaba entre sus dedos. La doncella se mordió el labio, a la par que sus dedos jugaban y exploraban queriendo conocer su forma. La forma inocente pero erótica de tocarle que tenía su amada, ocasionaba que sangre se encendiera mas y su alteraba respiración se dejara ver entre los besos que seguía prodigando al cuello de la castaña. Quien, en un momento de extremo placer, se dejo llevar por su excitación apretando con fuerza el miembro que tenía en su mano, provocando un hondo gemido en su amado.
-Eso me provocas tu- le respondió mientras sus manos, desataban los lazos que ataban el vestido por detrás- Tu eres la única mujer que me excita, que incita todos estos movimientos. Tú eres la única a la que deseo poseer.
Con sus últimas palabras, la tela de su vestido termino por caer al piso dejándola solo con una simple camisa blanca que le llegaba a la mitad de sus muslos. Siguiendo con su trabajo, el seminarista poso sus manos frías en las caderas de la chica por debajo de la tela. Ese simple gesto, los golpeo a ambos con la fuerza de un martillo. May soltó un suspiro mesclado con un gemido al sentir esos dedos helados deslizarse suavemente por su piel. Ash comenzó a acariciar con infinita ternura la tersa piel, acariciando primero sus voluptuosas caderas, siguiendo por el delicado vientre, y finalmente subiendo cuidadosamente hasta el valle donde comenzaban sus pechos.
-¿Te gusta mi cuerpo?- no pudo preguntar roja y sumisa, mientras llevaba sus manos a su cuello y acercaba sus tiernos labios para iniciar de vuelta un beso. El, como respuesta, la beso a la par que sus manos mimaban esas colinas lozanas a las que a pesar de que le faltaban desarrollar un poco ya tenían la forma perfecta para ser tocados. Los adoro con sus dedos y jugó con sus puntas cuando se pusieron duras, hambriento por devorarlos pero reacio a dejar el manjar que era su boca.
No importaba si tendría que irse por ella al infierno. No importaba si lo que sentía por ella era pecado. Tenerla entre sus brazos, besarla como la estaba besando, conocerla de la manera que un esposo conoce a su esposa, hacia que todos los castigos del mundo valieran la pena. Nada mas importaba, nada mas necesitaba. Solo ella y a ella.
-Adoro tu cuerpo- le susurro contra sus labios. Estaban tan pegados que cada uno podía respirar el aire de otro. Ash beso por un momento su cabello, respirando su olor a flores silvestres y a mujer limpia, disfrutando de esa combinación tan maravillosa antes de entregarse nuevamente a la dicha de besarla. Solo que esta vez, el simple hecho de rozar sus labios ya no era suficiente, necesitaba sentirla más cerca de él, de degustar más profundamente ese deje adictivo. En un intento de saborearlo mejor, introdujo su lengua para poder explorar esa cavidad. Algo tomada por sorpresa. La castaña le respondió lo mejor posible, dejándose guiar por sus movimientos dominantes mientras se apretaba mas al cuerpo del joven restregándose inconscientemente.
Bendita fruta prohibida, nunca lo incorrecto supo tan bien como en ese momento.
El beso se hizo tan profundo entre ambos, que sus cuerpos se pegaron uno al otro como era humanamente posible. Ash puso una mano en su nuca y con la otra le rodeo la cintura. May prácticamente estaba colgada de su cuello, refregando sus pechos cubiertos contra el cuerpo de el, causando una fricción mas que agradable. Cegado como estaba por el placer, Ah acaricio los muslos de May (su ropa interior había caído junto con su vestido) antes de adentrarse en el oscuro y húmedo hueco que era la intimidad de la castaña.
Como si ya no pudiera contenerse.
Y es que ya no quería contenerse. Con maestría y sutileza sus dedos comenzaron a calar con lasciva potencia, arrancando magistralmente preciosos gemidos de la garganta de May en una sinfonía nocturna que no había hecho más que comenzar. Para el, esos sonidos eran más bellos que los cantos de los ángeles. No quería que se detuvieran así que aumento el ritmo de sus embates, sintiendo a la chica temblar de placer en sus brazos. Sus dedos comenzaron a empaparse con la esencia, excitándolo más de lo que estaba.
May tocaba el cielo con sus manos. Lo que sentía debía estar prohibido, ya que los dedos de su amado le estaban mostrando todo un universo de sensaciones desconocidas. Sintió sus pechos doloridos, su boca algo seca y sus piernas débiles. Se sujeto con más fuerza para no caerse y se entrego sin duda ni culpa a esa espiral de dicha que la estaba tragando. Con el aumento de velocidad, se sintió en un tornado profano que la llevo al paraíso y de vuelta.
-Estas tan húmeda- le dijo Ash provocativamente, sacando sus dedos de donde estaban y probándolos- Eres deliciosa.
Queriendo probar más de ese rico néctar, bajo hasta donde estaba esa exquisita hendidura y la probo directamente con su lengua recogiendo tanto como podía. Como la posición en la que estaban era algo incomoda, agarro sus tobillos para separar un poco sus piernas y acodarla mejor, para poder acceder mejor a ella. Su lengua lamia con lentitud sus distintas zonas y sus labios se dedicaban a besar y chupar cierta zona de la anatomía femenina que hacia que la castaña soltara gemidos potentes y hermosos. No paso mucho tiempo, hasta que May se derramara en la boca de Ash.
-Realmente eres deliciosa- le dijo al levantarse y ver como su amada estaba roja, con la respiración agitada e inclusive con un poco de saliva saliendo de la comisura labia. Estaba tan bella que no pudo evitar besarla nuevamente, convidándole en el beso un poco de su propio sabor.
-Creo que me toca devolverte un poco el favor- respondió la chica la chica, tan pronto sus labios se vieron libres y un poco de aire ingreso a sus pulmones.
Ash la vio divertido, arqueando una ceja.
La chica no tenía mucha experiencia en este campo pero eso lo suplía con imaginación y muchas ganas. Con un gesto rápido (para no arrepentirse) se saco la camisola que la cubría, quedándose en una gloriosa desnudez. La luz de la luna, le daba un tono plateado a su piel blanca y con sus ojos azules y mejillas de manzana era todo un ángel. El seminarista estuvo seguro que existía un Dios, al ver tan maravillosa creatura a sus pies.
La castaña, se arrodillo frente a él, tímidamente para liberar parcialmente a su miembro. Lo suficiente para poder recorrerlo con sus manos y soplar un poco sobre él. Demás está decir que estas tiernas caricias terminaron por enloquecer al seminarista. Y puso el nombre del Señor en sus labios, al sentir una cálida humedad que lo tomaba tímidamente en su boca.
-¡May!- exclamo, un poco tomado por sorpresa al sentir como esa boca pequeña lo engullía de a poco. Cerró los ojos para disfrutar mejor esa dicha no planeada.
May nunca había practicado lo que estaba haciendo, por lo que no estaba segura si sus acciones eran placenteras para Ash. Más toda duda se alejo de su mente al escuchar los gemidos roncos, saliendo de su garganta indicando que su accionar era más que bienvenido. Levantando su rostro, pudo ver a Ash en un estado similar al de ella anteriormente que despejo por completo todas sus dudas.
Esos labios suaves, deslizándose por toda su hombría, mojándolo mientras lo succionaba deliciosamente, era mucho mas de lo que habria podido pedir. Era como una comunión entre ambos, donde le ayuda a alcanzar limitos insospechados. Incluso llegar a las puertas del paraíso para conocer el rostro de Dios. Era como ver la luz al final del túnel.
Estaba tan cerca de alcanzarla.
Ash sintiéndose a punto de acabar, alzo en volantas a May quien no entendía nada. Haciendo una demostración de fuerza, la alzo de su cintura manteniéndola contra la pared. La castaña para no caerse, envolvió la cintura del chico con sus piernas. Con este inocente gesto por parte de ella, logro que sus intimidades se rozaran en un caricia llena de lujuria y lascivia. Con el contacto de la carne, húmeda y caliente, del otro, sus rostros adquirieron un tono rojizo, demostrando que no eran indiferentes. Ash repitió el gesto, haciendo un roce más largo y duro pero sin llegar a entrar del todo. Sus manos acariciaron los muslos y sus cremosas nalgas antes de darle un corto beso.
-May..yo…-balbuceo un poco, con mirada esquiva.- Te necesito, preciso tomarte.
-Yo también quiero- respondió con una sonrisa anhelante. Ash hizo el gesto de sacarse sus pantalones pero May lo detuvo- No lo hagas, mejor así.
-¿Por qué?
-Porque tú nunca podrás entregarte por completo a mi- contesto con una sonrisa triste- Yo te pertenezco entera pero tú solo me perteneces a la mitad.
-Te aseguro que mi corazón es solo tuyo.-le replico, llevándole su pequeña mano a donde su corazón latía con fuerza por tener lo que más amaba enfrente de sus ojos- Siempre, hasta que muera latirá por ti y solo por ti.
-Te creo- le dijo con una mirada de amor y confianza absoluta, empeñada con un poco de tristeza por el destino cruel que a ambos les toco vivir.
Aumentando la expectativa de la liberación, Ash juega con su excitación. Atormentándola, rozando sin entrar, presionando sus entrepiernas para que se toquen o distrayéndolas con besos y caricias profundas que no hacen más que enloquecer a su amada doncella, llevándole a los límites de su cordura, rozando la suplica para pedir que el acto culmine. La sonrisa soberbia del seminarista se hace presente, convirtiendo sus ojos en flamas negras porque adora cuando su amada ruega por estar con el, cuando hace evidente su amor y pasión por el. Porque sabe que esta jovencita castaña será suya por todo lo que les quedan de vida.
Y se lo agradece a Dios. Por más que sea un pecado amarla. Y más aun tomarla.
Beso sus labios nuevamente con candor, demostrando todo el amor que le profesaba mientras comenzaba a entrar en ella. Lo hizo despacio, con mucho cuidado. Queriendo recordar por siempre la sensación de esa carne rodeándola, como la humedad se iba traspasando a su cuerpo, como ese hueco se iba abriendo para él mientras su hombría era tragada por ese túnel estrecho que era su vagina.
-Estas tan estrecha- susurro con vos contenida, no queriendo lastimarla por un descuido suyo.
-Solo tengo un amante- dijo mientras aguantaba un poco la incomodidad que siempre aparecía en ese momento. Al menos ya no era el dolor de su primera vez.
Siguió avanzando con la ayuda de su amada hasta que toda longitud estuvo adentro, esperando unos momentos para disfrutar y acostumbrarse a esa hendidura apretada para poder iniciar un movimiento lento y profundo para penetrarla mejor. Los gemidos en esta ocasión fueron bebidos por la boca del otro porque sus labios no se separaban más de lo indispensable ya que para ellos era el momento más importante de todo su encuentro, cuando por fin se hacían uno.
Era ese lenguaje sin palabras, una comunión entre dos espíritus que se aman. Una oración hecha con sus cuerpos, alentadas por sus mismas almas donde escribían con su sudor y gemidos los mensajes. Sus dos almas se encontraban para unirse en un baile perfecto, bajo las estrellas y con la bendición de Dios. Porque a pesar que desafiaban todas las reglas del mundo, estaban seguros que su amado Señor no se opondría para evitar algo tan perfecto como su afecto.
Los movimientos comenzaron a acelerarse, mientras Ash la perforaba contra esa pared fría. May que no sentía ningún tipo de dolor, solo goce, ayudaba moviendo sus caderas al compás del ritmo impuesto, besando con más determinación y pasión esos labios. Ninguno de los dos cerraba sus ojos ya que eran esos mismos los que les permitieron enamorarse así que cuando ambos llegaran a la gloria lo harían con la mirada del otro guardada en sus pupilas.
En una explosión que consideraban una puerta al paraíso, vedado para ellos ahora debido a su conducta. Era una comunión espiritual entre dos cuerpos, la forma de unión mas perfecta, la suprema demostración de amor. Los dos dejaron de respirar un por unos segundos y se dejaron caer al suelo, manteniéndose unidos todavía. Aun no estaban listos para separarse, en ningún sentido. Experimentando el placer que quedaba después de hacer el amor, ellos se besaron mas calmadamente, con ojos teñidos de lagrimas al saber que uno de sus contados momentos juntos habían terminado.
Ninguno sabia que destino tenían por delante.
En una lluviosa mañana de inverno
la niña que alegre saltaba del lecho,
oyó tristes cánticos y fúnebres rezos;
por la angosta calle pasaba un entierro.
Un seminarista sin duda era el muerto;
pues, cuatro, llevaban en hombros el féretro,
con la beca roja por cima cubierto,
y sobre la beca, el bonete negro.
Con sus voces roncas cantaban los clérigos
los seminaristas iban en silencio
siempre en dos filas hacia el cementerio
como por las tardes al ir de paseo.
La niña angustiada miraba el cortejo
los conoce a todos a fuerza de verlos...
tan sólo, tan sólo faltaba entre ellos...
el seminarista de los ojos negros.
Corriendo los años, pasó mucho tiempo...
y allá en la ventana del casucho viejo,
una pobre anciana de blancos cabellos,
con la tez rugosa y encorvado el cuerpo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.
La labor suspende, los mira, y al verlos
sus ojos azules ya tristes y muertos
vierten silenciosas lágrimas de hielo.
Sola, vieja y triste, aún guarda el recuerdo
del seminarista de los ojos negros...
Una mujer termina de leer la historia. Sus ojos azules descasan en los rostros de sus pequeños retoños cuyos ojos negros se empañan de lagrimas por el final triste de la historia. La mujer (que no aparenta tener mas de dieciocho a pesar de ya casi llega a los treinta) sonríe por ver lo sensible que pueden llegar a ser sus hijos. Deposita el libro de poemas en sus rodillas y extiende sus brazos a su descendencia para que vengan a ella en busca de consuelo.
La niña de cabellos negros como sus ojos llega primero al refugio que su hermano castaño pero con identicos ojos que su hermana. La chica se abrazo a la madre mientras que el niño apoyaba su cabeza en las rodillas, haciendo un esfuerzo para que no se notara su tristeza. Después de todo el ya era todo un hombrecito y los hombres no lloran.
-Mami, pobrecita de la pareja- sollozaba la niña, mojando el vestido blanco de mama- ¡Ellos se amaban, no merecían ese final!
-El debió dejar el seminario y luchar por ella- expuso el niño, secándose sutilmente sus lagrimas. Solo esperaba que su padre no lo viera en ese estado o se iba a preocupar mucho.
-A veces la vida es mas complicada de lo que parece- dijo la madre, acariciando los cabellos de sus hijos- Créanme, lo se por experiencia propia.
-¿Es por eso que tu y papa tuvieron que escaparse para casarse?- pregunto inocentemente su hijo, levantando su rostro de la faldas de su madre.
-Creo que debería decirle a su padre que deje de contarles esas cosas antes de dormir- suspiro la castaña, pensando en la sinceridad con que su esposo contestaba las miles de preguntas de sus curiosos hijos.
-¡No!- clamaron sus hijos al unísono-¡Adoramos esas historias!
-Además papa las cuenta de una manera especial- dijo la niña en tono soñador.
-Es cierto- secundo el niño. Ambos adoraban la forma en la que su padre les contaba historias. El tono de voz, los gestos expresivos y las sutiles bromas intercaladas que contaba entre los relatos. A su madre también le gustaban mucho, por eso muchas de sus noches la pasaban cerca de la chimenea escuchando el repertorio sin fin que era ese hombre.
-Hablando de su padre- dijo la castaña, levantándose del asiento para dirigirse a la cocina- Vayan a lavarse, la cena estará pronto. Su padre llega cansado de trabajar y no le hagamos esperar por su comida.
-Si- dijeron los mellizos, dirigiéndose a su habitación donde estaban sus enceres de baño.
A los pocos minutos, la puerta de la casa se abrió mostrando a un hombre de pelos negros al igual que su cabello, dejando su morral cerca de la puerta. Sus ojos buscaron la figura de su amada esposa y se alegro verla acercarse a el. Se dieron un beso de saludo y el hombre se sento en la silla que ella le ofrecía, masajeándose los hombros adoloridos por el trabajo de campo.
Estaban en una etapa complicada por lo que el trabajo aumentaba. Por suerte la paga así lo hacia también pero no lo suficiente para justificar todo el esfuerzo. Sin embargo, lo que si valía la pena el esfuerzo era saber que con eso podía mantener a su familia. La cosa mas importante que tenia en ese mundo. Todo el dolor y cansancio del día, desaparecía al cruzar el umbral y saber que su esposa y sus hijos le esperaban con una comida caliente en la mesa y su amor rodeándole.
-¿Los mellizos?- pregunto confundido. Para esa altura, sus hijos ya estaban a su lado exigiendo su atención.
-Se fueron a lavar- respondió su esposa, trayendo las fuentes de comida a la mesa- Hoy les lei uno de esos poemas que tanto les gusta y los conmovieron mucho.
-¿Acaso les leíste ese en particular?- pregunto con una ligera sospecha. Ahora el también estaba ayudando a servir la comida. No era de caballeros dejar a una mujer con todo el trabajo.
-Si, ese les gusto mucho- respondió terminando de poner la mesa. Enseguida sintió los brazos de su amado envolviendo su talle- Me sorprende la imaginación de la gente.
-Bueno, creo que para el poeta esa versión es mucho mas atractiva de lo que paso en realidad, mi querida May- opino Ash, besando castamente la mejilla de su esposa.
-Supongo que es mas romántico decir que tuvimos un amor trágico a que nos escápanos- secundo May a las palabras de su esposo.
-Al menos te tengo conmigo mi samaltina.
-Lo mismo digo mi seminarista.
Los dos se miraron y May pensaba a la par que se besaban que nunca iba a poder escapar de la magia de esos ojos negros.
Fin