- Todos los personajes pertenecen a Rumiko Takahashi, para su creación "Ranma ½", (a excepción de algunos que son de mi invención, y que se irán incorporando durante el transcurso del relato en una especie de "actores secundarios"). Esta humilde servidora los ha tomado prestados para llevar a cabo un relato de ficción, sin ningún afán de lucro.
- Espero que los fanáticos de esta serie como de sus personajes me disculpen por las libertades que puedo tomarme de aquí en adelante para la creación de esta historia. Tratándose de una historia nacida de mi imaginación, es muy probable que los personajes no se comporten de acuerdo a los cánones preestablecidos por su creadora original.
- Agradezco con antelación a todos los que se arriesgarán a leer y acompañarme en el desarrollo de esta historia. Por su tiempo y paciencia, muchas gracias.
"El salvaje caballo bajo un cielo escarlata"
* * *
"De no estar tú
Demasiado enorme
Sería el bosque". Fragmento de Haiku.
Pequeña reseña de ambientación...
"A mediados del período Muromachi, las guerras civiles no se habían apaciguado todavía en el territorio japonés. El sengoku jidai estaba en pleno desarrollo, aunque lentamente perdería su fuerza. Así, la lucha de poder entre los grandes señores de la guerra seguía y tenía a un país dividido.
Prestando fidelidad a los hijos de Amaterasu destinados desde tiempos inmemoriales a reinar como Emperadores de aquella tierra regalo de los dioses, los grandes señores debían someterse a la voluntad del shōgun, guerrero con autoridad política, militar y civil designado por el propio Emperador, hijo del cielo, divinidad en la tierra.
Los grandes señores debían luchar constantemente por conservar el poder que habían adquirido.
La guerra desgastaba, la guerra empobrecía, la guerra destruía, pero aquel que había nacido para ser guerrero se acostumbraba a ella y la disfrutaba.
La guerra también traía beneficiosas alianzas para quienes sabían como hacerlas y la guerra cambiaba el pensamiento de muchos.
En medio de tanta división, en medio de tanta lucha de poder, en medio de tanta traición y ambición, en medio de aquel clima belicoso, dos corazones que no estaban destinados a encontrarse, lo hicieron de la manera más insólita.
Ella, la joven hija de un importante dignatario de la Corte Imperial. Demasiado adelantada en sus pensamientos para aquélla época, con un carácter demasiado indomable… y de una belleza demasiado perfecta para pasar desapercibida.
Él, joven heredero de su clan. Guerrero excepcional, destinado desde su nacimiento a convertirse en un importante daimyō, admirado por quienes contaban con su amistad, odiado y temido por quienes tenían la mala fortuna de convertirse en sus enemigos… y de una grandeza demasiado excelsa para ser ignorado.
Este es el relato de sus vidas, el relato de sus venturas y desventuras, el relato de cómo un día se unió el fiero espíritu de dos jóvenes combativos para compartir una misma historia, dando paso a la leyenda conocida como el salvaje caballo bajo un cielo escarlata…"
* * *
Capítulo I
"Reminiscencia"
Hace dieciséis años atrás, nací en un poblado al oeste de Kyoto. Mi aya me contó que aquel año fue uno de los más duros de los que se tenga algún recuerdo.
El seco verano había causado estragos en los campos de cultivo y luego, todo empeoró con la llegada de un crudo invierno que destrozó las cosechas.
Madre, quien por ese entonces contaba con veintinueve años de edad, ya había dado a luz en tres oportunidades.
La primera vez, nació un robusto varón que fue la alegría de todo el mundo, hasta que cuatro meses después de su nacimiento, una enfermedad desconocida por los galenos que estaban al servicio de padre y aparentemente incurable, se lo llevó trágicamente un día de invierno.
Luego nacieron dos niñas con una diferencia de un año entre la una y la otra. Posteriormente y luego de un embarazo complicado y difícil, nací yo.
Mi aya cuenta que fue en la noche, durante una cruda tormenta que arreció con fuerza la tierra que me dio acogida.
Padre había vuelto hacía muy poco de la Corte Imperial, liberado de sus obligaciones de cortesano por el mismísimo Emperador.
Mi aya me dijo lo emocionado que él se encontraba con la proximidad de mi nacimiento; había puesto todas sus esperanzas en la llegada de su hijo varón, su heredero.
Los astrólogos, los monjes y todo individuo que se jactara de poseer poderes adivinatorios le habían dado grandes esperanzas hasta convencerlo de que esta vez, tendría el tan preciado heredero.
Pero el cielo y los dioses quisieron otra cosa.
Todos recuerdan la gran tormenta que azotó la fértil región de mis antepasados, la noche en que yo nací. Los galenos de padre no alcanzaron a llegar para ayudar a madre en el difícil momento del parto, así es que la partera tuvo que hacer el trabajo sola, asistida únicamente por la anciana Cologne, mi aya, quien a su vez había sido el aya de madre.
Por ella supe que madre sufrió mucho al momento de expulsarme de su cuerpo y finalmente, después de extensas horas, dí mi primer grito de vida, en lo más álgido de la tormenta que arreciaba afuera del castillo.
Mi aya dijo que padre se encontraba eufórico y desesperado tras la puerta que separaba la habitación de madre de la estancia en donde lo habían obligado a esperar. Cuando me escuchó llorar, ingresó apresuradamente y me arrebató de las manos de la partera para examinarme.
Su decepción debió de ser tremenda al darse cuenta de que todos sus adivinos habían errado en sus cálculos.
En sus brazos sostenía a una niña, otra más que se unía a las dos anteriores.
Dice mi aya que padre avanzó conmigo en forma vacilante y con lágrimas en los ojos, me entregó a madre y ella esbozó una sonrisa al momento que me sostenía en su regazo. Madre pidió a mi aya que le alcanzara una pieza de orfebrería que ella siempre llevaba colgada al cuello, un perfecto jade en forma de lágrima engarzado a una fina cadenilla de oro.
Me lo puso alrededor del cuello y observó mi rostro largamente, luego dijo que le parecía preciosa y que veía en mí, un futuro próspero, que me convertiría en una mujer poderosa y bella. Observó el semblante apesadumbrado de su esposo y le encargó que me cuidara mucho. Padre asintió con desgana y preguntó a madre por el nombre que me darían, ya que él solo había pensado en nombres de sus antepasados, pero todos masculinos.
Entonces, madre me observó cándidamente y dice mi aya que yo le sonreí.
"Su nombre será Akane, Tendo Akane", dijo emocionada.
Esa misma noche, madre me abandonó a mi suerte.
Dicen que fue una infección. Los galenos no pudieron hacer nada y ella murió a las horas de haberme regalado la vida.
Desde ese entonces me he sentido sola, desde el mismo instante de nacer, porque padre jamás me perdonó el haber nacido mujer, así como tampoco el haberle arrebatado a su esposa, el ser a quien él más amaba en el mundo.
Así, crecí a la sombra de mis hermanas mayores. Kasumi, quien me aventaja por cuatro años y Nabiki, quien lo hace por tres.
Padre es un importante dignatario en la Corte Imperial de Kyoto, durante mi infancia, no pasaba casi nunca en casa y cuando lo hacía, se mostraba indiferente conmigo, no así con mis hermanas.
Mi aya, la única que ha estado siempre conmigo, trataba de convencerme de que aquellas aprensiones que yo sentía a mi corta edad, no eran tales, que todas éramos importantes e iguales a los ojos de padre, pero yo sabía en lo más profundo de mi joven corazón, que aquello era una gran mentira.
Padre prefería a Kasumi y a Nabiki, ellas eran las niñas perfectas y no le habían arrebatado nada.
En cambio yo. Yo le había arrebatado sus esperanzas, sus sueños, sus anhelos y lo más importante quizá, su amor.
A medida que crecía, me iba transformando en alguien totalmente distinta a mis hermanas.
Ellas, delicadas, bellas y elegantes; con todo el porte que se requería para ser unas distinguidas damas destinadas a mezclarse con altos e importantes personajes del entorno de padre, aprendían rápida y perfectamente las ceremonias típicas que le corresponde saber a las mujeres.
Yo, por el contrario, nunca fui buena para algo tan delicado. Mi felicidad la encontraba cerca de los caballos, desde muy pequeña aprendí a montar como un varón. Aprendí las técnicas de la guerra y la lucha que el antiguo maestro de padre gentilmente y a escondidas de él, me enseñaba.
Ellas, se preparaban para deslumbras con su belleza y modales nobles algún día en la Corte Imperial y así conseguir grandes alianzas, mediante un buen matrimonio.
Yo, aprendía a leer a los antiguos maestros, a escribir a la usanza de los guerreros, a leer a escondidas poemas y ciertos tratados que nos estaban prohibidos por ser mujeres y a entender la política de Estado. Todos temas prohibidos para una mujer, sobre todo para una niña pequeña.
Ellas, soñaban con los brazos de un apuesto hombre que las amara y complaciera todos sus caprichos a medida que se hacían mayores.
Yo, cuando cumplí la edad de doce años y fui conciente por primera vez de las miradas lascivas que me dedicaban furtivamente algunos hombres al servicio de padre, decidí que jamás amaría a nadie ni me dejaría embaucar por hombre alguno.
Hoy me encuentro aquí, a mis dieciséis años de edad, frente a la disyuntiva de seguir con mis convicciones o echar por tierra todos mis años de entrenamiento, para tratar de convertirme en alguien que no soy y así, salvar el honor de mi apellido y la conveniente alianza que consiguió padre, la que por culpa de una de las princesas que él tanto adora, esta a punto de venirse abajo.
Sobre mi caballo blanco como la nieve, miro en lontananza hacia un futuro incierto.
-"Madre –la invoco en mi memoria, mientras acaricio el único recuerdo que conservo de aquella mujer que me dio la vida, como si se tratase de un mágico amuleto-. Madre, ¿qué debo hacer ahora? Por favor, dadme una señal."
No acabo de terminar la frase en mi mente y escucho el galopar acelerado de un caballo atrás de mí. Giro rápidamente a mi caballo y reconozco a uno de mis fieles y mejores hombres, aquellos que han venido escoltándome hasta la desconocida región de Edo.
-Hiroshi –digo aliviada de descubrir que es él quien ha llegado a mi lado-. ¿Qué sucede?
-La comitiva de ellos está a punto de encontrarse con la nuestra –contesta apresuradamente, mientras indica una lejana dirección-. Se encuentran justo sobre la colina que nos separa de nuestro destino. ¿Qué haremos, mi señora? Ella no aparece y no podemos esperar más.
-"Piensa en algo rápido Akane"-me digo a mi misma. Luego, doy un suave golpe en los flancos de mi amado corcel y comienzo a galopar.
-Será mejor que nos demos prisa Hiroshi. No queremos que nuestros anfitriones se molesten ¿no?
-Pero, ¿qué haremos, mi señora?
-Los dioses lo dirán –le contesto con el poco valor que logro reunir en aquel momento.
Sí, los dioses decidirán esta vez el futuro de la familia Tendo, tal y como decidieron mi futuro hace ya dieciséis años atrás.
En esta tierra fértil al sur de Edo, lugar que contemplo ahora y bajo este cielo azul, un día de intenso calor de un verano hace ya veinte años atrás, nací en una humilde casita, alejada del gran castillo.
Padre, un gran señor de la guerra se había casado por alianza con una joven y bella noble, pero a pesar de los muchos intentos por otorgarle descendencia, ella no era fértil y no le dio hijos. Entonces, padre tomó a una concubina; una campesina a quien amó y desecho, luego de que me diera a luz.
Mi maestro, quien se encargó de traspasarme su conocimiento en cuanto a todo lo que debía saber el primogénito y heredero de tan importante guerrero, también se encargó de instruirme sobre mi procedencia desde que tuve edad para comprender.
Recuerdo que fue el mismo día en que cumplí los diez años de edad. Le pregunté a mi maestro por qué madre se comportaba siempre tan distante y fría conmigo, por qué parecía detestarme.
Fue en aquel momento en el que mi maestro decidió que tenía la edad suficiente para revelarme la verdad y enfrentarme al mundo de los adultos. Ese día conocí mi verdad y la acepté tal y como era.
Padre había sido el segundo hijo de un renombrado y respetado daimyō. Su hermano mayor había muerto en batalla a la edad de veinticinco años, sin dejar esposa ni descendencia. Por consiguiente, a padre lo habían nombrado con el título de heredero, sucesor del gran señor de estas tierras y debía casarse. Entonces, se pactó una alianza entre la familia de madre, perteneciente a la nobleza y la familia de padre, de la casta de los guerreros.
Madre era bella e instruida, así es que padre se enamoró de ella perdidamente, pero con el pasar de los años y al no tener descendencia, padre comenzó a impacientarse.
Por orden de mi abuelo, padre buscó una concubina, esto destrozó el corazón de madre y ella ya no volvió a ser la misma.
Mi maestro me dijo que ella fue perdiendo paulatinamente su jovialidad, su belleza y su amor a la vida.
Entre batallas y campañas bélicas, padre casi no pasaba en el castillo y cuando volvía, sus atenciones eran en primer lugar hacia mi verdadera madre, su concubina. Esto solo incrementaba el distanciamiento que se generaba entre padre y madre.
Un día y al poco tiempo de que abuelo muriera, padre se enteró de que su mayor anhelo se haría realidad. Su simiente había fructificado y tendría a su ansiado heredero.
Mi maestro dice que padre se puso dichoso y quiso hacer participe de aquella felicidad a madre, pero ella no soportaba la deshonra que para ella significaba el sentirse desplazada por una concubina, sobre todo si se trataba de una campesina.
Fue así como un día de verano y bajo un calor agobiante, mi verdadera madre me dio a luz, bajo el atento cuidado de los galenos de padre.
Mi maestro dice que fui un niño robusto y llorón, que en el mismo momento de salir del vientre de madre, grité tan fuerte que todos se quedaron sorprendidos, excepto padre, quien ingresó sin ningún pudor ni respeto a la modesta habitación en donde se encontraba la parturienta y me arrebató de las manos del galeno que me mantenía apartado de ella.
Dice mi maestro que inmediatamente, padre me alzó en sus brazos por sobre su cabeza y yo me quedé en silencio, observándolo fijamente.
"Será un gran guerrero, Hapossai, el mejor de todos"
Mi maestro asintió y preguntó cuál sería mi nombre. Entonces padre contestó de forma implacable y orgullosa.
"Ranma, su nombre será Saotome Ranma"
Aquel día nací y aquel día me separaron de mi verdadera madre a quien jamás conocí y ya nunca podré conocer. Hapossai, mi maestro que también lo fue de mi padre, me contó que una vez padre me tuvo en sus brazos, ya nunca más me soltó y él mismo me llevó hacia el castillo, pero antes le ordenó a mi verdadera madre, a la que había sido su concubina y quien le había regalado su preciado heredero, que se quitase la vida. Él tenía solo una esposa, su nombre era Nodoka y no quería que una campesina se tomara atribuciones que no le correspondían.
Fue así como padre me quitó todo vínculo con mi verdadera madre. El día en que me dieron la vida, me quitaron a mi madre, porque Nodoka Saotome nunca quiso aceptarme, para ella siempre fui el hijo de la campesina, aquel que ella no había podido concebir, el muchacho que le quitaba toda la atención que su esposo debía prestarle a ella.
Mi maestro dijo que habían conseguido una nodriza para mí y que gracias a ella había sobrevivido.
Con el paso de los años me fui volviendo un niño fuerte y aventajado en todo lo que se refería al combate, al manejo de las armas y al arte de la guerra. Desde muy pequeño, pasé mis días alternando mis entrenamientos entre los conocimientos que me enseñaba mi anciano maestro en el castillo y lo que aprendía durante mis largas estadías en uno de los Templo Budistas en la cercanía de Edo, bajo la exigente disciplina de los monjes guerreros, los sōhei que habían erigido aquél Templo en las tierras que mis antepasados les habían obsequiado.
A esa temprana edad, yo tenía una única meta, llegar a ser un buen guerrero, el mejor de todos, porque quería que padre se sintiera orgulloso de mí, mucho más de lo que ya se sentía y me demostraba. También tenía la secreta esperanza de que si madre lograba fijarse en mí, si podía observar mi buen comportamiento y mis ganas por llegar a convertirme en un hombre entre los hombres, ella me querría, pero toda esperanza de conseguir el anhelado cariño de aquella fría mujer se vino abajo cuando mi maestro me contó la historia de mi nacimiento.
Ese día y a mis diez años, comprendí que yo jamás podría disfrutar del cariño de una madre verdadera, me habían despojado de aquel derecho. Había sido el precio a pagar por convertirme en el heredero de los Saotome. Mi apellido debía brillar en lo más alto y yo estaba llamado a conseguirlo.
Contaba con los consejos de Hapossai, mi maestro, con el cariño de padre, con el amor de mi nodriza, con la amistad de los hijos de los guerreros que peleaban junto a padre, pero nunca conté con el amor de una madre.
Madre murió a los tres meses después de yo enterarme de mi verdad, dicen que fue una enfermedad incurable y nueva que los galenos desconocían.
Yo sabía que madre había muerto de tristeza. Toda la decepción y el rencor que sentía hacia mí y mi nacimiento habían envenenado su corazón, su espíritu y su cuerpo.
Padre quedó destrozado luego del fallecimiento de su esposa y ya nunca volvió a ser el mismo. Se dedicó con mayor ímpetu a luchar, una tras otra batalla. Ya no pasaba en el castillo y mi educación estuvo a cargo casi en exclusividad a manos de Hapossai, ahora puedo decir que a él le debo todo lo que soy.
Cuando cumplí los quince años y pude reflexionar con mayor madurez sobre mi pasado, me prometí que pasase lo que pasase con mi vida adulta, jamás le haría a una mujer lo que padre les había hecho a mi verdadera madre y a su esposa.
Para ese entonces, padre comenzó a decirme que debía casarme para asegurar la línea de descendencia. Lo dijo cuando me llevó a mi primera batalla, lo recuerdo bien.
Durante aquella batalla no sentí miedo en lo absoluto, me enfrenté al enemigo como si fuera partícipe de un juego infantil y fue entonces cuando descubrí que amaba la lucha como a nada en el mundo y que sería muy difícil que algo en esta tierra pudiera estar por sobre ese sentimiento que experimentaba al enfrentarme con mi enemigo.
Las mujeres pasaron a un segundo plano, la única dueña de mi amor sería la batalla que pudiera ganar, era lo único realmente importante y por lo que estaba dispuesto a morir.
Nunca había conocido el amor, jamás me había sentido amado, por tanto saqué una sabía conclusión: lo que nunca se ha tenido, no te hace falta.
A mis dieciocho años, ya me había hecho cargo del castillo porque a padre le solicitaron que ayudase a otro clan en batalla. No sé por qué, pero cuando él abandonó el castillo presentí que sería la última vez que estaríamos juntos en nuestro hogar y no me equivoqué.
Cuando llegó su misiva solicitando mi presencia en el campamento, todo estuvo muy claro para mí. Me apresuré en concurrir y cuando por fin llegué a su lado, él agonizaba. Había recibido el impacto de tres flechas que habían dado en su espalda y unos limpios cortes de sable en sus extremidades y tórax. Sus últimas palabras fueron de aliento para lo que debía afrontar a mis dieciocho años, me convertiría en el señor de mi clan y debía enfrentar el futuro con entereza. También me dio recomendaciones para que pronto cumpliera con su mayor deseo, el verme desposado y con una numerosa descendencia, porque perteneciendo a la casta de los guerreros, uno nunca podía estar seguro en qué momento los dioses reclamarían nuestra presencia.
Hizo que le prometiera que haría lo que me pedía y luego de un último suspiro, cerró sus ojos para siempre. El invencible guerrero que había sido Genma Saotome murió en mis brazos.
Ahora me encuentro sobre esta colina que recorrí tantas veces en mi infancia, observando detenidamente la numerosa comitiva que se encuentra detenida a los pies de la colina y no sé por qué, siento que de este encuentro dependerá si mi futuro será próspero.
Para mí es una formalidad más, algo que prometí a padre hacer en el momento de su muerte. Hace mucho tiempo atrás decidí que yo no me dejaría engañar por eso que llaman amor, mi único amor son las batallas que pueda ganar y no pienso cambiar de opinión.
Sobre mi negro caballo observo el movimiento de aquella comitiva y luego escucho el trote de otro caballo que se acerca a mi lado. No tengo que voltear para saber que se trata del más fiel de mis hombres, aquel que estoy seguro, daría la vida por mí si se lo pidiera, mi amigo de la infancia y mi compañero de entrenamiento.
-¿Qué sucede Ryoga? –pregunto sin observarle.
-Mi señor, los hombres se encuentran inquietos por la espera, quieren saber cuáles son tus órdenes.
-Que esperen aquí, tú vendrás conmigo y nos adelantaremos a darles la bienvenida. Escoge a unos cuantos hombres para que nos sirvan de escolta, no más de diez.
-Ranma, sabes que estas saltándote todo el protocolo con esto ¿no?
-Lo sé. ¿Verdaderamente crees que me importa en algo? –contesté con ironía -. Porque si es así, quiere decir que todavía no me conoces.
-Es por eso justamente que me preocupa lo que piensas hacer. No creo que sea prudente que te presentes así ante ella.
-Sabes que esto no es más que un deber que debo cumplir, no me interesa en lo absoluto conocer a la señora que viaja en aquel cómodo palanquín.
Hibiki Ryoga, mi amigo de toda la vida y mi compañero de armas no contestó, se limitó a observar por última vez hacia la comitiva que esperaba a los pies de la colina y luego se apresuró a cumplir con mis órdenes.
Yo permanecí en silencio durante algunos momentos más en aquella colina y luego inhalé una profunda bocanada de aire. Hice que mi caballo diera media vuelta y me dirigí hacia donde Ryoga me esperaba con una decena de hombres formados y listos para ser mi escolta, la escolta de Ranma Saotome, señor de la guerra y señor de aquellas tierras.
Partimos al trote en busca de mi destino, solo los dioses podían saber qué me deparaba el encuentro con aquella numerosa comitiva.
Notas finales:
1.-Hola!
No pude aguantar mis deseos de compartir esta historia con quienes se arriesguen a acompañarme en este desafío. Simplemente los dedos me pedían escribir estas ideas que han permanecido controladas y encerradas desde hace tiempo en mi cabecita, pero ya no pude contenerme más y tuve que escribir.
Mi idea con este escrito es ambientar un AU en el pasado de la historia del Japón, tomando prestados a los queridos personajes que nos regaló Rumiko sensei.
No soy historiadora y es por esto que estoy muy conciente de que puedo cometer algunos errores (espero de verdad no hacerlo, pero una nunca sabe ¿no?). Quien haya leído mi perfil, sabrá que una de mis pasiones es la lectura y entre toda la gama de libros que leo constantemente, la novela histórica ocupa un sitial muy alto en mi biblioteca, es por esto que como desafío personal, me propuse escribir un AU ambientado en el Japón medieval, espero que resulte algo agradable y entretenido.
2.-Como pueden apreciar, este relato lo narraré en primera persona. Mi idea es estregarles las perspectivas de ambos protagonistas, Ranma y Akane, para un mismo hecho. Espero que no resulte tan complicado de seguir su lectura. Así que cada capítulo se encontrará dividido en dos partes, en donde Akane nos relatará sus sensaciones y Ranma las suyas, aunque puede que varíe el orden en sus relatos (empecé con la versión de Akane, pero eso no quiere decir que siempre vaya a ser así, es probable que Ranma nos relate su versión primero y viceversa). Además, puede que durante uno que otro capítulo, la forma de relatar cambie, incorporando a un narrador omnisciente. Esto para ayudarme con las acciones que puedan llegar a desarrollar otros personajes que no sean los protagonistas.
3.-Se preguntarán, por qué no escribir algo así utilizando personajes de historias que se ambienten en una época remota (como pudieran ser Inuyasha, Rurouni Kenshin o Samurai Champloo entre otros), la verdad es que me gusta mucho trabajar con mis queridos Ranma y Akane (y compañía por supuesto), no sé, los siento cercanos y son mis favoritos, así es que descarté la idea de experimentar con otras series de plano.
4.-El título. Es que no me considero buena para darle títulos a mis escritos. Este lleva un extraño y largo nombre, es cierto, pero es solo un juego de palabras en base al significado de los nombres de nuestros protagonistas. No lo sé, me pareció hasta un poco poético. Ustedes juzguen.
5.-Como dije anteriormente, al llevar a cabo este relato pretendo no cometer muchos errores de tipo histórico, es por eso que si llego a incorporar algún elemento de ambientación histórica verdadero en este escrito, trataré de investigar lo mejor que pueda antes de subir un capítulo. Por esto, estoy conciente de que es muy probable que no pueda mantener un ritmo tan acelerado de actualización, pido disculpas de antemano, aunque en ningún caso dejaré abandonado el proyecto por mucho tiempo porque es verdaderamente importante para mí sacar adelante esta historia (tampoco pretendo abandonar mis otras historias, a los que estén siguiéndolas les digo que no se preocupen ^^).
6.-Tal vez existan palabras que los lectores no dominen, en ese caso, cada capítulo contendrá una breve explicación de los términos que en mi opinión, puedan resultarles desconocidos. Empiezo con los siguientes:
-Haiku: El haiku es el estilo de poesía tradicional japonesa. Se trata de una forma de escribir poesía con reglas un tanto rígidas. La temática de los haikus está estrechamente influenciada por la filosofía zen, por esto goza de una naturalidad y sencillez muy distinta a la poesía que estamos acostumbrados a leer en occidente. Los haikus tradicionales tienen como temática principal la vida cotidiana, el observar la naturaleza, las estaciones de año, etc. El fragmento que cito en esta historia pertenece al último verso de un poema de Kobayashi Issa (1763-1827).
-Periodo Muromachi: Se extiende desde 1336 – 1573, es la época del segundo shogunato en Japón (shogunato Ashikaga), en donde se producen los estados de guerra o periodo sengoku, hasta el derrocamiento del shogun Ashikaga Yoshiaki a manos del daimyö, Oda Nobunaga.
-Sengoku jidai: Se refiere al largo periodo de guerra civil en el Japón feudal.
-Amaterasu: Es la diosa del sol en Japón, de acuerdo a la religión sintoísta. El emperador desciende directamente de ella.
-Shōgun: Era el militar que recibía el nombramiento del Emperador para gobernar en su nombre. Tenía autoridad civil, judicial, militar y diplomática. Los grandes señores debían someterse a él.
-Daimyō: Los daimyö eran los grandes señores feudales o líderes de sus propios clanes.
-Edo: Es el antiguo nombre que se le daba a lo que conocemos hoy como Tokyo.
-Sōhei: Eran monjes budistas de Japón, pero que se caracterizaban por también ser expertos guerreros.
7.-Si llegaron hasta aquí y se interesaron por esta historia, solo les pido que me lo hagan saber algún día mediante un review. Para mí es realmente importante conocer sus opiniones.
8.-Ya sé, me extendí demasiado en las notas (lo siento), pero creo que debía dar estas explicaciones. Gracias de antemano a quienes quieran acompañarme en este nuevo desafío y será hasta una próxima entrega.
Cuídense mucho y buena suerte!
Madame De La Fère – Du Vallon.