Nota: Como era de esperarse, estos personajes no son míos. Por otra parte, el título de esta serie de drabbles/oneshots centrados en Sealand significa "desde el mar, libertad" y es el lema del susodicho principado.

Título del capítulo: El niño de Rough Tower
Género: Familia
Clasificación: G / K
Prompt: #12 [Libre] -- "Cejas"
Advertencias: -
Palabras: 674


Arthur no entendía por qué, si su gobierno había construido más de una fortaleza marina, de Roughs Tower había nacido un pequeño niño (un bebé, de hecho) que ahora cargaba en sus brazos.

Los hombres que le habían traído a la criatura —estudiosos de arquitectura, geografía y otros de Royal Navy que se habían encargado de la construcción de las fortalezas marinas— no le supieron explicar con exactitud el cómo había sido el nacimiento: "Una vez la fortaleza estuvo terminada, Sir Kirkland, oímos un llanto y él ya se encontraba ahí". Al imaginarse que el recién nacido sería de la misma naturaleza que él, la encarnación del Reino Unido, creyeron que lo mejor sería entregárselo o por lo menos preguntarle qué hacer.

Conversaron un poco más, preguntándose dónde dejarían al niño —ya que sería inhumano dejarlo en Roughs Tower, siendo la fortaleza construida para la guerra que estaban viviendo— y finalmente Arthur decidió hacerse cargo de él temporalmente: ya era muy tarde y los hombres debían regresar a sus hogares con sus familias. Además, él ya había tenido experiencia cuidando niños.

Esa noche el inglés no durmió. Se quedó sentado en un sillón de la sala, a la luz del danzante fuego de la chimenea, con el bebé envuelto en mantas como un capullo, acunado en sus brazos. Siempre había oído que el nacimiento de una nueva vida era motivo de regocijo, pero la inocente criatura no podía evitar traerle el vívido recuerdo de Alfred y Matthew de niños, jugando, riendo, abrazándose, creyendo que el cuento de hadas duraría para siempre.

Dejó que una sonrisa de tristeza y lástima hacia sí mismo reptara hasta instalarse en sus labios. Luego pensó que ya no tenía sentido seguir viviendo en el pasado, como más de uno —en especial Francis— ya se lo había dicho una y otra vez. Para despejarse, observó a quien dormía entre sus brazos cómodamente e ignorando todos los problemas del mundo: sus facciones, ante sus ojos, eran iguales a cualquier otro bebé que hubiera visto en fotos y anuncios. Excepto por un simple detalle.

Sus pequeñas cejas eran ligeramente gruesas.

Arthur trató de recordarse a sí mismo de niño, pero no había caso. Ya no recordaba ni quién había sido el alma gentil que cuidó de él al nacer. Quizás la criatura sería parecida a él. Y, si compartían facciones similares, quizás significaba que eran familia.

"Familia…" repitió a sus adentros el inglés. Esta vez, a diferencia de la relación que había tenido con el estadounidense y el canadiense, el lazo era más significativo, quizás hasta de sangre. El bebé había nacido como parte suya. Una verdadera parte suya.

Entre más se enredaba en el pensamiento, un profundo sentimiento inexplicable pero muy conocido comenzaba a poseerlo, como un espíritu libre de intensiones oscuras. Era cálido y acogedor, de manera que Arthur hubiera querido quedarse para siempre así, en su sala, a la luz del fuego, con quien desde hacía segundos atrás había considerado su hermano.

De la nada, otro pensamiento agrietó su felicidad: Roughs Tower había sido la única que había dado la vida al niño, y éste era como él, significaba que tarde o temprano se convertiría en una nación. En un sentimiento, en un país.

Entonces rió suavemente para no despertarlo. ¡Estaba pensando absurdos! ¡Se trataba de una fortaleza marina, ni siquiera tenía un territorio verdadero! La explicación más razonable era que, al ser el Reino Unido tan grandioso, debía haber alguien más con quién compartir el poder.

Estiró un poco el cuello y comprobó que ya estaba amaneciendo, que el Sol estaba golpeteando tímidamente la ventana, pero que las crueles cortinas todavía no lo dejarían pasar hasta hacerse más intenso. Acto seguido el inglés se acurrucó en su lugar, necesitaba descansar mínimo una hora o dos.

Le echó un último vistazo al bebé. ¿Con que hermanos, eh? Pues ya estaba claro que llevaría su apellido.

—Nunca me abandones, Peter —susurró, le besó con amor la frente, y cerró los ojos para acompañarlo en el más placentero de los sueños.