Disclaimer: No soy Stephenie Meyer por lo que ni los personajes, ni la historia me pertenecen.
Agradecimientos: A Bárbara, o lo que es lo mismo bars-9, por su paciencia y sus consejos. Gracias por aceptar ser mi beta.
Resumen: AU. ExB. Había conseguido ignorarle todas las veces que nos cruzábamos por los pasillos. Pero el destino es caprichoso e hizo que nos tocase juntos en la misma clase, provocando que miles de sentimientos salieran a flote, y me enamorase perdidamente de él...
Capítulo Siete. As de corazones
Después de todo, era solo un sentimiento ¿no? Era solo el estúpido amor que se abrió paso sin consultar a nadie para después arrasar con todo. Solo un sentimiento tonto, pero difícil de ignorar.
¿Sabéis una cosa? Que Alice y Jasper supiesen la verdad no estaba tan mal, en el fondo sabía que serían un buen punto de apoyo si pasaba algo malo, y que compartirían mi alegría si sucedía algo bueno. Visto de esa forma, debería haber puesto las cartas sobre la mesa antes. Bueno, no había puesto todas las cartas sobre la mesa, lo reconozco. Me había guardado el As de corazones para mí solita. Mis amigos solo estaban al corriente de la amistad que de repente nos había unido a Edward y a mí, si es que se le puede llamar así; pero no podía hacer otra cosa, que alguien me explique cómo se le dice a tus dos mejores amigos: 'Me gusta… o sea no, estoy perdidamente enamorada de alguien a quien conozco de hace una semana - no cuentan todos los años que hemos estado yendo al mismo instituto, colegio o lo que sea. - y de quien antes me provocaba arcadas al verlo pasar por su personalidad creída, orgullosa y egocéntrica.' La verdad es que no quedaba demasiado bien.
Acabé de hacerme la mochila y salí de casa dando un portazo. No me despedí de nadie porque no había nadie de quien despedirme, mis padres estaban de viaje, de vez en cuando se tomaban unos días de vacaciones y me dejaban la casa para mí sola. Normalmente esos días Alice organizaba en mi casa una reunión de chicas, lo que significada noches sin dormir, ropa, maquillaje, películas de miedo y muchos cotilleos; pero como aun no había llegado el fin de semana, no había tenido la oportunidad de hacerlo.
Cerré los ojos con fuerza cuando los primeros rayos de sol de la mañana llenaron de pleno mis ojos, cegándome y produciéndome un leve dolor en las pupilas. Suspiré y empecé a andar camino al instituto con paso lento. Iba a cruzar un semáforo cuando unas manos taparon mis ojos y lo vi todo negro. Pegué un salto y estuve a punto de gritar, pero me contuve. Palpé las manos que me cubrían el rostro. Eran suaves y frías al tacto. Me asusté cuando caí en la cuenta de que no tenía ni idea de a quién pertenecían y de que, a estas horas de la mañana, eran pocas las personas que salían a la calle.
- ¿Quién eres? - conseguí articular cuando mi mente dedujo que había pasado el tiempo en el que alguien normal ya me habría dejado ver.
Sentí una respiración en mi oreja.
- ¿Quién soy? - murmuró una voz dulzona perfectamente reconocible.
Tragué saliva mientras intentaba articular palabra. Poco a poco fue retirando las manos, acariciándome las mejillas, el cuello y los brazos en el proceso, hasta finalizar en mi cintura. Me estremecí en un escalofrío y escuché una risita burlona a mis espaldas.
- Edward ¿qué haces aquí? - pregunté cuando recuperé la voz y mi corazón dejo de latir a cien por hora.
Sin soltarme me di la vuelta, pero en seguida me arrepentí. Sus labios estaban a una peligrosa proximidad de los míos y eso no indicaba nada bueno. Cerré los ojos.
- Parece que no quieres que esté aquí.
Su aliento cálido impactó contra mi cara y sentí que me fallaban las piernas. Sin ser consciente me agarré a su camisa y el volvió a reírse disimuladamente.
- Bueno, esto lo cambia todo. - murmuró señalando con la cabeza mi agarre.
Fruncí el ceño y me solté intentando separarme, pero él tenía demasiada fuerza y me lo impidió. Al final desistí y me quedé muy quieta, si me movía demasiado acortaba la proximidad entre su boca y lamía y eso hacía sus labios más irresistibles todavía.
Respiré, más valía cortar la situación cuanto antes, porque mi nivel de autocontrol estaba bajando considerablemente.
- ¿Querías algo? - cuestioné de la forma más educada posible e intentando que no se notara la curiosidad en mi voz.
- Nada. - me miró fijamente con la duda reflejada en sus facciones. - Bueno, sí. Quería verte. - soltó precipitadamente, y se separó de mi como si hubiese dicho algo malo y peligroso.
Intenté ignorar ese gesto y la tristeza que me embargó al ver que se alejaba tres pasos de mí.
- Ya, pero podías verme en el instituto. De hecho, iba para allí. - miré el reloj y abrí los ojos desmesuradamente. - ¡Genial, ahora llego tarde! Bueno, más bien llegamos tarde. - bufé desesperada.
Empecé a andar en dirección al instituto demasiado rápido para mis torpes pies, así que me hice un lío con mis piernas y me tropecé, pero para variar Edward me sujetó a tiempo del brazo, por lo que no toqué el suelo. Ya pasaba de darle las gracias, que él viniese a rescatarme de mis caídas era algo tan cotidiano como las mismas.
- Es que quería verte a solas, en el instituto hay demasiada gente - susurró.
Yo me paré y me giré; él me miró con sorpresa, quizá pensaba que no le había escuchado, o tal vez esperaba que hiciese oídos sordos al comentario. Pero mi querido cerebro no estaba preparado para escuchar aquello así que abrí y cerré la boca varias veces sin saber que decir.
Podían haber pasado dos cosas:
1- Edward podría estar intentando engatusarme. Al fin y al cabo, yo ya había llegado a la conclusión de que me había convertido en su próxima víctima.
2- ¿Había alguna posibilidad de que realmente me quisiese ver a solas sin que eso entrase en su estúpido juego?
Definitivamente, la segunda posibilidad encajaba más en mis sueños que en la realidad, lo que ponía a la primera en el lugar número uno. Entonces, ¿debía seguirle el juego y dejarme engatusar? ¿O era preferible hacer oídos sordos a lo que acababa de decir? Antes de haberlo, recapacitado mis labios se abrieron.
- ¿Por qué querías verme a solas? - me lamenté en silencio. ¿Es que no era capaz de contenerme unos segundos?
Él volvió a acercarse a mí, pero esta vez no me tocó y guardó las distancias.
- ¿Seguro que quieres saberlo? - me miró a los ojos y yo asentí hipnotizada. Con cuidado se acercó a mí y yo, por puro instinto, cerré los ojos. Sentí su respiración contra la mía y me di cuenta de quehabía dejado nuestras bocas a un escaso centímetro. - ¿Te acuerdas de la propuesta del otro día? - Sus labios rozaron los míos al hablar. Era incapaz de sonsacar algún pensamiento coherente de mi cabeza, así que solté una especie de gemido, pero en realidad no tenía ni idea de lo que me estaba diciendo. - Bella, ¿te acuerdas? - y otra vez sus labios rozaron los míos fugazmente.
Sentía que el corazón se me iba a salir del pecho y que me fallaban las piernas. Intenté repetirme una y otra vez que nada de esto estaba pasando, que no debía avanzar más en esta tontería, que tenía que alejarme de Edward Cullen si no quería acabar perdida… pero todo fue en vano. En un arrebato loco de mis hormonas lancé mis manos a su pelo, obligándole a acercarse a mí y a juntar su boca con la mía.
Al principio noté como sus hombros se tensaban de la sorpresa, después me agarró más fuerte de la cintura y sentí como nuestras lenguas bailaban a un mismo ritmo. Nos separamos por falta de aire, él tenía una sonrisa diferente a las que yo ya conocía. No era arrogante, ni orgullosa, no tenía el rastro de la burla, sino que parecía sincera, tenía algo extraño. Sin querer, busqué sus ojos y le escuché suspirar.
- Quiero enseñarte una cosa… ¿vendrías conmigo?
La verdad es que ni me lo pensé. Sé que no está bien, pero no me acordé del instituto, ni de que mis amigos se preocuparían. No me planteé las consecuencias. Ni si quiera pensé qué era lo que Edward quería enseñarme… en ese momento solo me importaba estar con él, aunque pareciese una locura.
Edward me tendió la mano y yo la agarré mientras me dejaba arrastrar hacia su coche. No dije nada en todo el trayecto y él tampoco, ya que nos envolvía un silencio cómodo y cálido. Estaba tan a gusto que ni si quiera me di cuenta de la velocidad que había tomado el coche y, al cabo de un buen rato, ya estábamos con los pies en el suelo.
- ¿Dónde vamos, Edward? - me atreví a preguntar.
Él solo me miró con una mueca enigmática y misteriosa.
- Ya lo verás.
Suspiré y dejé que él me guiase tirándome del brazo. Estábamos en una calle solitaria por las horas de la mañana y atravesamos la verja de lo que parecía ser un parque que yo no conocía. Nos paramos en la entrada y Edward sacó algo de su bolsillo. Yo le miré fijamente, comprendiendo lo que pensaba hacer. Di un paso hacia atrás mientras negaba con la cabeza.
- No, Edward. - murmuré adivinando sus intenciones.
Él bufó cuando yo me alejé todavía más.
- Vamos, Bells. ¿No confías en mí? ¿De verdad piensas que te voy a hacer daño?
Abrí los ojos y fruncí el ceño.
- ¿Qué?
- Que si piensas que te voy a hacer daño…
- No - le interrumpí. - ¿Cómo me has llamado?
El mundo pareció detenerse cuando vi sus mejillas ruborizadas. Mi corazón dio un vuelco, mientras él se pasaba nervioso la mano por el pelo, revolviéndolo más aun.
- Eh… Yo, yo no…
Me reí sin quererlo, y mi risa sonó fácil, feliz, natural. ¿De verdad acababa de poner nervioso a Edward Cullen?
- Me has llamado Bells. - afirmé intentando ocultar la sonrisa.
Escuché su respiración profunda y me miró a los ojos, yo le mantuve la mirada hasta que él la apartó. ¿Qué es lo que estaba pasando?
- Ya, es que yo… Bells es bonito. - dijo tocándose las manos. - ¡No quiero decir que Bella no sea bonito! - aclaró precipitadamente, yo me mordí el labio e intenté toser para disimular las carcajadas. - Es que Bells me gusta.
- ¿Bella no?
- Sí.
- Pero Bells es algo… - me quedé con la palabra en la boca y entrecerré los ojos, comprendiendo.
Nos quedamos en silencio un rato, Edward dio un paso hacia mí, acortando la distancia.
- Cariñoso. - completó.
Yo asentí mientras sentía que me fallaban las piernas.
Bells.
Bells.
Es el mote que utilizaba mi padre y que a mí no me gustaba nada, pero salido de los labios de Edward parecía algo precioso y elegante, delicado y bonito.
- ¿No te gusta que te llame así? - preguntó aun un poco nervioso. - Si quieres sigo llamándote Bella.
- No. - negué con la cabeza y sonreí ampliamente, él me devolvió la sonrisa. - Bells está bien.
Lo vi asentir y se volvió a acercar a mí, agitando el pañuelo rojo delante de mi rostro.
- Entonces, Bells, ¿me permites que te vende los ojos?
Yo le miré dudando. No era que no confiase en Edward, de hecho no lo veía capaz de hacerme nada malo, pero aun así más valía prevenir que curar.
- Es que yo… no sé.
Él me miró con un brillo de desesperanza y decepción reflejado en sus ojos verdes.
- Está bien, si no confías en mi lo entiendo. - suspiró y se guardó el pañuelo.- Todo sería más bonito con los ojos vendados, de lo contrario no tiene gracia. Pero bueno, te puedo llevar igual. ¿Vamos?
Me tendió la mano, otra vez, pero entendí que no quería que se la cogiese, sino que era un simple gesto para indicarme que le siguiese.
- Espera, Edward. - lo retuve por el brazo y se giró hacia mí. Una vocecita dentro de mi cabeza, la voz de la razón, me dijo que mantuviese la boca callada, pero no le hice ningún caso. - Véndame los ojos. Confío en ti.
- ¿Seguro?
Asentí si dudarlo y di un paso hacia él.
- No deberías. - susurró mientras en su boca se pintaba esa media sonrisa que me dejaba sin respiración.
- ¿Por qué?
- Porque en cuanto pueda te voy a hacer daño sin poder evitarlo. ¿Sabes? A las personas que más quiero son a las que más machaco, hasta que se alejan de mí y solo entonces me arrepiento, cuando ya es demasiado tarde y no puedo hacer nada.
Solté un suspiro. Realmente sabía eso. Era Edward Cullen, ¿no? Y el dolor formaba parte del trato, porque yo sabía que en cuanto consiguiese lo que quería se marcharía dejándome tirada, y aun así yo no era capaz de echar a correr para no sufrir. Prefería aguantar, aunque después llegase la tormenta.
- Deberías alejarte de mí - completó decidido.
- ¿Es eso lo que quieres?
Yo busqué sus ojos y vi la verdad en ellos. No lo quería, por lo menos de momento. Y yo me quedaría hasta que su mirada me dijese lo contrario. Así que no le di tiempo a contestar y me envolví en sus brazos. Me había perdido la parte en la que habíamos cogido esas confianzas, pero ya me daba igual todo. Él correspondió a mi abrazo y entonces supe que había algo que le preocupaba, algo oculto detrás de sus palabras.
- Yo sé que no me vas a hacer daño. - le dije al oído mientras le abrazaba más fuerte, intentando consolarle.
- Eso espero. - contestó. - No soportaría verte sufrir.
Se apartó de mí lo suficiente como para poder mirarme la cara. Acarició mis mejillas y sonrió, con una sonrisa de esas que no llegan a los ojos. Se acercó a mí y me dio un corto beso en los labios, yo no me resistí y me quedé muy quieta.
- ¿En qué momento me has robado el corazón, Bells? - preguntó. No parecía querer contestación, así que me limité a mirarle. - Siento cosas tan raras…
Puse un dedo en sus labios. Si empezábamos así, acabaría por creerme todo lo que me decía y entonces la caída sería más dolorosa.
- Calla. - murmuré. - Véndame los ojos y calla.
Me dio un beso en la frente y yo cerré los ojos, sonriendo. Se puso detrás de mí con el pañuelo en las manos y me tapó los ojos. Respiré su olor y agarré su mano. Poco a poco fuimos avanzando por el suelo lleno de piedras que debía esquivar. Después de diez intentos de caída, Edward decidió que así no llegaríamos nunca - si ya me caía viendo por donde iba, imaginaos si no veía nada. -, y me subió a caballito con delicadeza. Yo me agarré a su cuello con fuerza e intenté no pensar que con cada paso mi mejilla rozaba la suya con delicadeza, y que su respiración cálida chocaba en mis manos, haciéndome cosquillas.
No se cuánto tiempo estuvo caminando y yo recostada en su espalda, pero cuando estaba a punto de decirle que me dejase en el suelo, llegamos. Me destapó los ojos con cuidado, y el pañuelo cayó al suelo mientras yo abría los ojos por la sorpresa. Nos encontrábamos en un recinto cerrado, pero las vallas se hallaban ocultas tras enredaderas verdes. En medio había una fuente, rodeada de cuatro bancos en los que ya no había nadie, y en el techo, unas redes que sujetaban rosales colgantes. En el aire se respiraba el enigma y el amor, la dulzura y el cariño. Era un lugar perfecto.
- ¿Te gusta? - preguntó.
Yo contuve la respiración y me giré hacia él.
- Es perfecto. - contesté. - ¿Cómo sabías que esto existe?
Su risa musical se mezcló en el aire.
- Es mi sitio preferido para pensar. Creo que nadie, excepto mi familia, sabe de su existencia. - le miré confusa, me estaba tomando el pelo.
- Sí claro, esto es de todos.
Él negó con la cabeza mientras se sacaba del bolsillo una llave enorme, de estas antiguas que sirven para abrir portones.
- Este jardín pertenece a un palacete que está abandonado. La mansión es propiedad de mi familia, pero ya sabes, por problemas de herencia y del ayuntamiento la casa está deshabitada. A mi padre y a Esme, mi madre, les encantaba venir aquí de jóvenes, cuando mi abuela lejana aun vivía y el 'palacio' aun estaba más o menos en pie. Cuando mi abuela murió le dejó la llave a mi madre y le pidió que cuidara del jardín. Las dos le tenían mucha estima, ya que mis padres pasaban aquí su tiempo libre y mis abuelos organizaron en estos jardines su boda y el convite. - su dio cuenta de mi cara de sorpresa y mis ojos desorbitados y volvió a reírse. ¿Este chico podía tener algo más? - Se supone que no podemos estar aquí, ya que el ayuntamiento lo considera peligroso por el estado de la casa, pero no saben que tenemos la llave, ni que mi madre paga una barbaridad a los jardineros para que lo cuiden y lo mantengan en perfecto estado y, además, mantengan la boca cerrada.
Los dos nos quedamos mirando el pequeño jardín. Yo podía entender perfectamente a su madre y a su abuela, era un sitio de ensueño.
- ¿Guardarás el secreto? - me preguntó Edward mientras me invitaba a sentarme en uno de los bancos, a su lado.
- Pues claro. - solté sin pensar. Ni siquiera me di cuenta de que supuestamente lo que estábamos haciendo era ilegal. - Es perfecto.
- Tú eres perfecta.
Le miré y vi que me estaba mirando. En sus fracciones se dibujaba una expresión dulce, algo que nunca había visto en él. Se acercó a mí, y su aliento se mezcló con él mío.
- ¿Qué es lo que me estás haciendo, Bells? - preguntó en un susurro.
Después me besó como nunca lo había hecho, y sentí algo que no había notado hasta entonces. ¿Sería posible que Edward estuviese sintiendo lo mismo que yo?
Nuevo capítulo un poco tardío. Pero espero que esta larga sesión de Edward-Bella lo haya recompensado aunque sea un poquito. ¿Cuál es mi excusa esta vez? Supongo que la de siempre, deberes, exámenes, un amigo con cáncer, un enfado con otro amigo bastante serio, un tiempo frio y lluvioso que me ponen de mal humor.. Todas esas cosas.
Espero que os haya gustado y creo que ese último beso merece un bonito review.