CAPITULO 11

Hermione se desperezó mientras abría lentamente los ojos. Parpadeó un par de veces, hasta habituarse a la luz que entraba a través de su ventana.

Perezosamente se encaminó hacia el cuarto de baño, para ducharse y vestirse.

Una vez que hubo salido, miró a su alrededor y se dio cuenta de que ninguna de sus amigas se encontraba en la habitación.

Ella no solía levantarse tarde, por lo que le sorprendió haber sido la última en hacerlo.

Se encogió de hombros, tal vez fue porque tenía el sueño atrasado y estaba muy cansada la noche anterior, cuando Draco la acompañó a su sala común.

Draco.

Aquel nombre trajo consigo miles de sensaciones en la Gryffindor. Quien fue cubierta por un suave rubor en sus mejillas y sentía miles de snitchs doradas revoloteando en su estomago.

Salió de la habitación de las chicas y echó un vistazo a su sala común, la cual se encontraba vacía. Tomó un par de libros que había dejado olvidados sobre una mesa, junto a su sillón favorito y salió por el orificio del retrato.

Solo alcanzó a dar unos pasos cuando una fría mano salida de la nada la tomó por el antebrazo y la condujo de un tirón hacia el hueco entre una armadura medieval y la pared.

Unos fríos labios atraparon los suyos, impidiéndole gritar, pero cuando abrió los ojos y lo vio, se tranquilizó.

Quien la había prácticamente raptado hasta situarla en ese pequeño rincón, era nada más ni nada menos que Draco Malfoy.

El joven la besaba como si se le fuera la vida en ello, con fuerza, casi lastimándola, pero a la vez con suavidad, como si se tratara de un tesoro al que podía proteger solo con el movimiento de sus labios. Trasladó la mano que sujetaba su antebrazo hacia la nuca de Hermione, enredándola con las suaves ondas de su cabello. La otra mano sujetaba fuertemente su cintura, como si temiera que fuera a desaparecer de un momento a otro.

Cuando había bajado a desayunar y no la había visto sentada junto a sus amigos, charlando alegremente, como todas las mañanas, había palidecido y había salido prácticamente volando a través de las puertas del Gran Salón, dirigiéndose a su sala común, y había esperado media hora, la más larga de su vida, hasta que la vio salir, sana y salva, por el orificio, con un aire distraído inusual en ella y un leve rubor cubriendo sus mejillas.

Verla así, le había hecho casi imposible la misión de controlarse y no lanzarse sobre ella, finalmente, había fracasado y se había dejado llevar por el impulso, besándola, agradeciendo tenerla ahí, que fuera suya, que solo él pudiera besar esos labios, y se prometió protegerla, nadie, salvo él y tal vez su horrendo gato, podrían tocarla.

-Malfoy…ya basta, pueden vernos.- murmuró la castaña contra sus labios. Y Malfoy agradeció poder saborear su aliento a fresas una vez más.

-¿Por qué no has bajado a desayunar? ¿Te sucedió algo?- preguntó el joven, librando la boca de la chica, solo unos centímetros, los necesarios para tener una conversación.

-Me quedé dormida, supongo que estaba cansada, luego del castigo y tantos deberes, ya sabes con mis clases extra de transfor…- pero Hermione no pudo terminar la frase, porque Draco Malfoy la había abrazado posesivamente, obligándola a enterrar el rostro en su cuello y aspirar aquel perfume varonil que lo caracterizaba.

El rubio acariciaba su espalda y su cabello, una y otra vez, y la mantenía bien sujeta por la cintura, haciéndole casi imposible la tarea de moverse, alejarse de él tan solo unos centímetros para poder preguntarle qué diablos le sucedía esta mañana.

Draco volvió a besarla con pasión al mismo tiempo que colaba su mano por debajo de la camisa de su uniforme, haciendo que un gemido saliera de sus labios para ahogarse instantáneamente en los del rubio cuando sus dedos rozaron la piel de su espalda, una y otra vez, recorriéndola desde abajo hacia arriba. Solo la movió cuando pareció aprenderse de memoria cada vertebra, para colocarla sobre su vientre y acariciarlo apenas con la punta de los dedos.

Hermione dudaba que pudiera llegar a existir caricia más placentera que aquella, que hacía que la Gryffindor perdiera su capacidad para razonar y que se le hiciera imposible reaccionar ante la idea de que cualquier persona mínimamente observadora podría descubrirlos.

-Malfoy, ya basta, llegaré tarde a clases.- murmuró Hermione librándose de los labios del rubio.

-¿No vas a desayunar?- inquirió Draco.

-Hace cinco minutos que tendríamos que estar en Pociones y tú tienes el descaro de preguntarme si pienso bajar a desayunar, de veras, Malfoy, algo te sucede hoy.- dicho esto, la castaña comenzó a caminar hacia las mazmorras.

-Te extrañé, eso es todo.

-Sí, claro.

El rubio se encogió de hombros y tomó distraídamente los libros que cargaba Hermione, que para ella eran una gran carga. La muchacha sonrió ante el gesto y continuó caminando a su lado.

Doblaron en una esquina y entonces lo vio. Y no pudo evitar soltar una exclamación de horror, ante la cual Malfoy se detuvo, espantado y, en un acto reflejo, sacó su varita y apuntó directamente al pecho de lo que alguna vez había sido McLaggen.

El joven tenía la cara magullada, si, pero eso era lo de menos. Pústulas amarillentas colmaban su otrora hermoso rostro, la más pequeña tenía el tamaño de una Snitch. Enormes espinillas colmadas de pus que llegaban incluso hasta su cuello era todo lo que se podía ver además de sus ojos, que estaban fijos en la varita del rubio, expresando su temor.

Hermione sintió nauseas. El muchacho miraba a Malfoy aterrorizado, en una muda suplica de que baje su varita y lo deje ir sin hacerle ningún daño. Pero el joven Slytherin no parecía dispuesto a hacerlo, ni mucho menos.

-Qué guapo estas, McLaggen.- comentó Draco con sarcasmo, arrastrando las palabras, con ese toque Malfoy, imposible de imitar.

El castaño no respondió, se limitó a rodearlos, lentamente y evitando darle la espalda a Malfoy en todo momento. No se atrevió a mirar a Hermione, ni una vez. Y se alejó de allí a paso rápido.

El hecho de volver a verlo luego de lo que había pasado hizo que se le acelerara el corazón. El recuerdo de esa noche la embistió de sorpresa, como si la hubieran golpeado, haciéndola emitir un leve jadeo.

-Tranquila, ya se ha ido ¿Estás bien?- le pregunto Draco, luego de guardar su varita, tomándola por la cintura con su mano libre, la que no cargaba con los libros de Hermione, y atrayéndola hacia sí, la Gryffindor dejó que su cabeza descansara unos instantes junto al pecho del rubio antes de responder:

-Me ha tomado por sorpresa, eso es todo.

-El no volverá a tocarte, no tienes por qué temerle.- susurró Draco en su oído, para luego besar su frente.

-Sera mejor que nos apresuremos, Snape nos matara.

Esa frase fue suficiente para que ambos decidieran que sus vidas eran lo suficientemente valiosas como para dejar que Snape tenga el derecho de arruinárselas y se encaminaron nuevamente hacia el frio y húmedo salón de pociones.

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Harry observó como su amiga tomaba asiento junto a Malfoy en el ultimo pupitre, de su hilera, eran los únicos dos asientos que quedaban libres, pero estaba seguro que de haber podido sentarse separados, no lo habrían hecho.

Estaba confundido y por qué no admitirlo, también estaba muy dolido por la actitud de su amiga.

Malfoy siempre había sido su enemigo, el que la maltrataba durante todos estos años.

No entendía a su amiga, pero tampoco a Malfoy, quien sostenía que los sangre sucia eran la peor escoria del planeta y que no se merecían siquiera lamer el suelo que el pisaba y luego iba por ahí, sentándose con una hija de muggles y cargando sus libros alegremente.

Pero no cualquier hija de muggles, no señor, se trata de Hermione Granger, la única persona que durante todos estos años no se dejó intimidar por sus aires de grandeza y que siempre tuvo la agudeza suficiente para responder sus comentarios y ponerlo en su lugar ¡Incluso le había asestado un golpe en su tercer año!

Y por si esos no eran motivos suficientes, Hermione era su mejor amiga. Demás está decir que tendría que odiarla por ese simple hecho, solo por pertenecer al grupo de el-niño-que-debió-morir.

¿Qué estaba sucediéndole al mundo?

Lo único que faltaba era que Ron se enamorase de Pansy Parkinson.

Al menos él no había roto ninguna regla y se había enamorado de una Gryffindor hecha y derecha. Defensora de su casa, jugadora del equipo de Quidditch y valiente.

Suspiró al acordarse de su pequeña pelirroja. El monologo de Snape comenzó a perder sentido mientras recordaba los momentos vividos junto a la menor de los Weasley.

Casi podía sentir el aroma de su larga melena rojiza, el tacto de sus suaves manos en su espalda, la suavidad de su pequeña cintura, la curva de su cadera, que lo hipnotizaba cuando la veía caminar, haciendo que más de uno se voltease a mirarla.

Aquello desataba en Harry una furia que hubiera opacado al peor enfado del mismísimo lord Voldemort.

Aquel que se atreviera a tocarla sufriría las consecuencias, de eso estaba seguro.

Siguió imaginando miles de formas de aniquilar a aquel que se atreviera a acercarse a Ginny hasta que la clase llegó a su fin, lo que indicaba que tendrían un leve descanso para luego sufrir dos horas de transformaciones.

Se puso en pie, guardó sus pertenencias en su mochila y se la colgó al hombro, al tiempo que se dirigía hacia donde se encontraban Ron y Hermione, esperándolo.

-Hola, Harry, me he quedado dormida hoy.- saludó Hermione.

-Vamos afuera un rato.- dijo Ron, para luego empezar a caminar.

El Trío Dorado se encaminó hacia los jardines del castillo. Hermione se sentó sobre una gran roca, mientras que Harry se detenía frente a ella, de brazos cruzados, mirándola fijamente.

-¿Qué sucede, Harry?- preguntó Hermione inocentemente.

-¿Qué te traes con Malfoy?- al parecer Harry se había levantado muriéndose de ganas de ser la persona con menos tacto del castillo.

-Nada ¿Por qué?

-Te la pasas todo el día con él, ya ni me cuentas lo que te sucede.

-Harry, eso es mentira, tu siempre sabes lo que me sucede.

-Oigan, chicos, no peleen.- murmuró Ron, pero sus amigos no le prestaron atención.

-No es cierto, últimamente te la pasas dándome excusas baratas, siempre llegas de noche a la sala común, me he cansado de esperarte despierto.- exclamó Harry, dando un paso hacia Hermione.

-Solo necesitaba un poco de espacio, Harry, pero eso no significa que ya no me importes o que no confíe en ti. Tu eres mi mejor amigo y eso nunca va a cambiar.- contestó Hermione, con su mirada triste clavada en los claros ojos de su amigo.

-Claro que va a cambiar, ahora solo tienes tiempo para Malfoy y ya no te interesas por mí.

A Hermione le pareció tan tierno el infantil reproche de Harry que no pudo evitar lanzarse a su cuello y rodearlo en un apretado e inesperado abrazo.

Su amigo tardo en responder, pero finalmente se rindió, rodeándola con sus brazos y levantándola levemente del suelo.

-Te quiero, Harry, sabes que nadie te reemplazará jamás.

-¡Oigan! ¿No hay nada para mí?- exclamó Ron, indignado.

Harry y Hermione rieron para luego abrir sus brazos hacia Ron, incluyéndolo a él también en el abrazo.

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-Draco Malfoy, me estas volviendo loca, hazme el favor de decirme que te pasa o te arrepentirás de las consecuencias.- decía una irritada Pansy, dando vueltas alrededor del banco en el que se encontraba sentado el rubio.

El silencio que obtuvo como respuesta hizo que la pelinegra se posicionara frente al Slytherin y lo tomara por el cuello de su túnica.

-Estas así por Granger ¿verdad?- inquirió, con una sonrisa maliciosa.

-¿Y si es así que?- exclamó Draco, mirándola desafiante.

-Tranquilo, Draco, nada malo le pasará, tú sabrás cómo hacer para evitar que sea parte de la batalla.- dijo Pansy mientras se sentaba a su lado y pasaba un brazo por los hombros de su amigo.

-¿Y si algo sale mal? ¿Y si no soy capaz de protegerla?- susurró Draco, la angustia se asomaba en sus ojos grises.

-Eres Draco Malfoy, es imposible que algo malo le suceda si tú no quieres que así sea, eres muy bueno para conseguir lo que quieres y lo sabes muy bien.

-Diablos, Pansy, esto no se trata de una escoba nueva o una conquista. Es acerca de salvar una vida, no podría perdonármelo jamás si fallo.

-No fallarás, ya verás.- la Slytherin le acarició levemente la mejilla, observándolo con ternura, ante lo cual Draco bufó exasperado.

-Vamos a clases.

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la tarde transcurrió con normalidad, de vez en cuando Draco la abordaba en los pasillos para besarla con posesión, pero, además de eso, todo era como un típico día en Hogwarts.

Llegó la hora del banquete y las cuatro enormes mesas que ocupaban todo el Gran Salón estaban abarrotadas de alumnos que esperaban para llenar sus estómagos luego de un ajetreado día de estudios.

McGonagall se puso en pie, y con esa sola acción, se hizo el silencio en todo el comedor.

La mujer camino hacia el frente de las cuatro mesas y comenzó a hablar.

-Como bien saben, cada casa tiene su Premio Anual, a los cuales ya conocen, por lo que no hace falta nombrarlos.
Simplemente quiero comunicarles que las salas comunes para premios anuales ya están listas.
Las cuatro casas se dividirán en dos salas, Gryffindor y Slytherin por un lado y Revenclaw y Hufflepuff por otro.
Les informo a los representantes de cada casa, que esta noche sus pertenencias ya estarán perfectamente ubicadas en sus nuevas salas. Y ahora, disfruten del banquete.

Se hizo un completo e incomodo silencio entre sus amigos, junto a los cuales estaba sentada en la mesa de Gryffindor. Ella sabía lo que estaban pensando. Ella compartiría casa con Draco Malfoy.

La profesora no pudo haber elegido un peor momento para darles la noticia. Justo después del ataque de celos por parte de Harry hacia Draco.

Ahora los temores de su amigo en vez de disiparse deben haber aumentado el triple.

Ella dejaría de compartir la sala con ellos dos, para hacerlo con el Slytherin.

Si Harry le clavaba el tenedor con el que revolvía su puré de patatas, ella lo entendería y dejaría que lo volviera a hacer.

No sabía qué hacer ni decir, ya que tampoco era su culpa ser Premio Anual y tener que convivir con Malfoy.

Tampoco es que debería sentirse culpable ¿o sí?

-Harry. Yo…- comenzó a decir Hermione, pero su amigo la interrumpió.

-Esto no es tu culpa, Hermione. No voy a negar que lo que menos quiero en este mundo es que dejes de vivir con nosotros para ir a compartir tu sala común con esa serpiente, pero no debes sentirte culpable por eso, no es algo que tu hayas decidido.

-Además, siempre puedes venir a dormir a la torre Gryffindor si nos hechas mucho de menos.- agregó Ron.

-Puedes venir todos los días, si quieres.- continuó Ginny.

-Gracias por comprender, chicos.- contestó Hermione, alegre.

Dejó sus preocupaciones de lado para poder terminar su cena y dirigirse a su nueva sala común.

El retrato que custodiaba la entrada le dijo que debía esperar a que llegara su compañero de sala para decidir entre los dos cual sería la contraseña.

Estaba a punto de ir al comedor a por Malfoy cuando lo vio acercarse caminando hacia ella, con su típico andar despreocupado.

-Hola, Granger.- la saludó, y, sin esperar su respuesta, la tomo por la parte de atrás de la cabeza y la beso en los labios.

-Eh…Pues…Yo…Eh…debemos decidir la contraseña entre los dos.- balbuceó Hermione cuando el rubio liberó su boca.

-¿Qué tal "Gryffindor apesta?- sugirió el rubio.

-¡Malfoy!- exclamó Hermione, para luego golpearlo suavemente en el brazo.

-Era una broma, mujer, pon la que tú quieras, siempre y cuando no insulte a mi noble casa.- contesto Draco, con un encogimiento de hombros.

-¿Cuál es tu comida favorita, Malfoy?- inquirió Hermione.

-Pudin de chocolate.

-¡Eso es un postre!

-Da igual.- el rubio se encogió de hombros, restándole importancia.- es lo que más me gusta comer, eso lo convierte en mi comida favorita.

-De acuerdo.- Hermione se giró hacia el caballero retratado en la puerta de su nueva sala común y dijo:- la contraseña será "pudin de chocolate".

Con un asentimiento, el cuadro se hizo a un lado, dejándolos pasar.

La sala era una perfecta combinación de los colores de ambas casas. Verde, plateado, rojo y dorado convivían generando un ambiente acogedor. Las paredes eran circulares y estaban cubiertas por ventanas, estanterías y cuadros.

A la izquierda había un pequeño living, en el cual predominaba un sillón de tres cuerpos sobre las butacas más pequeñas, todas frente a una enorme chimenea.

Del lado izquierdo estaba el sector en el cual harían sus deberes, sendos escritorios, junto con estanterías y muebles en los cuales ya se encontraban sus libros y demás elementos escolares.

El suelo estaba cubierto por completo por una alfombra con los escudos de ambas casas.

Frente a la puerta, atravesando toda la habitación, había una escalera, que se dividía en dos, llegando al final. Del lado derecho una puerta con el emblema de Gryffindor y del izquierdo otra puerta con el emblema de Slytherin. En el medio había otra puerta, sin ningún escudo, que debería ser el cuarto de baño compartido.

Hermione estaba maravillada, le encantaba su nueva sala común, sus ojos viajaban de acá para allá, admirando cada detalle. Era, simplemente, perfecta.

Por su parte Draco ya le había echado un vistazo a la sala, por lo que mantenía su vista clavada en la castaña, que estaba a su lado y parecía no notar su presencia.

Siguió observándola hasta que el deseo se hizo insoportable y se posicionó detrás de la Gryffindor.

Posó ambas manos en su cintura y besó su cuello, haciéndola estremecer.

Hermione se giró y Draco pudo ver el brillo del deseo en esos ojos castaños antes de inclinarse para besarla. Dejando que la muchacha acariciase se rubio cabello a sus anchas, había descubierto su punto débil, sus dedos enredados en el cabello de su nuca lo volvían loco.

Descendió por su cuello, besándolo lentamente y aspirando ese aroma a miel tan peculiar, mordisqueó el lóbulo de su oreja, haciendo que Hermione gimiera, lo que terminó de volverlo loco. Volvió a morderla y susurró en su oído:

-Bienvenida a tu nueva sala común, Granger.

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luego de estar bloqueada por no sé cuánto tiempo, el ultimo review que recibí me inspiro a continuar esta historia. Volvió a darle vida, lentamente tomará su ritmo de nuevo.

Espero sus comentarios, saludos. JM